Martha Robles

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José Revueltas, peldaño de la denuncia*

terceravia.mx

Pasó el tiempo en que las letras tuvieron impacto social. No entre todos ni todo el tiempo, solo entre la población intelectualmente activa. Sin esta contribución hubieran sido imposibles la cultura de la denuncia y la nueva narrativa. En ese aspecto, José Revueltas fue un grito contra el autoritarismo concentrado en combatir derechos y libertades. Él, con valentía, desenmascaró la ferocidad contra disidentes y expresiones contrarias a intereses dominantes.  Ante el poder de acallar, someter y reducir hasta  extirpar la dignidad, fue de los pocos “mártires” que convirtió en literatura su lucha por la justicia.

El apogeo de la denuncia coincidió con dictaduras y gobiernos espurios. Además del analfabetismo y la miseria con ignorancia, los obstáculos editoriales y geográficos eran absolutos, equivalentes a los prejuicios y la censura política y religiosa. Los escritores mal vivían de “trabajos alimentarios”. Condenados a la precariedad, también los periodistas se amañaban para burlar la paga ínfima y la nula libertad de expresión. Discrepar significaba persecución, encarcelamiento o el mexicanísimo “ninguneo” o muerte civil. Al peor de los casos se reservaba el exilio, la desaparición, la tortura o la muerte.  Ante el apogeo internacional de las izquierdas,  las luchas contra autoritarismos y totalitarismos se concentraron en demandas obreras, campesinas y  estudiantiles. Lo más radical, sin embargo, estaría encabezado por líderes sindicales como Demetrio Vallejo y Valentín Campa quienes, entre 1958 y 1959, fueron perseguidos y encarcelados durante años o décadas por exigir mejoras salariales y mínimos derechos para sus agremiados.

Pocos escritores, como Revueltas, fusionaron letras y activismo político. A los 15 de edad comenzó a pagar el precio de su discrepancia en las Islas Marías, la legendaria cárcel de alta seguridad, donde compartió infortunio con los primeros militantes trotskistas. Su combatividad lo convirtió en asiduo de presidios inmundos. Revolucionario “a su manera”, dogmático y empecinado desde fines de los años veinte, tras unos quince de militancia fue expulsado la primera de dos veces del Partido Comunista Mexicano, en 1943, por criticar su burocratización y denunciar errores, como la archiconocida intolerancia de dirigentes y correligionarios. Imprescindible para entender la ideología que dividiría al siglo XX, Ensayo de un proletariado sin cabeza, publicado en 1962 y seguido, dos años después, de su novela Los errores, continúan siendo las denuncias mexicanas más valientes contra el furor estalinista que también alcanzó a nuestra tierra. A partir de entonces, solo se llamaría “de izquierda” la facción no comunista, aunque también ideologizada e intolerante de los otrora comunistas pro soviéticos.

Por los vasos comunicantes entre la utopía comunista y la literatura entre los aún jóvenes miembros del Boom, hay mucho que desentrañar si es que deseamos entender por qué a partir de la caída del muro de Berlín, en 1989, y con total claridad durante el siglo XXI, la defensa de los derechos humanos desplazó al imperio de la denuncia. Los antecedentes son importantes: el infatigable y terco Revueltas, tras ser expulsado del PCM, fundó la Liga espartaquista de filiación bolchevique. Adoptó los cerrados lineamientos marxista-revolucionarios establecidos al término de la Primera Guerra Mundial, en Alemania, por sus principales fundadores: Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo. Ante cambios del socialismo no se atrevió a reblandecer sus posturas, pero tuvo que aceptar la imposibilidad de ser escritor con autonomía moral y miembro disciplinado de cualquier partido.

Por su conflictiva desobediencia también sería expulsado del Partido Popular Socialista de Lombardo Toledano. Eje de su biografía y sello de su obra, nunca pudo resolver la empecinada contradicción de desear ser correligionario comunista y pensador en libertad. En ese aspecto también fue singular, pues puso en evidencia los contrapuntos entre la psicología o sometimiento del afiliado y la imprescindible independencia del escritor que, para serlo en verdad, requiere un mundo y una voz propia. Asimismo, tal dilema sitúa al lector en una postura sin salida, como si la obra estuviera rasgada por el activista o quizá a su vida en las letras le hubiera faltado  síntesis y/o rumbo propio; es decir, durante su trayectoria atormentada, Revueltas no pudo avanzar como escritor activista ni ejercer su radicalismo desde su condición de escritor templado por la libertad. De hecho, la totalidad de su literatura está supeditada a la ideología. Por analogía, cabe recordar que cuando Neruda se atrevió con una poesía “comunista”, el resultado fueron sus peores creaciones: un horror del que ni él mismo hubiera querido acordarse.

