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Martha Robles

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Escribir sobre el padre: nueva tendencia

August 20, 2024 Martha Robles

Abraham, el patriarca. Imagen de Wikipedia

Es visible la fuerte presencia paterna en publicaciones publicitadas. Un par de libros con este tema llegó a mis manos… Y se me cayeron de las manos. En realidad, es más sugestivo pensar hasta dónde el hijo encumbra al padre en medios pequeños: apenas un pobre diablo con ínfulas. Dicho de otro modo: alguien que ni él mismo ni los demás saben quién es allí donde la mentira y la simulación se dan por sentados. De preferencia remontados al México más enredado del siglo XX, se nota la “naturalidad” con que el machismo se expresaba mediante defecciones asimiladas en complicidad.  La grosería era lugar común  y la probidad masculina rareza. Aun así, el Fulanito de tal era “alguien” reconocido públicamente. Para los hombres todo estaba permitido y hasta celebrado.  En tales dominios patriarcales los hijos crecían supeditados a esta idea falseada de autoridad. En suma, tales lecturas tienen menos de literatura que de sociología o antropología.

Reflejo de nuestro mundo convulso, da la impresión de que el yo del autor (a) inquiere y desvela al mal padre quizá para, muerto, afianzar la propia identidad al atreverse a mirarlo desde la raíz. La rareza es hallar un gran hombre entre las páginas o al menos al que si no es amado, siquiera pueda ser reconocido o respetado.  De preferencia ingratos, temidos, odiados o despreciados por su mediocridad, por sus aspiraciones incumplidas o sus bajezas, quienes trasmutan en personaje exhiben las miserias de nuestra especie: nada distinto del compendio de mezquindades y banalidades de la vida cotidiana que se suelen reservar al secreto; es decir, a lo que por vergüenza se calla y por conveniencia se oculta.

Hay que leer por asociación la enfermiza dependencia filial de la infortunada Anna Freud para descreer de la concepción psicoanalítica de la sexualidad y en concreto de lo femenino. Ausente o presente, no dudo de que el padre es identidad y norma, timón que aclara o confunde el rumbo. Diría inclusive algo tan tremendo como que el padre es destino. De los mitos y la Biblia en adelante se aglomeran ejemplos de su supremacía, con frecuencia feroz.  No somos las madres la columna existencial que sostiene y dota de rostro y carácter a la prole… No al menos como se ha pregonado.

Es el padre en primera instancia. Es el padre sea quién sea o no sea.  Siempre los padres y su símbolo del Poder se llevan de por vida como señal en la frente. Es Urano combatido por Kronos a su vez vencido y mutilado por el Zeus portador del rayo: devoradores que determinan el carácter de su estirpe. Engendradores monumentales. Gigantes a los ojos de la prole, de apariencia invencibles y al final, meros sujetos reducidos en el mejor de los casos por hijos intrépidos que se atrevieron con ellos. Las letras son el mejor testimonio de la naturaleza de la paternidad. Pienso en la complejidad de Thomas Mann, en la peculiaridad del padre de Marguerite Yourcenar, en Lawrence Durrell o en Joaquín Nín,  en Hemingway, en tantos más que le pondrían a Freud los pelos de punta. Incluidas desde luego la Biblia y las Mil y una noches, me pregunto por qué no vio el trasfondo titánico del patriarcado al crear el psicoanálisis. Me basta evocar a Zeus zarandeando en el cosmos de las greñas a su hija Atenea cuando ella quiso tomar una decisión por su cuenta.

Dios todopoderoso, el Padre… Creador absoluto de todas las cosas… Pienso en Abraham, dispuesto a sacrificar a su hijo para obedecer al Señor. Es Agamenón inmolando a su pequeña Ifigenia en honor de la diosa Artemisa para obtener buenos vientos…  Es Yalo ordenando matar a Edipo recién nacido por temor a la profecía. Es Heracles fuera de sí aniquilando a sus niños. Es Saturno devorando a sus hijos igual que a puños y en prosa, en verso o en las noticias del diario, millones de padres aplastan, venden, intercambian, regalan, mutilan y utilizan a las hijas a excusa de la codicia, la tradición, la Ley, las creencias o la invencible estupidez consagrada.

Otras maneras de ver y relacionarse se cultivaron en las letras del siglo pasado. Entre el poder, la amistad, las pasiones, las guerras, el orden social, la exploración histórica y crueldades de toda índole, los temas mejor logrados no pululaban con tanta obviedad alrededor del padre, sino en cambios dramáticos y reinos perdidos, como el austro-húngaro, que arrojarían una buena cantidad de autores y obras mayores. El padre  remonta ahora su ancestral significación. Reaparece quizá a partir de que, agitados por el individualismo y las grandes reivindicaciones, el yo femenino o masculino tambalea y siente la necesidad de establecer “nuevos lugares” o referentes en el desorden imperante.  En tal aspecto, de pronto el mercado de libros se constituyó en espejo de intereses individuales y/o colectivos en boga. Por consiguiente, entre impulsos autobiográficos, feminismos, desmesuras, frustraciones, anhelos, agrupaciones e intereses LGBT y cuanto novedoso género o no-género discurren los nacidos del vientre materno, la conducta paternal revalora su olímpica  supremacía de todas las maneras imaginables: mediante sus nimiedades o tiranías, desde el memorial domiciliario de crueldades, por el abandono temprano o las ausencias ocasionales, a causa de la indiferencia o los abusos, por las infidelidades o insatisfacciones no tan secretas… En fin, que a diferencia de tantos personajes femeninos por descubrir, está vivísima la tentación de ocuparse de los padres, aun en tratándose de sujetos anodinos que ni trepados en bancos alcanzan altura literaria.

imagino observando nuestra turbación a las grandes mentes que examinaron con brillo la turbulencia del pasado siglo. ¿Dónde están las voces racionales? ¿Dónde las vanguardias y la gran literatura? Empeñadas en priorizar la medianía en detrimento de la calidad y grandes contenidos, las editoriales y su insaciable apetencia de lucro nos están atiborrando de basura o baratijas a excusa de atender “el gusto de los consumidores”. En esta selva mercantil es una hazaña dar con el gran libro que se agradece y nos hace sonreír al recordar éste o aquél pasaje, una palabra, la idea o el párrafo deslumbrante.

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Medio siglo sin Rosario Castellanos

August 7, 2024 Martha Robles

Fotografía publicada por la Gaceta Universitaria, UNAM

Era el 15 de febrero de 1971. Marcado por una inocultable impopularidad, el gobierno de Luis Echeverría, por obvio interés político, decidió conmemorar el Día Internacional de la Mujer en el Museo Nacional de Antropología e Historia. Casi desconocida hasta entonces en el muy masculino ámbito cultural, se eligió a Rosario Castellanos como símbolo de escritora adelantada y representante del feminismo que ya era inocultable en el país (por incipiente que fuera), al menos entre universitarias. Reconocer públicamente a una mexicana era tan inusual como ventilar su marginalidad. La ceremonia adquirió notoriedad no solo por haber tocado la llaga de la invisibilidad femenina, sino porque en su discurso que tituló: “La abnegación, una virtud loca”,  la homenajeada levantó el velo de una verdad incómoda, no obstante su tinte irónico.

Con unos 50 millones de habitantes y escandalosa minoría de escritores, artistas, científicos y personas con licenciaturas, maestrías y doctorados comprobables, el país estaba fragmentado. Pesaban el dolor y la huella nefasta del ’68 que dobló a más de una generación, además de meter freno a la democratización. Una sombra muy larga se extendía desde las calles hasta el corazón de quienes anhelaban otro modo de ser humano y libre. Rulfo, Paz y Fuentes presidían las vanguardias literarias. Surgían más nombres y se notaba apertura, aunque abundaban lamentos y frustraciones. Casi nada de luz ni alegría en prosa o verso porque las voces mexicanas tienden a cerrarse sobre sí mismas, a pesar de que en ocasiones aparezcan un Carlos Pellicer o un Jaime Sabines a celebrar los colores del paisaje y las emociones amorosas.

No que no hubiera belleza, es que el ánimo dominante frecuentaba la denuncia, la dificultad de vivir o -traído de tiempo atrás- el característico abatimiento, la jeremiada y la muerte. Aunque por Platón algunos supieran que la belleza “puede alegrar la mirada o la mente, pero no está directamente asociada con la verdad”, el gozo no era recurso de salvación ni lo bello en las letras búsqueda o consuelo de nada. Salvo el excepcional humor en las parodias de Jorge Ibargüengoitia, predominaba la solemnidad y la tendencia a lo lastimero. Nacida en 1925 y asociada a la generación del medio siglo, Rosario Castellanos pronto, desde sus primeras publicaciones, encontró su voz propia en su yo más íntimo y en el penar cerrado del pasado intolerante que la marcó.  El resultado fue una obra singular por sus temas, sin antecedente en nuestra historia cultural.

Mientras daba visibilidad al través de su poesía y su narrativa a los dos asuntos prescritos de nuestra realidad -indios y mujeres-, el mundo era un hervidero de reivindicaciones por las libertades y los derechos civiles. Principalmente Virginia Woolf y Simone de Beauvoir eran influencias inseparables de los feminismos en varias lenguas, español incluido. Los gorilatos parecían inamovibles en la América Latina y el Caribe. Persecuciones, asesinatos y discriminación formaban parte de los días y para la mayoría, acá, vivir era tan difícil como sembrado de obstáculos. Se culpaba a la Conquista, a la Guerra Fría, al imperialismo yankee, y “al otro”, en los términos del existencialismo sartreano, de la espantosa situación del Tercer Mundo, del horrible apego al atraso lastimero y de la postración de los vencidos. Por extensión de lo dicho por Yoko Ono en plena Beatlemanía, nada era más despreciado que ser india y mujer. A Rosario se debe la inaugural observación literaria de esa realidad que, por desgracia, continúa arrastrando sus peores estigmas.

Con la mirada atenta a Chiapas, a su cerrado origen conservador y antifemenino y a los indios que aprendió a comprender desde la distancia de culturas inconciliables, como eventual colaborada del Instituto Nacional Indigenista y en particular en su carácter de escritora, se atrevió con lo innombrable. Era un México ignorante de la libertad de expresión y agarrado a sus limitaciones como si fueran logros.  Era un país tan reacio a los cambios como inhabilitado para acceder a las democracias modernas al través de la justicia, educación, libertades, derechos, salud, etc. Se resentían, en todos los órdenes, las consecuencias de las mayores carencias en la historia de indios y mujeres: el eje de su obra, desde la perspectiva autobiográfica. Como niñas, jóvenes, adultas y ancianas tanto, en las ciudades como en el medio rural, conquistar la dignidad y formarse era como si se tuviera que escalar el Éverest: todo era difícil, todo reprobable y espinoso.

A cargo de la reciente población de universitarias conscientes de su invisibilidad secular, del sacrificio consagrado como virtud, de la abnegación forzada y, en suma, de la marginación indivisa del prejuicio de su inferioridad intelectual y social, el feminismo absorbido por Rosario al través de las grandes influencias en boga comenzó a adquirir fuerza y presencia en un México atrasado, intolerante, demagogo, enmascarado y reacio a cualquier apertura. Con el estigma del Movimiento Estudiantil y consciente de la impopularidad que acompañaría al presidente Echeverría de por vida, en tal realidad cerrada se publicitó el Día Internacional de la Mujer como acto iniciático, que sin duda lo fue en términos políticos. Puso las luces sobre la autora de Balún Canán, Ciudad Real y Oficio de Tinieblas. De la noche a la mañana su nombre se antepuso al de sus colegas, incluido el de la autora de Los recuerdos del porvenir, Elena Garro, cuya mala prensa y ruidosos conflictos personales empañaban el reconocimiento de su indudable talento. Al punto y contra la masculinización imperante del servicio exterior, Echeverría convirtió a Rosario en embajadora en Israel y en figura tutelar  de las jóvenes que hallaban en el activismo de género la reacia liberación necesaria. Y con su muerte temprana comenzó su leyenda…

En suma, Rosario Castellanos fue consagrada en primer término no por lectores ni académicos ni amigos de las letras, sino por el jefe del Estado: grandísimo y oportuno ejemplo del otrora vínculo entre intelectuales y el poder y de las tantas contradicciones de nuestra historia cultural. Historia -con sus horrores y aciertos- que ella probó en carne propia durante las etapas de su vida: invisible y marginada hasta su juventud; esposa enamorada en lucha consigo misma, víctima de infidelidades e inequidad y divorciada y madre en pleno dominio de una voz propia y una obra singular. Maestra universitaria  en lo fundamental y durante algún experimento, promotora cultural en comunidades indígenas de la Chiapas indivisa de su eje creador. Embajadora sin antecedentes en el servicio exterior y, a cincuenta años de su extraña muerte sin haber cumplido medio siglo de vida; una figura consagrada que, con insuficientes lectores y menos críticos puntillosos, crece en la imaginación principalmente femenina y/o  huérfana de héroes tutelares.

Con buenas razones se la honra en su Comitán natal. Acaso sea la única escritora mexicana -salvo sor Juana- acreedora de alguna estatua y de un enorme reconocimiento local. Ni que decir de su reposo en la Rotonda de las Personas Ilustres: datos de gran merecimiento, sin duda, pero indicadores de la peculiar relación entre el poder y las letras que con omisiones y desmesuras, yerros y unos cuantos aciertos, no deja de arrojar capítulos fascinantes para una biografía de peculiaridades mexicanas al través del también peculiar mundo de las letras.

Narradora y poeta en lo esencial, desde su breve estancia en Israel -murió en 7 de agosto de 1974-, escribió artículos para la página editorial del diario Excélsior. En estricto sentido no fue ensayista, pero por algunas páginas de análisis más bien académico se le atribuye el cultivo del  género. Mantuvo hasta el final de su vida el tinte autobiográfico que frecuentó con maestría. Infortunada en el amor, su infeliz matrimonio con Ricardo Guerra, a quien conoció en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, le dejó un hijo amadísimo y tema para buenas letras, pero padeció maltrato, desdicha e infidelidades que no dejaban de comentarse entre quienes los conocieron.

Única escritora chiapaneca en posesión de una obra literaria de gran madurez, Rosario Castellanos se convirtió en símbolo femenino, feminista a su manera y de interés por la realidad de los indios. A distancia vislumbramos avances y retrocesos ocurridos durante el medio siglo que conmemoramos en 7 de agosto de 2024. Con casi 134 millones de habitantes, el país que ella conoció, disfrutó y padeció tiene nuevas y tremendas contradicciones, empezando por el deterioro del medio ambiente, la violencia imperante y descontrolada, concentraciones urbanas infernales, una multiplicación asombrosa de escritoras y universitarias, carencias culturales ostensibles, dramas educativos inocultables, atraso imparable del Poder Judicial y del sistema de salud pública…  Acaso no se asombraría Rosario al ver lo ocurrido en las comunidades indígenas de su Chiapas amada: el alcoholismo  que denunció, el maltrato que denunció, la situación femenina que denunció, la imposibilidad de conciliar culturas ajenas entre sí, el conflicto de los lenguajes sin vasos comunicantes, que también conoció… Es decir, Rosario Castellanos es tan actual como su obra. De ahí que pueda leer su narrativa como si fuera ayer y repetir su poesía como si hubiera sido escrita hace una hora porque las letras, cuando dan en el blanco, son el espejo de la vida, de su tiempo y de sus máscaras.

