Mutilación genital femenina

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La infamia de que  capaz nuestra especie no tiene límite ni fronteras. Hay maltratos a la mujer que quitan el aliento; sin embargo, la mutilación genital o ablación encabeza las expresiones más feroces de perversión e imbecilidad de cuantas pueden imaginarse.  Tras siglos de practicarla como si de un logro se tratara, hasta la segunda mitad del siglo XX fue declarada una violación a los derechos humanos de las niñas.

Tal y como lo divulga la UNICEF con el propósito de abolir esta infamia, “la ablación genital femenina es una práctica discriminatoria que vulnera el derecho a la igualdad de oportunidades, a la salud, a la lucha contra la violencia, el daño, el maltrato, la tortura y el trato cruel, inhumano y degradante; el derecho a la protección frente a prácticas tradicionales peligrosas y el derecho a decidir acerca de la propia reproducción. Estos derechos están protegidos por el Derecho Internacional.”

Poco puede agregarse a lo divulgado por el organismo  internacional sobre esta tragedia, salvo que se cuentan por miles las menores que a diario y de manera forzada se incorporan a la estadística mundial de afectadas. De algo sirven las insistentes campañas humanitarias y judiciales que en Europa y desde Europa se patrocinan para su prevención y en defensa de la condición y del destino femenino. Inclusive son severas las sanciones judiciales no se diga en estados democráticos, sino en el puñado de países africanos que ya prohíben la ablación parcial o total, pero son más fuertes la costumbre y los prejuicios que la necesidad de cambiar para mejorar.

Está tan arraigada esta ferocidad en la identidad étnica y en las creencias que quienes emigraron a la Comunidad Europea viajan ex profeso a sus pueblos para mutilar y, según los arreglos, desposar a sus hijas de entre 4 y 14 años de edad. Temerosas de que sean rechazadas social y sexualmente por no estar mutiladas o circuncidadas, las propias madres se encargan de ponerlas en manos de comadronas o parteras que gozan de gran prestigio y riqueza en sus comunidades. Previamente pagados los altísimos honorarios, realizan la operación de extirpar total o parcialmente los genitales externos de las niñas en condiciones tremendamente antihigiénicas y sin ningún auxilio clínico, a pesar de las complicaciones.

En su admirable tarea de protección contra la violencia y el abuso infantil, la UNICEF no ceja en el empeño de educar y concienciar para que las madres contribuyan a frenar esta infamia. No hay que olvidar que, más pronto que tarde, el sacrificio se completa con el matrimonio forzado de criaturas con hombres que, en casos extremos, son hasta treinta años mayores, lo que viene a agregar lo propio del abuso sexual.

Los datos son alarmantes:  unos 70 millones de niñas en África y el Yemen han sido sometidas a la ablación, inclusive contra su voluntad en el caso de adolescentes instruidas en Europa, en los últimos años. Lejos de disminuir por la presión jurídica y cultural de Occidente, las cifras están aumentando entre la población procedente de África y Asia sudoccidental en Europa, Australia, Canadá y los Estados Unidos porque, además de los prejuicios antifemeninos que condenan su sexualidad, se considera rito de iniciación en sociedades tradicionales.

En poblaciones como Mali o Eritrea mutilan a las niñas a edades tan tempranas como en su primer año de edad con procedimientos tan salvajes como la quemazón de los labios genitales con sal. Lo común, sin embargo, es la contratación de comadronas a partir de la primera menstruación; es decir, entre 9 y 14 años: periodo en que también suelen ser comprometidas o desposadas con sujetos que al punto comienzan a utilizarlas sexualmente con todos los agravantes. Empezando porque sus matrices son aún infantiles, los embarazos inmaduros en niñas y adolescentes son tan frecuentes como los abortos, las muertes evitables, las hemorragias y un sin fin de daños colaterales.

La cercenada carece de placer sexual, lo que representa una garantía contra la infidelidad y la certeza del marido de que, dada su condición y porque le pertenece por entero, la niña/mujer o ya adulta está a su disposición. Literalmente, la ablación reduce a la mujer a objeto de servicio y complacencia masculina. El prejuicio asegura, por añadidura, que la fertilidad se incrementa y “el parto se facilita”, cuando en realidad ocurre lo contrario, pues la ablación genital es la primera causa de daños femeninos irreparables. Para empezar, puede causar la muerte de la niña por colapso hemorrágico o neurogénico debido al traumatismo, al intenso dolor y a las infecciones agudas que devienen en septicemia.

