Actualidad de los mitos

Goya, "Saturno devorando a un hijo"

Primera expresión narrativa de lo sagrado, los pueblos discurren historias extraordinarias para explicarse lo inexplicable, como el origen de la vida y de todas las cosas o como su situación en el mundo, el destino, la muerte, los fenómenos naturales y la complejidad de los dioses.  Cuanto más tremendo y portentoso un suceso, más singular y reveladora resulta su riqueza/baúl. Así, por ejemplo, el invaluable mito del Edén y de la primera pareja, de cuyo único acto de decisión -nefasto a los ojos de su creador- procede el destino humano.  Origen de todas las lenguas, la Torre de Babel, por su parte, lleva en la imposibilidad de comunicarse el signo del supremo castigo a los hombres por haber pretendido alcanzar a Dios.  Incontables, aunque unas más fascinantes que otras, estas fábulas que por primitivas no son menos complicadas, encumbran la heroicidad con imágenes que pertenecen a la tradición y a la memoria colectiva aunque, por encima de todo, demuestran que el misterio, la argucia y el afán de vencer obstáculos son tan inherentes a lo humano como la conflictiva intervención del poder absoluto en los asuntos de los mortales.

Tramados de sueños, aventuras, trampas, engaños, portentos y desafíos inauditos, los mitos crean su propio contexto teñido de realidad. Así su lógica y las jerarquías que transitan entre lo inmortal y lo mortal, entre lo verosímil y lo inverosímil. El impulso de probar límites humanos se extiende al ingenio de los héroes para burlar la supeditación absoluta a los poderes supremos, lo cual destaca la condición de criatura en estado de orfandad del hombre común, invariablemente urgido de protección compasiva. Y a pesar de desplegar tramas y desarrollos fantásticos, los mitos no dejan de mostrar una cara y un revés tanto del héroe como del hombre, del dios, del desafío e inclusive de la solución, como si de antemano se supiera que lo principal no se nombra porque está oculto más allá de lo aparente, “en los confines de la noche”. No por nada ahí habitan las Grayas, las Moiras, las Ninfas y cuanta criatura temible y monstruosa resguarda los grandes secretos. No hay duda de que los remotos abuelos advirtieron cuán profunda y simbólica es la hondura inexorable del ser; sin embargo, tuvieron que pasar siglos para que Freud le pusiera nombre a “esa región oscura del alma” que, desde el pozo del inconsciente, abrió las puertas a la doble riqueza de la interpretación y del psicoanálisis.

Los mitos son al pensamiento lo que la pintura rupestre a las primeras huellas humanas. Cuando unas manos remotas trazaban figuras y animales en las cuevas, las palabras primordiales comenzaban a convertir sueños, deseos, miedos, fantasías y modos de ver y estar en el mundo en fábulas que irían engrosando el entonces delgado hueso de la memoria. Puente entre lo sagrado y lo fantástico, el pensamiento mítico sería de tal modo el ingrediente más prodigioso de la creatividad humanizada por la feliz unión de la  poesía y lo sagrado; del arte y el pensamiento.

No hay religión, creencia ni versión de la vida que no se vincule, siquiera por una vez, a la tentación de los mitos. A diferencia de otras ficciones, su carácter portentoso o descomunal despliega un tiempo distinto al que suponemos real o contingente. Suyo es el espacio del sueño, donde fluyen la simultaneidad, la razón y la sinrazón, lo bello y lo siniestro y cualquier imagen, sensación o suceso entre lo posible y lo inaudito, por absurdo que parezca en estado de vigilia. Cuando el durmiente sueña algo de preferencia tumultuoso e inquietante, sin saberlo está tocando el rico depósito individual y colectivo, donde subyace el pensamiento mítico.  De tal sedimento enigmático proceden los mitos, donde “se oculta” y vibra la memoria compartida. De ahí que decir mito es decir misterio, antes que fábula o cuento extraordinario: espejo de la parte de sí que el hombre no puede descifrar, aunque la intuición pertenezca a su ser esencial. Por eso, para aproximarse al entendimiento o la claridad, debemos interpretar y rehacer el relato con múltiples y espontáneas versiones que, sin alejarse de lo esencial, se va ajustando al cambio de las edades y las culturas.