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Diarios. Otra vez los espejos

July 25, 2024 Martha Robles

Última nota de V. Woolf a Leonard, antes de suicidarse

Mal podríamos referirnos al eje o mapa del carácter de un autor sin explorar sus espejos caprichosos o monólogos en tinta. Pasan los años y continúan fascinándome las inimitables Antimemorias de Malraux por su extraordinaria mitomanía/megalomanía que, a su pesar, muestran al hombre detrás de la figura pública. Al reinventarse se  ganó un lugar  en la gran literatura por su originalidad y buena pluma, además de que con cada relectura se mejora su relato. Una de las memorias más embusteras, exageradas e inseparables del ejercicio del diario que haya leído, ideó al yo de papel que realizaba hazañas heroicas en Indochina o en la guerra civil española o que se aventuraba a lo grande con los maquís durante la Resistencia y -eso sí- que, amante del arte y la cultura, dictaba conferencias y fundaba museos que todavía asombran.  Con los sentidos y la mente en alerta,  tiempo le quedaba al supermán de las letras para escribir grandes obras y sufrir dramas personales. Desde la cuna construyó al personaje imaginado y logrado, sin dejar de ser el admirador vitalico de Lawrence, el de Arabia.

Algunos como Anaïs Nin desvelan al yo recóndito que, desde el fondo de sus existencia tremenda, burla el control del escritor experimentado. Otros repasan, como Sandor Marai, la biografía fusionada a la patria que lo repudió y al final pretendió acogerlo. Salvo ejemplos de los que llevan el diario como recado para el porvenir, agenda o constancia del insoportable pavor a la confesión, aun páginas asépticas como las de Alfonso Reyes, tienen algo de armario que se antoja abrir. Miedos, deseos, frustraciones, fábulas, sueños, juicios, algún chisme, dudas y reflexiones: el diario supera al confesionario religioso al capturar las oscilaciones del ánimo, lecturas, sensaciones y los anhelos y los días. Este singular espejo seguramente comenzó a frecuentarse cuando, en prosa o poesía, casi todo se había probado, salvo el yo íntimo y cotidiano, que por cierto también tentaría a Montaigne.

Suelo releer a Virginia Woolf porque a diferencia de sus ensayos y novelas, en sus diarios veo, de cuerpo entero, a la inglesa perturbada que llenaría de piedras sus bolsillos para suicidarse en el Río Ouse. Mantengo una gran curiosidad por el lado oculto, por lo que se calla o se enmascara.  En el diario se rompe el silencio. Allí fluye la palabra interior, inclusive de manera incoherente.  Es el espacio de los libre/pensamientos. Al escribir el ruido recóndito golpea, de preferencia cuando aprieta la noche, y sorprende con una imagen, una sensación o con la taquicardia que retumba hasta hacer saltar los ojos.  Voz perturbadora, la del diario es la más pujante por su libre asociación. 

Único reducto donde todo es posible, su verdad es ficticia y la ficción verdadera: somos el otro y el que somos; el real y el imaginario que cede a un ir y venir, avanzar y retroceder. El diario, en suma, es vaivén, pausa y silencio. Es tensión, duelo entre la necesidad ineludible de escribir y la imposibilidad de hacerlo. Diría Kafka que es el miedo de “no hacerlo a la altura…”; una altura quizá fabulada en la vacilación del deseo… A diferencia del control amañado de las autobiografías -ahora renombradas “autoficción”-, esto y más se desborda en los diarios hasta que la voz interior trasmuta en texto. Confesionario y santuario, la irracionalidad se entremezcla a la sabiduría. Las partes más negras del ser nos remiten, compasivas, al sentimiento de humanidad. No extraña que Virginia Woolf frecuentara estos espacios tan suyos, tan cercanos al recordatorio del “secreto”, su tormento. Su diario era lo reservado por excelencia, el nutriente del misterio teñido de locura que ni en su mejor cordura pudo soportar. Así la magia de los diarios: dejar que todo se nombre, ceder al absurdo y no intimidarse ante el vacío ni la sin razón.

Las Meditaciones de Marco Aurelio son hasta donde se y a pesar de algunas reconstrucciones medievales, el primer registro de un diario o “conversación consigo mismo” de que tenemos noticia. Consciente de que tenía que conciliar la doble misión que desempeñaba como filósofo y emperador, escribió sus máximas sin intención de publicarlas, aunque por su dignidad imperial se conservaran todos sus papeles.  Siglos después leemos al hombre no al regente, cuyas contradicciones hacen pensar en el poder, en el sentido del deber y en la dificultad de actuar en contra de las convicciones.

Salvo rarezas, en el pasado remoto no se cultivaban los diarios. Conocí en Japón manuscritos conmovedores que me tentaron a estudiar este mundo casi inescrutable en el que el autor carece de importancia. La supremacía del yo es cosa de los tiempos modernos. De ahí que los diarios sean espejo del individuo y de su hora. Los hay de todos los modos: “taller” de escritura, registro de viajes, apuntes sobre libros y temas o borradores de obras maestras y ficcionarios. En esencia, este no-género no persigue la aprobación de nadie, pero ni  Leonardo ni Kafka se atrevieron a destruir sus cuadernos. Tal privacía nos confronta desde un yo que es “el otro”. He leído diarios tan tremendamente dolorosos que me han dejado en carne viva, como el desollado. Es lo que atrae del mundo secreto, casi literario, del camino recorrido o fantaseado.  Espinoso en ocasiones, confuso o enmascarado, extasiado con la luz o la oscuridad, con lo sagrado, las lecturas, la música, los sueños, el silencio o el lenguaje… Nada como los secretos: desentrañar, nombrar lo que se observa y no se dice, lo olvidado o  velado, lo leído. Las historias íntimas, el saber y las voces llaman por lo que ocultan, no por lo evidente. Así este universo del revés del libro donde se plasma el verdadero carácter.

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La sociedad y sus letras

July 13, 2024 Martha Robles

Laberinto de espejos. s/a, hallado en la web.

La sociedad se movía sin rumbo donde, paradójicamente, la peculiar y autosatisfecha generación clasemediera del medio siglo apodaba “la región más transparente” al hábitat que, en fuga del pasado, daba zancadas hacia el espejismo de la modernidad. Eran años en que los nuevos ricos, a quienes “les había hecho justicia la revolución”, disfrutaban de lo lindo los goces y los días enmascarados. El título de la novela de Carlos Fuentes no fue casual, sino contrapunto y complemento simbólico de la ambigua traza  de “lo mexicano”: búsqueda, siempre infructuosa, inaugurada en Visión de Anáhuac por Alfonso Reyes. Original registro de asombros,   Reyes exploró el antes al filo de la historia desde la mirada “del otro”, el que llegaba a esta tierra inimaginada. Escribió este hermoso texto en 1915, quizás para hacer soportable la añoranza del yo que se iba en dirección contraria de los conquistadores porque, acaso etiqueta maldita, dejó esta fatalidad a modo de despedida: “para mi, la historia de México es un hecho de sangre”. La fecha sería tan significativa del cambio como el 1958 parodiado por Fuentes en pleno alemanismo: régimen fortalecido por la Guerra Fría, cuya brumosa bipolaridad duraría hasta 1989, gracias a la caída del Muro de Berlín y el subsecuente advenimiento del nuevo orden mundial, en cuyas oscilaciones México continúa entrampado, porque no halla su lugar.  

Así como Pedro Páramo y sus muertos continúan vigilantes en el llano miserable, reconocemos el hueso de nuestra cultura y la temperatura de los tiempos en unas cuantas letras. El país y sus vicisitudes se infiltra en páginas reveladoras de la Bola y la incursión de Martín Luis Guzmán en las entretelas del Poder/Poder que, dominado aún por el espíritu rural y en revoltura de caudillos y caciques, desencadenaría la violencia mestiza, cuyo caos no pudieron frenar ni los constitucionalistas. Y una misma y honda brutalidad, reprimida durante los siglos coloniales aunque adherida a la médula, se expresaría de modos distintos hasta “normalizarse” en la actual vida cotidiana que se niega a abandonar la maldición de que la historia, en México, “es un hecho de sangre”, ahora en manos de otros criminales, también impunes.

Respiramos el acoso y la brutalidad en las obras de José Revueltas. Persiste la crueldad al parecer indivisa del talante mexicano, que Ricardo Garibay  -con fiera tinta- trasmitiría mediante su obsesión por las putas, el box y el machismo exacerbado. Ni qué decir de lo que disfraza el delirio inseparable de Elena Garro o sobre la parodia clasemediera del propio Fuentes, tambaleante hasta el final de sus días entre la tentación cosmopolita y la fascinación local por la chabacanería  y la perversidad: acaso símbolo dual de la muy mexicana fantasía de encontrarse dizque en plena transformación, ahora elevada a máscara del poder absoluto.

Aun para alejarse o rasgar la imposibilidad de ser en una hora de intolerancia sin fisuras, como el caso único de sor Juana, la literatura, cuando de verdad, se eleva a arte de correspondencias entre el mundo del escritor, el reconocimiento del lector y la pertenencia al medio que lo dota de sentido (o de sin sentido). La versatilidad literaria no prescinde de un revés y un derecho; es decir, entre sus grandes logros -como el Quijote- se cuenta la habilidad para desvelar lo que está más allá de lo aparente, en la médula que hace que una cultura sea como es. Tal peculiaridad nos permite, gracias a Kafka, entender cómo se iba deslizando el fascismo  de adentro afuera hasta estallar, sin que él mismo lo viera porque se lo llevó antes la muerte, en la espantosa sinrazón del Holocausto. Insuperado todavía, Octavio Paz también comprendió el signo del medio siglo: le arrancó el velo a lo inmencionado y dejó al descubierto el laberinto ultranacionalista y exótico de soledades ruidosas.  Laberinto que aún se niega a ponerle rostro y palabras a este enredo de razas y culturas. En las correspondencias, por consiguiente, están las claves para incursionar de lo individual a lo social y a la inversa. Por ejemplo, entiendo por qué era imposible que María Zambrano,  un espíritu que brillaba como sus Claros del bosque, se quedara en México: ningún punto medio en talantes tan inconciliables. Enviada a Michoacán, donde supuestamente viviría como transterrada, en cuanto pudo hizo estaciones hasta asentarse en Italia, donde nunca más posó su mirada ni su memoria en esta experiencia.

Leo a Yourcenar en las nada metafóricas vueltas por su cárcel y la comprendo a ella y los tránsitos de Europa. Así respecto de Steiner y sus hallazgos o los de Cervantes en el memorial de derrotas individuales y de la corona. Descubro el más alejado Japón especialmente en el contrapunto Kawabata/Mishima. Esto, porque así como Grecia subyace en la tragedia, también el México nervioso que no acaba de definirse ni reconocerse asoma la cabeza en unas cuantas obras de la todavía joven literatura. Tan joven y desbalagada que sigue en proceso de construcción. Acaso por eso aturrulla el montón de tentativas y aventuras fallidas, aunque se salva por sus contados y memorables aciertos.  

Volviendo al Fuentes fascinado por el Balzac que “llevaba en la cabeza la sociedad entera”, reconozco que no consiguió, como hubiera deseado, La comedia humana, pero entre La región más transparente y Cambio de piel permanece  un México tan bizarro como en su hora el retrato de una realidad que, aun sin madurar ni definirse, exhibe síntomas de decadencia, como la Francia decimonónica de Balzac. De hecho y sensible al panorama social y cultural de este peculiar régimen que se auto proclama grandioso, me asombra que un hombre tartajeante y grosero se crea artífice de una hipotética cuarta transformación, solo porque ante la indiferencia popular y desde el poder se atreve con la demolición de instituciones y el caprichoso dominio de la ignorancia masiva.

Busco correspondencias entre las letras y esta sociedad deshechurada  y no hallo espejos confiables ni aproximaciones de la sociedad entera; es decir, nada emparentado a las aspiraciones de Fuentes/Balzac. Tendrán que aparecer voces, prosas, personajes, contextos y reflexiones en otra realidad social. Con suerte y talento tales vasos comunicantes harán entender a nuestros descendientes de qué se trataba este laberinto, cuyo subsuelo estaba tan sembrado de cadáveres que la población decidió mejor voltear para otro lado para hacer soportable su mediocridad.

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Del Padre/padre

June 17, 2024 Martha Robles

Creación de Adán. Miguel Ángel

La figura del padre campea desde la Antigüedad en las letras, no como el hombre maravillado ante el prodigio de la creación, sino quien, al probar su autoridad, se vuelve intimidante.  Como la historia de mujeres buenas que iluminan a quienes la rodean, la bondad amorosa del padre no frecuenta los grandes temas, como no sea para ponderar el prodigio de Gepetto, cuya conmovedora benevolencia pudo crear “un niño de verdad”. Lo contrario salta con regularidad de lo real a la memoria reinventada.

De pobre diablo escudado en la cólera -como hay legiones- al sacerdote que los “fieles” llaman padre por administrar la culpa en su alma, la gama de paternidades no es tan diversa ni ajena a los cercos limitantes de la cultura.  En el contraste entre el espectral san José, un anodino que desaparece sin dejar palabra ni huella cuando el niño comienza a crecer, y el violentísimo súper macho que tan bien representan Hemingway, Fiódor Karamázov o Artemio Cruz, destacan el emblemático cacique Pedro Páramo y el desfile de fantasmas que, al modo del rey Hamlet, torturan hasta el delirio a sus desdichados huérfanos, porque la única verdad verdadera y universal es que “nadie sale ileso de un padre vivo, pero mucho menos del padre muerto”.

Todo empezó por Kronos, que devoraba a sus vástagos para no ser destronado. De tan tremenda y omnipresente, pervive su Ley. Ley del egocentrismo que hizo suya Zeus, insaciable violador, al cortarle los genitales al padre y abatirlo no para romper la cadena perversa, sino para presidir él mismo otra edad y multiplicar los enfrentamientos entre creador y criaturas. Para desgracia de las generaciones, ninguno de los hijos del Padre del Cielo se atrevió a mutilarlo. Cuando Atenea pretendió actuar por su cuenta, él la cogió de las trenzas desgreñadas y, sin soltar carro ni arreos,  la sacudió de manera brutal y, llena de heridas, la lanzó por los aires. Zeus no murió, nunca bajó la guardia ni cayó en el olvido. En honor a su inmortalidad se fusionó a la historia de Occidente y continúa sentado a sus anchas en el trono del patriarcado.

Con apenas ajustes en la compleja historia del poder, en la que se juegan la sucesión, la rebeldía, la identidad y los anhelos liberadores, el Padre/padre encarna la palabra esencial. Del Verbo del origen provienen los nombres, lo mencionado y lo innominado, lo disfrutado, pensado y sentido; también lo padecido, la fortuna, lo imaginado y el infortunio: tal el significado del Padre/Verbo/patria/palabra esencial. Es el misterio y cifra de autoridad e identidad (o de su falta de).  Su larga sombra todo cubre, todo permite o prohíbe, propicia o detiene y, por insignificante o grande que sea él mismo, su simiente simbólica puede abarcar las más disímiles expresiones, sin descontar la gravedad de su ausencia.

En contrapunto de la madre, cuya palabra está lejos de convertirse en Ley, en el progenitor caben modelos tan radicales y prolíficos como el del dicho Zeus, Padre del Cielo y primer violador amparado por la memoria del mundo; y el del Dios de Moisés y de Abraham: terribles y omnipresentes si los hay.  Ambos representan extremos de un patriarcado tan totalizador y egoísta que no cesa de actuar en libertad desde los días del mito y la tragedia hasta la invención del teatro, la novela, el cine y los relatos realistas y modernos. Para probarlo, Dios/padre ordenó a Abraham sacrificar a su hijo Isaac.  A punto de clavar el puñal en la víctima, en el ara ya con leña un ángel detuvo su mano: “Ahora se que tú respetas y obedeces a Dios”. Otro padre tremendo, Agamenón, sí que consumó la inmolación de su hija Ifigenia en honor de Artemisa, “para obtener vientos propicios”. Heredero de Kronos, Herodes ordenó matar a los pequeños por el temor a ser destronado por uno de ellos… Así Layo, el padre de Edipo, aunque el Hado dispuso otra cosa…. Y sigue la historia del poder del padre hasta ocupar las páginas rojas de nuestros días.

