¿Reforma educativa?

Uno de los misterios del régimen de Peña Nieto es el contenido de la muy publicitada y nunca definida Reforma Educativa. ¿De qué se trata? ¿Qué, para qué y cómo se busca?  No hay modo de descifrar el modelo de mexicano que tienen en mente. No sabemos  qué tipo de país desean sus promotores ni cómo piensan preparar a los adultos de mañana. Nada, tampoco,  sobre cuáles imperativos éticos deben regir al ciudadano en ciernes. Congruencia y civismo, para mí, son prioridades inaplazables, pero nada de eso se menciona ni parece existir un compromiso ético aquí, donde tanto se requiere. No se si entre los enigmas que envuelven a la trillada “reforma” se considera infundir en niños y jóvenes la disposición de ser buenas personas y útiles consigo mismos y con los demás, en el más alto sentido de la expresión. Hasta donde podemos inferir, se trata de una suerte de entrenamiento o acomodo general para responder a los desafíos económicos del capitalismo salvaje.

Dos proyectos educativos significados hubo en el siglo XX y ambos fueron destruidos y “reformados”, régimen a régimen, con la gradual, eficaz y creciente intervención nefasta de las fuerzas sindicales. Desde sus orígenes y hasta su degradación absoluta, el magisterio fue espejeando el carácter, los vicios, la corrupción y el estilo del sistema que lo engendró. Gobernantes y SNTE, en connivencia y cada uno por su orden aunque con idénticos fines espurios, aniquilaron tanto los restos del brillante programa de Vasconcelos –fundador de la SEP-, como el Plan de Once Años, discurrido e impulsado por el también escritor Jaime Torres Bodet, en 1958. Entre las grandes propuestas vasconcelianas del Obregonato y los afanes transformadores de Torres Bodet con López Mateos se fueron gestando, multiplicando y probando, con puntual precisión, las tentativas y derrotas que dejaron tras de sí uno de los saldos más indignos y lastimeros de los gobiernos emanados de la Revolución Mexicana.

Lo que atestiguamos es el resultado de un fraude rotundo y sistemático: prueba fehaciente de la calidad política y moral de los gobiernos mexicanos. Para quien algo sepa de historia contemporánea no será difícil entender lo que subyace entre una hasta ahora vacía “reforma educativa” y el gesto de “evaluar” al  magisterio bajo protección policíaca: a eso se ha llegado en esta barbarie.  Más que cualquier otro sector, el magisterio y su disidencia son el espejo más fiel y el producto redondo del sistema de porquería que los anidó. La cuestión es aclarar ¿quién evalúa a quién en este pudridero? ¿Bajo cuáles parámetros y criterios? Y a la par, ¿también se “evaluará” al régimen político que lo nutre y lo sostiene?

El prolongado y corrupto abandono estatal recayó enla mayoría de la población. Tal “evaluación” está pues tan llena de interrogantes e incongruencias como la propia CNTE, enquistada en su mal llamada “lucha” disidente, cuyos excesos se hicieron intolerables y disfuncionales para la de por si compleja estructura de poder de la SEP. Se entiende que acabar con la CNTE era indispensable, pero eso es un tema judicial, no de cuestiones formativas ni pedagógicas. Toda esta bajeza implícita nada tiene que ver con lo que, en términos estrictos, debe considerarse reforma educativa. Limpiar, sanear y aplicar las leyes corresponde al deber de gobernar. Educar significa formar. Una reforma educativa verdadera  comenzaría por una rigurosa, totalizadora y ejemplar formación de maestros; es decir, atreverse con la reestructuración interna y externa de las escuelas normales para modernizarlas en el cabal significado del término.

El tema en torno de cuánto tiempo y mediante cuáles procedimientos se cumplirá una meta pedagógica y cívica, aún ignorada, simplemente no se menciona. Nadie parece interesado en precisar qué  entiende este gobierno por “educar”. Ni qué decir respecto de conocimientos, aspiraciones y métodos de enseñanza. Un sin fin de dudas aparecen cada vez que repaso los dos proyectos educativos del siglo XX mexicano, pero más y peor me persiguen preguntas como ¿cuál es el perfil de maestro previsto para de romper la costumbre de igualar a la población hacia abajo? O, ¿mediante cuáles criterios y autoridades se “reformarán” las conflictivas normales y la Universidad Pedagógica?   ¿Con qué “maestros”, a la sombra de sindicatos espurios, se civilizará a las nuevas generaciones…?

Hasta hoy, la tal Reforma anunciada se ha limitado a una acción y un propósito visiblemente judicial: la batalla política contra la CNTE, y, en el otro extremo, el anuncio de construir baños, espacios y servicios menos indignos o vergonzosos para los escolares marginados, lo cual es una tarea de mantenimiento rutinario que, en otras épocas, se asignaba al actualmente fantasmal Comité de Escuelas.  En resumen: no le veo cuadratura a este galimatías que comienza y se desarrolla como prueba de fuerza entre el gobierno, la SEP y la CNTE, por no citar ni detenerme en la oscura y también indigna historia del SNTE.

Esto parece una confrontación entre el viejo estilo de gobernar a base de alianzas espurias y complicidades en componenda y la presión neoliberal que finalmente puso de manifiesto el fracaso tremendamente tóxico de su modelo de poder. Lo evidente es que continúa sin resolver uno de los principales compromisos de la Revolución y de la Constitución de 1917: la educación.

No se trata de remontar grandes ideales formativos; ni siquiera de reparar el inmenso daño moral causado a las generaciones y menos aún de construir un gran país con personas mejor logradas y más honorables que sus antecesores. Hasta donde puede observarse, se trata de doblegar el oscuro poder en paralelo de los sindicalistas disidentes que alcanzó honduras tremendas, lo cual está muy bien y ya era hora de hacerlo, pero insisto: eso no es educar, sino intentona de darle presencia institucional a la controversial y burocratizada SEP ante las exigencias neoliberales. Es obvio que para este modelo económico, no funcionan los vicios arraigados, empezando por los sindicales. No más control mafioso de plazas ni de cuotas forzadas ni de cientos o miles de escuelas, cuyo estado deplorable no merece identificarlas como tales.

La verdadera y necesaria educación, por consiguiente, continuará aguardando como los milagros que urgen y jamás ocurren.