Quizá la primera pareja conoció el pavor al ser expulsada del Paraíso. Desde el punto de vista religioso, el miedo esencial, expresado mediante el “temor de Dios”, fundó con su temeridad o pecado un punto de partida en la memoria de todos y de todo. Memoria primordial e inseparable del sentimiento de culpa, de la “vergüenza” y de la indefensión que dota de sentido al símbolo de la caída que se perpetúa con cada generación.  Profano o sagrado, lo cierto es que en los pueblos, sin saber cómo ni por qué,  prosperó desde aquella noche de los tiempos  un  saber esencial que, enriquecido con versiones múltiples, perduró para siempre como lo que se sabe sin saber que se sabe. Inclusive nosotros, habitantes del complejo y materialista siglo XXI, compartimos un mismo sedimento del humano saber que podríamos ilustrar como zona arqueológica del alma. Allí están, latentes y listos a manifestarse o germinar, los frutos de la Antígona que desafía al tirano y dirige su voluntad contra las leyes de la ciudad. Está la Electra vengadora de la muerte del padre quien, con su hermano Orestes, asesina a Clitemnestra, su madre. Asimismo los  indispensables Edipo y Yocasta, desde Freud, que no dejan de dar vida a las interpretaciones psicoanalíticas. Ni qué decir de Medusa, la de cabeza de serpientes, que paraliza a quien la mira. Intemporales son además, Sísifo y su referente de la enajenación del hombre moderno. Fausto, Don Juan, Frankenstein, Peter Pan, Supermán… Nada falta a la humana capacidad de mitificar que por igual sedujo a Platón que a nuestra contemporánea Yourcenar, al sabio, al maestro, al terapeuta o al modesto campesino.

Inseparables en Grecia de las figuras trágicas, de la estética, la ética y en general del estallido del arte y del pensamiento fundador de nuestra civilización occidental, los mitos contienen la materia de lo humano en primer término;  después, modos de expresar la razón, la intuición y la argucia. Sea Perseo, Helena la de Troya, Narciso, Orfeo, Prometeo, Atenea, un Cronos devorador de sus hijos, Cupido, Afrodita, Deméter o la Guadalupana, invariablemente brotará desde el inconsciente un indicio para recordarnos cuán frágil y previsible es nuestra humana condición.

Algo extraño debe haber en estos enredos de hombres y dioses que se envidian mutuamente donde, no obstante su poder de seducción,  nadie ha podido definir al mito, siquiera de manera satisfactoria. De lo religioso a lo  profano, de la filosofía a la moral y de lo meramente antropológico al intrincado psicoanálisis pasando por el arte, la ficción pura, la poesía y los relatos primitivos, cada disciplina  ha tenido queveres con estos modelos irreductibles de la existencia y lo sagrado. De suyo entrañan una belleza tal, inclusive tremenda y simbólica, que con la misma intensidad los mitos conmovieron a Aristóteles y a Goethe; a los poetas griegos y latinos; a Shakespeare, Marlow, Wagner y Thomas Mann… Aun el alma más simple cita a los héroes y celebra sus hazañas aun sin saber nada de ellos y sea niño o anciano, letrado o patán no hay quien escape al rigor de este espejo que, tarde o temprano, desentraña lo que lo aparente oculta o enmascara.