Ejemplo monumental y estremecedor, el Rey Lear solo consigue mirarse en el abandono y en su extrema debilidad cuando es rescatado por Cordelia, la hija que desheredó y despreció por no haberlo adulado.  Ejemplo de amor filial, Cordelia comparte el símbolo de la eterna Antígona y, como ella, al tiempo y en la vida también acaba suicidándose.  

Balzac, Kafka, Philip Roth, Vargas Llosa, Octavio Paz, Paul Auster… Los que se han atrevido con el retrato del padre horrendo han dejado palpitante su inmensa huella. No es hazaña menor levantar una punta a la infamia del patriarcado. Casi intacto, el resto del velo aún cubre una historia de vergüenzas y mucho dolor, así como de violencia e injusticias apenas recogida por firmas femeninas.  A diferencia de las rivalidades masculinas entre padres e hijos, las hijas padecemos el patriarcado y su egocentrismo implícito desde perspectivas y limitantes distintas; tanto, que el Padre/patria se extiende desde la mirada primera al trato a la madre. Luego lo servimos, lo honramos, lo protegemos, lo cuidamos y siempre, siempre, siempre lo aborrecemos: raíz de la mentira sin resolver que nos marca desde antes de la concepción. De la palabra inicial a las calles, a las aulas, a las demás relaciones, al adentro y al afuera; es decir, el titán nos lanza al equilibrismo, al miedo y a la rebeldía en pos de identidad. Nada que ver con la masculinidad fiel a un principio de humanidad que, por serlo, es esencialmente ético y amoroso: una rareza, digo, que nada tiene que ver con prejuicios ni con cuentos.

Raro, si, el rebumbio mexicano  por el “día del padre” (también la madre tiene su fondo cenagoso, pero es otra cosa). Reveladora celebración en los dominios de Francisco Villa,  Pedro Páramo, Artemio Cruz y la cáfila de padres ausentes, alcoholizados, abandonadores, golpeadores, majaderos, mentirosos, abusadores, egoístas y exigentes de raíz: fundadores de familias como “criaderos de alacranes” (genial acierto de O. Paz). Si de veras se quiere entender el carácter y la historia de México, comenzar por los modelos dominantes de ser padre. Las guías están en la generalidad, no en las excepciones.

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Malas decisiones

May 30, 2024 Martha Robles

Elegir es el gran desafío de nuestras vidas. Es el instrumento/guía de nuestro destino. Es la piedra que, como la lanzada al agua, produce ondas expansivas. Prueba mayor de la fortuna o del infortunio personal y/o social, ninguna decisión carece de consecuencias. Elegir equivale a renunciar a algo o a alguien y, sin tardanza, impone su propia, excluyente y variable dinámica que altera cuanto toca. Ningún error comienza ni concluye en sí mismo: igual que la carcoma, se multiplica y destruye de adentro afuera y nos va debilitando hasta acabar, en ejemplos extremos, con la estructura interior. Hay que tumbarse en el diván de Freud, someterse a la implacable mirada de Lacan o exponerse -inclusive en la página- al poder de la confesión para reconocer la responsabilidad ante nuestros propios actos. Lo decían los abuelos: tomar o dejar mujer o marido; embriagarse o mantenerse sobrio;  ésta u otra carrera; pelear o bajar la cabeza; quedarse dormido o con el ojo en alerta; atreverse o no a romper con todo y romperlo bien; cuidarse o abandonarse a la bartola; rectificar o reincidir… No hay nada neutro ni opción que no recaiga en la salud física y mental. El riesgo es real. Sobre todo en periodos electorales, porque la decisión del uno arrastra como río vertiginoso la trillada “voluntad popular” que poco tiene de voluntad y mucho de popular.  

Miremos con frialdad el presente y el pasado; observemos lo íntimo y lo ajeno, la historia: cada vez que los pueblos eligen lo peor optan por su yugo, su descenso o su infierno. Los ejemplos nefastos superan con creces los aciertos: Hitler, Mussolini, Franco, Castro, Mao y sus “Cuatro magníficos”, Stalin, los Ortega perpetuados en Nicaragua, los Ceausescu en Rumanía, la infinita galería de gorilas latinoamericanos, africanos y caribeños…  Y la terrible lista de anodinos. Entre vítores, juramentos entusiastas y muestras de devoción o adoración delirante las multitudes aplauden a sus verdugos, a los agentes de su infortunio, a los monigotes que se creen redentores, al desfile de pobres diablos que multiplican su medianía parapetados en el poder circunstancial.

Las bondades de la democracia son relativas. Reconozcamos que un voto no nos hace libres, aunque Popper lo considerara el menor de los males políticos. Los buenos y mejores gobernantes son un regalo del azar y resultado de la madurez gradual de las sociedades. Las democracias incipientes incrementan el riesgo de convertirnos en víctimas de las malas decisiones de los otros: mayorías manipuladas debido a su pobre o nula capacidad electiva. Un voto puede ser prueba fehaciente de la incapacidad de elegir lo bueno o conveniente en cada circunstancia. De malas y peores decisiones están atiborradas las urnas. Solo un perturbado puede afirmar que “el pueblo es bueno y sabio”, pues para serlo el primer requisito es la educación y su complementaria conciencia crítica: producto del juicio y el conocimiento. Hay que temblar ante “la exageración de las estadísticas” que dijera Borges. Las malas decisiones, en todo lugar, han consagrado al tirano, al monstruo, al autócrata, al dictador, al agente del infortunio, al cretino, al imbécil moral, al causante del atraso, a los peores…

Saber elegir al través del voto es nuestro reto. Reincidir en el yerro sería imperdonable.

Decidir obliga a aceptar que la libertad es relativa, que al optar entre dos o más opciones intervienen los prejuicios,  la buena o la mala educación, las aspiraciones, la fábula... No basta el conocimiento porque las emociones obnubilan, el miedo confunde y pesan más el deseo y la fantasía que la sensatez. En esto pienso al filo de “otras elecciones”, cuyos resultados afectarán nuestra cultura y nuestras vidas, nuestros trabajos y aspiraciones, nuestra estabilidad o inestabilidad emocional, la confianza o desconfianza en tan imperfecto sistema político. El voto recaerá sobre un México cuyo presidente de salida se ha dedicado a desacreditar a los pensantes, instruidos y en alerta a sus chapuzas y manipuelos nefastos. Presidente de salida cuyos actos deberían ponerle la cara roja de vergüenza a quienes lo eligieron.

Las malas decisiones crean una sombra tan larga que no deja de notarse ni padecerse. Todos, alguna vez, hemos tomado la peor de las opciones personales y conocemos el precio de semejante error. Por decir o no decir;  por actuar impulsivamente o paralizarse en el momento decisivo; por resistir en vez de rebelarse; por no abrir los ojotes y el entendimiento en situaciones conflictivas… En fin, que desde nuestros primeros pasos echamos a andar la capacidad electiva y, con ella, la tendencia a caer una y otra y otra vez.  Cada quien aprende a oscilar entre dos opciones: superar la dificultad y levantarse o quedarse chillando a la espera de que “alguien” nos mueva o nos rescate.

Por su gravedad en continuidad, las malas decisiones recaen en primer término en la estabilidad interior. A una mala decisión sigue otra igual o peor. Ningún yerro es inofensivo. Los desaciertos pesan más que los aciertos al formar o deformar el carácter. Si esto es ley de vida entre individuos, seamos responsables al elegir el porvenir inmediato de nuestro infortunado México, tan indefenso y sometido a su ofuscación. Un México “sufrido” y resignado” y sin embargo violento, cruel y apegado a los vicios de un machismo devastador que, desde sus modos de gobernar y ser gobernados, prefiere la arraigada opción de las máscaras al compromiso de modificar su destino.

Por favor, por favor, no nos equivoquemos otra vez.

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El tiempo del desprecio. Herencia innombrable

May 14, 2024 Martha Robles

¿Luz al final del túnel?

Muchos y variaditos han sido los estilos mexicanos de gobernar. Invaluable ficcionario, éste es uno de los capítulos que merece ascender a las grandes letras.  Desde el que rindió honores fúnebres a su pierna volada en Veracruz por una bala de cañón hasta la mano conservada en formol del “Caudillo”, que de estar años en una cantina pasó a objeto de culto cívico en uno de los monumentos emblemáticos de la CDMX…; o del más chabacano golpista Victoriano Huerta al “Jefe Máximo”, antecesor del  patriarca consagrado inclusive por  su popular costumbre -según informantes de primera mano-  de perpetuar sus iniciales y las de las jovencísimas amadas de un día en corazones flechados, que él mismo marcaba en árboles michoacanos, no ha habido extravagancia, delirio, bajeza ni exceso sin tocar, hasta nuestros días.

Si repasamos las peculiaridades del dictador afrancesado “a la mexicana” que dejaría una larga, muy larga historia rematada con ríos de sangre o el destino errático del ingenuo “apóstol de la democracia” -un hombre de “buena voluntad” que ante su incapacidad de gobernar consultaba a los espíritus en medio del caos político y social-, no tendría por qué extrañarnos el muestrario que se balancea entre la profusión de “cráneos privilegiados” y esperpentos que, sobre su Tirano Banderas, maravillarían al mismísimo Valle-Inclán.

 Observo la derrama de barbaridades y ocurrencias devastadoras del Mandamás neohabitante del Palacio Nacional y no se si reír o llorar por quienes aclaman su desvarío como acierto, confunden la justicia con venganza discrecional y el atraso con logro. Escucho juicios vejatorios, acusaciones infundadas, adjetivos ignominiosos y síntomas de un tremendo resentimiento social y me pregunto hasta cuáles consecuencias se ha degrado el presidencialismo, de por sí criticable. La figura del presidente ha perdido tanto respeto como autoridad y no se diga del daño causado por el abandono, siquiera formal, del “compromiso social de la Revolución”. Destruido el sustento de las instituciones,  se dejó paso franco al cinismo y la perversión: santo y seña del mandatario que, con inocultable impudicia, impone su autocracia no como estilo de gobernar, sino feroz instrumento para manipular.

A punto de marcharse, el régimen del López Obrador quedará como el “tiempo del desprecio”. Desprecio al medio ambiente, a los enfermos, a las mujeres, a los que sufren, a los que aspiran a una vida mejor… Se cuentan las horas en que sexenio a sexenio los humillados sacan de sí toda la procacidad de que son capaces contra el gobernante de salida: el otro capítulo por escribir, el de los expresidentes…

Pienso que por algo muy perverso se ha ocultado con tanto celo a las mayorías no solo la historia, sino el presente y las máscaras que subyacen detrás de otras máscaras.  Como desfile de escenas grotescas, evoco lo atestiguado, lo estudiado, lo inferido, lo conocido de cerca o de lejos… Ejemplos del natural surrealismo de nuestra sociedad, afianzado a partir de que la política y el ascenso del cine nacional coincidieron en la hora del espectáculo. En contraste con la psicología de las carpas y del culto a Resortes, Clavillazo y las danzoneras, hay que repasar el medio siglo para entender los contrastes y las cursilerías que tanto fascinan al hombre-masa: la popularidad de las telenovelas como espejo lacrimoso del machismo y del fracaso de la vida; luego, el contrapunto simbólico de “Pedrito” Infante, héroe de barrio encumbrado en “Nosotros los pobres”, y el boato -por fortuna olvidado-  de las fiestas del Jockey Club, los bailes de las Debutantes o los muy célebres del Blanco y Negro, para que la remanente “aristocracia porfirista”, empobrecida pero “educada”, se amaridara con la nueva burguesía apeladada, pero enriquecida, de preferencia a costa del erario. De este modo, los primeros aportaban clase, nombre y formas y los otros el buen pasar anhelado durante el ascenso de las “sociedades anónimas”.

Con ejemplares más grotescos, ridículos o cantinflescos, no acabamos de registrar el surtidor de nombres y evidencias que puebla  una historia del poder rocambolesca: compendio de desvaríos que se exhibe, en pleno siglo XXI, con lacras del Señorío, conflictos del XIX y vicios arraigados durante el XX, mientras la población sigue esperando que su amadísima e inconmovible Guadalupana cause el milagro de sacarla de su postración. Para nuestra desgracia y de tan asimilado, sin embargo, lo kafquiano es el referente de normalidad.

Hay que reconocer que el tremendo legado de extravagancias y excesos del poder faltaba este de la dizque Cuarta Transformación, que pasará a la historia como  el “tiempo del desprecio”.  Hasta donde sabemos, el que ya huele a saldo de cenizas ha sido el único régimen en que un mandatario actúa sin máscara y habla y actúa con toda la banalidad del mal de que es capaz.  Desde el recinto palaciego con idéntica facilidad destruye el honor de las personas y demuestra su insondable desprecio a los intelectuales, los profesionistas, los empresarios, los pensadores, los periodistas independientes y a cuanto producto de la cultura del esfuerzo haya conseguido niveles de bienestar en medios ajenos al erario. Odiador de la cultura del esfuerzo, su versión de la pobreza acusa la carga de prejuicios con los que defiende la ignorancia como virtud.  En realidad, se irá como ex presidente  dejando tras de sí el odio a la vida  y a los logros de la razón atizados durante la invaluable oportunidad que tuvo para actuar con grandeza. Pero no entendió, no supo ni pudo con lo que los griegos llamaban  Ananké o la Necesidad.  Eso que ha hecho, en pocas palabras, se llama burlarse del destino.

Zaherir, degradar a quienes no lo adulan ni se someten a sus caprichos, menospreciar lo distinto y ajeno, irse contra el conocimiento, en detrimento de la defensa del medio ambiente y los altos logros humanos es parte de su nefasta herencia que no será olvidada ni pasada por alto con facilidad.  Ahora AMLO no lo sabe o no se considera acreedor de lo que aquí se reserva a los expresidentes. Lo sabrá en unos días. Remember Echeverría, López Portillo, De la Madrid, Salinas, Zedillo, Fox, Calderón, Peña Nieto…. En fin recuerden a toditidos el día después.

Estamos en la cuenta regresiva. Aunque al filo crea tener a al títere a manipular, tarde o temprano se dará cuenta que sea quien sea que deba el favor, cuando se cruza la corbata tricolor y prueba las mieles del poder no reconoce deudas.

Ser ex presidente, pues: un episodio inédito de la tragedia mexicana que está a punto de repetirse.

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Del libro y la memoria

April 24, 2024 Martha Robles

Entre libros

Al mismo tiempo descubrí la lectura y las habilidades de la memoria. Deslumbrada, me entregué a su torrente vertiginoso y lo inconcebible cobró lucidez,  forma y sentido. Fue la hora de las primeras veces, cuando lo nuevo se recibe como milagro.  Aparecieron con este hallazgo la idea del destino, la atracción de los sueños, el misterio de las emociones, la curiosidad y la pasión por los libros.  

Gracias al saber que se sabe sin saber que se sabe, supe de repente que las historias que me atrapaban ya fascinaban a los remotísimos abuelos, cuando se reunían a orar, cantar y contar alrededor del fuego; es decir, fábulas en las que el Hombre se mueve, se observa o se imagina sin perder de vista a los demás; y, como ombligo del universo, demuestra que todo desea, crea y destruye dioses, tiene dudas, cree en la magia, piensa y se piensa, pelea, ama, codicia, sufre, medita, se alegra… En su ficción verdadera el Hombre también inquiere la vida-viva y el horizonte de las sombras, en suma, se imita a sí mismo para hacer de las letras uno de los logros de la razón creadora.

