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Martha Robles

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Acapulco, la puntiilla

October 31, 2023 Martha Robles

Imagen de Carmen Aristegui noticias. Aportación de la alcaldesa de Acapulco a la cultura universal: “el pillaje es cohesión social”

Ya es demasiado. La sociedad debe despertar. Duele profundamente México. Duele el bajísimo nivel de conciencia, de educación, de honradez, de lucidez y autoestima aupado a la indignidad, la ignorancia, la ilegalidad y la bajeza. Duelen el miedo y la inseguridad, el descaro con el que los funcionarios cobran su cuota por cada ladrillo y metro cuadrado que se construye o se pretende construir. Duele el cinismo de los coludidos con narcos y otros criminales y más ofende la inaudita cifra cotidiana y acumulada de asesinatos, descuartizados, desaparecidos... Ofende y preocupa el poder cedido a los militares. Desgarra el dolor de las madres que escarban en busca de cadáveres, del polvo de sus hijos amados o del  vestigio que les permita llorarlos. Lacera el abandono de enfermos y viejos, de niños sin acceso a medicamentos, de padres que saben lo que es vivir  sin derechos en un país que maltrata y ultraja, un país que honra más a los muertos que a los vivos.

Duele la ironía de Ibargüengoitia al titular acertadamente su novela con el encabezado nacional: En este pueblo no hay ladrones. Duele que no haya autoridad ni instancia para llamar a cuentas, para exigir, sancionar y obligar “a quien corresponda” a actuar con decencia y responsabilidad. Hiere el disimulo, la cobardía, la canalla ruín y despreciable que se exhibe con aires triunfalistas. Pesa el ancestral y aparente enojo del taimado que abusa, encubre, promete la gloria y aplica el infierno, mientras mantiene el ojo en alerta  y la lengua suelta para criticar y disminuir al otro.  Nada más repugnante que un taimado que engaña, simula y recibe  sin dar nada a cambio.

Una cosa es el azote de la naturaleza y otra el caos gubernamental y la complicidad popular con quienes nos avergüenzan. Y sobre la vergüenza, la jactancia y el descaro a sabiendas de que “el pueblo”, como en los días coloniales, se agacha, aprovecha lo que puede y se congratula por haber elegido al verdugo.  Pasó el ciclón y arrasó con Acapulco para dejar al desnudo la pura verdad; Verdad que los farsantes empoderados ya ni se preocupaban en ocultar.  Verdad que tiene sin cuidado al Gobierno porque ya se sabe que las desgracias “caen como anillo al dedo” a la farsa electoral. ¿Qué hacer con tanta verdad? Ante las ruinas, la verdad: estamos sobrepasados por un autócrata que no oculta su complejo de inferioridad.  

Gracias a la definición  de ojete de Arturo González Cosío, todo se explica a condición de atender el tránsito psicosocial del vencido que él conoció a profundidad: todo comienza con el  taimado histórico que se hace con el poder y asciende al mexicanísimo ojete; ojete que gracias a la acuciosa explicación complementaria de Vilma, hija no menos brillante de Arturo, adquiere sentido porque en lo fundamental el ojete  es un cobarde y un canalla que miente, engaña, traiciona usa a los demás y solo obedece a sus intereses personales. Cuando persigue el poder, el ojete promete que bajo su mandato todo va a cambiar para bien. Que todo será diferente a la porquería del pasado y, ahora si, va a abolir desde la raíz tanta corrupción, etc.  Para el ojete ha llegado la hora de la redención esperada… Hora que, para el resto de la población, es la pura verdad, como la de “ya saben quién”.

En esencia, la definición corresponde a un carácter multifacético y por todos conocido, pero tolerado no obstante su sello nefasto. Si solía enmascararse, al menos ante los ingenuos, el poder absoluto lo ha llevado exhibirse a cielo abierto para simular, denigrar, traicionar, acabar con las instituciones, columpiarse en la propaganda, embarrar a quienes no lo adulan e imponer uno de los peores -o el peor- gobierno del México moderno y contemporáneo.  

Pensador por desgracia olvidado en esta circunstancia turbulenta, Arturo González Cosío fue un estudioso, como pocos ha habido, del hueso de nuestra complejísima sociedad desestructurada.  De hecho, a él debemos el término “sociedad desestructurada”, cuyas peculiaridades han conseguido dominarnos. Harto de políticos que prometían la gloria y saqueaban y abusaban lo que podían y de ojetes que pedían favores y pagaban con traiciones, González Cosío agregó a la aún incipiente sociología del mexicano revelaciones (¡lástima que no las publicó!) tan imprescindibles como oportunas para entender el trasfondo del descenso nacional.

Su acierto fundamental, en relación con la sociología del ojete y por extensión del mexicano (como gustaba decir), fue haber señalado que “todo en la historia del Estado mexicano, permea de arriba abajo”.  Esto significa que si el de arriba es un ojete, los de abajo también lo son por imitación y complicidad. “El estilo personal de gobernar”, que por su parte examinara  Daniel Cosío Villegas, es mucho más que impostura y dominio personalizado porque su gravedad estaría incompleta sin la perspectiva de González Cosío, que me ha recordado Vilma: todo permea de arriba abajo en el Estado mexicano… Si tal imposibilidad para la democracia sucede en una sociedad tan desestructurada como ésta, por si mismo habla la consecuencia  imperante: el sello MORENA; sello nefando porque, correlativo al “estilo personal de gobernar” y al estigma histórico de que todo permea de arriba abajo,  ha conseguido igualarnos en masa hacia abajo. Agréguese, para colmo, la manipulación oficial para  desacreditar cualquier empeño minoritario por conseguir que lo bueno, razonable, constitucional, institucional, conveniente y necesario invierta la tendencia de permear y en vez de arriba abajo una mejor educación consiga contrarrestar la concentración del poder y democratizarlo de abajo arriba. Solo así se podrá modificar la costumbre del poder y el orden social.

Es innegable que la taimada y canalla maquinaria morenista, fortalecida a costa del erario, nos ha impedido invertir este tremendo estigma.  Si bien lo arrastramos desde el siglo XIX, con el de por si chabacano lópezobradorismo se ha alcanzado el punto más alto de desestructuración social. Si lo que se permea desde arriba es la canallada no es de extrañar que abajo se potencie el pillaje y la indignidad en todas sus expresiones. Sin que nadie lo hubiera imagínado, porque así son las jugadas del destino, de ahora en adelante tendremos a Acapulco en la cima de la desestructuración social.

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COVID. Pasos en la azotea y confesión obligada

October 10, 2023 Martha Robles

Coronavirus

Cada quien vive la enfermedad a su manera. Y cada enfermedad tiene su lenguaje y sus reglas, igual que las edades, la compasión, el dolor y/o el amor, la idea de la muerte o las dudas sobre lo fundamental y lo secundario. Para mí el COVID  fue largo, solitario y extraño: un pozo que por sabe Dios cuáles sedimentos inconscientes asocié al Círculo I del Infierno. Dante sobrevaloró el Bautismo al reservar ese inexplicable limbo para mentes “virtuosas” o “paganos” tan luminosos como Homero, Hipócrates o Aristóteles: ejemplos de quienes, tras la vida breve, harían soportable la eternidad que -nos dicen- sigue a la muerte.

Inesperado y totalizador, este bicho indómito al que le gusta fortalecerse en mi cuerpo con cada vacuna me enseñó que “la vida está en otra parte”, y que apenas se limita a espetarnos  la humildad del instante. Significó la imposibilidad de leer y escribir; renunciar a mi afinidad con “Funes el memorioso”; perder los olores cambiantes del mundo; reconocer que la fragilidad del cuerpo es como las marionetas gastadas por tanto representar escenas grotescas de la existencia; respirar como la mayor de las hazañas; preguntar -si alguno-  por el sentido del vacío; imaginar en fragmentos los siete años de Hugo Mújica en un monasterio trapense y dar vueltas a la hondura de que es capaz el silencio. Confirmé cuán endeble es la frontera entre la razón y la sinrazón y sin proponérmelo descubrí que, tras la densa nebulosa de la enfermedad, existe un tipo infrecuente de lucidez para  percibir, en toda su plenitud,  lo no visible, la verdad enmascarada y lo que ni siquiera sospechamos en estado de vigilia.

Lo que se dice pensar la muerte no deja de ser extraño y no se si infructuoso; digo pensarla cuando se intuye el aleteo de algún zopilote furtivo y en algún momento el estado nos “regresa” al espacio de los saberes olvidados: el final del libro de los ayeres.  Sin autocomplacencia ni lamentos ociosos entendí que vivimos como podemos, no como queremos. Es inútil -y en realidad absurdo- lamentarse por lo no realizado ni recibido en nombre de los merecimientos imaginarios, que nunca faltan y siempre sobran. También el arrepentimiento se queda tan fuera de lugar como la íntima vergüenza por haber permitido ser subyugados y mal tratados, alguna vez, por un pobre diablo  abusador y autoritario. Lo que es, es como es. Así, nada más. No hay más.

De eso se trata estar vivos: de estar impulsados cada minuto por lo mejor de nosotros mismos, aunque lo alcanzado quede por debajo de las propias expectativas. Éstas, con frecuencia, son absolutamente irreales; tan ajenas a lo posible y probable como mi remota y por fortuna abandonada a tiempo fantasía de escribir algo a la altura de mis sabios y artistas más entrañables. Más pronto que tarde reconocemos que la lista de los deseos es  abultada y flaca la capacidad personal de alcanzar y con suerte superar a nuestros mayores. Esa distancia entre haber logrado ser tan poca cosa y anhelado lo idealizado se cubre con lo cumplido con creces: amar y ser útiles a los demás; trabajar con entusiasmo; escribir y leer sin pausa; disfrutar cuanto gratifica a la mente y los cinco sentidos; reír, reír o de menos sonreír, de preferencia en buena compañía, lo que tampoco es tan usual.

Pues mi libro de los ayeres dejó en claro algunas líneas generales en lo que respecta a mi historia como escritora: haber trabajado sin paga ni recompensa la mayor parte de mi vida, sin discriminar, sin reconocimiento, con alegría y sin reservas. Comprobar cómo, con tamaña cachiza, varios y varias se han echado a saco sobre mis ideas y mis páginas quizá porque ni he pertenecido a cofradía alguna, ni he cultivado ni procurado los elogios que tanto y de manera tan obvia e infantil persiguen algunos mi alrededor.  Tampoco he creído jamás en la “pequeña eternidad personal” que en realidad se reduce a los efímeros cinco minutos de fama o supuestos aplausos.  

La enfermedad, pues, es una de las estaciones definitivas de nuestra biografía. Entramos en ella de un modo y salimos de otro, mejor o peor, pero distinto. A algunos nos enseña de lo que se trata la resistencia y la feliz sensación de inmortalidad durante la infancia; a otros, de manera esporádica y definitiva, les representa un golpe intolerable que aprovechan para abusar, maltratar y ensañarse contra los que lo rodean y lo sirven.  De la variedad de ejemplos, solo se puede extraer una sola verdad: al envejecer, ”la fantasía punitiva”  se manifiesta en toda su significación y se constituye en la gran prueba del carácter, de la madurez, de la calidad espiritual y de la actitud ante la vida propia y la de los demás.

Recuerdo haber leído con los ojos bien abiertos La enfermedad y sus metáforas, de Susan Sontag. Talentosísima, fuera de serie y siempre echada palante, Susan dio muchas vueltas por el laberinto que calificó de “fantasías punitivas”, aunque en sus exploraciones casi ilimitadas menospreció a  los fantasmas que cobran vida y golpean cuando más débiles e indefensos nos encontramos. Yo por eso titularía su libro “La enfermedad y sus fantasmas”, porque fantasmagóricas y no otra cosa son las sombras reanimadas por las fiebres que se manifiestan bajo los párpados para espetarnos, sin compasión, el saldo de nuestras vidas.

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Página del diario. De sueños prestados

October 2, 2023 Martha Robles

Monumento a Jean Moulin en la Plaza de la República, en París.

El Quijote se me entregó como una revelación. No por sus andanzas, no. Lo que de él me caló hasta el hueso fue el efecto que causaron las novelas de caballería en Alonso Quijano: un lector refundido en una rutina sin gracia que aspiraba a mucho más que deleitarse con sueños prestados. Asimilado en el personaje que le permitió ser el otro idealizado, abandonó todo lo conocido y se atrevió con la gran aventura de su vida: zambullirse en cuerpo y alma en la ficción como hiciera en su hora el viejo pintor Wang-fo, para salvarse del feroz monarca. La diferencia es que el genial artista oriental, para asombro del verdugo y a la vista de la corte, desapareció en las aguas del lienzo recién pintado, mientras que Cervantes/Alonso/Quijano dio vida y mayor visibilidad al Quijote para mantenerlo actuante como personaje, historia y libro.

Cuando ni siquiera imaginaba que la vida tiene sus propios planes y que a querer o no hay que acatar el Dictado, mi fantasía del Quijote coincidió con el impreciso e infantil anhelo de realizar grandes hazañas: ir en pos del entonces publicitado Shangri-la; explorar a fondo la ciudad de El cuarteto de Alejandría, en particular la de Justine y de Clea; seguir las huellas de Lawrence y de Sir Richard Francis Burton; recorrer el trayecto de Alejandro de Macedonia; y de perdida siquiera cumplir un tramo, en los Himalaya, de la inaudita proeza de Alexandra David-Neel, mi heroína del momento… Repasada a distancia, no puede ser más conmovedora la fantasía de aquella lectora adolescente a la que le parecían tan infumables las discotecas y los autocinemas, como  deseables los imposibles. Era la edad en que, asediada por lo anodino, se sueña con ser “algo” allí donde el destino ignora fronteras, lenguas y calendario y la vida por venir se fusiona con naturalidad a lo infinito, como si la ejecución del deseo estuviera al alcance de la mano.

Así como hay muchachos marcados por un futbolista, un músico o un actor, en los años de formación el lector de raza absorbe a fondo a ciertos autores, un puñado de ideas y poesías, algunas ficciones y las infaltables biografías que, en conjunto, forman carácter. De esa irrepetible edad-esponja data mi deslumbramiento -vigente aún- de las Antimemorias del gran Malraux, inventor de si mismo no porque fuera un gran mitómano, que lo era, sino porque lo vivido y experimentado adquiría dimensiones de eternidad al transformar lo visto, oído, sentido, imaginado y pensado en páginas de excepción.  En ninguna de sus obras  encontré desperdicio y releído no se cuántas veces,  me sigue pareciendo el gran Odiseo de nuestro tiempo, creador de la ficción verdadera desde que se obsesionó con Lawrence de Arabia. El modelo de escritor y pensante que tuvo al Hombre en sí en su preocupación esencial orientó mi interés por lo sagrado. Por él abrí compuertas de luminosidad impensable en la estrechez del México que me rodeaba. Movido por el impulso de abarcarlo todo y desentrañar misterios, fue tras las huellas de la reina de Saba, conversó a profundidad con Nehru, se unió a la resistencia francesa, a la Guerra Civil española, a las guerrillas en Indochina, donde además de nutrirse para escribir La condición humana, traficó con obras de arte y fue encarcelado; siempre irrepetible, fue el gran Ministro de Cultura con De Gaulle y fundador del Museo del Hombre. Al inaugurar el espectáculo de Luz y Sonido en Teotihuacán, subsidiado por la UNESCO, dio un discurso que, como el correspondiente en Atenas, todavía me estremece. Demostró con  Les Voix Du Silence que el mundo del arte no es el de la inmortalidad, sino el de la metamorfosis que en nuestros días equivale al viaje de adentro afuera de la vida misma. Habló con reyes, esclavos, chamanes, curas, combatientes, tiranos…, y de cada uno extrajo relatos invaluables. Lo sagrado fue su axis mundi y el afán de saber lo que le permitió sobrellevar las pérdidas, que fueron tremendas, como las de sus dos hijos.