Sin imaginarlo siquiera, cualquiera tiene en su vocabulario personal conexiones mitológicas. Se refieren a Edipo como pariente cercano.  Ponen Caronte o Hércules a su perro furioso sin conocer la mínima referencia de estas figuras. Perviven Pegaso, las Furias y la temible Medusa porque se niegan a declinar su poder sobre el miedo, el arrepentimiento y las culpas; se reacomodan atributos y nombres, pero el genio de Grecia, invariablemente, continúa fascinando con su intensa auscultación del espíritu humano. No deja de ser asombrosa la vigencia del pensamiento mítico y su capacidad de adaptarse a tiempos y culturas distintas. Será por la interacción de monstruos, dioses, fuerzas, conflictos, magia y seres sobrenaturales con semi dioses y simples mortales, como sucede en nuestra mente. O tal vez sea la heroica hazaña de vencer sentimientos oscuros, pero nada impacta tanto como los mitos en el laberinto que nos habita. Es quizá el extraño poder de entrometerse en la conciencia a golpes de realidad. O puede ser también que de suyo se trate del poder de demostrar que la vía más directa hacia la razón es el absurdo, la desmesura y la sin razón, pero una cosa es cierta: ninguna cultura, hasta ahora, se ha sustraído al poder de los mitos.

Remotos o cercanos, los mitos son la huella de la identidad intransferible: sintetizan el carácter, las fantasías, los ideales y aun los temores de la época. Aunque en versiones distintas los de hoy son lo que fueron y han sido sus precedentes: relatos de aventuras, hazañas que triunfan sobre lo desconocido, actuaciones memorables enmarcadas en su ficción verdadera, en su espacio y sus tiempos distintivos… Pensemos, por ejemplo, en los héroes que se aventuran a las estrellas en la Guerra de las galaxias: como sus remotos abuelos,  estos también se trasladan al misterioso universo del bien y el mal, donde confirman los mismos delirios, pasiones, rivalidades, tormentas y temores ya consignados por el genio griego, lo que viene a probar que el hombre es el mayor de los misterios.

La Gorgona, su reality show

Redonda la Tierra y circulares sus ciclos: de tanto en tanto se inclina a la derecha, tiende rara vez al centro e, ignorante del principio armonía,  a capricho mueve el eje hasta la izquierda. Lo suyo ha sido conservar cierto movimiento pendular, salvo en los casos de transformaciones drásticas que entre crisis, invasiones y tremendas sacudidas, modifican fronteras, borran culturas, alteran el curso de la historia y dejan a los pueblos con el alma en un hilo. Hasta donde sabemos, no hay modo de que este mundo atine con un equilibrio perdurable entre tanta complejidad y tan escasa sabiduría.

Casi no hay locura que no se haya hecho del poder ni extravagancia, crueldad o barbarie que a la fuerza o aclamada por las masas, no haya sembrado de tinieblas la memoria colectiva. La lista de brutos feroces, tiranos, listos sin escrúpulos, dictadores demoníacos, emperadores, reyes y conquistadores demenciales o jefes de Estado, tlatuanis o patriarcas virulentos es tan larga que sus malas acciones han inspirado toneladas de escritos sobre el arte de gobernar, las torceduras del dominio y el misterio de nuestra naturaleza.

En ese mar de horrores, donde Calígula y Nerón confundieron la vida con espectáculo, parecía inevitable el ascenso del reality show a los sagrados recintos de la democracia moderna. Publicidad indecente, individualismo, una economía de mercado encargada de anteponer la banalidad y lo efímero a la moral y a lo esencial de la vida allanaron la ruta hacia el ocaso de nuestra civilización. Y en eso estamos, en el umbral de un porvenir completamente oscuro.

De la no obstante joven sociedad líquida examinada por Bauman, nuestra época avanza hacia la edad de la puerilidad, en la que todo está permitido y todo divulgado por redes sociales donde se desencadena, con inusitada eficacia, el fenómeno del "teléfono descompuesto" que de suyo inventa, deforma y transforma la palabra inicial. Protagonistas de un espectáculo sin trama, si lógica y sin fin, perdimos los secretos, el misterio y las antiguas intrigas palaciegas. Lo de hoy es el imperio del miedo y la verdad ficticia, la apariencia fugaz como pantalla de nada, el escenario de un reality show que ha saltado del más trivial espectáculo televisivo a la Casa Blanca, donde la Gorgona con mando confirma que es trágico el destino del Hombre.

