Martha Robles

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De bribones y guaruras

diariodemexico.com

Entre oscuros sujetos resguadados por una caravana de guaruras y guaruras transgresores que intimidan al ciudadano de la calle, el pobre México sufre la arremetida de esta especie de delincuente impune que puede golpear hasta hartarse y tal vez inclusive matar sin que le tiemblen las manos; luego  se da a la fuga y desaparece cobijado por las prerrogativas del patrón. Esbirro bajo contrato y procedente del bajo mundo, de las fuerzas militares o policíacas, como asalariado en la “seguridad privada” (el término es sugestivo) accede al “otro lado de la justicia” donde es posible transgredir, portar armas, robar o amenazar, así como corromper, encubrir y envanecerse por esgrimir el santo y seña del sistema.

Desde este lado de la arbitrariedad,  del abuso en cubierto y propicio a la corrupción, se ha fortalecido en las décadas recientes la casta intermedia entre la delincuencia organizada y la tolerada a la sombra de las nóminas.  Equilibrista entre la burocracia y la iniciativa privada, este gendarme de traje y corbata se denomina popularmente de varios modos: matón a sueldo, guardián armado, guardaespalda, guarura, guarro, ayudante o acompañante.  Uno de los grandes engendros del neoliberalismo, su presencia ha crecido en paralelo al enriquecimiento desmesurado de empresarios, funcionarios, sindicalistas, legisladores, jueces, banqueros, dirigentes partidistas y  de cualquiera que se sienta “alguien” en el mundillo del dinero, de la tranza, del influyentismo o del poder.

Es indudable que los lucrativos “negocios” del secuestro y la extorsión indiscriminada  facilitaron el veloz crecimiento de una infrecuente figura social en el siglo XX: el necesitado de protección por ser una víctima potencial del crimen; sin embargo, más allá del que requiere vigilancia armada para mitigar su miedo justificado, prolifera a su sombra y con lujo de grosería la horda de juniors exhibicionistas, mantenidos, imbéciles morales, parásitos buenos para nada y bribones que, en conjunto, forman castas de cretinos, hijos, consortes, oportunistas, amantes, advenedizos y sinvergüenzas cuya prepotencia insultante ha fomentado la extensión institucionalizada del delito de una parte, y de otra el ala subsidiada de la corrupción. Todo esto y más, a costa de la mayoría indefensa que atestigua sus abusos como recados del cielo.

Hiena rapaz e incontrolada, el guarura arquetípico emula al jefe en vicios, fornicios y vestimenta para volverse su caricatura socioeconómica y política.  Testigo inevitable, maneja a discreción secretos personales y familiares, atesora intimidades inclusive del servicio doméstico, así como de la parentela extensa y amistades. No hay chisme ni negocio que escape a su ojo o a su oído en alerta. Su perfil caracteriza  al engendro de la degradación social, hasta ahora  superado por el modelo del narcotraficante. Unos y otros, sin embargo, se asimilan a sus respectivos talantes, aunque sus modos de padrotear no difieren en lo esencial ya que ambos especímenes pertenecen al fondo cenagoso de una sociedad desestructurada y sin rumbo.

La majadera prepotencia de los “ayudantes” se ha nutrido  del Poder Judicial que más nos avergüenza. Me refiero al que pervierte la función en vez de cumplir con su deber.  De ahí que, ante el nefasto estado de la justicia mexicana, se haya multiplicado en libertad este género de arbitraria policía enmascarada que, a diferencia de los “autodefensas” y demás grupos armados aparentemente proscritos aunque tolerados a discreción, son aceptados social, administrativa y políticamente.

En su cabeza hueca, etiquetada “elemento de seguridad”,  sólo caben perversión y Mal, pues los códigos que los rigen no están regulados no digamos por la ética laboral, sino por legislación ninguna, como no sea el reglamento particular de las compañías que “ofrecen” sus servicios.  En su pueril afán de entronizar un machismo a lo Pancho Villa, el guarura típico convierte la pistola en extensión del pene mientras, en vez de caballo, monta camionetas ajenas que conduce como rayo. Y ese es otro aspecto indignante, pues para transportar a un solo mequetrefe o al personaje “indispensable”, se lanza a las calles una tira de vehículos que no respeta las señales de tránsito, se cruza agresivamente entre los coches y no hace más que ostentar una verdad que hiere: el corrupto, el transgresor y el que pasa por encima de los derechos ajenos puede actuar a su antojo sin que se interponga ley, deber o imperativo que lo contenga o lo sancione.

Invención primordial para la alta jerarquía burocrática, esta especie solía pertenecer al Estado Mayor Presidencial, pero por obvias razones tuvo que privatizarse rápidamente. No deja de impresionar la cantidad de empresas y modalidades de “seguridad” que opera en nuestro país, sin descontar otros negocios de protección accesoria de legalidad dudosa, como pueden ser alarmas, vehículos blindados, patrullas, casetas y “elementos” de vigilancia en barrios, policía bancaria, veladores o porteros armados, etc.  

 Pensemos lo que significa, en cualquier sociedad, la existencia, conducta y multiplicación discrecional de estos grupos “privados” que, en mis horas de pesadilla, me llevan a imaginar un “golpe de guaruras”. Nada descabellado, por cierto, pues aunque a la fecha no exista como facción, nada les impide volverse una  fuerza armada en paralelo y capaz de dar un golpe de Estado o lo que se les pegue la gana. Nada impensable en este imperio del “crimen organizado”, pues esta runfia de gañanes cuyo número, situación, perfil, ubicación y distribución exactos quizá ni siquiera estén registrados y menos aún  controlados.

Y como ya dije: estamos frente a un verdadero y peligroso banco de datos, depósito de secretos y confidencias… Saben qué, dónde y cuánto deposita el jefe; con quién grilla, negocia o  se acuesta él, su mujer o sus novios, sus hijos, allegados y conocidos; en qué y dónde gastan, a dónde se llevan sus capitales y en qué se entretiene  cada miembro de la familia, qué consumen, cómo es la relación con la servidumbre…

En fin, mirones de tiempo completo y protagonistas de la inevitable lucha de clases, desde su perspectiva se aplica la popular sentencia de que “si este cabrón pudo, yo también…” La mayoría no suele considerar cuán grave es el descenso moral de la sociedad. Tampoco se observan las dramáticas consecuencias del escaso fomento a la cultura, incluidos la educación y el civismo. Al respecto, aquí tienen un ejemplo nada menor de lo que es posible en sociedades envilecidas. De que estamos rodeados y virtualmente amenazados por un anarco-ejército de sujetos arbitrarios, es un hecho innegable. Sin embargo, todo aguantamos. Nos basta quejarnos. Debemos fomentar lacrítica y el civismo; debemos actuar como demócratas para exigir y crear una verdadera democracia; lo demás, hasta ahora, es mera simulación.