COLECCIONISTA

Evaristo Sóter, comerciante acaudalado del barrio de Santa Rosa, era también prestamista. Acumulaba billetes y trastos viejos como otros atesoraban recuerdos. Más que todo amaba el dinero, pero descreía de los bancos quizá porque disfrutaba olerlo, sentirlo, acariciarlo y observar a contraluz cada cifra, el sello de agua y algún vestigio que equiparara el valor que ostentaban con alguna historia digna de ser rescatada. No necesitaba respuestas ni era de los que imaginan situaciones extraordinarias, porque aquellos papeluchos gastados tenían el poder de hacerlo sentir en el paraíso. Le bastaba el monólogo frente al caudal entrañable para sentir que su vida adquiría sentido.

Atemorizado por la sospecha de que alguien entrara a robarle, Evaristo aguzó el oído. Se hizo hipersensible al silbido del viento y a los ruidos que lo cercaban. Selló ventanas y puertas para que nada se infiltrara por las rendijas y fue clausurando los cuartos de la casona para evitar su limpieza. Era preferible duplicar aldabas a sufrir la presencia de algún testigo de su riqueza. “Nunca se sabe –pensaba- quién puede estar al acecho para engañarme: la gente está llena de mañas, quizá hasta muestren afecto con tal de saquearme...”

Cierta noche escuchó pisadas al fondo del corredor. La trastienda era oscura y de difícil acceso a causa del montón de cómodas, candiles y bártulos de toda especie que entorpecían aun para él, solo como vivía, el tránsito hacia la calle. Convencido de que algún pillo había conseguido burlar el cerco de los candados, prefirió engullir los billetes antes que arriesgarse a perderlos.

Semanas después, los vecinos percibieron una fetidez repelente. Los bomberos tuvieron que destruir las puertas para descubrir su cadáver. Sóter, el prestamista, estaba tirado a mitad del cuarto del fondo. De un color verdoso e hinchado, su cuerpo comenzaba a ser devorado por los gusanos. Un gato viejo maullaba a su lado.

Al abrir su vientre durante la necrosis, desbordó papel y sólo papel mordisqueado que los médicos jalaban como cadenas, con ceros como eslabones.