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Martha Robles

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Del huésped incómodo y sus obsequiosos anfitriones

September 4, 2021 Martha Robles
Santiago Abascal en la Villa de Guadalupe, eluniversal.com.mx

Santiago Abascal en la Villa de Guadalupe, eluniversal.com.mx

No: Vox y PAN no son lo mismo como cree el Presidente, aunque en el pobre y desarticulado PAN haya desvariados en busca de tutela e identidad ideológica, que no doctrinaria. Lo correcto es indicar que, acaso movidos por un infantil sentimiento de orfandad, 13 senadores panistas y uno del PRI simpatizan con el rostro más impresentable de VOX: un partido antifeminista, islamofóbico, antiaborto y contra matrimonios homosexuales que promueve “la cultura de la vida y la familia” en los términos (inclusive políticos y económicos) de los “señoritos” amantes de la caza y la tauromaquia de la España rancia, descritos magistralmente en las novelas de Miguel Delibes.

Defensor de “los valores tradicionales y la unidad española”, VOX fue creado en plena democracia con resabios franquistas que perviven en la España cercada por el más retrógrado e intolerante clero; un clero estancado y nostálgico de sus privilegios que se negó a aceptar los cambios no se digan actuales, sino desde los establecidos por el Concilio Vaticano II, en 1962-3. Considerado ultraconservador inclusive por los conservadores miembros del Partido Popular que lo engendró,  VOX obtuvo su registro en diciembre de 2013 y desde entonces, presidido por Santiago Abascal, comenzó a adquirir notoriedad y posiciones electorales, gracias al “desencanto” tanto de populares como de socialistas.

Desde que tengo memoria, en México los fanatizados de cualquier facción alegremente acusan  de fascistas a quienes no se supeditan a sus preferencias ideológicas, políticas o autoritarias. Protagonistas de esa tendencia excluyente y sin fundamento, los seguidores de MORENA señalan sin ton ni son como fascismo y/o fascistas a opositores y discrepantes, sin considerar cuán peligroso es lanzar acusaciones que tienen a Mussolini, Hitler y Stalin como sus referentes más criminales y documentados. Tiemblo al escuchar el vocabulario propio o apropiado del Mandatario y sus secuaces porque su estilo condenatorio indica que para Morena, 4t o como guste identificarse, las palabras carecen de valor y trascendencia; es decir, a excusa de desacreditar “al otro” que no se supedita ni se pliega a sus exigencias lanzan vocablos como dardos envenenados quizá porque, ajenos a sus consecuencias, creen que términos tan cargados de sangre, brutalidad, injusticia e irracionalidad son inofensivos, irónicos o chistositos. Las palabras, quiérase o no, si importan. Tanto y de manera tan directa que hay que recordar que maldición es lo mal dicho y que cualquiera tiembla y hasta se enferma cuando se le mal-dice. Y si esto enferma y lastima lo contrario, la bendición, conlleva el mensaje sanador y bien-dicho que a todos consuela, reconforta y agrada.

El fascismo tiene sus muy particulares características que, como saben los que saben, están ampliamente identificadas desde sus orígenes tanto con sus representantes como por sus consecuencias históricas. Recordarlo es oportuno y necesario: los fascistas detestan a los migrantes y a las minorías, son monolíticos y centralistas, persiguen a los discrepantes, a los intelectuales y libre pensadores; pero especialmente aborrecen a los críticos. Movilizan a las masas a excusa de cualquier propósito, sus propósitos; aferrados al poder mediante un costoso programa propagandístico, exaltan “valores” como la patria, la raza, la honestidad, la lealtad y la presencia militar… Vaya, que no hay más que leer para saber, observar para entender y mantener la cabeza en alerta para no contagiarse de la confusión reinante.

También es oportuno recordar no hay una derecha, sino una gama amplia de conservadurismo que va de lo moderado a lo ultra. Lo propio vale para las mal llamadas “izquierdas”, que sólo los necios y los ignorantes emplean como sinónimo de comunismo. Así como se echa mano del fascismo como adjetivo también se emplea el término comunismo para combatir o defender, atacar, esgrimir o desacreditar posturas e intereses relacionados con el marxismo-leninismo, la dictadura del proletariado y, en nuestros días, con cualquier autoritarismo o totalitarismo que, con o sin sustento doctrinario, se presume “de izquierda” y contrario al capitalismo que ha devenido en neoliberalismo.

De cualquier índole, las inclinaciones ideológicas deben situarse en su circunstancia. En cualquier caso, las reducciones al vuelo son arriesgadas. Más arriesgadas y tendenciosas donde, empezando por una deficientísima educación mayoritaria, supeditada a intereses sindicales, sexenales, facciosos y con paupérrimo sustento bibliográfico –por decir lo menos-, la población más vulnerable parece entusiasmarse ante el efecto súbito y devastador del insulto. Etiquetar de fascista a una facción de la facción discrepante, entraña una intención maniquea.  De por si es complicada la historia política del país porque es más lo que se ignora que lo que se sabe; luego, porque ha sido pobre su estudio documental y comparado. Fundar un partido del oposición al cardenismo, sin un vigorosa doctrina social, hizo de Acción Nacional un bando de contrapunto que funcionó en términos relativos hasta que tanto las clases medias como las instituciones civiles fueron madurando.

Desde 1939 y a pesar de sus iniciales simpatías sinarquistas, el PAN fue el puntal discrepante y el principal  contrapeso del partido único que se ostentaba portador del “compromiso social de la Revolución”. Sin embargo, con el declive priísta y el ascenso de nuevos partidos organizados y con registro, por necesidad primero se “extinguió” el Partido Comunista en tanto y el PAN, sin ideario sólido ni moderno, se fue desestructurando, alejando del ideal político de sus fundadores -ya por cierto extemporáneos-, y quedando acéfalo (como el PC) al grado de carecer en nuestras días de dirigentes a la altura de una necesaria derecha moderada, sólida, confiable y capaz de contender en las modernas y difíciles circunstancias políticas.

De la infortunada bienvenida de 13 panistas a Santiago Abascal queda una obviedad que ni propios ni extraños pueden negar: no hay polvos de aquellos lodos; es decir, no hay cabezas a la altura de sus antecesores más destacados. El PAN que hoy ostenta tales siglas no se va a levantar ni con genios de la botella. A nadie importa lo que firmen o cómo lo firmen con VOX; menos aún en tratándose de una “Carta”/armadura contra el demonio del “comunismo” (¡pero qué despropósito tan fuera de lugar!).  Las derechas están tan huérfanas en México como desorientado el conservadurismo, inclusive en el interior la Iglesia que, como institución, también y de suyo ha sido golpeada por la pederastia y los abusos de poder.

La conclusión, por consiguiente, es obvia: se crea un nuevo partido con ideario, inteligencia democrática y fundamentos laicos o asistiremos a los últimos estertores de una oposición otrora organizada y representativa de un sector de la sociedad. No puede ser más grave la posibilidad de remontar la desgracia del unipartidismo, con todas sus consecuencias, como se está perfilando.

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Velocidad: la tentación del abismo

August 21, 2021 Martha Robles
Último viaje de Isadora Duncan. (De la web)

Último viaje de Isadora Duncan. (De la web)

La imagen de la muchacha ávida de una vida excesiva y aparatosa que quedó  embarrada en el pavimento me recordó a Isadora Duncan quien, a tono con “los felices años veinte”, cedió a la tentación del abismo y se encontró con la muerte.  Con la distancia de un siglo entre ambas y cada una a su manera,  las dos copilotas sucumbieron al vértigo de la velocidad y el desenfreno: la joven en motocicleta, a todo rugir en la carretera México-Cuernavaca; en la Costa Azul, la otra iba artificialmente feliz a bordo de un lujoso Bugatti descapotable cuando el larguísimo foulard rojo de seda que ondeaba graciosamente desde su cuello se enganchó en los radios de la rueda trasera. Sin que el apuesto conductor italiano se percatara, la vaporosa bufanda la estranguló de un tirón y no sólo la hizo saltar al Paseo de los Ingleses, en Niza, sino que fue arrastrada grotescamente hasta que los gritos empavorecidos de los testigos fueron más altos que el run run del cochecito.

Con nada qué ver entre sí, las dos mujeres encarnaron el espíritu de su hora respectiva: frustración, desencanto y sexualización excesiva al menos para sentir algo, sentirse… Sin un proyecto de vida más allá del aquí y ahora, como no fuera el delirante y dispuesto a romper todas las convenciones, la joven viajaba de paquete en el palomar de la motocicleta, abrazada al piloto: larga melena negra; ropa ajustada para marcar los pechos abultados, la cintura arqueada y el trasero ancho y bien alzado. Cualquiera puede enterarse  en la web de que “La Negrita”, una de las supuestas novias del clan Unión Tepito, a sus veintitrés años de edad vendía armas en las redes sociales, sin nadie que lo impidiera. No es nueva la fantasía femenina con el machismo motorizado; lo nuevo es la forma de fabularlo y llevarlo al extremo del riesgo; en este caso, a unos 250 km/h.

A cielo abierto lo han repetido los miembros –hombres y mujeres- del ejército del diablo asociado a la delincuencia mexicana: jóvenes que prefieren una vida breve de lujos y emociones fuertes que la pobreza sin estilo y sin futuro. A la vuelta de un siglo, los años veinte vuelven a poner en la palestra la hipersexualización femenina como reacción a un pasado inmediato marcado por la desolación, la violencia y la ausencia de esperanzas activas. En la Europa de hace un siglo se radicalizó el estallido femenino a consecuencia de la Primera Guerra Mundial. Feroz si las ha habido, la experiencia dejó la muerte y la idea de la muerte atravesadas en el alma de los que sobrevivieron. Su reacción fue el estallido, un estruendo enmascarado de glamour y avidez de probarlo todo hasta que, a partir de 1929, la ilusión, la futilidad y el ánimo festivo  reventarían frente al inesperado golpe de realidad que inauguró, para todos, otro capítulo de la historia.

En el México de las décadas recientes ha sido devastadora la impotencia aniquilante provocada por la desintegración social, por la manera con la que se priva a los jóvenes de futuro y garantías vitales: narcotráfico, feminicidios, secuestros, prostitución forzada, desempleo, ignorancia, pedofilia tolerada, impunidad delictiva y el general y prolongado estado de violencia que ha incrementado el impulso de muerte aupado a la certeza de transitoriedad.   En las redes sociales se lucen  las “novias” del narcotráfico: cuerpos a lo Barbi, mejor si reforzados con cirugías.  A cielo abierto erotizan su participación en el peligro. Su actitud se corresponde  con sus vestimentas, el lenguaje y la intrepidez con la que inclusive conducen ellas mismas enormes motocicletas o vehículos de lujo. No faltan las encarceladas ni reinas de belleza cuya fatalidad podría identificarlas como “reinas de la muerte”.

En “los locos años veinte” llamaban “mujeres de la vida” a las asiduas a espacios de esparcimiento principalmente en París, Berlín, Nueva York o Niza, donde intercambiaban fantasías artistas, flappers, bohemios, poetas y librepensadores. En ámbitos forzadamente artificiosos y de preferencia con ayuda del alcohol o de las drogas se reinventaba tanto lo femenino como la estética tramada con fantasmas eróticos sembrados de hombres “rotos”. Ejemplo redondo de ese ánimo transgresor, Isadora Duncan trascendió a plenitud  a su propio personaje.  Revolucionó el arte de la danza y protagonizó un destino trágico que la hundió en el pozo del sufrimiento. Desquiciada, se empinó en la autodestrucción durante los últimos años de su vida.  Y, ataviada en rojo de punta a punta, lo consiguió para añadir a su leyenda una original y espantosa manera de morir.

Los años veinte de hoy no se inclinan por una estética liberadora ni creativa; todo lo contrario: el desenfreno y la ausencia de rumbo entrañan una profunda ansiedad que roza el vacío. Es la nada. Nos cerca la confusión desesperada. Así el ritmo del regatón, los perreos, el artificio festivo en altos decibeles, el gusto por lo grotesco y por las armas,  la ostentación, las expresiones vejatorias y el roce con la crueldad que parecen gritar una desmoralizada necesidad de sentir, de ser notados, de balancearse en el abismo y, a fin de cuentas, de evitar la confrontación con esa nada que pese a todo quiere formar parte de algo, ser algo y con alguien.

Los residentes de la noche durante “los locos años veinte”  arrastraban las sombras de millones de caídos, mutilados y atormentados en la guerra de trincheras. No obstante la música, la literatura, las artes gráficas, el diseño,  la arquitectura, la danza -y el Art Nouveau en suma- respondían con aportaciones deslumbrantes a la parte oscura que persistía como un mal olor, el olor de la muerte. El talento florecía como deseo de vida, de la esperanza oculta en algún recóndito escondite. Al final del día los protagonistas del desenfado se hallaban habitados por una desoladora incertidumbre. Lo captaron escritores tan talentosos como Scott Fitzgerald, André Gide, Pirandello y nada menos que Kafka:  genio que habría de enseñarnos de que se tratan la sinrazón, el vacío, el miedo y el absurdo. Siempre está la maravillosa novela de Djuna Barnes, El bosque de la noche, para exhibir la realidad de los atribulados mientras que, grácil, aún esbelta y talentosa, Isadora era adorada como una diosa en los grandes escenarios de Europa. Descalza, sin maquillaje, el largo cabello al aire y apenas cubierta con una sutil túnica evocadora de su pasión por Grecia, improvisaba sin reglas, sin posiciones ni estereotipos, al ritmo de cualquier sinfonía. Implacable como es contra algunos, el destino la hizo probar con anticipación y en carne propia el sufrimiento que aguardaba a las generaciones por venir.

Intrépidas, hipersexualizadas, arrojadizas, con melenas largas y prendas mínimas,  sus fotografías en la web ilustran lo poderosa que puede ser la atracción del lado oscuro.  Carecemos de testimonios de calidad sobre el desarrollo y transformación de las jóvenes portadoras de su propia concepción de la sexualidad, lo femenino y la mujer en el México hostil de nuestros días. Las enormes motocicletas a toda velocidad, sin embargo, no pueden separarse del machismo intimidante que crece afianzado en la fantasía del poder, el Poder que inclusive se atreve con la muerte propia y la de los demás.

Isadora se describió a sí misma en Mi vida, aunque de vez en vez surgen más biógrafos y nuevos datos que amplían su significación en la memoria de la dizque feliz despreocupación de los años veinte.  Emprendió al anochecer del 14 de septiembre de 1927 su último viaje al grito de “adiós mis amigos, voy al amor; voy a la gloria”. El joven  empleado del garaje, Benoît Falchetto, más interesado en  venderle el automóvil que en ser recordado como su último amante, se ofreció para llevarla a  su hotel a sabiendas que no podría escapar a un encuentro acaso no tan apasionado. A sus cincuenta de edad la histriónica bailarina estaba atrapada en la decadencia física y mental. Con un sobrepeso que no se molestaba en combatir, ya no bailaba ni quedaban rasgos de la Duncan largamente ovacionada. Arrastraba una  historia de pérdidas, dolor, excesos, deudas, transgresiones, mal vivir y extravagancias que contrarrestaba su leyenda de revolucionaria en la danza. Ningún rasgo de sus días de gloria ni de la belleza de su juventud. No conoció la desolación de la vejez, pero años y ocasiones tuvo para padecer la hondura de la depresión, el pozo del desaliento.