 Todo, absolutamente todo está permitido para el loco o el transgresor, a condición de encumbrar el individualismo triunfante y, desde el imperio económico, tener y ostentar el mando inclusive del país más poderoso de esta era. Este último tirón ya no nos jala a la derecha ni a la izquierda como antes porque un extraño caos,  sin precedentes, además de estar enfriando al mundo, lo está despojando de lo que tenía por sagrado: su unidad, la vida misma.

Agitado como estaba de por sí este planeta de cavernícolas, algunos prudentes nostálgicos de Sócrates, millones de pasotas, ejércitos de broncos y montones de ilusos, es indudable que nos sorprendió el trancazo de las urnas.  Un grito lastimero,  ¡ay!, nos situó al filo del abismo. De nada, cuando ni siquiera se esperaba, apareció un nuevo megagobernante con apariencia de Medusa y, con él, el mundo dio otro empujón inesperado. Diferente sin embargo a todo lo demás,  a sí misma y lo que fue o que pudo ser, la democracia desvarió en la capital del espectáculo y, en segundos, quedó reducida al más perverso reality ante el azoro de propios y ajenos.

Sin más, con la fuerza de un tsunami, Donald Trump nos puso de cabeza en el no/lugar, más allá de la derecha. Peor aún: al punto amenazó, intimidó, sancionó, atacó y agitando su  cabellera de serpientes, encarnó a la Medusa despiadada. Qué sabios aquellos griegos: nombraron todo lo relacionado con lo humano. Pusieron nombre a las sombras y en los mitos representaron lo más oscuro e inconfesable del alma. Lo que nos separa de aquella monstruosidad que petrificaba al que osara mirarla, sin embargo, es que no hay entre nosotros un Perseo capaz de abatirla.

Así que ya se aclara el panorama: hasta ahora, el poder está del lado de la Gorgona.  La lección es precisamente ésa: no mirarla de frente, escudarse con la espada en ristre, resistir sin caer y no ponerse a tiro de sus lances envenenados. Para eso también, para batallar  contra la deidad perversa, en especial cuando las desventajas son obvias, los griegos discurrieron a Metis, la titánida que personificaba la argucia, la astucia, el ingenio y cuanto atributo hallaron para fortalecer al débil frente al fuerte, al indefenso ante al monstruo o a las criaturas atenazadas por las fuerzas superiores.

Metis acude en auxilio de cualquier David frente a Goliat, de Odiseo acorralado por el Cíclope, a favor de los aqueos ocultos en su emblemático caballo o, más cercano a nuestro tiempo, en el prodigioso desembarco de Normandía: obra maestra de la astucia por cuanto lograra engañar al enemigo. Y  Metis es nuestra única defensa porque somos la parte débil, la hasta ahora menos astuta e históricamente poco o nada arrojadiza en lo relacionado a su superación colectiva. Argucia pues, maña, ingenio, habilidad, destreza, sabiduría, imaginación: justo el recurso del listo frente al fuerte, del esclavo frente al amo, de la víctima ante el verdugo.

Parece de ley, sin embargo, la tentación de incidir en los errores. Si nos fijamos bien, el pasado lo demuestra: en racimos se igualan o se imitan las facciones, en racimos se acomodan en países estratégicos y en racimos surgen  tendencias a la hora de los cambios. Es un proceso de sobra repetido. No es casual que detrás o a la par de Trump estén los nombres, intereses y cabezas que se ajustan, como anillo al dedo, a esta radical torcedura que, en política, actúa a nuestro pesar como un oráculo, cuyos augurios nefastos  apuntan al caos.

