Martha Robles

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De la SEP y su memorial de derrotas

diariodemexico.com.mx

Ningún proyecto educativo ha progresado a partir del brillante, inaugural de la SEP, trunco y agredido  plan de Vasconcelos.  De haberlo continuado, aplicado en todas sus partes o modernizado con ajustes pertinentes, México sería un hermoso, grande, productivo y admirable país. Aunque breve por necesidad de este espacio, repasar el memorial de fracasos y corruptelas nacionales en este renglón nos obliga a confirmar, a nuestro pesar, que sí, hay una especie de karma, estigma ancestral, maldición, desgracia o apego mexicano a la derrota o a la conformidad, porque como bien y dolorosamente afirmara Jaime Torres Bodet:

“México es una llanura. Al que asoma la cabeza, se la cortan.”

Igualarse hacia abajo,  como advirtiera no sin lamentarse Alfonso Reyes, ha sido una de las tentaciones ancestrales de nuestra cultura. Igualarse y gritar mentadas de madre a diestra y siniestra entre insultos al gobiernos como sea y porque si, con razón o sin ella. Vociferar a coro sin afán de actuar, sin criticar ni solucionar absolutamente nada, sólo para espejear la frustración popular y confirmar la triste definición de José Rubén Romero quien, harto de tanta idiotez, vino a gritar en mitad de la plaza, coreado por la rechifla de rigor: “¡pueblo globero y cabrón!”

La cuestión es que esa figura de “igualarse hacia abajo”, que tan bien ilustra la sociología mexicana, es cifra de la pertenencia de Reyes a la Generación del Ateneo de la Juventud. Como Martín Luis Guzmán o Vasconcelos, don Alfonso nunca desaprovechó la ocasión de insistir en la urgencia de romper esta desafortunada tendencia y emprender, de una vez por todas y con una nueva visión no desprovista de voluntarismo, “la hora de América”. Vida tuvo, sin embargo, para corroborar que cada vez que surge el recurso redentor, una alternativa de superación o cualquier esperanza medianamente convincente brincan  el opositor “rebelde”, el justiciero y el ofendido; en contrapunto, también el cráneo privilegiado que asciende al poder para hacer tabula rasa de lo recibido y prometer, imbuido de mesianismo, que “ahora sí” México será como el cuerno de la abundancia. Al filo de su muerte, en 1959, ocasión tuvo Reyes de fincar alguna esperanza en el promisorio proyecto educativo de Torres Bodet.

No está de más recordar que tras los sangrientos episodios que de la Guerra Cristera a la lucha por la autonomía de la Universidad y de las primeras confrontaciones sindicales a la memorable discusión Caso-Lombardo en los años treinta, al Maximato no le debe nada o casi nada la educación pública. Bastaría recobrar las escuelas rurales del cardenismo y la fundación del IPN como cabeza de otros establecimientos técnicos, en cambio, para valorar el empeño de don Lázaro para equiparar enseñanza y sistema productivo, al menos en lo elemental, y para responder al compromiso del recién creado PEMEX. Hombre de enormes contradicciones y creador del presidencialismo, Cárdenas se dejó llevar por la fantasía de imponer –sólo porque sí- el sello “socialista” en la educación, cuando más allá de Lombardo Toledano y de unas cuantas hojitas mal traducidas del Manifiesto Comunista no había quién ni cómo, en todo el país, supiera de qué se trataba tal pretensión ni mucho menos existían maestros capacitados para enseñar la tal doctrina en las aulas. 

En fin, éste de Cárdenas es uno de los capítulos más contrastantes de la educación en México, por cuanto ilustra sobre nuestro arraigado culto a la  improvisación. Otros hay como perlas, pero éste demuestra hasta dónde ha sido importante la inclinación del poder a sacarse planes de la manga para atreverse con lo innecesario y desconocido, no obstante los altos costes a mediano y largo plazos. Vasconcelista fue en cambio Jaime Torres Bodet, autor del magnífico Plan de Once Años durante el régimen de López Mateos, de donde vinieron a crearse el texto gratuito, los desayunos escolares, construcción de escuelas, libros de lecturas, bibliotecas y una versión moderna de las propuestas de su admirado Maestro de América.

Hay que reconocer que, a pesar de los objetores y de la cáfila de necios que siempre encuentran argumentos para defender el atraso y lo indefendible, las generaciones de la segunda mitad del siglo pasado, gracias a estos aciertos, engrosamos las cifras de la población económicamente activa y los beneficios de una creciente clase media y profesionista de donde vino a consolidarse el que fuera, al menos durante unas décadas, un claro ascenso transformador mediante la llamada “economía de prestigio” y su complementaria “cultura del esfuerzo”, aniquiladas por el nefasto neoliberalismo.