Existen fundaciones europeas que contribuyen a educar a las familias y, a la par, a persuadir a las comadronas de cambiar de oficio, a pesar de que es difícil obtener con otra actividad ingresos tan altos. Por un par de españolas entrevistadas sobre el tema en la Radio Exterior de España, nos enteramos, al detalle, de cómo entran muchas niñas en un estado de colapso inducido por el intensísimo dolor, el trauma y el agotamiento a causa de los gritos.  Otros efectos, pormenorizados por UNICEF, pueden provenir de una mala cicatrización, formación de absesos y quistes, más un crecimiento excesivo del tejido cicatrizante.

Mejor citar el listado de males publicado por la Organización Mundial de la Salud  que incurrir en alguna omisión: “infecciones del tracto urinario, coitos dolorosos, el aumento de la susceptibilidad al contagio del VIH/SIDA, la hepatitis y otras enfermedades de la sangre… Infecciones del aparato reproductor, enfermedades inflamatorias de la región pélvica, infertilidad, menstruaciones dolorosas, obstrucción crónica del tracto urinario o piedras en la vejiga; incontinencia urinaria; partos difíciles y un incremento del riesgo de sufrir hemorragias e infecciones durante el parto.”

Al inquirir a una suerte de líder o patriarca de una comunidad tradicional, el hombre abonó la “gracia” adquirida por la mujer mutilada. Aseguró que la ablación las  hace contonearse de un modo tan peculiarmente femenino que nada más verla caminar su marido la desea. En lo que a mi respecta, tanta y tan diversa violencia, tanta crueldad y tanto dolor evitable me hace descreer de la justicia posible. En realidad, nuestra especie es la más feroz y atraída por el Mal de cuantas pueblan el universo.

El malecón de Tajamar: otra bofetada

noticiasterra.com.mx

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Abogar como Presidente de la República ante los saudíes por el medio ambiente mientras policías y granaderos resguardaban al convoy encargado de la brutal y definitiva destrucción de 57 hectáreas de manglar en el malecón de Tajamar, en Cancún, es otra bofetada del gobierno mexicano a los intereses del país, del planeta, del hábitat, de los derechos humanos y medioambientales y, en suma, de la población y la vida misma.

Propios de regiones costeras tropicales y subtropicales, los manglares son hábitats de camarones, tortugas, cocodrilos, aves y peces y, por su situación y valor ecológico, los más codiciados con fines turísticos. Además de absorber carbono, filtrar contaminantes y contrarrestar el cambio climático gracias a sus múltiples propiedades biológicas, los manglares actúan como eficientes barreras naturales contra huracanes, tormentas, tsunamis e inundaciones.

Cada manglar forma un ecosistema alrededor de árboles llamados mangles. Esta singular especie vegetal crece agrupada en humedales o terrenos cubiertos con aguas poco profundas. Subsisten y se desarrollan por el intercambio de gases que los hace tolerantes a las altas concentraciones salinas que abundan en suelos sin oxígeno. Al destruirlos se libera el carbono acumulado y, en consecuencia, se multiplican los contaminantes tanto en el solar devastado como en el mar colindante.

No obstante sus valiosísimas propiedades y contra el deber institucional de protegerlo, la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT), en 2006,  emitió una autorización de impacto ambiental (AIA) a favor del Fondo Nacional de Fomento al Turismo (FONATUR) para urbanizar y construir un conjunto urbano-turístico con oficinas, comercios, hotel y departamentos en el Manglar Tajamar de Cancún. Sin tardanza, con la amañada y previa licencia de construcción, FONATUR vendió el predio a la empresa BI & Di Real State de México y, de ahí, el repartidero de “propietarios”, cuya lista ha publicado en la web la revista Proceso.