 Esto es lo que debemos tomar en cuenta: cuando el mal se desparrama, las fuerzas oscuras desencadenan sucesos trágicos. También nos lo enseñaron los remotos abuelos, inventores de la política. Con eso de los giros súbitos del eje, la gente va perdiendo formas y se hace descarada. Así Trump, entronizado, fanatiza a sus aliados y la derecha más derecha deja el campo libre a la vociferante Marine Le Penen Francia y, a sus anchas, al individualista que no reconoce más parientes que sus dientes: Vladimir Putin. Entre pulgas brincadoras, culebras que se deslizan con sigilo, oportunistas, trepadores, redentores y, hasta ahora ninguna cabeza sabiamente amueblada, el mundo inaugura otra época –la de la feroz Medusa- que, de menos, nos ha desconcertado.

Cabe recordar que es el Miedo y no la de la cabeza de serpientes lo que en realidad nos petrifica.

 

Llegó el lobo

 

jornada. unam.mx

 

Primero, lo fundamental: México tiene intelectuales, científicos, técnicos, profesionales y personas cultas, aptas y de gran calidad en todos los campos. Hay hombres y mujeres de excepción, a pesar de las deficiencias educativas mayoritarias, de obstáculos interpuestos por la burocracia educativa y cultural, de mezquindades presupuestarias que entorpecen o aíslan el arte y el conocimiento, y no obstante la desarticulación de la sociedad. Sin embargo y aunque nada ni nadie puede destruir la obra del pensamiento, al talento ocurre lo que a nuestros recursos naturales: se le degrada, se le enajena, se le vulnera, desperdicia y menosprecia, en vez de cuidarlo como nuestro más preciado tesoro. Es hora de valorarlo y ponerlo al servicio del rescate del país.

En segundo término, el drama de los contrastes y la ancestral tentación de ser y continuar siendo un pueblo de vencidos. Pueblo enfermo de paternalismo, devaluado, depredador y atenido desde los días del gran Tlatuani. Pueblo a las órdenes, beneficios, amenazas y castigos del Padre, el Jefe, el Señor, el amo, el Presidente y “el ogro filantrópico”, que dijera Octavio Paz.  Eternos menores de edad, en vez de la malhadada e infecunda resignación católica, a los mexicanos les hubiera venido mejor el espíritu del trabajo protestante, la conciencia responsable y su correlativo sentido del deber de superación colectiva y personal. Cuestiones culturales aparte, lo cierto es que el talante de los agachados, sometidos y violentos, ha sido uno de sus peores enemigos y de las principales causas del atraso que ha impedido vencer limitaciones ancestrales.

Y entre los extremos, la realidad: vivimos bajo una ráfaga de espantos. La violencia es el aire de los días. Inseguridad, crímenes dantescos, corrupción, complicidades: no hay justicia. No hay inteligencia para gobernar. No hay sociedad estructurada. No hay modelo de país. No hay orden ni congruencia. Faltan planeación y autocrítica. No hay instituciones confiables. En suma, no hay patria ni patriotismo comprometido. Dilapidados, rematados o robados, tampoco recursos. No tenemos para dónde arrimarnos, salvo en nosotros mismos. Dominados por la medianía, la ignorancia y el descenso cultural, el pensamiento y la inteligencia educada están marginados de la acción y las decisiones. Improvisar, culpar al otro, desacreditar a la razón y tender la mano es la peor parte de nuestra  historia, lo que en verdad nos avergüenza.

En este panorama, nada más oportuno que recordar que desde los días de Carranza –o quizá antes también- lo más digno coincide con los grandes y sonoros NO a los Estados Unidos. Se les dice NO y no pasa absolutamente nada grave, todo lo contrario. En tal sentido tiene razón Héctor Aguilar Camín al indicar cuál debe ser la reacción del México intimidado por las amenazas de Trump y del que, desde hoy, será su club de millonarios investidos de miembros del gabinete. Asimismo es atendible la observación de Jorge Castañeda sobre la existencia de recursos que nos convierten en negociadores equitativos y de calidad ante el lobo que sopla y nos hace creer que destruirá nuestra morada.

Ojalá sólo se tratara de intercambiar adjetivos. La responsabilidad histórica nos obliga a reaccionar con hechos tan sólidos como ladrillos perdurables. Nunca antes revelaron tanta vaciedad los discursos de este lado de la frontera, por una causa: carecen de propuestas, de planes concretos, de acciones confiables respecto de la producción, del trabajo, de la verdadera educación, del rescate digno y firme de nuestro país, nuestro territorio y nuestra nación.