Tatuada en el alma llevo esa frase suya que pudo ser la de Antígona: toda vida se convierte en misterio cuando la interroga el dolor. O ésta, que repito con las noticias del día en este México ensangrentado: El infierno no es el horror; el infierno es ser degradado hasta la muerte, tanto cuando llega la muerte como cuando pasa de largo (…) El dialogo entre el ser humano y el suplicio es mucho más profundo que el dialogo entre el hombre y la muerte. Todo esto cobró sentido cuando, en mi primer viaje a París, fui a rendir tributo al admirado Jean Moulin, héroe emblemático de la Resistencia. En el Panteón donde reposan sus restos por iniciativa de Malraux, volví a leer la Oración Fúnebre que, emblema de lo sagrado aquella noche de diciembre en que bajo el redoble de los tambores se depositó el pequeño ataúd sobre el catafalco, ante De Gaulle y miles de franceses y extranjeros el Ministro de Cultura evocaba cómo en los campos, en las cuevas, en las salas de tortura… se interrogaban los ladridos de los perros desde el fondo de la noche.

Originaria de un país y una cultura donde son practicamente inexistentes los héroes y a cualquier pelele le besan la mano y le rinden tributo, la figura de Jean Moulin me ha acompañado como la del hombre que -superior a Perseo-, cayó en manos de la tremenda Medusa, encarnada en el sádico Klaus Barbie Altmann, el Carnicero de Lyon, su torturador despiadado quien, sin que se le moviera un pelo, le reventó los órganos y le hizo probar el límite del sufrimiento humano; la peor de las torturas, sí, sin conseguir que el gran Jefe de la Resistencia revelara un solo secreto: él, que los sabía todos.

No me fue dado realizar grandes hazañas. ¡Qué lástima! Me quedé en el puente de los sueños prestados que, a veces, trasmutan en escritura. El bobalicón en turno, que nunca falta, me pregunta que para qué tanta lectura, que para qué sirven los libros. Estupefacta, pienso en los pueblos sumidos en las sombras, evoco  a Malraux y el cortejo fúnebre hacia los Inválidos; miro a las Abuelas de la Plaza de Mayo; lloro con las madres mexicanas de miles de desaparecidos; repaso las láminas de Goya con los empalados y sus Sueños de la razón. Pienso en Saturno devorando a sus hijos… Entonces entiendo a los héroes, el significado de la grandeza y el misterio del Hombre.

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Javier Marías, un carácter

September 11, 2023 Martha Robles

Javier Marías. Real Academia de la Lengua

Listo, listísimo, se anticipaba a sus adversarios al calificarse a sí mismo de cascarrabias. Tenía razón, y nadie lo desmetía. Para disgusto de los cómodos y correctos, la apreciable minoría de cascarrabias tiene el don de dar en el blanco, a condición de ser culto, vivir con el ojo en alerta y tener buena pluma, como el caso de Javier Marías. De estupenda tinta, humor inglés y prosa con rigor de relojero, no hallaban rival sus artículos y como novelista, sigue siendo uno de los más reconocidos y vendidos en nuestra lengua quizás porque, curiosamente, de cada 100 lectores de ficción, 90 eran y siguen siendo mujeres: fenómeno que, aunque antiguo, contradice al batallón de señores que se autoproclaman dueños de la literatura. Así se confirmó al recordar, en Madrid, el primer año de su fallecimiento ante un público fundamentalmente femenino, a pesar de (también) haber sido etiquetado de misógino e impertinente.

No se cotejaba con otros ni era parecido a ninguno. Nunca renunció a la máquina de escribir ni ascendió al ordenador. Era, pues, un antiguo en tiempos supersónicos que adoraba el cine, pensar, la buena plática y las obras y a las personas inteligentes, como Henry James. No tardé en enterarme de que tecleaba, corregía a mano, metía el papel al rodillo y reescribía. Lector apasionado, era inevitable que se inmiscullera en la vida de los otros y como biógrafo, en Vidas escritas, apuntó los rasgos/cifra de algunos de sus (mis) autores favoritos: Faulkner, Isak Dinesen en la vejez, Conan Doyle, Rilke, Navokov, Rimbaud, Lawrence Sterne, Wild, Turgueniev, Lampedusa, Mann…

Su libertad fue conquista vitalicia, lo que le hubiera valido la muy decimonónica definición de “libre pensador”. Cuando se lo creía encajar en el bando conservador asomaba la cabeza el republicano liberal y se tratara de amores, observaciones sociales o de política, demostraba que su autonomía moral era irrenunciable. En tiempos de Ortega y Gasset -entrañable para la familia Marías- de personalidades como la suya se decía que eran “individualidades”. Crítico, quejoso e inconforme, Unamuno en cambio gustaba aclarar que el que es, es como es; y el que es, es un carácter: definición que llenaba a plenitud al tan peculiar “Rey de Redonda”: micro isla caribeña deshabitada y poblada de aves, situada en el arco interior de la cadena de islas de Sotavento, en las Indias Occidentales. Divertida y de suyo digna de una obra original, la historia de su reino merecería estar entre los Lugares imaginarios de Alberto Manguel, con las Ciudades invisibles de Calvino o en las Ficciones del inagotable Borges.  

Así  también es biografiable su hasta ahora último regente quien murió a consecuencia de la pulmonía, sin sucesor ni heredero, el 11 de septiembre de 2022, a unos días de cumplir 71 años de edad. El Rey Xavier era, como su ingenioso reinado imaginario, una leyenda: un espíritu original a quien le fastidiaban los necios al grado de no ocultar su disgusto ante la profusión de errores que, especialmente políticos, afeaban la vida española. Dizque malhumorado y discrepante, lo cierto es que renunció a los premios institucionales, como el Nacional de Literatura, en 2012, por Los enamoramientos. Hasta el final de sus días las buenas y las malas lenguas lo creyeron candidato al Nobel, pero ya se sabe que premios y distinciones, incluido el Nobel, son caprichosos porque los mejores suelen, en todo tiempo y lugar, suelen ser rezagados, ninguneados o menospreciados.

Hijo del filósofo repúblicano Julián Marías, y de la traductora Dolores Franco, de la cuna a la tumba vivió entre libros y pensantes de excepción.  En su historia están las causas de su espíritu liberal y demócrata. El augue franquista obligó a la familia a afincarse en los Estados Unidos durante su infancia. Editor, filólogo, traductor, cuentista, periodista, novelista, llenaba a cabalidad la definición tradicional del hombre de letras. Oxford fue su divisa, las letras su pasión y la inteligencia el mejor de sus frutos: decía lo que pensaba, pensaba con claridad y lo escribía sin dudar en una prosa deliciosa, aun a sabiendas -y quizá por eso- que causaba de más de un disgusto. Fumador y solterón, tuvo un ojo especial para describir los enamoramientos, las relaciones de pareja, las fantasías y esas figuraciones que desdibujan la cotidianeidad de matrimonios y amantes, de rupturas, existencias y frustraciones secretas; en suma, noveló con agudeza y pormenores esos mundos de quienes, intramuros y en lenguajes reconocibles especialmente por mujeres, construyen deseos, entregas e historias imaginarias sin renunciar a sus rutinas ni a sus posibilidades vitales insatisfechas.

Siempre percibí la correspondencia entre el Marías de carne y hueso y el autor de la vida de los otros. Con cada lectura me quedaba la sensación de que escuchaba su voz y de que podía adivinar lo que venía en el párrafo siguiente.  Casi lo adivinaba. Y eso me divertía. Muerto él, advierto con mayor claridad las medianías que nos circundan, lo que sucede cuando disminuyen los cascarrabias luminosos y lo que pierden las letras cuando predominan las letras menores sobre las grandes voces.

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El Mal en tiempos del desprecio

August 31, 2023 Martha Robles

De la Web. Lucha contra el Bien y el Mal

Ser una buena persona no es fácil. Lograrlo exige un esfuerzo pedagógico acumulativo y mucho trabajo interior y de la razón, por lo que es inseparable del proceso cultural. No confundir al bueno de verdad con el anodino, el escapista, el bobalicón, el cobarde, el conformista, el parásito, el menso o el ingenuo, como sucede por ignorancia o tontería. A diferencia del batallón superpoblado de perversos, cuya ausencia de límites, ambición de dominio y autocomplacencia ante el sufrimiento rige su conducta agreste, las buenas personas tienen escrúpulos, son compasivas y se contienen. Saben lo difícil que es procurar, aceptar y defender el Bien a contracorriente,  porque es  uno de los triunfos humano/culturales que, aunque tambaleando y con dificultad, desafía al infierno que nos aplasta y nos hace sentir prescindibles, insignificantes, desechables e innecesarios.

En la orilla opuesta del Bien la popularidad del Mal es tremendamente fecunda y tan visible, que no hay manera de eludir sus tentáculos. Su imparable capacidad de acción se multiplica de manera geométrica ya que exige poca o nula inteligencia educada para expandirse.  El poderío en complicidad del Mal integrado con sujetos provenientes de las más bajas escalas de lo humano, demuestra lo fácil que es pertenecer y ensanchar el nicho más abultado y temible de la historia.

 Si se entendiera que no hay nada más ajeno a la generación espontánea que el Bien y lo bueno, las personas, las familas y los pueblos vigilarían los procesos formativos como condición de salud física y mental: únicas inversiones rentables y dignas al corto y largo plazo. Al nacer recibimos en bruto la lucha, el llanto primordial y  el impulso de exigir y tomar, con todos sus agravantes. De las manos que acunan y las voces que nos vinculan con la palabra surgen las primeras tendencias, fastas o nefastas, que marcarán al niño de por vida: empezando por la sentencia  no pasa nada ante el indicio de dolor, desamparo o sufrimiento y a pesar de que por supuesto algo está ocurriendo aunque pretendan negarlo los demás, se fomenta la costumbre de distorsionar las palabras y mentir. De forma progresiva se va infiltrando la torcedura del lenguaje a los modos de asimilar, nombrar, entender y relacionarnos con lo que nos rodea. Y lo que nos rodea es el predominio del Mal, cuyo furor no se había visto ni padecido  en muchísimo tiempo. Por eso hay que insistir en que la vida responsable depende del despertar de la conciencia crítica y de la defensa del Bien como garante de la democracia que, incipiente, apenas podemos notarla.

De tan desfigurado por su culto a las máscaras, al engaño, al abuso, a la extorsión, al resentimiento y al desprecio, los portadores del Mal lograron apropiarse del lenguaje, hasta convertirlo en máscara/matriz de las máscaras mexicanas: ¡vaya desgracia obvia y cargada de dolor, la nuestra! Accedimos por fin a “los tiempos de la infamia”, cuyo azote hacía decir a los remotos abuelos que “nos han abandonado los dioses”.

Lo que es, es como es: imposible negarlo o disfrazarlo. el Mal se está adueñando de los  escasos espacios formativos, mientras el Bien se mantiene a cuentagotas. Encaramado a la delincuencia sobreprotegida y sanginaria, su red crece a la vera del poder con Poder. Nos impide mirarnos, reconocernos y respetarnos los unos a los otros. Divide, confronta, inventa enemigos y hace del desprecio herramienta de sujeción para vilipendiar al distinto, al que se resiste, al que no se inclina ante “el bastón de mando” en posesión de un tirano que se regodea difamando, humillando, ultrajando y vanagloriándose de su cinismo pendenciero. De pies ligeros, así camina el Mal con la mentira cuando usurpa el lugar de la justicia, el derecho y las libertades. Estamos, en suma, inmersos en el tiempo mexicano de la infamia.

Es como un plomo que llevamos en los hombros: nos aplasta, nos reduce y aun el medio ambiente absorbe el odio dominante. El manto que cubre decenas de miles de cadáveres está lleno de agujeros, como la red en los días del anónimo de Tlalteloco. Para colmo, entronizado y simulador, el lenguaje del Mal se hace pasar por el Bien y lo bueno, por lo que ofrece recompensas y hace creer a los necios que, sin esfuerzo, rige los días y las voces que nos oprimen.

Hasta sufrirlo en las propias carnes, creímos que el Mal era cosa de otros: inquisidores, invasores, verdugos, dictadores, torturadores… Pasábamos páginas de la historia  con la comodidad de los que ven el mundo lejos, donde no nos alcanzan las mazmorras medievales, ni las hogueras, ni cámaras de gas. El Mal existe y no como algo opuesto al Bien, como enseñan los reduccionistas. Los budistas creen que el mal es un estado de la mente que se manifiesta con la incapacidad de reaccionar ante el dolor ajeno, con el afán de zaherir y causar sufrimiento, con la envidia, el desprecio, los celos y demás manifestaciones de “la ignorancia” o fuerza poderosa que  lastima profundamente.

 Pues será eso o la certeza de Hannah Arendt de que el propósito del Mal es  eliminar todo rasgo humano de los individuos. Lo innegable es que iguala hacia abajo, combate las virtudes intelectuales, inmoviliza, hiere y antes que el cuerpo, empeña toda su energía en aniquilar el espíritu.

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Ser lector (a): una pasión

August 14, 2023 Martha Robles

¿Quién si no?

Alberto Manguel define la lectura como “la más humana de las actividades creativas”. Humana -pienso con él o a propósito de él- porque congrega pensamiento, imaginación, descubrimiento, deseo, memoria, sueño, goce, emoción, deslinde… Vaya, creativa porque entre libro y lector se abre un mundo de dos lados entre los cuales palabras y silencio no cesan de intercambiar historias, laberintos, secretos y sentimientos insospechados. Me refiero a historias de la memoria pasada y por venir, así como a los relatos del escritor que habla y dice cosas; cosas que podríamos o no conocer, pero que en el mejor de los casos atrapan porque aun lo viejo, cuando dicho de otra manera, resulta tan original o luminoso que nos hace querer más, ir más allá, hacer una pausa para agregar, completar o disminuir, corregir, preguntar y cuando posible, también escribir en paralelo “otra cosa” nueva o distinta de la anterior. Esto, porque especialmente el lector/escritor está naturalmente inoculado de  peculiaridades que lo hacen, aun sin saberlo, miembro de una cofradía de amantes de lo prodigioso: algo manifiesto mediante amor al lenguaje, curiosidad, pasión de saber, gusto por el objeto mismo, por su hechura, su memoria implícita y sus componentes; en suma, por el universo contenido entre portada y contraportada.