Lo que siguió fue el desmonte y destrucción del manglar, contra la supuesta orden de SEMARNAT de presentar un programa de rescate de vegetación y traslado de la fauna protegida y en riesgo de extinción. Desde el pasado sábado, a horas de ocurrido este crimen contra la Naturaleza, la noticia se ha comentado en varias lenguas, con inocultable repudio. Si de suyo el agresivo desastre dirigido por Roberto Borge Angulo, gobernador de Quintana Roo, y por el Presidente municipal de Benito Juárez, Paul Michell Carrillo de Cáceres, es para ponernos la cara roja de vergüenza, también exhibe el lado más oscuro tanto del autoritarismo arraigado como del talante mexicano; es decir, de la tendencia de la mayoría a agacharse, hacer la vista gorda y aguantar abusos de poder, engaños y las más cínicas evidencias de corrupción, mentiras, negocios sucios,  alianzas y componendas.

Nuestra “hermosa República Mexicana” es un muladar dominado por bribones que determinan el destino de millones de subyugados. Si por educación, dignidad, afán de libertad y amor a lo que queda de patria el mexicano común no ha valorado ni entendido la democracia, que sea el montón de desgracias y hechos humillantes lo que lo enseñe y obligue a despertar. Mientras esto no ocurra, los pillos continuarán beneficiándose de la indiferencia de millones de habitantes en este maltrecho y violentado territorio.

Ya se sabe que los inconformes activos son minoría aplastante; sin embargo, a pesar de protestas reiteradas de organizaciones tan respetables como Green Peace; no obstante denuncias de valientes activistas y agrupaciones locales; sobre testimonios publicados por “Salvemos el Manglar Tajamar” en Facebook, donde pueden leerse pormenores y antecedentes de esta tragedia, el ecocidio se consumó en unas horas para  construir el proyecto inmobiliario, sin que la SEMARNAT, la Comisión de Derechos Humanos y hasta la PGR lo evitaran. Hechos como éste, para colmo auspiciado por la Secretaría de Turismo, demuestran no sólo la debilidad de las instituciones, sino lo fácil que es para inversionistas y empresarios “persuadir” a funcionarios para hacer lo que sea, dónde, cómo y a costa de lo que sea, en tanto y se antepongan el rintintín del dinero y el prejuicio de que estos resorts crean fuentes de trabajo. Lo que han hecho tales negocios especialmente en Cancún, son paraísos para pederastas, para negociantes vinculados a la prostitución, reductos ideales de venta y distribución de drogas y, como de paso, “ofertas turísticas” para que especialmente  los Spring Breakers den rienda suelta a su desenfreno y afán de juerga para abatir su espantoso aburrimiento.

Antes de que las máquinas entraran a saco contra animales y vegetales en peligro de extinción, fue desplegado un piquete de más de cien policías municipales y un cuerpo de ganaderos, para que el convoy de la muerte se desplazara y actuara sin oposición, en el mejor estilo de los gobiernos espurios.  Volquetes y trascabos tiraban árboles desde su raíz, plantas, flores, nidos… Y decenas de camiones salían cargados de tierra entremezclada con ejemplares aún vivos de la rana leopardo, la iguana rayada, el cocodrilo Moreletti…: restos del otrora Edén que sistemáticamente ha sido arrasado para reducirlo a tierra yerma, a cemento y simulacro de paraíso tropical diseñado por decoradores y arquitectos.

Ante la indignación masiva, el gobernador Roberto Borge, respondió a periodistas que el FONATUR es el desarrollador del Malecón Tajamar: revelación que hace todavía más inmoral el ecocidio. Agregó que desde 2005 Turismo obtuvo los permisos correspondientes de la Dirección General de Impacto y Riesgo Ambiental (DGIRA) de la SEMARNAT y que, por consiguiente, son legales y hasta convenientes estas medidas. Al respecto, no se arrugó al agregar este galimatías, sólo coherente para idiotas:

“Como Gobierno y como autoridad estamos obligados al cuidado del medio ambiente, pero también somos promotores de la inversión y del desarrollo. Nos interesa que Quintana Roo se mantenga como líder turístico en México y Latinoamérica, aunque es nuestra obligación garantizar que nuestros atractivos naturales sean preservados y puedan ser disfrutados por las futuras generaciones…”

Ha vuelto a triunfar nuestro ancestral síndrome de la derrota. Humillados, devaluados y agachados, aguantamos vilezas con estoicismo inaudito; si acaso, discurrimos burlas y cuchufletas. Carecemos de orgullo y conciencia crítica para ser un pueblo con alta concepción de sí mismo. Por eso somos burlados, saqueados y tratados como pobres diablos por los gobernantes. Ya es hora de cambiar para defender nuestros derechos.  Estamos cada vez más hartos y menos dispuestos a seguir resistiendo.

