• Perfil
  • Blog
  • Libros
  • C.V.
  • PODCAST
  • Contacto
Menu

Martha Robles

.
escritora

Your Custom Text Here

Martha Robles

  • Perfil
  • Blog
  • Libros
  • C.V.
  • PODCAST
  • Contacto

Confinamiento y silencio. Página del diario

May 7, 2020 Martha Robles

Pentecostés. Copiado de Pinterest

Eremitas por necesidad, los solitarios saldremos de ésta iluminados, locos de atar, un poco más sabios, bastante más tontos y peor vestidos, lacónicos, atarantados, quizás compasivos, memoristas, purificados o ariscos, aunque conciliados con la tendencia a aislarnos que no nos atrevíamos a confesar. Los acompañados enfrentan muchos y con frecuencia tremendos retos, pero no el de ser invisibles, como quienes sobrellevamos el confinamiento entre el nihilismo, la contemplación y la certeza de que, dóciles ante lo desconocido, todo lo que suceda es posible. Sola, lo que se dice sola y reducida a lo esencial, advierto que el mundo no es “ancho y ajeno”, como Ciro Alegría les hiciera decir en su novela a los despojadores de tierras. Es más bien producto de nuestro proceso evolutivo que no podemos o no queremos enderezar. Se me ocurren cosas absurdas, como aquello de que “el hombre está condenado a ser libre”, que Jean Paul Sartre tanto gustaba decir.  Le quito el “ser libre” y me quedo con la verdad de Sísifo, válida para todos. Observo al detalle las estanterías donde permanecen decenas de diarios y pienso que en esa montaña de párrafos -con o sin sentido- he ido desenredando un ovillo, como el de Ariadna, para explorar laberintos y no quedar atrapada en ninguno. Entre sacudida y limpieza también deslindo lo fundamental de lo secundario mientras mis sentidos se aguzan al ritmo en que se aclara un raro sentimiento de quietud.  Lo comparto con Brahms, con Ralph Vaughan Williams, con Mahler... Hay momentos en que advierto que el tiempo rompe sus ligas con los relojes y que sin causa ninguna releo a los medievalistas y a mis autores más entrañables. Todo es extraño y, sin embargo, me dejo llevar por la inmediatez y en definitiva, renuncio a cualquier clase de expectativa.

Antes precisa, la disciplina rompe reglas que supuse inseparables de mi carácter. Es curioso, pero no me interesa buscar series ni películas. Prefiero la música, libros o nada.  Se siente el silencio en muros y en ventanas, en los peldaños, al cocinar, al releer a Isak Dinesen o al ir descalza por casa. Todo se llena de una ausencia que es presencia y poesía interrumpida. Al amanecer y en la tarde escucho pájaros a montones. En casas cercanas ladran los perros. Se dejan oír sirenas de patrullas y de ambulancias porque la violencia también está enchufada a las cuarentenas. A ratos percibo el yugo del tedio, pero lo dejo pasar: que fluya hasta dejar de sentirlo. Lo importante es conservar la actitud. Inclemente, empeora el insomnio: no ayudan el yoga ni las respiraciones espaciadas que voy practicando mientras me relajo de pies a cabeza. Discurro recursos alternativos: un baño caliente, leche con miel, la infusión de hierbas, melatonina, valeriana, el aceite esencial de lavanda que tanto me gusta… Entre que si y entre que no, dormito y despierto. Quizá ya es manía.

Meditar es pausa y remanso. Es inútil tratar de desenmarañar nudos recónditos porque, haga lo que haga, invariablemente triunfan las Moiras, las Erinias y los fantasmas que acechan como el virus que determina a capricho quién vive, quién se salva o quién muere. Así de arbitrario es el desfile de ausencias y mensajes no bienvenidos; sin embargo, no los rechazo porque –otra vez- en esta situación lo fundamental es la actitud, la buena actitud. En esta cabeza superpoblada con sabe Dios cuántas cosas, voluntarias e involuntarias, requeridas o no pedidas, aflora un saber que no sabía que sabía. Me pregunto de qué materia está hecha la especie humana, pues al toparnos con los asuntos del   cerebro o del corazón no hay explicaciones que valgan. De eso se trata el maravilloso misterio  del ser: de mostrar y hacer valer su prodigio sin revelar su secreto.

Entre que cavilo obviedades y repaso páginas en pos de respuestas, me doy cuenta de que veo de otro modo lo mismo y que, desprovista de resistencias, los que supuse sellos inviolables de la memoria no lo son tanto ni los recuerdos proscritos que refundí en el olvido son tan difíciles de soportar; al menos ahora, porque se asoman por donde menos espero. Veo, además, lo que no vi ni comprendí en su momento. Así, de golpe también, reaparecen párrafos y versos que aprendí hace miles de años y al deletrearlos deletreo también a la niña que jugaba con las palabras. Como ráfaga reconozco sensaciones, algún rostro, olores, sueños que di por perdidos. Todo vuelve -susurro-, y con optimismo me dispongo a recobrar historias que, escritas a vuela pluma al estrenar hace siglos mi primer ordenador, desaparecieron en el infinito por no saber cómo grabar, todavía.

No hay que refundirse en cuevas ni fantasear un idílico Shambala o Shangri-la para explorar las múltiples posibilidades de la soledad y el silencio. La casa es más que  símbolo y resguardo, también se parece a la caja de Pandora cuando libera imágenes y palabras en espacios que, por darlos por sentado, dejaron de percibirse.  Parada en cierto cuarto antes habitado, susurro que cada quien se lleva consigo el vacío y la visión del mundo, su mundo, que otros van recobrando en fragmentos. Esto es un tránsito incesante. No que yo sea de los que hablan solos, pero de repente digo algo, como fuga del alma, y calculo cuánto aliento contienen las palabras. No por nada los remotos abuelos recomendaban prudencia pues  los vocablos curan, dañan, enferman o matan por las mismas causas.

A veces me abrumo con las noticias y con la necia costumbre de repetir necedades. No me da por ordenar cajones ni me tienta el apetito insaciable. Entiendo que los días y las noches se suceden en ritmos que siendo más o menos iguales, varían por la luz o la oscuridad, por la lluvia o la sequedad y por el sentido o el sinsentido que proyectamos desde la nuca hasta la punta de los pies. Y por eso de distraerme con los asuntos de la luz y la oscuridad no podía faltar en la hora de los rescates insólitos lo que me marcó para siempre, a partir del momento en que leí sobre el día de Pentecostés: era el estruendo que descendía de los cielos en medio de un vendaval que sacudía la casa. Lo sagrado cobraba forma a la vista de todos: podía sentirse, inclusive tocarse.  Acaso sentados en círculo, los discípulos quedaron estupefactos cuando las lenguas de fuego se posaron sobre sus cabezas. El silencio dispuso el advenimiento de La palabra: un portento, envidiable si los hay. Leer que cada apóstol recibió la palabra esencial, el logos del Espíritu Santo que les permitió hablar en diversas lenguas, me estremeció hasta la médula. No dormí esa noche ni las que siguieron. Ese fuego sagrado, transmisor de las voces para que los hombres hablaran como se hablaba en diversas naciones, sería desde entonces divisa de esa terca pasión por lo sagrado, por su manifestación en la luz, en el fuego, la palabra y la claridad.

 No es que tanta y tan honda entrega al silencio en este confinamiento siquiera se compare a la subida de Moisés al Sinaí ni a otras cuarentenas que ya pasan de cincuentena, es que el silencio dota de sentido absoluto a  la Palabra y, con ella, a la vida. Por eso confío en que no será infructuosa esta experiencia. Menos burros, más atarantados, iluminados o un poco sabios, lo importante es que podamos descifrar los secretos e insospechados mensajes que nos tiende el destino.

Comment

María Zambrano. Palabras del regreso

April 22, 2020 Martha Robles

Foto de rtve

Jesús Moreno Sanz se fue a buscarla a Ginebra el 18 de noviembre de 1984. Dos días después, María Zambrano es recibida en Barajas por un grupo de amigos y parientes, y solo un receptor oficial, por deseo expreso suyo: Jaime, el hijo de su amigo Pedro Salinas, entonces Director General del Libro.

Alegría de vida adentro, poco podrá disfrutar la intensidad madrileña; pero Madrid entra a casa de María. La vigila una médica de cabecera, Olga Fano. Desde el primer día hay una asistenta, Mari Paz, luego sustituida por otra. El caudal de visitas no impide su renacer. Su inteligencia deslumbra, como su capacidad de trabajo. Ya se sabía que había nacido para escribir. Por la palabra alboreaba. Se concentra en escribir del escribir. Congrega sueños realizados. Recuerda a la “Generación del Toro”. Remonta espacios sagrados. Piensa en la metamorfosis, el misticismo y la palabra abismática. Tiene arrestos para colaborar semanalmente en Diario 16, El País y ABC. Con “Notas para una autobiografía”, Mercedes Gómez Blesa reúne artículos y otros textos en Las palabras del regreso (1995). Es la memoria conciliada. María lo confirma en el prólogo: “Y esa palabra nos trae la memoria. Es memoria. Memoria que rescata el pasado del olvido, de las tinieblas del no-ser. Pues no recordar lo sido, no dar entidad a lo que fue por miedo a que se repita, por temor a despertar viejos odios, conlleva no asumir la historia, no recuperar su continuidad, sino vivir anclados en la discontinuidad del presente bajo la sombra siempre recurrente del fantasma del pasado.”

Y, agregó: “Solo este ponerse al día con la historia permite despertar del sueño de aquella tragedia, posibilita que la vida siga, fluya, continúe, sin permanecer estancada en las aguas del pasado, en las aguas del olvido.” Confirmaba así que hay vidas-voz que, al modo de Unamuno, transcurren por el cauce mayor de la palabra. A propósito del ser/palabra recuerdo la anécdota del periodista que, asombrado al conocer la la rutina intelectual de don Miguel en Salamanca, quiso desentrañar su “vida-secreta”: “Y usted, don Miguel..., ¿solo escribe?”, preguntó. “Le parece poco?”, repuso Unamuno con su peculiar ironía. “No busque más: la vida del escritor es la escritura. Seguramente mi biografía le parecerá aburrida”.

Y es que la oscuridad, el alba y la aurora transcurren a su ritmo en el mundo interior. No es siempre visible ni del mismo modo para los demás. María conoció la tormenta y la ceguera. Tuvo también episodios de clara-luz. Durante los últimos años de su vida, la intensidad se concentró entre las paredes de la que seguramente fue su hogar, la casa del espíritu. Veía los destellos mostrándose apenas. 1985 es fecha inaugural de cosechas: honores, fundaciones, homenajes. Su nombre se fusiona a la academia, a los asuntos femeninos, al filosofar desde su rumbo transformado, a las rectificaciones ante los rigores del exilio. Ella, mientras tanto, procura concentrarse en la actividad literaria. Moreno Sanz la ayuda a ordenar y editar escritos para integrar De la aurora. Fernando Muñoz realiza con ella una revisión completa de El sueño creador. En ocasiones accede a descansar en la casa de campo de algunos amigos. A uno de ellos, el economista Carlos Manuel Fernández –según evoca Moreno Sanz- le encargó enterrar ahí, bajo un cedro en Galapagar, a sus dos gatas. Primero, en 1985, a Tigra (19 años); y en el verano de 1987 a Blanquita (15 años). Irredenta, luego aceptó el regalo de dos gatitas hermanas (Lucía y Pelusa) que la acompañarían hasta el final.

Tuvo la rara habilidad de estar rodeada de gente elegida, que además le ayudaba. Su magnetismo lograba que sus colaboradores se sintieran honrados de poder hacer algo por ella, de participar en la organización final de su obra. El mundo de nombres que se van enlistando a su alrededor, en la España dedicada a distinguirla, se expandía como una maquinaria formidable. De este modo María se institucionalizaba. Impedida de la vista, también Elena Gómez, de la editorial Antrophos, se suma a la diaria jornada de reunir sus artículos. J. M. Ullán graba en cintas sus entrevistas que posteriormente publica. A él comenta que el mundo está horrible: “No hay un rostro de verdad, un rostro, puro o impuro, pero un rostro. El mundo está perdiendo figura, rostro, se está volviendo monstruoso...”

Asida a Juan de la Cruz, lo evoca, lo invoca. Pondera como nunca el silencio y, con Ortega, repetía con cierta nostalgia: “Bebe en el pozo y deja tu sitio a otro”. Quizá lo intentaba; pero era tanta la gente pululando en su casa que nos parece admirable que reservara espacios para sus propias tareas. Con frecuencia estaba indispuesta. Sus enfermedades la forzaban a aislarse en estaciones de retiro, trabajo y ánimo para continuar las reuniones. J. C. Marsé la ayuda con la publicación de Notas para un método y, en el amplio proyecto de reediciones destaca la intervención de Rogelio Blanco. Intentar comunicarse con ella es una aventura: la multitud la cerca. Cada uno es más dueño que el otro de su vida, de su obra y de su tiempo. Cada uno dispone, niega o acepta entrevistas. Las habitaciones comienzan a ocuparse con parientes. Ante la inútil tentativa de hablar con ella, no obstante viajar desde México para verla, todos se llaman sobrinos, primos, vigilantes, depositarios de su palabra, de sus manuscritos, sus decisiones. Extraño ambiente el que la cerca. Ruidoso y autoritario. Consigo sin embargo unos minutos con ella. Solo al teléfono: quiso el destino –los imponderables de siempre- que mi temporal residencia en España en esa ocasión me llevara a atender la agonía de un familiar cercano. Pero, inédito aún, me pide leer Delirio y destino; luego, fragmentos del que sería Los sueños y el tiempo. Entonces advierto que, no obstante su obra, hay en el fondo un dejo de inseguridad que no la abandona. Y la prefiero en sus libros. Me abruma el gentío.

Tal el movimiento que la habita al ser distinguida con el Premio Cervantes, en 1988. El jurado estuvo constituido por escritores de los dos continentes: Jorge Semprún, Rafael Lapesa, Pablo Antonio Cuadra, Emilio Alarcos, Alfredo Bryce Echenique, Alfredo Conde, Montserrat Roig, Carlos Fuentes, Juan Manuel Velasco y José María Merino. Exhausta, debilitada y sobre todo perpleja, no puede escribir su discurso. “Sabia y piadosamente”, aseguran que un poeta amigo suyo compone un collage con fragmentos de antiguos ensayos, especialmente los extraídos de “Lo que le sucedió a Cervantes”, de 1955. La cifra del alba que lo inicia sería contribución del amigo, aunque a tono con su estilo. Ella encuentra la calma.

Mejor que nadie María sabe que son las glorias del adiós. La Fundación que lleva su nombre había sido creada el año anterior. El Ministerio de Cultura contribuye a completar sus necesidades personales. Osborne, fiel a su natural generoso, no abandona los envíos económicos. En su casa se realiza, en 1987, la investidura del Doctorado Honoris Causa, acordado en 1982 por la Universidad de Málaga. También les son otorgados el Premio Extraordinario Pablo Iglesias y la Medalla de Oro de Madrid. De este modo, la España socialista paga cumplidamente su deuda con quien, durante cuarenta y cinco años, se conservó asida a su razón hispana.

Por eso su obra puede difundirse al ritmo de sus metáforas de luz; por eso María, tránsfuga del rayo, es reconocida por dos o tres generaciones que descubrieron que no era Ortega y Gasset el único pendón del vitalismo ni su representante más apasionado. Cuidada en el destiempo de su larga enfermedad, María fue celebrada en su agonía como los peninsulares suelen solemnizar un hallazgo de esta envergadura.     

Pasada la tormenta, se entregó a la calma. Se movía en silla de ruedas. Trabajaba como podía, con los auxilios de rigor. Abominaba del espanto del mundo, de la guerra en el Golfo Pérsico. Consigue ver publicado Los bienaventurados y, copiado por Rosa Mascarell, deja listo para su publicación póstuma Los sueños y el tiempo.   Nada mejor que la descripción de un testigo para conocer su final. Así lo narró Jesús Moreno Sanz: “Pocos días antes de que la llevaran, por primera vez, al Hospital de la Princesa, María Zambrano le dijo por teléfono a su amigo Edi Simons “Estamos en la noche de los tiempos, Edison Simons, hay que entrar en el cuerpo gloriosa”. Y colgó. A mediados de enero de 1991 hubieron de llevarse al hospital a Mariano Tomero, su primo. María creyó que él iba a morir, y literalmente se descompuso. Hubo que ingresarla aquejada de una infección respiratoria severa que provocó su desajuste global. Pero se recuperó lo suficiente para volver a casa. Se reprodujo la infección. Vuelta a la Princesa, habitación compartida, noches delirantes. Pero se recuperaba. La tarde del 5 de febrero estuvo muy serenamente charlando con Javier Ruiz, recordando amigos y secreteándoles sus amores más ciertos. A mediodía del 6, mientras intentaba comer, le comenzó, de nuevo el (final) ahogo. Unos instantes angustiosos. Pero, una eliminación por medios mecánicos del exceso de secreciones, hizo que lentamente su corazón se detuviese sin perceptible agonía. Estaban con ella Fernando Muñoz, Rogelio Blanco, Jesús Moreno Sanz, Teresa Gracia, Esther Blázquez, Antonio (hermano de su gran amigo Alfredo Castellón). Al día siguiente de su muerte, se la trasladó a su pueblo, Vélez-Málaga, donde yace, entre un naranjo y un limonero, en una casita –que ella quiso en vida se le construyera- en el cementerio local. En la lápida, por previo deseo suyo, está inscrita la leyenda del cantar de los Cantares: Surge amica mea et veni. A su tumba acuden –quizá porque allí les echan de comer- decenas de gatos de todos los colores. Allí también han sido trasladados los restos mortales de su madre y su hermana Araceli”.

Al filo de la muerte, acaso reparó en el silencio radical. Quizá cayó en la cuenta de que Antígona le hablaba. La oyó que susurraba. Sintió un lamento trágico. Se interesó en los tránsitos de una muerta viva que por fin atina con la voz que la consuela. La miró a su lado. Encontró a una Antígona tan natural que tardó en reconocerla. Estremecida, alguna vez  escribió el recuerdo indeleble de aquellas, sus primeras palabras: "nacida para el amor he sido devorada por la piedad". Las hizo suyas. Y como Antígona, quizá se consumió también por la piedad. Una piedad poética, bañada con el mejor cristianismo, de donde vino a confirmar el origen sagrado del Verbo, el carácter luminoso de la palabra. 

De su vasta herencia, destaca el temblor de humanidad. Temblor que clama, que llama la aurora. Desnacer y renacer incesante, distintivo de los combatientes de los dioses. Con el doloroso resabio de las penurias del transterrado, María volvió a su España amada al declinar noviembre de 1984. Seis años después -a dos meses de cumplir los 87 años de su edad (nació el 22 de abril de 1904)-, murió vaciada de su germen, desustanciada de su latente oscuridad, como la palabra clara, la palabra-luz que emana mansamente de su espíritu poético.

Comment

A propósito del FONCA

April 18, 2020 Martha Robles

Todo trabajo debe ser remunerado. Es un derecho universal sin discusión, a pesar de que continúa incumplido, disfrazado, torcido o abusado en buena parte del mundo. Para eludir este deber, desde la posrevolución los gobiernos fueron discurriendo ayudas, componendas, chapuzas como la “economía paralela”, ambulantes, “informales”, ñoños, ninis o nonis, becarios, entenados, amantes, validos, ahijados, protegidos, mordidas, extorsiones, cortas, enchufes, vales, bonos y un inabarcable etcétera para falsificar este deber y mantener así el control sobre los gobernados.

En el específico caso de los intelectuales, cuya rebeldía implícita y capacidad crítica establecieron una relación desigual y conflictiva con el Poder, los honorarios o su omisión quedaron sujetos al azar, al capricho o a la buena o mala voluntad  del pagador o contratante. A diferencia de los profesionistas,  nunca se ha creado un tabulador justo, actualizado y oportuno para publicaciones, conferencias, asesorías, escritos, orientación y dirección de proyectos, etc.  La causa por la que no se puede subsistir con el propio oficio  es obvia: solo lucrativo para un puñado de afortunados, el quehacer intelectual y artístico, al margen de cómo y cuánto contribuye a enriquecer la identidad y la calidad de la cultura, indistintamente se considera producto de la ociosidad burguesa, hobbie de espíritus bohemios o  instrumento de presión o controversia política y social.  Por consiguiente, el pensante y/o artista e intérprete ha sido tan marginal en nuestra sociedad como arbitraria la distribución oficializada de recompensas y castigos.

La abultada historia del poder y la gran cultura  -sin la cual no se entienden el siglo XX mexicano ni la enredada relación de amor/odio o mutua atracción y repudio entre políticos y escritores, principalmente-, estuvo teñida de figuras mimadas, influyentes y apareamientos casi insólitos. Relaciones que, fuertes y estrechas de por sí, avanzaron entremezcladas de acosos, persecuciones, ninguneo y muertes civiles para silenciar, amedrentar, acabar o quitar del paso a los incómodos. Peor si además algunos ejercían el periodismo, cuando la prensa era importante.

Con el muralismo a la cabeza, la gran cultura contemporánea floreció por encima o a pesar de los obstáculos en años anteriores al FONCA. Tanto la Universidad como la diplomacia acogieron sin demasiadas exigencias pero con buen sentido a numerosos autores y artistas. De Contemporáneos para arriba y para abajo y sin descontar a los  emblemáticos Alfonso Reyes y Octavio Paz,  el Servicio Exterior fue instrumento invaluable de los vasos comunicantes con otras culturas. Gracias a este acierto, aunque masculino en su totalidad, nuestro mundo se amplió y las generaciones siguientes crecimos sobre el enriquecimiento de las bases construidas por nuestros mayores.

A pesar de circunstancias adversas, las obras artísticas y los escritores más importantes proliferaron curiosamente durante aquellos “gobiernos de la revolución” a los que, por añadidura, no se les puede ni debe negar el benéfico acierto agregado de acoger al exilio español, al que tanto debemos. Contemporáneos, narradores del realismo social, Reyes, Paz, Rulfo, Fuentes… Y, posteriormente: Ibargüengoitia, Carballido, Luisa Josefina Hernández, Rosario Castellanos, Inés Arredondo, Tita Valencia, Esther Seligson… (Por citar algunos) fortalecieron la diversidad y el nervio de nuestra moderna literatura. Es decir: no había FONCA que distrajera la fecundidad, pero si apertura de la  Universidad, del servicio exterior y de algunas revistas,  suplementos culturales, teatros, establecimientos aislados y subsidios públicos.

Entre varias y nada sutiles maneras de controlar la crítica y la inconformidad se instituyó la costumbre, aún vigente, de pagar con bajísimos honorarios o sustituirlos con la gracia o el “honor” de ser invitados a participar de manera gratuita en conferencias, publicaciones, presentaciones, trabajos varios, representaciones, etc.. También en el sector privado las políticas editoriales y sus usos discriminatorios eran y son feroces. Tanto, que todavía agravan la situación económica de los autores, sin distingo de especialidad, con regalías leoninas y ausencia de divulgación. Así como la compensación  económica determina que “no se golpea la mano que te da de comer” –con todas y nefastas consecuencias-,  lo opuesto -pobreza, marginación, ninguneo y precariedad- funciona para doblegar a las voces perturbadoras.  Ni qué añadir en abono de la valentía de  las mentalidades independientes, solo sostenidas por amor al oficio. Sin salario, pero con obligaciones fiscales, carecemos de ingresos regulares, seguro médico y servicios asistenciales.

 Ante este panorama, el FONCA surgió como la gran promesa para jóvenes en formación y mayores con obra y trayectoria significada. Que de ahí saldría lo mejor de la cultura mexicana del próspero siglo XXI y el pasado palidecería ante la producción sin presiones del inmenso talento de los protegidos por el Estado, sin exigir nada a cambio, como no fuera su obra sostenida. Se agregó el capítulo de proyectos y espectáculos de calidad y se consagró la cima económica con eméritos y vitalicios: ¡todos felices,  bien alimentados y hasta paseados y reconocidos! Sin embargo, no tardó en comprobarse que cuando a la medianía se le da la varita mágica para elegir, enjuiciar, discriminar, recompensar, ningunear u omitir, el resultado es de ¡válgame Dios! Y eso ocurrió sin tardanza y lo que tantas ámpulas levantó, pues en tanto y escritores y artistas en activo, con obra comprobada y seguramente sin enchufes ni palancas ni influencias ni amoríos ni padrinos eran rechazados sistemática e injustificadamente, Mambrú, Nobody, Whom, Regularcito de tal o Cualquiera como sacado de la secundaria brillaban lujosamente, inclusive en el exclusivo Sistema Nacional de Creadores.

En mi caso y a pesar de contar sobradamente con los requisitos  y el trabajo comprobado, unas seis o siete veces fui rechazada si más y sin explicación, hasta que desistí y, por supuesto, acabé comprendiendo por qué no soy candidata a cualquier reconocimiento oficial. ¿Quiénes, por qué y amparados en qué juicios o dictámenes  cometieron tan obvia  cantidad de arbitrariedades y yerros? ¿Dónde está la gran obra prometida y realizada por sus elegidos? No veo, no veo… No veo a los sucesores de Paz, de Reyes, de Rulfo… tutelados por el FONCA: una organización bajo sospecha, ahora en explicable extinción o absorbida por la Secretaría de Cultura. En estricta justicia y sin ánimo de debate, pues es inevitable que exista una buena cantidad de afectados con o sin causa, esta decisión se veía venir, era inevitable, aunque también lamentable y controversial por todo el fracaso que implica y por las esperanzas  y frustraciones que se lleva consigo. 

En suma, la política cultural nomás no da una.

Luchar por el pago justo es lo que procede. No prebendas, no dádivas ni simulaciones, sino ingresos correctos, transparentes y permanentes. Trabajo justo y pagado. Nada justifica el maltrato y menos aún la manipulación por la vía del dinero.. Distinciones oportunas y no en los funerales. Inclusive obras por encargo, ¿por qué no? Esa sería una política inteligente. Hay demasiados faltantes en nuestro registros culturales, en todos los campos, que deben atenderse con agudeza e imaginación. Protección absoluta a los artistas, pensadores y creadores jubilados, ancianos y desvalidos, eso si, cual corresponde al preciso agradecimiento de una vida de entrega al trabajo y a su aportación a la cultura. Ampliación de actividades accesorias para que actores, escritores, músicos, etc., vivan dignamente, como en cualquier país que se respete y en bien de las actuales y nuevas generaciones. Actividades de extensión cultural en apoyo de la educación. Servicios asistenciales, empezando por un seguro médico para todos sin excepción y cuidados a domicilio a quienes lo requieran. Puertas y mano abierta, imaginación, conocimiento de la historia de nuestra cultura y raciocinio en vez de la burocratización que ha entronizado la infecundidad, el disimulo y la medianía.

