Maestros: El pasado nos alcanza

Concentrada en algunos de los estados más pobres y/o conflictivos de la República –Oaxaca, Guerrero, Michoacán y Chiapas-, la actual rebelión del sector activista del magisterio “no alineado” tiene antecedentes en fondo y forma, sin cuyo examen ni Dios padre desentraña el embrollo que amenaza con desencadenar un enfrentamiento civil.  Las deficiencias del modelo electoral pusieron de manifiesto las tremendas desigualdades de un país cuya crisis prolongada culmina un largo historial de abusos, violencia y errores evitables en la costumbre del poder.

No es que los mexicanos tengan mala memoria, es que no la tienen porque subsidiar la ignorancia ha sido, con la injusticia y el atraso social, el nervio de la historia del poder. Cada vez que un problema no resuelto atenaza a la población, brota nuestra pobreza cultural y deja al desnudo el drama político/social que nos ha hecho rehenes del sistemático y tenaz fraude educativo que, con la ilegalidad, ha hipotecado el desarrollo con progreso.

Pese a que el Constituyente lo dotó de raíz y sentido, el “sistema” no se consolidó por sus compromisos, sino por el régimen de alianzas, componendas e intereses en connivencia que primero –en 1929- fundó la “dictadura perfecta” y una década después encumbró el presidencialismo discurrido por Lázaro Cárdenas.  Con él o a su costa, surgió el actual pluripartidismo que, tramado de viejos vicios y nuevas mañas, hizo suya la frase de Lampedusa: “es preciso que todo cambie para que todo siga igual”.

No obstante su complejidad, tanto el magisterio como la ínfima calidad de la educación contribuyeron, desde el Maximato, a robustecer la atadura de corruptelas, violencia y conflictos sociales que hoy se reproducen como la cabeza de la Hidra. Sin un Heracles que pueda combatirlo, el monstruo mítico que se cierne sobre nosotros no cesa de regenerar dos cabezas por cada una que pierde sin ser previamente quemada. Fracasada desde su anuncio y su supeditación a una estructura enferma, la indispensable reforma educativa no es ni será posible en las condiciones vigentes.

La sentencia de Albert Camus: “hay que barrerlo todo y barrerlo bien” es lo único que puede salvarnos. El aliento envenenado de la Hidra multiplica sus sierpes letales por la incompetencia de quienes pretenden abatirla, fortaleciéndola. Más torpes que sus antecesores y atrapados en una ilegalidad aplastante, las autoridades han elegido el peor de los escenarios: no atreverse con la raíz del conflicto de ingobernabilidad ni plegarse al compromiso esencial de la democracia, que consiste en respetar a la ciudadanía, cumplir sus derechos y elevar su calidad de vida.

En tanto y el gobierno no puede ni sabe cómo ni por dónde cumplir su deber republicano, la población observa con rabia la degradación de su entorno. Adueñada de una violencia tremenda, la cabeza serpentina se agita vivísima desde el umbral del inframundo… La mitología griega abunda en ejemplos que ilustran nuestra realidad y contribuyen a entenderla, pero a falta de astucia o de la destreza en que se fundó una de las culturas más fecundas de cuantas han existido, tenemos que atenernos a lo que hay y mejor define a los mexicanos: la tranza, la tentación de evadir el conflicto, el porrazo irracional, la costumbre de cerrar puertas a la legalidad y la torpe elección de la concesión irracional con tal de evadir problemas que más pronto que tarde contaminan partes menos enfermas.

Como ocurriera en 1956 durante el régimen de Ruiz Cortines, los maestros aparecen en la escena pública teñidos de enfrentamientos sindicales y elementos coyunturales que desafían al gobierno. Así el movimiento del Frente Sindical Magisterial liderado por Othón Salazar y posteriormente, con virulencia en 1958, un “modificado” Movimiento Revolucionario del Magisterio que engendraría facciones cada vez más intransigentes. Al respecto, no deja de ser reveladora la inexistencia en toda la historia de la educación en México, de una sola propuesta magisterial para equiparar la enseñanza a estándares internacionales. No son la calidad de las aulas ni las bibliotecas o servicios colaterales; tampoco los centros de investigación pedagógica ni menos aún la formación depurada de los maestros y sus complementarios programas de actualización lo que los ha llevado a tomar las calles y levantar los puños. Son las “mejoras salariales” y el poder lo que les preocupa, sin darse cuenta de que, a mayor calidad de los maestros y de la enseñanza a su cargo, mejores resultados a corto y largo plazo y más digno un país en aptitud de valorar las conquistas civilizadoras.