A todos nos afecta cualquier tragedia medioambiental. Tenemos que denunciar una y otra veces. Debemos insistir y exigir las reparaciones pertinentes, para que  lo “legal” lo sea de principio a fin y no producto de trampas, arreglos y porquerías habituales que legitiman o enmascaran los abusos que no paran, no paran…

Comedia de sangre y vergüenza

Indignante: así debe calificarse el espectáculo de masas montado sobre un criminal mediático, cínico y avezado operador de una realidad creada desde y para beneficio de la corrupción y la demagogia. Los tres capítulos estelares de tan costosa y publicitada telenovela mantienen a la feliz audiencia relamiéndose los bigotes. Chismes sobre la fuga, la huida, el palabrerío y la reciente recaptura del topo narcotraficante continúan arrojando memes y cuentos sobre yerros, gestecillos y desafíos de los protagonistas. Detrás de todo, la verdad sin máscaras: el país que somos, la sociedad que nos define y el gobierno que nos representa.

Esto no es broma. Es la medida de la dizque democracia que pagamos, literalmente, con sangre, sudor y lágrimas; mucha sangre, muchas lágrimas, mucho atraso y más y peor injusticia.

Rico entre los ricos, la fortuna del ranchero sanguinario y con visos de analfabeto, calculada hace años en más de mil millones de dólares, se expandió sin freno gracias la habilidad de duchos que, sin ser notados o justamente por darse a notar, saben lo que hay que saber sobre multiplicar, ocultar, enmascarar, lavar y mover dónde, cuándo y con quién. Colombia, Panamá, Belice, Estados Unidos, México y Ecuador son países cercanos e idóneos para estos menesteres, aunque ya se sabe cuán ligeras son las puertas cuando movidas a billetazos, pues nada ha sido y sigue siendo más cierto que “con dinero baila el perro; y sin dinero se baila como perro.”

De ahí que debamos tener en cuenta lo eficientes, numerosos, discretos y útiles que son los “paraísos fiscales”. Repartidos en los cinco continentes, son frecuentados, con idéntica garantía y asiduidad, por catrines de doble cara, malandros de bota, pistola y aspecto de padrotes, dictadores, esclavistas, tratantes de armas, gobernantes, políticos y sus parientes, tiranuelos, mochos de larga tradición como la familia Pujol, tan apegada al Opus Dei como a los beneficios del tanto por ciento en su natal Cataluña; y, desde luego, por el inabarcable desfile de delincuentes, encabezados por narcotraficantes y asesinos, cuyas patologías ya han creado, en varios tomos, una “Nueva historia universal de la infamia”.

En México en este caso, la cuestión es que, a la vista o en cubierto, se pueden amasar fortunas tan intactas, límpidas  y seguras como teñidas de sangre sin que norma, fisco, juez, mago, poder o gobierno se atreva  -durante años de ver y ver, de dejar y dejar, de dizque hacer sin hacer lo que se debe hacer y de hablar, hablar y alardear- a incautar no migajas como se ha hecho con casitas, vehículos o ranchos por aquí o por allá, sino el verdadero tesoro de Alí Baba que luce, reluce y viaja de país en país,  de rechimal en rechimal a cielo abierto y de padres a hijos o entre manos aliadas, sin la incómoda intervención del control estatal.

Lo fundamental de lo mal habido a costa de miles de asesinatos y daños gravísimos a la sociedad por el tal Chapo y los de su clase no está estéril en una cueva ni en cajas de seguridad bancarias, sino en plena actividad en inmobiliarias, líneas aéreas, empresas farmacéuticas, ranchos, submarinos –según dijera él mismo-, criaderos e inclusive en fundaciones filantrópicas; esto significa, por consiguiente, que al amparo del neoliberalismo global, el crimen organizado, a pesar de cíclicas estancias carcelarias, puede hacer con los caudales exactamente lo mismo que cualquier persona que se ostenta honorable, contribuyente y hábil negociante,  “admirado y aplaudido por su destreza”. Esto significa, en los hechos, que no hay diferencias sustanciales entre lo prohibido y lo permitido porque en ambos casos el producto está a resguardo de sombras  amenazantes. 