Puede doler la verdad. Pero lo que es, es como es.

Cuando la sociedad en pleno –incluidos los gobernantes- entienda qué es la cultura y cual es su papel en la formación, en la calidad de la vida y en el fortalecimiento de la identidad y la dignidad de las personas y los países, entonces otra, muy distinta y respetable, será la actitud de tantos ciegos, sordos y necios que nos rodean.

 

Comment

Página del diario. A propósito de Alberti

April 9, 2020 Martha Robles

EFe. El Mundo

Tanto dar guerra con su sexualidad desordenada, para acabar como anciana ojerosa, con la papada en caída libre, pelos por aquí y por allá en el rostro flácido, mal vestido, fea su voz, desaliñado y mal peinadas sus ralas mechas blancas. Así como en sus setenta Marguerite Yourcenar trasmutó en algo parecido a un clérigo medieval, hay  hombres que envejecen mal, como mujerucas que en vez de confirmar un pasado a la altura de sus pretensiones, exhiben el declive más temido por los donjuanes-de-salida: acabar con un físico mujeril. Faltos de agilidad, sus cuerpos mal trabajados se degradan de forma blanda, cascada y triste. Con la testosterona mermada y exagerando cortesía con las muchachas, al actuar la que suponen “jovialidad” caricaturizan una lascivia distintiva de quienes han cruzado la frontera de los sesenta con algo de fama,  alguna influencia o medios para pagar su delirio. La reacción contra la senectud que detestan ciertos hombres se va potenciando año tras año mediante detalles, hasta completar el modelo del que se empareja con una incauta considerablemente más joven. Ella, de preferencia, con complejo de orfandad, escasa autoestima, presa de fantasías sobre su realización por venir o sabe dios aquejada de cuáles enredos psicoanalíticas más.

Al ver la escena construí la historia de la pareja: esa mala costumbre mía de andar con un pie en la verdad ficticia y el otro en la fantasía... Como quien aumenta la velocidad de una película, inclusive agregué soliloquios imaginarios al cuento y ella, más que él, me dio qué pensar. Caer en el corredor de lo que más se aborrece y no saber cómo salir de él y tampoco poder hacerlo provoca una íntima impotencia que se va hinchando como pústula dolorosa.  Es la vergüenza por estar fuera de lugar y sin moverse; enjaulada y , como pájaro mutilado, incapaz de tirar a empujones la reja. No hay sensación más espantosa que la de estar dónde y con quién más se detesta y no tener las agallas para escapar. Es el deseo de romperlo todo y romperlo bien y, de manera simultánea, una triste imposibilidad de conseguirlo a causa del miedo. Todo esto y más desfiló en mi cabeza al ver a ese hombre en el vestíbulo de los Apartosuite Príncipe Pío, en Madrid, cuando yo llegaba de México y él salía muy acaramelado con María Asunción Mateo, quien ya hacía suya la tarea de encargarse de pagos, decisiones y trámites relacionados con el anciano poeta. Lo vi, los observé con el  malestar de quien de golpe reconoce una verdad oculta, pero me mantuve a distancia, consciente de que atestiguaba algo incómodo. Internamente repasaba otros episodios relacionados con escritores y/o algunos políticos.  Fue inevitable entretenerme con asociaciones conocidas de cerca o de lejos, quizá por esa tendencia mía a tener despierta entre ceja y ceja la misteriosa cifra del destino.

Tuve que esperar algo más de una hora para que la (dis)pareja saliera en definitiva del edificio. Él hablaba alto, como para darse a notar, y con la actitud distintiva del vejete que ya se ha hecho con la muchacha. Al punto y sin dudar lo reconocí. Al verla a ella pasó como ráfaga por mi memoria el relato no contado sobre las relaciones desiguales, y abominables a los ojos de los demás. Inclusive recordé algunos versos suyos, el ritmo, la sensación del agua, el referente de los ángeles y pasajes biográficos de su esposa, la infortunada y talentosa María Teresa León, ya enferma de Alzheimer y desde hacía unos años confinada en un hospital allí mismo, en Madrid. Pensé lo que siempre he creído y confirmado: el vínculo entre la obra y el hombre casi nunca es congruente ni de fiar.  Esta orilla –la de la ilusa que “cae” con viejo mañoso-, amerita examen aparte, porque hay que hilar muy delgado para entender el enredo y eso, pues eso es tema para otro capítulo.  Primero hay que averiguar por qué funciona la manipulación del seductor, y por qué encarna, en ocasiones vulnerables, lo que la seducida desea o imagina quizá sin saberlo ni confesarlo. Luego, abundar en la complejidad de la contraparte y las peculiaridades del medio que empuja a las mujeres, aun de manera inconsciente, a elegir estos horrores ante situaciones que podrían ser peores. En casos así, hay que realizar un deslinde de la neurosis de uno y la otra para hallar el manjar del psicoanalista o, en contrapunto, el peso del patriarcado que suele aplastar a la condición femenina, no obstante excepciones que también campean en el mundo del espectáculo.

Con el ojo y la mente en alerta sobre un fenómeno que por cierto no es infrecuente, fui observando cada detalle en vez de hacer lo que debía y quería hacer: salir corriendo. Todos, en ocasiones, somos testigos accidentales de algo que rebota en la propia historia o en biografías cercanas.  A mi pesar me ha tocado ver y reconocer el revés y el derecho de la lujuria senil, las sonrisas babobas, el lenguaje amañado del “protector”, al cortejador que no se cansa de repetir “cuán potente” es “a pesar de su edad”… En fin, que el destino –siempre el destino- me ha puesto frente a narcisistas que creen que su sexualidad está por encima de la ley natural y  del cerco de la vejez. 

Y ellos allá, y yo cavilando: la mayoría ve con desagrado a los “cebollones” o “rabos verdes” que a excusa de piropear alardean que a ellos “no les gustan las viejas feas”. “Abueletes lujuriosos”, pensaba para mis adentros mientras recordaba que Benito Pérez Galdós gustaba frecuentar los barrios más populosos para novelar el  Madrid enmascarado por el clero y atiborrado de vidas oscuras. Prefería concentrarse en los rechimales  que atesoraban las mejores (o peores) historias. Mientras repasaba pasajes de sus Episodios Nacionales imaginaba la sonrisa del muy amañado y viejo novelista al oír cómo las mujeres, unas desde los balcones otras sentadas ante el portal, se burlaban de los libidinosos seniles, que estaban “más quemados que el palo de un churrero”. 

Y como una historia llama a la otra, no me podía olvidar de un Alberto Moravia que avanzaba hacia la muerte entregado a su propia degradación. Recién había leído cómo quedó reducido a monigote y voyerista por aquella ruidosísima Carmen Llera, orgullosa de su perversidad transgresora, decidida a convertirse en leyenda al casarse con él y dedicada a detallar cada una de sus aventuras amorosas, más pornográficas que eróticas.  Le fascinaba exhibir públicamente sus excesos sexuales con éste o aquél amante furtivo que –según aseguraba sin recato- “excitaban” en Roma al ya muy acabado  novelista. Está de más aclarar que la descripción de aquellos sucesos hacían temblar a la España más pacata, aferrada a hierro y fuego a los saldos franquistas. Que los juegos infernales  de ésta amiga del escándalo, 47 años menor que él, “alimentaban las fantasías fálicas de los italianos”, comentaban algunos escritores españoles que, sin atreverse ellos mismos a transgredir como fuera, celebraban los desmanes físicos y verbales de esta aragonesa, hija de la transición, que acaso solo porque sí se aventuró a desafiar todos los convencionalismos. 

Desde Los indiferentes hasta sus Cuentos romanos, y sin que me perdiera las adaptaciones de sus obras en las películas, Moravia fue uno de esos autores que se van quedando a sus anchas en los anaqueles de lecturas frecuentes. A partir de la aparición de Llera y hasta que sabe Dios quién lo encontró  muerto en el baño, en 1990, la lastimosa decadencia de Moravia era documentada al detalle en páginas de cultura y transcrita e interpretada con avidez por la prensa del corazón. Nunca volví a leerlo. No obstante anunciarse escritora a voz en pecho, ella desapareció al perder la sombra de sus múltiples protectores y quedar como “viuda de Moravia”. Seguramente su propio envejecimiento fue eliminando el interés de quienes la veían como revolucionaria sexual o arquetipo de la provocación. El olvido cayó sobre ella y no se si en España, entre su gente, algo quedó de aquellos desafíos, quizá infecundos en lo esencial, pero explicables dado el dominio que tuvo la Iglesia tanto en la vida española, como en la italiana.

 Hay de  acosos a acosos, pero es imposible negar que, cuanto más mañosos son los abuelos,  más fácil es caer en la trampa del “protector” promisorio, revestido de Santa Claus o figura pública. Agréguese que el poder, la inteligencia o el dinero no solo sustituyen las limitaciones de la edad, sino que las borran y aun contribuyen a nutrir las fantasías de muchachas con aspiraciones aplazadas. Así fue como la casualidad me puso por única vez frente a Rafael Alberti. Sacudí la cabeza como queriendo evitar observación tan maligna. Al firmar mi ingreso y atento a mi mirada,  el hostelero me puso al tanto: que después de habitarlo desde su regreso a España, y ante el lastimoso padecimiento de María Teresa León, el poeta dejaba la misma suite, frente al jardín real, que yo ocuparía durante los cuatro meses siguientes. A partir de entonces, él cohabitaría con María Asunción Mateo, al tiempo su segunda esposa.

Lo miré de fijo mientras cruzaba el umbral. Él también me miró. Intercambiamos un par de palabras: nada digno de recordar; pero al saber que yo ocuparía el mismo espacio que él impregnó de secretos, sentí que algo se tendía entre los dos. La escena del gato viejo con ratón joven palpitaba en mi mente. Ella firmaba, disponía; él aguardaba a sabiendas de que, por ser quien era, disfrutaría un por venir a la altura de sus fantasías.  Lo que callaba agitaba mis tripas mientras que, orgulloso de sus lances, quizá ya pensaba los versos para contar lo que la vida le regalaba. Pronto descubrí en una librería cercana su “Metamorfosis del clavel”, acaso su último título. Sonreí con malicia.

Comment

Otra caverna, mismas sombras

April 1, 2020 Martha Robles

Fragmento de la cueva de Lascaux

Aceptar lo distinto nos dispone a hallazgos y sensaciones múltiples.  La estética aunada a grandes hazañas activa lo mejor de nosotros mismos.  Sobradamente lo experimentó una inteligencia dotada como la de André Malraux. Así consta en su obra, aunque particularmente en sus Antimemorias, libro que releo tanto y con tal gusto que puedo deletrear pasajes entrañables, como su aventura en pos del reino de Saba, sus preguntas sobre el hombre, la dolorosa realidad colonial de la Martinica, exhibida mediante el ridículo símbolo de la Marsellesa y los uniformes imperiales para disfrazar nativos hambrientos, la consulta a una vidente sobre el trozo de un manto que supuestamente perteneció a Alejandro de Macedonia; ni qué decir de su idea del budismo en la soledad de la selva, de India, China, Hanoi; de las referencias a la muerte o del mundo del arte y la condición humana, del simulacro de fusilamiento o sobre el dolor, pues “no es menos imposible volver del infierno que de la muerte”. Capítulo aparte merece la pieza maestra sobre la marcha de las cenizas de Jean Moulin para permanecer en los Inválidos: Esta es la marcha fúnebre de las cenizas. Junto a las de Carnot con los soldados del año II, las de Víctor Hugo con los Miserables, las de Juarès veladas por la Justicia, que reposen con su largo cortejo de sombras desfiguradas…

Esto viene a cuento porque lo nefasto nos acecha y la figura mítica de la caverna vuelve a nuestros días, mucho más poblada de cautivos en la oscuridad que durante la hora en el Hombre no lo era, todavía. Por el relato platónico sabemos que siempre hay uno que a pesar de los demás descubre la luz y “despierta”. Uno que da el aviso de lo que hay más allá y, aunque igual que Casandra esté condenado a no ser creído,  su palabra anticipa algo iluminador, un signo que al menos libere a unos cuantos de su esclavitud. Tal señal es el conocimiento, lo que nos hacer ver, entender e interpretar. Es destello que, a la par, conduce a la madurez para sortear necedades que proliferan en tiempos de oscuridad.

Esta reflexión me regresó a Malraux de manera inevitable. En destino tan abultado como el del Ministro de Cultura durante la V República, no podía faltar su cita, en Lascaux, con la asociación mítica de la caverna, “la capilla Sixtina de la prehistoria”, al final de marzo de 1944. Cuatro años atrás había sido descubierta por un muchacho intrépido que se aventuró en busca de su perro y tres o cuatro chicos que entraron después. Al ser informado de lo que allí descubrieron, Henri Breuil, entonces la mayor autoridad del paleolítico, se apresuró a documentar la importancia de esta joya y, a pesar de que Francia se encontraba bajo el yugo de la ocupación alemana, se concentró en protegerla con los recursos existentes.

Resguardada en secreto, la gruta subterránea de Lascaux, en Montignac, fue un escondite ideal para el armamento de la resistencia en Dordogne, localidad del suroeste francés donde abundan las cuevas. El coronel Berger, nombre de guerra de André Malraux en el frente de Alsacia, iba en esta misión a la cabeza del grupo de valientes guiados por dos o tres lugareños. Su medio hermano recién había sido capturado. La tensión era absoluta. Si el descenso hasta las cámaras pintadas fue tortuoso porque la entrada era estrecha y solo se cabía de costado, asegurar los pertrechos implicaba un tremendo desafío.  Cualquier esfuerzo, temor o incertidumbre desapareció sin embargo ante el espectáculo pigmentado en rojo y negro por el hombre de Cromañón, unos 20 mil años atrás. Maravillado y sin dejar de arrastrarse en el terreno accidentado, Malraux se las arreglaba, en medio de cajas amontonadas, para apuntar su poderosa linterna eléctrica hacia cientos de figuras intactas, cuya sola presencia acaso le hacía pensar que los dioses no habían nacido, que la idea de la creación no se había concebido y que el hombre se movía en la Naturaleza  sin preguntarse por la verdad, el bien o la crueldad. Todo estaba ahí, sin que nada faltara: un hombre con cabeza de pájaro, el caballo barbudo, ciervos, caballos, vacas, bisontes… Y la sala de los toros, cuya estampida parecía en movimiento por el reflector de su linterna. Era la aventura humana en toda la plenitud de su inocencia originaria: Ese lugar había sido sagrado, sin duda, y todavía lo era: no sólo por el espíritu de las cavernas, sino también porque un vínculo incomprensible unía esos bisontes, esos toros, esos caballos (otros se perdían más allá de la luz). Y esos cajones que parecían llegados allí por sí solos, vigilados por las ametralladoras vueltas hacia nosotros...

Nada, ni la sombra de la muerte, el sufrimiento o los riesgos a los que se enfrentaban los valientes voluntarios de la Resistencia, impidió el sublime goce de estar en contacto con el más antiguo testimonio artístico del hombre: otro de sus juegos con la eternidad, como solía definir su gusto por los relatos, sucesos y museos extravagantes. A pesar de la tensión que reinaba allá abajo, en la tumba verdadera a la que el bisonte daba un alma enigmática,  y sobre el angustiante temor a quedar sepultado por un derrumbe inminente, Malraux/Berger miraba cada detalle a sabiendas de que presenciaba algo único e invaluable. Pensaba en el pasado, en éste y otros tesoros escondidos, en la Vía real, en Indochina, en lo sagrado y en la grandeza de que ha sido capaz el hombre. Pensaba dejándose llevar y a la vez evocando otras cavernas, distintas sombras y tinieblas no menos intimidantes.

Por la singular mezcla de curiosidad, talento, aventura y pensamiento, con André Malraux no solo se acabó un modelo de ser fascinante, sino capaz de contribuir con su sola acción personal a las mayores transformaciones del siglo XX. T. E. Lawrence, Sir Francis Richard Burton y Alexandra David-Néel compartieron esa materia en desuso por escudriñar lo desconocido. Con la argamasa de un nuevo saber, confirmaron que el mito, el desafío del destino, el apetito de saber y la tentación de la historia están tan fusionados a la humana naturaleza como la espiritualidad, el poder o el no poder y el vano impulso de engañar a la muerte. Y pretender engañarla es lo que hacemos ahora ante la real amenaza de un bicho imperceptible, pero tan letal que para sobrevivir hay que renunciar a la que supusimos libertad, al menos respecto de lo cotidiano.

Malraux destacó por su intervención en grandes capítulos de la moderna cultura de Occidente. Hasta el último de sus días lo movió un peculiar apremio por estar en el lugar y la hora donde se fraguaba la historia. De ahí que, desde su juventud, acudiera a dónde y con quién suponía que algo trascendental estaba ocurriendo. Entregado a la creación literaria de meditaciones estéticas que asombraron a los lectores desde sus primeros títulos, fue criticado por lo que omitió, no por  lo que relató en sus Antimemorias publicadas 1967, cuando todavía era Ministro de Cultura. Deslumbrante, su relación con el lenguaje, la política y “la verdad” –sin merma de  verosimilitud- asestó un golpe a los prejuicios, inclusive ideológicos, al reinventar el pasado y el poder sin más fidelidad que la que profesó a la historia de la cultura. Esta manera suya de ver e interpretar la vida, el destino, lo inexplicable, la fábula, las dudas y aun la muerte que osciló entre la ficción pura y la verdad ficticia de menos desconcertó a quienes esperaban de él –a saber por qué- un relato sin reflexiones perturbadoras.

Al fusionar lo vivido a lo imaginado, deseado o reelaborado desde el mito de sí mismo, el lector queda literalmente prendido a su prosa.  Hay pasajes sublimes, como la estremecedora evocación de Jean Moulin, el heroico líder de la Resistencia escarnecido, salvajemente golpeado, con los órganos reventados.... Es tal su capacidad envolvente  que  no hay más que aceptar que el hombre no llega jamás al fondo del hombre, ni recobra su imagen a través de los conocimientos que adquiere. Si acaso, profundizamos nuestra propia interrogación. Lo escribió respecto del destino y la vida frente a la muerte: No hablo del hecho de que nos maten –que apenas supone un interrogante para quien tiene la trivial fortuna de ser valiente-, sino de la muerte que asoma en todo lo que es más fuerte que el hombre: en el envejecimiento y hasta en la metamorfosis de la tierra…

Mucho se ha dicho de cuán difícil es vislumbrar a André detrás de Malraux. Me pregunto por qué o para qué habríamos de hacerlo y en qué se funda el disgusto de los que todavía exigen fidelidad documental o doctrinaria a sus páginas. El autodidacta decidido a encontrar la imagen de si mismo en las preguntas que se hace no fue distinto al  pensador solitario que discurre Las voces del silencio. Tampoco el político  dialogante de De Gaulle, abandonó al militante aventurero que, además de embustero y conocido ladrón de arte en Indochina,  fundó un periódico de combate en Asia y atestiguó el ascenso del Kuomintang.  El protagonista de una tragedia familiar es el mismo creador de L’espoir en su carácter de jefe de la primera escuadrilla de la aviación  de la Segunda República Española. Escritor de raza, encumbrado en un ego monumental, es el patriota que se une a la Resistencia durante la ocupación alemana para realizar, al término de la Guerra, el sueño del gran civilizador elevado a Ministro de Cultura. La suma de todo ello y más era el Hombre, el que siendo como los demás de su especie, no se parecía ninguno. Tantas y tan apretadas experiencias en sus 75 años de edad parecen burlarse de quienes se quejan por la falta de tiempo para realizar lo esencial pues a él nada le impidió escribir sin parar obras notables hasta su muerte, ocurrida en noviembre de 1976.

De la muy envidiable y abultadísima biografía del prisionero de la Gestapo, víctima de un simulacro de fusilamiento, hijo de suicida, testigo y partícipe de los principales acontecimientos del siglo XX se deduce que cada instante es insustituible. Cuando lo distinto e inesperado nos saca del ámbito de lo conocido, nos descubrimos con temor presos en el estado que no sabíamos que ignorábamos o, algo peor: corroboramos que no somos capaces de estar en lo que, por no saberlo, ni siquiera podemos nombrar. Sea lo distinto, la soledad, el silencio, lo indeseado, el miedo o el aislamiento que en apariencia nos permitirá sobrevivir, en realidad un virus nos ha enrostrado que nada nos acostumbra a la idea de morir.  Lo verdaderamente humano, tarde o temprano, se da cuenta de que no se vive de acuerdo con lo que uno piensa de su propia vida,  sino aferrados a todo lo irremediable que a fin de cuentas atribuimos al destino.

Comment

Escenas medievales

March 17, 2020 Martha Robles

Médicos venecianos durante la peste bubónica

Cuando hacia 1330 la peste bubónica saltó de Asia a Constantinopla  para después  asolar a la hermosa ciudad de Florencia, hacia 1345, nada pudo impedir su gradual expansión por el continente europeo durante algo más de quince terroríficos años.  Jóvenes, niños y viejos, ricos y pobres, incautos, creyentes o ateos comprobaban con espanto y no poco sufrimiento la letal aparición de bubas negras en sus cuerpos, resultado de hemorragias internas. Cuando menos tres de cada cinco enfermos no solamente estaban condenados a morir rápidamente y de fea manera sino que, en cosa de horas o de días, cada uno se llevaba consigo a otros tantos que  ingenuamente se creyeron protegidos por su ángel, por la gracia divina o por el infaltable pensamiento mágico que nada entiende de epidemias, de salubridad, de moralinas ni contagios. Barberos, médicos, sacerdotes y/o curanderos ilusoriamente se “protegían” con la máscara de pico que tanto ha nutrido la imaginación de los medievalistas, pero igual se enfermaban. 

La crisis empezó a contenerse no con rezos, ni con misas solemnes o procesiones cantadas; tampoco tuvieron qué ver las letanías, las mortificaciones del cuerpo ni las obligaciones indicadas en los devocionarios. Mucho menos sirvieron de algo los pavorosos castigos infligidos a inocentes “pecadores” o a mujeres impías. El principio de la solución se vislumbró al conocer que –procedentes del mar Negro- los mercaderes genoveses que atracaron en el puerto de Messina eran los portadores del mal provocado por el piquete de las pulgas que emigraban de las ratas muertas. Aunque el brote se inició entonces en regiones tan alejadas de Occidente como la cordillera de los Himalaya, quedó en claro que basta un solo portador para desencadenar un contagio masivo porque invariablemente ocurre por multiplicación geométrica. Y aunque siglos atrás y por situaciones similares los médicos judíos en Persia supieron que la cadena depredadora de ratas y pulgas provocaba la peste, los europeos tuvieron que redescubrirlo para emprender su propio combate contra la inmundicia donde anidan las plagas.

Fue larga, accidentada y dolorosa esta experiencia porque parecía inquebrantable el cerco  de ignorancia, ausencia de higiene y exceso de roedores cargados de pulgas que picaban a los humanos vivos. Tiempo sobró para que la Iglesia y los pueblos persiguieran con saña a chivos expiatorios, cómplices del Mal y supuestos agentes de  fuerzas oscuras. La infamia, en voz de monjes y malas lenguas, encendía hogueras, se aprovechaba de la injusticia y arreciaba la pugna por el poder que, de manera inmediata, recayó en el atraso de la vida cotidiana. Bienes, legados, títulos y tierras pasaron de unas manos a otras en medio de un caos tan  tremendo que cuando la Parca se hartó de llevarse a la tercera parte de las población europea, los sobrevivientes tuvieron que inventar otro orden social, modos distintos de crecer, producir y gobernarse para consolidar sus culturas. Tanta fue la urgencia de superar esta amenaza que acaso no fue fortuito que casi siglo después, a partir del XV, aparecieran los primeros frutos del formidable Renacimiento.

Adueñados de la divinidad y sus atributos, como sería de esperar, los miembros del clero extremaron amenazas intimidantes con métodos de ejecución para quemar vivos a los acusados de herejes o de practicar brujería. Ante el número de cadáveres que sobrepasaban la capacidad de transportadores y sepultureros, se radicalizó la lucha entre las dos cabezas de la cristiandad (oriente y occidente), para hacerse con un único e imposible liderazgo.  Mientras batallaban entre sí los jerarcas para administrar el reino de Dios en el mundo, a su vera crecía la anarquía de los feligreses  entre delitos y barbaridades cometidos en masa. Eran tantos y tan pavorosos los actos de rapiña  que, atrapadas entre el sufrimiento agravado por la intimidación religiosa o por la peste y la muerte,  las madres lloraban por haber parido hijos maldecidos.

 Cuando un tercio de la población ya estaba bajo tierra, los más avezados por fin se dieron cuenta de que no eran el pecado ni las hechicerías las causas de tan mortífero castigo. Tampoco Dios había dado la espalda a sus criaturas, como aseguraban los curas fanatizados. El imaginario popular de veras creyó en el fin de los tiempos. Así lo promulgaban los prophetae quienes indistintamente considerados herejes, adivinos, ungidos o iluminados, atolondraban a la multitud con mensajes mesiánicos o tremendistas, entreverados de infundios manipuladores y promesas redentoras. Sin dificultad se exacerbaba el ánimo de cientos o miles de peregrinos que, tras la guía de predicadores errantes que todo sabían de la energía depredadora del resentimiento social, saqueaban, aterrorizaban, fornicaban, parían, peleaban y morían a cielo abierto.

A diferencia de otras epidemias de raíz oriental, acaso olvidadas o ignoradas, como la peste justiniana del siglo VI d.C., en Europa estallaban las crisis aupadas al agotamiento de las tierras, desórdenes demográficos, graves periodos de sequía y  a la brutal ignorancia que, desde los días de Babel, demuestra que nuestra especie es la más imperfecta y peligrosa de la creación.

