Martha Robles

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Sin metis, solo mediocridad

Caballo de Troya

Sin astucia no existirían héroes ni triunfos en situaciones de desventaja; tampoco habría  descubridores ni grandes gobernantes. Atreverse con el miedo y la escasez de recursos, así como con las cosas difíciles, como desafiar lo desconocido, requiere de un don indispensable: la metis. No se trata de aventurarse a lo tonto ni de echarse como un ciego al abismo. Se trata de dar con algo parecido a la honda de David cuando hay que salvarse de la brutal presencia de Goliath. Para eso existió la titánide Metis, para demostrar que la sabiduría sin prudencia y sin argucia se reduce a temeridad insulsa. Lo supieron orientales y griegos en general al discurrir montones de obras e historias en las que el ingenio superaba la fuerza y derrotaba al más fuerte. Tanto se valoraban los ardides, la sensatez y las artimañas para salir bien librados en la adversidad, que desde pequeños  los futuros guerreros empezaban a desarrollar su metis como parte de su formación.  Así pudieron los aqueos tomar Troya al entrar escondidos en el célebre caballo o, en otro ejemplo, el ejército del macedonio cruzar el Éufrates sobre vejigas de cerdo infladas.

Casi no hay mito, logro civilizador ni ficción verdadera sin dosis de perspicacia, ingenio, imaginación y, en suma, con la versátil intervención del arte del engaño.  Para abundar en las inmensas bondades de la metis, no hay más que repasar logros ejemplares de la ingeniería romana.  Podríamos añadir que en no pocas batallas fue más importante la argucia que la intimidación armada. En suma, sin metis o en posesión de una pobre destreza para discurrir salidas, la vida de cualquier persona se vuelve anodina.

No obstante sus enormes aportaciones y a pesar de que podríamos asegurar que es una de las simientes más fértiles de las culturas, la metis está de bajada e inclusive menospreciada en nuestros días; por ello, tanto el planeta como los seres vivos estamos pagando las consecuencias de haber descreído de los otrora estrategos y entregado el poder a sujetos cada vez más carentes de perspicacia, de viveza y de habilidad para persuadir y discurrir salidas benéficas donde, como en el desierto, “no hay modo de obtener agua”.

Pero, ¿quién es Metis y qué es la metis? Versátil y fascinante, Metis es la diosa de la sabiduría. Domina con gran acierto el arte del engaño y a la vez encarna a la prudente titana que en vano trasmutó en muchas formas para eludir a Zeus, quien al final acabó preñándola de la monumental Atenea. Así como él mismo destronó a su padre Cronos y éste a su vez a Urano, el más tramposo de los olímpicos repitió el mismo error de los que lo precedieron: creer que ningún vástago podría derrocarlo y que su patriarcado supremo perduraría para siempre. Ignorando la inevitable ley del tránsito de las edades, este gran chapucero y violador supremo trató de embaucar a Metis con palabras melosas para hacerle creer que, otra vez, trataba de  acostarse con ella. En uno de esos descuidos que abundan entre dos que se acercan y se distancian, Zeus abrió con desmesura la boca y se tragó a la diosa gestante, viva y entera. Sabia por naturaleza, Metis continuó aconsejándolo desde sus tripas hasta que, a la hora de parir a Atenea, los gritos de dolor del padre del cielo eran tan tremendos que tuvo que acudir al auxilio del herrero Hefesto para que de un hachazo le abriera en dos la cabeza y pudiera salir por ahí una Atenea adulta, con todo y carro y sus atavíos de guerra.

Desde la noche de los tiempos y quizás derivado de los atributos femeninos de la diosa,  el término metis se aplica indistintamente al ingenio, a la ocurrencia, a la argucia, a la astucia, a la pericia o habilidad de urdir tramas de quienes, conscientes de que todo se pone en su contra o de que requieren conseguir algo especial, discurren artimañas, ardides o tretas, sea para salir bien librados o para ganarle una partida al destino.  Imprescindible en los héroes, en los guerreros y en quienes enfrentan contrincantes y/o situaciones desventajosas, desarrollar la metis significa  activar los sentidos y la imaginación para solucionar obstáculos y deshacer nudos donde la razón parece atrapada en el sinsentido.