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El zoquete por venir

August 7, 2021 Martha Robles
Marx Arriaga. El Unversal.com.mx

Marx Arriaga. El Unversal.com.mx

La “reconstrucción nacional” ha elevado al zoquete a modelo de bueno, sabio y capaz de transformar su propio destino con nada intelectual ni gustoso en su haber. A diferencia de una mente educada, el zoquete tiene dificultad para entender las cosas, aunque sean sencillas. Ajeno a los beneficios del conocimiento, vive de lo que le dan o consigue con lo elemental. Es un individuo en bruto -si tal fuera posible-, a pesar de considerarlo “honesto y con mucha capacidad”, como diría quien repudia la diversidad y el refinamiento tanto como los logros de la razón, de la ciencia, del arte, del pensamiento y del civismo. “Buen gente” y manipulable desde la perspectiva oficial, el zoquete recibe sin aportar ni retribuir. En su condición de hombre-masa no requiere letras ni gusta de ellas porque es uno de los productos más elementales (y costosos) de los peores procesos “educativos”.

Esto viene a cuento porque en días pasados el  amañado funcionario que paradójicamente publicita la lectura aborreciéndola se atribuyó el derecho de aclarar, en nombre de la educación pública, que  “leer por goce es un acto de consumo capitalista”. Afirmación tan pujante sólo pudo ser de un tal Marx Arriaga durante un discurso sin pies ni cabeza, en la Escuela Normal de San Felipe del Progreso. Por el cúmulo de barbaridades que identifican a este protegido del régimen, es indispensable que aclare qué clase de “filología”  dizque estudió en la Universidad Complutense de Madrid, pues una de dos: era el más burro del salón o es un farsante infiltrado en las políticas educativas a saber por cuáles prendas.

Hay que insistir que el zoquete nunca ha experimentado un goce tan sagrado y fecundo como el de la lectura. Tal complacencia enriquece el saber,  el entendimiento y la capacidad de elegir. No más privilegio de escribas, monjes, escolapios y laicos a cuenta gotas porque las culturas modernas han puesto a la disposición de quien pueda y quiera leer todo lo que ha discurrido el hombre en cualesquiera de las lenguas. Por las Scherezadas emblemáticas sabemos que lo más disfrutable no es la ideología ni la grilla, sino los relatos, mejor si cuentos, anécdotas o mitos sobre dioses, genios, comerciantes, reyes, magos, animales... Prueba de ello es la felicidad de los pequeños  cuando acceden al universo del libro en voz de los padres, los abuelos o de quienes hayan probado la magia de ésta, una de las más altas, nobles y luminosas invenciones del hombre. No por nada Borges definió el libro como extensión de la memoria, del sueño y la imaginación. Eso de que la lectura es para “emanciparse” y no para gozarse es una  tontería  de los “grillos” que no se bajan de la prédica de los sesenta. Qué hacer con lo leído no es ni debe ser atribución gubernamental porque el lector, a diferencia del zoquete, descubre quién es, cuáles son sus límites, su situación en el mundo y en lo que puede convertirse.

 Pareciera que como no es suficiente la cantidad de zoquetes que pululan en nuestra sociedad superpoblada, este peculiar cráneo de la 4t ha decidido multiplicarlos mediante dislates sin fin.  Sembrado de prejuicios acaso extraídos caprichosamente del Manifiesto Comunista de 1848 (no de los tres tomos de El Capital), el elegido para rellenar los “contenidos educativos" de los textos de la SEP se presume “filólogo”. ¡Ah, caray!, estamos ante ese quehacer de “burgueses” desde los días de la Biblioteca de Alejandría… Así las paradojas… Sin la máscara, este individuo está más cerca, obviamente, de los grillos que interrumpían las clases en la UNAM para espetar peroratas contra la burguesía, los burgueses y los pecados capitalistas que de los filólogos clásicos o amantes del saber, de todo el saber y las palabras, a los que tantos hallazgos debemos desde los remotos días del Museion alejandrino hasta nuestros días. Para colmo y como si fuera broma valleinclanesca, este fantoche arrastra el estigma de llamarse Marx Arriaga. No Max Estrella, no: Marx, como el que aun siendo uno de los escritores menos y peor leídos y/o estudiados es de los más “adivinados” por la feligresía anticapitalista.

Hay que reconocerle a nuestro Marx del Altiplano su alto concepto de sí mismo pues impúdicamente se enseñorea lanzando galimatías y haciendo del zoquete un ideal educativo. Un zoquete que a cambio de no se qué ni cómo combatirá la cultura que sus afines califican de fifí. Que alguien por favor me explique ¿qué es ese idiotismo? Por sus indicios es de suponer que los “contenidos educativos” son una caja de Pandora. Sus primeras calamidades remontan el realismo social de las dictaduras comunistas. Aún se ven los engendros monstruosos de que fueron capaces esos regímenes en la arquitectura, el teatro, la poesía, la política… Vaya, que abominar de lo bello, lo bueno, lo gozoso y lo diverso a estas alturas no puede ser más retrógrado ni más peligroso como política educativa.

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Añoro la risa

July 21, 2021 Martha Robles
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Extraño la risa. No cualquiera, sino la risa feliz que se dejaba venir con la sacudida del cuerpo, cuando comíamos pizza mirando viejísimas películas de Chaplin y del Gordo y el Flaco en una pizzería. Las  carcajadas bobas eran reparadoras: no había propaganda sobre dietas saludables ni el ejercicio se publicitaba como obligación para distraer el envejecimiento. Tampoco abrumaba la abundancia en las tiendas; las marcas no eran motivo de ostentación ni teníamos que usar  prendas, zapatos, gorras ni objetos especiales para movernos o practicar deportes. Se crecía de cualquier modo, sin perrhijos, sin gimnasios ni entrenadores personalizados. Los cumpleaños no se calculaban con la adicción a clínicas de belleza. No existían teléfonos “inteligentes” ni términos como cardio, boxing, spinning, cycling, siclo o fitness. Lo adelantado eran, todavía, los radios de transistores, los cassettes y los primeros cd’s, las fotocopias, los cinturones de seguridad en los coches automáticos, las librerías italiana y francesa que nos abrían el mundo y las escaleras eléctricas que se multiplicaban a la velocidad de los centros comerciales. Si acaso, las calles servían de canchas; triciclos y bicicletas se heredaban de los mayores y al embarazarnos usábamos ropa y utilería de las primas, las amigas y las hermanas. Y entre la abundancia de signos del subdesarrollo, lo infaltable en pueblos y ciudades: perros callejeros de inaudita capacidad reproductiva.

Estábamos conscientes de las limitaciones que había que sortear especialmente tratándose de mujeres que, como algunas amigas y yo, nos habíamos atrevido con estudios universitarios y con trabajos donde, inclusive en este siglo XXI, éramos irremisiblemente acosadas sexualmente por la cáfila de pobres diablos y machines que, por supuesto, cobraban salarios superiores a los nuestros. Sin embargo, todavía no nos atenazaban el SAT, el predial ni el pago de vigilancia obligada en casas y apartamentos. Aún era posible librarse de asaltos a mano armada, robos furtivos y noticias escalofriantes. No conocíamos tan de cerca el yugo del consumismo, de las “mañaneras”, de los comentócratas ni del narcodominio. Ni de lejos podríamos imaginar que los feminicidios serían el santo y seña de un México  controlado por el crimen organizado, y lo mejor: cultivábamos la amistad en mesas bien servidas en las que nunca faltaban conversaciones inteligentes, anécdotas divertidas, lecturas,  música, ocurrencias y presencias tan inesperadas como intocadas por el resentimiento social elevado a postura política.

Capitalismo al fin, era visible la contaminación. Las advertencias de los ecologistas eran tan desoídas como imparables la producción industrial y el “me vale” distintivo del mexicano. Tocados por el sentimiento de eternidad, minas, fábricas, talleres y cualquier individuo arrojaban, con idéntica irresponsabilidad, tóxicos, cadáveres y basura donde mejor dispusieran: en lagos, canales y ríos, en solares de riesgo, en el mar, en las aceras… Sucios y destartalados, taxis, autobuses y camiones inauguraban el tercer milenio como el “avío avío” cargado de humos pestilentes; y yo, mientras tanto, leía por aquí y por allá que si el terrorismo, el ébola o alguna pandemia similar a la peste negra arrasaría con buena parte de la población mundial si no cambiábamos nuestros impulsos depredadores.

Sin embargo y hasta que la brutalidad cometida contra las Torres Gemelas demostró que nuestro mundo era una bomba de tiempo y que la covid y su tridente pandémico estaban a la vuelta de la esquina, la vida emergía al que supusimos “su ritmo”. El destino de cada uno se iba cumpliendo con mayor o menor resistencia a condición de ser medianamente indiferentes al destino compartido. Pero, para todos, por fin llegó la ocasión de saber que entre la memoria y el presente se tendía un abismo, sin importar cuántos años o décadas quedaran en medio.

 Si, añoramos los detalles felices. Echo en falta la alegría que nos causaba un gesto idiota, el empujón obligado, cualquier torpeza o la huida en falso del par de perdedores nos hacían sentir que nada o casi nada faltaba en nuestras vidas. Eran días en que el olor del pomodoro, albahaca y mozzarella salía del horno hacia la Avenida de los Insurgentes en aquella pizzería que asocio a momentos radiantes. Nos han cercado la enfermedad, el odio y la muerte. Para sobrevivir nos aislamos. Extrañamos momentos perdidos, los no vividos y lo que no tenemos. Yo extraño la risa.  Extraño el estado que nos permitía reír con el Gordo y el Flaco. Extraño la amistad espontánea.

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Más de esperpentos y tiranos

July 5, 2021 Martha Robles
Don Ramón de Valle Inclán, genial creador del esperpento, siempre frente a mi escritorio. Por Alberto Gironella (1986).

Don Ramón de Valle Inclán, genial creador del esperpento, siempre frente a mi escritorio. Por Alberto Gironella (1986).

García Márquez tuvo el acierto de observar que el dictador es el único personaje nuevo que hemos creado en América Latina. Imagino que su siniestra originalidad encarna al esperpento que no deja de cometer bizarrías. Intérprete de sí mismo, ridículo hasta la locura, dota de vida y voz propia a su caricatura. El proceso es igual para todos: en su delirio crea un cerco de aduladores, recompensa de más a las fuerzas armadas y fortalece la propaganda. Hay un momento en que, por sus excesos, borra al hombre y cede el lugar al mito. Ahí cree y hace creer que lo insólito es posible como en toda mitología, con una salvedad: su personaje es lo contrario del héroe y sus acciones el revés de la heroicidad. Fantoche en lo esencial,  es el antihéroe que, indotado para las grandes hazañas, saca  lo peor de sí mismo y de quienes lo sostienen: de ahí la intensidad de su verdad ficticia, aunque ya se sabe con cuáles resultados.

Con atavíos diferentes, el número de dictadores y tiranuelos supera en nuestras tierras al de los demócratas y a los escasos líderes de digna o regular memoria. Esto es algo para tener en cuenta pues, arrastrada desde el siglo XIX y de manera continua o discontinua, la tendencia a repetir y repetirse  revela algo muy grave de  estos pueblos que, malogrados por su baja autoestima o su ineptitud para adueñarse de su destino, no dejan de engendrar y reproducir tales monstruos.

Comparto con Carpentier, García Márquez, Roa Bastos, Vargas Llosa y Valle Inclán la fascinación por las biografías y los anecdotarios de esta abultada galería de fantoches y criminales. Cada generación halla cómo encumbrar al “elegido” que habrá de asumir la histórica dualidad amor/odio enquistada en  nuestro carácter.  Odioso de por sí, el dominador igualmente odia al que lo exhibe o lo cuestiona. Su repudio a lo distinto es correlativo a la certeza de ser aborrecido; y ante la imposibilidad de ser reconocido, intimida y refuerza su arbitrariedad al menos para ser temido. Quizá sea un atavismo, una extraña genética aún sin investigar o un drama social que empeora por la ignorancia y la incivilidad, pero no se puede negar que, aun en el siglo XXI que deseábamos adelantado,   los fantoches todavía se reproducen como malas yerbas.

No se por qué este personaje mesiánico, redentor, uniformado o civil, populista e invariablemente peligroso e irrisorio, cifra el santo y seña de nuestra historia política; sin embargo, es imposible negar que existe porque la población se deja engañar y pone su destino en manos de los peores. Los tiranos pueden o no ascender al través de las urnas, pero la debilidad del Estado los hace todopoderosos: más omnipotente y manipulador cuanta mayor la conformidad acrítica: algo parecido al envilecimiento del mítico Fausto tras pactar con el diablo.

Es tan enredada la realidad esperpéntica que solo un puñado de escritores ha conseguido elevarla a literatura. De hecho, entre el Tirano Banderas de Valle Inclán y el insólito Ti Noel de Alejo Carpentier  en El reino de este mundo, hay un inmenso hueco que, sin merma de tres o cuatro títulos de otros autores con desigual fortuna y también del siglo pasado, solo La fiesta del Chivo conseguiría encarecer el género al fusionar la ficción con la realidad arrolladora.  El logro de Vargas Llosa confirma que  si “la realidad supera la ficción” novelarla con buena pluma la enriquece, aclarándola. Lo entendió Marguerite Yourcenar en sus espléndidas Memorias de Adriano porque lo que fuera válido para los griegos o para Shakespeare también lo es para nuestras letras: las obras maestras surgen de lo real y ahí regresan con mayor visibilidad.

Los pueblos subyugados temen, admiran, aborrecen e idolatran en igual proporción a sus opresores. Sin embargo, el “iluminado” siempre aguarda la ocasión de reaparecer con bríos renovados. Al respecto, García Márquez tuvo la agudeza de observar que la gran mayoría de los dictadores latinoamericanos ha muerto en su cama o han sido asesinados por su rivales. Sin importar que los vengadores sean caudillos liberales o cabecillas de guerras civiles, acaban instaurando ellos mismos otras dictaduras, salvo que aún más sanguinarias y crueles.  Y no lo dijo el Gabo, acaso por su controversial amistad con Fidel Castro, pero tanto su ejemplo en la “Cuba revolucionaria”, como el de Ortega en la infortunada Nicaragua no solo lo confirman, sino que ponen de manifiesto que, no obstante sus limitaciones, la democracia es el menos malo de todos los modos de gobernar. Por eso debemos insistir en que los pueblos que renuncian a sus derechos están condenados a repetir su infortunio en ciclos de sujeción y liberación.

El esperpento odia a los intelectuales, la crítica, los periodistas, los opositores y a los pensantes. Su esquizofrenia paranoide llega al extremo de hacer hogueras con libros no sin antes fortalecer la propaganda mediante su cohorte de lambiscones: medida de su debilidad.  Aunque no hay un perfil del personaje “total”, de preferencia surge del caos, de un medio rural, de pocas o ningunas letras, de asonadas en las que se da a notar o de medios vulnerados. Cultiva el prejuicio del elegido, el redentor o el populista frecuentado en nuestros medios. Encarna la figura del  iluminado, como el “filósofo” Doctor Francia que tuvo el arresto de cerrar el Paraguay entero y solo dejar la rendija del correo, “para estar comunicados”. Salvo por la significativa muralla china, esta orden de aislar a hierro y fuego al país se volvería lugar común  en Cuba, en Libia, en la Cortina de Hierro o, de manera no menos agresiva, en la actual Corea del Norte, lo que recuerda que no hay diferencias entre derechas e izquierdas porque toda sujeción persigue lo mismo: imponer la ley del uno, del único, del Partido, del caudillo o del líder, según los usos locales.

