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Martha Robles

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Alfonso Reyes, su cortesía

November 21, 2024 Martha Robles

Fue el azar lo que me condujo a Alfonso Reyes. Cuando estudiante, nunca escuché a nadie hablar de él, en la UNAM: demasiado enajenados en la Facultad con las “bondades” de la Cuba de Fidel, el estalinismo y la “revolución cultural” de Mao y sus “4 magníficos”. Los de la “izquierda” (en singular), eran en mayoría groseros: discriminaban, insultaban, irrumpían a mitad de las clases, “boteaban”, tomaban las instalaciones y se creían dueños del Santo Grial. En suma, un caos. En la mejor tradición de la “Casa de Estudios”, cada uno sacaba -o no- la carrera a su manera. Yo, trabajando y leyendo de la noche a la mañana.

Como siempre ocurre, una lectura llama a otra. Así el párrafo o el autor que, por misteriosas afinidades, nos lleva de lo menos aparente a lo más perdurable. Hay frases-puente que, sin sospecharlo, nos llevan a donde queríamos estar. Así mi encuentro con La crítica en la Edad Ateniense.  Para mi precaria idea de Grecia, antes de los veinte de edad,  el hallazgo no fue lo más recomendable, pero me atrapó desde la primera página. Lo que siguió sería frecuentar sus Obras Completas: ir y venir inseparable de mi biografía intelectual, con simpatías y diferencias implícitas.

A la cabeza de nuestras diferencias destaco su trillada “cortesía”, que tanto se pondera. Tal conducta me parece cursi, obsequiosa, carente de sinceridad y reveladora de las imposturas masculinas de más de una generación. Al leer “Reyes y Ortega” en Cruce de caminos, de Gastón García Cantú, confirmé mi repudio a esa actitud horrorosa que se confunde con comedimiento. Nada más falso y alejado de la naturalidad. Volví a sentirme del lado de Ortega y Gasset al releer su correspondencia, a propósito del desaguisado en relación a las respectivas conductas española y mexicana o, dicho de otro modo, con respecto a la soberbia española y los agachones americanos.

Desde 1914, Ortega fue una ayuda invaluable para el Reyes desvalido y recién llegado a España: lo incorporó sucesivamente al semanario España, después a El imparcial y finalmente a El Sol, en cuyas páginas también colaboró Martín Luis Guzmán. Tarde o temprano, sin embargo, tendrían que surgir las desavenencias entre dos temperamentos, dos modos de entender y participar en el mundo y dos lenguajes disímiles: directo el filósofo, complaciente y lisonjero nuestro escritor. El caso es que el disgusto entre ellos se prolongó durante décadas y la secuela alcanzó una entrevista a Ortega, en Madrid, del corresponsal Armando Chávez Camacho, publicada el 15 de septiembre de 1947, en El Universal. El desaguisado comenzó a propósito de la novela de Pío Baroja, Juventud, idolatría, de la que Reyes, al comentarla en un artículo, destacó (quizás en 1922) una frase que enfatizaba el antiguo desdén español por los americanos. La cuestión es que entre dimes y diretes, le salió el complejo del colonizado a nuestro sagrado Reyes y lo soberbio al español quien, al referirse al “montón de tonterías” del mexicano, los llamó gestecillos de aldea.

Anécdota aparte, de la que no me ocuparé, la reacción del Reyes que desde 1938 ya residía en México tras 21 años de vida diplomática, parece confirmar más que negar “la injuria” de Ortega. A pesar de sus frecuentes lamentos sobre la falta de reconocimiento en su tierra, el prestigio de Reyes era un hecho consumado. Además de su obra, lo encumbraba su diligente gestión en favor del exilio español. Agréguese su participación al fundar la Casa de España, ahora Colegio de México, para acoger a los más connotados y, de paso, contribuir al enriquecimiento de la cultura mexicana, que sin duda y con creces se logró. Reyes, por consiguiente, ya era don Alfonso cuando aparece publicada la entrevista. Como sería de esperar, por todos los medios aparecieron artículos y comentarios contra  el Ortega “enemigo de la inteligencia americana”. Aun el propio Eduardo Nicol escribió lo inaudito: “Ortega no es un filósofo sino un sofista”.  José Gaos, José E. Iturriaga, Leopoldo Zea, Wilberto L. Cantón…  En fin, que llovieron panegíricos en favor de Reyes cuando grandes, medianas y afiladas voces se sumaron para denostar a un Ortega que, lisa y llanamente, hizo mutis y por igual ignoró a transterrados  y a “mexicanos notables”.