En medio de la tormenta no estamos viendo compromisos; compromisos especialmente éticos, prácticos y capaces de movilizar la ciencia, la técnica, las humanidades y esa maquinaria productiva en el campo y las ciudades que empiecen a acabar con la maldición de la dependencia de los Estados Unidos. Hay que decir NO, otra vez. Hay que elevar la voz y hacer lo que nos corresponde. Hay que ejercer la crítica y corregir errores que nos tienen en estado de postración. No hay otro modo de civilizarse ni de aspirar a formas dignas de vida en común.

Nos alcanzó la pura verdad. La sacudida es real; tan real como la extrema desigualdad entre riqueza y pobreza, la súbita subida de los precios, la bajada de la calidad de la vida, las protestas colectivas, el enojo popular, la criminalidad, el hartazgo y esa inepta y carísima partidocracia que no sirve para nada.  La pura verdad es la suma, también, del problemón que se nos viene encima con los migrantes de regreso, las inversiones que se van, los tratados que se rompen, las deudas en ascenso, los impuestos que se añaden al desempleo, a la desesperanza, la multiplicación de la miseria, al incremento de la dupla violencia/inseguridad… En fin, que esto es cosa seria y ya es hora de moverse con cordura y responsabilidad.

En tiempos de fe en las veladoras, novenarios y promesas juradas, propias del colonizado, se orientaban los ruegos al cielo y los ojos al suelo.   ¡Que Dios nos ayude!, decían los abuelos. Pero Dios, en el imperio del individualismo monetarista, es el dios del dinero y no hace milagros. No es compasivo. No oye el clamor del desesperado. No es sensible al dolor ni frena el sufrimiento evitable. El dios neoliberal carece de ética, ama la desigualdad y en esencia es estúpido: a imagen y semejanza de sus criaturas.

El mundo está a la expectativa, mientras México se encuentra atorado, sumido en un pozo de corrupción e ineptitud por su falta de previsión y decencia.  Nos llegó la hora tan temida y nos encontró con las manos vacías. Públicos y  privados, los errores no perdonan. Con el mapa de lo esencial hecho trizas, las amenazas del ya Presidente de los Estados Unidos estremecen la economía y dejan al descubierto nuestra situación: un sistema educativo de los peores, deuda por los cielos, economía de horror, el campesinado en el umbral de la miseria, millones de indocumentados balanceándose sobre el abismo, migrantes sin rumbo ni destino…

Empeñar la voluntad, marcar un rumbo, explotar  recursos con inteligencia, confiar en las propias capacidades, ser responsables, productivos, útiles a los demás y participar con fortaleza y cordura en la construcción de un gran país: para eso también sirve la cultura, para rectificar. Ya no hay tiempo para seguir desperdiciando ni para estar imitando a los demás. Hemos llegado al límite en que no hay para nosotros segundas oportunidades: cambiamos para superarnos con nuestros mejores atributos o este declive nos hundirá en el subsuelo de la historia.

Que nadie se llame a sorprendido por las desgracias que nos acechan. No nos han caído del cielo, ni a nadie podemos culpar de nuestro atraso ni de nuestras torpezas. Éste es uno de esos momentos en que no se puede esperar a ver que se le ocurre al otro para actuar mal y tarde en consecuencia. La historia, hoy, nos está espetando el verdadero desafío: hacer un gran país con lo mejor de su gente para adueñarnos de nuestro destino.