Lectora temprana y sin guía, me pregunto cómo me hacía de autores y títulos, inclusive infantiles, sin presencias sensibles a mi alrededor. Por algo me intriga la idea del Destino. Intuí que en la lectura se me revelaba el porvenir o ya estaban descritos hechos sucedidos o por suceder. Al crecer y aun antes de saber que Virginia Woolf escribió lo propio en su ensayo sobre Charlotte Brontë, reconocí huellas de mi existencia en cada libro que “me tocaba”: leer “era tanto como redactar nuestra autobiografía, porque a medida que sabemos más sobre la vida descubrimos que Shakespeare también habló de lo que acabamos de aprender.”   

Sagrado desde mis primeros hallazgos, supe que el libro es depositario del misterio. A partir de esta certeza entendí por qué fracasan, una tras otra, todas las campañas en favor de la lectura: no hay pasión. Los no lectores pretenden persuadir de leer a otros que, como ellos, ignoran de lo que son capaces las palabras. Hay que estar inoculados para probar la fiebre. Entre pazguatos no se enciende ni se trasmite la llama que llama cuando se sabe que la palabra es luz y enamoramiento. Tampoco se comunica que un poema, un cuento, un ensayo, carta o relato cualquiera es un fragmento de la complejísima sabiduría atesorada en sabe Dios cuáles rechimales previstos por mentes tan prodigiosas e intemporales como Homero, Platón, Aristóteles, Sófocles, Shakespeare, Cervantes, Confucio, Juan de la Cruz, Kafka, Yourcenar, Borges, Steiner… Nombres penetrados hasta el hueso por el lenguaje; voces y metáforas que nos permiten ver; ver más allá de lo aparente: VER al otro y lo otro.  Ver al Jesús de Teresa, ver el libro detrás del libro que dijera Jabès; ver el pergamino “que nunca volverá a enrollarse” y el infierno de Dante. Infierno que, años después de leído, es visto y padecido. Ver “tu rostro mi Señor” -como le dice lady Macbeth a su marido, es como un libro en el que los hombres pueden leer cosas extrañas.  Leer pues como iluminado. Leer como los místicos, cuando elevaban la mirada al cielo en pos del Verbo; leer como el elegido que sabe -como san Agustín-  que El libro que leen nunca se cerrará. Leer el sueño y saber…

Aleguen lo que aleguen en favor del libro y sus supuestas virtudes, nunca se ganará un lector con propagandas futiles ni a fuerza de palabrería publicitaria. ¿Para qué -me pregunto- los que no leen quieren que lean los que no leen? ¿Cuál es el trasfondo de tal propósito? Únicamente el que conoce la flama entiende la naturaleza del fuego. Cosa difícil esa de contagiar el enamoramiento del lenguaje y sus misterios. En cualquier nivel, incluida la universidad, nunca tuve un maestro que fuera un verdadero lector. Campeaba el tedio y abundaban burócratas de la enseñanza.  Se recetaban títulos, bibliografías y medianías como si en la exigencia de “examinar” se les fuera prestigio y salario a los profesores. No me tocó en suerte, pues, alguien semejante al Roberto Bolaño devorador de lecturas que a mitad de la noche se levantaba porque debía continuar la página. No me tocó tampoco un tú que leyera como si en ello se le fuera la vida.

Aun hoy, cuando visito un museo o alguna de las bibliotecas que resguardan incunables, rarezas, manuscritos y antigüedades bibliográficas como joyas preciosas, me inclino con devoción ante un códice, un mamotreto, una tablilla sumeria, un papiro un  libro de horas... Pienso en las cartas secretas y la pasión de Heloísa que no declinaba ante la cobardía del mutilado Abelardo. Agradezco en silencio la generosidad de Japón que estando allá y al enterarse de mi interés por el Genji y su literatura en general, me llevaron a conocer el diario de Murasaki Shikibu, entre otras obras remotas, cuya sola memoria aún me estremece. No por nada mi fascinación por la Biblioteca de Alejandría y su historia me han acompañado con la fidelidad de un único y verdadero amor; el amor ideal y recreado a fuerza de lecturas.

Ya se sabe que desde la remota invención de las tablillas, nuestra especie necesitó escribir, inventar lenguajes, extender las palabras para identificar y comprender lo humano, lo sublime, el horror, lo bello, lo conocido y lo desconocido. Fuera en tabillas, rollos, papiros o biblos, la lectura nunca interesó a las mayorías. ¿Por qué, desde sus orígenes y hasta nuestros días leer es privilegio de minorías? Me refiero a leer leer, no a conocer letras del alfabeto ni a rellenar con citas y boberías los muros de las redes sociales. Tampoco me interesan repetidores descendientes de Eco, la infortunada infecunda que aturrulló a Narciso. Leer, pues, como una pasión, la más perdurable e iluminadora de todas.

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El madruguete

July 31, 2023 Martha Robles

Xóchitl Gálvez. Youtube.

El salto de Xóchitl Gálvez al ruedo precampaña le hubiera encantado a Martín Luis Guzmán, quien de primera mano supo todo de pugnas, trompicones y bajezas en dos obras capitales: La sombra del Caudillo y El águila y la serpiente. Grande entre los grandes de nuestras letras, resumió en una línea la historia del poder: “La política mexicana solo conjuga un verbo: madrugar”. Y madruguete fue lo que le hizo  al Preciso una audaz panista  que luce estupendamente el huipil, mientras el  macho la denostaba aprovechando cualquier excusa para autoencumbrarse y afianzar a sus corcholatas. De manera súbita, por donde menos se imaginaba, Xóchitl se apostó a las puertas del Palacio y brilló: habló, exigió, se encaramó y, como de paso, puso en evidencia que la borregada está flaca y no tiene mucha lana de dónde cortar.

En la saga posrevolucionaria de Guzmán no hay presencia femenina. El hecho confirma el talante masculino del poder, inseparable de esta cultura. Aunque durante los enfrentamientos se ponderara a “las  adelitas” que seguían a los hombres con el anafre, el petate y la canasta, y a pesar de que Nellie Campobello se atravesara en su vida y escribiera sus testimonios del Levantamiento, las mujeres brillaban literalmente por su ausencia. Ni en la intimidad era posible que, por temeraria que fuera, una mujer se atreviera a madrugar al hombre, a cualquier hombre. Así transcurrió un siglo hasta que el madruguete que estamos presenciando indica que nada es para siempre.

Dada la supremacía del machismo no había modo de que antes, durante y después de la Revuelta, la mujer -cualquier mujer- fuera vista, apreciada y considerada por sus atributos. Que nacimos para servir y no dar guerra, nos decía la abuela. Así que el fenómeno Xóchitl se convierte en un suceso sin precedente porque, acaso de manera inconsciente, lleva al cabo el primer madruguete femenino de la historia, lo que no es poca cosa. Más singular es su peripecia si consideramos la furibunda respuesta del burlado/madrugado/sobrepasado porque lo madrugó una mujer; es decir,  le salió al gran Tlatuani una echada palante, batalladora, respondona, “sin cola que le pisen” y lista-listísima, como empresaria y política. La rabia con la que ha respondido AMLO al desafío también es inédita. El Presidente no ha podido contener ni disfrazar su disgusto. Para deshonra del mando no oculta su afán de demolerla. Se vale de sus prerrogativas  para inventarle delitos y exponerla como delincuente a los ojos de millones de simpatizantes.  Como ya sabemos, hará hasta lo imposible para embotarla y quitarla del camino.

A López Obrador no le gusta que lo enfrenten ni que lo pongan en evidencia; tampoco soporta a los que difieren de sus planes y propuestas. Desprecia públicamente a los que no se someten a sus caprichos, también a los independientes, a los pensantes, a los educados y a los críticos… No se diga si es mujer la que se le pone al brinco y echa mano de alegatos que a él mismo, en su populismo, le gusta esgrimir. El adjetivo fifí que con tanto desparpajo extrae de su vocabulario para ideologizar su desprecio a los que no se dejan engañar, se ha revertido contra él mismo al estar exhibido por la hidalguense tan orgullosa de su origen como de sus logros legítimos y personales.

Me niego a creer que la oposición no tenga un candidato capaz de pasar página al realismo terrorífico que padecemos. Estrella fugaz, tampoco veo a Xóchitl con la bandera cruzada sobre su pecho. No obstante, nadie podrá quitarle el lugar que ya tiene en la historia.  Son los “tiempos”, los famosos “tiempos políticos” que decían chuchas cuereras tan memorables como don Jesús Reyes Heroles o el mejor Muñoz Ledo, los que deben imperar en la selección. Lo desearíamos dotado con la metis o argucia tan valorada por los remotos griegos. En términos ideales, necesitamos un estratego que, para gobernar, entienda las trampas del poder y comience por restaurar el estado de derecho… Pero ese es otro tema.

Xóchitl Gálvez es un carácter: ha despertado a miles que llegaron a suponer que “este pueblo no tiene remedio”, como proclamaba el desencantado José Vasconcelos.  Ella es uno de los productos mejor logrados de la cultura del esfuerzo y del efímero ensayo de movilidad social de la segunda mitad del siglo pasado. Podría gritar en la Plaza de la Constitución Yo se quién soy, como el Quijote.  Nada la arredra, ni siquiera el puño  amenazante de la autocracia.  Es astuta, se adelantó a una acción y al control del hombre del poder. Lo sorprendió  con un golpe efectista  y súbitamente se convitió en la mujer de la situación. Pese a lo anterior, no se le ven habilidades suficientes para vencer en la que será una de las contiendas más difíciles de nuestra precaria democracia. Ella sabe que la mentira es el recurso de los cobardes que injurian y quebrantan la honra de las víctimas de maquinaciones. Aun así, la propaganda amañada confirma la máxima de Goebbels: “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”. ¿Cúantas veces, desde la mañanera, se han repetido mentiras que sustentan la gran verdad del ficcionario de  MORENA?

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Página del diario. “Lo correcto es largarse”

July 19, 2023 Martha Robles

Como en la Edad Media, irse es arriesgado

Hay un filón de Enrique Vila-Matas que me es especialmente afín. No es todo él ni todo el tiempo. Me refiero al ensayista que evoca fechas o escritores. Distinto al narrador (que suele aburrirme), creo que el que piensa la escritura y cede a la memoria el rumbo exacto de la palabra es el mejor Vila-Matas. En un reciente artículo en El País recordó  que  Joyce decía “cambiemos de conversación” y también, “lo correcto es largarse”: expresiones, ambas, que algunos llevamos durante décadas en la punta de la lengua, de la pluma o de los dedos como  divisa para “romper con todo y romperlo bien”, según el querido y por desgracia desatendido Albert Camus (uno de los que si se fue).

Había que irse como hicieran Joyce, Kundera, Marai, Paz, Fuentes, Cortázar, Vargas Llosa  y tantísimos más para huir, salvarse, refugiarse, imaginar o ser, hacer y decir  de otro modo lo mismo, pero  en un paisaje y una cultura diferentes. Irse era consigna obligada a partir de los veinte de edad no solo durante lo más apretado de la Guerra Fría, sino inclusive después y de manera continua hasta nuestros días, según observamos entre los más jóvenes. Cuanto más temprano y lejos mejor. Jamás regresar era propósito coreado por dos grupos opuestos entre sí, pero igualados por la insatisfacción y la certeza de estar fuera de lugar: los creativos y mejor formados que se sentían atrapados en un México hostil y sin oportunidades y, en el extremo opuesto, la muchedumbre de analfabetos o apenas alfabetizados que se jugaban la vida para sumarse al “sueño americano”.

A unos por saber y no poder y a otros por no saber y poder, el país echaba fuera a su población trabajadora, quizás porque en el día a día del mal llamado “orden social” solo se acomodaba la medianía. Sobre lamentos y frustración, a cuenta gotas la minoría cambiaba de pasaporte, idioma y aspiraciones. Los que sin visa se atrevían a ciegas con la ruptura se iban en masa burlando obstáculos. Eran los “braceros”, hoy indocumentados, cuyas remesas millonarias -¡quién lo dijera entonces!- se convertirían en la mayor fuente de ingresos a nivel nacional. Los que no se iban, aunque lo hubieran tratado, quedaban atados a la sensación del “pudo ser” o “hubiera insistido”, en mezcla de frustración y nostalgia: sentimientos tan generalizados que perduran fusionados al ambiente como un mal olor.

Los tiempos del acoso y la ausencia de oportunidades no desaparecen, solo cambian  las etiquetas de las mismas infamias que impiden una sana movilidad socioeconómica y la convivencia armoniosa. Las primeras lecciones que aún reciben los dominados por poderes oscuros indican que unos persiguen y lastiman a los demás; otros son lastimados y sometidos por torceduras judiciales y expresiones de desprecio.  Total, ¡pura infelicidad!

Se haga lo que se haga, estamos condenados a plegarnos sin opción a  elegir y defendernos. Eso explica que para el que sufre, es perseguido o fantasea la vida estará “en otra parte”, como indicó Kundera al fusionar existencia y política.  Desde el día en que el checo-francés convirtió en texto y revistió de personajes el espíritu de una, dos o tres generaciones hartas -o más que hartas- de la intolerancia comunista, así como de sus lenguajes, manías expansivas y fanáticos que no daban respiro ni ocasión de probarse en lo distinto y ajeno, la otrora feligresía comunista abrió los ojos, se inconformó y, al desobedecer, pasó a las filas de los perseguidos que se van en busca de una tierra de acogida. ¿Qué cómo es eso? Pues como padecieron las víctimas de “las izquierdas” que dejaron de aglutinarse alrededor del marxismo-leninismo o de la dictadura del proletariado desde que, con el muro de Berlín, cayó el velo que ocultaba la pura verdad. Hoy, los procomunistas que únicamente veían el mal en “los otros” quedaron calladitos, sin nada que defender y a la caza de nuevas promesas, aunque aferrados al mismo desprecio a las libertades democráticas que cultivaron sus antecesores, fuera de derechas o izquierdas.

Cierto: también quise marcharme del pavoroso machismo local y lo intenté. Al no conseguirlo me tranquilicé porque la escritura y el propósito de entender no tienen fronteras.  Las letras sirven, como ningún otro remedio, de vía de salvación. No se dice a la ligera que la verdadera patria es la del idioma porque fecundas y en movimiento, las palabras bien dispuestas hacen que casi todo sea posible: desde la creencia de hablar con Dios, aunque se carezca de credo, hasta consagrar la soledad. Lámpara y luz, rezan los Salmos, la palabra ilumina. Nombramos lo que se ve, se oye, se imagina, se sueña o se piensa.  Inclusive el silencio adquiere una gran significación cuando términos tales como claridad, sentido, belleza, murmullo o descubrimiento comandan nuestro vocabulario personal.

A diferencia del pasado más o menos reciente, cuando se hablaba de los escritores como inteligencias vivas en un pueblo sin gente, hoy padecemos una explosión de autores en ciernes. Todos geniales, autopromocionados, autocomplacidos y decididos a convencernos de su originalidad sin par, se reproducen como mala yerba al ritmo en que disminuyen las opciones editoriales para publicar sus obras maestras. La oferta de supuestos talentos crece mientras los lectores se vuelven especie en extinción. Y todo esto  cuando ya no tenemos a dónde ir y quedarse significa aceptar que era justificado el antiguo temor de envejecer en un país regido por el desprecio y dominado por la delincuencia.