Ávido de rectificación o acaso de satisfacción,  pasados tres años -en 1950- don Alfonso sigue con la necedad de escribirle cartas obsequiosas a Ortega y Gasset, ahora citando recuerdos en nombre de una supuesta amistad. Estaba más urgido que decidido a ser atendido. Como sería de esperar, sus misivas quedaron sin respuesta, por más que las mandara por correo certificado: Ha pasado el tiempo. Mi herida ha cicatrizado, y cada vez me convenzo más, cuando le releo a usted,  cuando lo recuerdo, que algo superior a las tristes contingencias de nuestra época me tiene atado a su simpatía. Dígame usted que la corresponde, o -siendo usted quien es- tendré que desesperar de los hombres. Yo no le hago a usted ninguna falta, pero usted a mí -no tengo el menor empacho en declarárselo- me hace falta como parte del conjunto armonioso, del orbe de ideas y emociones en que aliento.

¡A ver, José, una palabra, una palabra suya que nos ponga a ambos por encima de tanto error, de tanta miseria como nos circunda!.

García Cantú recordó que, a la muerte de Ortega, Reyes lamentó su perdida en otro texto que aún considero indigno. Inclusive, preferiría no haberlo leído. Si el desdén orteguiano no me sorprende ni tendría por qué suponer que le simpatizara el carácter del mexicano, la necia desmesura de don Alfonso, desde mi perspectiva, acusa sometimiento y más leña al complejo del vencido. Creo que es hora de poner en tela de juicio esa supuesta “cortesía” que pretende enmascarar el sentimiento de inferioridad que de tantas maneras -aun en su expresión más violenta-, tanto daño nos sigue causando.

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Santa Muerte

November 8, 2024 Martha Robles

Los evangelizadores se cansaron de comprobar que ni palos, diablos o amenazas de fuego eterno podían contra la “idolatría” de los naturales. Para tercos, terco y medio; pero el avezado fray Diego Durán no tardaría en advertir que los bautizados eran más taimados que cristianos. A la voz de “lo que mande su merced”, en vez de abolir sus creencias las mezclaban a lo ajeno, empezando por la cohorte de santos y advocaciones marianas. Para desencanto del clero, en el inevitable sincretismo perdurarían rasgos -inclusive oscuros- en el alma de los nativos. No que  fueran mejores personas los colonizadores ni que su religión trasmitiera sabiduría y justicia, es que para ellos sólo había un credo, una sola idea de lo humano y un Dios único y verdadero. Por distinto e incomprendido, lo demás había que abolirlo para que los vencidos asumieran su situación de supeditados a las normas del amo.

Por muchas causas -y no solamente religiosas- españoles y criollos consideraban inferiores y chapuceros a los naturales. Entre tantos repudios que impidieron consolidar una identidad mestiza capaz de superar el complejo del vencido, los dominadores no podían tolerar que “adoraran lo grotesco y demoníaco”. No encontraban virtud ni sentido estético en nada. Temblaban de horror frente a Cuatlicue, “la del faldellín de serpientes”, en cuya dualidad cabían los principios de la vida y la muerte.  No se diga del respeto que se profesaba por Mictlantecuhtli, Señor de la Muerte, cuyo aspecto descarnado ilustraba la importancia de su macabra intervención, con su esposa Mictecacíhuatl, en el destino de los antiguos mexicanos.

Desde el siniestro Tzompantli, donde se colgaban las calaveras para honrar a los dioses, hasta cualquier variedad de máscaras, pinturas y piedras con esqueletos labrados, la muerte en todas sus expresiones es inseparable de la mentalidad y la religiosidad de nuestros antepasados. Entre burlas, veras, ironías y miedo enmascarado, la popular Catrina de José Guadalupe Posada no  es por ello casualidad cultural, sino resultado del sincretismo alojado en el inconsciente colectivo.  Es tal el culto a la Muerte que lo raro habría sido que no evolucionara como espejo social.  La devoción por una típicamente mestiza Santa Muerte no carece de fundamento: en esencia, conlleva la dualidad originaria  como protectora-destructora y administradora de la vida y la muerte.