Con leyes y sanciones a medida, lo primero que destruye el autócrata es el blindaje constitucional para imponer su cerco de “legitimidad”. Entre que va combatiendo “restos del pasado corrupto” y remanentes institucionales, aplica poco a poco o de golpe su compendio de excentricidades bajo la fórmula de una nueva Constitución y otro concepto de “justicia”, con la intervención de “sus incondicionales”. Además del unívoco narcisismo paranoide que los distingue, los fantoches son mentirosos patológicos, padecen una inocultable avidez de poder, son sádicos en mayor o menor grado y desconocen la compasión. No dudan en hacerse con el control de las fuerzas armadas y, con el poder en el puño, arremeten contra los medios de comunicación, la crítica, el pensamiento educado, el orden económico y la “educación” a cambio del “modelo” que no tarda en agravar el atraso.

¿Algo les parece familiar? Ya lo dijo Spinoza, pero su actualidad no deja de ser preocupante: “no reír, no llorar, sino entender.”

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Las palabras, esos espejos...

June 21, 2021 Martha Robles
asociacioneducar.com

asociacioneducar.com

La palabra es lo vivo, el retrato de la vida, de los hablantes y del medio. Santo y seña de identidad, sin ella el hombre no sabe quién es; tampoco los pueblos. Aunque de suyo es robusto por la imparable invención de nombres, nuestro vocabulario se parece a los ríos que en ciertos tramos apelotonados se convierte en basurero. Al hablar y decir algo o al no decirlo, en la boca resuena el carácter actual y el eco de nuestros antepasados. La lengua es espejo, pantalla y bocina que lanza al exterior hasta lo más recónditos rasgos del ser, de lo que no se quiere reconocer y del conglomerado cultural que representa. 

Son tan sutiles los vasos comunicantes del lenguaje que ni siquiera nos percatamos, por ejemplo, de que en el uso y el abuso del diminutivo, que en su exageración llega a abarcar adverbios –adiosito, arrocito, hijito, virgencita, ahorita, al ratito, poquito…-,  pervive el mundo nahua que la mayoría desprecia o cuando menos ignora.  Todo absorben las voces: las luces, las sombras, el tartajeo y un dolor añejo que, indescifrable porque a millones de hablantes faltan palabras para comprenderlo y  nombrarlo, se vuelven expresiones del rencor, grito de odio y del resentimiento social que ya no requiere máscaras para manifestarse con aparente libertad.

Sucede pues que el habla popular campea de forma vertiginosa, hiriente y cargada de revelaciones y espejos rotos. Mal entenderíamos la historia del país sin considerar la influencia del furor verbal que, ya sin pudor, golpea de afuera adentro y de adentro afuera como cola de culebra. El vocerío que damos por sentado conlleva la costumbre de agredir, vejar, insultar y degradar que se trasmite desde la cuna o mejor aún: está en el aire que respiramos. También se absorben con naturalidad las versiones que tienen las  personas de sí mismas y de las demás. No es de extrañar, por consiguiente, que durante la prolongada supremacía de la Chingada o violada emblemática del peor mestizaje, los meros machos se chingaran a la que fuera o lo que fuera con tal de sentirse chingones. Se iban de chinga en chinga mentando madres y cometiendo chingaderas con abierta insolencia. Su palabrería arrojaba un chingo de ultrajes, en tanto y su lengua no cesaba de fomentar una enredada virilidad vejatoria, cargada de deslices homosexuales y chingaderas que, curiosamente, deslindaban a las mujeres en general de las maneras de hablar consideradas “masculinas”.  Me refiero a que no era frecuente y que hasta estaba “mal visto y peor oído” que las mujeres hablaran con “malas razones”, como se les decía a estas voces esencialmente antifemeninas y portadoras del complejo del vencido, indiviso de “los hijos de la Malinche” o “hijos de la Chingada”.

Ya se sabe, pero hay que recordarlo, que la Chingada es y ha sido la gran madre violada por el padre admirado y a la vez aborrecido. Si él encarna al que triunfa sobre el débil y lo abandona a su suerte, ella es la única mujer digna de consideración no por el esposo ni por los hombres en general, sino por sus hijos varones que la veneran por encima de todo. Aunque se la miente para maldecir, bendecir, impostar o remarcar el imprescindible sentimiento de orfandad y abandono del sometido por el colonizador, es la única mujer que se libra de ser calificada de puta, al menos por su prole. Todas las demás, menospreciadas por el machismo secular, son las que el macho, bajuno por naturaleza, considera que puede poseer, zaherir, subyugar y penetrar, de preferencia con violencia y en cabal impunidad.  

Con ser tan característica la mancuerna machismo/chingar en nuestra realidad social, es indudable que las cosas y las voces están cambiando y no, por cierto, para igualarse hacia arriba ni en bien de una mejor concepción de sí mismos y de los demás, sino para abrirle otras rutas al sentimiento de fracaso. No que la Chingada y sus derivados desaparezcan del inconsciente colectivo, claro que no; es que el surtidor verbal que se auto fortalece entre hablantes que mucho hablablablan y poco o muy poco tienen qué decir, ha añadido con indudable éxito otras formas de degradar, exhibirse y degradarse. Estas expresiones espejean con fidelidad la desintegración social; a su vez gustan de frecuentar tatuajes que a todas luces sustituyen o a veces completan con esta suerte de estética pintoresca a las máscaras, quizá para hacer más notable el drama de identidad que no acaba de resolverse.  

En el laberinto de voces que la pluralidad milagrosamente convierte en continente de conductas desparpajadas, por vez primera en la historia se hace visible algo insólito en el pasado inmediato: ponerle nombre al secular sentimiento de inferioridad sobrellevado como realidad vergonzante. Me refiero a decir “me vale verga” como el mayor acto de reconocimiento de la menorvalía masculina. El habla que habla lo dice y lo dice con claridad: el otrora sobrevalorado pene ha perdido supremacía, aun entre quienes lo tenían por objeto de omnipotencia.  Un solo sustantivo, no obstante empleado con todas sus posibilidades existenciales y/o imaginativas, pese a su popularidad no ha podido elevarse a verbo ni a voz/baúl equivalente a chingar. Esta limitación lingüística contrasta la riqueza interpretativa que ha caracterizado tanto a la figura como a las voces relacionadas con  la mujer violada. El uso vejatorio de la verga, sin embargo, completa la ferocidad arraigada en el inconsciente colectivo. Basta enunciarla para fusionar palabra, sonido y acción pues, por sí mismo es un vocablo generalmente despreciable. De este modo, no es el pene devaluado, sino la lengua la que agrede el oído y la sensibilidad del que recibe la carga ancestral del autodesprecio y del desprecio por el otro.

Quizá esta degradación del ilusorio encumbramiento del miembro masculino sea uno de los más visibles efectos del feminismo en el submundo de hablantes urgidos de un habla que hable y diga  lo que no sabe ni tiene qué decir. Lo innegable es que no podemos hacer como si la transformación social no existiera. Es obvio que el pene está perdiendo –o al menos disminuyendo- su condición de bastón de mando, báculo consagrado, instrumento de dominio y/o arma de penetración esgrimida por el violador que se repudia públicamente con mayor celeridad.  Lo interesante es observar que el tránsito de la Chingada al uso verbal y vejatorio del pene se comparte por hombres y mujeres en los mismos términos hirientes, acaso porque estas voces/daga están  fusionadas al machismo fútil o sin valor que ya no quiere asociarse  como el que penetra, el que viola, abusa y posee. Sea cual sea la raíz semántica o antropológica de este uso oral tan horroroso, no podríamos negar que el habla popular ya lo asimiló.  Así que estamos ante otra expresión del autodesprecio y su correlativa menorvalía. Piensen en todo lo que conlleva el grito de  “¡Me vale verga, güey!...” Ni qué añadir respecto de sus fieles complementos  populacheros: “no mames, ser muy verga, la neta, muy chido...”

A querer o no, nos guste o no, en las palabras y los modos de decirlas están las verdades que ninguna máscara ni simulación, por efectivas que se presuman, son capaces de ocultar o transformar.

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Mme. Bovary y yo

June 3, 2021 Martha Robles
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Detesté a Emma desde las primeras líneas, pero no dejé de seguirla hasta el final. Su deseo de ser otra y no tener con qué ni poder serlo, me mostró que la libertad tiene límites, y mejor todavía: que la libertad ilusoria esclaviza. La miraba tal cual, como si la conociera. En su ambiente abigarrado, nada era inexplicable. Imaginó el paraíso en los brazos de dos amantes sobrevalorados, pero la desilusión la sumió en tal insatisfacción que el deseo malogrado empeoró su infierno. Perturbada por las novelas que leía con avidez, nunca supo quién era. La precisa descripción lograda por su creador remató el romanticismo que la cegaba con el golpe financiero que determinó su suicidio. Con su publicación en 1859, este drama inauguró el realismo literario que, con ciertos añadidos, aún persiguen los novelistas.

Solo una gran obra se infiltra en nuestro modo de ver el mundo. El día a día de Emma Rouault y luego Mme. Bovary, retrata el afán de idealizar, poseer y sentir sin estar dispuesto a pagar el precio. Más viva que nunca, el consumismo le pone otro nombre y distintos rostros a la imposibilidad de aceptar que lo que es es como es y no como la neurosis lo inventa. Flaubert tuvo el genio de demostrar que ni el tedio ni los modos de fantasear envejecen. Y desde la frustración que nos habita, Mme. Bovary renace con más ilusiones que en vez de llenarnos van haciendo más insoportables nuestras vidas. Cada roce de sus vestidos me recordaba a la tía, a la mamá de, a la Fulanita de tal, a la esposa de o a la compañera que desde la secundaria iba al salón de belleza cada semana porque no toleraba verse tal cual en el espejo: mujeres que, como ella, ignoraban quiénes eran, pero sabían todo sobre la moda,  las telas, las joyas… En suma, gente que en su deseo de ser otra atesora conductas e imita a quienes figuran  por encima de los demás.

Sobre el disgusto que me causaba este retrato del vacío encaminado a la fatalidad, no  dejé de releerla ni de pensarla. Odiaba la ceguera de Emma, sus tropezones, su ingenua creencia en que Charles, el esposo fiel, sería capaz de lograr algo en la medicina.  Lo detestaba a él y a su medianía, aunque la exhibiera como trofeo; sufría porque ese hombre pequeño no se igualaba al tipo inventado por ella; es decir, Charles era un modesto médico de provincia y le bastaba con eso.  Me parecía abominable Rodolphe, el infeliz amante que sabía bailar vals, porque encarnaba a los pobres diablos que, a la caza de ingenuas, son tan incapaces de amar y comprometerse como de hacer algo digno de sí mismos. Ninguno mejor al otro, los habitantes de tal galería de personas comunes me indicaba que la vida es así y que por creerla distinta yo también fantaseaba. Cerrado el libro, aparecían en mi mente el espejo y otra manera, acaso más cruel y transparente, de reconocer a alguien que escapaba de los párrafos y asomaba la cabeza.

Solos o en boca del coro de chismosas, a los protagonistas de la novela les dio por caminar a mi alrededor. Modernizados, veía por doquier a las criaturas de “el idiota de la familia”, como apodaron al pequeño Flaubert.  Mi enojo fue desapareciendo al valorar el logro literario de Emma y sus ficciones, del cura acomodaticio,  del esposo sin atributos, del boticario calculador, del amante indiferente, del prestamista abusivo, de  la hija abandonada, de la criada típica.

La provinciana burguesita francesa que a mediados del siglo XIX se casó con un viudo y soñó una existencia de glamour e intensidad, gastó sus días creyendo que podría ser, ella misma, una de las heroínas del romanticismo. Lejos de conseguirlo, acabó entre sus mayores víctimas. A diferencia de Alonso Quijano, asiduo lector de novelas de caballería, que se convertiría en el inmemorial Quijote, Emma no trasmutó en nada ni fue capaz de darle un sentido al espantoso aburrimiento que la perturbaba. Contrapunto del caballero reinventado Quijote, ella fue tan infecunda que solo al consumir el veneno halló salida a la nada que la habitaba. A diferencia de la del caballero andante, su ilusión carecía de sentido o peor aún: al través de otros perseguía una razón de ser. En eso consiste la genialidad de Flaubert: en exhibir al detalle a las emmas multiplicadas. Tal era su fervor por la existencia idílica que la realidad se le fue metiendo a sus días como río vertiginoso. Al darse cuenta de que el agua ya le llegaba al cuello, la infortunada se dio cuenta de que no solo no sabía nadar, sino que tampoco tenía habilidad para pedir auxilio.

Los culebrones lacrimosos que en el siglo XIX perturbaron a Emma cambiaron de atavíos y algunas fantasías, pero la incapacidad de enfrentar y asumir la realidad es la misma. Encumbrados y lucrativos hasta el ridículo, los excesos logrados con maestría por Flaubert  cambian de escenario y protagonistas, pero se fortalecen cada vez que alguien, con voz temblorosa, se lamenta porque “no ha vivido su vida”, que ha desperdiciado sus mejores años al lado de un fulanito o fulanita de tal que se achicó  en vez de crecer. Emma está viva en la fantasía de que “el otro” debe sacarnos del aburrimiento, rellenar con un modelo del vida idílico el propio vacío y elevarnos a la altura de lo imaginario. “El otro” nos debe dotar de sentido. “El otro” debe apegarse al relato apasionado de la verdad ficticia.

En suma, el espejo de Flaubert, quien en una de sus cartas llegó a confesar: “Mme. Bovary soy yo”,  me ha llevado a entender hasta dónde la gran literatura se va transformando en una suerte de guía existencial que más y mejor aclara lo obtuso de las vidas, aunque no nos agrade reconocerlo… O precisamente por eso.

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México entre vacunas

May 24, 2021 Martha Robles
Por la vacunación, se registran largas filas en el Centro de Exposiciones de CU y en Six Flags.jpg

La experiencia anterior me había preparado para otro baño de masas, pero no acabo de entender que México es una caja de sorpresas. Cuando acudí a la segunda toma de la vacuna coleccioné (más) asombros. Primero, la profusión de vendedores que apenas dejaba espacio para andar de uno en fondo; luego, mientras caminaba en dirección a la entrada de Six Flags, una muchedumbre de “guías” consultándome como robots si podía caminar. Una vez que reiteradamente indicaban seguir la única dirección posible, otro “servidor de la nación” tuvo la cortesía de preguntarme si sabía leer y escribir. Todo menos eso esperé en el populoso paisaje surrealista, donde pululaban tantos o más becarios de la 4t que aspirantes a ser inyectados, que por cierto éramos muchísimos. Sin aguardar mi respuesta, el comedido joven se aplicó a garrapatear signos ilegibles sobre el papel.  Dizque copió mis datos de la credencial del IFE  porque, con alma de gramático, corrigió la s de Robles con una z bien grande que no dejaba lugar a duda.