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La atracción del Mal

July 4, 2023 Martha Robles

Alegoría del mal gobierno.

Estudiar la vida entera no sustituye el saber de experiencia. Desearía negarlo y creer en la grandeza humana, pero la verdad es un necio golpeteo que no coincide con las posturas victimistas o entusiastas de los teóricos porque la violencia se vuelve costumbre. Imposible negarlo: la mentira y el daño deliberado existen; el autoritarismo disfrazado de mesianismo es una fatalidad victoriosa y endémica; la chapuza prospera y se afianza porque alienta al vencido; lo execrable atrae e iguala hacia abajo y, como se sabe, a los incautos les produce la satisfacción de haber consagrado a su semejante. Hay países tan inclinados a la humillación y al resentimiento que, como los matrimonios infames, se vuelven codependientes. Por no saber qué hacer con su libertad ni cómo subsanar la desgracia del atraso en complicidad, los marginados se asimilan al vasallaje mediante la ley del más despreciable poder del Mal.

Desde los relatos bíblicos, el Mal y las vejaciones consensuadas no solo fascinan a los más, también aplauden su situación uniéndose en rebaño, sin juicio ni voluntad, para seguir al jefe de la tribu.  El perverso con poder es insensible al dolor y al sufrimiento ajeno. Es  incapaz de sentir empatía. Se encarama como guía divinizado porque la multitud manipulable lo inventa y lo sostiene, aunque es tan falso y perverso como su lenguaje. Su dominio se consolida y crece por las componendas y la satisfacción colectiva que lo habilita: bastan  los hechos para comprobarlo.

Todo el Mal y todos los malignos se parecen entre sí, aunque se camuflen en vano. No  olvido que hasta mi intimidad llegaba el griterío entusiasta de los cubanos que, bajo un sol de justicia, aclamaban al loro de Fidel que hablablablabla como un dios durante horas y horas y horas en La Habana… ¿Y Hitler? ¿Y Mussolini? ¿Y tantos más? Las plazas atiborradas a los pies del UNO, como las que adora el López local, son evidencia de la enfermedad social más execrable: la autocracia fomentada por el espíritu de la tribu. Si el individuo es lo que es, es peor la muchedumbre que inventa a su becerro de oro.

El Mal en complicidad es un fenómeno que existe desde la noche de los tiempos. Lo inconcebible es que siga sucediendo en pleno siglo XXI: cuando los peores se hacen del poder y fusionan política y bajezas la masa vocifera, aplaude, emula las expresiones de desprecio de su líder y los endiosan cuando los induce a atreverse con cosas peores. La muchedumbre, por su miseria moral, legitima las perversiones de quien los “gobierna”. Tiranos y autócratas no serían nada sin la irracionalidad del apoyo popular.

Como sus homólogos nefastos, México tiene un gobernante insensible ante el dolor que provoca e incapaz de conmoverse por cientos de miles de asesinados y desaparecidos. Puede haber millones de votos, pero sin demócratas no hay democracia.  Se elige por número y los hijos de la incivilidad eligen al supuesto Mesías que causa milagros. De educación y cultura, nada. La formación de las personas no cabe en la mentalidad perversa: se trata de deformar, no de formar a la mayoría.  Tal el drama del síndrome de la derrota, condenado a repetirse.

El triunfo del Mal abolió la cultura de las máscaras, por innecesarias. Lo actual es el cinismo: vejar y menospreciar a discreción. Humillar, zaherir… y ser aplaudido por ello. Todo está permitido cuando se avala este lugar común: el otro; el otro es el culpable.  Traslado de la muy sartreana expresión el otro es el infierno, se trata de eludir la responsabilidad. Por consiguiente, lo que es, es como es. Así como hay individuos moldeados por su derrota, también hay países condenados al fracaso. El Mal es fecundo, persuasivo y de amplio espectro. Es terrible tener que aceptar que hay pueblos, como el nuestro, amancebados con la perversidad y el fracaso y que no pase nada… La prueba: según datos oficiales, se comete un asesinato o hay un desaparecido cada 15 minutos. Eso, sin contar feminicidios, asaltos, inseguridad y ausencia de garantías en total impunidad.

Las democracias se fundan en demócratas e instituciones civiles  o no lo son. De ahí la necesidad del proceso civilizador. La mayoría adora a los dictadores, a los tiranos, a los populistas, a los farsantes y a los autócratas. Bajo la falsa acepción del líder en general se oculta un monstruo. No entiendo por qué la gente repite que lo que falta es un líder. Al escuchar tantas sandeces, me aterro. Líderes eran Hitler, Mussolini, Franco, Videla, Perón, Calles, Porfirio Díaz, Papa Doc, Castro… La lista es tan inmensa como diabólica. Empezando por Haití, convertido en basurero, donde las almas pululan invocando a los muertos mediante el apego popular a la magia negra, nuestra América es un catálogo de perversiones, ignominias, deshonras y cuanta maldad se puede imaginar: Nicaragua, Venezuela, Bolivia, Cuba…. Y qué decir de México, ¡nuestro pobre México sembrado de   criminales, narcotraficantes, bribones y acomodaticios que, en su carácter de narcoamigos, contribuyen a arraigar la narcocultura que, por fin, ha conseguido subyugarnos al través de la inseguridad y el miedo. Y en este infierno, hay que aceptar el imperio del Mal como hecho cotidiano.

Pienso, con pena, que millones de nacidos en el siglo XX moriremos en el XXI sin haber conocido un México digno, civilizado y consciente del Mal que marcó su historia.

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Ya no se espera a los bárbaros

June 21, 2023 Martha Robles

Esperando a los bárbaros, muy juntos todos

“Esperando a los bárbaros” puso nombre a mi despertar. Por él supe que un texto literario expresa el conflicto humano, su limitación y la frecuente imposibilidad de aceptar lo que cada uno hace de sí mismo a causa de negar su sujeción o de asimilarla, como hace el vencido. Quizá por eso, por el poder que tienen las letras de pormenorizar lo real, los bárbaros temían y temen ser exhibidos por los pensantes. Es verdad que mucho antes de que yo naciera, y antes también de que pudiera leer al poeta Kavafis; antes inclusive de que la poesía me mostrara dos o tres lados de la vida, los bárbaros se habían instalado no solo a mi alrededor, sino que tenían bajo su control las partes altas del mando. Quizás por eso, por tanto estar y hacer a sus anchas, llegaron a fusionarse a la rutina de los demás y, si eran notados, los inconformes miraban como miran ahora para otro lado.

Experta en hacer valer un lenguaje tramposo y de cometer bajezas sin cuento, la estirpe de bárbaros iba multiplicándose a su aire de generación en generación. Persuadieron al pueblo bobalicón de que eran los esperados. Redentores de los caídos, prometeos redivivos y salvadores de los más pobres entre los pobres, además de que fueron creídos sin dar nada a cambio, los bárbaros  multiplicaron sus máscaras y sus fueros, gracias al inamovible espíritu de la derrota que habita en el Altiplano.

Los mandatos, siempre los mismos: no legislar ni mover un solo papel sin que lo ordene el gran jefe. Y, lo infaltable: imponer caprichos y normas en el acontecer cotidiano.  Para los bárbaros no tienen valor las palabras porque intimidan, mienten y hacen y deshacen a voluntad. Por descender de los chichimecas aborrecen su propio origen y no consiguen crear un rostro propio. Por sus venas no solo no fluye una sola gota de la sangre tolteca, sino que ignoran su legado de alta cultura. Tribales en lo esencial, obedecen de abajo arriba al mero principal. Carecen de criterio, de rebelión, de juicio, de virtud y de crítica. Por ellos y los semejantes a ellos desaparecieron los tlamatinime y su noble forma de perpetuar la recordación del pasado, sin lo cual es imposible la identidad: justo lo que persiguen y conviene a los bárbaros.

En medios bárbaros la pleitesía se paga con acceso a las nóminas y favores circunstanciales.  Para los más aguerridos, trepadores, leales y aptos para desempeñarse en las peores gestiones, se garantizan recompensas, beneficios, posiciones y canonjías. Agrupados en batallón de invasores, los bárbaros se desplazan y actúan según instrucciones.  Los apodan las fuerzas vivas, porque obedecen en bloque, los movilizan en bola y los mantienen en reserva, según la consigna de alborotarse o aplaudir, vitorear o asaltar espacios públicos o privados. Carne de mítines y alabanzas al jefe, asombra la facilidad con que aceptan igualarse y mantenerse hacia abajo creyendo que triunfan mientras más se hunden en la derrota.

Aborrecer al distinto, a quien no pertenece al rebaño y a los insatisfechos dejó de ser lo que lo que se temía cuando, sin ver a su alrededor, se esperaba a los bárbaros. Lo ayer fantaseado fue leve sospecha del infierno de hoy; infierno donde matar, extorsionar, asaltar, vejar, zaherir o amparar la injusticia, equivale a cultivar el atraso y a reducir a la patria a una pobre, lastimosa e infecunda tumba  furtiva. Tierra miserable la nuestra, bañada con la sangre derramada por los criminales protegidos por los bárbaros.

Kavafis me hizo ver la barbarie de muchas formas.  Kavafis muestra la costumbre de arremeter y destruir: Qué esperamos congregados en el foro?/ Es a los bárbaros que hoy llegan… Esperar, si, como si lo grave y lo peor no ocurriera, todavía:

-¿Por qué nuestro emperador madrugó tanto
y en su trono, a la puerta mayor de la ciudad,
está sentado, solemne y ciñendo su corona?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
Y el emperador espera para dar
a su jefe la acogida. Incluso preparó,
para entregárselo, un pergamino. En él
muchos títulos y dignidades hay escritos.

Antes pues, mucho antes de que nos diéramos cuenta de que los bárbaros no llegarían porque ya se habían adueñado de nuestras vidas, no los veíamos porque no los quisimos ver. A sus anchas impusieron un modo de ser, de estar, de gobernar, de aborrecer, de odiar, de multiplicarse y de arrastrar a los súbditos por debajo de sí mismos; abajo, sí, hasta donde el hombre deja de ser hombre y acepta de buen grado su condición inferior. Que todos y especialmente los Senadores, aguardaban sentados a que llegaran los bárbaros (aunque ellos mismos ya eran también bárbaros)…: ¡Qué cerca y qué lejos se siente el diabólico furor del poder!  ¡Qué difícil, para el invadido, reconocer la naturaleza del invasor! Los bárbaros de Kavafis no eran distintos a los bárbaros que hoy desacreditan, mancillan y borran de la memoria el legado de los  tlamatinime. Hay que reconocer, a pesar de todo, que en todo tiempo y lugar son iguales los bárbaros  que carecen de virtud y de patria y los que impiden rescatar el pasado para construir un mejor y cada vez más luminoso presente. 

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Elegir. Lo que queda después del libro

June 9, 2023 Martha Robles

Paisaje oriental de inspiración taoísta

Se alcanza una edad, cualesquiera que ésta sea,  en que lo común se vuelve ajeno: la lámpara, las calles, el vicio de la gente por repetir y repetirse, el vocerío, los perros del vecino que no cesan de ladrar, la sartén impregnada de memoria, las miradas de los que no se creen adivinados, recuerdos que supusimos pegajosos, insomnios adheridos a la piel, lunas rojas asociadas a los mitos, sensaciones que supusimos propias y cargadas de mensajes, los huéspedes de paso,  las palabras/pausa y la luz alucinante,  la muchedumbre de medianas o muy pequeñas letras que escupe bodrios con aspiración de eternidad, los que dicen que debemos cambiar, el mercado de autoayuda, los que aúllan a excusa de cantar, la necedad, la profusión de anuncios que prometen goces y una vida extraordinaria, el montón de aparadores y tiendas abarrotadas de rehenes del consumo, telefonemas de extorsionadores y vendedores de servicios que nos pretenden enganchar con el señuelo de  que “fuimos elegidos”…

“Elegida”, susurro allá,  donde el silencio es pura luz y vocablo interior. Estoy pensando en lo sagrado mientras el ring ring suena como mensajero del destino. Solo por oír, espero que la voz del tipo recite su chorizo, el que también a él se le hace estúpido. Cuelgo la bocina sin dejar que estalle, fulminante, la promesa de ser afortunada por desembolsar por algo que no quiero y carece de sentido.  “Elegida”,  deletreo, y la palabra/llave abre la memoria. Me dejo invadir por el vocablo/río y consigo vislumbrar recuerdos, saldos de lecturas integradas al carácter, imágenes apropiadas al paso de la edad y de las páginas, pocas páginas, cuya magia revela un misterio, la historia que estremece, una confesión que toca el alma, el cuento más hermoso, un verso como el agua o el gratificante encuentro con dioses portadores de lo bello y lo tremendo.

Nítido, evoco el instante en que el Wang-fô de Yourcenar se salva del emperador que ordena quemarle los ojos por hacerle creer, al través de la contemplación en solitario de sus lienzos, que el mundo era tan maravilloso como el pintado por el anciano. Por culpa del artista creyó también el Hijo del Cielo  que “las mujeres se abrían y se cerraban como las flores”, y que “el único imperio sobre el que vale la pena reinar es aquel donde tú penetras, viejo Wang-fô, por el camino de las Mil Curvas y de los Diez Mil Colores”. Imperdonable, al descubrir la realidad decidió infligirle el peor de los suplicios.

“Elegida” no es cualquier palabra, por más que la profanen. Elegir es juntar. Por  Yourcenar supe que hay universos elegidos y mundos que eligen a sus autores. Me sentí aliviada cuando saberlo significó reconocerlo. Su elección descifró millones de instantes vividos por hombres que supieron maravillarse frente al destino. Confesó que caminaba a la orilla del mar poseída por Adriano. Entendía sus dolores, su goce o la belleza que lo incitaba a crear obras monumentales. Comprendió sus dudas sobre el amor, el poder, la agonía, el movimiento de los días y de las cosas que lo hicieron pensar en lo fugitivo hasta que, al filo de la muerte, ambos se fusionaron al secreto.

No sabría si lo que queda después del libro y del tiempo del libro es lo propio o lo que nos deja el autor, a la manera de Wang-fô. Lo cierto es que, con la mutua elección, algo se crea:  miradas que leen leyéndose y haciendo del lienzo/texto un torrente. Es el surtidor por el que el elegido se va, se pierde para encontrarse en sí mismo. Ella confesó que la palabra oscilaba entre los dos, creador y criatura, y halló su palabra más allá de la voz. Advirtió que Adriano, el hombre detrás del nombre, la remitía al sentido cambiante de actos y pensamientos que dan o quitan valor a la desesperación causada por las penas del mundo. Como sus monumentales Adriano y Zenón, pensó en lo transitorio, en los chispazos de vida, en el embate de aceptación y rechazo ante lo real que puede prescindir de todo, salvo de la Palabra, el Verbo esencial.  Por su apego a lo sagrado persiguió la Voz primera, la que funda el lenguaje. Fiel a la contemplación y la escritura, se preguntó por el libro detrás del Libro, el referente divino.

Elegir y elegirse mediante la Palabra remonta el enigma del lenguaje/cifra de la existencia. Ahí lo visto, leído, soñado o figurado se fusiona a la intuición pura del saber que, además de dirigir el acto creador, permite desentrañar lo no dicho, la parte jamás nombrada, lo que hila con silencio el movimiento de la vida. El hallazgo se manifiesta cuando lo común se vuelve ajeno. ¿Estado del espíritu? ¿Temperatura del alma? Tal vez. Inseparable de lo sagrado, es un estado que se cultiva y que aguarda. Es, asímismo, camino y poesía en forma de aliento. Es la gracia anhelada: algo que, por sus propias leyes, facilita la unidad con el ser detrás del ser. Intuyo que eso es lo que tanto intrigó a Marguerite Yourcenar: una de las inteligencias más notables, complejas y sugestivas del siglo XX.

Para ella, la escritura era eco de ecos de la fuente sutil que llevaba en la mente antes, mucho antes de adquirir forma de libro. La elección era traza insinuada por el destino. Elaboraba al personaje con testimonios y genio creador. Retomaba, años después, los temas/guía no solo de sus obras mayores, sino su autobiografía, su estilo y su concepción del universo.  Le fascinaba el enigma de la palabra y de cuantos significados del estar y del saber se alojan en el ser.  En eso consiste elegir y ser elegida, en coincidir en un mismo camino. Al encaminarse, la historia elegida debe concordar con lo que anima al resto de la humanidad: amor, poder, rencor, sueño y la pasión que  rige la virtud y las bajezas, la invención y el descubrimiento.

Que lo común enajene o se nos vuelva ajeno también podría ser virtud. Evitar el barullo y las repeticiones ociosas allana el camino. Y si algo se aclara al paso de las edades es que destino, silencio y camino son una y la misma cosa. 

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Memoria infiel. De la cuna a la tumba

May 30, 2023 Martha Robles

Fotografía antigua de niño muerte. De internet.

El rayo cayó de madrugada cuando Juan Nepomuceno, mi hermanito más pequeño, el octavo, murió de neumonía en un hospital, a los tres meses de haber nacido. El rostro de la muerte nos sorprendió al despertarnos y encontrar al bebé tendido sobre la mesa de la sala “como un Niño Dios”. El estupor empeoró al observar enlutados de arriba abajo y en rigurosa línea paterna, la imponente llegada de la bisabuela, los abuelos y los tíos que, en medio de un silencio que calaba hasta el hueso, dramatizaban la escena tocando forzadamente nuestra mejilla infantil para dejarnos la huella obligada de su compasión. Tan iguales y tan distintos, uno tras otro se iban sentando  alrededor del difunto que apenas llegamos a conocer. El aroma de nardos y azucenas cercando al bultito inerte y amortajado, se dispersó por la casa que, para disgusto de papá, mi madre había hecho pintar de rojo en pleno embarazo. Adherido como dulzor punzante, el olor abría mis  sentidos para situarme en el espectáculo funerario como testigo invisible: observaba sin ser vista; pisaba sin dejar huella, sin nada que me relacionara con gente que solo el apellido identificaba como familia, “la huella de sangre”. Solo era “alguien” que andaba por ahí deambulando: “una de las hermanitas, si, la tercera”. Y yo, sin saber qué hacer, escuchaba susurros, frases aisladas,  voces que no paraban de repetir: un angelito, el más hermoso de todos; tan rubio y rosado… Apenas lloraba. Luego, recomendaciones ociosas: hay que ponerle una cinta negra a las niñas para llevarlas al camposanto vestidas de blanco. Tráiganlas aquí, para que se despidan de Juanito. Yo no quería mirarlo. Me asomé de reojo hacia el cuerpecito mientras unos brazos masculinos lo depositaban en su féretro blanco, envuelto en un lienzo blanco, con su carita blanca y tan poderosamente presente que trasmitía lo tremendo que solo consigue sellar el primer individuo que nos coloca frente a la muerte.  Yo no era yo: era la niñita  que merodeaba entre el portal y la sala de la casa diseñada y construida por Luis Barragán, mientras que el inconsciente se atareaba en recoger pormenores que quedarían entallados en la memoria que, débil y caprichosa, tiene el poder de formar carácter.  Sentí que algo pedía ser dicho y no había palabras. Mi vocabulario interior estaba sobrepasado por el suceso. ¿De dónde, cómo obtener vocablos para nombrar miradas, gestos, sensaciones, espacios, signos de miedo o pausas que me situaban frente a la muerte? Vi rostros adultos en riguroso luto, pero en ninguno encontré respuestas que requería con urgencia. No era el murmullo lo que acentuaba la lobreguez, era el sigilo como soplido helado lo que se alojaba en el alma.

Horas después, al pie de la tumba,  mi madre lloraba, ¡cómo lloraba! ¡Y cómo habría de llorarlo de ahí en adelante! Yo no dije palabra ese día ni los que siguieron. La memoria continuó procesando el suceso hasta volverlo recuerdo vivo del niño muerto: un episodio que lejos de perdurar en imágenes fijas que vuelven de golpe, sería evocado como un fantasmal filme mudo durante mis años de crecimiento. En esa “película” sin color ni final, ni sonido ni guión reaparecían los mismos dolientes e iguales gestos, salvo que en mis versiones nocturnas cada uno se convertía en guía que mostraba otra escena, otra historia ligada al entorno que llegué a sentir asfixiante. Aquel México cerrado era profundamente anodino y negado para las fábulas, como no fueran las del universo rulfiano. Del episodio del niño muerto a las vísperas de la salida definitiva de Guadalajara, la memoria trasmutó en agujero negro, aferrado al olvido.

Cierto, la memoria es infiel, pero recordar el funeral del pequeñito Juan Nepomuceno, precisamente en la casa que yo tanto amaba por su diseño, me permitía descifrar el lado oculto de cosas y gente en espacios que veía como un todo inseparable de la historia, del padre y del medio que lo engendró y consagró su palabra.  De ahí mi costumbre de abrir  la gaveta de un armario donde permaneció guardada su canastilla entera, regalo de sus padrinos sin hijos propios: toquillas tejidas y sabanitas de opal bordadas, su medalla de oro, una sonaja de plata a juego con plato y cuchara, biberones y ropita preciosa cosida a mano, un rosario perfumado de palo de rosa con las bendiciones del Papa “traídas especialmente del Vaticano…”: Prendas de una memoria de dolor diferido. Objetos de culto saturados de aliento lúgubre. Fetiches de un medio cerrado, dominado por el clero que se infiltraba hasta el hueso en las casas no religiosas. Eran tiempos en que la Iglesia era dueña y señora de vivos y muertos, a pesar del laicismo. Un manjar, pues, para la imaginación freudiana.

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Envejecer

May 19, 2023 Martha Robles

Leonardo da Vinci

Simone de Beauvoir vivía orgullosa de su figura. Hacia los cuarenta descubrió que los turbantes de seda redondeaban a la perfección la imagen de seductora y pensante que le gustó cultivar.  A esa edad aprendió a cubrirse. Convirtió en estilo el disimulo: ser sin parecer. Hablaba a la velocidad del rayo. Atarantaba a quienes, atónitos, la escuchaban más con la ilusión de entenderla que con la capacidad de esquivar su artillería verbal. Imposible seguirle el ritmo. Cuando se refería a sus amantes, tenidos en paralelo a la relación abierta con Sartre (que practicaba lo propio), a mi pesar la imaginaba en control de coitos a tres velocidades. Con seguridad evitaba la tentación de la sensualidad y el erotismo: no fuera a ser que incurriera en obviedades burguesas.

Desde la popularidad adquirida por El segundo sexo, las feministas la elevaron a santa patrona de la causa. Fiel a mi autonomía, crecí a mi aire, sin contagiarme del fervor que la gente suele profesar por políticos o figuras públicas que más pronto que tarde muestran su verdadera naturaleza. Rescatarla en entrevistas accesibles en youtube me remonta a los años en que tenía que abrir ojos, oído y entendimiento para capturar sus palabras. Me aturrullaba. Llegué a apodarla “lengua de hacha”, hasta decidir que jamás volvería a atreverme con videos suyos. Leerla, en cambio, me permite hacer pausas para elegir párrafos y aciertos a discreción. Así La vejez: uno de sus mayores logros.

Como hiciera en 1949 respecto de las mujeres, en 1970, a sus 62 años de edad, reunió datos estadísticos, fisiológicos, sociales, económicos, históricos, anecdóticos, psicológicos y culturales en general para abundar en el fenómeno de la vejez.  Lo consiguió con brillantez. Como observara respecto de la mujer, concluyó que la del viejo es también una condición impuesta por la sociedad a la que pertenece. Leído cuando yo florecía a la sombra de necios seniles que daban una guerra espantosa por su incapacidad para aceptar la realidad, la perspectiva del libro, entonces, era para mi la del Everest  en las faldas nepalíes. Pese a la propia distancia existencial que confirmaba que siendo yo misma, a futuro la vejez “me convertiría en otra”, nada me impidió absorber el contenido de punta a punta.

Nunca lo releí, pero mantengo pasajes frescos en la memoria. Disfruté especialmente la profusión de ejemplos magníficos, referencias reales, literarias e históricas, así como anécdotas tan invaluables como la que, con todo detalle, cuenta el día en que caminaba por el barrio árabe a paso firme.  Sentía los pasos de un hombre joven que la seguía. Ella fantaseaba que no sólo lo atraía sexualmente, sino que en cualquier momento la abordaría de manera directa. Sabía que su cuerpo era turgente y atractivo, que gustaba a hombres y mujeres.  El joven avanza; se le adelanta, la rebasa y voltea a mirarla de frente… “¡Ah, es una vieja…!”, dice el marroquí desencantado al observar las arrugas en su rostro.  Simone se queda pasmada. En ese momento, supo que su juventud era cosa del pasado. Este pasaje que buscaré en una próxima lectura, me permitió saber de manera temprana que la vejez aparece, en primerísimo término, en la mirada del otro.

Hoy descubro que, a sus cuarenta de edad, sufrió el primer golpe de espejo, el indicio en la arruga, en la decrepitud física por venir. Curiosa experiencia la suya porque los cuarenta, ayer como hoy, nada tienen de fecha de caducidad, pero su sensación confirmaba la premisa de cómo afecta el medio al asimilarte al modelo, al marginarte o encumbrarte, al desafiar la presión que se ejerce sobre los años vividos o inclusive al hacer caso omiso de los ejemplos de frustración y/o acabamiento que te empujan a creer y “aceptar” que has llegado al callejón de las cachetadas, donde al final del túnel te aguardan la enfermedad, el dolor y la muerte.

De pronto, de la noche a la mañana y aunque algo en ti te indique que la energía se te derrama por las orejas y te permite saltar de la cama al amanecer como si fueras a conquistar el mundo, sabes que “has llegado”, sí, al estado del que fue y ya no es “a los ojos de los demás”: sombra de una misma, referencia de un tiempo ajeno al de “los otros”; residente del “no lugar” en el que los privilegiados gozan de una inteligencia afilada como cuchillo, gracias a décadas de cultivar la razón; es el susurro íntimo y compartido de Chateaubriad quien, como se sabe, detestó abiertamente su edad desde los treinta. Chateaubriand, sí, el que aseguró que “la vejez es un naufragio”: Desgraciado de mí que no puedo envejecer y sigo envejeciendo. Y están los ejemplos de Gide, de Tolstoi, de Flaubert…

Unos con mayor conciencia de humanidad que otros, a los viejos aguarda el momento en que en las bodas y en las fiestas los sientan en la última mesa. aislado, es “el imprescindible”, un convidado (a) de piedra. Peor si mujer, con seguridad se va a tropezar y  “alguien” le coge del brazo como si estuviera condenado a repetir y repetirse en la caída. Hora fatídica, la del viejo y no se diga la vieja de la casa, en que  si habla u opina, los demás siguen hablando  por encima, sin pausa, sin percatarse de que ese “alguien” ha adquirido el don de la invisibilidad y la insignificancia.

Mantenerse en la vida y no fuera de ella es de sabios.  Estamos rodeados de ejemplos lamentables de quienes, perdidos para sí mismos, son una tortura para los demás: ahuizote detestable que para hacerse presente molesta e irrita sin piedad. Necio, exigente, irracional y majadero que insulta, maltrata, humilla, exige y se vuelve depredador. En ninguna literatura he encontrado a un personaje que acepte la vejez con complacencia. Coincido con Beauvoir en que la de Miguel Ángel, abrumado de dolor y preocupaciones, es una de las descripciones más crueles que hombre alguno haya hecho de sí mismo: Estoy roto, agotado, dislocado por mis largos trabajos, y la hostería a donde me encamino para vivir y comer en común es la muerte… En un saco de piel lleno de huesos y de nervios retengo una avispa que zumba y en un canal tengo tres piedras de pez. Mi cara parece un espantajo. Soy como esos trapos tendidos los días de sequía en  los campos y que se bastan para espantar a los cuervos. En una de mis orejas corre una araña, en la otra un grillo canta toda la noche. Oprimido por el catarro, no puedo ni dormir ni roncar.

Autorretratos feroces como éste he leído algunos. Recuerdo el de las últimas páginas de Sandor Marai, antes de suicidarse al filo de los noventa de edad, viudo y ciego. No quiero ni pretendo compartir tal desencanto; me pica el deseo, en cambio, de escribir y buscar otra manera de aprender a envejecer. Si eso fuera posible.

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Maestros, ¿maestros?

May 8, 2023 Martha Robles

“Feliz día del maestro”. Gobierno de México

Dar la palabra, el silencio o la señal adecuada en el momento oportuno hace al maestro. Su gran atributo es tener intuición para abrir camino y facilitar la virtud y el entendimiento. Si no hay coincidencia entre el que otorga y el que recibe es difícil que fructifique el encuentro.  Lo demás es lo demás: lecciones peregrinas, batallón de medianías, competitividad y rebatiñas, frustración y esperanzas perdidas, horas gastadas entre el tedio y lugares comunes, pobreza de ideas, rutinas obligadas, tiras de materias, fantasías de superación y, con suerte, requisitos cumplidos para liberarnos de una existencia sin certificados ni títulos ni documentos comprobatorios del paso por las aulas.

Son escasas las felices correspondencias entre dos mentalidades, dos generaciones o dos personas que siendo distintas encuentran un punto en común, sea en la  forma de entender la vida, en la pasión por el arte, por  la ciencia o el pensamiento. La curiosidad de quien recibe y la intuición del que da son extremos de un puente donde se  sabe lo que no se sabía y se afianza o transforma lo que se sabía.  

Los encuentros benéficos son imborrables. Entre tantos huéspedes de paso y salvo la feliz ocasión, en el extranjero, de asistir como oyente al curso de un discípulo de Heidegger, llevo en mi vocabulario interior a mis verdaderos maestros: los libros, unos cuantos autores, personajes, pasajes memorizados  y momentos tan decisivos como la infortunada Dido, aterrada ante su hado; Antígona desafiando al tirano; el instante en que Alonso Quijano agoniza y Ve, ve la distancia entre la locura y la lucidez; la sabiduría de Yourcenar al descubrir al hombre detrás del emperador… Nunca son muchos los nombres para poder olvidarlos ni tan pocos para suponer que somos hechura de alguien: Calasso, Borges, Kafka, Pessoa, Dante, Virgilio, Steiner…   Mi escritura es suma de lo descubierto, lo aprehendido y lo recibido. Adquirí uno de mis más preciados valores, la compasión, gracias al Quijote: lloré cuando aporreaba a los molinos de viento; lloré más cuando pidió al ventero que lo nombrara caballero. Lloré con Gregorio Samsa, con la caída de Constantinopla… La compasión me trajo el sentido de humanidad. Cuando imagino al cautivo liberado de la caverna pienso en mi deslumbramiento al ver, por primera vez, una obra de teatro: Edipo rey, de Sófocles. Después nada sería igual porque estaba despertando.

 Hubo que fijar una fecha para premiar los oficios de los maestros: marcar un día al año para inventar héroes anónimos o apuntar con el índice a éste o aquél, a saber por cuáles méritos. Día dedicado a inventar testimonios de agradecimiento a quien, supuestamente, nos enseñó algo tan trascendental que lo llevamos tatuado en el alma. No es mi caso. De la primaria solo recuerdo el instante, a mis tres años de edad o algo así, en que con el biberón en la boca me levanté de la sillita donde esperaba a mi hermana mayor, cogí un gis y, a mi pequeña altura, escribí la palabra CIEN en el pizarrón que cubría la pared de piso a techo. ¿Cómo, por qué? Mientras que para los demás fue algo gracioso, para mí el suceso inauguró mi memoria.

Desde la secundaria hasta la UNAM, sólo conocí de malos a peores profesores, que se sentían tocados por el dedo de Dios. Una escritora, cuya narrativa ha sido varias veces premiada, fue la “seño” de literatura en mi preparatoria de monjas. Pasar de noche  y jamás darse cuenta de que existían Petrarca, Shakespeare, Cervantes, Las mil y una noches, Rulfo, Paz, Martín Luis Guzmán, Rilke, López Velarde, Proust o José Gorostiza fue una y la misma cosa. De no ser por mi temprana pasión por la lectura yo sería una más de los millones de mexicanos que han pasado por las aulas sin informarse ni formarse pues, ¿qué otro deber tiene un maestro que el de formar a otro ser humano?

Hasta ser adulta no supe que Comala y el condado de Yoknapatawapha eran lugares tan ficticios como Liliput y Macondo. Nunca supe dónde estaba Madagascar ni jamás nadie me enseñó lo que es una monarquía parlamentaria. Ningún profesor me explicó en qué consistía el destino trágico del Hombre ni me hablaron de la desobediencia civil; sin embargo, al leer a sir Richard Francis Burton, a Faulkner, a Nietszche, a Malraux o a Camus surgieron tantas preguntas que una respuesta trajo a otra y ésta condujo a nuevas revelaciones sobre el cómo, el cuándo y el por qué de las cosas. Según mis calificaciones, yo aprendía más y mejor que mis compañeros gracias a mis lecturas, pero era una muchacha tan indefensa que ignoraba cómo resolver problemas básicos.  La causa era clara: no tuve quién me formara. Carecí de maestros dentro y fuera de las aulas; es decir,  en parte alguna tuve al maestro que enseña o guía para ser mejores personas.

No tener maestros que forman como primerísimo e insustituible deber moral es terrible y de gravísimas consecuencias. Desde pequeña yo leía mucho más que mis conocidos; abiertamente, sin embargo, era más débil, indefensa e incapaz de sortear obstáculos. Tardé décadas en vencer el miedo y en administrar el dolor, en aprender a defenderme de abusadores, autoritarios, manipuladores y embusteros.  Tardé en aprender a leer; digo leer, verdaderamente leer para descifrar, por ejemplo, la selva oscura donde se encontraba Dante, porque “su ruta había extraviado”.

“Callar y aguantar” era consigna divina.  Sanción obligada para no preguntar ni rebelarse, ni ser una misma, ni exigir, ni  “romper con todo y romperlo bien”. Un solo maestro me habría bastado para hallar “la guía” y caminar con pie firme. Uno solo, un hombre verdadero que, como Virgilio a Dante, me sirviera de guía en el infierno y el purgatorio.

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Príamo. El dolor del vencido

May 1, 2023 Martha Robles

El cortejo de madres dolientes que buscan restos de hijos desaparecidos, me hace sentir la misma piedad que, desde la noche de los tiempos, sintió Homero al cerrar el último canto de la Ilíada: el viejo Príamo, arrodillado y lloroso frente a Aquiles, le ofrece “enormes rescates” y le besa las manos “terribles y homicidas”, a cambio de que le entregara el cuerpo de Héctor, su hijo amado, para “que lo contemplaran su esposa, su madre, su hijo (…) y sus huestes, que pronto lo habrían incinerado al fuego y le habrían tributado exequias fúnebres”.  

Para quien  ya había perdido todo en esa malhadada guerra, causada por la lascivia, este acto tremendo sella su más alto deber paterno: darle al difunto una sepultura digna. El suplicante Príamo le ruega nada menos a quien, tras matarlo, había uncido el cuerpo de Héctor bajo el carro para ultrajarlo arrastrándolo varias veces alrededor del túmulo de Patroclo. Reducido por el dolor, el anciano se prodiga en un dramático llamado a la compasión para recordarle a Aquiles lo que  él significa para su supuesto padre, que “espera cada día que vuelva de Troya”.

Reconozco la congoja de Príamo en el gesto encenizado de mujeres armadas con pico y pala, para escarbar en la tierra yerma con la esperanza de hallar los restos de sus hijos. Igual que Príamo, ellas saben que deben despedirse de sus muertos y darles una sepultura digna. Imaginar las infamias padecidas a manos de criminales, antes y después de muertos, siempre estará asociado al cadáver de Héctor, atado y  arrastrado bajo el carro tirado por caballos. Veo a las madres dolientes y las comprendo al través de la lectura y de las muchas relecturas que ofrece una escena tan honda y conmovedora como ésta: dos hombres que, desde sus respectivas orillas, lloran por lo mismo: la muerte de lo más amado. El héroe vencedor sufre por su Patroclo entrañable, que cayó atravesado por la lanza del valiente Héctor. Príamo, despojado de descendencia y de mando, suplica in extremis al destructor de su prole y su patria, porque la dignidad es lo único que rescata el sentido de ser Hombre.

¿Qué queda a quien, en su despojo absoluto, escarba en el inframundo, donde corre más sangre que fuego, y donde yacen los huesos de miles y miles de hijos e hijas asesinados, ultrajados y al final arrojados al pozo de los peores desprecios? Además del dolor agregado al máximo sufrimiento, queda la certeza de pertenecer a una patria que no protege ni ama ni cuida ni respeta a su gente. Patria del Huitzilopchtli que se niega a abandonar su reino de tinieblas. Patria infame, enemiga de la justicia. Patria donde se encumbra la maldad y se continúan practicando sacrificios humanos. Patria de olvidos, región del vencido.

Los mexicanos no aprendemos nada de nadie: ni de nosotros mismos, ni de nuestro pasado, ni de las lecciones de los otros, mucho menos de los libros. Aprender está sobrevalorado. Por eso del Presidente para abajo se desacredita la inteligencia, se menostrecia la razón, se insulta al que piensa y se encumbra la imbecilidad moral. Es obvio por qué los peores gobiernos se niegan a cumplir con el alto deber de educar a la población: a mayor ignorancia mayor dominio absoluto. A más injusticia, a más mentiras repetidas, peor y más cruel el estado de inhumanidad que nos domina. Sólo gobiernos espurios se atreven a despojar a la población del derecho  a saber, pensar y entender para no repetir errores. Conocer más y mejor sirve para ser mejores personas; pero, ¡por qué habríamos de ser mejores personas? ¿Para qué luchar por un país digno?

No olvido a la madre suplicante y arrodillada ante López Obrador. Incrédula, pensé en las peores bajezas de la historia. Las de la historia sepultada, como ésta, la de los “desaparecidos” en el subsuelo infranqueable. Sentí la cara roja de vergüenza. Que la “ayudara” a encontrar a su hijo. “Que le ayudara”, rogaba… Suplicaba en vano… Como las que escarban convertidas en topos… Todo en vano, sí, porque si aquí “la vida no vale nada”,  la muerte vale mucho menos.   

La memoria está condenada a desaparecer en los rechimales de la (in) justicia mexicana. Rogar, suplicar, como si la justicia fuera dádiva. Suplicantes arrodilladas: ¿hay peor imagen de humillación?  Y no solamente rogar por los muertos. Hijas y madres también se arrodillan clamando “justicia”,  aun a sabiendas de que la justicia es la virtud menos frecuentada en esta patria que devora y mancilla a sus hijos. Al sentimiento de piedad que me invadió al ver una mujer arrodillada siguió la indignación. Entre Príamo y Aquiles había compasión. Antes, ni los soberbios persas o los griegos se sustraían de padecer el mismo sentimiento de piedad por haber provocado tanta desdicha en los vencidos.

Cambian los escenarios, nunca la desdicha. La esencia del Hombre es la misma en Troya que en Guerrero, en la Tebas de Antígona o en la Sinaloa de las “Rastreadoras”. Tanto ha sido el sufrimiento evitable que debemos celebrar la más alta conquista de la razón: el establecimiento de los derechos humanos y, con ellos, el deber moral de gobernantes y gobernados para cumplirlos y hacerlos cumplir. Sólo así evitaremos que las víctimas continúen arrodilladas clamando justicia.

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De viudas y herederos

April 8, 2023 Martha Robles

Fotografía de internet, O Globo

Viuda, albacea, destino apropiado y problema asegurado: en tantos casos documentados, esta fórmula equivale a conflicto anunciado. Cuando salen a la luz viudas, herederos y beneficiarios de autores y obras lucrativas pienso en el inconsciente como móvil desatendido en las biografías. ¿Qué hay en el fondo del que cede y en el del que recibe o se apropia del fruto ajeno? Amante del laberinto y la pesadilla, Borges dejó este enigma sin resolver a propósito de María Kodama: personaje autodefinido en breves rasgos que no la mostraban a ella en sí, sino al hombre de cuya memoria se decía guardiana.  

María Kodama no es la primera ni la única  viuda/nadie que, tras vivir bajo su palio, deja al garete el legado del intestado. Cercano y por fortuna resuelto en favor del Estado veinticinco años después de muerto, el caso de Octavio  Paz nos dejó boquiabiertos. Inteligente era, ni duda cabe, pero cuando se trata de “distribuir los dones” hasta el más pintado se ofusca. A Marie Jo no se le conocieron talentos, pero como el medio es untuoso no le faltaron lambisconerías ni elogios por ser la consorte. Y ella, tan presente en los eventos sociales y no tan sociales, se fue de este mundo abandonando a su suerte el legado:  archivo, obras, ediciones, bienes artísticos, traducciones, cartas, propiedades, documentos insustituibles…: todo lo relacionado con el cónyuge le importó un bledo. Como buen parásito, dejó a su suerte el santo y seña del Premio Nobel. ¿Revancha póstuma y secreta, acaso? Sólo quienes lo viven saben lo que se cocina en la intimidad.

En España todavía fluyen comentarios adversos entre editores, críticos, cercanos, lectores y conocidos de Alberto Bolaño porque, muerto al lado de la amante de años, con el divorcio en proceso y muchos confilctos entre ellos, la ex mujer, madre de sus dos hijos, sin tardanza se echó a saco a la hora de los funerales y se constituyó en dueña implacable del autor de Los detectives salvajes. El tema de las herencias se amplía a los que trabajan de hijos: otra especie de beneficiarios del trabajo ajeno. La lista de historias conocidas después de los funerales debería servir de advertencia a los que creen en “la pequeña eternidad personal”. Ésta se reduce al hecho duro y puro de las cuestiones materiales y financieras.

Los difuntos que descuidan las obligaciones testamentarias protagonizan uno de los capítulos con más miga y menos desarrollado de las letras. Ejemplos tenebrosos de rebatiñas y ambición hay por montones. Hasta mayordomos entran al ruedo, como leímos sobre la muy, muy nonagenaria propietaria de L’Oreal que, en su delirio senil, aplicaba de manera íntima y quasi franciscana su rebelión contra el capitalismo. Se sabe de un empleado doméstico de Picasso que resultó “propietario” de una inaudita cantidad de pinturas que, supuestamente, le “heredó” el patrón… Cosas de la vida y de las historias de parásitos e infecundos que buscan la vida fácil…

Curiosa he sido, ni duda cabe. Cuando logradas, las biografías superan con creces a la novela. En la vida/viva se esconde la respuesta de “¿qué es el hombre?”, que tanto intrigó a Malraux. El anecdotario sobre los que mueren confiados en la buena fe de parientes o mercenarios merece un trabajo puntilloso y disciplinado. Recuerdo, por ejemplo, el delirante mal vivir de los últimos años de un muy envejecido y alborotado Alberto Moravia. Con la brújula perdida acaso desde su ruptura con Elsa Morante (quien murió abandonada y enferma en un hospital), y de otra relación encimada y posterior con Dacia Maraini, el muy afamado y próspero  excomunista  no dejó de escandalizar a nivel internacional por sus arrojos tardíos. La puntilla, a sus 78 de edad y a cuatro años de su muerte, recayó en su matrimonio abierto, en 1986, con la entonces jovencísima y libre de prejuicios Carmen Llera, quien no dudaba en ventilar sus distracciones sexuales mientras él se contentaba observándola. Ruidosa si las hubo a la sombra del “que nadie escribía como él” -según respondió a pregunta del por qué de matrimonio civil tan desajustado-, a partir de sus funerales el nombre de la navarra  se fue extinguiendo. La curiosidad de los lectores  de El conformista, La romana y Los indiferentes…  no se limitó a conocer y valorar su obra, pues la biografía gradualmente desvelada abonó a lo conocido un rico historial que incluía el obligado capítulo sobre la heredera.  Aun para estos autores monumentales, la memoria es cosa vana…

Y más allá de esposas y cónyuges solícitas, están los que “trabajan de hijos”: la otra especie archi conocida de infecundos benditos. Sin el tema de los herederos no hay biografía completa ni confiable. Este es el capítulo más interesante y menos explorado de las relaciones, porque corresponde a los lados menos visibles.  En las celadoras del lecho funerario se aloja el secreto, el que deseamos conocer. Por su enorme complejidad el asunto de las herencias está más cerca del psicoanálisis que de la narrativa. Con Harvard, Cambridge, Oxford y cuanto monumento cultural estuvo dispuesto a arroparlo, ¿por qué Borges habría depositado en María Kodama "su pequeña eternidad personal"? ¿Por qué Octavio haría la propio con alguien tan impropio como Marie Jo? Nunca lo sabremos. Ambos gigantes tenían, como se dice, “el mundo a sus pies”, pero eligieron mirar a los pies.

Lo que si se sabe es de qué se trata vivir de prestado y cómo es fuerte y mezquina la tentación de  inventarse un destino a costa del otro. Vivir a su sombra y morir dejando todo el legado al garete... ¿Hay mayor manjar para el psicoanalista que la muerte de María Kodama, en su carácter de viuda?

