Martha Robles

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Silencio

@gaby heatley. Agradezco a Gaby Heatley esta hermosa fotografía de la vista desde su ventana al amanecer, en Sikkin, entre Nepal y Butan.

Pausa entre la claridad y el estallido verbal. La voz aguarda el prodigio de hacerse nombre. No hay atrás ni adelante. Lo que se sabía no se sabe, salvo que el decir va a nombrarlo. Todo es juntura de obscuridad y de luz. En el umbral del silencio se percibe una lucha, algo como un balbuceo. Raya en la escritura mental: principio y admiración. En la garganta se aloja una angustiosa necesidad, la exigencia de representar lo existente. Lánguida luz furtiva. Nada descansa en el profundo hueco. Tiembla el vocabulario en la hondura, en la fuente no hallada del libro de Dios. La mente se prueba en un espacio y en otro, entre el silencio y el habla, entre la música y las sensaciones ignotas. Hay esperanza, torrente y fortuna. Callan las voces allá adentro y todo se reduce a inhalar y exhalar, a fundirse al yo que se va, al yo que no es yo. “Si pudiera pensar, el corazón se pararía”, recuerdo a Pessoa: otra pausa. El universo es pequeño e insignificante la travesía del azar. Empecinado, el deseo confunde al vacío inaugural. Traídas de lejos, empujan la imagen, la nota interior. Crece el impulso de extender cierta música, el murmullo lejano de una obsesión anegada de vida: apenas cadencia para hacerse escuchar. Poco a poco se infiltra el misterio. El extrañamiento sacude a la memoria dormida. Y la memoria se torna espiral que va, se desdobla, se muestra. No, no es lo que es. Tampoco su movimiento coincide con el recorrido creador, ni con la soberanía del decir ni el triunfo sobre el olvido.

Vuelvo a la contemplación interior. El ruido perturba, pero el silencio palpita allá atrás. El pensamiento prefigura la levedad. El espíritu cede al éxtasis, al trascender de límites, intenciones, obstáculos. Adviene el deslumbramiento: el universo está en sí y para sí. El don es gracia y la gracia señal por venir. Lo sagrado identifica y repara. Sí pura, se vislumbra la simiente generatriz, un resplandor que es presencia, indicio de la primera traída, correspondencia. Tiempo de gravidez. No es vigilia ni es sueño; tampoco ilusión ni recogimiento. Al estado lo dejamos sin nombre porque no es nombre aún. Hölderlin diría "un dios mismo, no lo conoce y no lo ve". Está solamente. Para decirlo, deben nacer palabras.

Abierta a lo abierto y encaminada, se percibe una huella donde la voz cree encontrar su destino, su sonido recóndito, ese silencio de Dios que es y no es la palabra del Hombre, el libro anterior al libro y el blanco principio que contemplara Jabès.

Que sea nítido, que siga, que sea...

                                                          Que viva la voz, que vuele

Que venga y  vierta,

                       Voz en vos, 

vivifica,

           vitorea,

                     vindica,

                                 viene voz,

                                                 vigila.

                                                                   Verbo vivo

                                                                                      Verbo...

Escapa un clamor sin certeza, como en una oración. Demasiado deleite al imaginar la cadencia. Demasiado riesgo cuando se presume facilidad. Y pronto, más pronto que tarde, se prueba el sabor de una ausencia. Ausencia líquida, totalizadora. Ausencia que es vacío y plenitud. Lo irreal parece real, el fuego hielo y la mente brisa. No hay juego de luces ni juego de olas, sino cierto vaivén de aquí para acá. Movimiento sin fin, exceso que pugna por alcanzar su cualidad primordial. Envidia de Dios.

Contemplar. La mente es lo que contempla. Contempla el silencio creador. Contempla la Nada que es Todo en la manzana de Eva. Contempla el vocablo, la singularidad subversiva. Blanca línea en página blanca, serpentea la frase vacía. La red de agujeros es lienzo que burla al más diestro. Mente en pasmo, la abraza una brasa difusa. Crece en hoguera. Lumbre en lumbre, luce en sí, para sí, en alumbramiento, en lucidez. Lúcida luz. Arde la lengua, duele y se paladean expresiones que nos dan qué pensar. Pendiente de un hilo, la invocación evoca de luz en voz, de voz en boca, de boca en letra, de letra en signo y de signo en símbolo. Se puede, sí; se puede no. Sobre la prisa por descifrar el origen de la palabra, su raíz esencial, se pide paciencia.

Cala la certeza de Heidegger: "la casa del ser es el habla". Y lejos, eco de Hölderlin y sombra otra vez, "el canto cantando dice". En el hueso de la memoria se oye que lo desconocido subleva, lo desconocido remonta la desesperanza de Adán. ¡Cuánto decir mostrado ante sigilo tan propio! ¡Cuánta ceguera ante la Palabra que mira, la que se prolonga y nos forma! Lo de adelante es largo, tan largo y sinuoso como la batalla entre la vida y la muerte. Sin entender cómo ni por qué, se inserta al destello un zumbido perturbador. Aparecen el sufrimiento y la tempestad. La suspicacia se expande. Viscoso clamor, la ansiedad hiere al alma. El adjetivo disfraza la escasez de sustancia. Se borra mucho más de lo que se escribe. El silencio se adueña del territorio del sueño. Irrumpe la sensación de retroceder donde la palabra es posible, en la promesa del despertar. Viene, va un murmullo propiciatorio del habla que habla como vestigio de claridad. Pesa el olvido. Vuelve la pausa. La traza es trance, ahogo y vaivén de la voz/verdugo. Remota, la manifestación de su luz se hace más y más inasible, rígida y oprimida. Otro temor, una nueva inseguridad desmerece el decir falsamente logrado. Así se pierde el camino, en la persecución del atajo. ¡Cuánto desgaste por absorber lo imposible! ¡Cuánto abarcar y extraviar un fin último! ¡Cuánta inocencia en el desamparo!

Traído de lejos, sojuzga un extraño delirio que oculta más de lo que revela. El silencio engulle nombres sin compasión. Por remontar la oscuridad ancestral, la escritura construye su paraíso desde un inframundo donde la soledad inventa, con la poesía, su más alta realización. El proceso emprende su propia hazaña. Edén, tronco de voz y fruto de fundación: los caminos del tiempo se cruzan en la imagen de la Caída. Colmados de voz, los nombres se atreven con las ausencias. Persiste la pausa. ¿El silencio, tal vez? Lo ganado se pierde. El habla es pizarra, eco, un espejo habitado por vocales y consonantes. Quema el color en la piel. El ser en la página ostenta el poder de ser lo que es. Un palpitar recóndito auspicia el movimiento anhelado. Mientras más finamente se disuelven las referencias, mayor la certeza de ir más allá y no ir, sino fluir, permitir y diluirse. Es un estar en dos con la voz. Comulgar, congregarse. Silenciarse para fundirse y conquistar la unidad. Despertar. Nombrar.