“Es con s, le dije casi con timidez. Y él, convencido de estar en lo cierto, me aclaró que el plural de roble es roblez. No, pues ¡ni hablar! Haberlo sabido…  Y respecto de los números del IFE que transcribió equivocados, otra prueba de por qué México está en los sótanos del informe PISA. En vista de que hace mucho decidí no discutir –y menos con “la autoridá”-, recibí el jirón del papel garabateado y, como mis compañeritos de fila, me mantuve atenta al sin fin de instrucciones a cual más de obvias. Después de todo, no había ido a una clase de ortografía ni a corroborar la oportunista propaganda de MORENA; tampoco a enterarme de por qué había soldados, sino a recibir la dosis de Sinovac que me faltaba. Así que, con los ojos bien abiertos, aguardé sentadita mi turno. En conglomerado tan heterogéneo, sin embargo, la sociología pedía a gritos ser atendida. Y motivos de curiosidad no faltaban.

-“Siéntate acá, madrecita” –indicaba uno. “No se me desesperen, abuelitos” –añadía la gordita más diligente mientras, móvil en mano, nos hacía avanzar como si jugáramos a las sillas. A su lado, otra muchacha con los brazos tatuados anunciaba a “los de la fila” que “ya mero les va a tocar”. “Ya todos traen su papelito? No lo vayan a perder… Cuídenlo bien...”, añadía otra, a quien entusiasmo no faltaba. Mi vecino de atrás, de aspecto bastante deteriorado, despedía un tufo a alcohol que llamó la atención de los del chaleco e hicieron traer a “la supervisora”.

-Señor, así no se puede vacunar. No se cómo lo dejaron pasar.

-¿No? ¿Pos onde sí?

-Aquí le toca, pero viene usted borracho.

¿Yo? No, señito. Hoy, no he tomado.

Entre que si y entre que no,  los comedidos se lo llevaron a medio andar y nos dejaron a los mirones sin saber en qué acabó el episodio. Mi escribano, bolígrafo en mano, siguió frente a mi mirándome con extrañeza mientras yo daba un vistazo a mi alrededor como para no perder detalle de realidad tan insólita: mesas con material de primeros auxilios, bolsas para entregar una botellita de agua, una “alegría” y una manzanita blanca de Chihuahua a los que ya iban de salida, también enfilados; un grupo de bata blanca para “auxiliar” a los que reaccionaran a la fórmula china. Soldados armados… También vi las mantas con mensajes al rojo no tan sutiles; al frente, separados de los demás, decenas de ancianos en sillas de ruedas a los que se les notaba el zopilote en el hombro. Abundaban gritones que indicaban a los vacunados mover “con ánimo” los brazos “arriba y abajo; arriba y abajo…” al ritmo de la rumba que, en vivo y a todo color, interpretaba un grupo situado al frente del todo con las bocinas a todo lo que daban…  Más acá iba y venía un payasito que provocaba más lástima que curiosidad. Y como en los circos de mi infancia, estaban la de los globos, los volantes y dos o tres aprendices de  cómicos, cuya presencia amenizaba el entusiasmo electoral de una 4t que más y peor desciende en vez de siquiera elevar su nivel un puntito.

El enredo de espectáculo, campaña de vacunación y propaganda, sin embargo, no fue lo más curioso, sino la verdad que observé entre los dos grupos humanos igualmente desamparados, a pesar de las diferencias de edad: los ancianos, en mayoría en malas condiciones físicas, económicas, educativas y psicológicas, y la franja de adolescentes y veinteañeros que se veían atrapados en el mismo drama social de los abuelos. Ambos extremos se igualaban en la innegable carencia de garantías vitales; es decir, los de entrada y de salida de la actividad laboral compartíamos el mismo abandono en la sociedad.

Mientras que los mayores exhibían el pasado que cada uno llevaba a cuestas, los jóvenes, un presente con inmensas limitaciones. Dos generaciones tan separadas entre sí representábamos al mismo país quebrantado. No era alentadora aquella evidencia apretujada bajo las lonas de un “parque de diversiones”.  Reconocernos igualados en lo que más lastima a los pueblos me causó una honda tristeza por ellos, por nosotros, por tantas desesperanzas, por tantos empeños desperdiciados y sin sentido. La verdad no requería explicaciones: pobreza mayoritaria sin opciones e igual inseguridad ante el futuro inmediato. Si los de salida somos la evidencia viva de los logros y/o fracasos inequívocos del país, los ninis dibujan la inmensa franja de jóvenes con elementales bases educativas y escasas posibilidades de acceder dignamente al mercado laboral. Unos y otros parecíamos gritar el verdadero estado del país. Sin distingo de clase social,  a la población ya no se la puede atarantar con engaños ni demagogias mesiánicas. Lo que vemos a diario –y especialmente en conjunto- es lo que es.  Las máscaras ya no funcionan. Entiendo por qué la irritación es cada día más evidente, más agresiva y más compartida por millones de víctimas  de la ignominia.

A fin de cuentas, la pandemia ha sido un inmenso y prolongado escaparate para exhibir la verdad social, política, económica, cultural y sanitaria de México, con todas sus miserias. El manejo de las políticas públicas en la salud, la enfermedad, la educación y demás necesidades básicas y servicios asistenciales son indicadores que no mienten sobre este tremendo subdesarrollo. Avanzan meses –y ya años- y no conocemos un plan económico. Nada sabemos de un proyecto de desarrollo con progreso. Ningún aviso sobre energías limpias y cuidado del medio ambiente. Nada sobre seguridad social; nada sobre garantías vitales… Vaya, pues ¿cuál es el propósito de esta farsantería en el poder?

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De la Biblioteca de Alejandría y otras pasiones

May 14, 2021 Martha Robles
Nueva Biblioteca de Alejandría

Nueva Biblioteca de Alejandría

De las grandes hazañas que he leído, conocido o experimentado, ninguna se iguala a la emprendida por Tolomeo II Philadelphus con la construcción de la Biblioteca de Alejandría, en el siglo III a. C. Si episodios como éste parecen sacados del realismo mágico, su continuidad evoca los tránsitos insólitos de los cuentos orientales. Además de alojar a sabios, músicos y eruditos perseguidos o sin patria, este rey/faraón ponía en cuarentena a los barcos  para sustraer y hacer copiar todos los textos que, sin distingo de lengua, llevara la tripulación. Tenía mensajeros y copistas encargados de obtener obras conservadas especialmente en Atenas, aunque cualquier tablilla o papiro era igualmente valioso para hacerse con el mayor acervo de su tiempo.

Tolomeo II ideó y construyó el Museion como un templo de curiosidades consagrado a las musas que no todos sus sucesores mantuvieron ni valoraron con semejante celo. Primer centro dedicado al cultivo de las artes, las ciencias y la filosofía, reunía especímenes vegetales, minerales y animales, estancias, instrumentos comunes y raros, laboratorios, teatro y cuanto fuera necesario para el estudio, la enseñanza, la divulgación y el  intercambio de hallazgos que aún nos benefician. Figuras como Arquímedes, Euclides, Apolonio de Rodas, Aristófanes de Bizancio y tantísimos más participaron del monumental estallido helenista que continuaría con creces la edad ateniense y se anticiparía varios siglos al Renacimiento que tanto admiramos. 

El legado espiritual de aquella proeza se ha recreado en su versión moderna al cumplirse unos 2,300 años de su fundación. Los egipcios honran su pasado  con un par  de obras magníficas que, en sendos edificios,   recobran la significación histórica tanto del sello faraónico como del posterior  helenismo, cuya influencia también nos alcanza. “Somos helenocentristas”, diría Alfonso Reyes, porque Grecia y Roma son presencias vivas e insustituibles que nos recuerdan que, gracias al idioma, formamos parte de la formidable aventura humana en la que el helenismo fue decisivo. Aun sin saberlo ni pensarlo lo confirmamos cada vez que nombramos cualquier objeto, idea u asunto relacionado con el universo, la literatura, la política, la ciencia, la filosofía, el cosmos, la filología, el arte…

Entre el rescate del remoto esplendor del Nilo en un recinto hermosísimo que, cercano a las pirámides, ya aloja a unas treinta momias reales -algunas con sus posesiones mortuorias- y la espectacular biblioteca que evoca el culto a las musas o Museion,  se ha abierto una ruta cultural entre El Cairo y Alejandría a la altura del mejor siglo XXI.  Por su implícita energía civilizadora comprobamos que lo mejor del hombre es una obra en continuidad, a pesar de los reiterados intentos de tiranías, invasiones y fundamentalismos por frenar e inclusive abolir la inteligencia creadora que enaltece a nuestra especie.

De los descendientes distinguidos de Ptolomeo Sóter I, uno de los mariscales de Alejandro el Grande y cabeza de la dinastía de los Lágidas que perduraría tres siglos,  me ha cautivado la hazaña civilizadora emprendida por su hijo, Ptolomeo II Filadelfo, quien gobernó con esplendor del 285 a.C, primero como asociado a su padre enfermo, y en solitario hasta al 246 a.C.  Amante del saber y de gusto exquisito, atrajo y protegió a sabios, artistas y eruditos perseguidos y dispersos en Asia Menor, especialmente judíos. Los proveyó con largueza de cuanto fuera menester y dejó que la razón en libertad hiciera el resto para honra y memoria de los alejandrinos.

Pieza decisiva del helenismo, este Rey-faraón de origen macedonio encumbró la dinastía finiquitada por Cleopatra VII al ser derrotada por Octavio, alrededor del convulso año 30 a. C., aunque la batalla de Action, en el 47 a. C.  hubiera fechado el fin de cualquier resabio que pudiera identificarse tanto con el legado faraónico como con la edad ateniense.

Fascinada con los remotos relatos sobre la busca y pesca de rollos, manuscritos, tablillas y cuanto papiro o superficie estuviera escrito, hace años me concentré en esta  aventura en dos títulos especialmente queridos: Memoria de la Antigüedad y Los pasos del héroe. Tramada de fábulas y datos insólitos, la Antigüedad es un surtidor inagotable de ideas, cuentos, poesía y ocurrencias. Pobres generaciones actuales que, con programas educativos tan elementales como los de la SEP, poco o nada conocen de la historia de la cultura: única que, por su diversidad y contenido casi inabarcable, trasmite lo que ha sido, es y aún puede ser el hombre en cualquier circunstancia.

 Gracias a los griegos y latinos supe que es delgada la línea entre lo real y la ficción. Que la imaginación es el mejor instrumento del saber, que como sea hay que explicar lo inexplicable, que un manuscrito llama al otro y que, a partir del mito de la caverna, la vida es un tránsito incesante de la oscuridad hacia la luz. Así caminamos hacia el idílico Shambala en pos de un sentido, el sentido de ser. Así mismo transitamos por entre obras, épocas y  registros de lo que fueron capaces algunos hombres por el hecho de crear, rescatar y conservar el saber.

Si algo de esa pasión que inspiró e hizo crecer al Museion y a la célebre Biblioteca de Alejandría tocara a quienes con tanto e irracional ahínco se aferran al peor ejercicio del poder, otra sería la historia y otra la actitud al gobernar. Por desgracia, solo los grandes espíritus entienden de qué se trata la grandeza. El delirio y no la razón creadora se ha infiltrado en las rebatiñas que, políticas o no, han hecho del poder  un averno que a todos nos condena. Más que nunca debemos insistir en que si no es por la cultura, nada habrá de salvarnos.

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Recordar, otra vez: de las madres de ayer

April 29, 2021 Martha Robles
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Por uno de esos actos de ingenuidad, en la adolescencia se me ocurrió enviar a Excélsior una carta a la convocatoria anual del día de las madres. No lo dije a nadie, pero al depositar el sobre en el buzón me vi con el triunfo en la mano. Me creí original y adelantada porque, lejos de ponderar la abnegación, la paciencia, la fertilidad y demás prejuicios que se confundían con virtudes, en una cuartilla me puse del lado de la maternidad voluntaria, limitada y responsable, algo que solo creí posible al través de la educación. Para colmo, no solo renegué de las familias numerosas, también rematé la misiva con una alusión a las mujeres desesperadas que no tenían cómo ni con qué sacar adelante a su prole.

Obviamente, no tenía idea de que casi la mitad de las mexicanas en edad fértil eran madres solteras. Como no fuera el INI, fundado por Eva Sámano para dar desayunos escolares, no existían políticas asistenciales para la mujer y sus hijos. Ignoraba cuánta violencia sexual y social había en las frecuentísimas niñas / madres. Aunque cursaba la secundaria o la prepa, no tuve la agudeza de averiguar por qué era tan visible la diferencia entre la realidad de los hombres y la de las mujeres. Tampoco pregunté de qué se trataba el fenómeno de los hogares de padre ausente, porque era tan visible que se daba por sentado. Al menos asociaba la maternidad múltiple con la violencia hacia la mujer. Me parecían monstruosas las familias numerosas y abominable el modo de crecer y vivir de los mexicanos. Etiquetaba a “las felices familias mexicanas” de monumento a la hipocresía. En suma, la tal carta era un testimonio de que ya estaba y seguiría estando fuera de lugar.

Mi temprana contribución periodística al día de las madres con seguridad acabó en el tacho de basura. ¡Lástima! Al tiempo, esas páginas mostraban qué pensábamos y hacia dónde íbamos. Incapaz de recordar su contenido preciso, conservé la sensación de que mi propósito era insistir en que la maternidad debería dejar de ser sinónimo de sacrificio y existencia desesperada. Escribí lo contrario de lo requerido para homenajear a “las cabecitas blancas”, esas heroínas domiciliarias a las que, “en ese su día”, los hijos le rendían “un sentido tributo”. Mi “tributo” no podría ser más amoroso al dirigirme, como se indicaba en las bases de la convocatoria, “al corazón de una mujer”: desearle una maternidad digna.  

Cuando vi publicado el panegírico premiado abrí tamaños ojos: ridículo y retrógrado, era una exaltación al catolicismo colonial en el más puro barroco. Más que disgustarme por no haber merecido siquiera una mención, me di cuenta de que no solo las mujeres estábamos atrapadas en un pasado secular, también la prensa exhibía un atraso imperdonable. Eran años en que a duras penas y con la sanción eclesial, se empezaba a comercializar la píldora con un sin fin de requisitos. No obstante con timidez, llegaban libros sobre la urgencia del control de la natalidad. Los demógrafos advertían sobre los riesgos de la sobre población. Desde los Estados Unidos se expandía el clamor de las feministas por la equidad, el aborto y el amor libre; proliferaban movimientos en pro de derechos sociales y civiles y el mundo se inclinaba hacia una izquierda que  estallaría con la diversidad generacional del ´68. 

En tanto y la década de los sesenta iba marcando hitos cada vez más significados en un mundo ajeno a los mexicanos, aquí se premiaba el homenaje del buen hijo a quien “le había dado el ser”. Incapaz de recrear las “muestras de amor y ternura” prodigadas a la santa madre, en esencia y más allá de lo que el Excélsior pretendiera mostrar como divisa de periodismo, se honraba la maternidad con referencias a la Virgen María y de manera directa con las bondades modélicas de la Guadalupana.