En tanto y el fantasma de la muerte rondaba en las ciudades, donde mejor se aseguraba el contagio, algunos aprendieron a sortear el peligro mediante el aislamiento voluntario o algo parecido a nuestra cuarentena.  Imbuido de hedonismo y decidido a vivir a plenitud lo que le quedara de vida, Boccaccio fue uno de los que no le facilitó la faena a la Parca. Por intuición o ventura huyó de Florencia, en 1348, con un grupo de diez jóvenes (siete mujeres y tres hombres) cargados de vitalidad y de historias. Es de suponer que de sus vivencias y sus cuentos en una villa apartada de la ciudad surgiría el célebre Decamerón, escrito en el vernáculo dialecto florentino, entre 1351 y 1353, que a la fecha leemos con inmenso deleite. Fue el terror a la peste bubónica el original trasfondo de esta obra maestra integrada por cien relatos que oscilan entre la burla, la tragedia, el erotismo, la ironía y el ingenio: algo que, ante la pandemia que nos ha tocado en suerte, me recuerda cuán sanadora puede ser la palabra y cuán aleccionadora es la literatura en cualquier tiempo, pero especialmente durante confinamientos forzados y ensombrecidos por el temor de convertirnos en cifra estadística durante la suma de los muertos.

En contraste con el humor picante de Boccaccio, también recuerdo la congoja de Petrarca por haber perdido a su amada, la inaccesible e idealizada Laura, víctima precisamente de esta horrible peste negra, como él mismo refirió en sus cartas. Convertida en móvil central de su Cancionero, siempre he asociado a Laura con la Beatriz de Dante, aunque en las páginas y entre versos cada una de ellas sea intransferible.  Refugiado en la religión y de natural melancólico, nada impidió a Petrarca dejar una inmensa constancia poética sobre el amor irrealizado y la tristeza insondable de la ausencia: algo que también adquiere una enorme significación entre nosotros  porque según  estos dos enormes escritores lo vivieran, en nuestra circunstancia entendemos de qué se trata el absoluto poder de un bicho microscópico, imperceptible, sorpresivo y de conducta tan caprichosa que para vivir nos obliga al aislamiento.

No son las pulgas sino el actual coronavirus lo que pone de manifiesto algo válido hoy mismo o en la Edad Media: nadie se libra del azar, cuando el que elige es el Hado; hay sin embargo modos no tan sutiles de distraerlo, pero para ello es necesario acudir a  la fuerza vital del silencio en soledad: volver a ser para ser, practicar el recogimiento reparador y aceptar, desde su sentido y su función radical, que la inteligencia debe fortalecerse durante situaciones críticas, porque en la bonanza y el bienestar todos somos ocurrentes y listos. Y en eso estamos… quizá aguardando secretamente otro Renacimiento.

Comment

La confesión. Página del diario

February 29, 2020 Martha Robles

Estos días se me han hecho inmensos y llenos de agujeros. Los gritos, ayer  domiciliarios, ahora serpentean por todas partes: rebotan en los muros, se pintan en grafitis o amenazan como dagas. Tuvieron que matar a miles con saña para que las mujeres ya fueran distintas, como no eran y ni siquiera se imaginaban. Sin el batallón de las “aguantadoras” que todo callaban, el medio se enrareció. Hoy lastima el ruido, quizá porque la conciencia pugna por soltar palabras atoradas. No todas las  palabras, nada más las que sostienen la cabeza, el corazón y el cuerpo. Trizadas de silencios, son palabras largas, achatadas, saturadas del pasado y con dificultad aún para darle voz al  porvenir que ya nos pisa, pero que todavía no es porque no sabe cómo ni con qué manifestarse. Eso es lo que avergüenza: no poder, no haber podido arrancar las palabras que nos atan de raíz, como yerbas espinosas. Asusta, asusta mucho el ruido que, de la noche a la mañana, golpetea donde esas manos no pegaban, esas bocas no gritaban ni en esos rostros asomaba nada que no fuera la mordaza. Mirarlas a ellas, tan aguerridas y desafiantes, me regresa a los días en que la protesta de una era equivalente a ninguna, cuando en montón se discriminaba hasta la ignominia a la que se atreviera a ser diferente: días de callar o de escribir condenadas a no ser vistas y, si acaso, a ser medio leídas a condición de hacer como si no existieran, como si su palabra no valiera ni transformara absolutamente nada.

A nosotras, las de antes, nos hincaban en un confesionario para susurrar enojos, fantasías y las que se tenían por faltas que ameritaban penitencia. Con la cara pegada a una rejilla y las manos que no hallaban acomodo, balbuceábamos lo que nadie, absolutamente nadie podía saber, salvo el hombre sentado al otro lado, madera de por medio. Percibido apenas, él inclinaba la cabeza para dormitar o para oír la confesión de niñas como yo que, sin remedio, seríamos evas vitalicias, causa irremisible del pecado original. Supongo que su atención mejoraba cuando voces adultas se desprendían de culpas más sustanciosas o trasmitían experiencias  que, entre dificultades y escollos, eran parte de un mapa vital o de la traza del propio destino.

Al comienzo de la misa, en sendos lados del templo, los confesores tomaban su lugar con aires de saberse depositarios del secreto consagrado. Yo seguía con la mirada a uno u otro preguntándome qué tanto guardarían esas cabezas que poco o nada me impresionaban; pero encarnaban el símbolo. Y de símbolos nos llenamos cuando escasean las certezas. Al iniciar el ritual todo cambiaba: encerrado en el confesionario, dejaba de ser el tontón con sotana arrugada que discurría boberas y seguramente se burlaba de mis dudas existenciales. Escucha semi oculto, él dejaba de ser él mientras yo hablaba. Y si yo hablaba es que algo decía: eso me maravillaba.

Ya desde entonces me atraía el misterio de lo que solo puede ser dicho como arrancado del alma. Para lograrlo debía disponerme con tiempo, pues con seguridad nunca entendí bien a bien de qué se trataba la confesión, a pesar de que, rodeada de monjas y cercada por curas en un medio cerrado, mi educación religiosa fue muy deficiente. Mientras aguardaba mi turno buscaba palabras que, por el prodigio de lo que subyace aún sin nombrarse, pide de pronto ser mencionado. Tal revelación es lo que entendí por milagro. Me fascinaba la idea de sorprenderme, yo misma, con el hallazgo de lo que pudiera decir: algo parecido a sentir la voz como dictado automático de lo imperceptible y velado.

Sin tardanza hacían fila montones de mujeres de todas las edades: unas, a la derecha; otras a la izquierda. Al frente, apenas dos o tres hombres: únicos privilegiados por la Iglesia para hablarse de frente con el confesor. Era un hecho jamás cuestionado que las mujeres estábamos marginadas de los asuntos de Dios y que nuestra voz no contaba. A todas luces notaba, desde pequeña, que la confesión no valía igual para todos.  Imagino que mientras las señoras depositaban sus cuitas, sus dudas o su necesidad de consuelo, ellos afianzaban la tradición de hacer lo que mejor se sabía y se esperaba del patriarcado.

Fuera quien fuera el emisor o el destinatario, lo importante era creer que de por medio estaba la fe en la doble indulgencia del perdón y la redención. Voluntad, pecado, intención, arrepentimiento y contrición, de este modo, eran voces/baúl que imbuían de misterio el mensaje de ida y regreso. A fin de cuentas, yo no tenía más certeza que  la de la gracia sanadora de las palabras ni mayor confianza en el poder de la confesión que su capacidad de “vaciar” un relato refundido, como la memoria y los sueños, en la región de lo inmencionado. En eso consistía mi religiosidad: en aguardar con recogimiento la venida de la primera palabra, la palabra inicial. El tiempo no ha conseguido disminuir la emoción de ese hallazgo entrañable, elevado a cifra de mi escritura. Sabía que al hincarme en la dura y gastada tablita del maloliente  confesionario necesitaba el silencio, siquiera un instante. Cerraba los ojos sin adivinar el rostro del confesor. Al escuchar el cerrojo de su ventanilla aislante,  se manifestaba algo que ni yo misma identificaba, pero podía decirlo, gracias al impulso de lo sagrado. Ignoro cómo percibía el que aún considero portento del lenguaje, pero era tan poderoso que me preservaba del influjo nefasto de la habladuría que, como mujer, me negaba.

¿Qué y cómo decía lo que con-fe-saba? Imposible saberlo ahora. Lo indudable es que la experiencia se fusionó al hallazgo de mi destino. En una sola ocasión, la que selló mi ruptura con la costumbre de aguardar lo no dicho, me exasperó la voz del escucha quien, con ostensible impaciencia me conminó a seguir el ejemplo de la pureza de la Virgen María, ahora que yo alcanzaba la edad en que “las tentaciones” entran por la puerta grande y el arrepentimiento no conoce salida. “Pero si la Virgen no hablaba”, -le dije. “¿Cuál ejemplo a seguir si a mi no se me aparecen los ángeles ni voy a ser la madre de Dios?” El confesor se inclinó con fuerza y asomó la cabeza para mirarme mejor. Yo me puse de pie porque por primera vez entendía que en ese recoveco oscuro “el otro” entorpecía más que avivar  mi vínculo con el lenguaje. Pero en algo tuvo razón este pobre hombre entrenado para repetir y repetirse de qué se trataba el destino de las mujeres: ya era notorio que había llegado al fin de mi infancia. A partir de entonces entendí que nada libera tanto ni tan de raíz como el dardo de la palabra. Eso es lo que, en cualquier dictadura y derivado de tiranías, se procura evitar impidiendo o manipulando la “educación” de los más: impedir que el marginado hable y nombre su realidad. Que el siervo lo sea por su oscuridad y que la mujer calle pues, a fin de cuentas, la violencia comienza cuando el habla habla y habla y no dice nada, como se hacía en aquellos confesionarios.

1 Comment

Me acuerdo, me acuerdo

February 17, 2020 Martha Robles

Remedios Varo. Visita al pasado, 1957.

A propósito de lecturas y de la curiosidad de rebote o en cadena, como suele ocurrir entre asiduos a las letras, el comentario de Enrique Vila-Matas sobre el abultado volumen publicado por las ediciones Joseph K, en el que Mireille Ribière reúne textos de Georges Perec, trae a cuento el dato de cuando Perec, en 1970, leyó I Remember, de Joe Brainard, lo cual, como Je me souviens, daría pie a la escritura de un libro y de una forma novedosa de aproximarse al pasado.

Mientras leía el texto de Vila-Matas, se me apareció ¡Habla, memoria! con la insistencia de Nabokov sobre jamás olvidar los detalles. Por asociación recordé que la sola frase me acuerdo, me acuerdo también ha actuado en mí más de una vez como llave para abrir gavetas recónditas y, desde cualquier punta, estirar la escritura hasta donde quiera llevarme una sola palabra. Me refiero a la dualidad olvido/reminiscencia que, a capricho, permanece oculta durante meses o décadas quizá a la espera de ser rescatada. Je me souviens es una fórmula casi mágica para desvelar enredos en los que lo percibido, lo sucedido, lo recibido o atestiguado se entremezcla a los muy hábiles y tramposos juegos de la memoria para crear una historia a su manera.  

Más allá de completar algún puzzle y de dar visibilidad a lo invisible al evocar sucesos o impresiones, hay que decir que la voz recordar es una de las más bellas y sugestivas de nuestra lengua. Lo confirmé el día en que conocí su significado: Re es un prefijo latino que quiere decir otra vez. Cordar desciende de cordio y cardio, corazón. Etimológicamente, por tanto, recordar es volver a pasar por el corazón o volver al corazón. Y nadie mejor que María Zambrano para emplear el término como puntal de su “razón poética”, pues el saber cordial es la guía para acceder y desentrañar al ser que permanece en penumbra, a donde  no “llegamos” mediante la razón discursiva. Esta capacidad dual del conocer –la cordial y la discursiva-  llevó a filosofar a la muy singular y fascinante discípula de Ortega y Gasset hacia un saber del alma. Del fondo oculto del saber del corazón, donde subyace la poesía pura, queda su más alta constancia en obras maestras de la literatura, muchas de las cuales, por cierto, suelen burlar el cerco limitante de los géneros.

Se acordó Proust de su mundo entero a partir del olor de las magdalenas que -hilo conductor en los inicios de su obra-, le permitió “buscar” el tiempo “perdido” y después repasar el “recobrado”: dos figuras tan insondables como poéticas y cargadas de un saber propio y/o apropiado que aún nos atrapa y permite vislumbrar partes ocultas bajo apariencias banales. El surtidos de imágenes y voces se desencadenó –según relata él mismo en Por el camino de Swann-, cuando abrumado por la tristeza probó una magdalena mojada en té y súbitamente “regresó” a su infancia durante los veranos en Combray, un pueblito situado al  noroeste de Francia. Un solo destello causó una de las mayores obras literarias del siglo XX.

Siempre advertiremos con asombro y como arrancada del re-cuerdo, la galería de  atribulados de Djuna Barnes, en El bosque de la noche.  Pessoa recordó como quien abre no una sino muchas y muy hermosas cajas chinas. Lo hizo desde sus varias cabezas, recuerdos y nombres que lo habitaban y nos legó una obra múltiple y diversa, que a la fecha no podemos soltar. Malraux inventó el envidiable género de las antimemorias al falsear remembranzas con tal habilidad que, gracias a su mitomanía formidable, borró fronteras entre la historia, la ficción por la ficción pura, la geografía, el arte, la política y la autobiografía, solo para situarse en el ónfalo griego u ombligo del mundo, a excusa de contar sucesos extraordinarios.

Al decir Je me souviens, Marguerite Yourcenar discurrió un incomparable y corpulento  Laberinto del mundo que no solo invita a viajar de Grecia a Roma, de Flandes a Maine o de la Villa de Adriano al oriente profundo, sino que re-cuerda la historia, la fábula y el tiempo en sí de manera tan original que todo cobra sentido desde la perspectiva que se lea: al través de su Opus nigrum o por referencias que merodean el relato sin desdoro de la historia en Archivos del Norte o desde Qué, ¿La eternidad? hasta Una vuelta por mi cárcel. Inclusive en sus ficciones casi puras y siempre verosímiles el saber del alma se fusiona a la razón lógica, retórica o estructurada. Tiene la gracia de atraer al lector al través de sus vericuetos memoriosos para continuar una travesía medieval que no cesa hasta anudar su origen belga, su pasión oriental, la convivencia con Grace en la Isla de los Montes Desiertos, su encuentro con un Adriano tan vivo que pudo ser ella misma o el rescate de papeles abandonados en baúles. Supo lo que supo no por su conocimiento discursivo sino desde el corazón y sus chispazos –como las magdalenas/cifra de Proust-, como le ocurriría mientras caminaba en pos del emperador romano por la playa helada y siempre en penumbra de Maine…

I remember evoca, por otra parte y de maneras distintas, los tránsitos de aventureros, biógrafos, exploradores, poetas y escritores de diarios que, en lengua inglesa, han cimentado una de las literaturas más ricas, sólidas y diversas de nuestra civilización. Imposible desdoblar el importante listado de memorias, poesías y relatos que consagran ese verbo prodigioso en el que cabe el tiempo y la idea del tiempo, la geografía, la fábula y hasta un catálogo de todas las emociones. De los angloparlantes es justo decir que además de que han hecho un extraordinario oficio de sus relaciones con la memoria, desde siglos atrás se han dedicado a atesorarla hasta en pormenores. Qué otra cosa podría ser sino pasión por el pasado, su culto a las bibliotecas y su no poco delicuencial afán de hacerse de cuanta piedra, pliego, libro, testimonio, pintura, tablilla u objeto que sirva de recuerdo y/o testimonio, sin importar origen ni procedencia. En ese sentido, no hay más que ir a unos cuantos recintos emblemáticos de Londres para encontrarse con lo que es y ha sido el Hombre de punta a punta, desde lo inmemorial hasta su imaginación futurista. Y qué decir de la Biblioteca del Congreso o del Museo Instituto Smithsoniano en Washington, verdaderos sagrarios de la memoria en sí y de la memoria y la curiosidad por todo y de todos.

Me acuerdo, me acuerdo, en nuestra lengua, adquiere connotaciones muy distintas a las de hablantes en inglés, italiano o francés. De la multitud marginada de árabes, orientales, africanos, etc., nada o poco sabemos, a pesar de que los antepasados dejaron constancias todavía insuperables, como Las noches árabes o Las mil y una noches, sin cuya presencia en nuestras vidas no nos habríamos apropiado del símbolo de Sherezade ni la propia y encarnada Isak Dinesen, desde su cuna en Dinamarca, se habría adueñado de su gracia.

Decir, pues, me acuerdo, me acuerdo  equivale al abracadabra de la mítica cueva de Alí Babá, donde los insaciables ladrones ocultaban tesoros inimaginables y en tal cantidad que a  mi no solo me costaba imaginar las dimensiones de la gruta, sino abundar en el sinsentido de acumular tanto y tan de continuo, nada más que para mantener la riqueza  encerrada de manera intemporal. Aquel recuerdo se ligó al absurdo de K. y demás parientes literarios. A partir de entonces me dio por  reflexionar sobre la función de despojos condenados a permanecer en la oscuridad, sin destinatarios ni uso definido: precisamente la imagen divulgada por Disney durante mi infancia, cuando nos tatuaron en la mente la figura infecunda y más que idiota de un Tío Mac Pato tan millonario como tacaño.  Su único placer y su única actividad consistían en “bañarse” a solas sentado en el centro de su foso atiborrado de monedas y billetes: un anticipo del monetarismo inseparable del individualismo y del impulso autodestructivo de nuestro tiempo.

Me acuerdo, me acuerdo me ha inclinado, otra vez, sobre la tentación de la página vacía que siempre resulta emocionante.  Así que ya me apresuro a levantar el velo para re-cordar y tratar de entender, desde la oscuridad del pasado, el hoy sangriento y envuelto en imbecilidad moral.

Comment

Kafka, a la vuelta de la esquina

February 4, 2020 Martha Robles

Franz Kafka, 1922

Kafka me reveló el misterio de las mutaciones. Mezcla de metáfora, símbolo y retrato al natural del irracionalismo de la modernidad, su Gregor Samsa anticipó desde su publicación, en 1915, el complicado carácter de nuestro tiempo. A partir de que sus primeros párrafos llegaron a mi vida, este escritor me atrapó para siempre. Aunque no todas tan obvias como la del infortunado Gregor, sus metamorfosis ensombrecieron las  transformaciones de Zeus, quizá porque las del portador del rayo fueron tan indiferentes al sufrimiento como  solo enredadas a devaneos sexuales, tan caros a los griegos.

Por ser todos los hombres o ninguno, los antihéroes kafkianos escapaban de las páginas para que yo les pusiera rostro, nombre y apellido. Sin sus vislumbres proféticos mal y poco entenderíamos esta reinvención de lo humano que nos atormenta. El proceso, por ejemplo, me metía en las carnes de K. y, al través de él, veía sin ver el alcance tremendo del poder, también padecido en El castillo; cada referencia canina  me remitía a la emblemática escena en que el comerciante Block se arrodilla ante la cama del abogado “como una especie de perro”; el padecer del agrimensor me dejaba en vela… Absorbí sus diarios hasta leer entrelíneas y descubrir su interés por los animales diminutos. Inclusive al través de Steiner y Elías Canetti me he dejado llevar por la sensación “de estar interrumpiendo en donde precisamente no debía penetrar".  En suma, Kafka es y ha sido estilete y pasión como referente y lectura.

Arquetipo de la perturbación, cada retorno a sus páginas me lleva contra mi voluntad a repetir los tránsitos angustiosos que comienzan con ansiedad, encumbran la humillación y rematan en desesperanza y horror. La cifra/fuerza del absurdo es una sola: ningún afán consigue desentrañar el secreto, ponderado como única causa del irracional tribunal de El proceso; y, a la par, el absurdo en sí hace evidente la culpa que campea en tan significativa galería de humillados. Aprendí en sus historias que el poder, para el que no hay escapatoria posible, nos hace sentir expuestos y a la vez insignificantes. También agrava el peculiar desamparo que, parecido al que causa el ojo de dios, nos persigue hasta cuando nos ignora. Decisivo para medio entender lo que desearíamos no ver ni padecer, a él debo una infatigable búsqueda de claridad y de sentido, que al menos me permita disminuir el sufrimiento evitable.

Su vínculo con Felice me recuerda lo desastrosas que pueden ser las relaciones humanas. Original aun en la tentativa matrimonial y su anticipada derrota amorosa, el contenido de unas 500 misivas demostró que su escritura era el verdadero vínculo/espejo que necesitaba para ser y sentirse él. Tal suerte de dependencia trascendía su incapacidad de ver en ella otra cosa  que un móvil concreto y completamente real para escribir sus cartas. Era la “elegida” para “adorarla” y esperar o recibir de ella aceptación y una suerte de guía que inevitablemente visualizo como fábula a la inversa de la irreal Dulcinea: “En ocasiones pienso –Felice-, que dispones de tal poder sobre mi, que deberías  convertirme en una persona capaz de realizar todo lo que es natural.”

Su entrañable amistad con Max Brod me conmueve, y la figura del padre facilitó la comprensión del mío. Kafka, pues, ha sido letra, revelación, espejo de lo humano, metáfora del espantoso y tremendo siglo XX e incesante exploración del miedo que lo habitó. Cuando menos me di cuenta, los libros de él y sobre él se habían adueñado de un espacio significativo de mi biblioteca y de mi vida.  Recuerdo el preciso día en que, al voltear descuidadamente desde mi escritorio hacia el anaquel que fue haciendo suyo a fuerza de expulsar a sus vecinos, vi algo como una hebra tendida entre mis ojos y sus páginas. Dos, tres veces parpadeé y dije si, esto también es absurdo.

Cada libro leído o releído es un viaje. Al advertir que este hombre lleno de inseguridad, neurótico y experto en describir sus debilidades, en realidad exploraba “la impotencia espiritual” que ya se encaminaba hacia su engendro monstruoso.  Mediante las posibilidades múltiples del absurdo que tipificó tan maravillosamente, entendí cuán frágil y trágico es el destino humano. Me refiero al destino en sí y a cada destino: el explorado por la curiosidad de los griegos y el interpretado en el surtidor inagotable de las letras; el reinventado entre la memoria y los sueños, el que nos singulariza y del que pretendemos huir, el que compartimos con otros durante algunos lugares y estaciones de nuestra vida o el que desdeñamos por insustancial, a pesar de que, como los demás, también nos sorprende por su capacidad de arrojar incógnitas. El destino –o la idea del destino-  demuestra cuán semejantes somos ante el poder e insignificantes, como Gregor, cuando el miedo, una escasa piedad para valorarnos y vernos a nosotros mismos y la indefensión real o imaginaria nos convierte en la cucaracha moldeada por la perversidad del tirano.  De ahí el inimitable genio de Franz Kafka al atinar con la sustancia mítica  de una era plagada de situaciones intimidantes,  relacionadas con el poder: “(…) uno se encuentra constantemente con todo lo que caracteriza: indecisión, temerosidad, frialdad de sentimientos, minuciosidad en la descripción de una ausencia de amor, un desvalimiento de tales proporciones que solo resulta creíble por la hiperexactitud con que se lo narra. Pero todo está formulado de tal forma que al instante se convierte en ley y conocimiento. (Cartas a Felice, Junio 1913).

Después de los griegos y por encima del hallazgo de la novela intimista, faltaba llevar a las letras otro aspecto de lo humano para situar un tremendo y violento siglo XX, en el que con abierta impudicia la maldad, la crueldad y una absoluta ausencia de escrúpulos estallarían en crímenes sin cuento, revoluciones como la rusa y la mexicana, dos guerras mundiales, el nacionalsocialismo y el estalinismo, hambrunas pavorosas… Y Kafka, como tantos coetáneos suyos y aun sin sospechar sus alcances, no ignoró las señales del antisemitismo, aunque ni él pudo prever el desenlace de un proceso que aún estremece.

La tuberculosis se lo llevó antes de ver cómo desaparecía su familia, su historia y la de millones de judíos en los hornos de la infamia. Se anticipó, sin embargo, a ilustrar la figura del aniquilamiento, la disminución del ser humillado, la reducción del hombre a insecto repugnante...; es decir, sintetizó los nutrientes del absurdo que en modo alguno pudo ser contemplado en la circunstancia griega, aunque trascendiera al través de sus mitos.  Y sería Kafka quien, a partir de un antihéroe como Samsa,  emprendería la aventura de desvelar de qué materia están hechos los dominios de la Gorgona contemporánea; es decir, la metamorfoseó para actualizarla.

No que careciera de símbolo el mito del cisne violador de Leda, sino que cada edad se identifica con la destreza de sus ficciones.  El genio checo reunió todos los nutrientes para una mitología contemporánea. Incluyó en el irracionalismo las metáforas de la enfermedad, de la escritura y la soledad. Atrás quedaron el toro apasionado de Europa, el águila que raptó al bello Gamínedes, la copia exacta del rey  Anfitrión para yacer con su esposa Alcmene y engendrar a Heracles. Frente al significado del enorme insecto arrinconado en una habitación familiar, ni qué decir sobre la fantasía del padre del cielo al trasmutar en ardilla, cuco, codorniz o en la poética lluvia de oro  para consumar violaciones. Las artimañas infaltables en los remotos mitos nos ayudan a incursionar en el inconsciente, pero atreverse de frente con lo sombrío y no hallar más que sin razón y desvalimiento de lo humano es la verdadera hazaña del universo kafkiano. Aquellas historias de héroes que realizan proezas extraordinarias, como el triunfo de Perseo sobre Medusa, son indispensables para comprender nuestros lados oscuros; sin embargo, Kafka tocó el hueso más humano de lo humano al ilustrar, de la manera más real y dolorosa, cómo el sufrimiento determina nuestras vidas y cómo el lujo de la razón no suele caminar a la par de nuestro destino.

Comment

De mis diarios: Auschwitz y Trzebini

January 27, 2020 Martha Robles

Auschwitz

Lo recuerdo hoy, al conmemorar el 75 aniversario de la liberación de Auschwitz. Me propuse hace años ir a lugares significativos en pos de respuestas. Hoy se que no todo se puede soportar ni mucho menos comprender.  Con la guía de algunas lecturas sobre el horror de que han sido capaces los hombres, imaginé que sería llevadero un recorrido por los emblemas del sufrimiento. No sospeché el shock que me causarían un pañuelo bordado preciosamente con cabellos humanos, algunos trastos de fierro, fotografías lastimosas, cientos de lápidas fechadas casi al fin de la guerra, trapos, patios sombríos, galeras, papelitos escritos, mensajes de amor y de duelo, listas de nombres, muchos nombres que parecían vagar cual fantasmas por un verdadero infierno.