Malos tiempos, grandes retos

UOWTV Multimedia

El poder es cosa seria: la mayor de las pasiones. Por él se mata, se está dispuesto a morir o se inventa toda clase de artimañas, incluido el populismo. En cambio la democracia es laxa, inestable, impredecible y acomodaticia.  Abierta a todo, inclusive a la improvisación y las aberraciones, no discrimina ignorancia, frivolidad ni afán de espectáculo. Sin embargo y según Popper, no se ha inventado un sistema de gobierno mejor. Consecuencia y espejo de la sociedad, a fin de cuentas la democracia absorbe su carácter, expectativas, miedos  y fantasías: de ahí su vulnerabilidad. El resultado de este logro de la civilización está a la vista: ante tantas desigualdades existentes, la suma de excesos mediáticos y emociones populares está revirtiendo las bondades de este régimen de derechos y libertades. En vez de mejorar la política, el efecto de la globalización contribuye a degradarla, también desde las urnas.

El triunfo de Donald Trump es un intimidante ejemplo del peligro –incluido el nuclear-  que, en nombre de la democracia, entraña una mala elección partidista en principio y popular en los votos.  Pervertida como nunca antes, la política ya no es requisito ni fin para alcanzar el poder. Ahora son el populismo y el modelo económicos que nos determinan. Los procesos electorales no nos libran de errores garrafales ni de elegidos temibles, como éste.  Más bien, y contra lo que sería de esperar, se han convertido en un medio para encumbrar a los peores, justo cuando las desigualdades, los problemas y los movimientos migratorios están dividiendo a las sociedades y agravando los conflictos. Se dice que es el riesgo que hay correr a cambio de las bondades de los derechos y libertades, aunque se vote por lo contrario. Lo cierto es que si no se discurren normas para equilibrar, controlar  y rectificar las consecuencias de los yerros electorales, lo que nos aguarda en esta etapa que comienza es intolerancia y locura en estado puro.

Que “el más perfecto” modo de elegir gobernantes exige a gritos ajustes, es indudable. Al menos en términos ideales, a los partidos políticos corresponde la responsabilidad de lanzar candidatos confiables o siquiera presentables. La clase política está tan degradada, que cuando el elector llega a las urnas, en el mejor de los casos se topa con Hillary y Trump; en el peor, con López Obrador, Peña Nieto, Calderón, Fox… Y no se diga respecto de Chávez o Maduro en Venezuela, Cristina Fernández en Argentina o la “dinastía” de los sandinistas Ortega en Nicaragua… Está visto que el derecho al voto también abre a lo grande las puertas del infierno.

En fin, que entre la criticable oferta de la gerontocracia estadounidense y el panorama de Venezuela, Nicaragua, Brasil e inclusive España, etc., la democracia contemporánea no está para alabanzas. El populismo sella los malos tiempos y no discrimina discursos. Con sus defecciones históricas, al menos existen instituciones que en algo podrán contener los delirios de Trump en los Estados Unidos, aunque no dejan de ser preocupantes la situación ni la mayoría de republicanos en el Congreso. En nuestra América Latina estamos mucho más desprovistos en todos los aspectos. Los presidentes adquieren poderes tan absolutos que es delgado el hilo que los separa de las dictaduras.

Costosas, cargadas de dirigentes que de menos espantan, las democracias son la pantalla del malestar de la sociedad. Demócratas y republicanos, en los Estados Unidos, deben hacer un examen profundo después de esta lamentable exhibición de errores. En lo que a México respecta, no es más esperanzador el panorama.  Sin justicia, sin educación, cercados por pillos y delincuentes, la sociedad mexicana, además de ser víctima de si misma, de su partidocracia y sus infames gobernantes mira el advenimiento de tiempos peores con una mezcla de hilaridad e impotencia.

 La era Trump ya comenzó. Sus ramalazos en nuestra economía no tardaron en pegarnos. Lo que sigue va a peor. No podemos quedarnos de brazos cruzados ni responder con memes a la amenaza del infierno. Si nos interesa sobrevivir y ser respetados debemos cambiar radicalmente nuestra actitud. El destino nos ha forzado a romper, de una vez por todas, nuestra humillante supeditación a los Estados Unidos, incluida la psicológica. En medio de los males que nos acechan, quizá esta sea la oportunidad para dar el gran salto y superar el complejo del vencido.