No podría asegurar que esa temperatura haya desaparecido del talante general de los mexicanos. Si han variado, en cambio, las actitudes de las generaciones según los niveles y la calidad de la educación: indicador que era prácticamente inexistente durante mi adolescencia, pues casi la totalidad de las madres a duras penas habían concluido la primaria. Solo unas cuantas privilegiadas conseguían acceder a los estudios superiores. Que ahora México tenga miles y miles de profesionistas en todas las especialidades es una verdadera hazaña. Por miles también hay madres que continúan sus estudios. Aunque reflejen la inequidad brutal de nuestra sociedad, las libertades y los derechos femeninos son una realidad que puede y debe hacerse cumplir. No podemos ni debemos remontar un tiempo de oscuridad. Si no se entiende que las mujeres somos el núcleo del desarrollo con progreso, las madres  seguirán siendo un indefenso eje reproductor de la miseria con ignorancia.

 

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Alaíde Foppa. Su signo trágico

April 12, 2021 Martha Robles
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Empezaba a leer El segundo sexo cuando la conocí.  El feminismo se infiltraba a cuenta gotas en la Universidad. Con Cuba en el corazón, el ‘Che’ en las consignas, los ideales en las guerrillas y el estalinismo en la ceguera ideológica, las izquierdas no reparaban en la llaga más rancia de la opresión femenina. Era la Guerra Fría: la Iglesia tiraba con fuerza  hacia la derecha atada al capitalismo. Con igual intensidad el comunismo jalaba hacia una izquierda múltiple, pero tan intolerante y cerrada como su contraparte. En los agitados años sesenta y setenta, en medio quedaban colgadas las mujeres, los afroamericanos, los asiáticos, los “braceros” y la amplísima muchedumbre confinada en “minorías”: sórdida y confusa clasificación para los indeseables en Estados Unidos.

Un buen número de iniciadoras de los movimientos de liberación en ese país se decepcionaron con la New Left y demás vertientes en boga porque, en vez de tomarlas en cuenta, los activistas las usaban de secretarias, en la cama, para servir los cafés o repartir volantes. Así, la lucha de las mujeres siguió por su cuenta. Mientras tanto, a América Latina y empezando por las ideas, todo llegaba tarde y torcido. Las dictaduras no daban tregua y por montones los jóvenes soñaban unirse a las guerrillas. No regresó la mayoría de los atrevidos. Las lectoras en otras lenguas se contaban con los dedos. Hasta en eso era distinta Alaíde Foppa. Estaba marcada por residencias pasadas o recientes en Europa, por su inteligencia crítica y su amplitud de miras, por su matrimonio con un adinerado abogado formado en Alemania, Alfonso Solórzano, fundador del Partido Guatemalteco del Trabajo, con quien tuvo que exiliarse en México al ser acusado de izquierdista.

Fue de las poquísimas en conocer en estas tierras The feminine Mystique, publicado en 1963. Su autora, Betty Friedan, haría estallar la revolución sexual a partir de sus señalamientos no ideológicos, sino centrados en la invisiblilidad de las mujeres y con la tesis que Alaide enarbolaría como divisa de equidad más de una década después, al discurrir y cofundar, en 1976, la popular revista FEM: el feminismo hermana a todas las mujeres sin distingo de clase, credo, ideología, raza, cultura o condición económica. En tanto y los movimientos avanzaban con altas temperaturas en estados como California, en México unas cuantas mujeres elevaban a Beauvoir a santa patrona del feminismo. Las "de avanzada" la llamaban "Simona" con la pedante y falsa familiaridad de quienes creían saber todo lo que había que saber –y más- de equidad y alegatos liberadores, no obstante su actitud discriminatoria. Sin negar su importancia, la supremacía de El segundo sexo impidió en cierta forma un oportuno y necesario acceso de las latinoamericanas a la variedad de versiones que, sobre todos los aspectos de la realidad femenina, invadieron las editoriales en los países avanzados.

Por encima de las que comenzaban a darse a notar, Alaíde era un carácter. A primera vista me deslumbró su singularidad. Cubría su cabeza con turbantes de seda, como Simone de Beauvoir, pero sin renunciar a su individualidad. Poeta, maestra, traductora e historiadora del arte, nació en Barcelona, ​​pero vivió en Bélgica, Francia, italia, Argentina y Guatemala, su patria. Al emprender en México una historia familiar de exilios, en 1946 nació Julio quien, aunque procreado con Juan José Arévalo, expresidente de Guatemala, fue adoptado por Solórzano y considerado el primero de sus cinco hijos.

Compañeros en la Facultad, otro de sus hijos, Mario Solórzano Foppa, me llevó a conocerla. Adormilados por el espantoso aburrimiento de las clases, no dudamos en emprender la retirada. “Te invito a desayunar –me dijo con su sonrisa habitual- la vas a pasar mejor que aquí”. Era encantador. Ducho en varias materias, ya había transitado unos semestres por la carrera de arquitectura. Moreno, de abundantes cabellos rizados, de complexión maciza y talento notable, opacaba el tono general de la Facultad. En cuanto llegamos a su casa de la calle Hortensias, en la colonia Florida, entramos hasta la habitación de su madre. Y ahí estaba ella, sentada entre almohadones a media luz, como una reina en el centro de la cama. En sus piernas, sobre la manta, la mesita donde solía escribir antes de levantarse tarde; a su lado, una charola con el café en loza de porcelana. Sofisticada, seductora, distinta, Alaíde hablaba con voz dulzona y pausada, sin ocultar su gusto afrancesado y sin caer en lugares comunes. Tras revisarme con discreción de pies a cabeza, me indicó que me sentara a su lado. Cautivada, pasaron horas sin darme cuenta. Cultivamos cierta amistad solo interrumpida durante mis estancias en el extranjero.

Alaíde fue un carácter. De ascendencia guatemalteca por parte de madre y argentina por la vía paterna, nació en Barcelona. Antes de exiliarse en México e impartir clases de literatura italiana y sociología en la UNAM, vivió en Guatemala, donde inició su compromiso al sumarse a la Agrupación de Mujeres contra la Represión. Era una delicia charlar con ella y atestiguar cómo estaba consciente de su natural elegancia, a pesar de ser una legítima luchadora social. Respecto del refinamiento que lejos de ocultar afianzó, no faltaron prejuiciosas que descreían de su conciencia crítica acaso porque, en su cortedad, les costaba asociar inteligencia y feminismo con educación esmerada.

Las guerrillas guatemaltecas de los años setenta hicieron que la fatalidad entrara en su casa por la puerta grande. Los gorilatos eran feroces y fáciles de contagiar los ideales liberadores. La casa de los Solórzano Foppa, en México, nunca estuvo cerrada para combatientes ni luchadores sociales. En unos cuantos meses, entre 1980 y 1981, la familia quedaría rota y devastada: su hijo Juan Pablo, miembro del Ejército Guerrillero de los Pobres, fue abatido por las fuerzas del gobierno guatemalteco, en junio de 1980. No pasaron dos meses cuando Alfonso, su padre, en agosto fue atropellado acaso accidentalmente en la Avenida de los Insurgentes. Con el dolor a cuestas por el hijo y el marido, Alaide inventó cualquier excusa para regresar a Guatemala de manera clandestina e integrarse a la guerrilla. De inmediato fue secuestrada y declarada oficialmente “desaparecida”, el 19 de diciembre de ese año, 1980, con 66 años de edad recién cumplidos. Como si las desgracias no bastaran, mi amigo Mario, fundador del Nuevo Diario y director de un programa de televisión en el Canal 7 local, fue ametrallado a plena luz el 9 de junio de 1981, en la 9ª avenida de la ciudad de Guatemala, sin que quedaran rastros de su cuerpo. La noticia del crimen fue demoledora…

 De los tres hermanos sobrevivientes, leí que ninguno siguió en México: Julio y Silvia eligieron Guatemala; y Laura, Ecuador. De tantas tragedias que conocimos de cerca o de lejos en aquellos años, ninguna calaría tan hondo como la de Alaíde y su familia. Su memoria es un latigazo ardiente. Del psicoanálisis a la guerrilla, del arte en general a la poesía, del libre pensamiento al feminismo, de los derechos humanos a la defensa del planeta… Se trataba de abarcarlo todo cuando el mundo nos atiborraba de mensajes contradictorios que, de menos, desembocarían en la violencia actual. En aquella vorágine, forjar un destino no era desafío menor. Sobre la memoria de crueldad y tantos muertos, muchos de nuestros mayores cayeron en el olvido, legaron cenizas o se perdieron en laberinto. El recuerdo de Alaíde Foppa, en cambio, insiste en llenarme de dudas sobre el sentido y la trascendencia del sacrificio que solo deja dolor en quienes quedan para llorar las ausencias.

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De mis diarios. Más de memoria

April 3, 2021 Martha Robles
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El día en que el Cantar de los cantares apareció en mis pesquisas caí en estado de fascinación: “gravedad del alma”, lámpara de luz… Busqué más y más. El futuro cabía en un puño y el pasado era pobre de memoria. Leía sin orden ni guía, como mejor me he orientado hacia la palabra esencial. No tuve nadie a mi alrededor. Supe cuán desconcertante y sutil puede ser la expresión de lo humano. Supe, también, que la respuesta es que no hay respuesta; empero, hay que atreverse con la oscuridad, con lo innombrado, con la vida / viva. Primero me concentré en mis diarios: había que templar la mano y no ceder a la tentación de la violencia exterior. Luego, pensar el sentido de las palabras y su dibujo en el ser interior. Contemplaba en silencio de tiempo atrás. Me aterrorizaban los gritos. Descubrí en la música y su belleza sin letra esa felicidad que desde entonces me envuelve como ángel guardián.

Cuando puse la pluma por vez primera sobre la página blanca, comprobé que el mundo literario era cosa de hombres, igual que las academias y la magia que abre cerrojos, los reconocimientos y desde luego, la muy precisa forma de mirar y comunicarse con los demás. Ni qué agregar si se trata de ella, “la otra”, en el exclusivo club de las publicaciones. Todo adquiría forma de tiniebla aquí, donde ese mundo infranqueable se apretaba en el Altiplano donde ser vista, oída, leída, respetada y reconocida era prácticamente impensable a condición de andar en la procesión, repicar las campanas y cumplir con los requisitos establecidos por leyes no escritas, aunque selladas a hierro y fuego en la costumbre del acomodo.

Me pareció horrendo el desparpajo de una o dos aplaudidas por su ingenio ruidoso y escasas ideas en los entonces importantes suplementos culturales: nada qué ver con la cultura refinada y la inteligencia avezada de Alejandra Pizarnik, Virginia Woolf, Isak Dinesen, Victoria Ocampo, Rosa Chacel , Marguerite Yourcenar, María Zambrano, Susan Sontag, Hannah Arendt… Ningún parentesco con tantas cabezas femeninas excepcionales que a duras penas, pero en ritmos distintos, florecían en el mundo de afuera. Había que buscar con lupa bajo las sombras largas porque la medianía había refundido a las más talentosas en el mexicanísimo ninguneo. Preferí voltear a otro lado y no participar en las batallas de quienes harían cualquier cosa con tal de ser vistos. 

No bien estudié las obras que en su hora me llevarían a escribir La sombra fugitiva para comprobar que, aunque sobraran alardes, faltaba mucho trabajo en esta cultura. Pasé página. Elegí leer a mis mayores sin renunciar a los que ya apreciaba de tiempo atrás. Me sentí ahogada aquí adentro: demasiados obstáculos, suspicacias y murmuraciones. Inhalé y exhalé. Para vivir miré afuera con la consigna de concentrarme en lo mío y no detenerme en lamentos ociosos. Así me apliqué a crear una voz propia en un medio cerrado y a burlar el panteón masculino como aprendí de las extranjeras, no obstante con desigual fortuna. El saldo de tanta y tan poca vida apretada en “un baúl lleno de gente” –como diría Antonio Tabucchi-, quedó inscrito en la primera línea de La condena: Mi memoria se balancea sobre el abismo…

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Retorno a los años oscuros

March 29, 2021 Martha Robles
Pío XII. Noticias del Vaticano

Pío XII. Vatican News

Yo no había nacido cuando Simone de Beauvoir, iluminada al lado de Jean Paul Sartre, observa a su alrededor y reconoce en carne propia que su situación no es igual a la de sus coetáneos varones. Publica entonces El segundo sexo como quien clava un hacha bajo el Arco del Triunfo. Decir que no se nace mujer sino que se llega a serlo provoca tal escándalo que tres, cuatro y más generaciones después su nombre sigue agitando  los santuarios feministas.  Ocupada en controlar la mente y condenar los pecados de la carne, la Iglesia católica hace la vista gorda mientras Pío XII, reconocido conservador y anticomunista, mantiene secretas ligas con Mussolini y la Alemania de Hitler.  No obstante las exigencias de los aliados para que fijara una postura crítica, el silencio del Vaticano confirma el antisemitismo papal. Solo los católicos pasan por alto que en 1933, como secretario del Vaticano, el aún llamado Eugenio Pacelli propició un concordato entre la Santa Sede y la Alemania nazi para que “a cambio de no intervenir en política”, el régimen de Hitler “respetara los derechos de la Iglesia”. Las consecuencias de tan vergonzosa actitud nos afectarían inclusive a los no nacidos aún.

Ni de lejos estaba previsto que yo fuera concebida cuando Virginia Woolf, depresiva vitalicia, llenó con piedras los bolsillos de su abrigo, tiró su bastón  y paso a paso, desesperada aunque decidida, se adentró en río Ouso para que la corriente la arrastrara hasta el fondo. Tampoco estaba en el mundo cuando ocurrió la mayoría de  sucesos negros del siglo XX, incluidos los asesinatos de García Lorca y Miguel Hernández. Crecí sin que nadie citara las bombas arrojadas a Hiroshima y Nagasiki. Nadie nos instruyó sobre la fundación de Israel y el drama palestino. Tampoco existieron Gandhi, la independencia de India y la desobediencia civil en el imaginario mexicano. Jamás oí comentarios sobre el Holocausto, los campos de concentración y los crímenes cometidos tanto por el fascismo alemán como por el estalinismo. Distraídos con los primeros culebrones radiofónicos y televisivos, quienes me precedieron estaban más interesados en Jorge Negrete, Cuco Sánchez, Consuelito Velázquez y en el batallón de nutrientes que, a la par, encumbró “la época de oro del cine nacional”.

Hasta descubrir su invaluable aportación a nuestra cultura, el exilio español era una entidad etérea, ajena al interés de las escuelas que, por descontado, no estaban enteradas de nada. Nadie, nunca, se refirió al genocidio cometido por los belgas en el Congo. En vez de abrirnos los ojos, las monjas de mi escuela ponían al frente la alcancía de “un negrito” de barro, arrodillado con las manos en actitud de oración. Cada mañana depositábamos una moneda en su espalda, “para las misiones en África”.  Rezábamos para que se acabara el comunismo. Se daban por sentadas las dictaduras en América Latina, las guerrillas y los levantamientos campesinos. México era una burbuja en la que no había problemas sociales ni persecuciones, solo “gente perversa o revoltosa”. No existían la lucha de clases, la miseria con ignorancia ni la violencia.  Cuando una hija de familia “salía con la novedad” de estar embarazada, el padre, enfurecido, ponía el grito en el cielo (cuando había padre). Tras el consabido “¿cómo me has hecho esto?”, se iba contra la madre por no haber cumplido “con la única obligación que tenía”: vigilar el himen de las hijas. Lo que seguía es la historia de nuestros días.