Creí que la lectura de testimonios en libros, diarios, revistas, entrevistas y documentales, me habían preparado para asimilar la experiencia. Nada, sin embargo, evitó el golpe de la pura verdad. Ante la derrota y en fuga, los alemanes trataron de destruir la cámara de gas, pero en ese escenario de dolor y de muerte, las ruinas también hablaban... Acompañada de un queridísimo amigo suizo, recuerdo el sonido de nuestros pasos al caminar. Las palabras de Primo Levi cobraban vida en cada piedra y, como si me susurrara, reconocía o reconstruía las causas por las que nunca se recuperó de lo sufrido en su cautiverio. Por Si esto es un hombre y muchas páginas más supe cómo los nazis obligaban a prostituirse a las mujeres y los más fuertes, como él, cavaban las fosas a donde arrojaban cientos de cuerpos diarios. Sobrevivir, entonces, se cobraba una feroz dosis de culpa y de un sentimiento de ser algo menos que un ser indigno.

Caminaba absorbiendo cada detalle. Miraba sin parpadear. Tronaban gemidos ausentes. El sinsentido adquiría una presencia atroz: regaderas letales, fierros, corredores sombríos, zapatos, bolsas de cuero, cuartos encementados donde hacinaban a los prisioneros, literas…  Más allá, las casas de los verdugos, contrastes entre el amo y el esclavo, entre el adentro y el afuera, entre la rutina criminal y un encierro forzado, amenazado, golpeado, humillado… Auschwitz y Trzebinia me espetaron el dolor insondable y el mal por excelencia. Nombres como los de Edith Stein, Primo Levi, Danilo Kîs, Waldo Frank o Charlotte Delbo adquirían entre sombras una presencia insólita, entremezclada de evocaciones que me hacían recordar a la familia de Kafka, a Paul Celan y a su gente, a Max Jacob, a la inaudita cifra de millones de personas sustraídas de sus pueblos, obligadas a llevar la estrella amarilla en el pecho y transportadas hasta los campos de exterminio en vagones para el ganado…

No una, sino muchas veces me he preguntado qué es el hombre. Y no solamente por esta infamia; también por el terco silencio que aún envuelve a las purgas de Stalin y al inabarcable memorial de crueldades que no cesan desde los remotos relatos bíblicos. Son las brutalidades que, de todos los modos posibles, demuestran que nada supera a la imaginación más oscura; es decir, la aplicada a humillar, zaherir, lastimar y matar. En eterna desventaja, los logros del bien y la compasión no son suficientes para contrarrestar el daño causado por la perversidad.

Me lloraba la piel. Sentía el alma en carne viva. Me quedé sin palabras. Un temblor jamás repetido me recorría desde la nuca hasta la punta de los pies. Durante horas permanecimos en silencio: Trzebinia y Auschwitz podrían variar en tamaño y en su respectiva geografía, pero no en la memoria del infierno que alojaban.  Compartían el sufrimiento palpable, un grito que continuaba vibrando, el dolor/dolor que enmudece, borra distancias y nos sitúa no en la muerte en sí, sino en el espanto del cómo, en cuáles circunstancias y a manos de quién ser humillado y morir. Esta no es de las que puedan asimilarse como el resto de las demás, inclusive las de ataques armados como los que, tiempo después, me tocaría padecer en el Medio Oriente. Ni siquiera es de las situaciones que puedan entenderse por más que, por preguntar algo, lo que sea, caigamos en el lugar común del por qué: ¿Por qué no opusieron resistencia los judíos? ¿Por qué no tuvieron una fuerza armada y organizada? ¿Por qué no huyeron los advertidos a tiempo?  ¿Por qué ningún gobierno los defendió? ¿Por qué el hombre es el peor enemigo del hombre? ¿Por qué el Holocausto? ¿Y la actitud del Papa Pío XII y del Vaticano? ¿Y el poder de un demente como Hitler y sus huestes…?

Hay monstruos en poder del destino. Tiranos que determinan millones de vidas y  muertes. Gobernantes que administran la triste  situación de pueblos enteros, hasta hacer legendario el sufrimiento, por ejemplo, de ucranianos, kurdos y de tantísimos más. Desde la perspectiva de lo humano, no hay diferencia entre las hogueras de la Inquisición, el Holocausto, las purgas del terror de Stalin, los crímenes a cargo de los gorilatos, el asesinato masivo de armenios y más atrocidades incontables…

Si la crueldad intimida, la barbarie con poder es el arma más tremenda de destrucción masiva. Lo asombroso es corroborar que el mal encuentra mayores recursos para imponerse, justificarse y continuar impune, como si la justicia y el bien no existieran. La razón ha sido insuficiente o demasiado débil para frenar ocurrencias perversas. Éstas prosperan con entusiasmo, quizá porque la tentación de la bajeza es más propia de la condición del hombre que la inteligencia, el amor, la compasión o la bondad. El Mal atrae más a las masas que el arte, la belleza, la armonía o las conquistas del conocimiento. A la mente hay que educarla con disciplina sostenida. La grandeza solo es posible mediante un largo, acumulativo y laborioso proceso que suele sucumbir con facilidad. La cultura no es garantía de nada ni nos protege de nada, como lo demuestran la historia y cientos de evidencias sobre las terribles bajezas de que son capaces las mentes torcidas, a pesar de su formación. Y la Alemania nazi dejó constancia de eso.

A partir de aquella experiencia atroz, he leído montones de testimonios de cómo un nazi “sensible” podía llorar escuchando a Wagner y conmoverse con Goethe, antes o después de haber torturado, humillado hasta la ignominia y asesinado a cientos de personas no solo indefensas, sino a todas luces superiores a sus verdugos. He pensado en la dualidad de Heidegger, en su grosera indiferencia frente a los judíos expulsados de Friburgo y otras universidades alemanas; en su cobarde reacción ante Hannah Arendt, quien pese a todo vivió amándolo, admirándolo y vigilando la divulgación de su obra, lo que durante muchos años me pareció  una suerte de secreta sumisión femenina ante la que, quizá sin aceptarlo, creyó inteligencia superior. He sufrido con cada frase de Primo Levi. He estudiado la diáspora de la Escuela de Frankfurt, el infortunio de Walter Benjamin, la trayectoria accidentada de la familia Mann, de Paul Celan, de Stefan Zweig… Las décadas posteriores a la II Guerra Mundial han arrojado novelas, ensayos, reflexiones, películas, denuncias, diarios y documentales sobre “la banalidad del mal” tan bien examinada por Arendt, pero las atrocidades siguen sin servir de advertencia… Y yo sigo sin entender el Mal.

Piedad, compasión, el bien y la nobleza son atributos tan poco frecuentes como la ética, la razón y la moral. Su ausencia se vuelve pavorosa  en mundos donde “Dios desaparece”; es decir, donde imperan intransigencia, ideologías,  nacionalismos y la infaltable xenofobia. Entonces la depravación se desliza sobre actitudes devastadoras, egocéntricas y en general terroríficas. Jamás me atrevería a regresar a aquellos recintos del infierno. Conocer dos campos de exterminio me llevó a probar hasta cuáles honduras  soy capaz de conmoverme por el trágico destino del hombre. Y también, en lo inmediato, me lleva a repudiar las bajezas y a quienes se vanaglorian de su capacidad de lastimar a los demás.

Comment

De mis diarios. Conferencias

January 14, 2020 Martha Robles

No es infrecuente que aparezcan personas extrañas –y por añadidura que nos sigan-  cuando impartimos conferencias, tanto en la ciudad de México como en el resto del país. No que el extranjero esté vacunado contra el absurdo, sino que nuestro territorio es propicio para el surrealismo, como proclamó André Breton cuando el carpintero al que encargó una mesa la fabricó “en perspectiva”, tal y como la vio en el dibujo. Por experiencia concluyó que el surrealismo no es ni un movimiento artístico ni una corriente filosófica para los mexicanos, sino “un ingrediente de su genética cultural”.

Los escritores podríamos describir experiencias y encuentros “raritos” sobre nuestras apariciones en público. Me han tocado desde un recinto pestilente y sin luz, con pordioseros y prostitutas acarreados, y después recompensados con el ambigú, hasta un asalto a mano armada. Entre tales extremos valdría citar el jardín de un hotel, en Querétaro, donde para un peculiar congreso o encuentro de cientos de maestros estatales me incluyeron en el programa con un payaso, un relator de chistes groseros y cierta banda de narcocorridos tan, pero tan alegre, que todos se pusieron a cantar, a beber y bailar a cielo abierto. Ya tenía razones para saberlo, pero esa tarde, no se si surrealista o kafkiana,  confirmé lo que es “estar fuera de lugar”.

La diversidad que aparece en cualquier auditorio es impredecible. Quiénes y cómo convocan a supuestos interesados en la cultura y las letras ha sido incógnita sin resolver. También recuerdo aciertos tan gratificantes como las varios participaciones en Pachuca gracias a la inteligente promoción cultural de Lourdes Parga y su equipo, y cuatro tardes continuas y dedicadas a Yourcenar, sobre ella misma y el contexto de  Memorias de Adriano y Opus nigrum. Sucedió en un auditorio del Centro Nacional de las Artes.  El espacio fue tan insuficiente que los que no pudieron entrar permanecieron afuera, con las puertas abiertas, sin hacer el menor ruido. Inclusive las preguntas y comentarios se extendieron hasta que, ya noche, fue necesario poner fin. Buena parte del público había leído a Marguerite,  por lo que el evento fue beneficioso para todos. Es innegable que entre lectores, desconocidos entre sí, la palabra se vuelve luminosa y vivificante.

No ha sido infrecuente la recomendación oficiosa de quienes, apagando la voz hasta el  susurro, me piden “bajarle al nivel”. “Usted ya sabe, maestra, cómo es la gente…” Así como a Gustavo Sainz le gustaba clasificar la lectura entre libros gordos y flacos –algo que jamás olvido-,  otros ilustran sus peticiones con paradojas sobre el discurso y su temor al conocimiento, para evitar lo “elevado y profundo”. Ésta, una de las expresiones más frecuentadas, puede referirse a un texto, a una charla o a cualquier conversación. “Bajar el nivel”, como si de un elevador se tratara, y mejor distraer al “respetable” con chistoretes intercalados a confesiones personales y comentarios banales, como tanto hemos padecido durante mesas redondas, presentación de libros y conferencias que han dado en organizarse con dos, tres y más participantes.

Los ingleses son maestros históricos de las conferencias y presentaciones públicas. Quizá desde antes, pero con gran popularidad a partir del siglo XIX, la gente no especializada comenzó a acudir a salones, museos y sedes de asociaciones, para escuchar a historiadores, exploradores, geógrafos, artistas, biógrafos, científicos y desde luego a escritores que tenían qué decir y sabían cómo hacerlo. Hay que leer, por ejemplo, cómo se amontonaban para escuchar al orientalista Sir Francis Richard Burton. Y como a él, a tantísimos que han enriquecido la cultura inglesa. Es memorable el día en que Borges habló en Oxford. No servía el sonido, y apenas eran audibles algunas sílabas. Tal era la sacralidad del momento, sin embargo, que nadie se atrevió a interrumpirlo. Con apenas susurros como silbidos, concluyó su intervención no escuchada.  Los allí congregados alrededor del silencio dirían que fue una de las experiencias más intensas de sus vidas.

Extendida a universidades y espacios comunitarios, la costumbre de impartir conferencias continúa viva en muchos países, a pesar de las nuevas tecnologías. Además de que temas y culturas son más diversos, los asistentes disfrutan el contacto con los autores y aún esperan enterarse mejor y de manera directa sobre lo que les  interesa. Se trate de biodiversidad, de la actualidad de Shakespeare, del infaltable Borges o de Alejo Carpentier y lo real maravilloso, con suerte se crea un  ritual en torno de la palabra.  A pesar de todo, el lenguaje estructurado mantiene intacta su magia. Lejos de esta tontería de “bajar de nivel”, hay que elevar la palabra hasta lo posible y destacarla también: es lo que corresponde y lo que se espera escuchar de quien sabe lo que sabe o expresa de otra manera un conocimiento específico.

En contrapunto, he llegado a creer que, en México y a falta de interés organizado y consecuente, hay una población flotante en presentaciones y conferencias: de preferencia son personas maduritas o mayores que escapan de la soledad y, de paso, disfrutan del mal llamado “vino de honor”. Como es de suponer, los jóvenes predominan en medios académicos, aunque también tienen sus peculiaridades. No olvido mi estupor cuando, invitada al IPN, acarrearon empleados a falta de público. En vez de paga (de preferencia nula o bajísima en todos los casos) recibí una dotación de libros publicados por la institución. Uno de ellos era sobre la cría de cerdos: surrealismo puro, otra vez. Las anécdotas son infinitas. Nunca faltan, por cierto, quienes me aguardan a la hora del adiós con confidencias, invitaciones personales, poemas, retratos a lápiz o a color, manuscritos, carpetas privadas, peticiones de orientación vocacional, tutorías, solicitudes de trabajo y/o cartas de recomendación para no se qué y uno que otro arreglo de citas a ciegas con Fulanito de tal: “debería conocerlo, está que ni mandado a hacer para usted…”

Y está, finalmente, el capítulo de los reporteros que van “por la nota” sin la menor idea de quién es o qué hace su “entrevistado”, lo cual abona la observación de Breton sobre la supuesta genética cultural. De que algo provocamos en el imaginario popular los escritores, no tengo la menor duda, pues, fasto o nefasto, casi nunca he salido de estos eventos sin un incidente digno de recordar. Si bien no ha faltado la psicóloga “al calor de la estufa” –como diría Reyes- que a voz en pecho declaró que mi disciplina es producto de mis frustraciones, el contraste corre a cargo de los que, con sinceridad conmovedora y sin haberme leído ni conocerme de nada, piden algo tan inaudito como que les enseñe a escribir como yo. Todo esto y más, sin olvidarme de los “escritores” que no son, pero que sin formación ni gramática quieren serlo o están “en vías de” para contar sus tribulaciones familiares…

Si las letras interesan con seriedad a minorías, en abstracto alimentan fantasías populares sobre el destino y/o el quehacer intelectual. Cuando la gente común o ajena al medio se entera de que éste o el otro es escritor o escritora, su reacción suele ser de admiración y extrañamiento: a saber qué imaginan; sin embargo, no dan el salto a la lectura. Es como pisar terrenos ignotos, aunque largamente fabulados. Respiramos las consecuencias de ese drama en todos los aspectos de nuestra vida en común. Ignoro por qué la mayoría de mexicanos es tan reacia a acceder al conocimiento y tan cerrada a la curiosidad intelectual. Hay una relación de amor/odio al saber: se desea, se invoca, se celebra de modos distintos, pero nada se hace por alcanzarlo ni participar de sus beneficios; nada para ascender y vivir a plenitud la experiencia.

La presencia social del pensante ha disminuido, no lo que se fantasea de él ni lo que se le atribuye sin fundamento. Nada importan la obra en si ni la historia que hay detrás de la página impresa; tampoco la vida empeñada entre las tapas de los libros, porque lo que se inventa a nuestra costa es casi inverosímil. Hay quienes creen que se es escritor por generación espontánea, por obra del Espíritu Santo, por “tener la vida resuelta” o a efecto de un deseo causado. Este revelador galimatías es una de las partes colaterales de las letras que menos llega a la página impresa, a pesar de  su peculiaridad. Ya debemos levantar el tapete para mostrar otras facetas de nuestra realidad cultural.

Comment

84, Charing Cross Road

January 7, 2020 Martha Robles

Ya nadie escribe cartas, y es una pena. Disfruté recibirlas tanto como escribirlas. Fueron años deliciosos. Rellenábamos ausencias con envíos. Intercambiábamos rituales y secretos, y yo aguardaba el silbato del cartero como a alguien querido. Inclusive mandaba quejas al servicio postal por su pésimo servicio, pero mis querellas caían en la omisión o el olvido. No obstante y aunque retrasados, sobres y paquetes, con timbres sellados, me traían buenas noticias y libros del extranjero.  Ahora los buzones, también en extinción, son basureros para cuentas del predial, de la luz, del agua o del teléfono; y a veces ni eso, pues ya todo está domiciliado. No faltan anuncios ni pedigüeños de Navidad,  Año Nuevo, Reyes, Guadalupana y “el día de”: esa penosa “gorra” del mexicano que se entromete con la insolencia del invasor.

Practiqué la escritura de ida y vuelta con amigos que amaban la cocina, el arte y las letras. Intercambiábamos autores, recetas y confidencias con la certeza de que lo privado comienza y concluye entre dos que se entienden. Antes de conocer la efímera brevedad del whatsapp, uno tras otro se fueron del mundo y yo me quedé sin la palabra que durante años tuvo respuesta y continuidad. La tristeza por esas pérdidas todavía me acompaña. Revisar catálogos y reseñas bibliográficas completaba el ritual de encargar títulos y clásicos a Oxford, París, Londres, Nueva York o Berkeley, vigente hasta las compras online.  Disfruté, sin embargo, el privilegio de esperar noticias y que otros esperaran las mías con idéntico entusiasmo. Durante las pausas  discurríamos encuentros tan gratos y literarios que sedimentaron la legítima amistad amorosa que no acepta intromisiones de nada ni de nadie. Ese vínculo vitalicio de afinidades fue obra del ejercicio epistolar que practicamos con tanta naturalidad que nunca imaginé que pudiera tener fin.

No llegué al extremo de la peculiar neoyorquina Helene Hanff de establecer ligas epistolares tan estrechas primero con Frank Doel y, a poco, también con los demás libreros de Marks % Co., -establecimiento londinense de libros antiguos y de segunda mano-, e inclusive con sus familias. Habría olvidado esta hermosa historia de culto al libro de no ser por la nota que recién recibí de un amigo queridísimo.  Que estaba leyendo 84, Charing Cross Road –me escribió- y la “yo” aún activa en sus recuerdos le brincaba al paso de títulos y/o ediciones a pedir y recibir. Solo imaginar que alguien puede reconocerme en una obra como ésta, o en otra cualquiera, selló el 2019 con una gran alegría. Al parecer, la memoria de mi amigo asoció mi nombre y sabe cuánto más con la excéntrica autora de esta obrita que reúne su correspondencia londinense, prolongada durante veinte años. Imaginé que al reconstruir a Helene al través de detalles, como ocurre en las mejores lecturas, algo le despertó a él en paralelo, pues de lectores pasamos a ser protagonistas, inclusive al través de figuraciones ajenas. Supuse, además, que entregado a las breves y reveladoras misivas, mi amigo fue construyendo en su mente una historia en la que se cruzaba algo de la mía.

Corrí a la librería por un ejemplar. De haber revisado la contraportada  me habría percatado de que había leído 84, Charing Cross Road, pero en otra edición. Desde las primeras páginas caí en cuenta de cuánto me simpatizaba esta original y generosa autora de guiones para la televisión, libros infantiles, ensayos históricos y políticos y colaboraciones en el New Yorker y Harper´s,  que persistió sin ser reconocida, hasta que se publicaron sus cartas. Mandaba títulos a buscar y dólares a acumular -a sabiendas de que jamás entendería su conversión a libras-, para hacerse de libros “que se abren por aquella página que su anterior propietario leía más a menudo”.

Autodidacta, solitaria, trabajadora formidable y entregada a la pasión de leer y escribir, jamás consiguió subsistir sin sobresaltos económicos. Decía que “un escritor no puede prever, de un mes para otro, cómo pagar el alquiler”. Sus penurias, sin embargo, no le impidieron enviar regalos a los libreros de  Marks & Co., para alegrar a sus familias con carne, huevos, medias de nylon y otros objetos, aún racionados en el Londres de la posguerra. Empezó el contacto epistolar con Frank Doel, en 1949, sin sospechar que 30 años después, en 1987, se convertiría en obra de teatro y película de culto, “la más bella sobre libros que jamás se ha filmado”, con Anne Bancroft y Anthony Hopkins, dirigidos por David Jones. 

Desparpajada, encantadora y según ella misma “tan elegante como una mendiga de Broadway”, Helene preguntaba a sus amigos desconocidos lo que deseaba saber de los británicos. A su vez dejaba caer gestos reveladores de su carácter como que vestía jerseys apolillados y pantalones de lana, porque “en el edificio de ladrillo donde vivía no encendían la calefacción durante el día”.

Al recibir el aviso de la muerte de su entrañable Frank Doel, ocurrida el 22 de diciembre de 1968,  cambió la historia de Helene. Acumulada en un cajón, la correspondencia se salvó milagrosamente de su costumbre de tirarlo todo. Con permiso de la familia y sin ordenarlas ni definir aún su destino, las confió a un amigo quién, a su vez, las llevó a un editor. “Esa misma tarde –leemos en el Post scriptum- “el editor llama personalmente a Helene Hanff y le anuncia: ‘Publicamos 84, Charing Cross Road.’ Helene, sorprendida, le pregunta.’ ¿Bajo qué forma?? ¡’En forma de libro, por supuesto’!, replica el editor. ‘¡Está usted loco!’, exclama ella.”

De golpe, en unos meses, la Helene que contaba centavos, se convirtió en una autora de éxito y conoció el prodigio de recibir regalías, al menos por unos años. Inclusive el libro se publicó también en Inglaterra y, en 1971,  por fin pudo viajar a Londres por primera vez.  Allí se lamentó de la muerte de Frank Doel, y de que las puertas de  Marks & Co. hubieran cerrado para siempre. Quedaron los familiares y algún propietario de la pequeña y encantadora librería; pero, sin Frank, sin la correspondencia ni el lenguaje construido entre ellos, nada era igual. Este tipo de historias, tan gratas a la mentalidad inglesa, no alteró radicalmente la rutina de esta mujer que continuó viviendo en su pequeño departamento neoyorquino de la calle 72 Este, “donde los tesoros bibliográficos de Marks & Co. cubren toda una pared desde el suelo hasta el techo. El centro de su biblioteca está presidido por el rótulo de la librería, robado para ella por uno de sus admiradores.”

Murió sola y pobre, a los ochenta años de edad, en una casa para ancianos en Manhattan, que pagaba con restos de sus regalías. En su memoria existe una placa de cobre con su nombre en donde estuviera la librería. “Sigo pensando –confesó al final de sus días- que soy una escritora sin cultura ni demasiado talento, pero a pesar de todo ¡me han dedicado una placa en un muro de Londres! Quizá jamás advirtió hasta dónde es cierto que “la belleza está en los detalles”.

Comment

Gobernantes a la baja

December 28, 2019 Martha Robles

Entre lo que somos, lo que nos creemos y nos inventan existen distancias insalvables. No se diga en lo individual, que por desenmascarar identidades y rescatar olvidos los divanes, en proceso de extinción, quedaron llenos de agujeros. No son de fiar las apariencias ni las engañifas de individuos, parejas y/o familias que por diversas causas moldean la impostura hasta creérsela o hacerla creer a los demás, aunque medio vivan con el hígado y la mente hechos trizas. Más grave es el drama cuando se trata de gobernantes atropelladores, embusteros y enemigos del derecho.

No es de ahora la costumbre del engaño. Lo nuevo es haber refinado mañas y  mecanismos para hacer efectivas las tomaduras de pelo. Tampoco inventamos la resistencia a  aprender de los errores; sin embargo, se repiten con terquedad las invenciones destinadas al hombre-masa hasta persuadirlo de que el mensaje es tan acertado o verdadero como su capacidad electiva. Nunca me cansaré de insistir en cuán vigente sigue estando –para derechas o izquierdas- el axioma del nazi Göbbels, maestro de la propaganda y uno de los artífices de aquella monstruosidad: “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”. Y vaya si no. Los ejemplos sobran.

Las consecuencias del dolo se potencian geométricamente cuando el uno –elegido en las urnas o no- se hace con el poder.  Entonces, como obra de magia, “legitima” a su personaje, con todo y  “mensaje”. Una vez afianzada la torcedura entre el neurótico que es, el actuante que se cree y el caprichoso que decide, aplica el “proyecto” a su aire con los riesgos implícitos allí, donde la población es más vulnerable porque no son sólidos sus sedimentos culturales.

Si el gobierno cae en manos de embusteros, vengadores, hipócritas, simuladores, oportunistas, ineptos y tocados por el delirio del ungido, el tirano, el justiciero o el mesías, los resultados son incalculables. Los gobernados son los afectados en primera instancia, pero los últimos en aceptar que el retroceso arrastra consigo durante décadas y a veces siglos la capacidad reparadora de las culturas.  Dictaduras y tiranías son las lecciones que más pronto se olvidan y desatienden, de ahí que reaparezcan con más o menos ferocidad y atavíos renovados: véanse los casos vigentes de Venezuela, Nicaragua... Los males avanzan, la gente sufre, la inercia de la degradación continúa y tardan décadas o a veces siglos los remedios cuando en casos extremos, como Haití, la población desamparada cede a la derrota.

Nuestra América y el Caribe son laboratorios permanentes de cómo se pervierte el Estado y cómo se sobrevive a los malos gobernantes. En continuidad y desde las independencias, siempre hay ejemplos monstruosos que nos hacen creer en una suerte de maldición sobre nuestros pueblos. Si algo es cierto es que no hemos podido construir Estados dignos ni estables. A la vista, y atornillados al poder, están Maduro, Ortega y la lista de etcéteras que deberían ser estudiados al detalle para que las nuevas generaciones entiendan de qué se tratan y cómo se traman las tentaciones dictatoriales. No se puede negar que estos engendros espejean los medios que los anidan y sostienen.

Quizá porque a las masas es fácil distraerlas y convencerlas con actitudes teatrales, es tan difícil dar con un hombre de Estado; más difícil aún si consideramos que la publicidad y su correlativo “manejo de imagen” se han antepuesto a la política. Así que una y otra vez saltan al ruedo los audaces y mediocres que, fortalecidos por su falta de escrúpulos y formación elemental, se van con todo para quitar del camino cualquier obstáculo.