Tras la cuestión anecdótica y sin espejismos ni distorsión, el fenómeno “Chapo” refleja tanto la pobreza cívica y moral de la sociedad como la charlatanería del sistema político y judicial. No recuerdo referencias históricas, al menos desde nuestro siglo XX, sobre ejemplos del discreto deber cumplido por los funcionarios. Nada que indique el respeto a la responsabilidad contraída y el desempeño de la función sin ruido, sin discursos farragosos ni alardes y menos aún justificaciones. En cambio abruman ejemplos de megalomanía, demagogia y desmesura, como si hacer bien, regular o mal la tarea y sus obligaciones fuera una hazaña extraordinaria que debemos aplaudir y hasta conmovernos por tener encima a “tan buena gente”.

Salir a gritar a voz en pecho que por una ocasión, sobre un montón de errores, pendientes y suspicacias y a causa de innúmeras presiones internas y externas, se cumple –con toda esta historia de horrores encima- con el deber, es propio de pueblos atrasados y gobernantes espurios. El circo creado alrededor de este sujeto que tiene por costumbre burlar a la justicia y corromper a su antojo, pone en evidencia cuán previsible, fragmentado y maleable es el Estado mexicano.

En medio de tan tremendas desigualdades económicas y sociales y sin que nadie ignore cuán dañadas están nuestras instituciones, el poder del narcotráfico nos da una lección tremenda: el tejido social está lleno de agujeros, por lo que es posible trasminar entre la población cualquier clase de porquerías. Sin dificultad y sin temor, jóvenes marginados, por cientos, se unen a la delincuencia a la voz de que “mejor muerto joven y bien vivido, que viejo y jodido”. Instituciones, organismos y conglomerados de todo tipo participan de la misma ambigüedad entre el deseo de ser distintos y la imposibilidad de ser lo que se es; y con las instituciones, cada vez más vulneradas e incapaces de elevarse a la altura de una democracia aceptable.

“Pan y circo” se gritaba en la Roma imperial para apaciguar a las masas.  Aquí, el pan ácimo, el trago amargo y las mascaradas que nos sofocan alimentan una realidad sembrada de incoherencias e inconformidad. El conjunto de horrores,  pendientes sin resolver y  carencias morales y materiales exacerban la soledad radical de la población, empeorada por la suma de engaños, inseguridad y desamparo  del régimen de poder que, a todas luces, ha estado y está por debajo del país que debería representarnos, honrarnos y si no enorgullecernos, al menos no avergonzarnos.

 

El Quijote en la cueva de Montesinos

El Quijote cabalga en mi memoria otra vez. Será por la violencia imperante, por lo  brumoso de nuestra cultura o porque la heroicidad y el gusto por las grandes hazañas están en desuso, cada final y principio de año me aparto con obvio gusto de los “cráneos privilegiados”, tan bien retratados por Valle Inclán. No que pueda evitar del todo a iluminados y cabezas/piñata que, al primer toque, liberan su depósito de maravillas, es que prefiero a los que aun entre dislates o inmersos en mundos fantásticos, nunca están fuera de lugar; fuera de “su” lugar, digo, porque de otra forma invadirían el inconveniente y más bien impreciso lugar de los otros.

Así es como año tras año, en mi ilusoria y no muy poblada rueda de la fortuna, me doy a las vueltas entre paisajes ya frecuentados, reconocidos y pródigos en sonrisas. En cada cita anual con mis clásicos no faltan el quijotesco Cervantes, creador de Alonso Quijano quien a su vez discurrió al de la triste figura, que más y mejor se rejuvenece con cuatro siglos que lleva a cuestas. Otros como Heródoto, Kawabata, Calvino, Isak Dinesen, Schwob o Malraux –miembros de mi cofradía personal- llegan también al convite, pero siempre alguno despunta para apropiarse de mi interés.  El episodio de la cueva de Montesinos, en esta ocasión, vino a remover piedras en mi muy “educado” corazón y de nuevo me hizo reconocer que entre lo ficticio y lo real no hay más que asociaciones, de preferencia emocionales, incrustadas en la interpretación.