Inmersos en la Guerra Fría y de espaldas al historial de infamias, millones de mexicanos venimos al mundo al filo o durante la segunda mitad de uno de los siglos más decididos a acabar con nuestra especie y la vida en el planeta. Mientras Europa se levantaba con brío de sus cenizas y los Estados Unidos se convertían en la mayor potencia internacional, aquí enseñaban a leer con resabios de las Rosas de la infancia. Martín Luis Guzmán  diseñaba y revisaba “los textos únicos” que NO distribuía la SEP en colegios privados en los años sesenta, aunque tampoco estaban al día respecto de las ciencias, la política, la sexualidad y las artes de la hora. Antes de que el ’68 levantara el tapete de la hipocresía mexicana, la intolerancia religiosa, aunada al nacionalismo exacerbado y al falso laicismo, sometía a la sociedad entrampada en su pasado. Pasado al fin, arrastraba la imposibilidad de construir un gran país. Enajenados por el síndrome de la derrota, ahora “todo se agita para que todo vuelva a su lugar”. Correr hacia atrás con la ilusión de avanzar es el prejuicio mejor divulgado por la facción reaccionaria que nos “gobierna”. MORENA o 4t, que más da: solo cambia la insignia. Sea al través del repudio a las energías limpias, por el odio a la cultura, a las libertades, a la inteligencia educada o al progreso, la consigna es una sola: remontar los años oscuros con moralinas renovadas.

Como nosotros ayer, los escolares de hoy ignoran todo respecto de los sucesos de su tiempo: la realidad mexicana, la tragedia siria, Afganistan, las inhumanas corrientes migratorias… No tienen idea de lo que ocurre en el Medio Oriente ni a su alrededor. Carecen de complementos formativos en el arte, la política y la ciencia. Sus lecturas, su interés musical, su formación cívica, su curiosidad, la historia, la filosofía, la gramática… La condena sigue sobre nuestras cabezas como la espada de Damocles: mismos o peores acarreos políticos,  resignación, miedo, lambisconería, complicidad, bajeza… No te expongas… No digas, no critiques, no hay ninguna necesidad… Y la culebra no cesa de reptar, tal como lo anticiparon en Tenochtitlan los remotos, remotísimos presagios. Sin embargo, aturrullados, impera la misma indiferencia de lo que hay en o más allá de nuestras narices.

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De los días de "prende el radio"

March 21, 2021 Martha Robles
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Al amanecer mi padre encendía la radio. El Telefunken de bulbos con teclas para seleccionar estaciones era un lujo que alguien le había traído “del otro lado”. La luz “se iba” con frecuencia, inclusive durante horas, y el agua no siempre salía limpia del grifo.  A pesar de que la SEP a cargo de Jaime Torres Bodet recomendaba otros textos, en mi colegio de monjas las niñas seguíamos leyendo las historias, fábulas, relatos y fantasías en la añosa y muy católica serie Rosas de la Infancia, de María Enriqueta Camarillo de Pereyra: lectura indispensable “para que aprendiéramos a escribir y redactar bien, sin apartarnos del camino correcto”.  Pasado el medio siglo no había mucho de donde escoger: nuestro mundo era pequeño, el atraso social inmenso y el progreso, cosa de gringos. Así que solo teníamos acceso a la XEW y poco más. A solas yo movía la perilla a derecha e izquiera con invariable e inútil expectación porque, como mucho, solo encontraba la XEQ con lo mismo de siempre. El chirriar aflautado era infaltable. Atesorado en su mesa de noche, el aparato encabezaba la tecnología de punta antes de que, de manera tardía, hubiera lavadoras eléctricas y televisión en mi Guadalajara natal.

Las lluvias torrenciales eran el único reloj de los cambios. Las corrientes cargadas de basura anegaban calles y patios; los niños chapoteaban y los vivos tendían tablas, huacales o sillas de palo enfiladas para que se pudiera cruzar a cambio de una propina. Me despertaba “La hora del granjero” con “el que madruga Dios lo ayuda” en voz de Héctor Martínez Serrano que leía cosas, daba consejos y entretenía “a la gran República Mexicana”, hasta tener que salir corriendo a la escuela. Igualados por la única oferta de distracción masiva, pobres y ricos canturreaban boleros y canciones rancheras, trasmitidas también por la XEQ.  Adueñadas de los espacios domésticos, a hurtadillas las sirvientas seguían con fidelidad los episodios de las radionovelas que, con gran sentido, en el futuro se les conocería como “culebrones”. 

Ni grandes ni chicos se perdían unos chafísimos concursos nocturnos, encabezados por el memorable y “culto” Doctor IQ quien, pegado al micrófono, ponía en evidencia la ignorancia “enciclopédica” de los asistentes. ¡Pero, qué pendejos! –gritaba mi padre-, mientras el culto cultísimo Doctor IQ lanzaba preguntas como ésta a los concursantes elegidos allá, “arriba a mi derecha” o “abajo a mi izquierda”:

-Fue indio zapoteca, pastor y abogado. Nació en Guelatao, Oaxaca, en 21 de marzo de 1806 y casó con la hija de su patrón. Defendió la soberanía combatiendo y haciendo fusilar a Maximiliano…”

Y el concursante elegido, después de quebrarse la cabeza durante una larga pausa que ponía de nervios a los escuchas, respondía: “¡el padre Hidalgo, doctor!”. “No, no fue el cura Hidalgo –interponía el doctor IQ con admirable paciencia-. Le daré otras pistas, fíjese bien:

-Se le conoce como el Benemérito de las Américas, fue liberal y presidente de la República durante varias etapas, entre 1857 y 1872. Fue autor de la célebre frase ‘Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz’...

-¡Sor Juana, doctor!

Las carcajadas no se hacían esperar, sobre todo porque, a gritos que llegaban hasta mi oído, le ayudaban los del “respetable público” con la respuesta correcta: “¡Benito Juárez! ¡Benito Juárez!”. La XEW marcaba las horas “del acontecer nacional” y de hecho, creo que desde entonces comenzamos a escuchar los domingos por la noche “La hora nacional”. No había más: ni teatro ni conciertos ni exposiciones ni librerías, salvo la Font, frente al despacho/notaría de mi abuelo Emiliano, en la calle López Cotilla.

Para amedrentar a los niños se les amenazaba con la aparición del “coco”, con los “robachicos” y ni qué decir de la tremenda peligrosidad de los intimidantes gitanos, que solían acampar en las afueras de la ciudad.  Aborrecidos más que discriminados, los gitanos, húngaros o robachicos sentaban fama de ladrones, timadores y secuestradores de infantes sin ningún fundamento. Sin embargo, así nos enseñaban a discriminar. Como no fueran los supersticiosos que voluntariamente se hacían leer la mano o las cartas por aquellas mujeres vestidas con blusón, faldones floreados, pañuelos y muchos collares y pulseras baratas, nunca supe de nadie que se hubiera acercado a los campamentos proscritos. Pero de eso estaban hechas las creencias populares, de aborrecimientos a lo distinto y ajeno y  de conductas tan primitivas que al residir en la ciudad de México, a partir de los sesenta, tuve la gratísima impresión de haber llegado al ombligo del mundo.

Cuesta creer que mientras que los Estados Unidos se convertían en la mayor potencia mundial, a pesar de que décadas atrás estaban en situación igual o peor a la de los mexicanos, aquí nosotros seguíamos empeñados en llegar al siglo XXI atornillados al XIX, como si el XX fuera solamente una cuneta en el atraso y espacio natural de la incivilidad que tanto, tantísimo disfrutamos.

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Metamir: mirar lo oculto

March 14, 2021 Martha Robles
M.C. Escher

M.C. Escher

Sin la gracia de “ver” más allá de lo aparente no habría ciencia, tampoco política de altura ni gran literatura. Lograrlo requiere una óptica refinada para percibir el flujo y reflujo de lo consciente e inconsciente; es decir, más que plegarse a las leyes de la  óptica tradicional, Primo Levi tuvo el acierto de definir metamir a la suerte de “espejo metafísico (…) que reproduce tu imagen tal como es vista por quien está frente a ti.” Lo hizo en una obra que releo con frecuencia: The Mirror Maker: Stories and Essays  (1989), traducido del italiano por Raymond Rosenthal.

Se trata de atinar con el ser que es o subyace detrás del personaje y que con frecuencia lleva a los lectores a preguntarse si Fulano no es en realidad un retrato de Zutano. Yo misma he dado vueltas al secreto de más de un impostor en política y no se diga respecto de la duda de si no era la propia Yourcenar la que se mostraba en boca de Adriano o si Nabokov prefirió trascender como el cazador de mariposas de la fotografía en vez de aceptarse en el alias y pederasta Humbet Humbert de su Lolita.

Fascinada con el hallazgo de Primo Levi, Nadine Gordimer, ganadora del Nobel en 1991, reiteró que no hay ficción sin un sustento de realidad porque el escritor, al reunir rasgos recurrentes para conformar al personaje ficticio, “selecciona y mezcla diferencias que la imaginación adopta para sus propósitos”. Cuanta más avezada esta  mezcla más acertado el perfil del observado. Me refiero al don de  descifrar lo oculto, lo que no se ve ni se sabe pero atina con lo esencial de una situación o un carácter. Por extensión, el fenómeno vale en la habilidad del médico para diagnosticar mediante unos cuantos destellos o al talento del artista al pintar al retratado. Asimismo se expresa el genio del escritor ante el tirano enmascarado de redentor, la embaucadora bajo el disfraz de dulce paloma, al embustero, una historia…

 ¿Qué artista o pensador no provoca especulaciones sobre el rostro expuesto pese a la máscara, el criminal revestido de seductor, el dictador, el cobarde, el simulador y, en suma, cuanto desnuda al ser que es aunque enmascarado de lo que no es? Sin la óptica del  General Patton  no se habrían discurrido estrategias para conocer y abatir al enemigo.  Por estar en posesión de un metamir singularísimo, Churchill llegaría a afamarse como uno de los estadistas más brillantes del siglo XX.

Cuando lo es en verdad, el escritor que está frente a ti te ve, te ve tal cual sin importar lo que aparentas. Y con esta claridad lo explica Nadine Gordimer: de la colección siempre incompleta de destellos de lo que el individuo es, “el escritor retiene uno o dos, quizá, para uso futuro en la personalidad de alguien totalmente distinto (…) Una de sus pocas certezas es que la inconsistencia es la consistencia del carácter humano.” La virtud del metamir consiste de eso, precisamente: recibir lo que no se dice cuando el otro habla; leer la furia en los ojos del que niega una sonrisa; interpretar mensajes amordazados, descifrar gestos, cruzar recuerdos con señales en boca de otros…

 “Ver” lo que no se sabe o se esconde, aunque los demás no lo noten: tal la gracia de los llamados a descifrar, además de la identidad de una criatura ficticia, signos mágicos o crípticos. Al abundar en la sinrazón del odio nazi contra los judíos, Primo Levi ilustró esta visión interpretativa a propósito de Timoteo, un fabricante de espejos que, en pos del cristal perfecto, gastaba sus horas diseñando azogues. Tras mucho probar, Timoteo halló un pequeño cristal, adhesivo y flexible, que al ponerlo en la frente de alguien hacía que el otro lo viera –lo leyera- no como era ni como creía ser, sino tal y como era percibido. Para una víctima de los nazis, como el propio Primo Levi, la analogía enfatiza destiempos y distancias entre vencedores y vencidos no solo respecto de lo que unos y otros decían, sino de sus diferencias entre saber y creer, entre ser y estar.

Escribió además que el metamir en la frente de una madre la hizo verse como ángel a los ojos del hijo. Un hombre feo y sin atributos pudo reconocerse guapo y deseable en el espejo de la amada. El criminal se descubría tras la apariencia de bondad, y así sucesivamente. Los conquistadores no veían personas detrás del aspecto distinto, solo veían en los naturales idólatras, bárbaros, pecadores, monstruos hijos del demonio cuyos bienes codiciaban. A su vez, los naturales en principio veían al extranjero con sus arreos como dioses o seres extraordinarios; luego quedó entre ambos la verdad de su derrota.

Nunca igual ni para todos la misma, la imagen reflejada en el metamir mostró a Timoteo que hay tantos yoes cuantas personas los perciban desde su propia perspectiva. Los ejemplos abarcan la vida misma. También el fabricante de espejos descubrió que su metamir poseía la virtud de reforzar sentimientos recónditos y de dotar a quien lo veía de una mirada más penetrante o al menos diferente del observado. Su enfoque provenía de una óptica distinta que, reinterpretada por la escritora Nadine Gordimer, utilizó para explicar su propio  proceso creador: Their reactions to his affliction will be a Metamir's report on how each of those people perceives him. En el caso del novelista, más da en el blanco cuanta más aguda su aptitud para mostrar “lo que es y hay en verdad bajo máscaras, gestos o aliños con que pretendemos simular que somos mejores de lo que ven los demás.” A fin de cuentas,  “Nada es verdad ni mentira, todo depende del cristal con que se mira”.

El ojo que ve, los sentidos que perciben, el oído que oye e interpreta y la lectura del fondo encubierto  participan al descifrar, etiquetar e interpretar al otro, así como al elaborar una versión más amable de sí mismo. En posesión de su metamir, el hombre primitivo se autodescubre bajo la tutela de sus dioses. El metamir extrae el fondo de la forma, la fuerza de la debilidad aparente, la belleza de la fealdad… Esopo vio el lado oculto, el carácter recóndito y humanizado en los animales de sus Fábulas. Homero y Shakespeare, por su parte, vieron mejor y antes lo que a los demás no les estaba dado  percibir. De tal óptica además surgieron relatos fabulosos en los que un héroe podía batirse con monstruos alados, con minotauros invencibles o con la cabeza de la Hidra coronada de serpientes que, como el mal, se reproducían cuanto más se las cortaba. 

Esta peculiaridad atiende los reclamos de la mente. Tiene la gracia de ver, descifrar y ajustar para representar el mundo de modos distintos. En tal agudeza, a fin de cuentas, se oculta en primera instancia el arte de las letras, pero también  el del lector que descifra la historia más allá de la historia, al hombre detrás del personaje, lo real más allá de la ficción.

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Hipocresía y violaciones sexuales

March 1, 2021 Martha Robles
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Durante años y décadas han sido miles, millones de mujeres y niñas  atacadas por psicópatas impunes, orgullosos de su bajeza e imparables en sus acosos, inclusive durante la vejez. Es tan tremendo el impacto de la agresión sexual que las víctimas se debaten entre el deseo de morir y el impulso de sobrevivir. La vejación sexual está entre las torturas extremas. Saña por excelencia, soldados, invasores y la más baja ralea violan como sello de supremacía para anular al derrotado. El pene es el arma que sigue matando después de atacar: penetra, desgarra el alma y abre una herida tan honda que el dolor dura hasta después del dolor.

Si la situación de la mujer y su prole es en el mundo medida de la realidad social,  la indefensión femenina lo es del atraso de la cultura. Maltratar, zaherir, someter, acosar, usar a la mujer distingue a organizaciones tribales, sin instituciones democráticas. En eso consisten las grandes contradicciones del México contemporáneo: avanzar económicamente en ciertos aspectos, fomentar la partidocracia, simular gobernabilidad y, mientras se enmascara el machismo, dejar que la criminalidad marque el paso a la ciudadanía intimidada. Dada la ínfima calidad cívica y judicial del país es posible violar, esclavizar, secuestrar, asesinar y ejercer cualquier tipo de violencia contra la mujer, inclusive con la complicidad de partidos políticos y gobernantes que, de menos, hacen mutis ante el espectáculo dantesco.

