Diciembre en la CDMX es un torbellino insufrible que arrastra nuestras vidas a otros círculos del infierno que asustarían al mismísimo Dante: entre que los de MORENA deciden parchar en horas pico los baches que dejaron crecer durante todo el año hasta honduras abismales; los rateros y extorsionadores no dan tregua, los mercachifles dejan en libertad su codicia insaciable; los pedigüeños acosan en las calles y en las casas con alcancías de plástico y sobrecitos con leyendas impresas; las diputadas se desgreñan con la ausencia de estilo y de materia gris que caracteriza su invaluable y muy bien pagado no-desempeño político; la innovadora burguesía morenista despliega a la luz del día y con lujo de cinismo su atareada decisión de sobrepasar con creces los niveles históricos de corrupción, encubrimiento, mentiras e impunidad actuando como si su rapacidad fuera el triunfo social sobre el derrotado compromiso de institucionalizar la revolución; que si la gobernanta, en su inaceptable fidelidad al patrón, insiste en voltear para otro lado para proteger “hasta sus últimas consecuencias” intereses y aliados de su figura tutelar; a la par y frotándose las manos, el residente de La Chingada se regodea mirándose en el espejito yo-yo de la grandeza, y su compita tabasqueño, agradecido, se constituye en eficientísimo agente quesque literario para que su librucho se corone como el gran best seller del año, del sexenio, de la década y aun de la historia de la no-lectura en México; infatigable en su degradación, la mal llamada justicia –reducida a la ley de “porque lo digo yo”- se entretiene prodigando escándalos mediáticos y bajezas sin límite para humillar hasta la ignominia a sus chivos expiatorios; las pelis navideñas inundan con su cursilería gringa la televisión “cargada” de mensajes de inmensa alegría, amoríos reganados, esperanzas cumplidas, sesiones de perdón y triunfos sobre los grinch durante entretenimientos amenizados con harto chocolate caliente coronado con crema batida y malvaviscos; y, para alentar el espíritu navideño, dulces por toneladas, galletas de gengibre, ingentes cantidades de guirnaldas y luces dispuestas a encandilar al mismísimo firmamento; que por eso, por “la contaminación lumínica” los satélites allá arriba andan como desviados, con el rumbo perdido y los mensajes alterados; pero eso sí: la publicidad no cesa de vender la ilusión de un mundo idílico, poblado de hombres y mujeres tan ricos, exitosos y felices como jóvenes, hermosos, ociosos y depositarios del secreto de la inmortalidad autosatisfecha.
¿Cómo no molestarse si por donde vamos tropezamos con perros ridículamente vestidos, sustitutos de hijos paseados en carreolas; caniches que presumen a sus amos; amos/rehenes, limpiadores de sus cacas, aunque también disfrutones a tiempo completo; y no faltan los beneficiaros de aguinaldos y premios electoreros que se amotinan en los comercios para consumir lo inimagible e inecesario… Furor decembrino éste, sí, que con preclara caracterización morenista levanta el tapete de la pura verdad. Una verdad, para quien sepa mirar, que deja al descubierto el deseo de no ser el que es sino ser el otro, el imaginario, el inalcanzable, el aborrecido, el envidiado, el adversario, el combatido que lo continúa superando a su pesar. Ser el otro, por supuesto, el que con tanto enjundia critican y pretenden imitar, ridiculizándose ellos mismos.
Salir de casa es una aventura de alto riesgo que me deja sin aliento; pero, sobre todo, aborrezco tanto el consumismo y la idiotez abultada en masa que solo se me ocurre pedir al cielo un único milagro, el más difícil de todos: cordura; cordura, Diosito, para esta humanidad contaminada y aferrada con tanto celo a sus defecciones. Cordura, pues, que tanto urge para combatir tanta miseria moral, política, social… Y es que, cuando leo que la humana es la única especie dotada de razón, miro a mi alrededor, veo las noticias con estupor, observo a la multitud, me asomo a las “noticias” del Congreso… Veo las lindezas de Trump, de Netanyahu, de Putin, de Sánchez el español, y de la interminable lista de malos y peores monstruos con poder y en el Poder que, en su pequeñez, no se cansan de culpar que si a la derecha, que si a la izquierda, que si al pasado, que si al futuro, que si a los conservadores, que si a los populistas, los autócratas, los extintos comunistas y reaccionarios que hasta el nombre han perdido, que si enemigos, que si activistas, que si iguales o desiguales… ¡Dios, Dios!, ¿en qué clase de circo has convertido tu sagrada creación? No ceso de preguntarme si la supuesta razón es como los premios de la lotería: invisible, pero deseable y promisoria; tentadora, aunque inaccesible; iluminadora, pero injustamente selectiva.
Para colmo, mi disgusto decembrino se agudiza cuando, no sin estupor, observo la pasión popular por esos horrendos y desmesurados monos inflables que, más que espíritu navideño son una demostración fehaciente de la chabacanería; una vulgaridad que encumbra el santo y seña del estilo de gobernar y de una facción, que sin pudor, celebra su aborrecimiento a la cultura y a la inteligencia educada.
Si este que nos enajena es el “espíritu navideño” entiendo el envilecimiento de lo demás.
