Martha Robles

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De mis diarios. Entre toros y Covid-19

Las crisis sacan lo peor y lo mejor de las personas. Mientras que los dotados aciertan con remedios o innovaciones, los ineptos multiplican geométricamente los yerros. El Covid no entiende de moral; tampoco sabe nada de  populismo ni tiene ideología: su naturaleza es letal y su presencia un desafío arbitrario que en el peor de los casos, previa agonía espantosa, conduce a la muerte. Lo suyo es acometer y atacar; lo nuestro, impedirlo hasta lo posible. Hasta ahora y a falta de alternativas para aniquilarlo, el cubrebocas es la armadura frente al temido contagio. Dada a discurrir por observación, asociación e inferencia, advierto que las noticias sobre los enfermos coinciden en que les faltó precaución y dos condiciones indispensables: argucia y prudencia, justo lo que los toreros requieren al jugarse la vida contra el instinto animal. En este combate se extreman las estratagemas para sortear, prevenir y/o contener el peligro o el problema se complica hasta límites incalculables. Lo que no se puede ni debe hacer  es disimular su gravedad haciéndose el chulo con gestecillos, comentarios y actitudes imbéciles, como con lujo de cinismo ha hecho  durante meses López Obrador.

En un medio agreste como el mexicano, la actitud del Presidente y su cohorte de zoquetes fue de chanza y/o dejar a su aire el Covid, hasta que la verdad los rebasó. De golpe quedó en claro que, costosísima e insuficiente, tanto la la medicina privada como la pública están por debajo de la potencia del virus. A pesar de que la mentira en política es el nervio del poder, hay circunstancias en que, por su trascendencia, resultan indispensables tanto la sinceridad del gobernante como la confianza de los gobernados. Empero, en vez de valorar la decencia y la vida misma en abono de su credibilidad, el Mandatario eligió insultar, degradar, burlarse, dividir y exhibir el poco o nulo aprecio que siente por la cultura, el conocimiento y muy especialmente por la razón educada.  

Ante evidencias irrefutables, nadie en su sano juicio podrá negar que el caos que provocó –con muertes evitables subsecuentes- demostró la ineptitud de su administración en casi todos los frentes: políticas públicas, salud, educación, justicia, legislación, sector agrícola, obra pública, energías limpias, feminicidios, narcotráfico, medicamentos, industria, desaparición de personas, desempleo, etc. Sin embargo y sobre el cúmulo de errores que han hecho retroceder décadas y décadas al país, haber banalizado la pandemia en vez de apurarse con medidas precautorias es de una inmoralidad imperdonable.  Tuvieron que descontrolarse el número de enfermos y de muertos para que el engendro llamado 4T se diera cuenta del rebote económico, político, social y psicológico de ésta, la peor organización sanitaria del México contemporáneo. Inmersos en un panorama dantesco, los mexicanos perdimos rumbo, esperanza y  seguridad a cambio de vivir con miedo, incertidumbre, sin dinero, frustrados y con un obvio repudio al modo de gobernarnos.

Consecuente con su inocultable desprecio al saber, el Presidente desoyó a los científicos. Soberbio, dejó a su suerte una enfermedad gravísima, cuya política de prevención debió someterse a un solo amo desde sus indicios: la cordura. Las consecuencias, a casi ocho meses de andar payaseando,  solo benefician a los especuladores que se enriquecen a costa del dolor ajeno, como la medicina privada, los funerales, la venta a domicilio y lo relacionado con los seguros y los servicios básicos y asistenciales.

 Por alguna extraña asociación con el casi infinito confinamiento pensé en el clásico matador Juan Belmonte, “el pasmo de Triana”, cuyos hallazgos aún se repiten como lugares comunes.  Fue él quien destruyó el multicitado “axioma “lagartijo”, vigente hasta las primeras décadas del siglo pasado: Tú te pones allí. O te quitas tú o te quita el toro. Infaltable en artículos de y sobre España, además de volverlo personaje en cuando menos un par de novelas, Hemingway le profesó a Belmonte una gran admiración. Contemporáneo de Joselito y de Rodolfo Gaona, el “pasmo de Triana” creó el “moderno arte de torear”. Demostró que el arte consiste en meterse al ruedo y ponerse cara a cara con la bestia. Una vez allí, ni te quitas tú ni te quita el toro porque el torero es el único ser inteligente en la arena. Ése –entender que significa ser el único inteligente en la arena- es el quid, por analogía, para lidiar inclusive con un bicho que, como el toro, no tiene terreno, no piensa ni cuenta con indicaciones para calcular sus demarcaciones, pero ataca de manera irremisible, especialmente cuando encerrado; por consiguiente, todo debe quedar a cargo del que piensa. De ahí que se requiera talento para no exponerse ni convertirse en víctima.

Ensalzado en biografías, anécdotas, relatos y películas, Belmonte decía que entraba en el ruedo “como un matemático que va a la pizarra para probar un teorema.” Si eso hiciéramos con las políticas sanitarias y las medidas de prevención (actuar como un matemático), la crisis no sería tan dramáticamente expansiva y descontrolada ni el temible Covid se habría adueñado de nuestras vidas.  Para quienes todo ignoramos del mundo del toro, no es en absoluto difícil entender el hallazgo del matador: no te quita el toro si sabes cómo torear. Al caso cabe recordar que el arte de gobernar también tiene su ciencia y su recompensa.

La cautela corre por nuestra cuenta, a pesar de que, como se sabe de sobra, la vida es riesgo. Más aún si tenemos en cuenta que el Covid es, además de todo, un empecinado reproductor de daños colaterales: acaba con los ahorros familiares, exhibe las deficiencias individuales y del sector público, enriquece a los especuladores, multiplica el desempleo, agrava la economía,  desencadena toda una gama de enfermedades mentales, empeora las perturbaciones psicológicas y sociales y en todas sus manifestaciones pone a prueba la capacidad y los recursos del Estado. 

Para rematar las desgracias, no es infrecuente enterarnos de que tal o cual maestro, escritor, actor o miembro de la comunidad cultural carece de recursos para cubrir los tremendos gastos de la enfermedad. Puestos en la necesidad de pedir ayuda económica mediante las redes sociales, esta pandemia está mostrado el verdadero rostro del mexicano. Me refiero al ancestralmente escondido bajo las máscaras para pretender parecer lo que no es. Exhibidos todos en nuestra precisa desnudez, con nuestras carencias, prejuicios y debilidades; y también con atributos donde los hay, quiero creer que de esta tremenda experiencia que desconoció diferencias y privilegios, al menos aprenderemos a vivir con algo más de sinceridad, raciocinio y prudencia. Vivir con menos apego a la simulación, a los prejuicios y a las apariencias que tanto y tan largamente nos han impedido crear un país adelantado y digno.