 Entre malos, peores y mediocres secretarios de Educación Pública, Presidentes cada vez más impugnados y la oscura pujanza sindicalista con su abominable maquinaria y peor historial, ni siquiera políticos reconocidos por su talento, como Porfirio Muñoz Ledo y don Jesús Reyes Heroles consiguieron no se diga permanecer en el cargo, sino medianamente enderezar la caída al vacío que ya se anunciaba en el cochinero de la SEP. Fugaz y profundamente incómodo para la vanidad de López Portillo, quien a mi pregunta de por qué abatía de manera tan ostensible y grosera el “Sistema Nacional de Compromisos”, propuesto en Los Pinos por el todavía entusiasta Porfirio -que ni siquiera imaginaba que a partir de esta experiencia trasmutaría en “chapulín” (de partido en partido)-, me respondió lo que sería de esperar en un talante como el suyo:

-Mire usted: como Presidente no puedo tolerar que un subalterno me presente un programa de gobierno…

La cuestión inequívoca y desventurada es que el saldo de casi un siglo de tentativas, propuestas, pasos de cangrejo, abusos y batallas campales dentro y fuera de la SEP, aunque a costa de los escolares, es lo que se ve y se sabe: una enseñanza de pésima calidad, gastos desperdiciados y por demás desviados, miles y miles de maestros y alumnos mal o peor formados, a pesar de su propósito de ser mejores; escuelas lamentables y, en suma, el producto fiel e indiscutible de una historia de corrupción horizontal y vertical, del sindicato a la SEP, de la SEP a los gobiernos de los Estados y así sucesivamente, que debería ponernos a todos los mexicanos la cara roja de vergüenza.

Aunque ningún proyecto, ley, plan, “reforma” o ajuste ha transitado con buena fortuna de una administración a la siguiente sin quebrantos, moches, objeciones, chapuzas, alianzas y tranza y media de ida y vuelta, no podemos menos que reconocer y agradecer la fuerza moral del batallón excepcional de maestros anónimos que, con encomiable devoción y amor a su diaria tarea, ha conseguido cumplir su alta misión formativa a pesar de la adversidad y de los controles sindicales y no obstante las presiones diversas y bajos salarios. Son quienes a diario sortean obstáculos sin fin, aunque las circunstancias les sean absolutamente aciagas y con todo y que, sexenio a sexenio, funcionarios y gobernantes recién llegados o no quieran enmendarles la plana y encontrarle la cuadratura al círculo para inventar el futuro sin observar el presente.

Gracias a ellos –que no a la CNTE ni a los engendros del SNTE-  nuestro memorial de fracasos no ha sido absoluto, aunque por todos los frentes broten en nuestro país evidencias de barbarie, abusos e imbecilidad moral. Por ellos existe un sector de la población tan responsable como consciente de sus derechos y deberes y también gracias a ellos –sin descontar la importante contribución de las escuelas privadas-  podemos decir que sí, la esperanza es posible y hay mucho que rescatar en este muladar político y caos social.

Finalmente y respecto de la controversial y muy política –o presuntamente política-  “Reforma educativa”, apenas asoma la punta del iceberg. ¿Cómo limpiar el cochinero sindical desde el chiquero político y burocrático? Tal para cual, ni modo. Por eso descreo de la utilidad y del buen fin de tantas torpezas acumuladas por sendos bandos. Desde el momento de anunciarla e imponer la dicha Reforma, todo estaba condenado al estallido, a la turbiedad y al fracaso. Lo vi venir desde el modo de anunciar y filtrar al Congreso las “reformas” de Peña Nieto.

Aunque persista el Sistema, no obstante el inacabado presidencialismo, por encima de la continuidad de una añosa y cada vez más desgastada costumbre de combatir y desacreditar al violento discrepante para después ajustar cuentas con él al viejo estilo, hay un hecho inequívoco que deja esta fatal experiencia con la CNTE: para los mexicanos de hoy ya no funciona el Sistema de ayer. No son los hombres de Peña Nieto los adecuados para actuar en un país asolado por la crisis. Tampoco el sindicalismo charro ni su brutal disidencia caben en una circunstancia marcada por el enojo popular ni un buen numero de personas con capacidad de opinar está dispuesta a tolerar políticas de golpes bajos.

La desgracia es que hay burócratas y ávidos de poder, pero no inteligencias políticas en el Gobierno. Aurelio Nuño ha sido incendiario por cortedad e insensibilidad política, pero no es ni será el apagafuegos debido a su ignorancia ostensible y comprobable no sólo de la realidad mexicana, sino en particular de la naturaleza del nudo gordiano que pretendió destruir a golpes de autoritarismo… ¡Vaya, ingenuo… Pero, si todo está en la historia: la pregunta y la respuesta, la avanzada y el retroceso, lo prohibido y lo permitido; la advertencia y la consecuencia; lo deseable y lo impensable…!

Pues en eso estamos: entre el paso hacia atrás del cangrejo y el salto mortal. De las tales “negociaciones”, sus arreglos, planteamientos, acuerdos y resultados, dependerá comenzar a salir de los vicios del Sistema o retomarlos, fortalecidos, para aplacar a las “fuerzas vivas” y al infaltable coro que, en vez de la plaza pública o de los quioskos del porfiriato, ahora lanza sus infaltables mentadas de madre desde las redes sociales.