No es casualidad que las causas femeninas encabecen las grandes reivindicaciones de los derechos humanos en el mundo. Al Estado mexicano, sin embargo, le tiene sin cuidado la extrema indefensión de las mujeres y su prole. Por eso los delitos se agravan. Por eso la historia ha sido una y la misma: todas calladas, todas arrastrando la indignación y el secreto deseo de desenmascarar a los agresores, exhibirlos y exhibir donde las miserias ocultan su prerrogativa. Todas conscientes de la inexistencia de derechos. Y todas aun contra su voluntad y en detrimento del imperativo moral por su natural indefensión, al callar encubren la barbarie del agresor a causa del miedo teñido de íntima vergüenza. 

Todas, todas las mujeres sabemos que se protege a los criminales y que se les ampara a la sombra del erario. Sean niñas, adultas, niños e inclusive jóvenes -como los violados y/o abusados por curas-, las víctimas quedan irremisiblemente paralizadas de terror, impotentes y mordiendo la humillación. Amenazadas, intimidadas y conscientes de que no ha habido dios, autoridad ni justicia a quién acudir ni confiar, quedan marcadas de por vida. Sin distingo de edad, el agredido sabe exactamente en qué clase de país vive porque, por donde mire reina el desamparo.

Todas las víctimas tenían y aún tienen que "aguantar" en este México donde los hombres son tan buenas personas que “ayudan” a las mujeres: así la ley del machismo. Eso, sin contar decenas de miles de feminicidios impunes. Eso, sin agregar golpes, violencia ciega y sorda, humillaciones públicas y privadas, controles, vejaciones, acosos, amenazas, explotación sexual…

Que nadie se atreva a decirnos que ésta no es una sociedad enferma. Que nadie nos hable de democracia ni de justicia social. Que la porquería de la 4t, experta en embustes, bajezas y complicidades que solo nos avergüenzan, no se atreva a pregonar que “le interesan las causas de las mujeres”. Pueden “interesarse” en mujeres, pero jamás en nuestros derechos. Jamás en la salud mental ni física ni sexual ni política ni familiar ni de ninguna índole. Que nadie presuma de "liberal", "comprensivo", "respetuoso de las mujeres, de todos los seres humanos...", como dice el cínico pregón de la mañanera. Los machos todos y sin excepción son el peor producto del más rancio, infecundo y feroz conservadurismo: nada de máscaras ni engaños. Los hechos hablan por si mismos: este de la 4t es un gobierno reaccionario, ultraconservador si los ha habido.

¿Dónde están? ¿Quiénes son los verdaderos liberales? ¿Dónde está el espíritu republicano?

Basta de cuentos para bobos. Solo y solo la justicia equivale a madurez política. Solo y solo mediante el respeto irrestricto a los derechos humanos se puede hablar de democracia. Solo y solo con un sistema de salud digno se demuestra la decencia de los gobiernos. Solo y solo mediante una política laboral e institucional razonable se puede hablar de avance respecto de la equidad de género. Solo y solo con la protección irrestricta de las madres y los niños se puede creer que el gobierno cumple el derecho fundamental de todo ser vivo: derecho a la salud, al alimento, al trato digno, a la educación, a la vivienda, a la equidad…

Solo la justicia habla y dice lo que hay que decir.

Maestros, parientes, políticos, intelectuales, empresarios, obreros: no hay rechimal libre de psicópatas, violadores, abusadores ni enfermos. Hay que celebrar la valentía de esta generación de feministas por atreverse con todo, por denunciar lo que diario se repite en este muladar. Muchas llevamos décadas luchando sin descanso, pero la realidad ha sido más feroz que nuestra capacidad. Otro “día de la mujer” se nos viene encima. Otro más con escándalos sexuales, feminicidios, burlas de gobernantes. Injusticia y más injusticia.

Hay que apoyar a quienes se atreven a denunciar. Hay que ser solidarias, compasivas, tolerantes con su enojo: tienen razón. Tenemos razón. Basta de payasadas e ironías que solo avergüenzan. Hay que decirlo y decirlo alto, para se se escuche bien:

El peor, el peor y más peligroso conservadurismo es el enmascarado de liberal: “comprensivo”, “cariñoso con las mujeres”, “respetuoso de las mujeres, de todos los seres humanos…”  Cinismo puro de los enamorados del poder, autócratas, inhabilitados para la compasión, la justicia, el gobierno y la solidaridad. Entronizados en la hipocresía, en la palabrería se amparan quienes se atribuyen el derecho de disponer de la libertad y hasta de la vida de las mujeres. Cualquier vertiente feminista estalla y cae en el sinsentido al toparse con el enmascarado de liberal. Qué, no lo entienden? ¿Es tan difícil la obviedad?

Nunca, nunca debería sentirme obligada a escribir páginas como ésta. Yo amo las letras por sobre todo, pero más amo a la justicia. Todos sabemos cuán pavorosa y bajuna es nuestra realidad. La tenemos encima. No miremos para otro lado. ¡No seamos cómplices de tanta y tan corrompida barbarie! ¡Acabemos juntos y de una vez con tanta infamia!

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De la memoria, esa incansable

February 20, 2021 Martha Robles
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A la mente le disgustan los nubarrones. Son peores las ráfagas de sensaciones siniestras que después de estremecernos con una “muerte chiquita” (como decíamos de niños al salir de la piscina), nos ponen los ojos pelones frente a la memoria que se activa de golpe. El desfile de olvidos que creíamos refundidos nos para los pelos de punta: algún déjà vu en tercera dimensión, una que otra figura ingrata, el gesto iracundo del que gritaba, imágenes fugaces, un acoso sexual que nos dejó temblando, días comprimidos en instantes, versos alejados de su origen, prosas que se pegan, afectos en cenizas, el tracataca industrial que me atormentaba día y noche cuando vivía en Berkeley…

Los recuerdos gratos nos hacen sonreír, como el alborear y la aurora. Pero, a diferencia de lo mal que funciona para los pueblos y en la historia, la memoria personal puede ser tremenda. Lo confirmó Freud al comprobar que su intervención merodeaba en muchos padecimientos. ¡Y vaya que se deleita arrojando recuerdos durante el confinamiento! A solas, nada la perturba y se expresa en libertad. No me extraña que en lugares públicos aturrullen a la gente con ruido sobre ruido disfrazado con melopeas y canciones horrorosas. No vaya a ser que a Mnemosine se le ocurra distraernos con una libre asociación. Por el hervor del crecimiento y a diferencia de los jóvenes de la Antigüedad que memorizaban como esponjas para espabilarse y aguzar sus atributos, ahora los adolescentes se atarantan con altos decibeles.

El otro extremo también es sugestivo porque cuando el silencio está en su nivel más recio se desatan los demonios. A ratos se deja venir la tristeza tal vez porque tenemos recuerdos como humos negros: hay que liberarlos para evitar una explosión. Y a la par de su tarea recóndita, hay un terco impulso por recobrar reminiscencias. Se siente mucha ansiedad al explorar lo extinto o feo, en especial cuando, atizada por el furor del insomnio, la noche se gasta removiendo la cabeza poblada con fantasmas. La recompensa al practicar la arqueología mental es el asombro. Al atinar siquiera con un rasgo de tantos mundos desaparecidos lo revisamos como tesoro, lo repasamos y, sin dejar de examinarlo, le inventamos una historia. Con razón decía Paz que desvelar el pasado es la profecía del revés. Si adivinar el atrás indica quiénes somos, de dónde venimos y por qué estamos donde estamos, hurgar hacia delante, como ha pretendido el hombre de todos los tiempos, equivale a anticiparse a la memoria por venir. Es como si “al recordar” lo que vendrá remodeláramos la guía de lo que ha sido. Sea de ida, de regreso o en el cruce de ambas direcciones, lo cierto es que la identidad se finca en la memoria y que sin ella la vida se va, se adelgaza, se pierde y al final se vacía de sí misma.

Se habla de prodigios y de hazañas. Y claro que los hay; pero el gran portento para mi está en la memoria con sus chapuzas, con sus trampas selectivas y su población de sombras, subterfugios y revelaciones. La memoria nos mantiene vivos. Es el motor que bien aceitado enriquece el lenguaje, ajusta el cerebro y pone todo en circulación, como si fuera un milagro. Cuando falla y se degrada, en cambio, deja a las personas en un estado que nadie, todavía, atina a comprender: sin habla ni palabras, sumidos en sabe cuáles honduras, donde ya no se percibe a los demás, donde las emociones se desvanecen, los relojes dan lo mismo, los deseos y la identidad desaparecen. La desmemoria es lo más temido. Enfermar de ausencias es el anticipo de la muerte. Alzheimer le pusieron al cerebro en off; sin embargo, los pueblos no temen la ignorancia ni el olvido,

 Durante estos meses aciagos he comprobado que en vez de recordar y prevenir, hace tiempo elegimos la violencia ciega y la muerte subsecuente. Muy pocos advertimos que no había nada peor en un país que descender a niveles infrahumanos por no atender el llamado de Mnemosine y aprender del pasado. Sabíamos que los criminales mataban y las autoridades volteaban para otro lado. Se publicaba que por miles se sumaban cadáveres de torturados y humillados; sin embargo, la rutina continuaba como si la normalidad fuera de matar y dejar que Dios, el diablo, nuevos violadores u otro cártel se encargara de impartir justicia “a su manera”. Hay algo espeso en estos depósitos unidos a capricho y que sin ser oídos, inscritos o evocados escriben el relato decisivo. La memoria es la autora de la historia, de cada historia y la de todos.

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Del poder y los locos

February 13, 2021 Martha Robles
Apenas una fotografía del colonialismo belga. La realidad aún nos quita el aliento

Apenas una fotografía del colonialismo belga. La realidad aún nos quita el aliento

Solo en los cuentos infantiles hay gobernantes sabios y rodeados de consejeros y funcionarios aún más sabios que ellos. Por tales regentes ficticios, cuyos logros jamás se citan, crecemos sin preguntarnos por qué los infames, los ineptos y los necios abundan y hasta son aclamados y confundidos con dioses. Si la historia fuera un inmenso costal estaría repleto de locos y excéntricos adueñados del destino de los pueblos. Los demócratas, en cambio, cabrían en una cabeza de alfiler. Un solo hombre, de preferencia desquiciado, puede hacer, deshacer y someter a capricho a decenas, miles e inclusive a millones de personas sin que nadie ni nada lo detenga, hasta que las evidencias trasciendan lo que nuestra humanidad es capaz de soportar.  

La ficción palidece ante  la megalomanía de un Qin Shi Huang creador, en el s. III aC. del primer imperio fundado en el estado de Qin, con las provincias que aún integran a la China monumental. Fue el precursor de la Gran Muralla que costó cuando menos dos millones de muertos. Autócrata y conquistador, unificó la escritura y el sistema de pesos y medidas; reformó el sistema feudal para mejor controlar a cortesanos y súbditos; creó la primera red de caminos en el territorio y, con otros testimonios de su crueldad y  apetito de eternidad, dejó en el mausoleo de la moderna Xian (Shaanxi) 8 mil guerreros de terracota que lo acompañarían en su viaje infinito. Los arqueólogos han desenterrado cientos de réplicas de artesanos, concubinas y sirvientes, carros, caballos…   Sin embargo, falta descubrir la cámara real: modelo del cielo y la tierra con ríos de mercurio, luces y maravillas fabulosas.  Evocado con asombro, Qin Shi Huang demuestra que la realidad supera la ficción. 

Aunque la Antigüedad esté sembrada de relatos sobre hazañas y perversiones de quienes han querido igualarse y superar a los dioses, acaso solo el universo faraónico compita con la aspiración de inmortalidad de los chinos. De Ciro a Darío o de Filipo y Alejandro a César, Aníbal y hasta Carlo Magno y cuantos puedan agregarse al memorial de dominadores, una sola característica iguala a los grandes con los pequeños: la ambición de poder.  Sea domiciliaria o universal, esta avidez se trasmite de generación en generación como santo y seña de la condición humana.

 Antes que cualquiera lo imaginara, la persa Schahrasad tuvo la genialidad de descubrir el antídoto contra la infamia: la palabra. Dedicado a decapitar muchachas para vengarse de una supuesta infidelidad, el misógino, cruel y loco Schahriar transfería su insoportable insatisfacción a cuanta mujer pasaba por su lecho. La ignominia encontró un límite a partir de que la hija del visir se dedicó a contarle fragmentos de la gran aventura humana. Confiada en el poder sanador y de seducción del Verbo, la supuesta relatora de Las mil y una noches se salvó a sí misma y salvó a las que podrían haber sido víctimas del opresor por la magia del arte de narrar. Aunque otras Schahrasadas en tiempos distintos, como Isak Dinesen, hayan compartido la gracia de embelesar, nada ha impedido la proliferación de monstruos como el belga Leopoldo II, mal llamado “conquistador del Congo” y por añadidura hermano de Carlota, la dizque emperatriz de México, cuya maldad no merece perdón.

Silenciado por complicidad o ignorancia, los daños causados  por el primer genocida de la historia europea, fueron desenmascarados en varias lenguas hasta que Adam Hochschild publicó, en 1998, su aterradora e invaluable biografía: El fantasma de Leopoldo. Aunque Conrad había dado señales de los horrores que atestiguó en el Congo, y aunque las fotografías de una valiente inglesa fueron divulgadas por la revista Life, nada  abarcaría la destrucción humana, moral y territorial que esta bestia ocasionó durante décadas de dominio colonial (1908-1960).

Al compendio casi inabarcable de autócratas, tiranos, déspotas, conquistadores y opresores deben añadirse otros ejemplares del siglo XX de tan inaudita ferocidad que harían palidecer al mismísimo Goya, autor de “Los sueños de la razón”, cuyos dibujos de empalados y muertos todavía nos quitan el aliento. Hay que recobrar la importancia de las biografías para no confundirnos respecto de los cuentos alegres sobre la condición humana. No hay más que auscultar el revés y el derecho de Leopoldo II (a la sazón padre de Alberto I y abuelo de Alberto II), Mao Zedong y su inaudita esposa, Muamar el Gadafi, José Stalin, Nicolae Ceausescu, Hitler, Saparmurat Niyasov y ni qué decir del ejército de latinoamericanos y africanos de la talla de Videla, Rafael Leónidas Trujillo Idi Amin, Fidel Castro…, para que leamos de otro modo el revés de lo aparente.

Es cierto que la memoria del Mal se concentra en figuras como Gengis Kan, Aníbal, Eric el Rojo, Calígula, Nerón, César, Antonio… Sin embargo, la especie de excéntricos, perversos y crueles está lejos de desaparecer por la intervención de los demócratas. Inclusive la democracia sirve de excusa para encumbrar y legitimar a sujetos tan demenciales como Trump, Chávez/Maduro, Ortega y su inaudita esposa, Putin… En fin, que estamos rodeados y no queremos mirar a nuestro alrededor ni frente a nuestras narices. ¿Qué nos salva del poder del Mal, del abuso y de la locura en el poder? No lo se porque es uno de los grandes misterios. Lo que se es que es mucho más difícil someter, engañar y subyugar a los pueblos educados y, desde luego, a las inteligencias forjadas al calor de la crítica, aunque siempre nos sorprendan de lo que son capaces los locos.