A partir de que el gallardo Basilio irrumpe en “Las bodas de Camacho” para desposar mediante hábiles artimañas a la no menos dispuesta Quiteria, la aventura del Caballero alcanza momentos estremecedores. Así reaparece en mis días el entrañable episodio de la cueva de Montesinos, donde las Lagunas de Ruidera enaltecen la  médula de la Mancha, para confirmar que Cervantes era en verdad un mago porque podía hacer verosímil la ficción y ficticias tanto a personas comunes como sus más arraigadas costumbres.

La afortunada aparición de un tal Primo sin nombre y también zafado, humanista erudito y “componedor” de libros que por compartir su afición a las novelas de caballería valora todo lo dicho por el Quijote, enriquece el episodio a partir de que, en la andadura hacia la cueva, le da por describir sus obras hechas y por hacer. Llegados por fin a donde el Quijote esperaba mirar con sus propios ojos las maravillas ocultas en el lugar de que tantas noticias tenía acumuladas, quiso adentrarse sin más tardanza ni muestras de miedo por aquella boca de lobo que a Sancho le parecía la del mismo infierno. Fue así como el par de ilusos lo ayudan a descender atándolo por la armadura a una soga en ésta, una de las escenas más mágicas, locas, sugestivas e inclusive simbólicas de la segunda parte.

Mientras sueltan la cuerda entre bendiciones y a la espera de una señal que indique que ha llegado a la sima, todo trasmuta en fábula y revoltura de mito, romance y leyenda allá abajo o allá adentro, donde el Quijote se quedó profundamente dormido en uno de los primeros recodos. Lo primero que consignó fue un hueco tan amplio por entre resquicios iluminados “que podía caber en él un gran carro con todo y sus mulas”. Que “ya iba cansado y mohíno de verme, pendiente y colgado de la soga”, les relató a su regreso, sin que lo tentara la duda de cuán reales eran los portentos allá vistos en lo que le parecieron de menos tres días, aunque los de afuera juraron que no transcurrió ni una hora.

Está de más aclarar que el apresurado Cervantes, urgido por publicar su segunda parte y tan dado como era a confundir nombres, distancias, tiempos y geografía, convirtió en espeleólogo al caballero y lo hizo meter a la cueva carente de vela, de tea y de cuanto sirviera en aventura tan peligrosa. Como de todas maneras eran las visiones de una imaginación desbordante lo que en realidad importaba, no hay duda de que éste de las profundidades y el posterior episodio de Clavileño, cuando con Sancho “asciende” a la esfera celeste en caballo de palo, encabezan los mejores y más logrados momentos de la aventura.

Siempre “cuerdo” y persuasivo desde el espacio de su locura, y sin que lo frenaran las discrepancias de Sancho y el Primo, les fue detallanto punto por punto y sin que nada faltara lo sucedido en aquella oscuridad habitada por cuervos, murciélagos y otras alimañas nocturnas que revolotearon con gran estruendo cuando,  desde la entrada  misma de la caverna, puso mano a la espada para derribar y cortar maleza.  Todo empezó –inclusive el relato- cuando le daban más y más cuerda, aunque en vano el Quijote ya hubiera dejado de pedirla a voces. A fuerza de moverla sin resistencia, Sancho y el Primo comprobaron que podían recogerla con mucha facilidad y sin peso alguno. Creyéndolo accidentado o perdido, el buen escudero lloraba a mares porque tras jalar ochenta de las cien brazas de soga no daba señal su amo de seguir atado y con vida. Cuando todo laxo y con los ojos cerrados pudieron por fin sacarlo no de las profundidades como creyeran, sino de la cercanía donde dormía profunda y plácidamente, el anciano parecía sumido en una total inconsciencia.  Tuvieron que sacudirlo y menearlo para que despertara de “la más graciosa y agradable vida que ningún humano ha visto ni pasado”: justo de la que no deseaba apartarse.

