Yerro del director del FCE


El Fondo de Cultura Económica se ha convertido en un organismo del Estado de frágil independencia moral. Expuesto a caprichos sexenales, en varias ocasiones y de modos distintos ha vulnerado su misión editorial cediendo y concediendo a presiones gubernamentales. Sobre presencias memorables que han contribuido a su prestigio, también ha tenido directores ajenos al mundo del libro y del pensamiento, como el expresidente De la Madrid y otros y otra de triste memoria, que no han dudado en exhibir indiferencia o desprecio a los escritores. Sin embargo, nunca un periodista del sistema, ex jefe de prensa de la Presidencia de Carlos Salinas, había dirigido esta gran casa editorial que desde su creación, en 1934-5, estableció los principios de su autonomía para que ni funcionarios ni particulares desvirtuaran criterios internos ni sus líneas de acción.

José Carreño Carlón no es el primer “hombre del sistema” a la cabeza del FCE, pero sí el único que ha puesto en duda la imparcialidad del organismo al utilizarlo como “plataforma publicitaria” de los intereses políticos del mandatario. De la inteligente e irrefutable crítica de Jesús Silva Herzog Márquez, publicada el pasado lunes en Reforma, se infiere que “servir” a su jefe Peña Nieto mediante una entrevista pública es, de menos, un atropello al Fondo a su cargo. Que no dispuso el programa televisado con el Presidente como director del Fondo, refutó Carreño, sino como ¿qué?: ¿jefe de prensa, priísta, periodista independiente…? No hay argumento que lo salve.

La cuestión es que es difícil, por no decir imposible, mantener la disposición de agradar a Los Pinos y, al mismo tiempo, situarse como cabeza imperturbable en un puesto ideal o supuestamente identificado con intelectuales y voces críticas. Ambos quehaceres son incompatibles entre sí, como demuestra el paso, casi imperceptible, de Antonio Carrillo Flores por estos corredores colmados de anécdotas. Como salida de algún problema, Echeverría puso al entonces joven economista Francisco Javier Alejo al frente del FCE. A poco, el destino se encargó de demostrar que el político lo es de tiempo completo y que aceptar el Fondo era un compás de espera, como al fin ocurrió. Arnoldo Orfila, Cosío Villegas, José Luis Martínez y pocos más dejaron una gran huella en la historia de la institución. Otros han pasado por ahí cual sombras imperceptibles o, en el peor de los casos, aferrados a sus defectos. En todo caso, no sería un mal ejercicio estudiar hasta dónde la mayor empresa editorial del Estado espejea ires y venires entre el presidencialismo y el complejo universo del libro y de la cultura en general en este México que no deja de asombrarnos.

A pesar de que José Carreño cuente con los recursos de su oficio para salir airado de las protestas, ya demostró quién y por qué lo nombró en el FCE; algo que, dada su trayectoria profesional vinculada al PRI, resulta obvio. Responder a la crítica como si de dos personalidades se tratara y una no fuera excluyente de la otra, agrava sin embargo el entuerto. Lo cierto es que su programa “Conversaciones a fondo”, fue el gran error del director de FCE y el tributo personal o partidista del periodista al gobernante.

 Con razón esta torcedura ha provocado protestas que, de menos, deben llegar al fondo, si, pero no nada más por lo que nacional e internacionalmente representa esta casa editorial, también por los accesorios y desafortunados comentarios de Peña Nieto sobre “la cultura de la corrupción”. Por llovido sobre mojado, sus prejuicios comprometen tanto al mundo de la cultura como al propio FCE. Luego, protegido por su anfitrión, acabó considerando la dicha corrupción como “un tema casi humano, que ha estado en la historia de la humanidad”. De que es humano, ni quién lo dude, pero no se trata de dar por sentada una debilidad facilitada por el gobierno, sino de combatir el delito mediante la  intervención efectiva de las instituciones para reprimirla, controlarla y sancionarla, como ocurre en otros países.

En vez de defender la cultura y su misión implícita, Carreño se concentró en el propósito encubierto por la pantalla de la casa editorial a su cargo: los debatidos cambios constitucionales. No es que sean otros tiempos, como se dice, es que los compromisos éticos son implícitos e incuestionables. Transgredirlos o siquiera ignorarlos es uno de muchos actos de corrupción que se cometen impunemente, como si de un derecho adquirido e inofensivo se tratara. No hay modo de conciliar el compromiso ético de la razón, inseparable de esta gran empresa editorial, con muestras de servilismo, distintivas de los priístas y en particular de los hombres del Presidente.

Un periodista orgánico en funciones y al servicio del gobierno tarde o temprano tendría que chocar con lo que representa el FCE en la historia editorial de México e Iberoamérica. Para Carreño, no hay contradicción; para los demás, es obvia. Y eso fue lo que observamos durante 90 minutos reveladores: el director del FCE actuó como agente publicitario de los intereses del Presidente.  El tema del libro, de las publicaciones o los proyectos editoriales brilló por su ausencia. Mal podría haberse tocado, por cierto, con los allí presentes. Al convocar “comentaristas” como Denise Maerker, León Krauze, Ciro Gómez Leyva, Pablo Hiriart, Lilly Téllez y Pascal Beltrán para que hicieran preguntas comedidas al Presidente, Carreño con seguridad  supuso que Maerker y Krauze darían el toque “conveniente” de pluralidad o crítica. Después de todo, uno era el asunto a tratar y el fundamental en los empeños persuasivos del régimen: las reformas estructurales. Si fuera el jefe de prensa de Peña Nieto, Carreño no le habría hecho mejor propaganda. Pero insisto: es el director del Fondo de Cultura Económica, el órgano editorial más importante de la historia de México...

Este es uno de tanto ejemplos en los que se ve cuán difícil es que las personas sepan cuál es su lugar, qué es lo que les corresponde y lo que, a toda costa, deben evitar. Confundir y/o fusionar deberes y compromisos implícitos con intereses circunstanciales es, sobre lo que todos sabemos, otra característica de la corrupción impulsada, tutelada y tolerada por el propio sistema de poder. Moral, decencia básica, congruencia y dignidad son atributos (desde luego trasmitidos por la cultura) que tienden a repudiarse, evitarse o ignorarse porque recuerdan lo que es y debe ser un hombre, un verdadero Hombre; es decir, una persona íntegra, cuya conducta no se presta a suspicacias. No dar importancia a lo que verdaderamente la tiene conduce al cinismo, y a lo que le sigue. Y eso, a fin de cuentas, es lo lamentable.