INCERTIDUMBRE ARMADA

ISIS Forces operating in Iraq. BBC

ISIS Forces operating in Iraq. BBC

El neoliberalismo fracasó en unas décadas. No contento con extremar distancias entre riqueza y pobreza, engendró al monstruo del terrorismo. A ningún estudioso escapa la intervención de las potencias en Iraq, Afganistán o Siria, por citar algunos ejemplos. La nefasta estrategia de Bush jr., ávido de petróleo y supuestos triunfos militares, creyó que abatiendo a Sadam Hussein, también controlaría la avanzada fundamentalista. Ignoró que el dictador suní era un interlocutor necesario para Occidente. Sin él y gracias al entrenamiento y apoyo militar y financiero que recibió el saudí petrolero Osama Ben Laden en los Estados Unidos, el fundador de Al Quada pudo extender geográfica y militarmente la red de terroristas cuya peligrosidad, multiplicada y enredada al “nuevo califato”, ha puesto al mundo al borde del estallido bélico.

A partir de los ataques terroristas en París, los analistas han comenzado a etiquetar la etapa armada del fracaso neoliberal como “guerra de culturas”, “enfrentamiento de civilizaciones” o lucha de intereses entre Oriente y Occidente. Lo cierto es que el terrorismo ha puesto a Siria en el núcleo que agudiza la confrontación entre islamistas y democracias dirigentes. Además de comprometer la paz, el conflicto redunda negativamente en las economías emergentes y en el destino de millones de desplazados que huyen de sus infiernos hacia Europa o los Estados Unidos, a su vez corresponsables de la degradación de países enteros. Tal la evidencia de que, en vez de rectificar el monetarismo global, el mundo ha caído en una de las peores y más complejas crisis internas, externas e inclusive religiosas, de cuantas tengamos noticia.

 Ante error tras error consumado y defendido por las partes en pugna, una cosa es evidente: cualquier modelo económico único para culturas y desarrollos distintos principia y acaba en dominio único. La supuesta apertura democrática del mercado del trabajo, del dinero y de productos de consumo era imposible entre sociedades desestructuradas y países avanzados, como quedó demostrado al grado de que ahora, mediante estrategias que pretenden contener a los terroristas, no discurren más solución que una alianza internacional y violenta para “abatir al enemigo común”.

Sobran razones para estar alarmados. Hay que insistir en que la ideología neoliberal no es inofensiva. Verdadera fábrica de miserables y del puñado de propietarios de la riqueza mundial, entre cuyos negocios más lucrativos está la fabricación de armas, el capitalismo salvaje es indefendible. Sin diversidad regulada por la justicia, sin tecnología propia ni tolerancia real; sin educación de calidad y alimentos aparejados a servicios asistenciales y especialmente sin equilibrio social, garantías de seguridad y capacidad de ejercer derechos, deberes y libertades, las mayorías quedaron excluídas de las oportunidades vitales no solo en su patria, sino del progreso compartido. Agréguense el fundamentalismo islámico y la rebatiña petrolera y empresarial para coincidir con quienes insisten en la urgencia de parar, de una vez por todas, con la también llamada “economía de casino”, cuyos afanes confinan a más de la mitad de la población mundial en una realidad infrahumana, en un planeta devastado por la codicia.

El inventario de aciertos no supera las deficiencias globalizadas.  Los países en desarrollo siguen en el traspatio del progreso. Inmersos en una miseria con ignorancia arrastrada durante generaciones, afectados aún por las consecuencias del colonialismo que nadie quiere recordar, supeditados a la corrupción y a gobiernos espurios, las diferencias entre los simbólicos Norte y Sur, son inconciliables.   Narcotráfico, correo de armas, hambre, criminalidad y sangrientas luchas internas no pueden enmascararse con avances monetaristas. La desventaja de los países emergentes respecto de las economías de punta es casi insalvable en lo que se refiere a tecnología, niveles competitivos, producción, aportaciones científicas, educación, seguridad y capacidad de crear infraestructura, empleo y niveles dignos de vida, por lo que el panorama inmediato resulta desalentador.

No es accidental que las migraciones del Sur hacia el Norte y del Este hacia el Oeste alcanzaran niveles críticos a las puertas de sociedades industrializadas. Con el desgaste de tierras y agua, efectos contaminantes, sobreexplotación de recursos, el declive de las izquierdas, más el narcotráfico y no pocos conflictos armados, la inequidad económico/social se multiplicó hasta situar la dinámica migratoria en la cima de las prioridades. En suma: la realidad mundial se descompuso. El dilema, por consiguiente, es inaplazable y también global: se debe diseñar no uno sino varios proyectos económicos razonables y afines a las capacidades de países y culturas diferentes. Si valoramos la democracia, comencemos en términos locales por sanear la política y abatir la corrupción, inclusive en las inversiones y en nombre de la justicia. De continuar dependiendo del modelo único no tardaremos en involucrarnos en enfrentamientos bélicos de alcances inimaginables.

Las olas de refugiados y migrantes hacia Europa, por otra parte, rozaron el riesgo límite anunciado ante la desestabilización mundial prevista al término de la Guerra Fría. Al respecto, el diplomático peruano Oswaldo de Rivero escribió en El mito del desarrollo (1998), que así como cayó el imperio romano y según las tesis de Jean Christopher Rufin en L’ Empire et les Neuveaux Barbares (1991), ciertos países –como México- se convertirían en Estados Tampones para contener a las masas del Sur mediante créditos/inversiones y supuestos apoyos financieros de emergencia para evitar la invasión prevista de millones de expulsados de sus regiones de origen.

De Rivero agregó que ser un Estado pobre, vecino de uno próspero, se convertiría en una renta estratégica más remunerativa cuanto mayores la inmigración clandestina y los refugiados generados por la invialidad económica de los pobres. Ninguna de las previsiones en este sentido, sin embargo, se aproximó al drama humano del siglo XXI que, en principio, tuvo a países del Maghreb como Argelia, Marruecos y Túnez, y México como tapón de centro y suramericanos, como beneficiarios de “ese tipo de renta estratégica” que resguardaría tanto el bienestar de los Estados Mediterráneos del Norte como de los Estados Unidos.

Imprevisible a fines del XX, la crisis de Siria, aunada al fortalecimiento islamista, modificaría el mapa, las políticas migratorias y sus respectivas respuestas “civilizadas”. Este fenómeno inutilizó la estrategia neoliberal que pretendió contener invasiones sucesivas de “nuevo bárbaros” al atraparlos en limes o zonas tampones surgidos de la inviabilidad de sus Estados.

Como nunca hacen falta mentes críticas, cabezas pensantes y dirigentes prudentes. La paz está en riesgo, igual que los derechos y libertades, por desiguales que sean sus logros. Si fueran inteligentes las izquierdas dejarían de lado su codicia y sus rebatiñas electoreras para comprometerse con propuestas y soluciones locales e internacionales. Es indudable que, en situación tan aciaga, las potencias deben asumir su responsabilidad en el conflicto para modificar cuanto antes sus estrategias militares y económicas.