Que un solo sujeto pueda causar un sinnúmero de errores es posible porque los lenguajes propagandísticos “crean” un personaje artificial a medida de las expectativas.  Las campañas electorales en realidad son manipulaciones dolosas que atarantan esperanzas infundadas e ilusiones populares. Las democracias tienen muchas deficiencias por reparar. Para empezar, deben existir  requisitos a cumplir por los candidatos, sin descontar exámenes clínicos y psiquiátricos. Las organizaciones ciudadanas y profesionales son, como las instituciones, de primera necesidad en la vigilancia del poder. Nunca desaparecerán los riesgos de padecer malos y peores gobiernos, pero depurar instrumentos de control es tan indispensable como mejorar la educación popular y las  instituciones.  Hasta ahora, no hay más vacunas contra estos males.

Burlas tales como realizar “consultas” sin ton ni son  para disfrazar caprichos y  abusos de poder son posibles porque no hay ley ni instituciones que detengan la arbitrariedad creciente de López Obrador. Al haber degradado al Estado, no hay quién pueda ni se atreva a detenerlo porque automáticamente es ninguneado, condenado a la muerte civil o despojado de su empleo. Las tretas para afinar el poder absoluto son tan elementales como las prácticas dictatoriales de sobra conocidas en países atrasados: humillar o discriminar públicamente y a discreción a quienes no se doblegan. Formar gobierno con validos. Degradar las instituciones hasta despojarlas de autoridad y función. Descalificar mediante adjetivos y expresiones chocarreras a discrepantes y opositores.  Controlar al Congreso y al Poder Judicial. Autoencumbrarse sobre la extinción real de partidos políticos y de grupos o personas con presencia social que en el pasado solían ser respetadas y/o reconocidas por su autoridad moral…

En suma: cuanto más débil un Estado, más sobrevaloradas las falacias democráticas y peores los atributos del poder personal. Dar “gato por liebre” acusa el triunfo de la propaganda al convertir en verdad la mentira repetida mil veces. 

Hay que reconocer que, a partir de que “la tercer vía” anticipara una edad de libertades y derechos globales, etiquetada como democracia moderna, lo que en realidad se favoreció, ante la debilidad de la figura del Estado, fue el ascenso de la injusticia, el monetarismo y la mediocridad en el mundo. En estos procesos “liberadores”, los ahora llamados “países emergentes” han sido los más afectados ante el imparable declive de la inteligencia crítica y el ascenso generalizado de gobernantes de pocas luces, pero muchas engañifas bajo la manga.

Hay que temerles a los electores más que a los candidatos: éstos, a fin de cuentas, son los que saltan al ruedo porque les atrae el toro, no porque sean toreros. Enamorados del poder, dicen a las masas lo que quieren oír como, a la letra, indica el populismo. En realidad, deberíamos creer en el acierto de las elecciones del revés. Si la mayoría aclama a Fulanito de Tal y hasta lo consagra como nueva deidad, por salud mental o cuestión de vida o muerte, hay que quitarlo cuanto antes porque con seguridad va a ser un chasco y dará al traste con el país.

La historia no se equivoca: en las derrotas políticas no hay sorpresas. Lo novedoso sería que los gobernados aprendan a exigir y enderezar el rumbo de sus gobiernos, si es que en verdad existe la democracia.

Comment

De mis diarios. Egos monumentales

December 18, 2019 Martha Robles

Cuando me planteaba quedarme en definitiva en el extranjero, quiso el destino probarme y me trajo a México.   Sin tardanza me lanzó en esta tierra a los dominios de la Gorgona para templar mi carácter.  A diferencia de Perseo, sin embargo, no tuve guía ni ayuda para sortear sus embates. Tampoco un saco para esconder la cabeza del monstruo, ni espada y mucho menos algo que me acercara a los atributos del héroe, pero me armé de ánimo, me concentré en lo mío y sobreviví como pude en un ámbito que no me pertenecía.

Mi relación con la política y las letras comenzaba y concluía en las lecturas. Ni siquiera en la Facultad, donde había priístas y aspirantes a serlo a puños, me interesaron los intríngulis del poder, a pesar de que fueran visibles sus alforjas rellenas de mañas.  Tampoco conocía a ningún escritor, pero tenía muy  claras mis simpatías, diferencias y antipatías por estas o aquellas obras.  Al caer en este universo supe de qué se trataba la verdadera complejidad, lo sombrío y contradictorio del ser. También, desde mi trinchera, observé de qué son capaces los chapuceros, los codiciosos, las máscaras del miedo y el desesperado afán de trascender que empuja a algunos a hacer lo que sea para asomar la cabeza.

Situada frente lo desconocido, no tuve para dónde arrimarme: no se si elegí porque la mente es complicada, pero el destino tenía sus planes.  Curiosidad me sobraba, igual que el afán de conocer cómo era el mundo más allá de mi pequeña esfera; en este caso, el de los que, a duro que dale, se apiñaban bajo el rubro de intelectuales, cuando serlo o creerse era una categoría tan superior y codiciada que hasta había una “República de las letras”.  Así que tras descubrir que dondequiera hay jerarquías, exclusiones, intrigas y clases, y más aún donde se presumen de izquierda, decidí mantenerme con el ojo en alerta, abrir mi diario, escribir y ser  testigo participante.

Como en los viajes sin ruta, todo fue nuevo: las cofradías, los rebaños, envidias, plagios  y malas leches, las frustraciones, los enredos y las patadas en los tobillos, una incesante y angustiosa maledicencia y, desde luego, el oscuro manejo de la prensa. Comprobé cuán peligrosa y hasta letal puede ser la palabra, peor cuando se dispara con imaginación. La mayoría crecemos en cotos cerrados, y aunque las lecturas y el cine pongan a nuestro alcance historias ajenas a la experiencia, al enfrentar lo real  adquirimos los verdaderos aprendizajes. Transitar por un medio donde la mayoría de menos me doblaba la edad y algo más me permitía no solo ver de otro modo lo mismo, sino ser vista con recelo o deseo. Mi situación, por ser “distinta”, me permitía estar sin pertenecer allí donde cada uno se creía superior al otro, a saber a cuenta qué.

A diferencia del club de notables que hablaban, presidían y caminaban como Sócrates redivivos, nunca antes supe de nadie que anduviera a los empujones para ser notado o, al menos, para sentirse o demostrar a sabe Dios quién que su lugar, su verdadero lugar, era el Panteón de los Inmortales.  Aquí se respiraba un sentimiento de pertenencia al Olimpo. “Será porque todavía no se dan cuenta de que por fuerte que sea o se crea un hombre o un dios, siempre llegará otro más poderoso que él -me decía para mis adentros-”.

Salvo escasas y muy efímeras excepciones que apenas dejaron huella, “el duro deseo de durar”, que dijera Paul Eluard, no era extensivo a las tentaciones femeninas. Accesorias en su totalidad, a ellas se las veía como “medida” del cónyuge, si acaso útiles para la infraestructura social y doméstica. Entre la inmensidad de la supremacía masculina en posesión del pensamiento, el poder, la prensa, las editoriales y las artes y el esfuerzo de abrir fisuras selladas a piedra y fuego, las mujeres del último tercio del siglo XX, sin distingo de edad, formación u oficio, estábamos lejos de sentir el inocultable apetito de eternidad de hombres de estatura  y cabeza desigual. Solo la  “China” Mendoza tenía la osadía de ir de aquí para allá tratando de medirse a su manera con Virginia Woolf.   Abrumadora, hablaba en demasía y, entre burlas y veras, brincaba a terrenos pantanosos al grado de autoproclamarse acreedora del Nobel, con todo el garigoleo verbal  de que era capaz.

Juanito Rulfo, a quien el silencio se le daba tan bien como el ensimismamiento, era de los pocos –por no decir el que más- que quizá por andar entre fantasmas no padecía la enfermedad de “sí mismo”, que afectaba a  los “cráneos privilegiados” de Valle-Inclán. En cambio, y a diferencia de los infaltables “hombres del sistema”, los escritores y periodistas  de la talla de un Julio Scherer no dudaban en declararse “dueños de la información estratégica”. Al calor de las copas gustaban desacreditar a discreción a éste o aquél que “sufría vértigo de altura cuando  trepado en la banqueta”. Mutuamente se atraían, se procuraban y disfrutaban las mieles del poder desde sus respectivas tribunas, dando y tomando ventajas que cada uno atesoraba. El espectáculo era invaluable: se veía con claridad quién tenía la destreza de preparar la victoria y asegurar el poder, cuáles eran las condiciones de las lides y quiénes y cómo estaban dotados no para controlar por la fuerza, sino por ingenio o astucia. Y el intercambio de favores era inequívoco. Todos dominaban las reglas no escritas: se cobraban y se pagaban bien, como saben hacerlo de ida y vuelta los conjurados.

Si los funcionarios tenían la opción de “caerse hacia arriba” para salvarse por los pelos de la desgracia o de situaciones críticas, a los escritores se les aplicaba el ninguneo o la burla más cruel cuando caían de la gracia de los administradores de famas e infamias. Eran años de mucha actividad social; pero, sobre todo, de mucho poder: poder tangible, esquinado o sutil, inclusive extensivo a terrenos movedizos. Poder de poder, de hacer o de no hacer y de tener. Durante cenas y comidas interminables  escritores, artistas, periodistas y políticos que pululaban entre la política y las letras se aplicaban a encantarse mutuamente, inclusive con diplomáticos y jerarcas del clero, que nunca faltaban.  Si Paz –el supremo Zeus- estaba presente, la cosa se complicaba, pues era difícil que los demás rivalizaran con él, a pesar de tremendos esfuerzos para atraer su atención.

Era un deleite observar cómo se hinchaban los muros por la presión del montón de egos que cerraba filas para que ninguna mujer se infiltrara en sus conversaciones. Interesada, observaba a  distancia a éste o aquél aguardando si no una revelación, siquiera que los demás lo tomaran en cuenta. Dos o tres se alejaban para intercambiar confidencias que a poco podían infiltrarse a  las noticias o adquirir importancia porque no se publicaban, aunque se susurraban durante el muy frecuentado correo de secretos: ya se sabe que la discreción no es virtud mexicana. Ésta y la muy singular costumbre de hablar “en corto” fue la vía más directa para sostener una estructura piramidal tan ceñida y eficiente que, como “sistema”, se sostuvo durante décadas. Hay que aclarar que en aquel torneo de agudezas, conversaciones brillantes no faltaban. Diverso, múltiple y sorpresivo, a pesar de las repeticiones, existía este recurso que desvelaba el nervio del poder. Algunas cabezas singulares entendían la importancia de acceder al  misterio y lo aprovechaban de maneras distintas. Casi nadie, sin embargo  y como el avezado Paz, conoció al detalle la guarida y las tretas del Ogro filantrópico: allí está su obra monumental para probarlo y testimoniar, para todos los tiempos, que no hay saber desdeñable.

No pasaba demasiado para que se diera a notar el quién es quién y, si con algún presidente en turno, el rito del poder tambaleaba entre la seducción de la palabra y la absoluta capacidad de mandar: dos orillas mutuamente atractivas que competían entre sí por el pedestal en sus campos.  Algunas figuras emblemáticas destacaban en ambos bandos. Era el tiempo en que la inteligencia y la cultura se apreciaban casi tanto como el poder. Había hombres notables de pensamiento y acción como don Jesús Silva Herzog, Jesús Reyes Heroles, José E. Iturriaga, Arturo Gonzáles Cosío  o algún otro de talla similar que ahora no nos cansamos de extrañar.

El medio, sin embargo, era feroz. Había que refinar una forma particular de inteligencia o prudencia astuta para no ser aniquilados por aquella aplanadora. Aunque la mayoría estaba enfermo de sí mismo y de donjuanismo, era prácticamente imposible que una mujer, cualquier mujer, obtuviera algo más que las impostadas, abominables y cursis cortesías caballerescas. De equidad, ni la sombra. Esposas, “compañeras” o convidadas, nosotras éramos prescindibles.

Con la explicable autodestrucción del “sistema” y de su peculiar estilo de seducir, la alternancia entró a saco para abolir no sus defectos –que eran muchos y monumentales-, sino lo que de valioso había procurado el PRI en la vida cultural del país. Desaparecidos aquellos intelectuales, más y peor ha venido a triunfar el signo de lo anodino, lo burdo, lo infecundo, común y carente de imaginación. ¡Cuánto echamos en falta a Octavio Paz y aquellas voces que se alzaban y eran atendidas! Siempre es mejor un soberbio con talento que el batallón de egos mediocres, sin gracia ni ideas.

1 Comment

Los huesos de Montaigne

December 9, 2019 Martha Robles

Ahora que los bordeleses están atareados en la busca de los restos de Montaigne, lo imagino en su torre, pluma en mano, cavilando sobre él mismo en su esencial desnudez, sin máscaras, contención ni artificio. Casi lo veo en su torre aledaña al castillo familiar, añorando al entrañable Étienne de la Boétie: espejo y complemento de si, de cuyo fallecimiento prematuro nunca se recuperó.  Evoco también al padre que vio morir en edad temprana a cinco de sus seis hijas; o al esposo de una mujer piadosa en extremo y al hombre maduro embelesado con la brillantísima Marie Le Jars de Gournay, de cuyo talento y juventud sin duda se enamoró y a quien, al expirar, confió el destino de su obra.

Por sobre sus viajes en la madurez, más allá de los padecimientos físicos y de su habilidad conciliatoria en las confrontaciones políticas y religiosas que asolaban su tierra, veo por sobre todo al hombre en la soledad reflexiva que encumbra su tiempo y la escritura al través de sus páginas. Sin embargo y aunque tanto tuvo en mente la idea de la muerte, no se le ocurrió comentar ni reparar en el añoso y frecuente correo de difuntos y de féretros, en Europa, quizá por tanto jaleo que había a su alrededor entre hugonotes y católicos.

Desde los días de los cruzados era común hacerse de reliquias y, algo peor: decapitar cadáveres y desaparecer las cabezas desprendidas por las causas que fueran, incluida la supuesta “curiosidad científica” de los menos. Inclusive su coetáneo Shakespeare describió a Hamlet con la mano sobre una calavera en el famoso monólogo sobre “ser o no ser”; y empezando con la tantas veces representada cabeza de Juan el Bautista, a los pintores renacentistas les gustaba simbolizar la vanidad, la sabiduría o lo efímero de la vida con testas pulidas bien visibles junto a sus retratados.  Si en su memorable retrato san Jerónimo casi habla al través de un cráneo, no podemos pensar en  multitud de santos, ermitaños, ascetas y pensadores,  como santo Tomás de Aquino, sin la respectiva calavera a su lado o a modo –nunca mejor dicho- de naturaleza muerta.

Y esto viene a cuento porque, al parecer, también Montaigne estaría  vinculado a una calavera después de su muerte. A partir de que él mismo recomendara el convento de los Feuillants para “su reposo eterno”, quizá en atención a la férrea religiosidad de su esposa, su féretro fue removido de aquí para allá por causas diversas –incluido un incendio- hasta permanecer, acaso, en un refundido hueco que, desde hace varios meses, no ha dejado de inspirar todo tipo de especulaciones. Sobre creencias fundadas de especialistas urgidos en desentrañar el enigma que lo envuelve, nunca falta la suspicacia o el hallazgo que hace que el destino se imponga, aún tras siglos si no de olvido, al menos de separación entre los vestigios materiales de un creador y la significación de su obra que, casi medio milenio después, continúa arrojando frutos. La señal de tal contribución del Hado se dejó notar, hace meses, detrás de un muro en el sótano del Museo de Aquitania, en Burdeos, en sendos nichos tapiados justo en el helado almacén de piedras medievales.

Ante la inminente posibilidad de abrir el ataúd de madera y un par de objetos más que estuvieron ocultos, Laurent Védrine, director del Museo, publicó que hasta donde han podido asomarse a través de un pequeño agujero, lo que allí sigue sin examinarse con suerte se trata del inventor del ensayo como género literario. Así que, ante la inminente necesidad de identificar el adn y confirmar que sí, algo material hay en nuestros días  del hombre que en 59 años de vida, de 1533 a 1592, compartió en su infancia la vida de los campesinos para conocer a profundidad la región y los problemas de su gente; el que, bajo la vigilante tutela paterna se educó según los dictados del mejor humanismo renacentista, y tras conocer  los entresijos de la política eligió la libertad para escribir y entregarse al cultivo del pensamiento,  estamos cerca de descifrar el final de su historia o, al menos, el contenido de su último mensaje.

Aunque es antigua la sospecha de que los restos del que fuera alcalde de Burdeos se encontraban debajo de la sala donde, en el pasado, se expuso su cenotafio o escultura funeraria, no ha habido evidencias que comprueben su ubicación, salvo que en noviembre pasado vieron el féretro dentro de un sarcófago de plomo, muy deteriorado, y gracias a la introducción de una cámara, también un fémur y un hueso de la pelvis en su interior. Por fuera e intacto, sigue aún a su lado un cilindro metálico alrededor de un botella con un documento en su interior y, en el nicho contiguo, un cráneo y una mandíbula: objetos más que sugerentes que con seguridad tienen mucho qué revelar.

Para agregar algo tétrico a la historia del “Señor de la Montaña”, Michel Eyquem de Montaigne, originario del Castillo de Montaigne, Saint-Michel-de-Montaigne, cerca de Burdeos, fue el residente de la región más connotado desde el siglo XVI y el que reunía antecedentes familiares más contrastantes. No es ningún secreto que su esposa, Françoise de la Chassaigne, quisiera conservar su corazón para lo cual hizo serrar la caja torácica del yacente: dato que servirá para identificarlo dentro de poco, dependiendo del estado de lo que allí  encuentren los investigadores.

Montaigne fue y sigue siendo una figura singular, cuya historia fascina especialmente a los escritores. Concentrado en el yo explorador de la existencia, pensó al hombre en sí y en sus vicisitudes desde la observación de sí mismo.  Él, que tan cerca estuvo de la muerte tras caer de un caballo y que tanto sufrió el dolor de las pérdidas, especialmente la de su queridísimo amigo Étienne de la Boétie, mantuvo el ojo en alerta sobre la significación de la muerte y el miedo esencial que paraliza a quienes no están preparados para enfrentarla.   Que hay que aprender a morir para liberarnos de toda sujeción y obligación y vivir sin ataduras, insistió. Y ya que la muerte nos llega por igual a todos, al menos deseó que lo encontrara plantando sus coles, “despreocupado por la imperfección de jardín”. Aquejado de múltiples males y el de piedra el peor de todos, no se fue como le hubiera gustado. Se llevó en los riñones los minerales que tanto lo hicieron sufrir y que, de seguir intactos, pronto permitirán identificar sus restos, en caso de confirmarse las lucubraciones sobre el hallazgo del Museo.

No deja de ser curioso que en cabeza tan avezada el tema del culto y transporte o el desprecio a los muertos se le escapara, a pesar de que, como asiduo de los clásicos, más de una vez tropezó con relatos funerarios tan fascinantes como el de Heródoto, donde describe que en los banquetes de los principales egipcios se hacía pasar ante los convidados un pequeño ataúd con una estatua de madera tan perfecta “que en el aire y color remeda al vivo un cadáver”. Al enseñarlo a cada uno de los comensales el portador les decía: “¿No lo ves? Mírale bien: come y bebe y huelga ahora, que muerto no has de ser otra cosa que lo que ves.”

Sin embargo, aunque en su tiempo también se desenterrara, movilizara y perseguía hasta la extenuación los restos de viejos difuntos para honrarlos o deshonrarlos, esta peculiar costumbre no tuvo cabida en la amplitud de sus Ensayos. De la mano de los latinos y griegos que gracias a su padre moldearon su espíritu, aprendió a aceptar la inminencia de la muerte no solo porque es inevitable y a todos nos llega por igual, sino porque de suyo inspira el miedo esencial que impide desapegarnos y vivir el tiempo que nos queda.

Dudoso de todo, entre escéptico y pesimista, su urgencia de ser libre y auscultar la verdad lo hizo descreer de religiones, ataduras administrativas y presiones culturales. Y aunque fuera difícil sustraerse de enfrentamientos en plena segunda mitad del siglo XVI, su actitud conciliadora fue un ejemplo inequívoco de equilibrio e inteligencia. Católico él mismo y con dos hermanos protestantes, en su vida  convergen los extremos de la Contrarreforma, aunque supo ganarse el respeto y la consideración tanto del católico Enrique III como del protestante Enrique IV.  Si no fuera peculiar que por la línea materna proviniera de judeoconversos documentados en la Judería de Calatayud, los aragoneses López de Villanueva, y que tres de ellos fueran quemados por la Inquisición, incluido su bisabuelo Pablo López en 1491 o que su hermana Juana de Montaigne casó con Richard de Lestonnac, nada menos que tío de la santa Juana Lestonnac, Montaigne personificaría, con siglos de anticipación, a los librepensadores franceses que supieron sustraerse de los yugos y prejuicios doctrinarios de su época.

Interesada yo misma en seguir las huellas de mi querido Michel, por casualidad encuentro el dato de que también en la Chartreuse, como él en uno de sus tránsitos, estuvo enterrado Francisco de Goya, muerto en Burdeos, en 1828. Casi un siglo después el memorable pintor español fue trasladado a San Antonio de la Florida de Madrid. Y, ¡oh sorpresa!: al abrir su tumba descubrieron que le faltaba la cabeza: coincidencia que me hace recordar el único relato que he disfrutado de Carlos Fuentes, “Viva mi fama”, incluido en Constancia y otras novelas para vírgenes.  

Muchas y muy fascinantes historias pueden escribirse sobre cabezas desmembradas y cuerpos que no cesan de trasladarse u ocultarse, como el reciente removido de Francisco Franco del mausoleo que en su delirio él mismo hizo construir o el caso del poeta amado y asesinado, Federico García Lorca, que por más empeños por lograrlo, él persiste en permanecer oculto, quizá para mayor brillo de su memoria y de sus letras. Si no fueran suficientemente feroces los Tzomplantli o altar precocolombino –en especial de los aztecas- hechos de cráneos decorados quizá de enemigos o sacrificados a sus dioses,  la historia europea nos aventajaría con creces en episodios de empalados, decapitados, desmembrados, quemados y desollados, cuyas historias bien valdría la pena rescatar. Ayer, como hoy, la muerte nos recuerda los alcances más oscuros de nuestro espíritu indómito. Por lo pronto, aguardamos con enorme curiosidad las noticias sobre la identidad de los huesos, el cráneo, la botella y un documento que se supone pertenecen a Michel de Montaigne: ¿qué podrán revelarnos más allá de sus páginas?

Comment

De mis diarios. Deleites perdidos

November 15, 2019 Martha Robles

Tempus fugit. Así los tranvías.

Pertenezco a la minoría en extinción que cultivaba alianzas de viva voz y preguntaba   el nombre de árboles y plantas; la que leía en  los cafés y amaba la tinta, las libretas encuadernadas en piel y las plumas fuentes; la que iba por el mundo coreada por canciones de protesta. La que sentía el bullir de la sangre al repetir versos de éste o aquél poeta; la que percibía el ramalazo de la memoria a mitad de la noche y sin querer queriendo, en duermevela, se entregaba al fluir de un ritmo frenético adherido a sabe dios cuáles honduras del pensamiento. La que viajaba en tranvía y disfrutaba el paisaje de las palmeras en camellones  hermosos. La que creció con términos innovadores, como ecología y conciencia crítica.  También con las flores, las fuentes, los monumentos y la idea de ciudad de Uruchurtu. La que creyó en la cultura como vía de salvación. La que buscaba casetas con teléfonos públicos que funcionaran. La que leía periódicos, suplementos y revistas literarias y disfrutaba por aquí y por allá del teatro/teatro y las conversaciones sobre escritores, música, filosofía, historia, cine, arte y política. También fui de las que repetía sin querer párrafos cuya cadencia me atrapaba. Párrafos que me habitaban al dormir hasta despertar con la sonrisa prendida al susurro. Así supe que había un hilo de palabras que se fusionaba a mi vocabulario interior con ritmos como éste que, como otros igualmente pegajosos, reaparece todavía cuando espero un nombre frente a la página vacía:

…he said I was a flower of the mountain yes so we are flowers all a womans body yes that was one true thing he said in his life and the sun shines for you today yes that was why I liked him because I saw he understood or felt what a woman is and I knew I could always get round him and I gave him all the pleasure I could leading him on till he 1044 Ulysses asked me to say yes and I wouldnt answer first only looked out over the sea and the sky I was thinking of so many things he didnt know…

Cuando estudiaba en la UNAM los acosadores, los grillos y las huelgas estaban en auge. Con mucho pasado a cuestas, las mujeres no éramos tan arrojadizas ni vociferantes como las muchachas que hoy protestan sin que nadie las detenga. Ni siquiera éramos mayoría las inconformes y se nos apuntaba con desprecio a las rebeldes, pensantes y “difíciles”. Desde subsistir en medios cerrados, conquistar espacios propios, ser consecuentes con decisiones  “peligrosas” y liberarnos de ataduras enajenantes hasta empeñarnos en ser vistas, respetadas y reconocidas, nuestras batallas se concentraban en tirar obstáculos, abrir compuertas y abatir verdugos. Mientras se igualaban entre sí quienes requerían pancartas, uniformes y pertenencia a grupos para creerse arropados, para los menos el “mensaje” estaba en los diccionarios, en los libros de arte y en la Encyclopedia Británica: una fiel compañera que sabía de todo y nos llevaba a los más fascinantes lugares donde sobraba espacio para que convivieran Borges, García Lorca, Nietzsche, la Bauhaus, Sófocles, Trotski, Churchill, Sontag u Oriana Fallaci con personajes como la Abadesa, el Emperador Amarillo, Mrs. Dalloway, Adriano, Justine, u Oriane de Guermantes…

Al leer el otro día a Vila-Matas recordé que me  eran tan familiares la ficción verdadera y la posibilidad de ver más allá de lo aparente que podía dialogar con héroes y antihéroes  como si estuvieran a mi lado. Inquirir la crueldad en la fría venganza de Medea, disgustarme con Mme. Bovary, compartir la ansiedad de Antígona o el canto desesperado de Orfeo quizá me libró del efecto esperanza que confundió o dañó tantos destinos al filo del nuevo siglo.  No un día ni un año, tampoco una idea de grandeza sino un modo ser borroso se forjó a mi alrededor por la fe ciega en la quimera de la democracia. Quizá la filosofía me libró de caer en ése u otros idealismos sobre la condición humana. Contra esa tentación de la “bonanza por venir”, hice mía la gran máxima no reír, no llorar sino entender. Spinoza  me enseñó a distinguir y huir hasta lo posible del infierno, después de padecer en carne viva la certeza de Sartre: el infierno, el infierno son los otros, sentencia que no solo no pierde certidumbre, sino que empeora con el crecimiento demográfico.

