La otra verdad: niños y adolescentes

En 2009, según la UNICEF, había en México casi trece millones de adolescentes entre 12 y 17 años de edad. Más del 55% eran tan pobres que uno de cada cinco registraron ingresos que no cubrían la alimentación mínima requerida. Condenados a crecer en situación de riesgo social, económico, migratorio y judicial, tres millones no asistían a la escuela y muchos más trabajaban. Capacidades y aprendizaje estaban supeditados al imperio de las calles. Sus oportunidades vitales eran nulas y de esperar la incorporación de un buen porcentaje a la delincuencia o a subsistir en condiciones infrahumanas o indignas. Para ellos, hoy, seis años después de divulgar estos datos y en edad de reproducirse, el Estado no solo no ha sido capaz de ofrecerles una realidad menos gravosa, tampoco hay salidas laborales, sanitarias ni educativas que modifiquen esa miseria ya extensiva a su prole.

Para colmo, la supuesta reforma educativa de Peña Nieto es un rotundo fracaso y la mejor ventana para prever en el destino infantil el legado del sexenio. El de mañana se anticipa como  un México que, de tiempo atrás, solo se pone a prueba en las crisis, en el enojo popular, en las carencias y en los despojos. Es de suponer que no solo a la población juvenil sino a los millones agregados a los índices de miseria, les aguarda un porvenir  tanto o más espantoso que el de su precariedad actual.

El problema nos involucra por la multiplicación del deterioro social, radicalizado por un modelo económico que concentra la riqueza y sus beneficios en un puñado de privilegiados. No hay partido, candidato, estructura ni oferta política dispuesto a comprometerse para subsanar este cáncer medular. Si además de la situación de niños y adolescentes consideramos el inminente envejecimiento de la población, en menos de tres décadas la franja económicamente activa no podrá sobrellevar la carga de servicios, gastos y demandas de una sociedad sin planeación ni administración inteligente de sus recursos humanos, ecológicos, culturales y materiales.

Entre los millones de ambos sexos que no asistían a la escuela en años pasados y los que sucesivamente abandonan las aulas por la pésima calidad de la educación, 16 mil adolescentes, en mayoría niñas, eran víctimas de explotación sexual solo en el 2008. Es de creer que si el gobierno de Felipe Calderón acumuló decenas de miles de muertos por violencia, las noticias arrojadas en este renglón durante el régimen de Peña Nieto no son más alentadoras. Si según datos de UNICEF en 2007 morían asesinados ocho menores de 17 años a la semana, otros tantos suicidados y cuando menos 3 por accidentes de tránsito, hoy las fosas comunes y los entierros clandestinos se atiborran de jóvenes anónimos que, con una indiferencia social pasmosa, fueron tratados en vida como sobrantes de humanidad. Eso, sin contar miles de caídos y humillados, inclusive latinoamericanos, durante su trayecto migratorio hacia la frontera norte.

La drogadicción temprana y los embarazos prematuros son para ponernos la cara roja de vergüenza: en 2005 –hace una década-  casi 150 mil adolescentes dieron a luz sin haber concluido la primaria. Los datos de madres menores de 20 años con más de un hijo ascendieron solo ese año a 189,408. Transcribo las cifras por considerarlas reveladoras de un problema desatendido que recae sobre los hijos de padres y madres impreparados, expuestos a multiplicar déficits de atención, aprendizaje y otros males propios de la pobreza extrema: En 2008 se registró un alto porcentaje de adolescentes casadas, en unión libre, divorciadas (19.2%) con respecto a los hombres de la misma edad (4.5%) o solteras sin ingresos que tampoco estudiaban. En 2009, 44% de los adolescentes convivía con fumadores; el 7% fumaba y/o bebía desde los 10 años de edad; 45%, entre 11 y 14 años, inició el consumo. 20% de estudiantes de secundaria ya eran fumadores activos…

Entre robos de vehículos, asaltos, pandillerismo, riñas, delitos menores e incorporación a grupos de narcos y mendicidad, la delincuencia temprana es asunto tan grave como el  del trabajo infantil que involucra a 2.5 millones de niños (según reconoció hace días el Secretario de Trabajo) en un rango tan inaudito como el que abarca de los 5 a los 7 años de edad, sin distingo de sexo. Obligados a mantenerse a sí mismos, a contribuir a la subsistencia familiar y en el caso de las niñas a hacerse cargo de los hermanos pequeños, así como de las tareas domésticas, la explotación infantil no puede sustraerse de la inequidad complementaria de la situación femenina en todo el país: madres abandonadas y a su vez abandonadoras, trasmiten la miseria con ignorancia que envilece y margina a las criaturas de los derechos esenciales desde las condiciones de su nacimiento.

Ningún discurso, patraña o demagogia enmascara la verdad. Y la verdad de México comienza por la situación de la infancia y la adolescencia. Nada más injustificable que el estado que guarda la educación, cada día más desigual y extemporánea. La complicidad de los gobiernos perpetúa el drama: en maestros apenas alfabetizados y enajenados a sindicatos espurios descansa el futuro de las generaciones. En los millones de abandonados por el Estado debería depositarse la más alta inversión humana, material, mental y espiritual en bien de la democracia. Sin embargo, los más vulnerables son legión invisible para los intereses dominantes. Expuestos a la emigración, explotados o reducidos por la delincuencia, la desesperanza y la disolución social, estos hijos de la desgracia serán mañana reproductores de la infelicidad progresiva.

Niños robados, abusados sexualmente, explotados o echados por la mala de su patria, con dolencias físicas, emocionales y mentales, subsisten expuestos a las peores expresiones de la violencia, la desnutrición y la crueldad. La precariedad de más de la mitad de la población es el saldo de un siglo de malos y peores gobiernos. Al filo de costosísimos procesos electorales, el teatro pseudodemocrático no ofrece esperanza porque no hay en quién confiar ni proyecto o partido dispuesto a comprometerse con los ideales aún incumplidos de la República.

Más de 32 mil niños menores de 17 años fueron repatriados de los Estados Unidos en 2008 y el número se incrementa anualmente sin que educativa o socialmente su propio país les ofrezca alternativas de salvación. La tendencia indica que un buen número de ellos son padres a la fecha, lo que significa que, atrapados en una realidad crítica, enfrentamos un panorama desolador. Esto hace más inmoral e inaceptable la propaganda electorera, el dispendio a nuestra costa, la inutilidad de un subsidio que tampoco garantiza que la publicidad redunde en democracia.

Si tan irracional dispendio se invirtiera en proyectos formativos y sociales se lograrían beneficios más perdurables y efectivos que la elección del batallón de ineptos que no hacen más que demostrar su cortedad, en todos sentidos. La pregunta que todos nos hacemos permanece sin respuesta: ¿dónde está el proyecto de país que debemos respetar? ¿Dónde las esperanzas? La sociedad, de una vez por todas, debe despertar.