Enmascaradas o no, las creencias y el sentimiento de lo sagrado reflejan el carácter de su  feligresía. Respecto de la Santa Muerte predomina una fuerte influencia popular en el enredo de devoción y supersticiones  con el catolicismo local. Su reputación no desmerece ante las costumbres del día de muertos; tampoco con la actitud que se guarda con la muerte en sí o las peculiaridades funerarias. Patrona de criminales, migrantes, “mojados”, narcotraficantes, prostitutas, delincuentes, políticos, comerciantes y cuanto individuo o “colectivo” simpatice con los negocios del inframundo, la Santa Muerte no se limita a ser honrada en nichos callejeros ni en altares domiciliarios porque su creciente complejidad como religión organizada nos sorprende hasta en pormenores.  Es tan poderosa su visibilidad que no podemos menospreciarla ni tomarla a la ligera porque, inclusive a nivel internacional, goza de una gran credibilidad.

Hay que ver la monumentalidad de su figura en Tultitlán, a las puertas de su templo, para  calcular cuán lucrativa es su supremacía. Protectora del más allá y de naturaleza dual, como los señores de Mictlán, no se trata de un culto pobre ni desestructurado: tiene doctrina, prelados, accesorios, liturgia y muchos y enormes templos.  No existe barrio, casa, calle en el centro de México ni plaza popular desprovista de santuarios tan surrealistas como Ella misma: calaca barrocamente ataviada con túnicas y tafetas coloridas, exvotos y abalorios exagerados con luces de neón… Sentada o de pie, sus nichos se llenan de rogativas escritas, guirnaldas de papel y muchos, muchísimos tributos en especie, especialmente dólares. Guardiana de las “putitas chiquitas” y de los atribulados de la noche, inspira una religiosidad sombría y ceremonial que sin duda se explica porque nos viene de lejos.

Me pregunto a qué espiritualidad se vincula un esqueleto consagrado que no reconoce clases sociales. Su disponiobilidad es absoluta para quienes buscan favores, protección y justicia. Los “mojados” se encomiendan a Ella al aventurarse “pal otro lado”. Meten billetes por la ranura de sus nichos y hasta los asesinos, con las manos ensangrentadas, se inclinan ante “su Santísima Muerte” con la humildad del desamparado. Nadie se atreve a robar el montón de dinero acumulado.  Gloria bendita y guardiana también de comercios, lupanares, reclusorios y lo que se vincule al lado oscuro, es impresionante observar cómo proliferan capillas, sagrarios domiciliarios, hornacinas y hasta estampas, imágenes de bolsillo e infaltables y surrealistas reliquias. Ni un pelo escapa al control de diáconos, oficiantes, guardianes y ritos litúrgicos que atraen a la muchedumbre hasta donde la Parca sienta con más saña sus reales.

Imposible negar que en nuestro México subyace el misterio. Estamos llenos de extravagancias, aunque estemos incapacitados para comprenderlas.

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Pobre, muy pobre democracia

October 30, 2024 Martha Robles

“Un abuso de la estadística y nada más”, leemos en El palabrista de Borges. En el extremo opuesto tuvo razón Popper al asegurar que ningún otro modo de gobernar, hasta descubrir y probar algo mejor, supera a la democracia: aunque imperfecta, habilita un tipo de sociedad abierta; es decir, un orden basado en el respeto irrestricto de los derechos humanos, con poderes representativos, tolerancia, equidad con las minorías y, en suma, un Estado con la máxima igualdad contemplada en las leyes, donde los límites de la libertad y sus beneficios sean los mismos para todos: justo lo que más detestan en México los feligreses de López Obrador, ahora concentrados en abolir para dominar el de por sí precario Poder Judicial y cuanta institución se aleje de sus dominios cerrados.

Como corresponde a los ideales, el de la democracia moderna es guía y meta a alcanzar. Sus logros, limitaciones y posibilidades revelan el carácter de la sociedad que asimila, combate o se aleja de un orden social abierto y sin confrontaciones radicales. En ese aspecto -por oposición- debe entenderse el juicio de Borges, pues su experiencia correspondió a la de países que, como los nuestros, arrastran el infortunio del abuso de poder. Conoció las consecuencias del dominio dictatorial y de la injusticia acompañada de inequidad y corrupción descontrolada, lo que explica su ironía respecto de nuestras “democracias” o simulacros de democracia.

 Calificado de reaccionario, conservador y cuando adjetivo lanzan correligionarios de las supuestas izquierdas que no acaban de definirse, nadie podría negar que el argentino sabía lo que decía al escandalizar con esta certeza: “la democracia es buena quizá para los países escandinavos, pero no para los latinoamericanos”. A generaciones de víctimas de malos y peores gobernantes (sin distingo de ideología), nos consta que hay demasiada incivilidad en el dominio personal y absoluto e igual complacencia en los gobernados. Este fenómeno se complementa con instituciones débiles, carencia de educación  política, casi analfabetismo mayoritario, tambaleantes clases medias y poderes legislativo y judicial supeditados, inviables y manipulados por el Ejecutivo y/o la facción en el poder.