A trancazos, como aprendemos casi todos, entendí que el hombre es el hombre, es el hombre… y que por su terca naturaleza se inventaron los milagros, pues de otra manera compartiríamos la fatalidad de Cioran, la misantropía de Shopenhauer, de Sherlock Holmes o de Diógenes Laercio. Y es que de que los hay los hay, por eso y aunque es imposible negar que el desaliento es como los humos invasores que se nos quedan impregnados en el olfato y en la piel, hay que evadirse del lugar común, del furor colectivo, de la estupidez exacerbada, de la ofuscación, de los dueños de la verdad y del ocre tufo de los necios.  Lector puntual de Spinoza y Shopenhauer, Borges supo hasta dónde es cierto que conocer y entender nos libra de fanatismos, idolatrías y esperanzas inútiles.  Probar sin embargo la fidelidad a uno mismo nos aparta por necesidad de espejismos, del vocerío de las masas y de la comodidad de elegir “lo de menos” o de la apariencia engañosa. Así que pensar y ser consecuentes con la individualidad –que no con el individualismo- conlleva el precio de la soledad –la soledad creadora-, lo cual no es nada despreciable, además de librarnos del acecho del tedio y ahorrarnos grandes dosis de la horrible sensación que dejan las frustraciones.

Comment

De mis diarios. Lo que el Muro derrumbó

November 9, 2019 Martha Robles

De la memoria, apenas placa y un monumento. Mariscal/EFE

Incrédula, supe que con el muro caían las izquierdas y los grillos pro soviéticos que tanto fastidiaron en la UNAM. Cayeron décadas de enredos, corrupción, encubrimientos, persecuciones, intolerancia y mentiras. También fueron exhibidos los crímenes de Stalin. Imposible confundir los estertores de un siglo trágico. Que nada podría ser peor a lo padecido, repetían los optimistas al lado de los profetas: que seguía una era de luz, democracia y libertades. Que el mundo convulso, herido hasta el hueso y cubierto de harapos, vería sus mejores logros con el milenio que, en una década, prodigaría sus dones. Como siempre al fin de una catástrofe, no se vislumbraban indicios del destino. Tampoco era importante: la euforia duró hasta que los restos del naufragio traspasaron los cotos domiciliarios.

Las noches de aquel noviembre de 1989 serían como haber visto a Dios. ¡Cuánta felicidad! ¡Cuántas promesas! Se respiraba una embriaguez liberadora. Yo misma, desde mi natural escepticismo, creí que todo sería posible, inclusive que un régimen de hostilidad dejara el sitio a otro igual o peor. Berlín era un hervidero.  La escena iluminaba nuevas voces, otros uniformes y los mismos hombres repitiendo que el espanto había concluido. No más escritores proscritos ni libros ni vocabularios perseguidos. No más yugo ni espionaje ni amenazas… Aunque los exiliados podrían recobrar su patria y su memoria, permanecerían en sus países de acogida. El destierro les había dado un halo de significación meritoria, pero la libertad ya disipaba su magia. Del Berlín reunificado en adelante los discrepantes, para distinguirse, tendrían que hallar otros temas, nuevos fantasmas y distintas invenciones.  Intuíamos que la realidad se encargaría de activar otros demonios y que pronto se hablaría del hambre, pandemias, desempleo, injusticia, luchas religiosas y migraciones imparables.

Reducido al lento escarbar de los archivos, el comunismo se volvería papel impreso y la electrónica en ascenso eliminaría el poder  del secreto. Las letras tendrían que buscarse otro Belcebú y distintos atavíos. Sin “la causa”, el mundo quedaría expuesto a la competitividad desventajosa del mercado. Bajo el regocijo ascendía el signo teatral de la caída.  El drama se volvía comedia aún poblada de brujas y demonios que bailaban con sus víctimas. Voluptuosidad y nerviosismo… Todo se teñía con los colores de lo humano, hasta el concreto gris saturado de grafitis. El ombligo de Berlín se transformó en festín carnavalesco. Otra posibilidad se inauguraba: la del justo medio democrático, escondido aún tras una máscara sin rasgos definidos.

GGC estaba demudado. Miraba con incredulidad cómo la muchedumbre derrumbaba el muro: era él mismo -sus creencias, su certidumbre e ideales mancillados- el que caía entre piedras, púas, cemento y restos del grafiti. Adueñado de certezas que supuso “inconmovibles”, dudaba entre correr al teléfono, escribir una nota tronante o quedarse atónito hasta hallarle punta al amasijo que retumbaba en su mente. “¡Es el retroceso de la historia!”, gritaba desconsolado frente al televisor. Después aceptaría que “aquello” era inevitable.

Para quienes vivíamos aguardando este momento, fueron claros los signos del declive comunista:  huelgas, luchas internas y presiones laborales en Polonia; la disolución del Partido Socialista Obrero Húngaro y la creación reciente del multipartidismo; la agitación estudiantil durante la “primavera de Praga” o el ´68 simbólico del grito generacional en Occidente. Se percibía algo liberador –difuso aún- que estaba dando al traste con el régimen soviético. Que más prolongados habían sido el imperio romano, la dominación árabe en España, la colonización española en América o el yugo británico en la India, pensé al repasar la brevedad histórica de un régimen que se presumió invencible.  No proliferaron los reformistas ni sus ideas tenían el doble filo con que la comunicación masiva repartía denuncias en continentes y países. Sin web todavía, ignorábamos el efecto súbito de un estremecimiento a distancia que  modificaría nuestras vidas. Y eso era lo que hacía tan singular el suceso: ver en vivo desde el otro lado del planeta lo que también nos afectaba. Supe  que nada me era ajeno. Con ser obvio, me deslumbró el hallazgo.

Los huérfanos de Marx, de Lenin o de Stalin multiplicaban sus lamentos:  ¿qué seguía  después de “la hecatombe”? Que brotaría un nuevo imperialismo y probaríamos el yugo de una potencia dominante. Que la bipolaridad era necesaria, agregaban los dolientes inquiriendo fórmulas restauradoras para una izquierda moribunda. Yo pensaba en Grecia, en el Helenismo, en los dominios del Imperio: ascensos y descensos, tentativas y fracasos, lenguas perdidas, dioses derrotados y de nuevo reinventados, culturas desaparecidas para dar lugar a otras que, mejores o peores, enseñan que el hombre en esencia es movimiento.

Nos atosigaban analogías entre revoluciones e ideologías, rebeliones y dictaduras. El suceso rebasaba a quienes habían consagrado la  quimera soviética. ¿Qué sería de sus vidas? ¿Con qué sustituir su furor? Los vi desolados, con las esperanzas vacías. El suceso adquirió la gravedad de un credo perdido. Era como aceptar que Dios no existe, que la Virgen no es y el Espíritu Santo no ilumina a nadie con sus lenguas de fuego. ¿Qué hacer? ¿En qué creer? Quedaban Cuba y China, a pesar de sus indicios de descomposición y de que la memoria del junio fatídico en la plaza de Tian’anmen estaba fresca.  Nada, sin embargo, podría compensar tantos sueños  frustrados.

Leí que “esa inesperada cólera masiva” exacerbaba prejuicios que los fanáticos convirtieron en ortodoxia marxista. Aparecieron libros sobre el triunfo de la burguesía y la debacle de los nacionalismos. Lo cierto es que declinaba una edad de culto a personajes idílicos tan poco recomendables para los jóvenes como Mao Tse Tung, Ho Chi Minh o Fidel Castro. Era innegable que morían sueños abonados por Marx, Engels, Trotsky, Lenin, Sorokin… Y acaso para mitigar el sentimiento de orfandad, se invocaba a Duvcek, al “socialismo con rostro humano” y la renovación “lógica” del socialismo. Se publicaron cientos de denuncias  sobre cómo “la izquierda organizada” y los intelectuales encubrieron crímenes atroces, campos de concentración, abusos e incontables evidencias de corrupción, no solo en la Unión Soviética del peor estalinismo, sino en organizaciones sindicales y comunistas de otras geografías, Cuba incluida. Que todo proceso revolucionario tiene sus abyecciones, repetían como mantras los viudos del comunismo. Los lamentos abundaban entre exequias  mientras que para el recién fundado Parlamento Europeo, “el proceso de Berlín”  auguraba “otra forma de socialismo teñido de democracias nacionales”, según  indicaban los giros anticipados por la glásnost y la perestroika. Lo cierto es que al autoritarismo se le puso nombre y rostro mientras una larga sujeción quedaba reducida a polvo; con ella, se iban la Guerra Fría y el batallar de los antiimperialistas y sus complementarios nacionalistas a ultranza.

Al desvelar secretos y pudrideros acabarían las complicidades. Ni siquiera los Estados Unidos, “cabeza y cuerpo del nuevo imperio”, sería el de antes. Con reformas electorales y partidos antes proscritos, en México se determinó subsidiar a individuos y facciones para aparentar avances democráticos. Antes dizque progresistas e incluso venerados, los de la vieja guardia serían considerados reaccionarios. Lo ensalzado en las aulas quedó de un plumazo devaluado.

Con los “neoconservadores” y los representantes de una “advenediza generación de gerentes”, se entronizarían los ricos mundiales del “Nuevo orden”. A diario leíamos que presenciábamos los primeros pasos de un futuro democráticamente promisorio y que por el efecto dominó irían cayendo las dictaduras que faltaban. No más represión ni persecuciones políticas ni Guerra Fría. ¡Por fin libres! El capitalismo triunfaba enarbolando un extraño lenguaje global. Los del bando perdedor serían borrados de la historia, de las aulas superiores y aun de la memoria intelectual de quienes se creyeron “de avanzada”. Con preguntas como ¿quiénes frenarían a los agentes de la codicia? ¿Quiénes creerían en las voces críticas, en la fuerza de la razón? ¿Qué sería de los herederos de la Revolución? ¿A dónde ir?, cuando menos tres generaciones de revolucionarios se quedaban sin causa y sin destino. Les costaba aceptar que este suceso marcó el final del siglo XX y que nadie pararía los albores de otra edad.

En lo que a nosotros respecta, todo cambió con la caída del muro, pero no hubo milagros. Las izquierdas quedaron en ruinas y el triunfo se concentró en el monetarismo neoliberal. Comenzó entonces el estallido de un fenómeno estrictamente milenarista: el de las migraciones masivas, sin solución, sin tierras de acogida, sin esperanzas  vitales. Narcotráfico en México; violencia apocalíptica, terrorismo, una democracia espuria que apenas merece el nombre, corrupción como emblema de un siglo XXI horrendo y la cultura que declina como animal enfermo. Cayó el muro, si, cambió nuestras vidas y una vez más quedamos en la historia fuera de lugar.

 

Comment

Judía y mujer: una cabeza incómoda

October 18, 2019 Martha Robles

Hannah Arendt. Fotografía pública en la web.

Hannah Arendt conoció el precio de ser pensante, judía, migrante e indocumentada: estigmas visibles al pensar la desobediencia civil y abominar del historicismo. Supo que la autobiografía no es privativa de las letras porque, desde el principio experiencia, cifró  sus razonamientos políticos, genéricos y sociales.  Durante el fatídico 1933 culminó  su único libro vinculado a temas femeninos. Concentrada en sus intereses fundamentales, incluso  conservó una clara incomodidad ante las reivindicaciones femeninas y  evitó el tema hasta lo posible.  Sin embargo, en su correspondencia con Mary McCarthy no se privó de opinar, aunque sin simpatía por el feminismo de los agitados años sesenta.

Es probable que al concluir su formación académica sintiera una identificación inconsciente con el destino de la legendaria Rachel Varnhagen.  De ella le atrajo el drama del talento castigado, el problema de género y la cuestión étnica, más allá del alegato  religioso. Por ella pensó los obstáculos interpuestos a mujeres talentosas en general y judías en particular, ensombrecidas por la supremacía masculina.  Por Varnhagen dedujo que el antisemitismo alemán ya era una ideología manifiesta desde el siglo XVIII, por no decir que desde antes. No obstante, sus conclusiones no la llevaron a simpatizar con el feminismo sino a reforzar el núcleo de su pensamiento filosófico/político: antisemitismo y sistema totalitario.

Como toda situación vigente aunque no se nombre de manera consciente en una sociedad, supuso que el odio histórico a los judíos estuvo inspirado por el antagonismo recíprocamente hostil de dos credos en pugna. Esta batalla no se limitó a extender una compleja red de discriminación cultural desde la Alemania de la escisión provocada por Martín Lutero porque, en lo esencial, estuvo enredada a rivalidades económicas, territoriales y tribales. La carga emocional del aborrecimiento entre grupos no se resolvió por la vía religiosa ni abandonó los prejuicios étnicos, más bien derivó a las consabidas presiones de la alta burguesía. Lejos de aligerarse, la intolerancia se complicó con la ininterrumpida sucesión de persecuciones, matanzas y expulsiones específicamente ensañadas contra herejes y judíos: un fenómeno relacionado con la furia cristiana, dirigida contra lo distinto y ajeno. Para Hannah, éste y cualquier ejemplo de intolerancia surge del odio encarnizado durante períodos de violencia cambiante, cuya primera etapa, clara y visible en gobiernos organizados, podría fecharse desde los días del fin del Imperio Romano hasta la Edad Media.

En la segunda etapa de agresiones declaradas, el fenómeno antisemita antecede al furor de la era moderna con las persecuciones desencadenadas durante la Contrarreforma europea. España no se quedó a la saga de la intolerancia consumada a hierro y fuego por la Inquisición. Su hoguera emblemática haría del Tribunal del Santo Oficio un brazo anterior, consagrado y complementario de los hornos de Hitler. Aunque abunden estudios sobre la discriminación, el expolio y el registro de crueldades, los archivos siempre sorprenden con nuevas y atroces revelaciones sobre lo que, “en nombre de la fe”, han discurrido los credos y los poderes civiles, militares y/o monárquicos. Como ahora ocurre respecto del fundamentalismo islamista,  durante siglos encaramados a la ortodoxia las Iglesias cristianas inocularon en los creyentes un  fanatismo tan perverso y eficaz que la doctrina trasmutó en predisposición cultural y vengadora de una feligresía que ha asociado la crucifixión de Jesús a vicios remotos e interesados del pueblo judío.

Tal irracionalidad agrava su carga de realidad: la superstición funciona tan eficazmente como la mentira asimilada en el inconsciente colectivo. Göbbels lo supo al asegurar el triunfo de su técnica propagandística: “Una mentira repetida mil veces se convierte en la verdad”. Y por anticiparse al examen de la mentira en política Hannah incluyó este capítulo entre lo fundamental de su interés por el poder. Insistió en que la sinrazón es un factor inseparable de los más atroces episodios de sujeción y dominio. Sin la mezcla de fe y arbitrariedad no habría sido tan dramático y expansivo el ascenso absolutista del cristianismo. Perduraron su ortodoxia y la supremacía del Papa a pesar de los cismas que derivaron tanto en el luteranismo como en el calvinismo, doctrinas que consolidaron los fundamentos capitalistas de los nuevos poderes. Credo y economía, así, se fusionaron al signo imperial que elevó a la jerarquía católica a poder omnipresente, encabezado por la política colonial de la corona española.

En el lado contrario y desde la visión del perseguido, Arendt contempló la diversidad implícita en  una larga e intrincada historia de odio en las relaciones entre judíos y los llamados gentiles: confrontación que afectó el desarrollo continuado de su historiografía. Inclusive señaló que el estudio organizado de este antiguo y vigente  problema, apenas se inició con rigor en el siglo XIX: una tardanza explicable por la furiosa reacción popular contra la judería que, en pequeñas comunidades, se avecindaba en diversas urbes europeas. Aclaró que todo debe estudiarse desde su trasfondo político y en su contexto cultural, no solamente los hechos ni los testimonios documentales  sino con especial énfasis en los irritantes estereotipos historiográficos que los prejuicios han inventado sobre el pueblo judío. Debe estudiarse la verdad aun en los excesos y contradicciones que indistintamente atribuyen defectos de índole étnico o religioso o que ponderan  la tolerancia secular de este pueblo perseguido. Centrada en alegatos fundados en hechos, se plegó a las enseñanzas de Spinoza; tanto, que hizo suya la expresión “no reír, no llorar sino comprender”.  Esta máxima templó su ánimo, pues se dio cuenta, sin ceder a los prejuicios, de que subyacen propósitos interesados inclusive en la superioridad que se atribuye a las conquistas culturales de la inteligencia judía. Al ponderar el apego a “la patria del libro” o al “libro que hay detrás del libro” –como dijera Edmund Jabès- se impide entender los verdaderos propósitos de la acción, sobre todo cuando solo se los ve desde la perspectiva racional. Así que, para entender, hay que deslindar lo fundamental de lo secundario y llegar a la raíz de la acción.

Por consiguiente, al estar asentado en antiguas manifestaciones de intolerancia arraigadas en la población, el fascismo alemán no hizo sino consumar a plenitud y con saña jamás practicada, los furores antisemitas latentes en el inconsciente colectivo. No obstante el estrépito mundial  que provocó la derrota bélica de Hitler, perduró en aquella cultura la tentación de discriminar: tendencia que no ha desaparecido a pesar de los progresos en los derechos humanos. Basta citar el repudio a los inmigrantes, compartido por numerosos países. Un fanatismo feroz se respira también en orillas religiosas, territoriales y/o culturales opuestas: las de los menospreciados de ayer y los repudiados de hoy. Respecto del pueblo de Israel, cabe pensar que el perseguido se transforma en feroz perseguidor. Arendt no vivió lo suficiente para darse cuenta de que, en pleno siglo XXI, xenofobia, discriminación, terrorismo y odio son expresiones tan cotidianas que quizá, por su intensa diversidad, habría modificado sus tesis sobre “la banalidad del mal”. Ejemplos de intolerancia sobran en el mundo actual, empezando por los fundamentalistas islámicos y sin descontar el furor xenofóbico desatado en Europa, los Estados Unidos, pueblos asiáticos y aun en regiones latinoamericanas.

De tan cíclicos y puntuales, los eventos racistas, según Arendt, parecen indivisibles de la condición humana. Sea cual fuere su raíz, es una de las peores expresiones de que son capaces los individuos, el Estado y las comunidades. Sea por peculiaridades culturales, por creencias excluyentes, movimientos migratorios, reminiscencias tribales, móviles de riqueza o pobreza, cuestiones étnicas o por la imperturbable excusa ideológica, las conductas discriminatorias avanzan con políticas vinculadas al terrorismo, aunque la consolidación internacional de los derechos humanos, incompleta y aún incapaz de contener la violencia, aparezca entre las mayores conquistas de nuestro siglo.

No obstante ostentar los mayores logros democráticos de la historia, nuestro tiempo arrastra el estigma del “aborrecimiento del otro”, y no nada más contra el pueblo judío. Africanos, asiáticos, árabes, musulmanes y latinoamericanos, búlgaros, gitanos o rusos: da igual de dónde provengan. Basta unirse a los movimientos migratorios del sur al norte o del este al oeste para experimentar el desprecio. El fenómeno de la pobreza y en particular de la miseria con ignorancia, arroja por miles a “los condenados de la tierra” que huyen de su patria en pos de oportunidades vitales en las tierras de promisión.

El mercantilismo global, con su individualismo característico, es otro factor vislumbrado por Arendt en  La condición humana que contribuye a fomentar el odio. Con excepción del Islam, cuya peculiaridad teocrática requiere un análisis independiente en el estudio del totalitarismo, el tema religioso ya no es  prioritario en las actitudes intolerantes contra pueblos enteros, a pesar de que, a partir del atentado del 11 de septiembre del 2001 a las torres gemelas de Nueva York, se concentró el furor internacional en contra del activismo, fundamentalismo y/o terrorismo islamista. Si las ajustamos a la circunstancia actual, sin duda las tesis de Arendt sobre el totalitarismo y la democracia son completamente vigentes. Como política de Estado destaca, además, el sufrimiento del pueblo checheno, el Timor oriental, la destrucción de Siria o la política de extinción aplicada indistintamente por turcos o iraquíes contra los kurdos: problema intrincado que, siempre sin resolver, se ha menospreciado ante la invasión militar Norteamericana a esa región. Sería difícil encontrar un solo país, en cualquier continente, en el que no estén ocurriendo enfrentamientos excluyentes contra minorías.

[*] Fragmento de mi ensayo inédito Hannah Arendt, una mujer de razón.

Comment

Memoria. De mis diarios

October 11, 2019 Martha Robles

Mnemósine. Mitología griega. Diosa de la memoria

La memoria, ese difícil rompecabezas, construye a capricho su dibujo final. Como buena tramposa nos hace creer sus chismes y, hábil como es, elabora su relato. Hace y deshace cuentos con tal certidumbre que nos persuade de esto y lo contrario:  prodigio que pocos, muy pocos novelistas consiguen. Esta formidable creatividad, que le es dada hasta al más humilde de los hombres, solo compite en versatilidad con los sueños.  Nadie sabe cómo ni por qué funciona el ser interior que habla y dice cosas que difícilmente comprendemos. Lo cierto es que hagamos lo que hagamos, aun si los sueños se fugan, recordar o no hacerlo es el nutriente de una identidad que, de la cuna a la tumba, se niega a manifestarse en toda su plenitud.

Desde pequeños nos familiarizamos con la Mnemósine que llevamos en la mente y sea cual fuere su versión, caemos rendidos a sus cuentos. Inclusive nos hace descreer de las versiones de aquellos que aseguran poseer el paso a paso de cada cosa que es y ha sucedido en nuestras vidas.  A capricho elige  rostros, sucesos, nombres e inclusive fechas y escenarios para cimentar lo que fue o acaso no fue o no pasó como lo recordamos. Nos cuesta aceptar la ligereza con que elabora ficciones desde una lógica que no se parece a ninguna. Nos convence de haber sentido un dolor o un gusto inexistente y nos lleva a asegurar que reconocemos un estremecimiento/llave, la emoción de un día, el pensamiento olvidado de su origen, un río de ideas, la música sobrante del barullo, sabores, olores y palabras, muchas palabras que, aunque ajenas o apropiadas, nos envuelven y dan forma de interrogante al ser que un día, asido a la carga de olvidos y añoranzas, descubre que necesita un relato a medida para dar sentido a la existencia. Eso, en cuanto al pasado que atesoramos de manera individual, porque también se complican las historias de los pueblos con reminiscencias colectivas, evocaciones familiares, yerros y experiencias ilusorias que, de tanto repetirlas, se vuelven fidedignas. Todo indica, pues, que la memoria no es una ni propia, sino la guardiana rediviva de todos las cosas que dijeran los griegos: algo similar a un río vertiginoso en el que nos mojamos todos de modos diferentes.

Y luego están los sueños: la otra fábrica de vislumbres o ficciones tan fingidas que podríamos creer que de verdad existen éste y el otro lado de la vida. Perturbadora  como la experiencia de Alicia, la descripción del Emperador Amarillo me demostró que viajamos al través de espejos cargados de relatos. Historias cambiantes, ya se sabe, aunque nada se iguala a la narrativa interior; peor si se trata de construir versiones magníficas, pues pocos aceptan reconocerse en lo ingrato, lo mediano, vergonzoso o incómodo. Sospecho que el depósito de lo que nos afea es lo que hace chapucera a la memoria, especialmente a la histórica: la más acomodaticia y embustera de todas. Quizá engañar es su recurso para hacernos soportable la existencia o al revés: ciertas dagas cortan más porque hay recuerdos/saña  reinventados para peor y sus filos continúan hiriendo. Las remembranzas que perduran enquistadas en el alma lastiman no por lo que fue, sino por lo que hemos agregado a las llagas sin cerrar. Tampoco faltan ráfagas ardientes con sus saldos de cenizas. Gracias a tan misteriosa manera de rehacer lo que damos por sentado  sabemos que hay noches tan pobladas de relatos como los viajes apropiados o el más luminoso de los libros. Y es que los sueños son la pareja ideal de la memoria. Juntos elaboran cuentos inauditos, como hacernos creer que hay un yo completo e ignoto que, a falta de nombre, Freud llamó inconsciente. Como sea, este no-espacio del ser, simplemente es lo que es. Y ni quién lo dude, pues su natural palabrería funciona con pasmosa puntualidad, aunque sin ley, sin orden y sin reloj; de suyo carga, produce y descarga mensajes con tal puntería que, si de algo, deberíamos vivir azorados ante semejante habilidad para dar en la diana.

 Quizá con la secreta intención de balancearnos entre la añoranza y el olvido unos escribimos lo que escribimos y los mitómanos dicen lo que dicen como verdades fidedignas, a pesar de que sepamos que todo es puro cuento.  No existe certidumbre total  ni versión irrefutable; empero, adivinos, profetas, sibilas y ahora psicoanalistas o psicoterapeutas -atareados en remontar olvidos- han administrado con habilidad el poder de interpretar mensajes infiltrados en el silencio, en las pausas o en los sueños. Fueran éstos frutos del Destino o recados de los dioses, lo cierto es que nada se ha apreciado tanto ni durante tanto tiempo como los secretos que, por indescifrables, superan nuestra humana capacidad de entender y, como de paso, la de saber que hacer con lo vivido y fantaseado o con tantas remembranzas que perduran y forman o deforman un carácter, sea éste individual, político o social.

