Martha Robles

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A propósito del FONCA

Todo trabajo debe ser remunerado. Es un derecho universal sin discusión, a pesar de que continúa incumplido, disfrazado, torcido o abusado en buena parte del mundo. Para eludir este deber, desde la posrevolución los gobiernos fueron discurriendo ayudas, componendas, chapuzas como la “economía paralela”, ambulantes, “informales”, ñoños, ninis o nonis, becarios, entenados, amantes, validos, ahijados, protegidos, mordidas, extorsiones, cortas, enchufes, vales, bonos y un inabarcable etcétera para falsificar este deber y mantener así el control sobre los gobernados.

En el específico caso de los intelectuales, cuya rebeldía implícita y capacidad crítica establecieron una relación desigual y conflictiva con el Poder, los honorarios o su omisión quedaron sujetos al azar, al capricho o a la buena o mala voluntad  del pagador o contratante. A diferencia de los profesionistas,  nunca se ha creado un tabulador justo, actualizado y oportuno para publicaciones, conferencias, asesorías, escritos, orientación y dirección de proyectos, etc.  La causa por la que no se puede subsistir con el propio oficio  es obvia: solo lucrativo para un puñado de afortunados, el quehacer intelectual y artístico, al margen de cómo y cuánto contribuye a enriquecer la identidad y la calidad de la cultura, indistintamente se considera producto de la ociosidad burguesa, hobbie de espíritus bohemios o  instrumento de presión o controversia política y social.  Por consiguiente, el pensante y/o artista e intérprete ha sido tan marginal en nuestra sociedad como arbitraria la distribución oficializada de recompensas y castigos.

La abultada historia del poder y la gran cultura  -sin la cual no se entienden el siglo XX mexicano ni la enredada relación de amor/odio o mutua atracción y repudio entre políticos y escritores, principalmente-, estuvo teñida de figuras mimadas, influyentes y apareamientos casi insólitos. Relaciones que, fuertes y estrechas de por sí, avanzaron entremezcladas de acosos, persecuciones, ninguneo y muertes civiles para silenciar, amedrentar, acabar o quitar del paso a los incómodos. Peor si además algunos ejercían el periodismo, cuando la prensa era importante.

Con el muralismo a la cabeza, la gran cultura contemporánea floreció por encima o a pesar de los obstáculos en años anteriores al FONCA. Tanto la Universidad como la diplomacia acogieron sin demasiadas exigencias pero con buen sentido a numerosos autores y artistas. De Contemporáneos para arriba y para abajo y sin descontar a los  emblemáticos Alfonso Reyes y Octavio Paz,  el Servicio Exterior fue instrumento invaluable de los vasos comunicantes con otras culturas. Gracias a este acierto, aunque masculino en su totalidad, nuestro mundo se amplió y las generaciones siguientes crecimos sobre el enriquecimiento de las bases construidas por nuestros mayores.

A pesar de circunstancias adversas, las obras artísticas y los escritores más importantes proliferaron curiosamente durante aquellos “gobiernos de la revolución” a los que, por añadidura, no se les puede ni debe negar el benéfico acierto agregado de acoger al exilio español, al que tanto debemos. Contemporáneos, narradores del realismo social, Reyes, Paz, Rulfo, Fuentes… Y, posteriormente: Ibargüengoitia, Carballido, Luisa Josefina Hernández, Rosario Castellanos, Inés Arredondo, Tita Valencia, Esther Seligson… (Por citar algunos) fortalecieron la diversidad y el nervio de nuestra moderna literatura. Es decir: no había FONCA que distrajera la fecundidad, pero si apertura de la  Universidad, del servicio exterior y de algunas revistas,  suplementos culturales, teatros, establecimientos aislados y subsidios públicos.

Entre varias y nada sutiles maneras de controlar la crítica y la inconformidad se instituyó la costumbre, aún vigente, de pagar con bajísimos honorarios o sustituirlos con la gracia o el “honor” de ser invitados a participar de manera gratuita en conferencias, publicaciones, presentaciones, trabajos varios, representaciones, etc.. También en el sector privado las políticas editoriales y sus usos discriminatorios eran y son feroces. Tanto, que todavía agravan la situación económica de los autores, sin distingo de especialidad, con regalías leoninas y ausencia de divulgación. Así como la compensación  económica determina que “no se golpea la mano que te da de comer” –con todas y nefastas consecuencias-,  lo opuesto -pobreza, marginación, ninguneo y precariedad- funciona para doblegar a las voces perturbadoras.  Ni qué añadir en abono de la valentía de  las mentalidades independientes, solo sostenidas por amor al oficio. Sin salario, pero con obligaciones fiscales, carecemos de ingresos regulares, seguro médico y servicios asistenciales.