Sea por el complejo del vencido, por el sentimiento de derrota, por karma, castigo bíblico, estigma, pobreza cultural o -como aseguran los sabios- porque las antiguas colonias están condenadas a su autodestrucción sucesiva, no podemos negar que desde sus independencias, acá se cae hasta en el surrealismo con tal de evitar la formación de gobiernos justos, aptos y confiables.

Décadas pasan y sigue sin respuesta la misma pregunta: ¿por qué los latinoamericanos en general y mexicanos en particular no superamos la postración? ¿Por qué consagrar a mandamases de quinta que van y vienen ondeando banderas redentoras? ¿Qué hay en estos pueblos que no se superan a sí mismos ni dejan de tropezar con las mismas piedras? No encontramos nada benéfico en la irracionalidad de MORENA. Nada en quién ni en qué confiar: ni en el perfil medio de sus miembros, ni en su falta de programa abierto y a la altura de las demandas nacionales; tampoco  en su ausencia de ideario. Vaya, que MORENA es el perfecto ejemplo del mandato de un solo hombre, su jefe y guía. Nada positivo se espera de su empeño por destruir toda forma de pensamiento crítico, toda expresión distinta a sus intereses y cualquier logro institucional, individual o social encaminado a la apertura social, indispensable para la verdadera democratización ciudadana.

En suma y sin que falte la socorrida demagogia, la “democracia” es la roña que infla urnas y trasmuta en abuso, complicidad en contubernio y corrupción. Al ganador se le cuelgan atributos mesiánicos: el gran salvador, buena persona e inclusive inteligente y hasta culto  -¡qué suerte la nuestra!-, ahora un gobierno con faldas e invariables prejuicios. Luego, la magia de perpetuar la muchedumbre vociferante que adora al buey sagrado, aplaude el retroceso y  consagra una y otra vez, el poder absoluto afianzado por los “hampones democráticos” a los que se refirieran tanto Borges como Popper.

El panorama político de Latinoamérica y el Caribe no es alentador.  El poder personal y absoluto es una tentación demasiado arraigada y superior a la urgencia popular de hacer valer derechos y libertades. Enfermas de populismo y exceso de devoción, las ideologías no desaparecen, sólo cambian de atavíos y añaden artimañas para impedir un desarrollo sostenible sobre las bases de la separación de poderes y el combate a la criminalidad. 

En tanto y la educación sea tan precaria como la justicia y la complicidad con la delincuencia organizada; mientras exista impunidad y se siga mirando a otro lado ante la brutalidad de los narcos; si se sigue engañando con la impostura de una “normalidad” que nos deja la cara roja de vergüenza  y  si la actitud popular continúa tan precaria como el Congreso, no hallaremos nada alentador en el Estado mexicano. Para avanzar y transformarnos otra y actuante debe ser la exigencia social, otra la actitud respecto de nuestros derechos y obligaciones y otra la voluntad de ejercer la crítica, fomentar la cultura e insistir en que el único poder respetable y deseable es el poder electivo del pensamiento educado elevado a logro democrático.

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Sin modelo de país

October 10, 2024 Martha Robles

Imagen creada con IA para este blog

México no está preparado ni al Poder se le ve intención de prepararse para enfrentar y subsanar los inmensos  problemas que padecemos: violencia, inseguridad, pobreza, ignorancia, desigualdad social, justicia, vivienda, salubridad, cambio climático, creación de empleos, desarrollo agrícola, inmigrantes y emigrados, infraestructura, vivienda… Aunque las prioridades son evidentes, el grupo dominante no puede ni quiere actuar con responsabilidad, madurez ni inteligencia política en bien de los gobernados. Los desafíos globales contrastan nuestras deficiencias científicas, tecnológicas, ecológicas, etc.; y a pesar del atraso ostensible, el Gobierno no define un modelo de país ni existe ningún plan para disminuir las tensiones internas y externas.

La improvisación ha sido santo y seña de la historia mexicana. Es un estigma enredado al “estilo personal de gobernar”, afianzado desde Santa Anna y viciado hasta el caprichoso individualista López Obrador. El que llega inventa el mundo y se encumbra aborreciendo al pasado.  Antes, el presidente-de-llegada solía destruir al antecesor, pero la fidelidad a su preceptor de la actual (vice)presidenta, la aparta de la tradición. Esta supeditación afecta lo urgente y necesario: gobernar para hacer del país una verdadera república democrática, con instituciones y poderes modernos, inclusivos y al servicio de las mayorías que deben educarse y participar para igualarse hacia arriba, en vez de ser carne de engañifas, paliativos y demagogia populista.

