Martha Robles

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La magia del Cid campeador

Tumba del Cid. Catedral de Burgos

El pésimo manejo de la información sobre la supuesta enfermedad del Presidente me hizo recordar un montón de invenciones y chapuzas que antiguas o recientes, cercanas o lejanas, se inventan para manipular a la población. Las grandes fábulas, en cambio, ascendían a las letras. Vivimos situaciones tan pobres y vulgares que ya ni el mandatario consigue enfermar y convalecer con gracia. Hasta pudimos imaginarlo difunto al frente de sus huestes morenistas, pero solo hubo una descarga de mensajes propagandísticos, memes, necedades y muestras del peor servilismo rastrero. Este fenómeno me puso a Rodrigo Díaz de Vivar entre ceja y ceja porque ganó la más importante de sus batallas después de muerto.

A más la leo, la recuerdo y la recreo en función de los mitos fallidos, más me fascina la gesta del Cid Campeador. Obra maestra de la historia fabulada, la única copia quizá reinventada del manuscrito original apareció en el monasterio de San Pedro de Cardeña en el siglo XIII, unos dos siglos después de la Reconquista que encumbró a Rodrigo Díaz de Vivar, a fines del siglo XI. Según Alfonso X en su Historia de España,  el autor fue un monje que comenzó a divulgar el cantar con fines propagandísticos para atraer peregrinos y obtener donaciones. Tan exitoso sería su empeño que, a la fecha, el monasterio continúa atrayendo visitantes, dádivas y ficciones.

A partir de entonces y durante los 800 años siguientes el personaje del Cid, recobrado por Ramón Menéndez Pidal, ha sido inseparable tanto  de la curiosidad literaria y la tradición popular como del folclore del cristianismo español. Concentrada en las escenas  que con mucho anticiparon el realismo mágico, más de una vez me detuve frente a su tumba en la catedral de Burgos para pensar en la figura del héroe elegido, en los anuncios proféticos, en la versatilidad prodigiosa que se le atribuye a Santiago apóstol y en el guerrero que triunfa sobre el rival después de muerto sin soltar su Tizona: elementos envidiables para cualquier fabulador.

El lenguaje medieval de los primeros manuscritos de la que sería nuestra lengua, me enseñó que sin magia no hay literatura, y acaso tampoco política.  El Cid se ilumina cuando en sueños y en su lecho de muerte, se le aparece san Pedro para anunciarle que Santiago apóstol le ayudará a enfrentarse a Búcar, su rival, quien ya se adelantaba hacia Valencia  acompañado por otros 36 reyes moros.

Que para hacer efectiva la merced divina –añadió san Pedro-, debía comunicar esta revelación a sus fieles y comprometerlos a obedecer al pie de la letra las siguientes órdenes: que al expiar deberían lavarlo y embalsamarlo con ungüentos y mirras de la cabeza a los pies. Que Jimena evitaría las lágrimas y las manifestaciones del duelo para que la noticia de su fallecimiento no llegara a oídos de las tropas rivales. Que sus hombres de confianza, que le habían acompañado durante sus conquistas y destierros, atraerían a la población hasta las murallas de la ciudad haciendo resonar trompetas y tambores en señal de alegría. Cautelosamente harían cargar mulas y carros con todos los objetos valiosos para que, al término de la batalla de la que saldrían victoriosos, salvaran los tesoros valencianos.

Una vez muerto lo armaron con cotas de maya y yelmo de buen acero. Abrieron bien grandes sus ojos, asearon y acicalaron sus barbas y blandiendo la Tizona en la mano, lo fijaron a lomos de Babieca. Así salió a batallar a mitad de la noche, al frente de sus huestes y flanqueado por su portaestandarte Pero Bermúdez y el fiel Gil Díaz, un musulmán converso. El Campeador derrotó de este modo a los almorávides en tan brutal combate que los sobrevivientes huían hacia el mar, pero muchos ahogaban antes de subir a los barcos.

Tanto la gesta del héroe castellano como la prodigiosa intervención del “Matamoros” Santiago apóstol, se tienen por hechos verídicos en el imaginario popular. Uno y otro continúan enriqueciendo sus respectivos mitos con enorme efectividad. Y esto viene a cuento porque no he dejado de pensar en cómo se multiplican las ocurrencias inauditas durante tiempos aciagos. Crecí con el cuento de que Emiliano Zapata continuaba cabalgando con vida. Otros juraban que Juárez perdonó a Maximiliano y que murió de viejo refundido en sabe Dios cuál país olvidado. Que Hitler llegó con sus más cercanos a Argentina o que una tal Anastasia, hija y sobreviviente del Sar de Rusia, vagaba por Europa protagonizando su propia ficción; en su delirio Nicolás Maduro dijo que Chávez se le había aparecido trasmutado “en pajarito” ... Héroes y fábulas han caído en picada. La imaginación popular también está en crisis. A las huestes de MORENA deberemos una inmensa contribución a la imbecilidad moral. Sin desdoro de su planilla electoral, que no inspira más que vergüenza, un tal Jesús Estrada Ferreiro, alcalde de Culiacán, convirtió en prócer a su patrón López Obrador.  Lo exhibió en un cartel de por sí ridículo y controversial rodeado por Morelos, Hidalgo, Juárez y Cárdenas… Ante los horrores y las medianías que nos espetan, ¡cómo no voy a refugiarme entre los héroes verdaderos!