Martha Robles

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Memoria y escritura

Abrir la primera página y hallar el anuncio de que algo va a suceder. Ya lo anticipaba Homero al preguntar a la Musa sobre “el hábil varón que conoció las ciudades y el genio de innúmeras gentes”. No hubo Troya, ni Tiresias; tampoco Petrarca en mi pasado. Jamás conocí gurú, maestro ni rabino que me llevara, como a Jabès, Del desierto al libro.  De la nada se impuso el destino y, entre obstáculos vueltos rutina, me condujo al camino de la escritura: así, como la imposibilidad de descifrar el nombre que nos designa. Lo demás sería aceptar que el ritmo de la respiración, desde las honduras de la memoria,  espejea el de los vocablos.

Los grandes me fueron llevando a la impresión de yo misma haberme perdido de vista, como también aprendería de mi amado Jabès.  Un día me zambullí en esta revelación tremenda: A mitad del camino de la vida/ yo me encontraba en una selva oscura,/ con la senda derecha ya perdida…. Previamente merodeaba por el misterio del lenguaje; pero, según confesaran los que saben, algo se abre y nos fusiona. Así accedí a la letra/luz y a la armonía que palpita entre el silencio, la imaginación y la voz. Silencio, especialmente el silencio me acercó a lo sagrado. No que me dispusiera a participar de la difícil aspiración del Todo, sino que supe que desde la Nada se vislumbra cierta conciencia sobre la verdad del extranjero y su posibilidad de entender que todo nos es ajeno.

Ha pasado una vida y no olvido hallazgos como estos: Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera… Muchos años después se fueron “pegando” otros comienzos: Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: «Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias»…  Y el de rigor: Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto… Podría seguir, pero deshilvanar el obillo me obligaría a acometer la historia de todas las historias, el hilo de las letras y la existencia. Por su imposibilidad absoluta,  mejor decir que nos miramos y nombramos por fragmentos, aunque los demás pretendan describirnos desde su  errática inventiva unificadora.

 Tengo el vicio de vincular vida y letras. Así juega mi memoria. Donde menos espero salta el párrafo para “ponerse en situación”. Cuando era muy joven e ignoraba que hay una voz que habla y dicta el relato interior, sacudía la cabeza como para ahuyentar la presencia del libro que queda después del libro. Al tiempo supe que si hay momentos en que el relato se niega a describirse a sí mismo, otros nos ponen el texto de frente, como el mundo en movimiento.  Al asistir a un evento público, cualquiera que éste sea, es imposible negar que la literatura se apersona del ambiente con su baúl de retratos, secretos y biografías. Nunca he podido evitar este vínculo. A nuestro pesar asistimos al desfile de la diversidad en lo ya escrito. Esto es así, aunque la mayoría ignore que lo está ocurriendo ya ha sido descrito y nombrado por alguno de los más grandes.

Ahora, después del prolongado confinamiento que nos alejó “del mundanal ruido” durante una de las pausas más significativas de nuestras vidas, volvemos a percatarnos  del misterio propio y el del otro: misterio enredado en la híper actividad y misterio del que calla resguardado en la pasividad. Sería porque el lugar asignado a la hora del banquete era donde con más fuerza pegaba el sol, pero yo sentía “que el Espíritu Santo descendía sobre mi cabeza”.  Sería también que la involuntaria iluminación recayó en mi memoria… Como fuera, durante una boda reciente se dejaron venir comienzos de libros que me decían que nos reconocemos y a veces también nos desconocemos en los otros. Por más que el ruido se empeñara en imponer la confusión, casi oía la voz de Truman Capote diciéndome: ¡Habla memoria!

No se de qué se trata, aunque lo que es, es como es. Puede ser el silencio que me habita o la experiencia que me abulta la cabeza, pero sin que me pudiera escuchar a causa del ruido le susurré al oído a mi hermano que la verdad se exhibe cuando la muchedumbre se junta y se deja llevar por el desenfreno. ¿Qué otra cosa es la fiesta que apariencia de ser/estar felices? Y como a nadie le iba a importar lo que dijera, me dio por repetir a solas lo que desde la infancia recuerdo  de La historia de dos ciudades: Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación…