Martha Robles

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Metamir: mirar lo oculto

M.C. Escher

Sin la gracia de “ver” más allá de lo aparente no habría ciencia, tampoco política de altura ni gran literatura. Lograrlo requiere una óptica refinada para percibir el flujo y reflujo de lo consciente e inconsciente; es decir, más que plegarse a las leyes de la  óptica tradicional, Primo Levi tuvo el acierto de definir metamir a la suerte de “espejo metafísico (…) que reproduce tu imagen tal como es vista por quien está frente a ti.” Lo hizo en una obra que releo con frecuencia: The Mirror Maker: Stories and Essays  (1989), traducido del italiano por Raymond Rosenthal.

Se trata de atinar con el ser que es o subyace detrás del personaje y que con frecuencia lleva a los lectores a preguntarse si Fulano no es en realidad un retrato de Zutano. Yo misma he dado vueltas al secreto de más de un impostor en política y no se diga respecto de la duda de si no era la propia Yourcenar la que se mostraba en boca de Adriano o si Nabokov prefirió trascender como el cazador de mariposas de la fotografía en vez de aceptarse en el alias y pederasta Humbet Humbert de su Lolita.

Fascinada con el hallazgo de Primo Levi, Nadine Gordimer, ganadora del Nobel en 1991, reiteró que no hay ficción sin un sustento de realidad porque el escritor, al reunir rasgos recurrentes para conformar al personaje ficticio, “selecciona y mezcla diferencias que la imaginación adopta para sus propósitos”. Cuanta más avezada esta  mezcla más acertado el perfil del observado. Me refiero al don de  descifrar lo oculto, lo que no se ve ni se sabe pero atina con lo esencial de una situación o un carácter. Por extensión, el fenómeno vale en la habilidad del médico para diagnosticar mediante unos cuantos destellos o al talento del artista al pintar al retratado. Asimismo se expresa el genio del escritor ante el tirano enmascarado de redentor, la embaucadora bajo el disfraz de dulce paloma, al embustero, una historia…

 ¿Qué artista o pensador no provoca especulaciones sobre el rostro expuesto pese a la máscara, el criminal revestido de seductor, el dictador, el cobarde, el simulador y, en suma, cuanto desnuda al ser que es aunque enmascarado de lo que no es? Sin la óptica del  General Patton  no se habrían discurrido estrategias para conocer y abatir al enemigo.  Por estar en posesión de un metamir singularísimo, Churchill llegaría a afamarse como uno de los estadistas más brillantes del siglo XX.

Cuando lo es en verdad, el escritor que está frente a ti te ve, te ve tal cual sin importar lo que aparentas. Y con esta claridad lo explica Nadine Gordimer: de la colección siempre incompleta de destellos de lo que el individuo es, “el escritor retiene uno o dos, quizá, para uso futuro en la personalidad de alguien totalmente distinto (…) Una de sus pocas certezas es que la inconsistencia es la consistencia del carácter humano.” La virtud del metamir consiste de eso, precisamente: recibir lo que no se dice cuando el otro habla; leer la furia en los ojos del que niega una sonrisa; interpretar mensajes amordazados, descifrar gestos, cruzar recuerdos con señales en boca de otros…

 “Ver” lo que no se sabe o se esconde, aunque los demás no lo noten: tal la gracia de los llamados a descifrar, además de la identidad de una criatura ficticia, signos mágicos o crípticos. Al abundar en la sinrazón del odio nazi contra los judíos, Primo Levi ilustró esta visión interpretativa a propósito de Timoteo, un fabricante de espejos que, en pos del cristal perfecto, gastaba sus horas diseñando azogues. Tras mucho probar, Timoteo halló un pequeño cristal, adhesivo y flexible, que al ponerlo en la frente de alguien hacía que el otro lo viera –lo leyera- no como era ni como creía ser, sino tal y como era percibido. Para una víctima de los nazis, como el propio Primo Levi, la analogía enfatiza destiempos y distancias entre vencedores y vencidos no solo respecto de lo que unos y otros decían, sino de sus diferencias entre saber y creer, entre ser y estar.

Escribió además que el metamir en la frente de una madre la hizo verse como ángel a los ojos del hijo. Un hombre feo y sin atributos pudo reconocerse guapo y deseable en el espejo de la amada. El criminal se descubría tras la apariencia de bondad, y así sucesivamente. Los conquistadores no veían personas detrás del aspecto distinto, solo veían en los naturales idólatras, bárbaros, pecadores, monstruos hijos del demonio cuyos bienes codiciaban. A su vez, los naturales en principio veían al extranjero con sus arreos como dioses o seres extraordinarios; luego quedó entre ambos la verdad de su derrota.

Nunca igual ni para todos la misma, la imagen reflejada en el metamir mostró a Timoteo que hay tantos yoes cuantas personas los perciban desde su propia perspectiva. Los ejemplos abarcan la vida misma. También el fabricante de espejos descubrió que su metamir poseía la virtud de reforzar sentimientos recónditos y de dotar a quien lo veía de una mirada más penetrante o al menos diferente del observado. Su enfoque provenía de una óptica distinta que, reinterpretada por la escritora Nadine Gordimer, utilizó para explicar su propio  proceso creador: Their reactions to his affliction will be a Metamir's report on how each of those people perceives him. En el caso del novelista, más da en el blanco cuanta más aguda su aptitud para mostrar “lo que es y hay en verdad bajo máscaras, gestos o aliños con que pretendemos simular que somos mejores de lo que ven los demás.” A fin de cuentas,  “Nada es verdad ni mentira, todo depende del cristal con que se mira”.

El ojo que ve, los sentidos que perciben, el oído que oye e interpreta y la lectura del fondo encubierto  participan al descifrar, etiquetar e interpretar al otro, así como al elaborar una versión más amable de sí mismo. En posesión de su metamir, el hombre primitivo se autodescubre bajo la tutela de sus dioses. El metamir extrae el fondo de la forma, la fuerza de la debilidad aparente, la belleza de la fealdad… Esopo vio el lado oculto, el carácter recóndito y humanizado en los animales de sus Fábulas. Homero y Shakespeare, por su parte, vieron mejor y antes lo que a los demás no les estaba dado  percibir. De tal óptica además surgieron relatos fabulosos en los que un héroe podía batirse con monstruos alados, con minotauros invencibles o con la cabeza de la Hidra coronada de serpientes que, como el mal, se reproducían cuanto más se las cortaba. 

Esta peculiaridad atiende los reclamos de la mente. Tiene la gracia de ver, descifrar y ajustar para representar el mundo de modos distintos. En tal agudeza, a fin de cuentas, se oculta en primera instancia el arte de las letras, pero también  el del lector que descifra la historia más allá de la historia, al hombre detrás del personaje, lo real más allá de la ficción.