 Ante este panorama, el FONCA surgió como la gran promesa para jóvenes en formación y mayores con obra y trayectoria significada. Que de ahí saldría lo mejor de la cultura mexicana del próspero siglo XXI y el pasado palidecería ante la producción sin presiones del inmenso talento de los protegidos por el Estado, sin exigir nada a cambio, como no fuera su obra sostenida. Se agregó el capítulo de proyectos y espectáculos de calidad y se consagró la cima económica con eméritos y vitalicios: ¡todos felices,  bien alimentados y hasta paseados y reconocidos! Sin embargo, no tardó en comprobarse que cuando a la medianía se le da la varita mágica para elegir, enjuiciar, discriminar, recompensar, ningunear u omitir, el resultado es de ¡válgame Dios! Y eso ocurrió sin tardanza y lo que tantas ámpulas levantó, pues en tanto y escritores y artistas en activo, con obra comprobada y seguramente sin enchufes ni palancas ni influencias ni amoríos ni padrinos eran rechazados sistemática e injustificadamente, Mambrú, Nobody, Whom, Regularcito de tal o Cualquiera como sacado de la secundaria brillaban lujosamente, inclusive en el exclusivo Sistema Nacional de Creadores.

En mi caso y a pesar de contar sobradamente con los requisitos  y el trabajo comprobado, unas seis o siete veces fui rechazada si más y sin explicación, hasta que desistí y, por supuesto, acabé comprendiendo por qué no soy candidata a cualquier reconocimiento oficial. ¿Quiénes, por qué y amparados en qué juicios o dictámenes  cometieron tan obvia  cantidad de arbitrariedades y yerros? ¿Dónde está la gran obra prometida y realizada por sus elegidos? No veo, no veo… No veo a los sucesores de Paz, de Reyes, de Rulfo… tutelados por el FONCA: una organización bajo sospecha, ahora en explicable extinción o absorbida por la Secretaría de Cultura. En estricta justicia y sin ánimo de debate, pues es inevitable que exista una buena cantidad de afectados con o sin causa, esta decisión se veía venir, era inevitable, aunque también lamentable y controversial por todo el fracaso que implica y por las esperanzas  y frustraciones que se lleva consigo. 

En suma, la política cultural nomás no da una.

Luchar por el pago justo es lo que procede. No prebendas, no dádivas ni simulaciones, sino ingresos correctos, transparentes y permanentes. Trabajo justo y pagado. Nada justifica el maltrato y menos aún la manipulación por la vía del dinero.. Distinciones oportunas y no en los funerales. Inclusive obras por encargo, ¿por qué no? Esa sería una política inteligente. Hay demasiados faltantes en nuestro registros culturales, en todos los campos, que deben atenderse con agudeza e imaginación. Protección absoluta a los artistas, pensadores y creadores jubilados, ancianos y desvalidos, eso si, cual corresponde al preciso agradecimiento de una vida de entrega al trabajo y a su aportación a la cultura. Ampliación de actividades accesorias para que actores, escritores, músicos, etc., vivan dignamente, como en cualquier país que se respete y en bien de las actuales y nuevas generaciones. Actividades de extensión cultural en apoyo de la educación. Servicios asistenciales, empezando por un seguro médico para todos sin excepción y cuidados a domicilio a quienes lo requieran. Puertas y mano abierta, imaginación, conocimiento de la historia de nuestra cultura y raciocinio en vez de la burocratización que ha entronizado la infecundidad, el disimulo y la medianía.

Puede doler la verdad. Pero lo que es, es como es.

Cuando la sociedad en pleno –incluidos los gobernantes- entienda qué es la cultura y cual es su papel en la formación, en la calidad de la vida y en el fortalecimiento de la identidad y la dignidad de las personas y los países, entonces otra, muy distinta y respetable, será la actitud de tantos ciegos, sordos y necios que nos rodean.