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Calcinados en las puertas del infierno

March 29, 2023 Martha Robles

Infobae en la web

El infierno está aquí y los condenados ya no son los otros. Somos todos, empezando por los migrantes.

La única democracia es la de la infamia: miles y miles de feminicidos. Cifras sin cuento de desaparecidos. Encarcelados a capricho, rehenes de un régimen discrecional de injusticia. Noticias de uno y otro y otro mutilado, asesinado, extorsionado, maltratado, humillado, violado, vejado y reducido a piltrafa… Listas así, que nos dejan la cara roja de vergüenza, son el nutriente cotidiano del mexicano. Mentira, burla, grosería y menosprecio, en contrapunto, son la argamasa envenenada que el poder nos arroja cada mañana desde la tribuna del Mesías. Nuestro país, paraíso del tonto,  es un pobre territorio mancillado, explotado y maltratado hasta la ignomínia. Aquí todos nos igualamos en el odio a la vida y la insensibilidad rspectiva: bosques, selva, llanos, aire, especies animales y vegetales, ríos, lagos, pantanos y mares y desde luego y a la cabeza, también las personas y las no-personas; es decir, los migrantes.

Unos más que otros conocemos el sufrimiento. Los que emigran como último o único recurso de supervivencia, aunque imaginaria, son sin embargo las más grandes víctimas de este tiempo en el que todo es posible, especialmente lo más bajo e infrahumano. Llegar al extremo de ver cómo se calcinan decenas de hombres encerrados tras las rejas y no abrir las puertas, no tiene nombre. Luego, trasmitir el video a nivel mundial: presea de la bajeza de un régimen que confunde autoridad con indignidad y derecho a la vejación absoluta. Ser uniformado y quedarse ahí; hacerse a un lado o atestiguar cómo se calcinan los atrapados sin salida ni posibilidad de defensa… Eso, entre tantas infamias, es tocar fondo en esta farsa restauradora.

Los crímenes que se cometen en México deberían ser juzgados por la Corte Internacional de Justicia, en La Haya. Éste último además exige ser condenado y señalado por todos los seres pensantes que hay en este mundo; pensantes y respetuosos de la justicia.

Emigrar es la última trinchera del condenado al hambre. La trayectoria del miserable es la rifa de la fortuna. Atrapados unos en trailers sellados; otros “levantados” por narcos o sabe Dios quiénes; ahogados en pateras infames; marcados por el horror de “la Bestia”; hacinados en la frontera durante semanas, meses o años, sin tener a dónde ir, sin regreso, sin visa ni dios que los pase pal otro lado. Resecos cual fiambres en las arenas del desierto; madres desamparadas; mujeres y hombres violados, saqueados, extorsionados… Niños prostituidos.  Si algo faltara y a excusa de que mendigar “afea” la ciudad, los “detenidos” en espacios oficiales  vienen a sumarse a las cifras del averno administrado por “los guardines del orden y la rectitud” por haber muerto calcinados en un centro de “refugiados” en Ciudad Juárez, fronterizo de El Paso, Texas.

Emigrar. Romper con todo y dejarlo mal. Sobrevivir en condiciones inhóspitas. Perseguir quimeras. Esperar. Probarse en el infierno y soñar… Atreverse con la adversidad y seguir soñando en la condición del héroe que triunfa sobre los poderes oscuros.  Imaginar que el mundo dejará de cargarse sobre los hombros. Toparse con el muro, con las rejas de la verdad, con la mendicidad y la falta de oportunidades, con uniformados justicieros, con acuerdos perversos… Y aun así, esperar. Mal comer, peor vivir, sufrir vejaciones sin cuento, enfermar. Seguir esperando. Creer que el inframundo es de paso y que, al triunfar en “la caja mágica” de Houdini, llegarán al paraíso de los bienaventurados.

Nunca fueron amables las migraciones. Las invasiones, tampoco. Las imágenes de Goya sobre los ahorcados y los empalados por los invasores franceses son causa de mis pesadillas más persistentes. Nunca, pueblo alguno, aceptó al “bárbaro” o al extranjero con agrado. Avanzada en su tiempo, Grecia también fue cerrada al distinto y ajeno. Persia, Troya, Egipto, China, Japón... No hay época ni nación de puertas abiertas. Estremecen los registros medievales sobre desplazamientos masivos de hambrientos y desalmados dispuestos a lo peor para hacerse con lo que pudieran. Cuando la muchedumbre iba a por todo, lo cogía. No había diferencia entre mujeres, animales, tierras, joyas o alimentos. Los vivos pregonaban el fin de los tiempos y los vivales miraban al cielo en nombre de Dios.

Ante la verdadera y persistente “historia universal de la infamia” -como diría Borges-, no hay mayor conquista que la de los derechos humanos: honra de nuestro tiempo. Que los reconozcan en buena parte del mundo está aún en la categoría de los milagros. México es de los que van en la retaguardia. Y no sólo van con los de atrás, sino que el gobierno presume de su pasión por “avanzar hacia atrás y para atrás”.  Con los feminicidios, el narcodominio, la inseguridad y la desestructuración de la sociedad, el tema de los movimientos migratorios abulta el drama de los derechos humanos. Si a esa realidad se agrega la ausencia de medidas ante el cambio climático y su tragedia subsecuente, la población ya debería despertar y reaccionar para empezar a contener y salir de este infierno.

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No soy yo, tampoco el otro

March 14, 2023 Martha Robles

Fotografía de autor desconocido, publicada en la web

“No soy yo”, “yo no fui”: apareció en letras grandes al pie de una fotografía archiconocida. Era Ovidio, el tristemente Ovidio y multicitado “Chapito”, suelto una vez por la gracia divina y cogido de nuevo por la mano que no perdona. En su carita tan de bobalicón, taimado, simulador o sinvergüenza “que desde niño quiso ser narco”, se adivina la pasión por las máscaras del mexicano. Con un par de relicarios de trapo colgando del cuello, al ser retratado parecía dejar en manos de Dios o de sus santos representantes el montón de horrores que le atribuyen: liderar a “los Chapitos” del cártel de Sinaloa, controlar con su hermano la Organización Criminal Transnacional Guzmán López, poseer lucrativos laboratorios de metanfetamina de amplia distribución nacional e internacional, ordenar la aniquilación de informantes, de algún enemigo o rival y hasta de un cantante que se negó a actuar en su boda. En suma, una peligrosa sabandija a imagen y semejanza de su padre, encarcelado a perpetuidad en Estados Unidos, donde quizás permanezca imposibilitado de repetir el escapismo que lo afamó por huir aparatosamente de prisiones de alta seguridad.

Por fin detenido al inicio de 2023, durante el violentísimo culiacanazo que según la prensa dejó 10 soldados y 19 “presuntos” delincuentes muertos, con celeridad inusual siguió al “operativo” el anuncio de extradición: lo más temido por el narcopoder “de acá, de este lado”. Así que el “Chapito”, al que por su destreza también apodan “Ratón”, acudió al recurso de lo que mejor se hace en su tierra, desde generaciones atrás: simular, pretender ser otro o al menos parecerlo mediante las tretas de no-identidad atribuidas al repudiado mestizaje. Imposible no asociar el fenómeno con el de los pachucos, inventores de una identidad efímera que trasmutó en la narcomoda, con todos sus atavíos y gustos por el espectáculo: desde las camionetas y cadenas de oro, hasta las camisas coloridas, las “novias” operadas y ataviadas a tono, consumidoras de prendas de firma y jaladoras a dónde y para lo que se requiera, sean narcofiestas con músicos en vivo, viajes o resguardos en tiempos de riesgo.

Para desgracia de Ovidio y de los protagonistas del “no-soy-quien-soy”, el drama de auto negarse y desear ser otro o al menos parecerlo fue una de las dianas de Octavio Paz. Hoy no es lo mismo, aunque persista lo igual: ya sabemos que de eso se trata nuestro surrealismo. Se podría creer que el pachuquismo no tuvo descendencia, pero es indudable que todo evoluciona a tono con los tiempos. La caracterología delicuencial no es excepción, especialmente si reparamos en la manera como se dan a notar los estilos y sus lenguajes que, al través de la violencia y la intimidación, imponen en nuestro entorno las organizaciones criminales. Provenientes ambos de bajos fondos y de preferencia analfabetos o casi, así como los narcos son de su tierra los pachucos se hacían tras haberse asentado como inmigrantes en las zonas fonterizas de Estados Unidos. Ambos se forman su propia “identidad a medida”, ajena absolutamente a la aceptación del yo.

Para empezar a descifrar este enigma que el propio Chapito ha retomado con la intención de zafarse del entuerto que lo identifica a su pesar, recordé las observaciones de Paz. Comenzaban los deslumbrantes años cincuenta, cuando el pachuco ni era de aquí ni se confundiría con los norteamericanos de allá.  Párrafos como éste, en El laberinto de la soledad, son actuales: su dandismo grotesco en vano disfrazaba al clown impasible y siniestro, que no intenta hacer reír y que procura aterrorizar. Esta actitud sádica se alía a un deseo de autohumillación, que me parece constituir el fondo mismo de su carácter: sabe que sobresalir es peligroso y que su conducta irrita a la sociedad: no importa, busca, atrae la persecución y el escándalo. Sólo así podrá establecer una relación más viva con la sociedad que provoca: víctima, podrá ocupar un puesto en este mundo que hasta hace poco lo ignoraba: delincuente, será uno de sus héroes malditos.

No es ningún misterio que el pachuco está extinto y superado por diversas tribus urbanas y chicanas. Ante la evolución de la canalla su peligrosidad amañada nos parece ridícula.  Por rica y extravagante que fuera su “identidad” adquirida ya no interesa a nadie, ni siquiera a los escritores. Los parentescos respecto del fondo son sin embargo innegables. Lo de hoy es otra forma, más radical y peligrosa. Es la hechura fuertemente armada de los narcos, la narcocultura, la inteligencia artificial, la ingeniería, la química, el sobrevalorado metaverso, los acuerdos políticos, las negociaciones, las complicidades y las componendas, el lavado de dinero y las inversiones de miles de millones de dólares.  Los padrotitos pachucones eran de navaja, disfraz y bronca pronta; los dueños y comerciantes de la droga, aunque igualmente forjados  en el peor y más desalmado machismo, suplen su falta de identidad con el pragmatismo del dinero, los vehículos, las armas y el uso de alta tecnología.  Agréguese la exigencia de discurrir tretas para ocultarse a discreción y, de manera simultánea, hacer sentir su inmenso poder a gran escala.  Su gusto por gastar, ostentar, azuzar y lucirse en corto no difiere en lo esencial de estos dos productos del ancestral y todavía sin resolver problema de identidad de un tipo peculiar y obligadamente acomplejado de mexicano.

Así que, al menos en apariencia, el destino del “Chapito” que según él es pero no es quien parece ser está en el aire. Esta faramalla me ha llevado a la conclusión que la era digital ha dado al traste con las máscaras. Cada individuo puede dudar de quién es en realidad, pero siempre e invariablemente la mirada del otro lo descubre y lo identifica. Así que a su pesar, Ovidio el de Culiacán -que no el poeta de Las metamorfosis y El arte de amar-, es el que reconocemos en la única fotografía que no disfraza su lado oscuro, por más relicarios que se cuelgue y por más que se diga que, en su infancia, pasó por las aulas del CEYCA, de los Legionarios de Cristo.

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Feminismos, espejo de lo real

March 5, 2023 Martha Robles

Fotografía: SemMéxico. Tomada de internet.

Ser feminista es una condición existencial y mecanismo de defensa en medios hostiles. Impulso liberador en sus orígenes,  se vuelve manera de ser.  La urgencia de equidad es una reacción contra la asfixia. No se piensa, no se elige: fluye en las venas. Las grandes batallas han comenzado así, con el basta en la punta de la lengua. Me pregunto  cómo ha sido tan largo el patriarcado y por qué las de abajo, apabulladas en “la caverna”, lo hemos tolerado. La rebeldía es incómoda para una misma y los demás; sin embargo, a pesar de sus consecuencias, sirve de antídoto para la opresión.

Todo comienza cuando el dolor se manifiesta con impotencia (preguntar a las iraníes). El dolor de las mujeres propias y ajenas me hizo feminista cuando el feminismo ni siquiera se nombraba: estaba en mi naturaleza. Antes de razonar abrí los ojos y afiné el oído. La verdad entró por los sentidos. Fue cosa de realidad, no de conciencia. La palabra justicia no existía. Tampoco se pensaba. Lo que era, era como era: sometimiento, fatiga, resignación, “aguante”, resistencia, silencio, espíritu de sacrificio y buen modo obligado: “las mujercitas no crean problemas, los resuelven”. Se trataba de que aceptáramos, desde la cuna, que la ruta de vida era apagamiento en continuidad. Se nos encaminaba hacia un ir muriendo entre vejaciones públicas y privadas. Nada de cultivar la inteligencia, nada de intervenir en “cosas de hombres”; nada, en suma, de ser “una de esas señoras incómodas o ‘especiales’”. Así cada vez más complejo, hasta que la muerte/muerte triunfara sobre la represión, la indignidad vitalicia, la marginación y la ausencia de libertades. ¿Qué significan equidad y/o  libertad?, se preguntarán hoy mismo iraníes, afganas, africanas, latinoamericanas… La pregunta es válida para miles de millones de mujeres, cuya situación ilustra el subdesarrollo esencial y/o el estado de inhumanidad que impide democratizar la vida en común.

Mientras yo crecía, mi idea del mundo era estrecha y pequeña. Los vocabularios eran limitados,  intensos, cargados de agresividad, sembrados de escondrijos y de máscaras, como las sotanas y los hábitos, como los políticos, como las películas del Indio Fernández y sus coetáneos y sucesores. ¿Libros?, eran rareza. ¿Idiomas? Tampoco había quién hablara de “grandes influencias”, las que artistas y pensadores extranjeros reconocen imprescindibles en su formación. El ambiente era áspero, anodino, infestado de intolerancia  social y religiosa, de corrupción teñida de policías y burócratas extorsionadores. La mentira era seña de identidad nacional; igual que el abuso. (¿Cambios en el aquí y ahora?) Imposible no advertir que algo muy grave funcionaba mal. Ya había en el aire algo hiriente, lastimoso y premonitorio de la criminalidad que domina un México completamente desarticulado, bañado en sangre, coreado por madres dolientes que escarban en llanos y lodazales en busca de los huesos de sus hijos asesinados, de sus hijas desmembradas, de sus nietos desaparecidos…

¿Cómo no ser feminista?  Una se hace feminista como hacerse adulta en este imperio del embuste, la hipocresía, el dolor y el machismo.  Es instinto de supervivencia.