Decir enigma y feminidad fue hasta el triunfo del patriarcado ateniense casi la misma cosa.  Por entender el alcance de sus atributos, las mujeres fueron subyugadas y violadas sin parar, hasta consagrar el machismo y convertir la falocracia en sinónimo de logro supremo. Por sí misma la voz de diosas, esposas, doncellas o ninfas dejó de igualarse a la de sus pares varones. Ellos no solo menospreciaron o deformaron las cualidades femeninas, sino que acudieron a su metis para imponer e incrementar su supremacía. Entendemos, pues, que dotada como Tiresias con el don de la profecía, Casandra fue condenada a no ser creída; es decir, Apolo la despojó de metis y, con ello, determinó su desgracia en tanto y Tiresias, en posesión de una metis notable, perduró en la memoria como el heraldo del Hado.

Cuando pienso en las grandes obras y en hazañas realizadas con astucia, invariablemente se antepone en el listado de genialidades la formidable anécdota del “Ejército Fantasma” con que los aliados engañaron a los nazis para desviarlos de Normandía y así, mediante un ardid fantástico, facilitar el célebre desembarco. Se trataba de convencer a Hitler y a sus estrategos de que “tropas adicionales”, bajo el mando del temido George Patton, estaban dispuestas en puntos significativos de la costa francesa. Buen cuidado tuvieron de confundirlos con mensajes falsos e inclusive, según el historiador Martin Gilbert, “el 26 de febrero el presidente Eisenhower emitió una directiva secreta sobre el plan del engaño diseñado para persuadir a los alemanes de que Normandía no era el único destino aliado.”

El Führer mordió el anzuelo y ordenó desplazar al mayor número de hombres a supuestos puntos estratégicos. Preparada al detalle hacia 1943 para contener el poder alemán extendido en Europa, esta “unidad” estuvo formada por actores y especialistas en efectos especiales. Se montó una escenografía formidable a base de tanques de cartón y caucho. Todo era falso, aunque verosímil: un espectacular triunfo de la metis. La estratagema fue de tal modo efectiva que los alemanes “atacaron” al “ejército fantasma” según lo previsto.  Gracias a esta cuidadosísima estratagema, la noche del 6 de junio de 1944 –el Día D, como se conoce-, comenzó de manera exitosa, no obstante sangrienta, la operación del desembarco en Normandía, decisiva en la derrota alemana.

Rodeados de dirigentes torpes o con más amor al poder y a la propaganda que entendimiento, estamos ensombrecidos por mayorías cada vez más mediocres e igualadas hacia abajo. Tras la ilusión de haber conquistado la democracia,  la abundancia de “electores” (como si de verdad tuvieran capacidad electiva), deposita su voto, pero acaba irremisiblemente sometida por “el elegido”. Vencido en realidad a causa del miedo, por cobardía, o debido a una pobre imaginación más que enturbiada por procesos educativos completamente anodinos, el hombre-masa hace como que vive inmerso en su mediocridad conformista. A la sombra de gobernantes cuya medianía refleja con lastimosa precisión la de quienes los convierten en “guías”, “mesías, “líderes”, redentores o dirigentes, los gobernados exhiben su infecundidad y escasa exigencia porque han renunciado a los favores de la sabia Metis. Por eso se hace visible su imposibilidad para renovarse, formarse y desarrollar aptitudes para superar el montón de limitaciones que interna y externamente han convertido al hombre-masa en depredador imparable y una caricatura del que se tuvo por alto concepto de ser Hombre.

El ingenio o astucia indivisa de la prudencia implica proyecto y designio, discreción ingeniosa y habilidad para intervenir, modificando el rumbo, en las decisiones que subrayan el aspecto autoritario que nos moldea. Renunciar a este recurso nos ha llevado a repetir el lamento, la furia, el escarnio, la resignación o la querella que, lejos de hacernos mejores personas, reducen nuestras aptitudes y nos hacen esclavos de los defectos propios y ajenos que toleramos con vergonzosa resignación e inclusive, en muchos casos, hasta con alegría.