Hay que recordar los sucesos de 1958 para desentrañar el irritado carácter de la CNTE. Entonces participaron obreros, profesionistas, intelectuales y cuanta organización disidente activó la animosidad popular que, de triste y mal registrada memoria, no democratizó al país ni vulneró al sistema; tampoco le tiró un pelo al poderosísimo sindicalismo de Fidel Velázquez: amo y señor de la CTM, sino que, en pleno estallido demográfico, empinó la enseñanza pública al desastre que puso en jaque la legitimidad de las instituciones. Aquel México se “arreglaba” con otras leyes que “funcionaban” por el sometimiento y la debilidad de las mayorías. Entre la presión globalizada para democratizar al país, el ascenso de la criminalidad y las demandas del desarrollo capitalista, sin embargo, se hizo inoperante la costumbre del poder que ahora, con terribles contradicciones, rectifica o cede al imperio de la anarquía que, de todas maneras, está dispuesta a "negociar" al filo para sacar lo más posible con el mayor ruido empeñado en protestas sin pies ni cabeza.

No obstante la urgencia de cambios radicales, ningún gobierno de las últimas décadas modificó el trato político y, a cambio de subsanar las instituciones y aferrarse al régimen de derecho, continuó el vicio de las prebendas, agravó la corrupción y no renunció a los tratos “en lo oscurito” que no solo no madura la discrepancia, sino que pone en peligro la estabilidad del Estado.

En cuestión de importancia –solo para recordar- el de abril de 1958 exigió mejoras salariales en pleno periodo electoral. No obstante encaramarse a la agitadísima causa de ferrocarrileros, telegrafistas y médicos y sobre la lista de palos, muertos, encarcelamientos, heridos y “pliegos petitorios” de rigor, el Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM) probó el alcance “efectivo” del sistema, inclusive respecto de las posturas disidentes: represión, intolerancia, fortalecimiento del sindicalismo “charro” y protección “a cualquier precio”, de la campaña electoral que haría presidente a Adolfo López Mateos. A diferencia de aquellas formas de lucha, las presiones actuales entremezclan el recurso de la violencia y la criminalidad a cuestiones ideológicas y facciosas que trascienden los intereses de la educación.

Al final sin embargo y porque hay que tomar en cuenta que López Mateos es el único normalista que ha gobernado al país, gracias a la mediación de su Secretario de Educación Pública, el escritor y diplomático Jaime Torres Bodet –secretario que fuera de José Vasconcelos-, lanzó su Plan de Once Años en 1959, enriquecido con textos gratuitos, servicios médicos, desayunos escolares y programas de construcción de escuelas, entre otros aciertos. A cargo del recién creado Instituto Nacional de Protección la Infancia (INPI) doña Eva Zámano, maestra también, fue la primera consorte que pensó en la salud infantil y procuró su desarrollo totalizador.  Por desgracia, este Plan no vería sus mejores frutos por la desdichada costumbre de “reinventar” al país en cada sexenio sin atender el añoso cáncer ya convertido en metástasis nacional.

Entre dimes, diretes, reformas fallidas, leyes de educación, vicios sindicales, saqueos, complicidades, prebendas y generaciones que se suman al saldo de aulas vergonzosas, funcionarios ineptos, gobiernos que no valoran el poder transformador de la cultura, tanto la CNTE como el SNTE y su respectivo historial nefasto, espetan la única verdad que no acepta máscaras: la aplastante ignorancia que han cultivado tirios y troyanos con idéntica irresponsabilidad, salvo que las circunstancias y demandas del México del medio siglo y el actual son completamente distintas.

En suma, no es la situación electoral lo único que está en juego, sino la democracia en sí, con sus agravantes. El desafío no deja lugar a dudas: sin educación no hay ciudadanía; sin instituciones efectivas no hay gobierno y sin gobierno, sin régimen legal y sin integridad social no existen condiciones para ordenar un Estado en paz y orientado a la justicia que asegure la convivencia regulada por la inaplazable equidad.