Supe sin tardanza que estaba el Hombre en el centro del relato; el Hombre con su necesidad de entender, conocer y sorprenderse, aventurarse, descubrir, batallar, moverse, vencer obstáculos e ir más allá de lo aparente... Hasta en los pasajes tormentosos permanecemos atentos a lo que nos atañe y se reinventa en fábulas que viajan y se transforman de padres a hijos, de la voz al oído; de los recuerdos a las fantasías y de las vivencias a ficciones que enriquecen el mismo relato. Esto, porque ni siquiera el arte de las letras escapa a la reinvención de lo humano en su eterno retorno. Entre líneas me percaté de que la vida es un viaje y que de generación a generación varían las formas, nunca el fondo del ser ni sus fantasmas. De un día para otro y gracias a los libros me sentí parte de la historia en continuidad.

Complejo aunque repetitivo, el “mísero montón de secretos” que dijera Malraux, ha necesitado mirarse y ser mirado, nombrarse y describirse hasta lo posible. Así desde el Edén hasta los entresijos urbanos donde el poder, el amor, la soledad, el horror, el misterio, los desamores y las guerras se imponen en la espiral de miedos, rivalidades y eternas preguntas enchufadas al nacimiento, la muerte, el más allá y el apetito de dioses. De ahí que con pausas de contemplación, hallazgos y silencio, el entorno anodido en el que crecí se iluminara gracias al portento de los libros.  

Lo leído y recordado fue uno y múltiple mientras aprendía a ver, pensar, medio entender y estar en el mundo.  Conocí la plenitud al acceder al secreto poder de los libros: río vertiginoso que se agitaba en mi interior mientras la mente creaba una realidad intangible, con reglas y poblaciones propias. Era inevitable hacerme de una identidad con la fusión de lo soñado, pensado, recordado y aprehendido. Antes de que yo misma me percatara de la síntesis de memoria, juicio, imaginación y lecturas fueron los otros quienes vieron con incomodidad sus efectos en mi manera de ser. Consideré meritorio ser diferente, aunque tiene sus costos. Por ser la fuente más caprichosa y anarquista de todo lo que sabemos y llamamos carácter, la memoria y sus nutrientes presidirían, de manera vitalicia, lo fundamental de mi existencia como ser de palabra.

Memorista y lectora desde pequeña, sería desde entonces la criatura rara en un medio sin bibliotecas, sin lectores, sin maestros de calidad, sin héroes ni grandes hazañas; es decir: una realidad anodina, característica de la cultura de los vencidos, en la que inclusive una sola librería, por pequeña que fuera, se antojaba marciano caído del cielo, casi como una mujer con curiosidad intelectual.

Aprendí de orientales y griegos que nadie escapa de su destino. Entre obstáculos sin cuento,  fui encontrado la manera de leer allí donde apenas se compraban periódicos y revistas populares. En tanto y la mía hallaba cauces distintos, la memoria colectiva era un añoso cordón que anudaba chismes de los murmuradores.  Mis ventanas imaginarias me permitían entrar y salir del mundo y de la vida de los otros gracias a que pude acceder  al sentido del viaje, tan poderoso al cultivar un lenguaje interior.

Más reposado aunque no menos enriquecedor, el río vertiginoso de las edades del furor trajo consigo nuevas y oportunas lecciones para asumirme viajera. Me reconozco en suelos más sólidos y experimentados. No más ansiedad ni urgencia de llegar a ninguna parte. No más creencia en el genio de la botella. Las ilusiones hallaron su lugar en la literatura por la literatura misma. El paso a paso de los días se ha igualado a la lectura reflexiva, a la conformidad del calendario, a cierta sabiduría no pedida, aunque recibida con gratitud porque ninguna de mis lecturas ha sido en vano. Tampoco mi memoria me ha traicionado en los momentos decisivos y con frecuencia pienso con alegría en el Quijote que vuelve  maltrecho y solo a su aldea después de la primera salida, cuando en su delirio sabe lo que sabe y así lo dice con toda seriedad a los mercaderes burlones: Yo se quién soy, y se que puedo ser…

Si algún elogio del libro pudiera hacer a estas alturas es eso: que es el instrumento para  decir lo mismo y de modos distintos, que no es poco cosa.  

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Memoria y tatuajes en el alma

April 2, 2024 Martha Robles

Guerra civil en Líbano (1975-1990) Fotografía de internet. otracultura.com

1.

Líbano era un polvorín a consecuencia de la guerra civil y la ocupación siria. El sur del país estaba tomado por fuerzas palestinas  que realizaban infiltraciones clandestinas contra Israel. Procedente de Ankara, donde la familia de mi condiscípula en Holanda, Esin Tezer, me acogió en Turquía durante un mes como una de los suyos, al llegar al aeropuerto de Beirut vi que ni allí ni en el Hotel que él mismo me había reservado “por su hubiera algún contratiempo mientras regreso de Siria”, estaba esperándome mi amigo Hans: primeros indicios de la inestabilidad armada que me aguardaba. “Los accesos están cerrados y no es conveniente salir. Hay ataques por todas partes. Su taxi fue de los últimos vehículos que pudieron entrar a la zona…”, me informó el empleado al entregarme la llave. Hasta asomarme por la ventana de mi habitación, en un alto piso con vista al Mediterráneo, pensé que las barricadas entre cascajo, visibles en tan irregular geografía,  quizá no eran distintas a los cercos defensivos contra invasores que, desde los remotos hititas, han tenido en vilo al Medio Oriente.  

Nunca antes estuve cerca de un fuego cruzado. De camino al hotel me impresionaron los contrastes: era obvia su diversidad cultural, inclusive en la mezcla de lotes baldíos y edificios en construcción. Tal vez en los opuestos se imponía la pulsión de construir ante el impulso de muerte. Había basura amontonada contra bardas y esquinas ruinosas y muchos hombres que supuse árabes iban y venían en las calles campechanamente, comiendo panes rellenos o cubiertos de zaatar. Sin luz ni teléfono y entre cortes de agua, a ratos reinaba un silencio inquietante; de pronto, baterías de disparos. Cuando cesaban las balas o los bombardeos el oído seguía inventando estallidos.  A media noche el horizonte se iluminaba por las descargas y bajo el sol radiante se dejaban ver los caídos y nuevos despojos dispersos en la que fuera “la Suiza del Medio Oriente”.

La adrenalina subía/bajaba. Me sentí atrapada por el destino. Pensé en los trágicos, en Kafka, en Nietzsche, en Malraux…, en mi misma y en el sentido o sinsentido de la imposibilidad. Todo era extraño, muy extraño. Hacía poco había leído La tregua de Primo Levy, a propósito de la visita al campo de Monowitz, subalterno de Auschwitz, en Polonia. Afectada por sus descripciones, en aquella época me debatía entre la esperanza de lo posible y la confirmación del horror de que es capaz nuestra especie. Aunque con su imagen ya debilitada en la memoria, Oriana Fallaci brillaba aún en mi imaginación como logro que demostraba que ni la valentía ni el arrojo y mucho menos el talento era atributos masculinos, según aseguraban los prejuicios.  Era el tiempo en que nombres como el de ella y el de Yourcenar imponían la calidad de sus obras y su defensa de la vida sobre el sombrío listado de escritoras suicidas que dejaban en claro que para nosotras -mujeres sin un lugar propio-, no había cabida en la acción ni en el pensamiento; menos aún en la libertad ni en las letras.

Miraba armas en ristre, rostros masculinos cubiertos con el típico keffiyeh o con trapos sucios; hombres en tensión que oteaban en todas direcciones cuando no disparaban o comían. Lo que más me impresionaba, particularmente de los árabes, era su impúdica costumbre de rascarse los güevos, picarse los dientes, hacerse tocamientos obscenos o escarbarse los dedos de los pies, por no citar otros choques culturales, empezando por su desprecio a la mujer.  A veces algún empleado me llevaba dos o tres platillos tan deliciosos que pensé que en Líbano, como en México y en tantos países subdesarrollados y violentos, coexisten tiempos y realidades paralelas: aquí se mataban de manera inmisericorde y a poca distancia reinaban el lujo y rutinas inalteradas. Hoy mismo, muchos años después de aquella vivencia que me acompañará de por vida, la criminalidad en México arroja más número de muertos, feminicidios y desaparecidos que muchos enfrentamientos armados. Y es que, por donde se la vea, la realidad supera la ficción: de ahí la dificultad de escribir una gran novela, como demuestra la evidencia y la profusión de medianías que editoriales y autores se empeñan en publicar.

La zona se suponía a resguardo por considerarse turística, pero el odio desconoce límites. Quedé pues atrapada y alimentada en lo fundamental gracias al montón de dulces y frutos secos con que me despidieron en Turquía.  Gastaba horas leyendo, observando, escribiendo y esperando a Hans, confiada en su habilidad para resolver problemas. Mi idea del mundo y de la humanidad cambió radicalmente. Mantenía el ojo en alerta sobre la chispa en sordina de un disparo, un cohete o una ametralladora. No tardé en distinguir señales y cambios de luz. Divisaba vallas cercanas o distantes, al herido tumbado de cualquier modo con el arma al lado, sangre, piedras, más basura, gestos imprecisos y, más allá de la línea costera, el Mediterráneo soportando impávido agresiones desde hacía miles de años. En las pausas se recogían heridos y muertos, de preferencia sin camillas y de cualquier modo, para no caer abatidos.

Director de una organización internacional dedicada a mediar en conflictos armados y reubicar huérfanos de guerra, especialmente armenios, no he conocido inteligencia similar a la de Hans: de origen suizo/alemán, hablaba y leía unas 20 lenguas. Era tan culto como rápido en las cuestiones prácticas como en las filosóficas: un dialogante sin par.  No conocimos día sin disfrutar una maravillosa amistad, desde que coincidimos en las aulas holandesas. No dudé al aceptar su invitación para conocer, durante meses, su complejísimo trabajo en el Medio Oriente. Al concluir mis estudios, México no era una de mis opciones. El destino, sin embargo, tenía otros planes: observar tan de cerca el gesto que queda después de matar selló en mi mente la pregunta de qué es el hombre que tanto me sacude desde entonces. No me hice escéptica en Beirut porque llevaba camino andado en México: una feroz escuela de supervivencia; sin embargo, mi estancia en Líbano y la riqueza de lo aprendido fueron decisivas al consolidar mi pasión por Grecia, la Antigüedad y el Medio Oriente en general.

Con viajeros y residentes extranjeros atrapados como yo en hoteles y oficinas, los combatientes  se daban con todo, destruían a más no poder y de tanto en tanto se desplazaban a otra dirección no anunciada y regresaba la calma. A veces y por minutos, funcionaba el teléfono y mi amigo conseguía comunicarse. Confiábamos absolutamente en el otro y sabíamos que un saludo fugaz significaba que hacía todo a su alcance para rescatarme. Nunca desempaqué. Libro que leía, libro que regresaba a la maleta: había que estar lista para salir en cualquier momento. Después de no preocuparme por las noches ni los días, alguien tocó la puerta: era Hans. Sin cruzar palabra corrimos al coche con registro diplomático y sin dejar atrás el equipaje ni los frutos secos, respiré, respiré…  Condujo hasta su departamento, lejos de allí, situado en una colina que de un lado se entraba por un tercer piso y por atrás desde el sótano: peculiaridad que sería significativo por lo que nos aguardaba experimentar. Una guerra civil es tan irracional y perversa como la criminalidad. En ambos casos  se sabe cómo empiezan nunca como terminan ni con cuáles resultados nefastos.

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Entrevistas ficticias

March 16, 2024 Martha Robles

Vila-Matas. La Vanguardia

Por una fuente de primera mano supe que al menos al publicar La muerte de Artemio Cruz, La región más transparente y Cambio de piel,  Carlos Fuentes escribía sus propias entrevistas y las distribuía a discreción con nombre falso. Agregaba mi informante, con la malicia  del testigo con algo de envidia, que el aún joven autoentrevistador era buen amigo de Fernando Benítez y tenía derecho de picaporte en la Revista Mexicana de Cultura del diario El Nacional, pero sobre todo en el popular suplemento México en la Cultura, inserto semanalmente de 1949 a 1961,  en el periódico Novedades. Acaso cierto, Fuentes era muy listo y no estaba desencaminado respecto del perfil que deseaba para sí, salvo por usar nombre ficticio del supuesto entrevistador: hubiera sido innovador firmar él mismo lo que tenía que decir porque sabía cómo hacerlo y no ignoraba que entre la improvisación y los lugares comunes de un género tan poco logrado en México es milagroso dar con quien investigue, tenga cultura,  buena pluma e imaginación, además de conocer la obra del interesado. De hecho, por sus habilidades sería de los pocos que podía elegir dialogantes, críticos y divulgadores de su obra, de preferencia extranjeros.

La anécdota me pareció más curiosa cuando una escritora tan respetable como Ulalume González de León, cuya obra conocía, me pidió firmar una larga autoentrevista, quizás para la revista Vuelta. Le recomendé mejor publicarla como “Ulalume por ella misma”, según la costumbre francesa (o “Ulalume como Alicia”, por su identificación con la de Carroll). Enfureció. Negarme a servir de presta nombre dio al traste con nuestra incipiente y de por si frágil amistad, iniciada al filo del declive de sus últimos años.

Como escritor, Carlos tenía buena estrella. Nunca como alrededor del medio siglo gozaron de buena salud y prosperidad la literatura y los autores mexicanos: teatro, crónica, poesía, novela, ensayo, traducciones… Pensamiento y ficción florecían a un ritmo esperanzador en “Nuestra América”, como Alfonso Reyes la gustaba llamar.  Con un Fuentes pujante, dispuesto a todo y empeñado en liderar “la nueva literatura latinoamericana”, como  escribiría a propósito del Boom, imperaba la Guerra Fría mientras nacían a puños los baby boomers  bajo la promesa de la movilidad social, derivada de la cultura del esfuerzo y del bienestar. Apenas se vendían ediciones de 2 mil ejemplares. La minoría de amantes del libro y del cine leía periódicos, revistas y suplementos que bajo el absoluto control gubernamental de la prensa y la distribución del papel, sobrevivían con bajísimos tirajes hasta casi el final del siglo.

De esa tradición llena de limitaciones pero con buenas cabezas descendemos las demás generaciones de escritores. Lejos de enriquecer sustancialmente el periodismo cultural, el género se ha empobrecido cuanto más conocimiento e idiomas tenemos a la mano en el México súper poblado.  No fluyen como entonces los vasos comunicantes entre el periodismo, las letras, el arte y el pensamiento. La multiplicación visible y casi escandalosa de “autores al calor de la estufa” que tanto han proliferado en el siglo XXI desdeña la aspiración de una gran cultura anhelada por los miembros del Ateneo de la Juventud en general y Alfonso Reyes y José Vasconcelos en particular.  Tal vez este empobrecimiento intelectual confirma que el talento, la creatividad y las individualidades no tienen que ver con la trillada democracia, sino con el reparto inexplicable y casi metafísico de dones que, eso sí, deben ser cultivados por quienes los reciben.

Como el Quijote, Fuentes pudo haberse dicho a sí mismo: Yo se quién soy. Decidido a cumplirlo, supo dónde estaba parado, qué hacer, cómo y entre quiénes moverse. Su biografía revela que diseñó los pasos a seguir para ser reconocido como el cosmopolita que fue. Lo pienso a propósito de las Ocho entrevistas inventadas de Enrique Vila-Matas, quien relata en El País que emprendió este ejercicio cuando joven y aún ignorante del inglés, pero formidable e imaginativo lector. En 1968 le encargaron la traducción de una entrevista a Marlon Brando y, a sus 20 de edad, se la inventó para no perder el trabajo. Nadie lo notó ni reclamó el fraude.  Lo demás sería la historia de este excelente escritor.