Es también probable que por el solo hecho de pasear entre éste y los otros lados de los sueños,  de la vigilia y del recuerdo elaboremos la ilusión de ser distintos sin dejar de ser los mismos. No es descabellado suponer que al memorizar, soñar e interpretar, nos aventuramos en la fabulosa geografía del alma o revés del ser, donde impera el lado oscuro, el del misterio, del miedo o del deseo. Cuando esa almagrafía se deja leer, entendemos que a pesar de que existir es caminar a ciegas por senderos no pisados, nunca falta el memorista  que alza el índice con una autoridad digna de mejores causas y entonces habla: habla, y habla con temeridad, convencido de saberlo todo y aun mejor del sujeto de quien habla. Habla apoderado del relato abultado con detalles de lo que han sido nuestras vidas y las vidas que se cruzan por las nuestras. Así  comprobamos que con la temeridad del chismoso, el metiche arreglavidas nos aclara quiénes somos, qué hicimos y hasta qué pensamos ayer o en la intimidad de la alcoba. Contrarias al arte de la palabra, por otra parte, las historias orales trasmitidas de boca en boca carecen del carácter sagrado que tuviera lo recordado en tiempos del movimiento trágico. Sin poesía y envilecila por las masas, la vertiente profana del imaginario colectivo ya no resguarda hazañas ni trasmite mitos, solo repite chillidos que nos obligan a desconfiar de la mal llamada memoria de todos.

Si vivir el instante y arrojarlo a los dominios de Mnemósine nos hace creer singulares, al contarlo nos reescribimos, aunque no por ello seamos distintos o semejantes al retrato idealizado. Nos desdoblamos en el otro que va siendo en la escritura y, como la rosa que al evocarla es otra rosa y otra más al escribirla y así hasta que la rosa confirma su condición de rosa, los recuerdos/vocablos se recrean en libertad hasta que atinan o no con su esencia. Lo distino entre la memoria y la rosa es que el núcleo de la memoria no es uno ni fijo ni estéril: se mueve transformándose; se representa imaginándose y se dice nombrándose. Aun el saber acumulado se somete a su condición tornadiza. Y con la multiplicación del acto de recordar, aprendemos no a sobrellevar lo ignorado, sino a cultivar un trato esperanzador con el Hado, con lo sagrado, lo inexplorado, con las deidades y con todo aquello que nos rodea. Así es como, al teclear estas líneas y mirar atrás para entender el hoy, vislumbro la flexible inmensidad que hay entre La historia, nuestra historia y lo que va quedando como saldo en abultado lecho de las voces.

 

Comment

De libros y Los creadores

September 26, 2019 Martha Robles

The Library of Congress. Wikipedia

El puñado de libros y autores decisivos en mi vida nunca ha sido best-seller ni aparece   en las listas de “lo que hay que leer antes de morir” y boberas semejantes. Desde que recuerdo, la curiosidad es mi única guía.  Solo curiosidad, y la magia que activa “el llamado”; es decir, me he mantenido en alerta al instante en que un nombre, un título, párrafos al azar, un poema, una asociación, el tema o el chispazo piden ser atendidos. Suerte de puzzle del vocabulario esencial, busco la palabra-cifra y la visión del otro para completar mi dibujo interior. Hay quienes saben elegir personas, negocios, trapos, estrellas o vinos; yo me entiendo con los vocablos, las cazuelas, el silencio  y algunos animales.  Tal peculiaridad es inseparable de la duda de si el hombre es el que se abre al libro o éste responde a la inabarcable ignorancia humana.

Supe desde mis primeras lecturas que para incursionar en el devenir de preguntas tenía que educar la mente, los sentidos, la intuición y la punta de los dedos para ver más allá de lo que se toca y se percibe de golpe. La fidelidad a esta certeza no deja de arrojar recompensas con nuevas incógnitas. El mundo de los libros es diverso y misterioso. Mientras que a unos nos atrae su poderoso magnetismo, otros lo rehúyen por lo que ignoran de él. A diferencia del acto solitario de la escritura, leer solo tiene sentido por la mirada del otro. Nadie puede convencer a nadie de amar los libros porque, como bien lo definiera Borges, “el libro es una extensión de la memoria y la imaginación”.  Así que, antes de asombrarnos con la función que realiza y de profesar su culto, debemos valorar el potencial revolucionario de las palabras, tanto orales como escritas.

Veo en la página un quicio por el que se accede al inescrutable sagrario del Verbo. Entonces me dejo llevar por su rítmico ondular de significados.  Con suerte me espera el deslumbramiento. Sin tardanza recojo, infiero, interpreto, completo y continúo gozando del surtidor de vocablos.  De acuerdo a la tradición rabínica hay un libro eterno, sagrado e inalterable por descifrar; un libro en busca de sí mismo; el Libro detrás del libro, de todos los libros; un libro que es la perfección, la vida misma y el arte por excelencia: de ahí nuestra insaciable búsqueda mediante una sucesión de preguntas que se van complicando y completando ante la imposibilidad de abarcarlo todo y de entender la historia, la propia historia.

Así como el agricultor reconoce las propiedades de la tierra y el navegante los desafíos marinos, quien ama la palabra sabe lo que hay que saber sobre el vínculo intransferible entre el autor y su lector. Juntos completan un decir sugestivo e innovador.  Solo en la condición de binomio se alcanza la secreta recompensa del  libro: un dialogo intenso y esclarecedor. En el mejor de los casos, la voz-en-dos se vuelve “otro” y punto de partida por su carga de respuestas, dudas, espejos, revelaciones, imágenes y juegos adivinatorios. 

Hay libros y autores que no dejan ni rasgo de luz: no llaman ni son llamados. Los más grises ni siquiera consiguen ser apreciados en bulto. Empujadas por la medianía, las torpezas escriturales convierten las librerías en mercados de baratijas. No obstante, el lector de raza sabe que antiguo o coetáneo,  el que ha sido es. Gracias a la empatía, que se desea fecunda, el goce del texto no solo perdura al paso del calendario, sino que por su conducto se van manifestando grandes y pequeñas transformaciones que agregan un plus a lo disfrutado, descubierto y aprendido.

 Dispuesto entre mis imprescindibles, Daniel J. Boorstin llegó a mi vida por esa vía. Entonces no existía Amazon y era difícil adquirir ediciones originales. En cuanto vi Los creadores, solitario y refundido en una librería que amontona  en incierto orden alfabético, supe que con otras del autor, como Los descubridores y Los pensadores, esta obra me acompañaría para siempre. Aquella lejana tarde miré aquí, me fijé allá hasta que la portada de la Editorial Crítica me atrajo y para mi felicidad, vi que era el segundo título –ya traducido- de la memorable trilogía del que fuera, de 1975 a 1987, el XII  Bibliotecario (aquí lo llamaríamos director) de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. Recuerdo la emoción con la que me entregué al ir y venir de páginas (casi 750) cargadas de un envidiable conocimiento sobre las más altas creaciones humanas: alfabetos, imágenes, lo sagrado, los templos, el teatro, las letras, la arquitectura, la música, las imágenes, los juegos con el arte, el color, la luz y el espacio…

Además de que su biografía intelectual es de las que merecen ser contadas, Boorstin es de los raros escritores que convierten el saber en un mundo colmado de maravillas que, de menos, opacan a la relativamente reciente literatura, fundadora de la novela. Conoce y no lo intimida el mundo ni el significado del libro; tampoco el Libro detrás del libro. Narrada con destreza gracias a la laboriosa y sostenida colaboración de su brillante esposa Ruth (ya difunta, también), este gran representante de la inteligencia judía nos hace creer que el Hombre es lo que es en su mejor versión por imaginar, escudriñar, descubrir, pensar y crear. Ajeno a la presión amañada de las ideologías, su pasión fue conocer, entender, enseñar y dejar su legado para que, ante el incremento de tantos  horrores, sus lectores no nos avergoncemos de ser humanos.

Inquiere al hombre que desde la noche de los tiempos descubre rutas, signos o el funcionamiento de las cosas; muestra al que experimenta, inventa artefactos, dioses, máquinas,  alfabetos, la ciencia, la filosofía, la política, la poesía, los carros o las ficciones. En suma, hasta sus casi 90 de edad vivió fascinado por la aventura creadora del espíritu. Sobre este trayecto casi insólito de superación cultural, Daniel J. Boorstin escribió a su manera una obra tan enorme que cada vez que retomo un capítulo lo imagino abducido desde la cuna por el genio del saber.

Recién leí De animales a dioses: una historia nada desdeñable de nuestra especie “desde los primeros humanos que caminaron sobre la Tierra hasta los radicales y a veces devastadores avances de las tres grandes revoluciones que nuestra especie ha protagonizado: la cognitiva, la agrícola y la científica”. No obstante la agilidad narrativa de Juval Noah Harari y sobre su apreciable y fresco conocimiento de los tránsitos culturales, continúo cediendo al atractivo de Boorstin (1914-2004) por su libre y muy sugestiva manera de explorar la imaginación, la curiosidad y los más altos logros humanos. Tuvo el tino de mantener intacto el Misterio que animó a nuestros antepasados a preguntarse  qué es el tiempo, qué la Naturaleza, la memoria, los cielos, los mares, la sociedad, las plantas o los animales e inclusive extender el enigma hasta lo oculto en páginas de Melville o de Virginia Woolf.

Siempre me pregunto cómo discurrió y realizó trilogía tan fascinante.  Cómo vio al curioso que inventó barcos, navegaciones, relojes, mapas, historias o calendarios; cómo fue el instante en que vio al remoto abuelo que  imaginó el subsuelo, inventó el lenguaje de la música y de las matemática, labró mensajes en las piedras o soñó con los planetas. Seguramente Boorstin sintió la mano que mojaba su pincel en la tinta recién creada para escribir su historia; conoció la túnica del estagirita, observó el parpadeo de algunos profetas y el palabreo de adivinos, el dolor de Job, los hallazgos de Hobbes, el antidestino de Malraux, los mundos de Spengler y de Toynbee… Vaya, que de tantos creadores y talentos que me han deslumbrado y enriquecido, nunca nos ha tocado uno de esta naturaleza aquí, entre nosotros, para bien de un México mejor. Sin embargo, ese el prodigio del libro: estar al alcance de nuestras manos y poder dialogar con alguno de ellos.