 

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El libro: pasión de minorías

February 7, 2021 Martha Robles
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La mayor parte de la humanidad no lee libros. Inclusive muere sin haber caído en la tentación de hacerlo. La lectura es y ha sido pasión de minorías, a pesar de que la imprenta humanizara la voz que se decía revelada. Desde el siglo XV el libro ha estado al alcance del que quisiera o pudiera leer, pero no todos ni todo el tiempo se han  interesado en conocer cómo es el otro, de qué son capaces las ideas, a dónde van a parar los secretos, de qué se rellena la memoria, en qué consisten la dificultad y la aventura de la razón, hasta cuáles territorios ignotos conduce la fábula, qué desencadena una experiencia estética o su contrario, cuántas emociones se activan mediante la lectura, qué impacto causa la exploración del ser o de qué enredos está hecho el olvido. En síntesis, desde sus orígenes el libro ha sido indistintamente  sagrario del lenguaje, sustento de la fe, depósito del saber real e imaginario, objeto de culto de lectores, coleccionistas y/o editores a pesar de crímenes cometidos en su nombre y profanaciones tremendas. También es causa de envidia, robo frecuente y tesoro de brujos, hechiceros y mercachifles. En suma, hay de libros a libros al grado de también hallarlos como conjuro y/o advertencia contra fantasmas.

Borges afirmó que a diferencia de los instrumentos que el hombre ha creado como extensiones de su cuerpo, el libro es una extensión de la memoria y la imaginación.  Entre sus diversas funciones recoge la historia para prevenir la repetición de errores.  Además, al registrar quiénes fuimos, de dónde venimos, quiénes somos y hacia dónde apuntan las divagaciones sobre el porvenir esclarece no solo los propios límites, sino nuestra situación en el mundo, aun con divagaciones.  Al respecto, siempre estará Spengler en su Decadencia de Occidente para abundar en preciosas consideraciones sobre las posibilidades múltiples del libro que parecen anticipar la respuesta de Bernard Shaw cuando, en entrevista, le preguntaron si creía que la Biblia fue inspirada por el Espíritu Santo: Todo libro que vale la pena de ser releído ha sido escrito por el Espíritu…, respondió. Y qué más alegato a favor del Libro que la Poesía que nos llena de sentido. Tal grandeza, salvaguardada por la minoría, nos protege de la invasión de poetitas y escribidores que, a punta de lugares comunes y esa  monstruosidad calificada de best sellers, invaden editoriales y librerías. El lector que lo es en verdad sabe reconocer el valor del libro. Sabe que el complemento del párrafo está en la emoción, en lo que no queda dicho o que puede ser leído entre líneas: de ahí también la peligrosidad que intimida a los gobernantes espurios. Para el lector verdadero nada consigue enturbiar la palabra inicial,  ni el barullo ni la basura impresa.

Los libros no han sido hechos para ser entendidos, sino para ser interpretados; es decir, para conectar con algo e ir más allá de la intención del autor, así se trate del Quijote, de Hamlet, de la República de Platón, de El proceso de  Kafka, de Los anillos de Saturno de Sebald, etc. De suyo activan algo tan humano, íntimo y creativo como la emoción, la curiosidad, el saber oculto, la intuición o la ruta del pensamiento. Depósito y espejo de sueños y sensaciones, de la grandeza o la bajeza de quienes los inspiran, los escriben, los leen e inclusive los fabrican, publicitan, distribuyen y venden, por su valor implícito no ha dejado de ser objeto de intimidación y de la codicia mercantil. Como cualquier otro producto, el capitalismo los ha banalizado; sin embargo el libro, cuando en verdad lo es, conserva su magia a pesar de todo. Así como hay autores intocados por el síndrome de la masa, también existen obras, editores y lectores que mantienen viva la secreta  dinámica de sus vasos comunicantes.

En contrapunto y por su natural perezoso, el hombre medio vive sin ser tocado por la pasión del libro. Gasta sus años sin responder al llamado, hasta que consigue apagar la curiosidad. La mayoría apaga sus sentidos a la intensidad múltiple de La Palabra y decide vivir a medias, sin el nutriente de la plenitud de adentro afuera, de la oscuridad a la luz. No deja de ser paradójica la atracción que provoca el universo dual de la escritura y el libro. Cuanto más ajena a la lectura más proclive es la gente a presumir sus no lecturas. Arrojan expresiones de entusiasmo respecto  de las letras que jamás han frecuentado, cuando en realidad no hacen sino fomentar el drama de identidad de quienes ni saben quiénes son ni a cuál personaje concreto pretenden imitar para ser valorados o reconocidos por el otro. Para probarse mejores, usan el libro a modo de máscara quizá  porque la escritura y la figura del escritor fascinan a las mentes oscuras a saber por qué.

A fin de cuentas, el universo del libro se parece al cautivo liberado en la alegoría de la caverna: por curiosidad ha descubierto la luz y se maravilla con ella: al fin es libre y está solo. Los demás esclavos no creen sus palabras. Se burlan de él y, encadenados hasta la muerte con la cara frente al muro, tampoco entienden nada más allá de su oscuridad.

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La magia del Cid campeador

January 30, 2021 Martha Robles
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Tumba del Cid. Catedral de Burgos

El pésimo manejo de la información sobre la supuesta enfermedad del Presidente me hizo recordar un montón de invenciones y chapuzas que antiguas o recientes, cercanas o lejanas, se inventan para manipular a la población. Las grandes fábulas, en cambio, ascendían a las letras. Vivimos situaciones tan pobres y vulgares que ya ni el mandatario consigue enfermar y convalecer con gracia. Hasta pudimos imaginarlo difunto al frente de sus huestes morenistas, pero solo hubo una descarga de mensajes propagandísticos, memes, necedades y muestras del peor servilismo rastrero. Este fenómeno me puso a Rodrigo Díaz de Vivar entre ceja y ceja porque ganó la más importante de sus batallas después de muerto.

A más la leo, la recuerdo y la recreo en función de los mitos fallidos, más me fascina la gesta del Cid Campeador. Obra maestra de la historia fabulada, la única copia quizá reinventada del manuscrito original apareció en el monasterio de San Pedro de Cardeña en el siglo XIII, unos dos siglos después de la Reconquista que encumbró a Rodrigo Díaz de Vivar, a fines del siglo XI. Según Alfonso X en su Historia de España,  el autor fue un monje que comenzó a divulgar el cantar con fines propagandísticos para atraer peregrinos y obtener donaciones. Tan exitoso sería su empeño que, a la fecha, el monasterio continúa atrayendo visitantes, dádivas y ficciones.

A partir de entonces y durante los 800 años siguientes el personaje del Cid, recobrado por Ramón Menéndez Pidal, ha sido inseparable tanto  de la curiosidad literaria y la tradición popular como del folclore del cristianismo español. Concentrada en las escenas  que con mucho anticiparon el realismo mágico, más de una vez me detuve frente a su tumba en la catedral de Burgos para pensar en la figura del héroe elegido, en los anuncios proféticos, en la versatilidad prodigiosa que se le atribuye a Santiago apóstol y en el guerrero que triunfa sobre el rival después de muerto sin soltar su Tizona: elementos envidiables para cualquier fabulador.

El lenguaje medieval de los primeros manuscritos de la que sería nuestra lengua, me enseñó que sin magia no hay literatura, y acaso tampoco política.  El Cid se ilumina cuando en sueños y en su lecho de muerte, se le aparece san Pedro para anunciarle que Santiago apóstol le ayudará a enfrentarse a Búcar, su rival, quien ya se adelantaba hacia Valencia  acompañado por otros 36 reyes moros.

Que para hacer efectiva la merced divina –añadió san Pedro-, debía comunicar esta revelación a sus fieles y comprometerlos a obedecer al pie de la letra las siguientes órdenes: que al expiar deberían lavarlo y embalsamarlo con ungüentos y mirras de la cabeza a los pies. Que Jimena evitaría las lágrimas y las manifestaciones del duelo para que la noticia de su fallecimiento no llegara a oídos de las tropas rivales. Que sus hombres de confianza, que le habían acompañado durante sus conquistas y destierros, atraerían a la población hasta las murallas de la ciudad haciendo resonar trompetas y tambores en señal de alegría. Cautelosamente harían cargar mulas y carros con todos los objetos valiosos para que, al término de la batalla de la que saldrían victoriosos, salvaran los tesoros valencianos.

Una vez muerto lo armaron con cotas de maya y yelmo de buen acero. Abrieron bien grandes sus ojos, asearon y acicalaron sus barbas y blandiendo la Tizona en la mano, lo fijaron a lomos de Babieca. Así salió a batallar a mitad de la noche, al frente de sus huestes y flanqueado por su portaestandarte Pero Bermúdez y el fiel Gil Díaz, un musulmán converso. El Campeador derrotó de este modo a los almorávides en tan brutal combate que los sobrevivientes huían hacia el mar, pero muchos ahogaban antes de subir a los barcos.

Tanto la gesta del héroe castellano como la prodigiosa intervención del “Matamoros” Santiago apóstol, se tienen por hechos verídicos en el imaginario popular. Uno y otro continúan enriqueciendo sus respectivos mitos con enorme efectividad. Y esto viene a cuento porque no he dejado de pensar en cómo se multiplican las ocurrencias inauditas durante tiempos aciagos. Crecí con el cuento de que Emiliano Zapata continuaba cabalgando con vida. Otros juraban que Juárez perdonó a Maximiliano y que murió de viejo refundido en sabe Dios cuál país olvidado. Que Hitler llegó con sus más cercanos a Argentina o que una tal Anastasia, hija y sobreviviente del Sar de Rusia, vagaba por Europa protagonizando su propia ficción; en su delirio Nicolás Maduro dijo que Chávez se le había aparecido trasmutado “en pajarito” ... Héroes y fábulas han caído en picada. La imaginación popular también está en crisis. A las huestes de MORENA deberemos una inmensa contribución a la imbecilidad moral. Sin desdoro de su planilla electoral, que no inspira más que vergüenza, un tal Jesús Estrada Ferreiro, alcalde de Culiacán, convirtió en prócer a su patrón López Obrador.  Lo exhibió en un cartel de por sí ridículo y controversial rodeado por Morelos, Hidalgo, Juárez y Cárdenas… Ante los horrores y las medianías que nos espetan, ¡cómo no voy a refugiarme entre los héroes verdaderos!

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    • Jan 21, 2014 Enero 21 Jan 21, 2014

Culpas viejas, mujeres nuevas. Entrevista. https://youtu.be/9go7A0-hmso

En Huellas de la Historia, con Francisco (Paco) Prieto y Blanca Loolbe, Alejandro el Grande. Los pasos del héroe”, Radio Red, México, https://podcasts.apple.com/mx/podcast/alejandro-magno/id1243780697?i=1000431633702

Entrevista sobre los pasos del héroe, lunes 11 de marzo, 2019, 2019, Fabián Vázquez y Rafael de la Lanza; Revista Gandhi Lee+

https://www.facebook.com/mascultura/videos/451974625342403/

“Del amor a las letras y otras pasiones” en Poéticas de las inteligencia, programa de radio coordinado por Patricia Galeana y Beatriz Saavedra. Conductora Lourdes Enríquez, IMER, CIUDADANA, 660 am, jueves 27 de agosto de 2020. https://www.mixcloud.com/MujeresalaTribuna/po%C3%A9ticas-de-la-inteligencia-del-amor-a-las-letras-y-otras-pasiones/

A partir de septiembre 2020, colaboraciones en La noche es joven, programa de radio de Enríque García Cuéllar, Tuxtla Gutiérrez, Chis.:

Octubre 2, https://www.facebook.com/MuseodelaMujerMexico/videos/325674728612136/

Octubre 10, Casandra en la mitología, https://www.facebook.com/757213191075830/videos/362463818454782/

Octubre 16, Las migraciones en el mundo, https://www.facebook.com/757213191075830/videos/2675104412742380/

2020

- https://www.facebook.com/757213191075830/videos/3443483862406877 , “intelectuales y poder”, programa La noche es joven dirigido por Enrique García Cuéllar desde Tuxtla Gutiérrez, Chis., Oct. 26, 2020.

- “Helenismo en Alfonso Reyes”, video conferencia organizada por la Sría de Cultura, el Dep. de Literatura del INBA y la Capilla Alfonsina. Con Javier Garcíadiego (director de la Capilla Alfonsina) y la traductora del griego Natalia Moroleón. Moderadora Beatriz Saavedra, Trasmitido en vivo por Facebook, noviembre 5, 2020. https://www.facebook.com/283189608464004/videos/654522281924283/

“Intelectuales, prensa y poder”, en el video programa La noche es joven dirigido por Enrique García Cuéllar desde Tuxtla Gutiérrez, Chis., Nov. 6, 2020. https://www.facebook.com/757213191075830/videos/1034311790327823

“Mujeres y otras penas”, https://www.facebook.com/757213191075830/videos/286419819321195 en el video programa La noche es joven dirigido por Enrique García Cuéllar desde Tuxtla Gutiérrez, Chis., , Nov. 13, 2020

“Gobernar con sermones”, https://www.facebook.com/757213191075830/videos/815646722545743, Ibid., Nov. 27, 2020

“La amistad entre Alfonso Reyes y José Vasconcelos”, Capilla Alfonsina, con Javier García Diego y el dr. Hurtado, Capilla Alfonseca, junio 30 de 2021. https://www.facebook.com/watch/?v=357786745726168

 “Actualidad de Marguerite Yourcenar” , Julio 8 de 2021, en el programa La noche es jocen de Enrique García Cuéllar. https://www.facebook.com/100063493035749/videos/834712267158793


Debate 22, entrevista con Javier Aranda, Octubre 10, 2022, Canal 22. (https://twitter.com/MarthaRoblesO/status/1579661774965866496?t=jl5UKjczBPPI52y91C_now&s=03)

https://twitter.com/MarthaRoblesO/status/1579661774965866496?t=LNgpCJXplWwnHJVKfBU9EQ&s=08

“Las palabras, espejos de la vida”, conferencias, Noviembre 9, 16, 23 y 30 de 2023, Plataforma ZOOM, dos horas por semana, Instituto dde la Cultura y las Artes, Cancún, Quintana Roo. Disponibles en YouTube con este enlace: https://www.youtube.com/playlist?list=PLOOto7Tr4g7IWZRngC2m_3zwvuTIrqE4H

Agosto 7, 2024 A medio siglo del fallecimiento de Rosario Castellanos. Capilla Alfonsina. Coordinación Nacional de Literatura. Sigue en directo la charla especial en honor a Rosario Castellanos. Acompáñanos y explora su impacto en la literatura. Una oportunidad única para reflexionar sobre su legado. Participan: Martha...

www.facebook.com.

https://www.facebook.com/share/v/nw26bULtQ6sooEGs/?mibextid=jmPrMh

“Martha Robles”, entrevista de Beatriz Saavedra para el Diario de Madrid, Noviembre 27, 2024. Entrevista a Martha Robles - https://www.eldiariodemadrid.es/articulo/critica-literaria/entrevista-martha-robles/20241127090423084011.html?utm_medium=social&utm_source=whatsapp&utm_campaign=share_button

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Enero 16 de 2025, Alfonso Reyes y el exilio, Ateneo Español de México, A.C

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