En esta suerte de metaperiodismo no veo grandes diferencias entre el Fuentes que finge un nombre para mostrar al sí mismo que desea ser reconocido y el Vila-Matas que “por necesidad” fantasea al otro, entreteje sus propias palabras, se va inventando a sí mismo reinventado al otro y, a fin de cuentas, prefigura en aquellas fakes las líneas originalísimas de su estilo, en el que fusiona ensayo y ficción para crear mundos alternativos.

El barcelonés tenía arrestos desde entonces. A la de Brando seguirían sin protestas otras fakes o entrevistas intervenidas a propósito de Nuréyev, Burgess, Castoriadis, Patricia Highsmith, Juan Antonio Bardem y Rovira Beleta. A “toro pasado”, ahora se aplaude a Vila-Matas.  Ante libro tan peculiar que sin duda leeré,  lectores como yo entendemos mejor la tentación de “recrear”, componer a medida e inclusive convertir en personajes a  personas que por casualidad se atraviesan en nuestro destino.

Inclinada a comparar, creo más difícil lograr una gran autoentrevista, como las de Fuentes,  que las inventadas de Vila-Matas.  En cualesquiera de los casos, sospecho que de la pregunta o premisa certera depende el acierto de la respuesta. En mi caso, con los que me gustaría dialogar (Sebald, Yourcenar, Schwob, Zambrano, Steiner, Calasso, Dinesen…) por desgracia están muertos.

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Truman Capote, el siempre vivo

February 29, 2024 Martha Robles

Rebasaba apenas el metro y medio de estatura, pero ni el amaneramiento ni su voz aflautada le impidieron auto definirse en su último libro, Música para camaleones (1980), con estas palabras: “Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio”. Infaltable entre la beautiful people, sus delirios no tuvieron carta aborrecida hasta que sus ex amigas, “las cisnes”, lo condenaron al ostracismo.  Su declive fue tan lastimoso que quedó reducido a piltrafa. Alegó que era inevitable revelar el lado oculto de las celebrities, porque estaba en su naturaleza. Mojaba su pluma en lo más prohibido y dominaba con tal maestría el arte del chisme y la confesión que en cada página realizaba un strip-tease que superaba al anterior.

Se regodeaba a tal punto con la mordacidad, suavizada a veces con toques amables, que repetía como en una oración: “las palabras me han salvado de la tristeza”. Sin embargo y aunque nada apagó su talento ni lo condenó al olvido, la reacción de los agraviados, en la que no faltó un sonado suicidio, lo hundió en una depresión irremisible que empeoró fatalmente sus adicciones. De que era genial no cupo duda, y fue vanguardista en varios aspectos. Baste citar la creación, en 1966, del versátil y muy apreciado espacio literario entre lo verosímil, lo ficticio y lo real que él mismo etiquetó de non fiction, a propósito del éxito sin precedentes de A sangre fría: suerte de reportaje novelado, no/género o escritura inclasificable que, basado en el pavoroso asesinato de una familia en Kansas y la condena a muerte de los dos supuestos criminales,  enriqueció sustancialmente los modos de contar.

La non fiction es una de las invaluables aportaciones a las letras modernas, a condición de que los vasos comunicantes entre el relato, el ensayo, la crónica y/o el reportaje cobren su más alto sentido por la calidad de la prosa, como la de Capote.  Su estilo absorbió el espíritu de un siglo XX que se aventuró en los sesenta con lo novedoso y la rebeldía, la experimentación en el arte y las drogas, el orientalismo, el uso de la primera persona en la narrativa, las protestas masivas y la curiosidad por los lenguajes audiovisuales. En atención a las contradicciones inevitables, hay que reconocer que la época que proclamó con el hipismo “todo está permitido” no pudo zafarse del violento conservadurismo clasemediero que escondía sus debilidades.

Su pericia para escudriñar las vidas de los ricos y famosos se anticipó al lucrativo estallido de la prensa rosa. Por su cultura y gran estilo, dejó la vara muy alta a quienes todavía tratan de imitarlo. Equilibrista entre lo ficticio y lo verosímil, sus retratos eran feroces y de tal modo precisos que no necesitaba nombres reales para identificarlos. La materia prima con que se balanceaba entre el periodismo, la frivolidad y la literatura se convirtió, a nivel global y como salta a la vista en el llamado papel cuché o prensa del corazón, en oro molido unos años después de su muerte, ocurrida en 1982.  Nada había en el tiempo para que se diera otro Proust; sin embargo y a pesar del precio pagado por ello, Truman demostró que nada es más rentable ni apetitoso que el chisme, la indiscreción y el lado oscuro de las celebridades.

Adoraba ensalzarse a sí mismo tanto como ventilar al selecto club de los millonarios neoyorquinos. La vanidad le impidió prever que le harían pagar su indiscreción después de las primeras entregas a la prestigiosa revista Esquire que, según él, lo convertiría en el Marcel Proust americano con el proyecto Oraciones respondidas: “novela” inconclusa por obvias razones. Los capítulos reunidos fueron publicados póstumamente con este título tan sugerente -Answered Prayers-, primero en Inglaterra en 1986 y un año después en los Estados Unidos. Adelantado en la versatilidad anecdótica de lo que se tenía por proscrito, no creyó que los ociosos ricachones fueran tan intocables como los políticos.

Su protagonismo sustituyó durante varios años su fiebre escritural. Emperador de los mentideros donde fluían secretos y era de mal gusto hablar de dinero,  Capote cultivó una relación de amor/odio con miembros del jet set que en mayoría consideraba estúpidos. Colaborador regular del New Yorker, en los apuntes de su Autobiografía dijo: “preferiría ser amigo mío que enemigo”. Ahora, a propósito del centenario de su nacimiento, reaparece su fantasma en el mundillo del comadreo. La ocasión es idónea para divulgar la serie de Ryan Murphy, anunciada en HBO Max: Feud: Capote vs. The Swans, basada en el escandaloso artículo que, en 1965, a sus cincuenta de edad, publicó en Esquire, la revista considerada más prestigiosa de Occidente no solo por sus firmas y su diseño, sino por mantenerse desde su fundación, en 1933, en la cima del mejor periodismo.

“Quién que sea no es” diría Unamuno. Y el que es, lo es por su genio y figura. Nacido en 1924, Truman Capote era un carácter. Cuesta imaginar su aislamiento infantil en su Luisiana natal, cuando comenzó a recoger habladurías, cuentos, peculiaridades de sus vecinos y cuanto pidiera su apetito de ver y oír la vida de los otros. De pequeño acompañaba a la criada a las casas de los adinerados “para enterarse de todo”; a partir de ahí, todo sería historia. Mientras el pequeño Truman crecía al cuidado de parientes, William Faulkner, el otro prodigio sureño, recreaba los destinos sombríos que pululaban en la región como sombras “entre el ruido y la furia”: infortunios  asimilados como manera de ser después de la Gran Depresión de los años treinta. Distintos en lo esencial como escritores, cada uno es indispensable para entender la complejidad de un  Estados Unidos multicultural y agarrado al símbolo del dinero desde todas las perspectivas.

La biografía de Capote es fascinante. De manera temprana proclamó su talento y su homosexualidad. Se vanaglorió de haber sido portador de episodios oscuros en su carácter de gigoló y madre escucha.  Pese a considerarse un temprano y formidable lector, adoraba el glamour. Preguntaba a sus frívolos anfitriones por qué le contaban sus confidencias sabiendo que era escritor. Y los amigos/enemigos/amantes/cómplices  con los que un día navegaba en sus yates por la costa atlántica y entre semana gustaba comer frente al Hotel Regis, en La Côte Basque de la neoyorquina calle 55, donde esposas y amantes se reunían para ser envidiadas y darse a notar, más y peor se exhibían y estiraban la lengua creyendo ilusoriamente que sus confesiones eran más inviolables que sus cuentas bancarias.

Conmemorar centenarios es una excelente ocasión para recuperar encuentros felices con  lecturas y autores. En ese sentido (y pensando en que los eventos internacionales por la muerte de Kafka están a la vista), este 2024 avanza con una prometedora lista de nombres y obras que nos apartarán, siquiera por unos meses, del “ruido y la furia” que ha convertido a nuestro pobre país en un infierno.

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Menopausia, el tsunami

February 13, 2024 Martha Robles

Imagen de Zenzual. De internet

Una tormenta de fuego, agua escurriendo de adentro afuera, noches de navegar entre sábanas, surtidores enrojecidos que, entre palpitaciones del útero y del corazón, aparecen/desaparecen a capricho y, a pesar de precauciones, dejan su huella de olor y sangre dónde y cuándo es más inoportuno. Surgen problemas antes inexistentes, como la inseguridad o miomas y secuelas subsecuentes. Temores y pensamientos inquietantes.  La ansiedad del tránsito y el no saber si con rayos y centellas se anuncia la asonada, el estallido inaugural del declive o la primera página del último capítulo vital. La menopausia, no obstante su poderosísima e inevitable realidad, ha representado y sigue representando la mayor negación de lo femenino, su repudio esencial y la palabra/baúl que recoge el sinfín de rechazos que, desde Eva, asocian lo femenino a la mancha y/o pecado original.

Para las avezadas no hay misterio, solo recomendaciones propias de la mente educada: calma y paciencia porque nada es eterno. La menopausia es un proceso para todas, aunque no todas lo experimentamos del mismo modo. Lo común y útil, sin embargo, es hacer con responsabilidad y buen ánimo lo demás: ejercicio, alimentación ordenada, sensatez, naturalidad cotidiana y consumo de lecturas y más lecturas confiables para no ser otra víctima de la ignorancia y del prejuicio. Evitar volverse rehenes del blablablá de medicuchos que atiborran de hormonas y medicamentos a las mujeres haciéndoles creer que sufren una enfermedad tan antisocial como psiquiátrica, sexual y a saber cuánto más.  Lo correcto es decir, de una vez por todas y en vista del incremento en los promedios de vida saludable, que a partir de los cuarenta o cincuenta de edad la mayoría  de adultas tiene aún décadas activas, agradables y lúcidas por delante. La menopáusica no es la bruja de la casa ni una desquiciada; tampoco candidata a la degradación ni a la feminidad espantable, a pesar de que a las más vulnerables se las persuade de su menorvalía, y lo peor: que son fácilmente sustituibles y sexualmente desechables.

Es tan poderosa la carga de rechazo sociocultural a la menopausia -como si la andropausia masculina no existiera- que encabeza una lista de sustantivos con frecuencia eludidos inclusive por feministas. Menopausia es la palabra inexistente en cuentos y novelas. La  que en privado se nombra en voz baja al oído para no ser notada. Con inteligencia o sin ella, es la hora de acceder a lo innombrable, al secreto femenino mejor guardado, a la estación en que, en contrapunto, unos hombres se miran en el espejo negro de Tezcatlipoca; otros se pitorrean, regalan abanicos y/o gustan de relatar anécdotas de sus tías, sus madres o sus abuelas “que pasaron por lo mismo”; algunos discurren trampas o hechicerías para evitar el “contagio” y dizque mantener su virilidad a buen seguro, a pesar de que cualquier mujer sabe cómo va declinando el vigor sexual de los hombres de manera gradual a partir de los cuarenta de edad: mucho antes de que el cuerpo femenino experimente sus propias transformaciones. En ese circo inabarcable no faltan, pues, los que emprenden la fuga domiciliaria a la caza de muchachas que nutran su fantasía de ser amantes maravillosos, expertos en artes amatorias, dotados con erecciones amaestradas y esculturales y tan joviales, seductores y atractivos que, hasta toparse con la menopausia de la pareja, no habían reparado en sus atributos masculinos ni en que “todavía tienen la vida por delante” y deben comerse el mundo a grandes trozos.

¡Cuánta estupidez, a fin de cuentas! Ya es hora de arrancar velos y máscaras a la obviedad. Vivir es el privilegio. Enturbiar la existencia con necedades es el verdadero pecado.

Fábula, cuento, prejuicio y superstición tan tremenda que hasta la propia literatura evita  nombrarla. Aunque la menstruación le llega a la niña de la noche a la mañana en medio de un baño de sangre, con más o menos disgusto se la recibe  como portal de la juventud por todos consagrada. Podemos estudiar obviedades del cuerpo humano, pero el síndrome de la Eva pecadora, asimilado como pesadilla, nos impide aceptar que la existencia está hecha de etapas biológicas naturales, como el tránsito de la infancia a la pubertad; de ésta a la adolescencia y a la juventud en sí; luego, la procreación y subsecuente madurez coronada por la menopausia/andropausia.  Con suerte, avanzar hacia una vejez saludable, con buen ánimo y disposición creativa hasta que quienes alcancen la senectud cultiven la sabiduría suficiente para entender que la vida es finita, la muerte inevitable y los ciclos condenados a repetirse de generación a generación.

¿A qué pues tanta máscara, repudio y pánico a la menopausia e inclusive a la menos nombrada andropausia? La realidad es lo que es.  Hombres y mujeres estamos sometidos a las mismas reglas de nacimiento y muerte; de ascenso y declive. Si de equidad es el desafío universal, no debemos menospreciar el valor del lenguaje para nombrar las cosas como son, los conceptos para aclarar y explicar, las situaciones como se desarrollan, las mentes como evolucionan y aun la conducta que no se oculta, por más que se intente  disfrazar, enredar o autoengañarse con el inútil propósito de hacer creer que lo aparente y la mentira van a transformar la poquedad de quienes no se atreven con la verdad.

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El arte no paga facturas; el saber tampoco

February 1, 2024 Martha Robles

De la poesía escolar que canta en tarará la belleza del día al dibujo del niño que ilustra a papá y mamá con bolas y palitos, no hay trazo infantil que no ilumine la esperanza adulta de tener un artista en casa. Eso ocurre en abstracto, hasta que la criatura alcanza la edad de merecer y los padres le insisten al talento o pensante en ciernes que haga o estudie algo útil “que deje dinero”, porque el arte no paga facturas. Tampoco la cultura, cuyas obligaciones están bien para los demás o para distraerse gratis los fines de semana, gracias al trabajo no retribuido de los que creen que el arte y el conocimiento “habrán de salvarnos”. Y no se hable de la curiosidad intelectual… Eso si que es desgracia: “estudiar todo el día…, como si no tuviera otra cosa qué hacer”.  Si “les sale” un pariente picado del apetito de saber, del afán de investigar o con vocación científica el futuro se presenta en casa como amenaza o, de menos, una inmensa preocupación: “¿ya pensaste de qué vas a vivir? Está bien distraerte, mientras no tengas familia…”  

Aparte de los negocios de Carlos Slim, cuya riqueza imparable y por las causas que sean (otro tema con enigmas a resolver) lo sitúa entre los que superan el capital de muchísimos países, lo más lucrativo en nuestra sociedad es a todas luces lo ilícito, lo pecaminoso, lo fútil e insalubre, contaminante y cuanto pueda clasificarse de nefasto para el medio ambiente o para  la moral, la salud física y mental o el equilibro de la sociedad. Al respecto y gracias a la floreciente y privilegiada criminalidad, el erario ha pasado a un segundo plano de la codicia, aunque siempre será válida y actual la oración del vivales: ¡Diosito, diosito: no me mandes trabajo. Solo ponme donde hay! Y Diosito atiende la plegaria del Quinceuñas que con suerte y otro poco de ayuda asciende a los dorados niveles de la corrupción, donde la justicia pierde su nombre, reinan los sordos y ciegos e imperan alianzas que envidiarían los mismísimos capos juramentados.

