Martha Robles

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Del uno y del otro méxicos

"Triste realidad" - Taringa!

Monstruoso fue el de ayer y peor el de hoy. Totalitario uno, laxo el otro y amigos de la impunidad los dos. Presidencialista y ultra nacionalista el de los “gobiernos de la Revolución”; dócil a la narcoeconomía, consumista y corrupto hasta la coronilla el de la partidocracia espuria de nuestros días: ¿por dónde empezar la restauración?, nos preguntamos algunos.

El absolutista régimen de instituciones y padre del sindicalismo charro se fortaleció con puentes de mutua seducción entre el poder y las letras; el México neoliberal, en cambio, se impuso en nuestras vidas de espaldas a la cultura: si alguna, ésta fue su peor elección. No bien comenzaba el panismo a malgobernar cuando acabó con el remanente de  lo bueno y agravó lo peor.  Finiquitó luchas obreras y campesinas, estrechó las expectativas de las clases medias, continuó la arraigada costumbre de pervertir a los líderes y dividió a la población en puñado de ricos mundiales adueñados de privilegios sin precedentes y mayoría de marginados en límites de miseria. El México del pasado se distinguió por el peso aplastante de la ignorancia; empero, el vigente abonó más datos negros a las cifras de la vergüenza: para nadie es noticia que está reconocido mundialmente por su corrupción y su  deficiencia educativa.

Distinguido por individualidades y vanguardias que encumbraron la creatividad local del siglo XX,  el país que desapareció entre los asesinatos de Colosio y Ruiz Massieu, porquerías sindicales, el peculiar estallido del EZLN y la autodestrucción de la dictadura de partido, abrió las puertas del poder al PAN y creó una fecunda raza de chapulines: otra manera de calificar a los oportunistas y beneficiarios de la partidocracia. La alternancia dio al traste, además, con las políticas sociales, dejó en vilo a las supuestas izquierdas e instauró el neoconservadurismo de rapiña. Hay que decirlo varias veces, para que se entienda de una vez por todas: nuestro salto a la dizque democracia del tercer milenio nos ha llevado a padecer una de las situaciones de mayor inseguridad y enojo colectivo de nuestra historia y, para no abundar en detalles,  que valga recordar que con lo que cuesta el voto efectivo, el sistema de salud podría equipararse a lo mejor del mundo.

Si las comparaciones nos parecen odiosas, más son los resultados desventajosos. A ninguno de los dos países –el de ayer y el actual- interesó resolver el problema alimentario ni su correlativa producción agrícola. Tampoco la inminente necesidad de invertir en energías limpias y de racionalizar tanto el uso del suelo como el cuidado y la explotación de las reservas acuíferas, por citar solamente puntas de un iceberg que no tardará en ponernos a temblar. Agréguense otros rezagos también gravísimos respecto de la sanidad, el envejecimiento de la población, educación, vivienda, transporte, basura, contaminación, diseño urbano y vialidad, y más pronto que tarde veremos que lo que enturbia a nuestro pobre país es responsabilidad de todos, porque el signo nefasto no discrimina.

Es inevitable advertir, no obstante, que entre los dos méxicos es el de hoy el causante del peor hartazgo y el que mayor repudio a la clase política ha expresado desde el levantamiento armado. El México del siglo XX se llevó consigo la movilidad social, la economía mixta, la meritocracia, las posibilidades del campo y el valor del prestigio. A cambio de personalidades intelectuales y de políticos y diplomáticos de prestigio que se desplazaban entre el pensamiento crítico, las letras y los entresijos del poder, la alternancia trajo consigo una criminalidad descontrolada,  el monetarismo, el descrédito de las ideologías, el ascenso  de lo anodino y del medio pelo en los altos mandos, con el agregado de bribonerías inocultables que han dañado sustancialmente la moral y el desarrollo de los estados de la República. 

El imperio del comercio exhibió la devaluación del saber y la descomposición cabal de la sociedad. Las redes sociales pusieron de manifiesto el descrédito de los poderes de la República, acabaron con la otrora prerrogativa del secreto y aun las intimidades dejaron de serlo para volverse comidilla del gran público: fenómeno que si bien es favorable al despertar de la conciencia colectiva, también contribuye a la fácil confusión y aceptación de interpretaciones sin fundamento.

Las instituciones se degradaron hasta la ignominia y dada la paupérrima capacidad democrática de los más, ya presiona el dilema de barrerlo todo y barrerlo bien o resignarse a caer en el basurero de la historia.  En conclusión: nada que añorar del pasado inmediato ni qué celebrar en el imperio actual del delito que nos acorraló en una insondable crisis moral. Hay que decirlo si más: no hay salida en la circunstancia actual, como no sea la más radical de una ciudadanía transformada y más fuerte que sus gobernantes indignos.

No existe síntesis posible entre sendos modelos sociopolíticos o de Estado. Hasta ahora uno y otro, sin embargo, tienen en común la pasión por las máscaras, una irremisible inclinación a mentir y el carácter del mestizaje, reconocido de tiempo atrás: un ancestral síndrome de la derrota, el lamentable complejo de inferioridad y la deficiente identidad que, desde los días coloniales, impide a los mexicanos elevarse sobre sí mismos y corregir sus defectos.

Rodeados pues por pillos en fuga y otros expuestos a la justicia en duda, es hora de ocuparnos de lo fundamental y de organizarnos con cordura para que un tercer México, consciente de su pasado y comprometido con su saneamiento y su porvenir pueda gestarse con lo mejor que tenemos: la voluntad de cambiar para mejorar, empezando por nosotros mismos.