Si no tuviéramos heridas secretas no existirían la literatura ni los padecimientos psíquicos. Tampoco habría escritores, lectores ni traumas psicológicos. Unos por narrar la complejidad, otros por tratar de entenderla o meterse al lado oscuro, a todos nos atrae lo inmencionado, a condición de no tocar lo que nos atormenta. Si algo sabemos es que lo que se calla a la luz del día revienta en nuestro interior. Aunque quiera disfrazarse, este huésped incómodo se deja sentir entre silencios y pausas; se convierte en ansiedad, angustia y movimientos nerviosos, en escritura, al oído del terapeuta, en rogativas al cielo o confidencia en el otrora confesionario; pero es ley de vida que algún indicio se escapa y que alguien lo reconoce. Los secretos más íntimos van a parar a tan diversos basureros del alma y de la sociedad que por silenciados en complicidad, enmascarados o reprimidos, por miedo o vergüenza, se manifiestan con rabia, dolor, tristeza, agresión, daño moral y en el mal vivir que llamamos neurosis.
Hace miles de años conocemos a las Erinias o Furias porque fustigan con sentimientos terribles las faltas cometidas. Anteriores a las leyes humanas y a los remedios terapéuticos, atacaban la conciencia de los antepasados con tal intensidad que ni realizando trabajos sobrehumanos o prefiriendo la muerte Heracles pudo aliviar su angustia. Para estas entidades monstruosas no existe secreto que les impida cumplir su tarea punitiva: todo ven, todo saben y, presumiblemente, ningún delito dejan sin vengar. Reparten condenas tan punzantes como la culpa, el remordimiento y el autodesprecio para no dejar daño sin castigo. Aunque Inmortales, su azote se ha transformado porque, a diferencia de tantos crímenes cometidos en el pasado, actualmente son más intensas y sofisticadas las razones del sufrimiento, y también las mañas para burlar sanciones. Pensemos, por ejemplo, en la violencia que generan la cólera, la ira, la lujuria, los maltratos, los saqueos, las violaciones, el engaño, la indolencia, la mentira, los abusos, los secuestros, las rivalidades, la envidia, la codicia… Por la corrupción normalizada aun en las religiones, la justicia prefiere ignorar muchas agresiones y delitos, como si los instrumentos del Mal fueran inofensivos.
Las devaluadas Euménides, Erinias, Furias o Vengadoras, por desgracia, no alivian el dolor de las víctimas, que mayoritariamente son mujeres y niños. Hasta en la mitología pesa el patriarcado. Las religiones enseñaron a refundir y “soportar” la agresión al grado de que culturalmente hay que resignarse al Mal, enquistado dentro y fuera de casa. En consecuencia y por más que se trate de mantenerlo en secreto, el sufrimiento rebota con potencia agregada. Para mayor desgracia, los secretos engendran padecimientos psicológicos, morales y físicos tan agudos que son santo y seña del carácter.
Vengadoras emblemáticas, las Furias aguijonan a verdugos y transgresores que aún conservan cierta capacidad de arrepentimiento; sin embargo, ignoran tanto a las víctimas que nos hacen creer que la piedad, la compasión y la reparación del daño son atributos accesorios y prescindibles. Hemos llegado a tal extremo de perversión que la intensidad delictiva escapa tanto al poder punitivo de las Furias -cuyo azote psicológico se ha devaluado por la profusión de psicópatas, cínicos, narcisistas y machos-, como al del paupérrimo orden judicial. Por datos de INEGI sabemos que, en México, 7 de cada 10 niñas y mujeres mayores de 15 años, hemos sufrido violencia machista; es decir: 70% de la población femenina, con el agravante de que la cifra tiene a crecer anualmente un 4%.
La violencia feminicida deja CADA DÍA más de 11 mujeres asesinadas en el país. Eso, sin contar encubrimientos ni “desaparecidas” que no se registran y quedan en el limbo. Mejor citar a INEGI para no abominar de la justicia humana ni de la divina: “la violencia psicológica es la más predominante, con un 51,6%, seguida de la sexual, con 49,7%; la física, 34,7%, y la económica y patrimonial, 27,4%, según los datos de la encuesta realizada del 4 de octubre al 30 de noviembre de 2021. Con respecto a los resultados de 2016, el organismo destaca que el cambio entre las dos encuestas es estadísticamente significativo.”
Por consiguiente, es delgada la hebra entre secreto y violencia. Ponerle nombre a lo que se calla ayuda a pronunciarlo, pues la justicia requiere de palabras. Por amarga que sea, la agresión debe nombrarse, denunciarse y castigarse para evitar que el “secreto” añada otra agresión evitable. Hay un momento en que las mujeres entendemos que los secretos son silencios enfermos y acciones malignas que encubren al agresor. Como escritora entendí tardíamente que México se apoya en una red de historias ocultas, expedientes extraviados, crímenes solapados, secretos y brutalidades disfrazadas de supuesta protección marital, familiar y social, “razón de Estado”, “seguridad nacional” o “conveniencia política”. Todo comienza en el ámbito domiliciario y, como ola expansiva, el secreto teje de arriba abajo y de lado a lado la terrible realidad inmencionada. Cuando las mujeres levantemos el velo a lo silenciado surgirá desde el lado oscuro la verdadera historia, inédita todavía.