Futbolistas aparte, la realidad ha puesto al narcotráfico y derivados sangrientos en el sagrario de la gloria bendita. Allí el dinero fluye como antes el agua.  Los requisitos para pertenecer al selecto club de los vicios  -drogas, armas, secuestros, amenazas y explotación sexual de personas, principalmente-, comienzan con la absoluta carencia de escrúpulos, capacidad de matar y disposición sin límites para atreverse con lo más bajo, donde nada queda capaz de dignificar lo humano. Por cientos o miles y de preferencia jóvenes acuden en pos del milagro garantizado por la Santa Muerte, pues a la voz que canta más vale morir joven y bien bailado que morir viejo, hambriento y jodido se hace valer la muy mexicana sentencia que asegura que la vida no vale nada.

El del músico, escritor, pintor, actor y creador en general, en contrapunto, es un destino idealizado por quienes todo ignoran sobre la rigurosa disciplina que exige su realización, además de tiempo y recursos materiales. Idealizado  solo a distancia como logro ajeno (huy, qué gran escritor Octavio Paz… o Juan Rulfo…), pero menospreciado como profesión y modo de vida que requiere ingresos suficientes, como las demás tareas. Al corroborar “la pura verdad”; es decir, que el arte no paga facturas, el intelectual (en su mejor acepción) entra de lleno al lado oscuro de la cultura, donde se “admira” a los más cultos, productivos, talentosos e inteligentes,  pero por necesarios que sean sus frutos no se paga o apenas se paga su trabajo; tampoco existen condiciones para que se desarrolle y respete como a otros profesionistas. Con tamaña cachiza se les piden conferencias, trabajos, publicaciones, cursos, asesorías y actividades gratis, como si fuera obligación del intelectual asumirse  franciscano.

Ser una sociedad enmascarada significa cultivar en connivencia una gran hipocresía. La máscara (o una de tantas) le sonríe en público a los logros culturales, pero el verdadero rostro abomina de ellos, se aparta del saber con gesto aburrido y no duda en mentir al  presumir que “es un gran lector”, adora la música, “le encanta el arte” y bla, bla, bla. El saber y la ignorancia, sin embargo, son tan inocultables como la riqueza y la pobreza. Desde mis primeras páginas y tareas públicas comencé a conocerle las tripas a esta terrible verdad: Ah, escritora… ¡qué bonito! Bonito, pues. El tiempo y la edad demuestran de lo que se trata tener una obra y el precio que hay que pagar.  Todo el arte, y el de las letras no es excepción, exige trabajar en solitario, estudio sin pausa y sin concesiones, entrega en varias disciplinas; escribir  sin horario y sin renunciar a la pasión de saber…

Hay periodos menos adversos que otros, quizá porque muy de vez en vez nos toca en suerte un gobierno menos agreste. Es decir, dispuesto a valorar la educación y la cultura para hacer de éste un mejor país, con mejores personas. Pero eso es rareza en nuestra historia. Lo obvio es corroborar cómo se ensancha y envilece ésta, una sociedad que no aprecia la obra del espíritu ni entiende que sin los frutos de la razón educada será imposible  aspirar a un mejor y más digno destino colectivo.

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De la memoria. Bibliotecas

January 25, 2024 Martha Robles

¿Bibliotecas rurales?

Lo más parecido a una biblioteca que conocí en mi infancia fue en Chapala. Era un cuartito quizá con un par de docenas de obras infantiles que regentaba Paulita, cuidadora vitalicia de la casa de mi abuelo. La felicidad era llegar a la laguna el fin de semana y, de su mano, recoger en la huerta huevos de ganso, jugar a la sombra del guayabo y por la tarde “ir a la vuelta” al modestísimo espacio cerrado, cuya aspiración descascarada apenas se notaba en la fachada: “Biblioteca Pública”.  Más vivo quedaría el recuerdo de la lectura prometida  que la pobreza del mobiliario de palo que constaba de dos o tres sillitas, una mesa vieja y coja, como de  cocina de pueblo y algo parecido a anaquel donde Paulita reacomodaba amorosamente su acervo. Era inevitable inclinarme contra la pared porque la silla tambaleaba rechinando  como si coreara los cuentos que, sin nada que ver con autores clásicos o siquiera conocidos, aun asocio a mi deslumbramiento por  las palabras.

Desde parvulita hasta la preparatoria asistí a escuelas de monjas que carecían de biblioteca, fuera en mi Guadalajara natal o en la ciudad de México, donde llamaban biblioteca al salón de los castigos (junto a los baños) que por tener dos largas mesas rectangulares servía para otros menesteres. Con aparadores bajos y prácticamente vacíos, apenas había un puñado de títulos que recuerdo: Cazadores de Microbios, Médico de cuerpos y almas, Santa Teresita del Niño Jesús, el Catecismo de Ripalda  y poco más. Las clases de gimnasia también eran una vacilada, pero nos divertíamos. Concluía la secundaria cuando por primera vez nos llevaron a las alumnas a un teatro: Fuenteovejuna, en Bellas Artes. Magia pura, no dormí durante días. Tan impresionada estuve que a poco me atreví  a ir sola al entonces Teatro del Bosque para ver Luces de Bohemia con actores españoles. Entre resplandores valleinclanescos y el manejo del idioma supe que había vida más allá de lo conocido y que valía la pena atreverse con ella.

En adelante todo sería buscar, leer y más leer en solitario, incluido el hallazgo de la música. Mi fascinación por el arte fue tan absoluta que me apliqué a estudiar por mi cuenta, sin guía y de manera tan aleatoria como posible. Ningún profesor (a) trasmitía pasión por el saber.  Una escritora -viva aún- dizque nos enseñaba literatura en el colegio. Era tan sosa que, acreedora de premios años después, me hizo preguntarme el por qué y para qué de los intríngulis de la cultura y sus arbitrarios criterios de selección en el país: se  ningunea al que vale y se elogia con desmesura al menos amenazante. Gracias sin embargo al batiburrillo de sensaciones apretadas durante los años de aprendizaje fui asimilando el surrealismo con que nos identificaba el extranjero. Así, de manera natural me fui deslizando hacia a escritura. Gracias a que lo más insólito era parte de los días accedí al mundo de Kafka como quien camina por su barrio.

La etapa universitaria fue un viaje no siempre grato, salvo por los conciertos, el teatro y  la Biblioteca Central. Entre acoso de maestros, fervores pro Mao, devociones castristas, promesas de fe estalinistas e invitaciones a las guerrillas y a los levantamientos armados, la experiencia y los lenguajes  en corredores y aulas no podían ser más ajenos a las vicisitudes de la vida cotidiana.  Encerrada en sí misma, en la UNAM  no se diferenciaba entre realidad y ficción; tampoco entre fanatismo y “compromiso social”. Todo allá era cosa de vida o muerte, de revolución o  reacción e intolerancia pura.  En ámbito tan ideologizado y discriminador, la literatura no solo fue la verdadera liberación, sino maestra insustituible.  

Si no creyera en el destino no entendería mi pasado ni el de quienes parecen fruto de la casualidad. Es un misterio que un niño y en especial una niña sin influencias familiares ni escolares pueda romper el cerco del casi analfabetismo que la mayoría exhibe como estigma desde los días coloniales. Pese a los empujones de los “gobiernos de la Revolución”, no sorprenden los resultados del Informe Pisa: la verdad habla por sí misma en todas las clases sociales, en la burocracia y en la mayoría de las profesiones tal vez porque, en los hechos, la medida a alcanzar respecto de la educación ha sido y sigue siendo “lo básico”, a tono con el atraso. El prodigio es que un niño o una niña, aun en el villorrio más apartado, un día abre los ojos y ve; observa y busca, anda solo y, sin importarle las limitaciones de su escuela, atiende a su maestro interior.

Ignoro si México es más kafquiano que surrealista. Es asombroso que la sociedad se mueva y hasta funcione “a su manera”. La lógica en estas tierras no tiene sentido. Por doquier brinca lo absurdo o lo insólito. Imposible negar que, desde sor Juana, los milagros nos salvan. Hay país por los pequeños y grandes milagros que suceden cuando más aprieta la tormenta. Si no lo creen, piense en el caos del siglo XIX y luego en nuestro peculiar Levantamiento armado. ¿Cómo no iban a ser milagros la Generación del Ateneo, el puñado de instruidos en medio de casi 95% de analfabetismo y después lo demás: un Rulfo, Octavio Paz… Tantas inteligencias que como prodigio consiguen vencer el cerco y surgen de vez en vez.  Pienso en esto a propósito del 90 aniversario de Gabriel Zaid y de lo que representan las individualidades. Indudablemente, lo mejor de nuestra cultura se debe a las individualidades. ¿Quién y cómo se atrevería a negarlo?

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Sobre las malas relaciones

January 12, 2024 Martha Robles

Imagen publicada por Forbes México

Si de parejas se trata, en condiciones de desigualdad es difícil mantener una relación confiable con el otro.  Mucho más complicado es sostener un vínculo sano con una sociedad poco seria y sometida a su deterioro visible. De por sí no es electivo el amor a una persona, mucho menos el que la une al país de origen. En sendos casos suele frecuentarse el fenómeno de las parejas disparejas que se soportan (o no) sin amarse. Al margen de por qué la gente se junta, el amor sucede porque sí, por el karma que dicen los orientales, por el destino según los griegos o por “el vago azar y las precisas leyes” de Borges. En suma:  el amor, como la vida, la enfermedad, el dolor y la muerte es lo que es porque sí, salvo que su natural fragilidad camina envuelta en numerosas reglas que debemos cumplir para no morir o sucumbir en el intento.

De antemano hay que aceptar que la primera norma de cualquier relación que merece su nombre exige observar lo básico: respeto, equidad, cuidado, re-conocimiento, diligencia y responsabilidad compartidos. Si una de las partes atenta contra el necesario equilibrio, todo se va al traste y deja tras de sí un desvalimiento que entristece, nos deja como vacíos, desconcertados y expuestos a la natural incertidumbre de las pérdidas. El mismo balance es indispensable entre gobernantes y gobernados para que cualquier sociedad mantenga  condiciones favorables.   

Lo que sucede entre dos no es distinto de lo que pasa con la comunidad, la cultura y/o el país, pues la confianza entre las partes fortalece la seguridad y mejora la autoestima individual o colectiva. Saberse menospreciado, engañado, burlado, insultado, agredido y/o utilizado es una de las mayores ofensas. No se de nadie ni de pueblo alguno que se fortalezca y sea mejor a punta de agravios.  Por desgracia aquí los aguantamos todos. Humillados, un día tras otro vemos cómo van cayendo a punta de ordenanzas tribales rescoldos del Poder Judicial, vestigios de la seguridad social, la Constitución misma, los recursos relacionados con la salud, la educación, la vivienda, la alimentación, la creación de empleos, el cuidado de la naturaleza, la cultura…, y lo que fuera logro siquiera mediano durante décadas de sumar avances a cuenta gotas para superar  la ancestral postración.

Imposible no reflexionar en ello mientras se degradan la credibilidad  y la pertenencia a un país desestructurado, de espaldas a la justicia y dócil ante la ferocidad de la violencia. Nos hemos adaptado a una realidad tan desquiciada y ya sin máscaras que ondeamos como pendón “de transformación” el complejo del vencido.  En circunstancia tan humillante no hallo cómo conservar la confianza (con-fe) en el indispensable vínculo entre gobernantes y gobernados, al margen de ideologías, facciones o lo que sea.

Las cuestiones amorosas no son simples; tampoco inofensivas: comprometen, alteran el estado de conformidad, activan necesidades desconocidas y en casos extremos, cuando encendidas por la pasión, suscitan reacciones radicales. La amistad, por su natural concordia, es el secreto antídoto contra cualquier estallido demoledor. Pero la amistad exige salud emocional: algo difícil en este estado de violencia permanente, en el que los crímenes y las infamias son tan cotidianas que ya ni conmueven.

El fanatismo y la intolerancia han viciado las razones de amor. Razones que podrían subsanar nuestra relación con este México golpeador y golpeado. Este México jalonado  por narcos y criminales terribles, facciosos, trepadores, serviles y acomodaticios. México enfermo, en suma, que no sabemos si nos duele más de lo que nos ofende o si nos intimida más de lo que podría incitarnos a despertar y recuperar la dignidad. ¿Cómo salvarse, pues, de las malas relaciones?

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Del diario y la memoria

January 3, 2024 Martha Robles

BBC News…

Como las tapas de un libro observo las cifras del calendario. La vida sucede entre portada y contraportada. Llega otro principio. Otra vez comienzo el relato que pide dosis de ficción para tolerarse y ser verosímil.   Escritas con la irregularidad de la voz interior,  las páginas resguardan el aparente sentido de los días mediante el saber que damos por sentado.  Párrafo a párrafo se van infiltrando claves del yo secreto que subyace donde Freud y Lacan identificaron al “soy de verdad” y a “la verdad es movimiento”. Curioso pensar en esto al inaugurar otro año con lo desconocido por delante y asida, todavía, al relato del año ya concluido.

Tiene la culpa de lo recorrido desde el atrás oculto hasta lo desconocido por venir el psicoanalista que -administrador de silencios y narcisista irredento-, hace tiempo primero me atrapó en un diván/tortura; luego me hizo aceptar que estoy hecha de palabras más que de sucesos y, durante el estira y afloja de  aceptación, repudio y resistencias, confrontaciones, vueltas, revueltas y sacudidas de la memoria, del sueño, de la vigila y del sentir de preferencia doloroso,  algo muy hondo se abrió en algún confín del alma al grado de, sin más ni más y porque sí, haberme lanzado a recorrer diario en mano, sola y a pie, el camino de Santiago, desde el Pirineo hasta Finisterre.

¿Por qué decidí atreverme con la hazaña siniestra del psicoanálisis? No lo se, sería porque andaba como perdida y con miedo o tal vez para descifrar el deseo inconsciente y/o los vericuetos de la rebeldía, la ignorancia esencial y el sufrimiento. Quizás también me movió la pregunta sin resolver de ¿qué es el Hombre? Pregunta que invariablemente (y para su satisfacción) me llevaba a repetir con Malraux que “el Hombre es un mísero montón de secretos”. Puede ser también que reconocía su inmensa cultura y que, a diferencia de la mayor parte de los conocidos,  este argentino autor de numerosas obras tenía mucho que decir y sabía como hacerlo. Obviamente yo lo leía, pues el mayor conflicto que surgió entre nosotros -y así lo reclamé al “final por fin y esta vez no vuelvo”- es que, salvo una pregunta furtiva o un monosílabo, él jamás habló durante las sesiones. Si llegar al diván es difícil, salir no lo es menos, aunque dos o tres veces hui de él, de sus carísimas sesiones durante dos etapas y de esta peculiar relación que, en mi caso y empezando por el costo, llegó a ser tan pesada como los episodios de la historia revelada.

