Martha Robles

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De viudas y herederos

Fotografía de internet, O Globo

Viuda, albacea, destino apropiado y problema asegurado: en tantos casos documentados, esta fórmula equivale a conflicto anunciado. Cuando salen a la luz viudas, herederos y beneficiarios de autores y obras lucrativas pienso en el inconsciente como móvil desatendido en las biografías. ¿Qué hay en el fondo del que cede y en el del que recibe o se apropia del fruto ajeno? Amante del laberinto y la pesadilla, Borges dejó este enigma sin resolver a propósito de María Kodama: personaje autodefinido en breves rasgos que no la mostraban a ella en sí, sino al hombre de cuya memoria se decía guardiana.  

María Kodama no es la primera ni la única  viuda/nadie que, tras vivir bajo su palio, deja al garete el legado del intestado. Cercano y por fortuna resuelto en favor del Estado veinticinco años después de muerto, el caso de Octavio  Paz nos dejó boquiabiertos. Inteligente era, ni duda cabe, pero cuando se trata de “distribuir los dones” hasta el más pintado se ofusca. A Marie Jo no se le conocieron talentos, pero como el medio es untuoso no le faltaron lambisconerías ni elogios por ser la consorte. Y ella, tan presente en los eventos sociales y no tan sociales, se fue de este mundo abandonando a su suerte el legado:  archivo, obras, ediciones, bienes artísticos, traducciones, cartas, propiedades, documentos insustituibles…: todo lo relacionado con el cónyuge le importó un bledo. Como buen parásito, dejó a su suerte el santo y seña del Premio Nobel. ¿Revancha póstuma y secreta, acaso? Sólo quienes lo viven saben lo que se cocina en la intimidad.

En España todavía fluyen comentarios adversos entre editores, críticos, cercanos, lectores y conocidos de Alberto Bolaño porque, muerto al lado de la amante de años, con el divorcio en proceso y muchos confilctos entre ellos, la ex mujer, madre de sus dos hijos, sin tardanza se echó a saco a la hora de los funerales y se constituyó en dueña implacable del autor de Los detectives salvajes. El tema de las herencias se amplía a los que trabajan de hijos: otra especie de beneficiarios del trabajo ajeno. La lista de historias conocidas después de los funerales debería servir de advertencia a los que creen en “la pequeña eternidad personal”. Ésta se reduce al hecho duro y puro de las cuestiones materiales y financieras.

Los difuntos que descuidan las obligaciones testamentarias protagonizan uno de los capítulos con más miga y menos desarrollado de las letras. Ejemplos tenebrosos de rebatiñas y ambición hay por montones. Hasta mayordomos entran al ruedo, como leímos sobre la muy, muy nonagenaria propietaria de L’Oreal que, en su delirio senil, aplicaba de manera íntima y quasi franciscana su rebelión contra el capitalismo. Se sabe de un empleado doméstico de Picasso que resultó “propietario” de una inaudita cantidad de pinturas que, supuestamente, le “heredó” el patrón… Cosas de la vida y de las historias de parásitos e infecundos que buscan la vida fácil…

Curiosa he sido, ni duda cabe. Cuando logradas, las biografías superan con creces a la novela. En la vida/viva se esconde la respuesta de “¿qué es el hombre?”, que tanto intrigó a Malraux. El anecdotario sobre los que mueren confiados en la buena fe de parientes o mercenarios merece un trabajo puntilloso y disciplinado. Recuerdo, por ejemplo, el delirante mal vivir de los últimos años de un muy envejecido y alborotado Alberto Moravia. Con la brújula perdida acaso desde su ruptura con Elsa Morante (quien murió abandonada y enferma en un hospital), y de otra relación encimada y posterior con Dacia Maraini, el muy afamado y próspero  excomunista  no dejó de escandalizar a nivel internacional por sus arrojos tardíos. La puntilla, a sus 78 de edad y a cuatro años de su muerte, recayó en su matrimonio abierto, en 1986, con la entonces jovencísima y libre de prejuicios Carmen Llera, quien no dudaba en ventilar sus distracciones sexuales mientras él se contentaba observándola. Ruidosa si las hubo a la sombra del “que nadie escribía como él” -según respondió a pregunta del por qué de matrimonio civil tan desajustado-, a partir de sus funerales el nombre de la navarra  se fue extinguiendo. La curiosidad de los lectores  de El conformista, La romana y Los indiferentes…  no se limitó a conocer y valorar su obra, pues la biografía gradualmente desvelada abonó a lo conocido un rico historial que incluía el obligado capítulo sobre la heredera.  Aun para estos autores monumentales, la memoria es cosa vana…

Y más allá de esposas y cónyuges solícitas, están los que “trabajan de hijos”: la otra especie archi conocida de infecundos benditos. Sin el tema de los herederos no hay biografía completa ni confiable. Este es el capítulo más interesante y menos explorado de las relaciones, porque corresponde a los lados menos visibles.  En las celadoras del lecho funerario se aloja el secreto, el que deseamos conocer. Por su enorme complejidad el asunto de las herencias está más cerca del psicoanálisis que de la narrativa. Con Harvard, Cambridge, Oxford y cuanto monumento cultural estuvo dispuesto a arroparlo, ¿por qué Borges habría depositado en María Kodama "su pequeña eternidad personal"? ¿Por qué Octavio haría la propio con alguien tan impropio como Marie Jo? Nunca lo sabremos. Ambos gigantes tenían, como se dice, “el mundo a sus pies”, pero eligieron mirar a los pies.

Lo que si se sabe es de qué se trata vivir de prestado y cómo es fuerte y mezquina la tentación de  inventarse un destino a costa del otro. Vivir a su sombra y morir dejando todo el legado al garete... ¿Hay mayor manjar para el psicoanalista que la muerte de María Kodama, en su carácter de viuda?