Discurrió la “Autogestión académica” como  respuesta pedagógica al ostensible fracaso educativo a cargo del Estado. Como Revueltas, autodidactas también fueron Juan Rulfo y Juan José Arreola quienes, enemigos de fanatismos e ideologías, cultivaron la literatura por la literatura misma: uno de los caminos y el más solitario, que tras de la tormenta cubana y de haberse probado en escalas de la izquierda, irían eligiendo la mayoría de los protagonistas del Boom. Recordemos que García Márquez, Cortázar, Onetti, Roa Bastos, Fuentes y Vargas Llosa formaron parte de la vertiente ideologizada que tendría en Revueltas un antecedente importante. No obstante y a pesar de que por su radicalismo exacerbado y sus experiencias carcelarias en nada podría equipararse el autor de El apando, Los Muros de agua, Dios en la tierra o Los días terrenales con estos escritores privilegiados, esta generación dejaría en claro que  se pueden tener inclinaciones o simpatías de izquierda, pero la atadura doctrinaria es absolutamente inconciliable con la autonomía del creador.

Siempre aparte, inquietante e incómodo por su intransigencia, inclusive en el ámbito universitario José Revueltas hizo de su mala e incendiaria prosa una daga para rasgar la mentira del régimen totalitario. No revolucionó el lenguaje, a pesar de que, entre autobiografía y denuncia, creó su vertiente en las letras de la hora. Sus novelas, guiones cinematográficos, conferencias y clases en la Universidad compartieron un tono al rojo que, al tiempo, haría más comprensible la lectura del escritor ruso Alexander Solzhenitsyn, autor de Archipiélago Gulag, porque uno y otro, desde sus circunstancias respectivas, iban realizando el gran testimonio de la brutalidad a cargo del Estado.

Siempre será José Revueltas un precursor del cambio. En la historia de la cultura Latinoamérica aparecerá su nombre como el escritor de izquierda radical,  solitario y acosado –como sus hermanos geniales- por el demonio del  alcohol, marginado de beneficios académicos o intelectuales y condenado al ostracismo. Paradójicamente y como un acto característico de nuestra realidad kafkiana, su cuerpo sería trasladado a la Rotonda de los Hombres (ahora Personas) Ilustres, cinco años después de su fallecimiento, ocurrido a los 61 de edad, en abril de 1976. Convertir oficialmente en “ilustre” al hombre y la memoria perseguida de uno de los más infatigables impugnadores del Estado que lo consagra, no es extraño en tierra de populistas y “ogros filantrópicos”. De hecho, este episodio pone en evidencia el absurdo característico de la historia mexicana del poder. Escritores comunistas hubo en abundancia en la Hispanoamérica del siglo XX -Pablo Neruda o Alejo Carpentier-, pero quizás fuera Revueltas el último y más emblemático modelo de radicalismo duro, “un rojo” que murió sin ceder ni conceder.

Salvo en Cuba y desde México hasta Argentina se fueron debilitando los partidos comunistas. Legalizados, acabarían absorbidos en facciones de la “izquierda unificada”. Las simpatías de quienes rechazaban tanto el radicalismo de una post estalinización como “los intereses burgueses”, encontraron rumbo en una izquierda no comunista. “Izquierda” que no solo no es una ni “roja”; tampoco de izquierda,  porque aglutina discrepancias y trepadores. Por tal fisura los huérfanos del radicalismo accederían al populismo ascendente de nuestros días. De este modo, “la izquierda” evolucionó no como ortodoxia marxista, sino hacia el enredo de mesianismo antiimperialista y anticapitalista o “contra el neoliberalismo” y de espaldas a “los conservadores”, que son “los otros” (¿?).

En tanto y la política no abandonó su curso heterogéneo e interesado, lo que entre escritores comenzó en denuncia derivó en literatura. Así son los juegos del azar. La paradoja es que no se reconociera a escritores activistas, como José Revueltas y Elí de Gortari, como pioneros marginados de la “nueva conciencia” atribuida al efecto Boom. Cuando se escriba este capítulo de la historia moderna se confirmará cuán decisivas fueron sus respectivas obras, ideas y ejercicios docentes en la formación de un sentimiento latinoamericanista, al que contribuyó, hasta su muerte, el filósofo Leopoldo Zea: primer “latinoamericanista” señalado como tal, quizá desde los años cincuenta. A la fecha suele repetirse que “la nueva conciencia latinoamericana” se debe a los narradores vinculados al “estallido”: es probable que esta falacia provenga de la propaganda editorial y que, como lo demás en la historia, se de por hecho porque, de tanto repetirlo, ya todos lo creen. Lo cierto es que sin el peldaño de la denuncia no habrían atinado con voz propia las siguientes generaciones de escritores en nuestra América.

Lo innegable es el agónico o grisáceo estado de nuestra literatura, después de que, durante décadas, las voces de nuestros antecesores fueran incendiarias.  Sus letras, inmersas en un torneo de hallazgos y agudezas, espejeaban el apremiante deseo de cambio, un impulso por ir más allá, hacia lo que supuestamente aguardaba un tiempo de derechos y libertades, ajeno al pasado tormentoso que teñía sus historias. Pienso en Octavio Paz y  su capacidad de ver más allá al titular Tiempo nublado, uno de los libros/cifra para entender los galimatías de nuestro tiempo. ¿Tiempo nublado? Mejor me vienen a la memoria versos de La canción de la vida profunda de Porfirio Barba Jacob:

(…) Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,

como la entraña obscura de obscuro pedernal;

 

la noche nos sorprende, con sus profusas lámparas,

en rútilas monedas tasando el Bien y el Mal (…)

 

*Fragmento de mi libro inédito Voces de su tiempo.