Martha Robles

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ADIÓS MARIO. ADIÓS BOOM

Foto de Mario a sus 89 de edad, publicada en Internet s/a

El imperio de la Guerra Fría o bipolaridad comandada por dos potencias (URSS/USA) y sus respectivas ideologías invasoras y armadas -comunismo vs. Capitalismo-, engendraron en la segunda mitad del siglo pasado una temporada de esplendor y desprecio con sendas y expansivas posturas  y acciones  radicalizadas, en las que casi súbitamente lo imposible se hizo posible en medio de contradicciones: aunque limitadas, se movilizaron las clases medias en urbes de rápido crecimiento. Se entronizaron un mito revolucionario, una Sierra Maestra  emblemática y triunfo de los héroes de rigor, con su Fidel deificado e inspirador. A la par y muy ruidoso, se agregó lo demás al sueño/pesadilla de “nuestra América”, un término prefigurado, no obstante impreciso, al término del Porfiriato por ateneístas como Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, Vasconcelos, Martín Luis Guzmán, etc.: un sueño que fuera de identidad y reconocimiento, quizá dormido en el inconsciente de grandes lectores que hacia los años sesenta serían los principales miembros del BOOM o estallido de obras y nombres de indudable originalidad y en lo fundamental, acreedores al entonces prestigiado Premio Seix Barral.  Además de fascinar por su estilo y sus temas, esta generación de narradores antepuso su fervor por la “patria espiritual del idioma” al prejuicio de los nacionalismos que paradójicamente dotaron de sentido a sus lenguajes, sus temas y sus  estilos.  Consideraron Patria a la palabra propia del mestizaje o a la apropiada que reinventaba el mundo y su manera de verlo y expresarlo. “Mundo nuevo” y "lenguaje nuevo”  que tras siglos de menosprecio los del BOOM dignificaban al través de las letras  y a la par encumbraban las culturas hispanoamericanas y del Caribe.

Un BOOM, como se sabe, inseparable del ascenso editorial -publicitado como “fenómeno literario”- de cinco o seis escritores latinoamericanos, portadores del “nuevo lenguaje” definido por el más precoz, arrojadizo, seductor y cosmopolita de todos sus miembros: Carlos Fuentes y en lo sucesivo  inseparable de las biografías de García Márquez, Vargas Llosa y en menor medida y con asegunes Cabrera Infante, Onetti y los que se iban sumando a las listas de protegés de Carmen Balcells, su agente literaria: verdadera madre coraje, guía y protectora de sus criaturas desde el apogeo cultural de Barcelona, donde “los de avanzada tenían que estar”.

Decisivos en el estallido fueron también la firma editorial española vanguardista Seix Barral, el antiimperialismo a vencer, el romanticismo de las izquierdas que en sus orígenes convirtió a los intelectuales en defensores internacionales de la Revolución Cubana: amasiato idílico que, salvo para el Gabo, terminaría pronto y mal a partir de las feroces ejecuciones a “los traidores de la Revolución” y posteriormente por la infamia del “Caso Padilla” que no dejaron duda sobre la brutalidad de régimen castrista…  Miembros o no del BOOM -salvo García Márquez- los aún identificados como intelectuales de los sesenta rompieron públicamente con la quimera del marxismo tropical, a consecuencia de los inequívocos síntomas de la pesadilla o dictadura castrista que, heredada, aún está lejos de acabar en el siglo XXI. La fábula del “intelectual comprometido” y la consagración de las guerrillas, sin embargo, fueron parte indivisa de la caracterología del BOOM, extendida a cuando menos a una o dos generaciones posteriores.

