Martha Robles

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Menopausia, el tsunami

Imagen de Zenzual. De internet

Una tormenta de fuego, agua escurriendo de adentro afuera, noches de navegar entre sábanas, surtidores enrojecidos que, entre palpitaciones del útero y del corazón, aparecen/desaparecen a capricho y, a pesar de precauciones, dejan su huella de olor y sangre dónde y cuándo es más inoportuno. Surgen problemas antes inexistentes, como la inseguridad o miomas y secuelas subsecuentes. Temores y pensamientos inquietantes.  La ansiedad del tránsito y el no saber si con rayos y centellas se anuncia la asonada, el estallido inaugural del declive o la primera página del último capítulo vital. La menopausia, no obstante su poderosísima e inevitable realidad, ha representado y sigue representando la mayor negación de lo femenino, su repudio esencial y la palabra/baúl que recoge el sinfín de rechazos que, desde Eva, asocian lo femenino a la mancha y/o pecado original.

Para las avezadas no hay misterio, solo recomendaciones propias de la mente educada: calma y paciencia porque nada es eterno. La menopausia es un proceso para todas, aunque no todas lo experimentamos del mismo modo. Lo común y útil, sin embargo, es hacer con responsabilidad y buen ánimo lo demás: ejercicio, alimentación ordenada, sensatez, naturalidad cotidiana y consumo de lecturas y más lecturas confiables para no ser otra víctima de la ignorancia y del prejuicio. Evitar volverse rehenes del blablablá de medicuchos que atiborran de hormonas y medicamentos a las mujeres haciéndoles creer que sufren una enfermedad tan antisocial como psiquiátrica, sexual y a saber cuánto más.  Lo correcto es decir, de una vez por todas y en vista del incremento en los promedios de vida saludable, que a partir de los cuarenta o cincuenta de edad la mayoría  de adultas tiene aún décadas activas, agradables y lúcidas por delante. La menopáusica no es la bruja de la casa ni una desquiciada; tampoco candidata a la degradación ni a la feminidad espantable, a pesar de que a las más vulnerables se las persuade de su menorvalía, y lo peor: que son fácilmente sustituibles y sexualmente desechables.

Es tan poderosa la carga de rechazo sociocultural a la menopausia -como si la andropausia masculina no existiera- que encabeza una lista de sustantivos con frecuencia eludidos inclusive por feministas. Menopausia es la palabra inexistente en cuentos y novelas. La  que en privado se nombra en voz baja al oído para no ser notada. Con inteligencia o sin ella, es la hora de acceder a lo innombrable, al secreto femenino mejor guardado, a la estación en que, en contrapunto, unos hombres se miran en el espejo negro de Tezcatlipoca; otros se pitorrean, regalan abanicos y/o gustan de relatar anécdotas de sus tías, sus madres o sus abuelas “que pasaron por lo mismo”; algunos discurren trampas o hechicerías para evitar el “contagio” y dizque mantener su virilidad a buen seguro, a pesar de que cualquier mujer sabe cómo va declinando el vigor sexual de los hombres de manera gradual a partir de los cuarenta de edad: mucho antes de que el cuerpo femenino experimente sus propias transformaciones. En ese circo inabarcable no faltan, pues, los que emprenden la fuga domiciliaria a la caza de muchachas que nutran su fantasía de ser amantes maravillosos, expertos en artes amatorias, dotados con erecciones amaestradas y esculturales y tan joviales, seductores y atractivos que, hasta toparse con la menopausia de la pareja, no habían reparado en sus atributos masculinos ni en que “todavía tienen la vida por delante” y deben comerse el mundo a grandes trozos.

¡Cuánta estupidez, a fin de cuentas! Ya es hora de arrancar velos y máscaras a la obviedad. Vivir es el privilegio. Enturbiar la existencia con necedades es el verdadero pecado.

Fábula, cuento, prejuicio y superstición tan tremenda que hasta la propia literatura evita  nombrarla. Aunque la menstruación le llega a la niña de la noche a la mañana en medio de un baño de sangre, con más o menos disgusto se la recibe  como portal de la juventud por todos consagrada. Podemos estudiar obviedades del cuerpo humano, pero el síndrome de la Eva pecadora, asimilado como pesadilla, nos impide aceptar que la existencia está hecha de etapas biológicas naturales, como el tránsito de la infancia a la pubertad; de ésta a la adolescencia y a la juventud en sí; luego, la procreación y subsecuente madurez coronada por la menopausia/andropausia.  Con suerte, avanzar hacia una vejez saludable, con buen ánimo y disposición creativa hasta que quienes alcancen la senectud cultiven la sabiduría suficiente para entender que la vida es finita, la muerte inevitable y los ciclos condenados a repetirse de generación a generación.

¿A qué pues tanta máscara, repudio y pánico a la menopausia e inclusive a la menos nombrada andropausia? La realidad es lo que es.  Hombres y mujeres estamos sometidos a las mismas reglas de nacimiento y muerte; de ascenso y declive. Si de equidad es el desafío universal, no debemos menospreciar el valor del lenguaje para nombrar las cosas como son, los conceptos para aclarar y explicar, las situaciones como se desarrollan, las mentes como evolucionan y aun la conducta que no se oculta, por más que se intente  disfrazar, enredar o autoengañarse con el inútil propósito de hacer creer que lo aparente y la mentira van a transformar la poquedad de quienes no se atreven con la verdad.