Martha Robles

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La inmigración en masa

Fotografía: www.sinembargo.com.mx

Un hombre solo es el Hombre. Cuando reunidos por miles se modifican la idea de lo humano, el carácter del ser y la concepción social de la pertenencia a una cultura, a un territorio e inclusive a una comunidad. Si la muchedumbre está en movimiento se vuelve amenazante. Por ajena e incomprendida, la masa humana es una de las figuras de terror por excelencia y lo más cercano a la escatología que, desde el Medievo, ilustra la devastación y el fin de los tiempos.  La gente abandona su patria por varias causas: desgaste de tierras, violencia armada, invasiones, persecuciones, epidemias, hambre, aridez, miseria o afán de cambio. En cantidades proporcionales a la sobrepoblación actual,  los desesperados se desplazan del este al oeste y del sur al norte, en pos de bienestar. Con asombrosa temeridad, miles y miles de desamparados se atreven con lo desconocido y todos, sin excepción, demuestran que vale más la libertad que la vida. Aunque por montones  mueren en el intento, los más animosos emprenden su odisea como Ulises redivivos, salvo que desprovistos de la protección de los dioses. Imparable, la multitud navegante, en transportes o a pie arrastra un pasado más o menos homogéneo, pero su presente y su futuro son tan inciertos como la geografía política que, a pasos agigantados, está desafiando los dominios globales del neoliberalismo.

Al margen de declaraciones ociosas y buenos propósitos, los países del sur y del este  expulsan a su gente y no hacen suyos a los ejércitos de desvalidos que tocan  sus puertas. Más aún: puente entre dos realidades extremas e inconciliables, no es la geografía del atraso lo que interesa a los que huyen de la miseria desesperanzada ni su tránsito, por difícil que se antoje, frena la atracción del sueño americano. Habituados a discriminar a los “mojados” del sur y a voltear hacia otro lado cuando se trata de la complicada historia protagonizada por  indocumentados propios o extranjeros, los mexicanos, en mayoría y a diferencia de lo que ocurre en países de acogida, por primera vez se enteran de lo que se trata una migración en masa.  No es lo mismo recibir cifras regulares de quienes desafían el cerco fronterizo que ver en directo y por todos los medios una caravana imparable; es decir, ver en acción a miles de personas decididas a modificar su destino.

Al cambiar radicalmente las técnicas migratorias y los correlativos cercos en las fronteras, los miles de hondureños que avanzan hacia los Estados Unidos están poniendo de manifiesto prolegómenos de una revolución de los pobres, engendrada y exacerbada por el neoliberalismo del siglo XXI: un modelo económico que, lejos de formar ciudadanos y democracias como presume, ha dividido al mundo en extremos de esclavitud, miseria y riqueza; desesperanza letal para las mayorías y sistemas de privilegios reservados a minorías cada vez más cerradas, irracionales y deshumanizadas.

Migrar ha sido un fenómeno natural, inseparable de procesos evolutivos. Animales y grupos humanos se han movido de una región a otra y de un continente a otro desde los días del Edén. Expulsados del Paraíso, Adán y Eva fueron con seguridad los primeros desposeídos. La Biblia está sembrada de huérfanos, viudas y desvalidos sin tierra que, encabezados por el éxodo judío liderado por Moisés,  hacen del migrante una de las figuras infaltables no sólo del Antiguo y el Nuevo Testamento, sino de  la memoria histórica.

¿Quién no se estremece con la desgracia de Abraham, el extranjero perpetuo? ¿Cómo permanecer indiferente ante la bestial expulsión de árabes y judíos en la España imperial de 1492? La “Santa Inquisición” ¿cómo justificarla? ¿Y la hégira o migración de musulmanes de la Meca a Medina, ocurrida en el año 622? Para no concentrarnos en temas político-religiosos del pasado, hay que valorar la abultada lista de intelectuales, artistas y perseguidos durante el siglo pasado por el franquismo, el fascismo, el leninismo, el comunismo, etc., etc. En términos ideales y en proporción a la calidad educativa de los migrantes, cuanto se pierde en civilización y cultura en la tierra que se deja, lo gana en diversidad la patria de acogida. Desde los días de Persia, Grecia, Roma y Alejandría, ya se sabe que no es lo mismo recibir letrados y estudiosos en varias lenguas que a las hordas de bárbaros y cruzados descritas por historiadores y cronistas de todos los tiempos. El saldo de sangre de los migrantes armados revelado por Norman Cohn es estremecedor.

A diferencia de otras migraciones numerosas, los  españoles en fuga de la Guerra Civil dieron un impulso cultural sin precedentes a numerosas generaciones de mexicanos e hispanoamericanos. Los desplazamientos masivos de inteligencias educadas  fertilizan la tierra de acogida y, a su vez, se nutren de lo nuevo. Al menos en México, hay un antes y un después del exilio español. Hay que insistir, además, en que no hay un solo científico distinguido con el Nobel o académico, artista y/o escritor, al menos en los Estados Unidos, que no sea un inmigrante él mismo o descendiente de inmigrantes.

Pero ahora, a propósito de los temas humanitarios y de los migrantes en masa comandados por hondureños y en ruta hacia los Estados Unidos, México se ha convertido en puente entre la dramática realidad sudamericana y la brutal presión económica y diplomática del intolerante gobierno de Donald Trump. Es decir, no enfrentamos un problema particular ni típico de los indocumentados, sino que nos encontramos enfrascados en un dilema interncional de desafíos múltiples que, de menos, requiere de una excepcional inteligencia política.

Antes de que el capitalismo comandara la política discriminatoria, los credos y los fanatismos provocaron más estallidos migratorios que los ataques civiles y militares. No hay capítulo de la historia sin desplazamientos humanos. Baste repasar los éxodos causados por la Segunda Guerra Mundial; luego, a los “mojados” dispuestos a peligros sin fin para llegar “al otro lado”  o la odisea de los que, con lujo de brutalidad, pusieron a los Balcanes en la mira internacional a fines del siglo pasado, para confirmar que los movimientos migratorios forzados son el hecho más frecuentado, cruel, significativo e irresoluble de nuestra era. Si el de las pateras cargadas de africanos representa para Europa una de las más intimidantes y dantescas figuras cotidianas, ahora sumamos el triste espectáculo de refugiados sirios y el de miles de hondureños que avanzan en masa en pos del bienestar proscrito para las mayorías. Esto significa que el mundo es una nerviosa esfera en movimiento donde el clima, la propia presencia humana, la política o los fenómenos naturales están moviendo a numerosísimas poblaciones en situaciones cada vez más inciertas, complejas y deshumanizadas.

Que pocos se interesen en analizar la complejidad migratoria no significa que no sea uno de los fenómenos más importantes, graves y reveladores del siglo. Por su vulnerabilidad implícita se presta a reacciones extremas, desde los exaltados actos de demagogia y sus complementarias y arriesgadas actitudes mesiánicas, como la improvisada oferta de López Obrador de otorgar visas de trabajo a la muchedumbre de hondureños en tránsito hacia el país vecino, hasta feroces muestras de discriminación y yerros políticos y diplomáticos. Sendos casos no son más que muestras de la ignorancia que existe al respecto de la movilizaciones humanas y sus circunstancias.

México nunca ha tenido sus fronteras abiertas ni nuestras reglas son incondicionales para los pobres vecinos del sur de nuestra América. Nunca hemos mirado al sur con espíritu de igualdad y justicia. Tampoco, desde la Independencia, México ha resuelto sus propios conflictos respecto de la justicia social, la inseguridad, la violencia, el desarrollo, la miseria, la gobernabilidad, la infraestructura, las políticas demográficas, sanitarias y laborales, la creación de infraestructura, el sistema de oportunidades vitales y, desde luego, la democracia. Así que, cuidado con la demagogia y la palabrería: estamos ante un problema internacional tremendo en todas direcciones: económico, social, político, diplomático, educativo, cultural y demográfico.  Es de tal modo complejo que más que agradecer su ingenua “buena voluntad” indigna la ignorancia del virtual mandatario de México. Más aún: el drama apenas comienza. Lo que está por venir es, de menos, imprevisible en términos socioeconómicos, diplomáticos, cívicos y políticos. De ahí el riesgo de hacer ofertas al aire, pues en cosa de horas la muchedumbre de hondureños ha engrosado el número de la calificada de “caravana”.  Y no se hable de la violencia local existente, de los narcos, de los crímenes, los feminicidios, las violaciones… Es decir: aquí no hay justicia ni seguridad de ninguna índole. Eso no se cambia por decreto ni de la noche a la mañana ni se mejora con actos humanitarios de caridad religiosa, por cierto también valiosos pero no suficientes ni necesariamente adecuados y oportunos. Menos aún se subsana el desafío con una educación tan precaria como la media mexicana.

Por otra parte y respecto del fenómeno del que ningún pueblo se sustrae, no hay un ser vivo ajeno a alguna migración masiva y por demás lastimosa. Sea de sur a norte, de este a oeste, por tierra, por mar, entre desiertos, en cubierto, a cielo abierto… las cifras de muertos se refunden en la estadística mientras por decenas de miles los marginados o “condenados de la Tierra”, como los calificara Franz Fannon, continúan huyendo, con las manos vacías, en busca de una vida mejor. No son los primeros ni los protagonistas de la peor tragedia migratoria, pero los sirios huyen desesperados y masivamente de la carnicería comandada por la confrontación entre el estado islámico, Bachar el Asad y otras facciones en pugna. Esta destrucción ha puesto de relieve un hecho sin discusión: no hay un solo conflicto interno en el que no estén involucrados intereses, capitales y armas extranjeros. Por consiguiente, todo fenómeno migratorio entraña un problema internacional que debe resolverse así, mediante políticas, estrategias y normas globales.

Brasil, México, Honduras, Venezuela, Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Perú, Ecuador, Bolivia… Nuestros países son una fábrica de migrantes, de dolor, problemas  y sufrimiento evitable. La presión de los desplazados está superando la resistencia de los pueblos a aceptarlos. Ya no se puede ni se debe mirar hacia otro lado: cambiamos de raíz este malhadado neoliberalismo o las masas enardecidas, como en la Edad Media, se encargarán de imponer sus propias reglas; es decir, el caos definitivo.