Coincidíamos en la idea del libro, en el libro en sí, en la significación del lenguaje, del arte, de los sueños y la creatividad, aunque nos separaban las respectivas interpretaciones sobre la palabra como representación de lo sagrado, el destino, la memoria, el poder de la claridad y las oscilaciones entre saber y no saber, entre inducir y descubrir, etc. A la fecha sigo creyendo que su método, al menos en mi caso, fue más nefasto que benéfico. En realidad, no lo se. Un día me concentré en hablar de mi certeza de que allí no hacía más que perder el tiempo. ¿El tiempo? ¿Perderlo? -repuso. Proximidad y distancia, pues, se tendía entre los dos: como el infaltable tema de la vida y de la muerte, del sentido y del sin sentido. Era indudable que compartíamos la fascinación por el conocimiento y  las letras al grado de que más de una vez lo tomó en cuenta en cuando menos dos de sus libros. Se ufanaba de haber estado al lado de los mejores y consideraba que sin poseer una gran cultura no se realizaba a cabalidad la práctica psicoanalítica. Cuando le leí lo siguiente, no dudé: solo con él me atrevería en el diván infernal:

(…) el analista deberá incluirse, informarse y sumergirse en la cultura de su tiempo, no dejar de lado la política,  la filosofía, la literatura, las artes plásticas, el cine, la economía política, la lingüística y entender que el psicoanálisis es el punto en donde confluyen todos los saberes relacionados con el sujeto y con la subjetividad. Por lo tanto deberá saber también de la medicina y de lo que se avanza en el conocimiento de la biología; del derecho y de la forma en que se organizan las sociedades políticas, de la tecnología que va cambiando la forma de vivir, de las artes y de todo lo humano (…)

Anoche leí su carta de despedida. Suelo hacerlo de vez en vez desde que se suicidó en su amada Barcelona, en septiembre de 2022. Tenía 81 años. Estaba enfermo. El diagnóstico era desolador. Vivía solo y no le temía a la muerte. Razonó  su decisión al despedirse de algunos cercanos: muestra final de su estilo. Viajero, al iniciar mi experiencia me indicó que -sustituto de sesiones en directo- le enviara diario un e-mail de un solo lado (el mío, claro). La escritura fue lo fundamental entre nosotros. Siempre le agradeceré el valor que asignó a mi carácter de escritora. Me hizo ver y verme en el aquí y ahora. En ese sentido, aún me conmueve ese gesto de inmensa generosidad. Durante una etapa importante para mí, la práctica del e-mail se convirtió en costumbre que ambos celebrábamos. En vez de los monosílabos que a veces emitía “en vivo”, cuando no recibía una de mis cartas me mandaba un signo de interrogación. De ello quedan cientos de cuartillas encuadernadas, cuya copia guardo en el anaquel de  los secretos o “lo nunca frecuentado”.

Cada año él mandaba cartas a sus afectos y colegas. Yo estaba en su lista y lo agradezco. Su suicidio me estremeció de punta a punta. Lo encontré en un concierto poco antes y en el saludo sentí la descarga del libro resguardado entre portada y contraportada. Muerto, comencé a pensarlo de otro modo. Lo leo con regularidad, ya sin el disgusto de la paciente-analizada. Hoy, otra vez y otra vez busco sus páginas. Lo descubro, lo pienso y me estremezco. Ya sin él, cada palabra suya es estilete. Otro signo de interrogación.

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ADIÓS MARIO. ADIÓS BOOM

December 18, 2023 Martha Robles

Foto de Mario a sus 89 de edad, publicada en Internet s/a

El imperio de la Guerra Fría o bipolaridad comandada por dos potencias (URSS/USA) y sus respectivas ideologías invasoras y armadas -comunismo vs. Capitalismo-, engendraron en la segunda mitad del siglo pasado una temporada de esplendor y desprecio con sendas y expansivas posturas  y acciones  radicalizadas, en las que casi súbitamente lo imposible se hizo posible en medio de contradicciones: aunque limitadas, se movilizaron las clases medias en urbes de rápido crecimiento. Se entronizaron un mito revolucionario, una Sierra Maestra  emblemática y triunfo de los héroes de rigor, con su Fidel deificado e inspirador. A la par y muy ruidoso, se agregó lo demás al sueño/pesadilla de “nuestra América”, un término prefigurado, no obstante impreciso, al término del Porfiriato por ateneístas como Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, Vasconcelos, Martín Luis Guzmán, etc.: un sueño que fuera de identidad y reconocimiento, quizá dormido en el inconsciente de grandes lectores que hacia los años sesenta serían los principales miembros del BOOM o estallido de obras y nombres de indudable originalidad y en lo fundamental, acreedores al entonces prestigiado Premio Seix Barral.  Además de fascinar por su estilo y sus temas, esta generación de narradores antepuso su fervor por la “patria espiritual del idioma” al prejuicio de los nacionalismos que paradójicamente dotaron de sentido a sus lenguajes, sus temas y sus  estilos.  Consideraron Patria a la palabra propia del mestizaje o a la apropiada que reinventaba el mundo y su manera de verlo y expresarlo. “Mundo nuevo” y "lenguaje nuevo”  que tras siglos de menosprecio los del BOOM dignificaban al través de las letras  y a la par encumbraban las culturas hispanoamericanas y del Caribe.

Un BOOM, como se sabe, inseparable del ascenso editorial -publicitado como “fenómeno literario”- de cinco o seis escritores latinoamericanos, portadores del “nuevo lenguaje” definido por el más precoz, arrojadizo, seductor y cosmopolita de todos sus miembros: Carlos Fuentes y en lo sucesivo  inseparable de las biografías de García Márquez, Vargas Llosa y en menor medida y con asegunes Cabrera Infante, Onetti y los que se iban sumando a las listas de protegés de Carmen Balcells, su agente literaria: verdadera madre coraje, guía y protectora de sus criaturas desde el apogeo cultural de Barcelona, donde “los de avanzada tenían que estar”.

Decisivos en el estallido fueron también la firma editorial española vanguardista Seix Barral, el antiimperialismo a vencer, el romanticismo de las izquierdas que en sus orígenes convirtió a los intelectuales en defensores internacionales de la Revolución Cubana: amasiato idílico que, salvo para el Gabo, terminaría pronto y mal a partir de las feroces ejecuciones a “los traidores de la Revolución” y posteriormente por la infamia del “Caso Padilla” que no dejaron duda sobre la brutalidad de régimen castrista…  Miembros o no del BOOM -salvo García Márquez- los aún identificados como intelectuales de los sesenta rompieron públicamente con la quimera del marxismo tropical, a consecuencia de los inequívocos síntomas de la pesadilla o dictadura castrista que, heredada, aún está lejos de acabar en el siglo XXI. La fábula del “intelectual comprometido” y la consagración de las guerrillas, sin embargo, fueron parte indivisa de la caracterología del BOOM, extendida a cuando menos a una o dos generaciones posteriores.

En el fenómeno intervinieron el masivo empuje juvenil contra gerontocracias, despotismos y dictaduras regionales. Hubo tres nombres tutelares de los miembros del BOOM e inspiradores del cambio, previamente publicados en nuestros países: Alejo Carpentier, Pablo Neruda y Jorge Luis Borges; un añadido inclasificable, pero imprescindible: Juan Rulfo y la única influencia extranjera reconocida por consenso, gracias al predominio de las traducciones, fundamentalmente argentinas: William Faulkner. No podría dejar de considerar al infaltable hermano mayor de los del BOOM: Julio Cortázar… Una a una y por su orden, brillaron desde España y asociadas al "estallido”  novelas, cuentos y ensayos que consagraron la literatura latinoamericana con rubros tales como lo barroco y real maravilloso a lo Carpentier y el realismo mágico como el de Cien años de soledad;  además, un género fantástico “en situación”, gracias al admirado liderazgo de Borges y Bioy Casares; y en la zaga narrativa, mujeres a cuentagotas: Victoria Ocampo, Silvina Ocampo y Elena Garro, aunque fueron apenas nombres sin ascender al Olimpo…

Tiempo de gorilatos y reivindicaciones tan decisivas como las corrientes importadas de los amados/odiados yanquis, en el obligadamente contradictorio  escenario de rigor, sin el cual no se entiende el fenómeno del BOOM, los extremismos se juntaron: desde el tercermundismo hasta el feminismo (todavía ajeno a LOS feminismos actuales); desde la psicología del voluntarismo y su complementario modelo del esfuerzo hasta la incorporación del “proletariado” a los vocabularios personales; desde el pacifismo (fundamentalmente anti guerra en Vietnam) hasta el sindicalismo y los movimientos rurales. etc.

Nunca como entonces el uso del adjetivo era imprescindible, al grado de sustituir a los adjetivos: por ejemplo, el socorrido empleo del calificativo ·reaccionario” como sinónimo de lo despreciable y el “enemigo a vencer” por “las fuerzas vivas”. Reaccionario era el defensor de “las otras orillas” o “derechas”, donde  sentaba sus reales la supremacía eclesial, burladora del supuesto laicismo que enorgullecía a los idealistas republicanos o liberales de tinte decimonónico; reaccionarios eran también banqueros y empresarios, protagonistas de la industrialización y líderes de las “principales” (aunque endemoniadamente endeudadas) economías latinanoamericanas.

Todo giraba alrededor  de la superpoblación de boomers, hijos de la posguerra mundial, cuyas demandas de infraestructura, empleos y servicios sobrepasaron a todos los estilos de gobernar.  Los curiosamente apodados boomers, protagonizaron a la par de los escritores su propia batalla generacional, que tendría en los dramáticos sucesos de 1968 el sello de su máxima expresión, causa del desencanto y principio del declive con las esperanzas perdidas. Lectores y entusiastas del BOOM, los boomers completan el fenómeno literario, pues según su origen social los jóvenes y sus demandas se dejaron sentir en las aulas superiores, en el activismo, entre las filas de lectores, durante las manifestaciones masivas y, en suma, en lo que se consideró “despertar de la conciencia”.

Como no podía ser de otra forma, pesaba en todos los ámbitos el escenario de rigor: ausencia de libertades y derechos, dictaduras militares, persecuciones, atraso ancestral, torturas, mordazas, machismo feroz, analfabetismo y mayorías en pobreza extrema, ausencia de oportunidades vitales, gobernantes espurios, supeditación regional al dominio  totalizador de Washington, entonces calificado de “dependencia”… En suma, la realidad creó el fenómeno del BOOM latinoamericano que ahora cierra en definitiva sus puertas con la despedida pública de la escritura del casi nonagenario Mario Vargas Llosa:  último sobreviviente del grupo que pone fin a una época, que cierera el capítulo de las ilusiones perdidas y fusiona a su senectud la  maravillosa y no menos fugaz creencia de que las letras pueden salvarnos, de que la inteligencia crítica es poderosa, que en verdad existen “intelectuales comprometidos”, que hay además nuevos mundos y nuevos lenguajes y, a fin de cuentas, que los sueños más nobles no están condenados a transformarse en pesadillas, como la Cuba de Fidel, que a tantos aturdió con tan poco, como las izquierdas que consiguieron hasta olvidarse de su nombre, de su rumbo y de su origen. En fin, Adiós Mario. Adiós cenizas del BOOM. Adiós tiempo de fantasías juveniles…

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Otra vez vencidos: no leer, no contar…

December 7, 2023 Martha Robles

Proceso. AMLO desdeña resultados de prueba Pisa.

Detalles sin importancia para López Obrador: leer para conocer el mundo, la vida, a uno mismo y lo distinto y ajeno; hacer cuentas para entender la propia posición respecto de lo que resta, suma, divide y multiplica en la sociedad y entre los países; y luego el resto (música, teatro, ecología, ciencias…), que ni siquiera merece atención en el México dominado por la violencia y con miles y miles de asesinatos, desaparecidos y humillaciones que llevamos como señal en la frente. Eso es lo que hay en vez de formar personas dignas, respetuosas, solidarias, responsables y diestras en el desempeño de un trabajo que no solo redunde en salario justo, sino que ofrezca bienestar familiar equitativo y no privilegiado.

Al mirarse a sí mismo y reconocerse, todo pueblo ha prefigurado su modelo social, desde la noche de los tiempos. Me niego a creer que la violencia es el resultado del nuestro. Aún se habla de la egogé o tremenda disciplina espartana que, de los 7 a los 30 años, formaba a los hombres para la guerra bajo una disciplina estricta.  Por cerrada e intransigente, la egogé se volvió contra ellos y desaparecieron. A las niñas se las dejaba en el hogar a cargo de la madre, obligada a trasmitir las funciones femeninas complementarias. De Grecia a Roma, de Egipto a Alejandría o de India a Persia hubo modelos formativos de la identidad, la aspiración y el carácter cuyos resabios malos, buenos o regulares, perduran en sus fundamentos culturales.  Todavía son notorios esos saldos en los modos generales de ser y conducirse; es decir, se reconocen por quiénes y cómo son, a qué aspiran y cómo integran  (o no) sus sociedades.

Las poblaciones prehispánicas -los incas, por ejemplo- no se sustrajeron de esta necesidad de crear ideales, construcciones espléndidas y condiciones de orden, convivencia y desempeño social. De hecho y a pesar del feroz propósito colonial y católico de borrar todo indicio de costumbres y culturas locales, sabemos cuan rigurosa era la educación entre los aztecas tanto en el Calmecac, dedicado a formar a los nobles para el sacerdocio y los altos mandos como el Telpochcalli, reservado a los niños de clases inferiores.  Todos estudiaban escritura, matemáticas, lectura y el movimiento de los astros, seguramente entre un compendio de habilidades y oficios que aplicaban a partir de los 15 años de edad en sus calpulli o barrios que también imprimían carácter y deberes.

Cito lo anterior porque en una sociedad tan desestructurada como la mexicana actual, sin ideales cívicos ni modelos formativos ni aspiraciones ciudadanas consecuentes con un estado republicano, lo visible es el poder de la delincuencia armada para adueñarse de nuestro destino social y político. Agréguese lo demás: degradación de las instituciones, empoderamiento político, económico y social de las fuerzas armadas; resentimiento social, falta de oportunidades vitales, niveles educativos y sanitarios por los suelos,  el derecho a la salud tan abandonado como el cuidado del medio ambiente, la salud y la protección infantil y, en suma,  la inexistencia de un estado de derecho cuyo deber priorice el bienestar y la seguridad de las personas, sin distingo de clase, edad, sexo o situación general.

Que no comprendan los textos los escolares ni sepan rudimentos aritméticos confirma las deficiencias tanto de la enseñanza como de la sociedad. La situación de los adultos, en mayoría, tampoco está para presumir. Todo ha ido a peor en el gobierno vigente porque antepone el repudio a la inteligencia educada, el resentimiento social a la equidad y el desprecio al rigor educativo y al pensamiento crítico. Impedir el fomento de  ciencias y artes para encumbrar la propaganda es una infamia. Cualquier autocracia es indigna por naturaleza. Pero en eso estamos.

Los bajísimos resultados nacionales, arrojados por el último informe PISA, por supuesto que importan: son espejo de la situación que guarda la enseñanza local y medida de la realidad comparada con otros países. Decir que no importan los supuestos criterios “neoliberales” es tan inaceptable como amañado e irresponsable. Para nadie, nunca, ser ignorante y marginado puede ser motivo de orgullo. Tampoco se pueden ni deben confundir la obviedad con el cinismo  ni la mentira y la manipulación con el arte de gobernar.  Eso de “divide y vencerás” que tanto Julio César como Napoleón aplicaron como técnica de dominio es lo más antidemocrático y peligroso que puede existir en el siglo XXI. Se aplica en Nicaragua, en Venezuela, en Cuba, en México… y en montones de países atrasados, cuyo dirigentes, para afianzar su autocracia, rompen las estructuras institucionales, fomentan el resentimiento social, anulan a los opositores y entre laberintos verbales crean una oratoria basada en la demagogia, en la sin razón y en la cínica autocomplacencia.

El odio en boca de la clase gobernante también se manifiesta al prescindir de los altos valores formativos de la sociedad; valores democratizadores que a toda costa debe defender el Estado. Pues ¿qué otra cosa se propone un modelo educativo que lograr mejores personas?  No hay cómo ponderar como provecho social y político algo tan bajo como ser rehénes de la delincuencia organizada y víctimas de la injusticia, de la desiigualdad social, de la ínfima educación de las mayorías, de la inseguridad y de la falta de garantías vitales. ¿Cuándo, cómo ocurrirá el milagro del despertar? No olvidar que la pandemia fue mundial. No hay excusas.