Al convertirme en universitaria y en madre era imposible no percibir el sufrimiento de millones de mujeres y sus niños. Madres abandonadas a su suerte; padres en fuga que ejercen el pisa y corre. ¿Pagar pensión alimenticia? “Pues qué, se cree que soy su pendejo? ¡Puta!” Había pordioseros y habitantes de la calle por montones; tantos, como jaurías de perros callejeros. Pasan los años: nada cambia/todo cambia. Ese dolor añejo es mucho peor, teñido de crueldades pavorosas. Hay más drogadictos y “niños de la calle”; más enfermedades mentales; mayor desamparo, pero menos perros pululando sin dueño. La piedad popular comenzó a manifestarse en bien de los animales, gracias a lo cual proliferaron los felices perrhijos. La injusticia es lo único que todos compartimos en este reino del crimen y la impunidad. La mujer es la universalmente desclasada. Nadie se libra. Únicamente son variables las dosis personalizadas de inequidad.  De pronto se dejaron ver las tribus de mujeres enardecidas. ¿Aquí? ¿No que las mujeres eran tan aguantadoras?  ¿No que tan mansitas? Pues no, porque el enojo asomó la punta del iceberg y, como de magia negra, mostró a la amenazante cabeza de la Hidra.  

Cierto: mientras las mentes “civilizadas” aguardábamos equidad y cambios civilizados, se dejó venir contra la autoridá y lo que resulte un batallón de gritonas malportadas con el puño enfurecido, guante negro y rabia, mucha rabia: rabia de muchachas cargadas de energía y malos modales que, a diferencia de sus madres o sus abuelas, dicen “no más” a golpes y truenos. Montón de peleoneras que pegan e intimidan; sin embargo y aunque su ferocidad remonte a la Hidra, no tumban muros, no despiertan conciencias dormidas ni modifican el yugo de un poder sólidamente instaurado, arraigado inclusive en el inconsciente colectivo. Cosas de estilo y reflejos de la cultura que nos engendra y engendra  los modos de nacer, amar, crecer, acatar, protestar, obedecer o rebelarse, comer, pensar asustarse, intimidar y al final del todo morir con estricta fidelidad al propio tiempo.

 Hay que decirlo de una vez, porque la demagogia gusta amargar o endulzar los actos con ideologías. en mi caso y sin lugar a duda fue el sufrimiento propio y ajeno lo que me hizo rebelde, inconforme.   El sufrimiento me hizo desobediente y escritora en tierra de machos intolerantes. En casa, en las calles, en los mercados, en los pueblos o con o sin micrófono  los hombres hablaban alto, mentaban madres como ríos empedrados, exigían, amenazaban y/o prometían a discreción lo que jamás cumplían.  La violencia campeaba y campea: nada que no anticipara el infierno del crimen instaurado como poder absoluto… Sin embargo, hay modalidades como estilos de gobernar, pues ahora resulta que a las mujeres se las encarcela o se las usa para presionar a los hombres.

Propio de países maltrechos, el dolor en México es de bulto, tangible. Flota en el ambiente. Hay dolor y no únicamente a causa de decenas de miles de asesinado y desaparecidos, también “invisibles”. Se nos distrae con veleidades para no centrarse en lo fundamental: la justicia. La verdad es lo que es: ni las mujeres ni los muertos producimos sombra.

El tema es complejo, como la realidad. Vendrán otras páginas sobre el espejo de los días.

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Haití y el síndrome del vencido

February 16, 2023 Martha Robles

Fotografía de Unicef, en la web

Observo fotografías de Haití y pienso, aterrorizada, hasta dónde es capaz de caer un país empeñado en aniquilarse desde dentro. Condenado a las tentativas malogradas, triunfó el síndrome del vencido del que nosotros no somos ajenos. Por allí pasó Alejo Carpentier  en 1943 y, de golpe, vio los dos lados de esa isla antillana dominada por la superstición, los prejuicios, el vudú, los demonios y los uniformes ridículos de su corte de fantoches… Al reinventar un episodio de su historia, por demás insólita, eligió la versión “de una inesperada alteración de la realidad (el milagro), de una revelación privilegiada (…), de una iluminación inhabitual o singularmente favorecida de las riquezas inadvertidas de la realidad…”

Portadores de la magia africana, los “libres e independizados” al tiempo agregaron a los suyos remedos de dioses y demonios estremecedores, locales y meneados a ritmos convulsos.  En vez de signos reparadores, lo único que prospera son los rituales integrados a la intensidad colorida que pocos artistas, en el pasado, convirtieron en pinturas magníficas.  La que fuera población de creyentes en trasmutaciones y sucesos supranaturales, devino en pobre tribu de mayoría de descendientes negros importados para sustituir a los nativos extintos. Sometidos a crueldades sin nombre, los esclavos cultivaban café, cacao, índigo, tabaco y caña de azúcar en plantaciones “paradisíacas”. De padres a hijos han cambiado de amos, pero no de servidumbre. Inacabada, su historia antecedió a la ignominia de Leopoldo II en el Congo Belga: ejemplos, ambos, de cuán monstruoso puede ser el ser humano, cuando ciego de codicia.

Carpentier miró aquella realidad desde su expresión “maravillosa”. Caracterizado por un barroco inseparable de su historial francés acunado en el Caribe, se fascinó con esos lares antillanos olvidados del dios de los cristianos y hasta del interés de los países que no le dejaron ni agua limpia.  Sin duda conoció  las páginas de Pompèe Valentín sobre las infamias cometidas en las plantaciones. Baste citar que de casi medio millón de esclavos, mal sobrevivieron unos 170 mil. Después de la revuelta, Francia, para colmo, exigió 30 millones de francos más 6 de intereses para “compensar” a los dueños de la tierra… Más de 120 años arrastraron la deuda con el complementario préstamo leonino de los Estados Unidos. En resumen: desde su “independencia”, Haití quedó condenado a la derrota.

Fogueado con aires caribeños, Carpentier halló otro rostro a la miseria. Interpretó la trascendencia de la fe en la realización de lo insólito que definió real maravilloso:  “Pisaba yo una tierra donde millares de hombres ansiosos de libertad creyeron en los poderes de Mackandal, a punto de que esa fe colectiva produjera un milagro el día de su ejecución.” Entonces prevalecía la indefensión del colonizado que le permitía creer que lo imposible era posible; tan posible, como la profusión de figuras sagradas o profanas fusionadas a sus ritos. Sustento “espiritual” del estado proclive a “las maravillas”, aún prosperan las trasmutaciones, el culto a la adivinación y las iluminaciones. Los días con sus noches se gastan en participar en estados de trance y de cualquier manifestación de simbiosis y/o metamorfosis. Más respetados que las figuras políticas, sus sacerdotes, chamanes, brujos o profetas ejercen poderes capaces de modificar el orden, las vidas y las cosas. Los muertos “hablan” y dicen lo que dicen en boca de elegidos. Así, en el enredo de zombies, espíritus y vivos como muertos, transcurren las horas teñidas de sucesos sangrientos. Así nacen, crecen, se reproducen y mueren en el país más pobre, abandonado y atrasado del mundo. La intensidad de lo “real maravilloso” percibido por Carpentier, sin embargo, absorbió más energía negativa y popular que la positiva en pos de una realidad/real que pudiera sacarlos de su ancestral abatimiento.   

Encauzar un proceso civilizador y la estructura del Estado no se concibe. En ese paisaje de violencia, desolación, tabúes, magia negra y posesos endemoniados se aloja el infierno. Y magia negra o de cualquier tonalidad persiste en el Haití más intimidante y sumido en el cascajo y la basura; de ahí que la supremacía de potencias oscuras se imponga a la par del crimen, las confrontaciones, la rapiña, la saña y el sufrimiento de la mayoría abandonada a su (mala) suerte y a su peor talante.

Fue isla de taínos nativos “conquistada” por Colón en su primer viaje, en 1492. Renombrada, sirvió de asiento a piratas ingleses, holandeses, franceses y cuanto bribón pasó buscando bajezas. La verdad de “la perla de las Antillas” cayó en los registros de las más altas tasas de mortalidad, sadismo y explotación. Se explica por qué, reducidos por los blancos, las víctimas solo confiaran en espíritus, en magia negra y en los poderes que inspiraron al escritor a escribir la única novela que puso la isla en la gran literatura.

Se ostentaba con orgullo que fue la nación inaugural de las independencias en América Latina y, después de los Estados Unidos, la república más antigua de Occidente. Hazaña  gracias a la única revuelta de esclavos negros que ha sido exitosa en la historia universal. Al paso de vilezas, el otrora paisaje idílico codiciado por reyes y tiranos devino en entraña de una violencia añeja, feroz y dividida en bandos decididos a no parar hasta aniquilarse los unos a los otros. Paraíso en sus orígenes, la isla ha quedado reducida a vertedero sanguinolento, maloliente y tan ruinoso como el palacio de cantería habitado alguna vez por Paulina Bonaparte.  

Más allá de fotografías de hombres y mujeres enfurecidos, niños hambrientos, cuerpos famélicos y escenas infrahumanas en las que no faltan animales y harapos colgados al sol, la prensa ya no se detiene a describir despojos,  casuchas que no merecen su nombre ni muestras sin fin de la cólera masiva. Lo dantesco ilustra el síndrome del vencido como  autodestrucción irremisible: verdad terrible, despojada de la magia de las ficciones. En miseria más extrema que la extrema, con su entorno devastado, ajenos al movimiento reparador de la cultura, inmersos en la violencia, los haitianos pasarán a la historia como la primera población de las américas que, tras dejar árboles encenizados con el polvo de los muertos, arrastró hasta sus últimas consecuencias las secuelas autodestructivas del colonialismo.

Nada parece quedar de tentación de grandeza, de lucha contra el destino, de ánimo reparador ni urgencia de dejar de ser el vencido que, en nuestras tierras, insiste en dar paso a la crueldad, al delito, a las máscaras y a la superstición. Allá, la bestia negra rugiendo tras el eco del tam tam de los tambores del Petro y del Rada; acá, el dominio de los narcos, gobiernos espurios, crímenes feroces y desaparecidos por miles, injusticia,  agresividad, desprecio a la vida y lo bello, apego a la mentira: lo propio del complejo de inferioridad que encumbra, para mal, al vencido empoderado, al revanchista prepotente, al rencoroso ejemplar que encarna la menor valía del agachado, el aplastado, el “poquito”. Hay que afinar los sentidos para entender que lo real maravilloso celebrado por Carpentier es recreación mejorada de los círculos infernales, siempre en crecimiento. He releído varias veces El reino de este mundo.  En cada ocasión encuentro claves para interpretar recursos de la fuga y de la máscara con los que se refugian los vencidos. Pobre Haití, tan olvidado de dioses y de hombres; pero pobres también los países que en vez de levantarse ceden al impulso de retroceder y autodevorarse.

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    • Jan 21, 2014 Enero 21 Jan 21, 2014

Culpas viejas, mujeres nuevas. Entrevista. https://youtu.be/9go7A0-hmso

En Huellas de la Historia, con Francisco (Paco) Prieto y Blanca Loolbe, Alejandro el Grande. Los pasos del héroe”, Radio Red, México, https://podcasts.apple.com/mx/podcast/alejandro-magno/id1243780697?i=1000431633702

Entrevista sobre los pasos del héroe, lunes 11 de marzo, 2019, 2019, Fabián Vázquez y Rafael de la Lanza; Revista Gandhi Lee+

https://www.facebook.com/mascultura/videos/451974625342403/

“Del amor a las letras y otras pasiones” en Poéticas de las inteligencia, programa de radio coordinado por Patricia Galeana y Beatriz Saavedra. Conductora Lourdes Enríquez, IMER, CIUDADANA, 660 am, jueves 27 de agosto de 2020. https://www.mixcloud.com/MujeresalaTribuna/po%C3%A9ticas-de-la-inteligencia-del-amor-a-las-letras-y-otras-pasiones/

A partir de septiembre 2020, colaboraciones en La noche es joven, programa de radio de Enríque García Cuéllar, Tuxtla Gutiérrez, Chis.:

Octubre 2, https://www.facebook.com/MuseodelaMujerMexico/videos/325674728612136/

Octubre 10, Casandra en la mitología, https://www.facebook.com/757213191075830/videos/362463818454782/

Octubre 16, Las migraciones en el mundo, https://www.facebook.com/757213191075830/videos/2675104412742380/

2020

- https://www.facebook.com/757213191075830/videos/3443483862406877 , “intelectuales y poder”, programa La noche es joven dirigido por Enrique García Cuéllar desde Tuxtla Gutiérrez, Chis., Oct. 26, 2020.

- “Helenismo en Alfonso Reyes”, video conferencia organizada por la Sría de Cultura, el Dep. de Literatura del INBA y la Capilla Alfonsina. Con Javier Garcíadiego (director de la Capilla Alfonsina) y la traductora del griego Natalia Moroleón. Moderadora Beatriz Saavedra, Trasmitido en vivo por Facebook, noviembre 5, 2020. https://www.facebook.com/283189608464004/videos/654522281924283/

“Intelectuales, prensa y poder”, en el video programa La noche es joven dirigido por Enrique García Cuéllar desde Tuxtla Gutiérrez, Chis., Nov. 6, 2020. https://www.facebook.com/757213191075830/videos/1034311790327823

“Mujeres y otras penas”, https://www.facebook.com/757213191075830/videos/286419819321195 en el video programa La noche es joven dirigido por Enrique García Cuéllar desde Tuxtla Gutiérrez, Chis., , Nov. 13, 2020

“Gobernar con sermones”, https://www.facebook.com/757213191075830/videos/815646722545743, Ibid., Nov. 27, 2020

“La amistad entre Alfonso Reyes y José Vasconcelos”, Capilla Alfonsina, con Javier García Diego y el dr. Hurtado, Capilla Alfonseca, junio 30 de 2021. https://www.facebook.com/watch/?v=357786745726168

 “Actualidad de Marguerite Yourcenar” , Julio 8 de 2021, en el programa La noche es jocen de Enrique García Cuéllar. https://www.facebook.com/100063493035749/videos/834712267158793


Debate 22, entrevista con Javier Aranda, Octubre 10, 2022, Canal 22. (https://twitter.com/MarthaRoblesO/status/1579661774965866496?t=jl5UKjczBPPI52y91C_now&s=03)

https://twitter.com/MarthaRoblesO/status/1579661774965866496?t=LNgpCJXplWwnHJVKfBU9EQ&s=08

“Las palabras, espejos de la vida”, conferencias, Noviembre 9, 16, 23 y 30 de 2023, Plataforma ZOOM, dos horas por semana, Instituto dde la Cultura y las Artes, Cancún, Quintana Roo. Disponibles en YouTube con este enlace: https://www.youtube.com/playlist?list=PLOOto7Tr4g7IWZRngC2m_3zwvuTIrqE4H

Agosto 7, 2024 A medio siglo del fallecimiento de Rosario Castellanos. Capilla Alfonsina. Coordinación Nacional de Literatura. Sigue en directo la charla especial en honor a Rosario Castellanos. Acompáñanos y explora su impacto en la literatura. Una oportunidad única para reflexionar sobre su legado. Participan: Martha...

www.facebook.com.

https://www.facebook.com/share/v/nw26bULtQ6sooEGs/?mibextid=jmPrMh

“Martha Robles”, entrevista de Beatriz Saavedra para el Diario de Madrid, Noviembre 27, 2024. Entrevista a Martha Robles - https://www.eldiariodemadrid.es/articulo/critica-literaria/entrevista-martha-robles/20241127090423084011.html?utm_medium=social&utm_source=whatsapp&utm_campaign=share_button

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Enero 16 de 2025, Alfonso Reyes y el exilio, Ateneo Español de México, A.C

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