Comment
← Newer Posts Older Posts →

ÍNDICE

Click para ir

  • June 2025
    • Jun 3, 2025 Ser de izquierda. Y eso, ¿qué diablos es? Jun 3, 2025
  • May 2025
    • May 19, 2025 Página del diario. Caos, signo de nuestro tiempo May 19, 2025
    • May 5, 2025 Insignificancia del Mal May 5, 2025
  • April 2025
    • Apr 17, 2025 De MVL e izquierdas y derechas Apr 17, 2025
    • Apr 5, 2025 De la pasión por los diarios Apr 5, 2025
  • March 2025
    • Mar 27, 2025 De la dificultad de ser distinto Mar 27, 2025
    • Mar 2, 2025 De la ansiedad al sectarismo Mar 2, 2025
  • February 2025
    • Feb 7, 2025 Robert Tsuovas (De mis Biografías Clandestinas aún inéditas) Feb 7, 2025
  • January 2025
    • Jan 28, 2025 Auschwitz, ¿hablamos de lo humano? Jan 28, 2025
    • Jan 7, 2025 Ninguneo Jan 7, 2025
  • December 2024
    • Dec 28, 2024 Legado de Alfonso Reyes. A 65 años de su fallecimiento Dec 28, 2024
    • Dec 20, 2024 La gran dignidad de Gisèle Pelicot Dec 20, 2024
    • Dec 10, 2024 Siria: su fatalidad ancestral Dec 10, 2024
  • November 2024
    • Nov 21, 2024 Alfonso Reyes, su cortesía Nov 21, 2024
    • Nov 8, 2024 Santa Muerte Nov 8, 2024
  • October 2024
    • Oct 30, 2024 Pobre, muy pobre democracia Oct 30, 2024
    • Oct 10, 2024 Sin modelo de país Oct 10, 2024
  • September 2024
    • Sep 26, 2024 El estigma de Emma Bovary Sep 26, 2024
    • Sep 11, 2024 Las Torres: el atentado del siglo Sep 11, 2024
    • Sep 4, 2024 Pliar Donoso. El riesgo de los diarios Sep 4, 2024
  • August 2024
    • Aug 20, 2024 Escribir sobre el padre: nueva tendencia Aug 20, 2024
    • Aug 7, 2024 Medio siglo sin Rosario Castellanos Aug 7, 2024
  • July 2024
    • Jul 25, 2024 Diarios. Otra vez los espejos Jul 25, 2024
    • Jul 13, 2024 La sociedad y sus letras Jul 13, 2024
  • June 2024
    • Jun 17, 2024 Del Padre/padre Jun 17, 2024
  • May 2024
    • May 30, 2024 Malas decisiones May 30, 2024
    • May 14, 2024 El tiempo del desprecio. Herencia innombrable May 14, 2024
  • April 2024
    • Apr 24, 2024 Del libro y la memoria Apr 24, 2024
    • Apr 2, 2024 Memoria y tatuajes en el alma Apr 2, 2024
  • March 2024
    • Mar 16, 2024 Entrevistas ficticias Mar 16, 2024
  • February 2024
    • Feb 29, 2024 Truman Capote, el siempre vivo Feb 29, 2024
    • Feb 13, 2024 Menopausia, el tsunami Feb 13, 2024
    • Feb 1, 2024 El arte no paga facturas; el saber tampoco Feb 1, 2024
  • January 2024
    • Jan 25, 2024 De la memoria. Bibliotecas Jan 25, 2024
    • Jan 12, 2024 Sobre las malas relaciones Jan 12, 2024
    • Jan 3, 2024 Del diario y la memoria Jan 3, 2024
  • December 2023
    • Dec 18, 2023 ADIÓS MARIO. ADIÓS BOOM Dec 18, 2023
    • Dec 7, 2023 Otra vez vencidos: no leer, no contar… Dec 7, 2023
    • Dec 1, 2023 Raro, ¿no? Eso de ser  mujer por estos rumbos Dec 1, 2023
  • November 2023
    • Nov 11, 2023 Veleidad de los premios Nov 11, 2023
  • October 2023
    • Oct 31, 2023 Acapulco, la puntiilla Oct 31, 2023
    • Oct 10, 2023 COVID. Pasos en la azotea y confesión obligada Oct 10, 2023
    • Oct 2, 2023 Página del diario. De sueños prestados Oct 2, 2023
  • September 2023
    • Sep 11, 2023 Javier Marías, un carácter Sep 11, 2023
  • August 2023
    • Aug 31, 2023 El Mal en tiempos del desprecio Aug 31, 2023
    • Aug 14, 2023 Ser lector (a): una pasión Aug 14, 2023
  • July 2023
    • Jul 31, 2023 El madruguete Jul 31, 2023
    • Jul 19, 2023 Página del diario. “Lo correcto es largarse” Jul 19, 2023
    • Jul 4, 2023 La atracción del Mal Jul 4, 2023
  • June 2023
    • Jun 21, 2023 Ya no se espera a los bárbaros Jun 21, 2023
    • Jun 9, 2023 Elegir. Lo que queda después del libro Jun 9, 2023
  • May 2023
    • May 30, 2023 Memoria infiel. De la cuna a la tumba May 30, 2023
    • May 19, 2023 Envejecer May 19, 2023
    • May 8, 2023 Maestros, ¿maestros? May 8, 2023
    • May 1, 2023 Príamo. El dolor del vencido May 1, 2023
  • April 2023
    • Apr 8, 2023 De viudas y herederos Apr 8, 2023
  • March 2023
    • Mar 29, 2023 Calcinados en las puertas del infierno Mar 29, 2023
    • Mar 14, 2023 No soy yo, tampoco el otro Mar 14, 2023
    • Mar 5, 2023 Feminismos, espejo de lo real Mar 5, 2023
  • February 2023
    • Feb 16, 2023 Haití y el síndrome del vencido Feb 16, 2023
    • Feb 6, 2023 Ricardo Garibay, escalpelo en ristre, 4 Feb 6, 2023
    • Feb 1, 2023 Ricardo Garibay, escalpelo en ristre, 3 Feb 1, 2023
  • January 2023
    • Jan 27, 2023 Ricardo Garibay, escalpelo en ristre, 2 Jan 27, 2023
    • Jan 24, 2023 Ricardo Garibay. Escalpelo en ristre, I Jan 24, 2023
    • Jan 18, 2023 Those were (are) the days Jan 18, 2023
    • Jan 4, 2023 Pasiones seniles Jan 4, 2023
  • December 2022
    • Dec 20, 2022 Larga sombra del Maximato Dec 20, 2022
    • Dec 1, 2022 Alfonso Reyes: el perfil del hombre Dec 1, 2022
  • November 2022
    • Nov 19, 2022 Proust: conversar con los difuntos Nov 19, 2022
    • Nov 7, 2022 Memoria y escritura Nov 7, 2022
  • October 2022
    • Oct 25, 2022 De la memoria y la carta de un difunto Oct 25, 2022
    • Oct 9, 2022 Lo de hoy: profanar el lenguaje Oct 9, 2022
  • September 2022
    • Sep 21, 2022 Sep 21, 2022
    • Sep 8, 2022 A propósito de Vila-Matas Sep 8, 2022
  • August 2022
    • Aug 20, 2022 Del diario: la posteridad y la fama Aug 20, 2022
    • Aug 4, 2022 El dolor de Virginia Aug 4, 2022
  • July 2022
    • Jul 19, 2022 Memoria y olvido Jul 19, 2022
    • Jul 10, 2022 Mediocridad como mérito Jul 10, 2022
  • June 2022
    • Jun 30, 2022 Con las manecillas al revés Jun 30, 2022
    • Jun 12, 2022 De la belleza de la imperfección Jun 12, 2022
    • Jun 3, 2022 De mujeres, hoy: escribir como sea, de lo que sea Jun 3, 2022
  • May 2022
    • May 24, 2022 Diarios perdidos May 24, 2022
    • May 11, 2022 Atrapada por los selfies May 11, 2022
  • April 2022
    • Apr 21, 2022 No se nace Grinch, lo hacen Apr 21, 2022
    • Apr 5, 2022 De mis diarios. Fidel, otra mirada Apr 5, 2022
  • March 2022
    • Mar 24, 2022 El escritor y la edad Mar 24, 2022
    • Mar 7, 2022 Marginadas desde la Colonia: espejo de la verdad Mar 7, 2022
  • February 2022
    • Feb 22, 2022 Nuevos tiempos oscuros Feb 22, 2022
    • Feb 8, 2022 A propósito del infierno Feb 8, 2022
  • January 2022
    • Jan 25, 2022 Decir no o dejarse caer Jan 25, 2022
    • Jan 10, 2022 Meditación sobre la tontería Jan 10, 2022
    • Jan 2, 2022 Olvido e ignorancia: misma desventura Jan 2, 2022
  • December 2021
    • Dec 15, 2021 Del Kîs que escribe en mi memoria Dec 15, 2021
    • Dec 7, 2021 Jimena Canales: historiar para cambiar la historia Dec 7, 2021
  • November 2021
    • Nov 17, 2021 Mi pesadilla, nuestro infierno Nov 17, 2021
  • October 2021
    • Oct 24, 2021 Los muertos. El otro relato, 1 Oct 24, 2021
    • Oct 12, 2021 Página del diario. Idea del desprecio Oct 12, 2021
    • Oct 1, 2021 Cuando me da por pensar en Lobo Antunes Oct 1, 2021
  • September 2021
    • Sep 23, 2021 Ironías de la historia: seguimos nepantla Sep 23, 2021
    • Sep 13, 2021 Lo feo. Su falsa reivindicación Sep 13, 2021
    • Sep 4, 2021 Del huésped incómodo y sus obsequiosos anfitriones Sep 4, 2021
  • August 2021
    • Aug 21, 2021 Velocidad: la tentación del abismo Aug 21, 2021
    • Aug 7, 2021 El zoquete por venir Aug 7, 2021
  • July 2021
    • Jul 21, 2021 Añoro la risa Jul 21, 2021
    • Jul 5, 2021 Más de esperpentos y tiranos Jul 5, 2021
  • June 2021
    • Jun 21, 2021 Las palabras, esos espejos... Jun 21, 2021
    • Jun 3, 2021 Mme. Bovary y yo Jun 3, 2021
  • May 2021
    • May 24, 2021 México entre vacunas May 24, 2021
    • May 14, 2021 De la Biblioteca de Alejandría y otras pasiones May 14, 2021
  • April 2021
    • Apr 29, 2021 Recordar, otra vez: de las madres de ayer Apr 29, 2021
    • Apr 12, 2021 Alaíde Foppa. Su signo trágico Apr 12, 2021
    • Apr 3, 2021 De mis diarios. Más de memoria Apr 3, 2021
  • March 2021
    • Mar 29, 2021 Retorno a los años oscuros Mar 29, 2021
    • Mar 21, 2021 De los días de "prende el radio" Mar 21, 2021
    • Mar 14, 2021 Metamir: mirar lo oculto Mar 14, 2021
    • Mar 1, 2021 Hipocresía y violaciones sexuales Mar 1, 2021
  • February 2021
    • Feb 20, 2021 De la memoria, esa incansable Feb 20, 2021
    • Feb 13, 2021 Del poder y los locos Feb 13, 2021
    • Feb 7, 2021 El libro: pasión de minorías Feb 7, 2021
  • January 2021
    • Jan 30, 2021 La magia del Cid campeador Jan 30, 2021
    • Jan 22, 2021 Contracultura y fracaso educativo Jan 22, 2021
    • Jan 12, 2021 Un mundo poscovid Jan 12, 2021
  • December 2020
    • Dec 31, 2020 Madre piedad: una deuda de amor Dec 31, 2020
    • Dec 19, 2020 Un tiempo raro Dec 19, 2020
    • Dec 9, 2020 Meditación sobre la tristeza de nuestros días Dec 9, 2020
  • November 2020
    • Nov 23, 2020 Página del diario. El virus del desasosiego Nov 23, 2020
    • Nov 14, 2020 José Revueltas, peldaño de la denuncia* Nov 14, 2020
  • October 2020
    • Oct 29, 2020 De mis diarios. Entre toros y Covid-19 Oct 29, 2020
    • Oct 10, 2020 Página del diario. Alfabetos soñados Oct 10, 2020
    • Oct 1, 2020 1968: memoria imperfecta Oct 1, 2020
  • September 2020
    • Sep 12, 2020 Los diarios: su fondo misterioso Sep 12, 2020
    • Sep 4, 2020 Fernando VII. Realidad que supera la ficción Sep 4, 2020
  • August 2020
    • Aug 20, 2020 Nuestra deuda con Agustín Millares Carlo Aug 20, 2020
    • Aug 13, 2020 Alfonso Reyes, otra mirada Aug 13, 2020
    • Aug 1, 2020 Esther, un alma errante Aug 1, 2020
  • July 2020
    • Jul 19, 2020 Lo mexicano: La vida no vale nada Jul 19, 2020
  • June 2020
    • Jun 25, 2020 Memoria de un cleptómano Jun 25, 2020
    • Jun 12, 2020 Sobre el arte de la biografía Jun 12, 2020
  • May 2020
    • May 26, 2020 De la enfermedad, el sueño y los dioses May 26, 2020
    • May 17, 2020 Fragmento de autobiografía inédita May 17, 2020
    • May 7, 2020 Confinamiento y silencio. Página del diario May 7, 2020
  • April 2020
    • Apr 22, 2020 María Zambrano. Palabras del regreso Apr 22, 2020
    • Apr 18, 2020 A propósito del FONCA Apr 18, 2020
    • Apr 9, 2020 Página del diario. A propósito de Alberti Apr 9, 2020
    • Apr 1, 2020 Otra caverna, mismas sombras Apr 1, 2020
  • March 2020
    • Mar 17, 2020 Escenas medievales Mar 17, 2020
  • February 2020
    • Feb 29, 2020 La confesión. Página del diario Feb 29, 2020
    • Feb 17, 2020 Me acuerdo, me acuerdo Feb 17, 2020
    • Feb 4, 2020 Kafka, a la vuelta de la esquina Feb 4, 2020
  • January 2020
    • Jan 27, 2020 De mis diarios: Auschwitz y Trzebini Jan 27, 2020
    • Jan 14, 2020 De mis diarios. Conferencias Jan 14, 2020
    • Jan 7, 2020 84, Charing Cross Road Jan 7, 2020
  • December 2019
    • Dec 28, 2019 Gobernantes a la baja Dec 28, 2019
    • Dec 18, 2019 De mis diarios. Egos monumentales Dec 18, 2019
    • Dec 9, 2019 Los huesos de Montaigne Dec 9, 2019
  • November 2019
    • Nov 15, 2019 De mis diarios. Deleites perdidos Nov 15, 2019
    • Nov 9, 2019 De mis diarios. Lo que el Muro derrumbó Nov 9, 2019
  • October 2019
    • Oct 18, 2019 Judía y mujer: una cabeza incómoda Oct 18, 2019
    • Oct 11, 2019 Memoria. De mis diarios Oct 11, 2019
  • September 2019
    • Sep 26, 2019 De libros y Los creadores Sep 26, 2019
    • Sep 16, 2019 La mediocracia, una pandemia Sep 16, 2019
  • August 2019
    • Aug 29, 2019 De mis diarios. Con Elizondo en el CME Aug 29, 2019
    • Aug 22, 2019 Narciso, otro símbolo de Borges Aug 22, 2019
    • Aug 2, 2019 Sobre La otra vida de Daniel Aug 2, 2019
  • July 2019
    • Jul 23, 2019 Esta curiosa pasión por las letras Jul 23, 2019
    • Jul 12, 2019 Primer recuerdo. Página del diario Jul 12, 2019
    • Jul 2, 2019 Vasconcelos: un antihéroe consagrado* Jul 2, 2019
  • June 2019
    • Jun 22, 2019 Cultura, un privilegio. ¡Claro que sí! Jun 22, 2019
    • Jun 7, 2019 Noa Pothoven. Del pene y la llaga Jun 7, 2019
  • May 2019
    • May 31, 2019 Larga noche oscura May 31, 2019
    • May 10, 2019 Museo de la Mujer May 10, 2019
    • May 2, 2019 De mi ficción verdadera May 2, 2019
  • April 2019
    • Apr 25, 2019 Lo sagrado y las urbes Apr 25, 2019
    • Apr 16, 2019 Apr 16, 2019
    • Apr 8, 2019 De mis diarios. La maldición de la culebra Apr 8, 2019
    • Apr 1, 2019 Reinvención del pasado Apr 1, 2019
  • March 2019
    • Mar 22, 2019 Sin máscaras. Resentimiento social Mar 22, 2019
    • Mar 15, 2019 Entrevista sobre Los pasos del héroe Mar 15, 2019
    • Mar 7, 2019 De la dificultad de ser mujer donde todo lo impide Mar 7, 2019
  • February 2019
    • Feb 26, 2019 Sin metis, solo mediocridad Feb 26, 2019
    • Feb 19, 2019 Páginas del diario. La mirada del otro Feb 19, 2019
    • Feb 12, 2019 Populismo para el hombre-masa Feb 12, 2019
    • Feb 5, 2019 Ni los dictadores son lo que eran Feb 5, 2019
  • January 2019
    • Jan 29, 2019 Saldos de enero y el fin del asombro Jan 29, 2019
    • Jan 20, 2019 La palabra y las libertades Jan 20, 2019
    • Jan 9, 2019 Yourcenar, otra vez: De la verdad y lo bello Jan 9, 2019
    • Jan 1, 2019 Izquierdas personalizadas Jan 1, 2019
  • December 2018
    • Dec 15, 2018 La memoria y su relato. Fragmento autobiográfico. Dec 15, 2018
    • Dec 10, 2018 Meditación frente al Xipe Tótec Dec 10, 2018
  • November 2018
    • Nov 30, 2018 ¿Otra sociedad? ¡Educar a la mujer! Nov 30, 2018
    • Nov 19, 2018 Soledad Nov 19, 2018
    • Nov 9, 2018 Y el Muro cae... Un capítulo de mi autobiografía inédita Nov 9, 2018
    • Nov 3, 2018 Mirar el mundo. Vivir es de bravos Nov 3, 2018
  • October 2018
    • Oct 21, 2018 La inmigración en masa Oct 21, 2018
    • Oct 11, 2018 Desvivirse Oct 11, 2018
    • Oct 4, 2018 Dolor Oct 4, 2018
  • September 2018
    • Sep 21, 2018 Djuna Barnes, 2 Sep 21, 2018
    • Sep 13, 2018 Djuna Barnes, 1 Sep 13, 2018
    • Sep 8, 2018 Desde la UNAM, otra vez la advertencia Sep 8, 2018
  • August 2018
    • Aug 30, 2018 Mujer en tiempos sin género (o de muchos géneros) Aug 30, 2018
    • Aug 17, 2018 1968, tan lejos y tan cerca Aug 17, 2018
    • Aug 10, 2018 Tropezar con las mismas piedras Aug 10, 2018
    • Aug 2, 2018 Literatura: escalpelo del drama humano Aug 2, 2018
  • July 2018
    • Jul 19, 2018 Sin educación: el infierno tan temido Jul 19, 2018
    • Jul 13, 2018 Carlos Fuentes: el demonio de la prisa Jul 13, 2018
    • Jul 5, 2018 Vida y literatura: un viaje extraño Jul 5, 2018
  • June 2018
    • Jun 21, 2018 Pasión por la lectura Jun 21, 2018
    • Jun 8, 2018 Páginas del diario. El Sistema redivivo Jun 8, 2018
  • May 2018
    • May 31, 2018 El huevo de la serpiente May 31, 2018
    • May 24, 2018 Fin de la máscara, hora del esperpento May 24, 2018
    • May 10, 2018 Páginas del diario. Insomnio y memoria May 10, 2018
    • May 7, 2018 Video/ entrevista. Culpas viejas, Mujeres nuevas May 7, 2018
    • May 4, 2018 Lou Andreas-Salomé May 4, 2018
  • April 2018
    • Apr 26, 2018 La pura verdad: Sin justicia no hay Estado Apr 26, 2018
    • Apr 19, 2018 Del machismo y sus miserias Apr 19, 2018
    • Apr 5, 2018 Del ITAM y otros prejuicios Apr 5, 2018
  • March 2018
    • Mar 29, 2018 Ni peras ni olmo ni escritura que nos nombre Mar 29, 2018
    • Mar 26, 2018 Quedarse nepantla, así los Boomers Mar 26, 2018
    • Mar 17, 2018 Sin cultura, sólo degradación Mar 17, 2018
    • Mar 16, 2018 Córdoba en la memoria. Dios en la tierra Mar 16, 2018
    • Mar 3, 2018 Abelardo y Eloísa: una tragedia medieval Mar 3, 2018
  • February 2018
    • Feb 25, 2018 Parejas extraordinarias. Abelardo y Eloísa, I Feb 25, 2018
    • Feb 8, 2018 Lolita: mito y realismo puro Feb 8, 2018
    • Feb 1, 2018 António Lobo Antunes en mis diarios Feb 1, 2018
  • January 2018
    • Jan 25, 2018 De aquellos días y de hoy Jan 25, 2018
    • Jan 18, 2018 El descenso de México Jan 18, 2018
    • Jan 11, 2018 De la enfermedad y los doctores Jan 11, 2018
  • December 2017
    • Dec 28, 2017 De amores y errores Dec 28, 2017
    • Dec 21, 2017 De mis diarios. Alexandra David-Néel Dec 21, 2017
    • Dec 14, 2017 De mis diarios y Sir Richard Francis Burton Dec 14, 2017
    • Dec 9, 2017 Fanatismo o milagro Dec 9, 2017
  • November 2017
    • Nov 30, 2017 Nuestra ciudad, un infierno Nov 30, 2017
    • Nov 17, 2017 Romance del Moro (Cuento) Nov 17, 2017
    • Nov 9, 2017 Silencio Nov 9, 2017
    • Nov 2, 2017 La ceguera de los que quieren perder Nov 2, 2017
  • October 2017
    • Oct 26, 2017 Eco y Narciso Oct 26, 2017
    • Oct 19, 2017 Machismo y abuso sexual Oct 19, 2017
    • Oct 12, 2017 Parejas extraordinarias. Hannah Arendt y Martin Heidegger, II Oct 12, 2017
    • Oct 5, 2017 Parejas extraordinarias. Hannah Arendt y Martin Heidegger, I Oct 5, 2017
  • September 2017
    • Sep 28, 2017 El día después Sep 28, 2017
    • Sep 21, 2017 La ira de los dioses Sep 21, 2017
    • Sep 14, 2017 Tiembla, duele, llora la patria Sep 14, 2017
    • Sep 7, 2017 Desencanto y mentira social Sep 7, 2017
  • August 2017
    • Aug 24, 2017 Alberto Manguel, otra vez Aug 24, 2017
    • Aug 18, 2017 Mundo de ayer y de hoy Aug 18, 2017
    • Aug 10, 2017 Dalí, surrealista inagotable Aug 10, 2017
    • Aug 3, 2017 Miguel León-Portilla: otra mirada Aug 3, 2017
  • July 2017
    • Jul 27, 2017 Culebras, ratas y caníbales Jul 27, 2017
    • Jul 20, 2017 Shambhala o Shangri-la Jul 20, 2017
    • Jul 13, 2017 ¿Burlas y corruptelas? Democracia, no hay más Jul 13, 2017
    • Jul 6, 2017 Idea del destino Jul 6, 2017
  • June 2017
    • Jun 29, 2017 Del habla y memoria del sistema, II Jun 29, 2017
    • Jun 22, 2017 Lenguaje del sistema. Su pequeña eternidad, I Jun 22, 2017
    • Jun 16, 2017 Redes sociales, espejo de nuestro ánimo Jun 16, 2017
    • Jun 8, 2017 Carlota, su cetro envenenado Jun 8, 2017
    • Jun 1, 2017 Plaza Comercial Artz Pedregal: Otra arbitrariedad Jun 1, 2017
  • May 2017
    • May 25, 2017 Embarazos de adolescentes May 25, 2017
    • May 18, 2017 De la abyección a la infamia May 18, 2017
    • May 5, 2017 Del mito de la caverna May 5, 2017
  • April 2017
    • Apr 28, 2017 Mucha gente. Poco mundo Apr 28, 2017
    • Apr 20, 2017 Del uno y del otro méxicos Apr 20, 2017
    • Apr 13, 2017 Idea del mal Apr 13, 2017
  • March 2017
    • Mar 30, 2017 Marcel Schwob: la obra perfecta Mar 30, 2017
    • Mar 23, 2017 ¿Cómo llegamos a esto? Mar 23, 2017
    • Mar 16, 2017 Actualidad de los mitos Mar 16, 2017
    • Mar 9, 2017 Del polvo y la memoria. Juan Rulfo, 2 Mar 9, 2017
    • Mar 2, 2017 Del polvo y la memoria. Juan Rulfo, 1 Mar 2, 2017
  • February 2017
    • Feb 23, 2017 Feminismo, en la nave va Feb 23, 2017
    • Feb 16, 2017 (In) cultura en tiempos del Bad Hombre Feb 16, 2017
    • Feb 2, 2017 La Gorgona, su reality show Feb 2, 2017
  • January 2017
    • Jan 27, 2017 México, chivo expiatorio Jan 27, 2017
    • Jan 26, 2017 Bienvenida a mi bibliografía Jan 26, 2017
    • Jan 19, 2017 Llegó el lobo Jan 19, 2017
    • Jan 12, 2017 Ave Fénix Jan 12, 2017
    • Jan 5, 2017 Malos signos Jan 5, 2017
  • December 2016
    • Dec 15, 2016 De fiesta con Rubí Dec 15, 2016
    • Dec 8, 2016 Intelectuales y Fidel, II. El Gabo, amigos por siempre Dec 8, 2016
    • Dec 1, 2016 Intelectuales y Fidel. Fin del idilio, I Dec 1, 2016
  • November 2016
    • Nov 25, 2016 Ablación genital femenina Nov 25, 2016
    • Nov 18, 2016 Plan B. Actuar sin miedo Nov 18, 2016
    • Nov 11, 2016 Malos tiempos, grandes retos Nov 11, 2016
    • Nov 3, 2016 Parejas extraordinarias. Will y Ariel Durant Nov 3, 2016
  • October 2016
    • Oct 21, 2016 El futuro no es lo que era Oct 21, 2016
    • Oct 13, 2016 De la hispanidad y la red de agujeros Oct 13, 2016
    • Oct 7, 2016 Con Kafka, ¿a dónde huir? Oct 7, 2016
  • September 2016
    • Sep 30, 2016 Señor Presidente: aquí mi piedra Sep 30, 2016
    • Sep 23, 2016 Cultura del descenso Sep 23, 2016
    • Sep 16, 2016 Símbolo de Hidalgo: La patria sin cabeza Sep 16, 2016
    • Sep 9, 2016 El síndrome de Bartleby Sep 9, 2016
    • Sep 3, 2016 Kawabata: arte puro Sep 3, 2016
  • August 2016
    • Aug 25, 2016 Presidente sin suerte Aug 25, 2016
    • Aug 18, 2016 El mal, ese misterio Aug 18, 2016
    • Aug 11, 2016 Narcocultura de arriba abajo Aug 11, 2016
    • Aug 5, 2016 Familia en extinción Aug 5, 2016
  • July 2016
    • Jul 29, 2016 La caída: desintegración social Jul 29, 2016
    • Jul 22, 2016 Noticias del infierno Jul 22, 2016
    • Jul 14, 2016 Angry Young Men Jul 14, 2016
    • Jul 8, 2016 Más polis y menos poder Jul 8, 2016
  • June 2016
    • Jun 23, 2016 De la SEP y su memorial de derrotas Jun 23, 2016
    • Jun 16, 2016 La eternidad Jun 16, 2016
    • Jun 9, 2016 Alternancia no es democracia Jun 9, 2016
    • Jun 2, 2016 Biografías clandestinas. Un hombre del sistema Jun 2, 2016
  • May 2016
    • May 21, 2016 En Londres, otra vez May 21, 2016
    • May 13, 2016 Binomio mexicano: injusticia y violencia May 13, 2016
    • May 4, 2016 Yoísmo y humanidad residual May 4, 2016
  • April 2016
    • Apr 22, 2016 El Quijote en la cueva de Montesinos[1] Apr 22, 2016
    • Apr 14, 2016 Fuera de lugar Apr 14, 2016
    • Apr 8, 2016 Caos, neblumo y la pura verdad Apr 8, 2016
    • Apr 1, 2016 Mismo laberinto: de la soledad al delito Apr 1, 2016
  • March 2016
    • Mar 25, 2016 Lo sagrado en Benarés Mar 25, 2016
    • Mar 18, 2016 De bribones y guaruras Mar 18, 2016
    • Mar 11, 2016 México: el estigma de su derrota Mar 11, 2016
    • Mar 4, 2016 La UNAM, su nudo gordiano Mar 4, 2016
  • February 2016
    • Feb 26, 2016 Del festín, Dinesen y Babette Feb 26, 2016
    • Feb 18, 2016 Los signos y el Papa Feb 18, 2016
    • Feb 12, 2016 Mutilación genital femenina Feb 12, 2016
    • Feb 5, 2016 De esperpentos y tiranos, 2 Feb 5, 2016
  • January 2016
    • Jan 29, 2016 De esperpentos y tiranos, 1 Jan 29, 2016
    • Jan 22, 2016 El malecón de Tajamar: otra bofetada Jan 22, 2016
    • Jan 15, 2016 Comedia de sangre y vergüenza Jan 15, 2016
    • Jan 7, 2016 El Quijote en la cueva de Montesinos Jan 7, 2016
  • December 2015
    • Dec 18, 2015 ¿Reforma educativa? Dec 18, 2015
    • Dec 11, 2015 Del secreto Japón confesional Dec 11, 2015
    • Dec 4, 2015 Pablo Neruda Dec 4, 2015
  • November 2015
    • Nov 27, 2015 De mujeres y violencia, otra vez Nov 27, 2015
    • Nov 20, 2015 INCERTIDUMBRE ARMADA Nov 20, 2015
    • Nov 13, 2015 ADRIANO: UN SUEÑO CREADO Nov 13, 2015
    • Nov 6, 2015 Marguerite Yourcenar: Toda sabiduría es paciencia Nov 6, 2015
  • October 2015
    • Oct 22, 2015 El México del horror Oct 22, 2015
    • Oct 16, 2015 Autobiografía Oct 16, 2015
    • Oct 9, 2015 El símbolo del muro Oct 9, 2015
    • Oct 2, 2015 Crónicas oscuras, 2 Robert Tsuovas Oct 2, 2015
  • September 2015
    • Sep 25, 2015 Crónicas oscuras. Muñecos sexuales. Sep 25, 2015
    • Sep 18, 2015 Migraciones: acicate del cambio Sep 18, 2015
    • Sep 11, 2015 Robo Sep 11, 2015
  • August 2015
    • Aug 28, 2015 Siempre Rulfo, siempre entre los muertos Aug 28, 2015
    • Aug 21, 2015 Alberto Manguel Aug 21, 2015
    • Aug 14, 2015 Burocracia cultural Aug 14, 2015
    • Aug 7, 2015 VIVIR EN TIEMPOS HORRIBLES Aug 7, 2015
  • July 2015
    • Jul 31, 2015 Más consumo y menos mundo Jul 31, 2015
    • Jul 24, 2015 IGNORANCIA Y BARULLO Jul 24, 2015
    • Jul 17, 2015 RELEYENDO A PAZ Jul 17, 2015
    • Jul 10, 2015 COLECCIONISTA Jul 10, 2015
    • Jul 3, 2015 Del poder y la cultura Jul 3, 2015
  • June 2015
    • Jun 26, 2015 Bosque pintado de Oma Jun 26, 2015
    • Jun 19, 2015 Escritores y genialidades: Un deslinde Jun 19, 2015
    • Jun 12, 2015 El mundo bajo los párpados Jun 12, 2015
    • Jun 5, 2015 Maestros: El pasado nos alcanza Jun 5, 2015
  • May 2015
    • May 29, 2015 El otro es el culpabl May 29, 2015
    • May 22, 2015 Crier au loup May 22, 2015
    • May 15, 2015 (In) decencia de Marcelo May 15, 2015
    • May 1, 2015 El lenguaje es el mensaje May 1, 2015
  • April 2015
    • Apr 23, 2015 La otra verdad: niños y adolescentes Apr 23, 2015
    • Apr 17, 2015 Dulcinea, éste es gallo Apr 17, 2015
    • Apr 9, 2015 Advertencias desatendidas Apr 9, 2015
    • Apr 2, 2015 Enojo y desconfianza: la obra del sistema Apr 2, 2015
  • March 2015
    • Mar 27, 2015 Don Quijote: El esqueleto de un sueño, 2 Mar 27, 2015
    • Mar 20, 2015 Don Quijote: El esqueleto de un sueño, 1 Mar 20, 2015
    • Mar 13, 2015 Teresa de Jesús Mar 13, 2015
    • Mar 5, 2015 Crónica del cambio, 5 En el mismo barco Mar 5, 2015
  • February 2015
    • Feb 27, 2015 Mexicanización Feb 27, 2015
    • Feb 19, 2015 Crónica del cambio, 4 Feb 19, 2015
    • Feb 12, 2015 Crónica del cambio, 3 Feb 12, 2015
    • Feb 6, 2015 Crónica del cambio, 2 Feb 6, 2015
  • January 2015
    • Jan 30, 2015 Crónica del cambio, 1 Jan 30, 2015
    • Jan 23, 2015 Intolerancia y libertad Jan 23, 2015
    • Jan 16, 2015 ¿Merecemos esto los mexicanos? Jan 16, 2015
    • Jan 9, 2015 Julio Scherer Jan 9, 2015
    • Jan 2, 2015 Annus Horribilis Jan 2, 2015
  • December 2014
    • Dec 19, 2014 Belisario Domínguez: Memoria oportuna Dec 19, 2014
    • Dec 12, 2014 En pos del milagro Dec 12, 2014
    • Dec 5, 2014 Oráculo de Delfos Dec 5, 2014
  • November 2014
    • Nov 28, 2014 José Revueltas: el último idealista Nov 28, 2014
    • Nov 21, 2014 Desobediencia civil Nov 21, 2014
    • Nov 14, 2014 Fin del sistema Nov 14, 2014
    • Nov 7, 2014 Pessoa: un mundo lleno de nombres Nov 7, 2014
  • October 2014
    • Oct 31, 2014 México en vilo Oct 31, 2014
    • Oct 24, 2014 Enlutadas, las madres se mueven Oct 24, 2014
    • Oct 17, 2014 El laberinto de la crisis Oct 17, 2014
    • Oct 10, 2014 Huitzilopochtli, hoy Oct 10, 2014
    • Oct 6, 2014 DIATRIBA Oct 6, 2014
    • Oct 3, 2014 50 años de Tláloc y el Museo Nacional de Antropología Oct 3, 2014
  • September 2014
    • Sep 26, 2014 Camino de Santiago, 2 Sep 26, 2014
    • Sep 18, 2014 Camino de Santiago, 1 Sep 18, 2014
    • Sep 11, 2014 Noticias del infierno Sep 11, 2014
    • Sep 5, 2014 Entrevista al hombre de la historia Sep 5, 2014
  • August 2014
    • Aug 29, 2014 Yerro del director del FCE Aug 29, 2014
    • Aug 22, 2014 De Gutenberg al blog: Pasión por la palabra Aug 22, 2014
    • Aug 14, 2014 Pachanga panista: advertencia oportuna Aug 14, 2014
    • Aug 8, 2014 Donjuanismo Aug 8, 2014
    • Aug 1, 2014 De la grilla y otras voces Aug 1, 2014
  • July 2014
    • Jul 25, 2014 La “Gran familia”: retrato social Jul 25, 2014
    • Jul 18, 2014 Del origen de las palabras: La Torre de Babel Jul 18, 2014
    • Jul 11, 2014 Analfabetos y el sistema Jul 11, 2014
    • Jul 4, 2014 Niños migrantes: víctimas de la injusticia Jul 4, 2014
  • June 2014
    • Jun 27, 2014 Detrás de las páginas Jun 27, 2014
    • Jun 20, 2014 Sixties… ¿Qué es eso? Jun 20, 2014
    • Jun 13, 2014 Francisco: con la Iglesia te has topado Jun 13, 2014
    • Jun 6, 2014 Clitemnestra Jun 6, 2014
  • May 2014
    • May 30, 2014 El último libro May 30, 2014
    • May 23, 2014 De seños, damitas y madrecitas May 23, 2014
    • May 16, 2014 Felicidad May 16, 2014
    • May 9, 2014 10 de mayo: de la memoria involuntaria May 9, 2014
    • May 2, 2014 De premios, distinciones y otras mañas May 2, 2014
  • April 2014
    • Apr 25, 2014 ¡Qué recuerdo! Una experiencia única Apr 25, 2014
    • Apr 18, 2014 Gabriel García Márquez* Apr 18, 2014
    • Apr 11, 2014 Una difunta singular Apr 11, 2014
    • Apr 4, 2014 Nuestras ciudades: moradas desamoradas Apr 4, 2014
  • March 2014
    • Mar 27, 2014 Paz en la cultura Mar 27, 2014
    • Mar 21, 2014 Misterios del amor Mar 21, 2014
    • Mar 14, 2014 El poder del Padre Mar 14, 2014
    • Mar 7, 2014 Parejas extraordinarias: Elena Garro y Octavio Paz Mar 7, 2014
  • February 2014
    • Feb 28, 2014 Parejas extraordinarias León y Sofía Tolstoi Feb 28, 2014
    • Feb 21, 2014 Mariposas negras Feb 21, 2014
    • Feb 14, 2014 Amistades líquidas Feb 14, 2014
    • Feb 7, 2014 La tristeza de un genio Feb 7, 2014
  • January 2014
    • Jan 30, 2014 EL CENTRO HISTÓRICO Y LA VERDAD DE MÉXICO Jan 30, 2014
    • Jan 21, 2014 Enero 21 Jan 21, 2014

Culpas viejas, mujeres nuevas. Entrevista. https://youtu.be/9go7A0-hmso

En Huellas de la Historia, con Francisco (Paco) Prieto y Blanca Loolbe, Alejandro el Grande. Los pasos del héroe”, Radio Red, México, https://podcasts.apple.com/mx/podcast/alejandro-magno/id1243780697?i=1000431633702

Entrevista sobre los pasos del héroe, lunes 11 de marzo, 2019, 2019, Fabián Vázquez y Rafael de la Lanza; Revista Gandhi Lee+

https://www.facebook.com/mascultura/videos/451974625342403/

“Del amor a las letras y otras pasiones” en Poéticas de las inteligencia, programa de radio coordinado por Patricia Galeana y Beatriz Saavedra. Conductora Lourdes Enríquez, IMER, CIUDADANA, 660 am, jueves 27 de agosto de 2020. https://www.mixcloud.com/MujeresalaTribuna/po%C3%A9ticas-de-la-inteligencia-del-amor-a-las-letras-y-otras-pasiones/

A partir de septiembre 2020, colaboraciones en La noche es joven, programa de radio de Enríque García Cuéllar, Tuxtla Gutiérrez, Chis.:

Octubre 2, https://www.facebook.com/MuseodelaMujerMexico/videos/325674728612136/

Octubre 10, Casandra en la mitología, https://www.facebook.com/757213191075830/videos/362463818454782/

Octubre 16, Las migraciones en el mundo, https://www.facebook.com/757213191075830/videos/2675104412742380/

2020

- https://www.facebook.com/757213191075830/videos/3443483862406877 , “intelectuales y poder”, programa La noche es joven dirigido por Enrique García Cuéllar desde Tuxtla Gutiérrez, Chis., Oct. 26, 2020.

- “Helenismo en Alfonso Reyes”, video conferencia organizada por la Sría de Cultura, el Dep. de Literatura del INBA y la Capilla Alfonsina. Con Javier Garcíadiego (director de la Capilla Alfonsina) y la traductora del griego Natalia Moroleón. Moderadora Beatriz Saavedra, Trasmitido en vivo por Facebook, noviembre 5, 2020. https://www.facebook.com/283189608464004/videos/654522281924283/

“Intelectuales, prensa y poder”, en el video programa La noche es joven dirigido por Enrique García Cuéllar desde Tuxtla Gutiérrez, Chis., Nov. 6, 2020. https://www.facebook.com/757213191075830/videos/1034311790327823

“Mujeres y otras penas”, https://www.facebook.com/757213191075830/videos/286419819321195 en el video programa La noche es joven dirigido por Enrique García Cuéllar desde Tuxtla Gutiérrez, Chis., , Nov. 13, 2020

“Gobernar con sermones”, https://www.facebook.com/757213191075830/videos/815646722545743, Ibid., Nov. 27, 2020

“La amistad entre Alfonso Reyes y José Vasconcelos”, Capilla Alfonsina, con Javier García Diego y el dr. Hurtado, Capilla Alfonseca, junio 30 de 2021. https://www.facebook.com/watch/?v=357786745726168

 “Actualidad de Marguerite Yourcenar” , Julio 8 de 2021, en el programa La noche es jocen de Enrique García Cuéllar. https://www.facebook.com/100063493035749/videos/834712267158793


Debate 22, entrevista con Javier Aranda, Octubre 10, 2022, Canal 22. (https://twitter.com/MarthaRoblesO/status/1579661774965866496?t=jl5UKjczBPPI52y91C_now&s=03)

https://twitter.com/MarthaRoblesO/status/1579661774965866496?t=LNgpCJXplWwnHJVKfBU9EQ&s=08

“Las palabras, espejos de la vida”, conferencias, Noviembre 9, 16, 23 y 30 de 2023, Plataforma ZOOM, dos horas por semana, Instituto dde la Cultura y las Artes, Cancún, Quintana Roo. Disponibles en YouTube con este enlace: https://www.youtube.com/playlist?list=PLOOto7Tr4g7IWZRngC2m_3zwvuTIrqE4H

Agosto 7, 2024 A medio siglo del fallecimiento de Rosario Castellanos. Capilla Alfonsina. Coordinación Nacional de Literatura. Sigue en directo la charla especial en honor a Rosario Castellanos. Acompáñanos y explora su impacto en la literatura. Una oportunidad única para reflexionar sobre su legado. Participan: Martha...

www.facebook.com.

https://www.facebook.com/share/v/nw26bULtQ6sooEGs/?mibextid=jmPrMh

“Martha Robles”, entrevista de Beatriz Saavedra para el Diario de Madrid, Noviembre 27, 2024. Entrevista a Martha Robles - https://www.eldiariodemadrid.es/articulo/critica-literaria/entrevista-martha-robles/20241127090423084011.html?utm_medium=social&utm_source=whatsapp&utm_campaign=share_button

https://www.facebook.com/share/p/1B5yZYd17r/

Enero 16 de 2025, Alfonso Reyes y el exilio, Ateneo Español de México, A.C

Powered by Squarespace