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Raro, ¿no? Eso de ser  mujer por estos rumbos

December 1, 2023 Martha Robles

Equidad de género. Foto de El universal Puebla

Con asombro creciente, todos los días corroboro que “eso de ser mujer” se ha puesto de moda. ¡Qué curioso y qué barbaridad! No para todas, claro está, porque así de caprichosa es la vida: ciega para unas, generosa con las anodinas, grosera con las adelantadas, mezquina con las vanguardistas, cruel con las desobedientes, agradecida con las dóciles, desdeñosa con las amorosas, indiferente con las creativas, desorientada frente el talento, errática con las pensantes, cautelosa con las masculinizadas, en estado de alerta con las que ignoran distancias entre la singularidad y el espíritu de la tribu, abusiva con las que cargan el mundo en el lomo; insaciable con las generosas, pedigüeña con las bondadosas, tacaña con las necesitadas, dura con las rebeldes y diferentes; sonriente con las que disfrutan el sexo, temerosa de la belleza y de la indulgencia; agradecida con las cocineras, pero invisible con las que cuidan, barren y limpian la mugre ajena; frívola con las glamorosas, cruel con las viejas y solitarias, convenenciera con las que tienen gordas las alcancías y limadas las quince uñas; acomodaticia con las trepadoras, con las solícitas y enmascaradas que “no tienen carta  aborrecida”, con las “tan bien dispuestas que igual sirven para un barrido que para un trapeado”, con las que no ven el ojo en la paja ajena porque todo vale y “todo está bien, todo está bien… y mejor si sacamos provecho”.

Hablando de categorías, no está de más recordar que hasta la propia vida teme a las brujas desde tiempos inmemoriales. Brujas diestras en el dominio de voluntades, parientas de la gorgona Medusa y administradoras del miedo que paraliza. A veces también la vida -arbitraria como ha sido y seguirá siendo-  manda a arpías a gobernar, de preferencia a algún paisito bananero -como Nicaragua-, donde las fantasías revolucionarias adormecen a los pobladores y, sin chistar, quedan impávidos cuando atrapados por lo real. Entonces reina la pesadilla con su puño de hierro y como en el cuento de nunca acabar, otra vez  hay que volver a empezar.

Pues si: la vida es la vida para todos, ¡faltaba más! Pero eso de repartir “lo que toca” bajo el criterio de cuotas de género es cosa que no acabo de comprender ni aceptar. Es más: me incomodan los repartos absurdos de beneficios al tanto por ciento para hacerse de puestos, candidaturas, dizque derechos que no son tales y sabe dios cuántas falacias por las que todos salimos perdiendo. Solo los tontos aplauden esta  manera de danzar hacia atrás creyendo que van a zancadas hacia adelante.  Cuentos, puros cuentos espanta bobos y distractores porque si algo está devaluado en medios atarantados y aplaude/ídolos es la aptitud de pensar, la urgencia de cuestionarse y dudar. La simulación de equidad, especialmente obvia en estos imperios de puritita desigualdad, nos ha llevado a repudiar la justicia porque, al deformarla, la hipocresía hace aparecer el engaño como virtud. Equidad agreste es lo que hay en estas modalidades mentirosas de género, en las que manipuladores y manipulados aportan sus respectivos engaños para convencerse y convencer de que, al modo de los augurios, nos llueven los logros.

Es innegable que lo que no falla ni se malogra es la versátil capacidad de discurrir artificios para legitimar la inequidad más primitiva, empezando por la pobreza en todos los niveles donde escasean o no hay ingresos para subsistir dignamente, la educación, la salud, el respeto, etc.: rubros que nos sitúan a las mujeres en el eje de la impotencia, del sufrimiento y de la imposibilidad de modificar un arraigado estado de sujeción que nada tiene que ver con la clase social porque si algo es verdaderamente democrático es la injusticia. Mejor legitimar el simulacro de equidad mediante el poder absoluto de unos y la conformidad de los otros.  Así que, en lo que a mi respecta, desde que los numerosos y cada vez más laberínticos feminismos esgrimieron por todo lo alto nuevos modelos de ser mujer o de lo femenino “al gusto, para toda ocasión y mejor a dosis de furia”, me he quedado en la mismísima situación de desventaja de antes, salvo que en pasmo, en vilo, sin piso, sin el lenguaje compartido que fluye con naturalidad desde que la palabra habla y dice algo…  

Me he quedado colgada del surrealismo sin que mi marginación habitual y la de millones de mexicanas haya percibido la noble intervención de la justicia y el acceso a las oportunidades vitales, conforme al derecho ciudadano en sociedades libres y democráticas. Así que -mujer de poca fe- eso de la equidad por cuota me causa tal escozor que me mantiene fiel a la dirección liberadora del revés, mientras la muchedumbre aborregada aplaude el disimulo creyendo de veras que sus oraciones han sido atendidas.

Me disgusta atestiguar que la cultura enmascarada no es una expresión cualquiera, sino intimidante seña de identidad, estigma o condena heredada por nuestros mañosos y taimados antepasados. ¿Logros feministas? ¿Y especialmente en política? ¿En lo cultural?  ¿En los procesos electorales? ¡Bah!  que los jefes de la tribu sigan administrando “cuotas de equidad de género” para arrimar  obedientes, oportunistas, anodinas, cómodas y/o supeditadas a la Ley del único/uno en la burocracia y donde resulte; yo, solo me azoro. Así las cosas.  

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Veleidad de los premios

November 11, 2023 Martha Robles

Editorial Planeta

Salvo excepciones honrosas como las del Goncourt, que cuenta con nombres como Simone de Beauvoir, Duhamel, Proust, Malraux, Julien Gracq, Pascal Quignard y muchos incuestionables por su calidad, sus aportes o sus ideas, hay que fijarse en los que reciben  premios y distinciones literarios para conocer los estándares de quienes los  otorgan y la temperatura de los tiempos.

Obviamente hay de termómetros a termómetros. El arte, la originalidad, el vanguardismo, el hallazgo, el pensamiento crítico y la significación de las obras han sido en mayoría  desplazados por la comercialización impuesta por agresivas  campañas de promoción discrecional de autores, títulos y contenidos calificados de “populares”.

A los consorcios del libro solo importan el lucro y las ventas encabezadas por novelas, que deben ser “ligeras”, rápidas, efímeras y de preferencia escritas con mano de palo o, en su defecto, como de cursitos de redacción o producto de los ahora apreciados “talleres”, para sacar de la manga a poetas, narradores y sabe Dios cuánta cosa carente de formación, de disciplina, talento y curiosidad intelectual. Ni siquiera se necesita estudiar gramática, sintaxis ni preceptiva; tampoco se requiere ser un verdadero lector: no vaya a ser que a los compradores de libros se les obligue a “entender” cualquier texto arriba del lugar común. Así que, como recomiendan los bobos: “hay que bajar de nivel” para entretener con “libros entretenidos” porque todos, todos, todos tenemos una historia que contar, aunque solo unos cuantos sepan cómo hacerlo.

Por extraño que parezca, se conserva el encabezado de literatura para aglutinar y lanzar al mercado la no/literatura.  El noble y necesario arte de las letras o de la palabra, que recrea reinventado nuestra humana condición, ha sido inclementemente machucado y menospreciado por los monopolios y, con ellos, por los que escriben (que no escritores de raza), los que venden y por el batallón de consumidores/”lectores”. La nueva y portentosa cofradía de súper ventas, por consiguiente, se ha constituido en eficaz instrumento para estandarizar al hombre o mujer/masa: igualar hacia abajo, para que nadie se salga de la tribu.

Es odioso asociar al pasado con el prejuicio de “los mejores tiempos”. Ciertamente el arte, la cultura de calidad, el vanguardismo y cuanto se refiere al talento han sido pasión, tarea, nutriente  y sustento de minorías. Es también minoritario el puntal de los grandes cambios que de modos distintos redundan en favor de los más que vienen atrás y, aunque con frecuencia a cuenta gotas, se benefician con sus aportes, mediante el ascenso de la cultura y la educación general. Pero esa es otra cuestión, porque cuando el prestigio de las que se tenían por mejores editoriales se apoyaba en el de sus autores y entre editor y escritor había reconocimiento y mutua protección. Ganaban así las grandes obras y el ascenso cultural de las generaciones. La figura clásica del editor, a la manera de Roberto Calasso, Italo Calvino, Maxwell Perkins o del famoso argentino Manuel Gleizer, es otra de las especies en extinción. Hoy abundan empleados en megaempresas que lo mismo podrían vender sillas que elegir y contratar títulos y autores.

La condición es una misma: cuanto más anodina, superficial y empeñada en anular “la dificultad de pensar”, la medianía está más próxima a valorarse por popular y  “éxito de ventas”.  Y qué mejor medida del estado general de la educación y de las aspiraciones impuestas por la publicidad y el monetarismo que la dizque literatura espetada por todos los medios posibles, empezando por las redes sociales. Luego, en los montones de títulos y autores de medio pelo con que nos reciben en librerías con la fajilla de “premiados”.

Si se considera que desde el estallido emocional del romanticismo y aun desde antes y hasta la actualidad la novela ha sido un “fenómeno” de lectura esencialmente femenino, hay que pensar cómo repercute en el nivel general de la población. Aunque nos invade un boom de escritoras, tradicionalmente la literatura la escribían los hombres para ser leída por mayoría de mujeres típicamente clasemedieras y preferentemente de mediana edad para adelante.  Respecto de la cultura y del gusto “literario”, por consiguiente, podemos asegurar que así como la mujer es el eje reproductor de la miseria, también lo es de la educación sentimental, intelectual y social de su entorno.

Esto viene a cuento porque la prensa, radio, tv y redes sociales en España arden en burlas, reproches y comentarios nada amables, a propósito  del reciente  y muy jugoso Premio Planeta (un millón de euros) otorgado a una animadora de la televisión, por su novela (o lo que sea) La hija de la criada. Si fueran piedras las opiniones contra Sonsoles Onega, ya la habrían lapidado. No es que haya una comunidad de escritores de verdad y defensores y amantes de la literatura, es que, como ya repiten, los de la popular Editorial Planeta se preocupan siquiera en cubrir las apariencias.

Así están las cosas. No tiene por qué sorprendernos. Donde hay libertad, que cada quien elija lo que puede o lo que quiere, pues nada más lejos del espectáculo y sus vicisitudes que el mundo del verdadero escritor, del pensador, del artista. Para quien lo sepa, siempre estará Petrarca para recordarlo.

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    • Jan 21, 2014 Enero 21 Jan 21, 2014

Culpas viejas, mujeres nuevas. Entrevista. https://youtu.be/9go7A0-hmso

En Huellas de la Historia, con Francisco (Paco) Prieto y Blanca Loolbe, Alejandro el Grande. Los pasos del héroe”, Radio Red, México, https://podcasts.apple.com/mx/podcast/alejandro-magno/id1243780697?i=1000431633702

Entrevista sobre los pasos del héroe, lunes 11 de marzo, 2019, 2019, Fabián Vázquez y Rafael de la Lanza; Revista Gandhi Lee+

https://www.facebook.com/mascultura/videos/451974625342403/

“Del amor a las letras y otras pasiones” en Poéticas de las inteligencia, programa de radio coordinado por Patricia Galeana y Beatriz Saavedra. Conductora Lourdes Enríquez, IMER, CIUDADANA, 660 am, jueves 27 de agosto de 2020. https://www.mixcloud.com/MujeresalaTribuna/po%C3%A9ticas-de-la-inteligencia-del-amor-a-las-letras-y-otras-pasiones/

A partir de septiembre 2020, colaboraciones en La noche es joven, programa de radio de Enríque García Cuéllar, Tuxtla Gutiérrez, Chis.:

Octubre 2, https://www.facebook.com/MuseodelaMujerMexico/videos/325674728612136/

Octubre 10, Casandra en la mitología, https://www.facebook.com/757213191075830/videos/362463818454782/

Octubre 16, Las migraciones en el mundo, https://www.facebook.com/757213191075830/videos/2675104412742380/

2020

- https://www.facebook.com/757213191075830/videos/3443483862406877 , “intelectuales y poder”, programa La noche es joven dirigido por Enrique García Cuéllar desde Tuxtla Gutiérrez, Chis., Oct. 26, 2020.

- “Helenismo en Alfonso Reyes”, video conferencia organizada por la Sría de Cultura, el Dep. de Literatura del INBA y la Capilla Alfonsina. Con Javier Garcíadiego (director de la Capilla Alfonsina) y la traductora del griego Natalia Moroleón. Moderadora Beatriz Saavedra, Trasmitido en vivo por Facebook, noviembre 5, 2020. https://www.facebook.com/283189608464004/videos/654522281924283/

“Intelectuales, prensa y poder”, en el video programa La noche es joven dirigido por Enrique García Cuéllar desde Tuxtla Gutiérrez, Chis., Nov. 6, 2020. https://www.facebook.com/757213191075830/videos/1034311790327823

“Mujeres y otras penas”, https://www.facebook.com/757213191075830/videos/286419819321195 en el video programa La noche es joven dirigido por Enrique García Cuéllar desde Tuxtla Gutiérrez, Chis., , Nov. 13, 2020

“Gobernar con sermones”, https://www.facebook.com/757213191075830/videos/815646722545743, Ibid., Nov. 27, 2020

“La amistad entre Alfonso Reyes y José Vasconcelos”, Capilla Alfonsina, con Javier García Diego y el dr. Hurtado, Capilla Alfonseca, junio 30 de 2021. https://www.facebook.com/watch/?v=357786745726168

 “Actualidad de Marguerite Yourcenar” , Julio 8 de 2021, en el programa La noche es jocen de Enrique García Cuéllar. https://www.facebook.com/100063493035749/videos/834712267158793


Debate 22, entrevista con Javier Aranda, Octubre 10, 2022, Canal 22. (https://twitter.com/MarthaRoblesO/status/1579661774965866496?t=jl5UKjczBPPI52y91C_now&s=03)

https://twitter.com/MarthaRoblesO/status/1579661774965866496?t=LNgpCJXplWwnHJVKfBU9EQ&s=08

“Las palabras, espejos de la vida”, conferencias, Noviembre 9, 16, 23 y 30 de 2023, Plataforma ZOOM, dos horas por semana, Instituto dde la Cultura y las Artes, Cancún, Quintana Roo. Disponibles en YouTube con este enlace: https://www.youtube.com/playlist?list=PLOOto7Tr4g7IWZRngC2m_3zwvuTIrqE4H

Agosto 7, 2024 A medio siglo del fallecimiento de Rosario Castellanos. Capilla Alfonsina. Coordinación Nacional de Literatura. Sigue en directo la charla especial en honor a Rosario Castellanos. Acompáñanos y explora su impacto en la literatura. Una oportunidad única para reflexionar sobre su legado. Participan: Martha...

www.facebook.com.

https://www.facebook.com/share/v/nw26bULtQ6sooEGs/?mibextid=jmPrMh

“Martha Robles”, entrevista de Beatriz Saavedra para el Diario de Madrid, Noviembre 27, 2024. Entrevista a Martha Robles - https://www.eldiariodemadrid.es/articulo/critica-literaria/entrevista-martha-robles/20241127090423084011.html?utm_medium=social&utm_source=whatsapp&utm_campaign=share_button

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Enero 16 de 2025, Alfonso Reyes y el exilio, Ateneo Español de México, A.C

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