En el fenómeno intervinieron el masivo empuje juvenil contra gerontocracias, despotismos y dictaduras regionales. Hubo tres nombres tutelares de los miembros del BOOM e inspiradores del cambio, previamente publicados en nuestros países: Alejo Carpentier, Pablo Neruda y Jorge Luis Borges; un añadido inclasificable, pero imprescindible: Juan Rulfo y la única influencia extranjera reconocida por consenso, gracias al predominio de las traducciones, fundamentalmente argentinas: William Faulkner. No podría dejar de considerar al infaltable hermano mayor de los del BOOM: Julio Cortázar… Una a una y por su orden, brillaron desde España y asociadas al "estallido”  novelas, cuentos y ensayos que consagraron la literatura latinoamericana con rubros tales como lo barroco y real maravilloso a lo Carpentier y el realismo mágico como el de Cien años de soledad;  además, un género fantástico “en situación”, gracias al admirado liderazgo de Borges y Bioy Casares; y en la zaga narrativa, mujeres a cuentagotas: Victoria Ocampo, Silvina Ocampo y Elena Garro, aunque fueron apenas nombres sin ascender al Olimpo…

Tiempo de gorilatos y reivindicaciones tan decisivas como las corrientes importadas de los amados/odiados yanquis, en el obligadamente contradictorio  escenario de rigor, sin el cual no se entiende el fenómeno del BOOM, los extremismos se juntaron: desde el tercermundismo hasta el feminismo (todavía ajeno a LOS feminismos actuales); desde la psicología del voluntarismo y su complementario modelo del esfuerzo hasta la incorporación del “proletariado” a los vocabularios personales; desde el pacifismo (fundamentalmente anti guerra en Vietnam) hasta el sindicalismo y los movimientos rurales. etc.

Nunca como entonces el uso del adjetivo era imprescindible, al grado de sustituir a los adjetivos: por ejemplo, el socorrido empleo del calificativo ·reaccionario” como sinónimo de lo despreciable y el “enemigo a vencer” por “las fuerzas vivas”. Reaccionario era el defensor de “las otras orillas” o “derechas”, donde  sentaba sus reales la supremacía eclesial, burladora del supuesto laicismo que enorgullecía a los idealistas republicanos o liberales de tinte decimonónico; reaccionarios eran también banqueros y empresarios, protagonistas de la industrialización y líderes de las “principales” (aunque endemoniadamente endeudadas) economías latinanoamericanas.

Todo giraba alrededor  de la superpoblación de boomers, hijos de la posguerra mundial, cuyas demandas de infraestructura, empleos y servicios sobrepasaron a todos los estilos de gobernar.  Los curiosamente apodados boomers, protagonizaron a la par de los escritores su propia batalla generacional, que tendría en los dramáticos sucesos de 1968 el sello de su máxima expresión, causa del desencanto y principio del declive con las esperanzas perdidas. Lectores y entusiastas del BOOM, los boomers completan el fenómeno literario, pues según su origen social los jóvenes y sus demandas se dejaron sentir en las aulas superiores, en el activismo, entre las filas de lectores, durante las manifestaciones masivas y, en suma, en lo que se consideró “despertar de la conciencia”.

Como no podía ser de otra forma, pesaba en todos los ámbitos el escenario de rigor: ausencia de libertades y derechos, dictaduras militares, persecuciones, atraso ancestral, torturas, mordazas, machismo feroz, analfabetismo y mayorías en pobreza extrema, ausencia de oportunidades vitales, gobernantes espurios, supeditación regional al dominio  totalizador de Washington, entonces calificado de “dependencia”… En suma, la realidad creó el fenómeno del BOOM latinoamericano que ahora cierra en definitiva sus puertas con la despedida pública de la escritura del casi nonagenario Mario Vargas Llosa:  último sobreviviente del grupo que pone fin a una época, que cierera el capítulo de las ilusiones perdidas y fusiona a su senectud la  maravillosa y no menos fugaz creencia de que las letras pueden salvarnos, de que la inteligencia crítica es poderosa, que en verdad existen “intelectuales comprometidos”, que hay además nuevos mundos y nuevos lenguajes y, a fin de cuentas, que los sueños más nobles no están condenados a transformarse en pesadillas, como la Cuba de Fidel, que a tantos aturdió con tan poco, como las izquierdas que consiguieron hasta olvidarse de su nombre, de su rumbo y de su origen. En fin, Adiós Mario. Adiós cenizas del BOOM. Adiós tiempo de fantasías juveniles…