Tras pedir de comer, pues aunque de ascetismo probado, el Quijote solía relatar mejor sus historias cuando en la yerba disponía su escudero el vino y algún bocado, se dispuso a recrear sus visiones. Y así fue como comenzó a referir al par de azorados no un sueño vívido, sino la pura verdad oculta en la cueva a partir de que, en un rebuscado enredo fantástico, apareció un venerable anciano con larga túnica morada, capa de raso verde, gorra negra, barba blanquísima y un peculiar rosario de cuentas en mano.  Se presentó como el mismísimo Montesinos, alcaide y guarda perpetuo del cristalado alcázar subterráneo, que desde allí mismo podía divisar. Tras darle la bienvenida al “señor clarísimo” y enterarlo de los cómos y por qués de su estancia en ese lugar, Montesinos –o su fantasma- lo guiaría con gran ánimo hasta la pequeña sala de alabastro donde se hallaba el secular sepulcro de Durandarte, “flor y espejo de los caballeros enamorados y valientes de su tiempo”. El fiel vigilante no tardó en aclararle al huésped que ahí, como a muchos más, los mantenía encantados Merlín, el francés encantador de quien decían que era hijo del diablo:

“Lo que a mi me admira –le dijo- es que sé, tan cierto como ahora es de día, que Durandarte acabó con los de su vida en mis brazos, y que después de muerto le saqué el corazón con mis propias manos; y en verdad que debía de pesar dos libras, porque según los naturales, el que tiene mayor corazón es dotado de mayor valentía del que le tiene pequeño…”

Muerto y con la mano derecha en el pecho estaba tendido Durandarte, pero eso no le impedía quejarse ni suspirar  entre ruegos al fiel Montesinos para que llevara su corazón a Belerma. Sin el referente del romancero, el episodio de la cueva con este nombre carecería de sentido, pues de Montesinos se cantaba que, con una afilada daga, había sacado del pecho el corazón de Durandarte para que, según le pidiera en su agonía, lo entregara a su señora como prenda de amor tras haber caído en la batalla de Roncesvalles*.    

Cervantes hizo advertir al Quijote algún rastro de la laguna formada en el fondo con  agua de lluvia que se filtra por las paredes de la caverna. Es de notar que ya no abundan en este trayecto hacia la cordura, el desencanto y la muerte aventuras similares a las de sus primeras salidas. Inmerso quizá en la tristeza y el desaliento, el de La Mancha identificaría en la cueva no solo a su guía Montesinos y al de la gesta de Roncesvalles, sino a Lanzarote y a un montón de encantados también por Merlín, como la reina Ginebra. Transmutada en campesina que saltaba y brincaba cual cabra con dos rústicas labriegas, no podían faltar la vaga sombra del mago ni la figura de Dulcinea eternamente confundida con una gran dama. Que lo más extraño, diría el Quijote, fue  que a través de sus acompañantes Dulcinea le pidiera seis reales. Aunque solo le diera cuatro tras breve diálogo, no acababa de comprender cómo es que los encantados necesitaban dinero.

Enojoso a veces, querido siempre, tras releerlo confirmé por qué un disparatado soñador de proezas justicieras ha reinado sin rival en las letras hispanas durante cuatro siglos: hazaña nada desdeñable si consideramos que, desde el apócrifo de Alonso Fernández de Avellaneda, cuya identidad sigue intacta en los mentideros cervantinos, no han faltado los que anhelan brillar a costa del Quijote.  Irritable para unos, conmovedor para otros, el Caballero andante se ha sacudido elogios, envidias y críticas para seguir, con la lanza en ristre, cabalgando en los tiempos de nuestra palabra. A diferencia de las letras inglesas, donde no hay un personaje sino que priva el universo de un enigmático, genial e inimitable Shakespeare, que como nadie ahonda en la condición humana, nuestra lengua se ha nutrido de una voz dominante y de una sola ficción durante cuatroscientos años: las de Miguel Cervantes Zaavedra quien, un año después de publicar la segunda parte del Quijote, murió a los 68 años de edad el 22 de abril de 1616.

 

[*] La precisión del sabio Martín de Riquer nos aclara que “algunos romances hacen de Montesinos primo de un caballero llamado Durandarte (en su origen era éste el nombre de la espada de Roldán, pero se la creyó una persona en las leyendas castellanas), que se suponía muerto en Roncesvalles.”