Carecer de modelo de país y de ciudadanía es mal indicio. En este mundo convulso debemos aplicarnos a ser demócratas y procurar un crecimiento civilizado, con progreso equitativo y pacífico hasta lo posible. Para desgracia del futuro inmediato, no se vislumbran cimientos ni estructuras, tampoco instrumentos culturales adecuados para activar -transformándola- esta complejísima población multirracial de más de 130 millones de habitantes que gastan la vida confrontándose entre sí.

Indicar hacia dónde, el cómo, el para qué y con qué recursos es inaplazable. Se debe aprovechar el capital intelectual de los mejor preparados en vez de combatirlos o denigrarlos. Concentrarse en la salud física, cívica y mental de millones y millones de niños y jóvenes que deben alimentarse adecuadamente y aprender a cuidar de sus cuerpos, de su entorno, de sus relaciones y de su mente. Insistir en la enseñanza y divulgación de las artes, las ciencias y la tecnología para vivir mejor en vez de sobrevivir miserablemente. Respetar la separación y funcionamiento de los poderes de la República. Combatir la impunidad, el encubrimiento y la complicidad delictiva; en fin, que por donde busquemos da la impresión de que todo o casi todo está por hacerse y/o corregirse de raíz, lo cual indica, en términos de la teoría del orden y el caos, que se requiere un inaudito esfuerzo material, político, creativo, económico y mental para emprender la hazaña de mitigar el tremendo desperdicio de energía que explica nuestra situación desventajosa.

Con asegunes y balanceos, “el compromiso social de la Revolución” fue guía durante décadas de los mal calificados “gobiernos de la Revolución”. Como todo ideal, los multimancillados artículos considerados esenciales de la Constitución de 1917 (1, 3, 27, 123 y 130)  servían de algo parecido a “modelo para armar” o guía para salir (alguna vez) si no de la postración ancestral, al menos del caos arrastrado del siglo XIX: siglo que no conoció estabilidad ni justicia desde la Independencia, la “entronización” de Iturbide y la subsecuente presidencia de Guadalupe Victoria, hasta la dictadura de Porfirio Díaz. Con razón consideran algunos historiadores que nuestro siglo XX en realidad comenzó en 1910, con el estallido de la revuelta armada y se definió en 197, con la Constitución. Como todo ideal, incluida la etapa de la cultura del esfuerzo ahora abolida, los sucesivos gobernantes destruyeron el dicho “compromiso social” a cambio de fomentar el caos, el invidualismo y más improvisación en el casi eterno proceso de construcción del Estado.

En suma, sin una sociedad civil sólida y actuante para abatir tantas presiones internas y externas es imposible acabar con los vicios sociales, económicos, judiciales y políticos que han alcanzado tan alto nivel de degradación. Sociedad capaz de exigir educación de calidad, salud pública, diplomacia razonable, justicia, transparencia y rendición de cuentas de los servidores públicos. Sociedad apta para cuestionar, criticar, exigir y modificar políticas públicas. Sociedad suficientemente educada para deliberar y exigir procesos límpios y auditables. Sociedad participativa y solidaria para descentralizar las funciones pertinentes y apoyar economías sostenibles y modernas. Sociedad conciente de lo que significa ser el núcleo del Estado que la dota de sentido. Sociedad, en fin, responsable y que en verdad sepa que los gobernantes son servidores no sujetos  entronizados a quienes de manera vergonzosa el “pueblo” trata como figuras divinizadas.

Ser pues ¡y ya por favor! una República digna, porque motivos de vergüenza ya tenemos  demasiado.

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El estigma de Emma Bovary

September 26, 2024 Martha Robles

Gustave Flaubert

Gustave Flaubert no era Mme. Bovary, pero trató su insatisfacción existencial  con tal agudeza que legó un prototipo de la frustración del clasemediero  contemporáneo. Con modalidades que no cesan de multiplicarse, el detonador del “Bovarismo” fue la necesidad de una joven que, por aburrimiento, quiso convertirse a cualquier precio en el personaje idealizado. Por las novelitas rosas que leyó con avidez adolescente en su Normandía natal, elaboró un artificio de refinamiento, lujo, privilegios, banalidades y complacencias, en cuyo centro sobrevaloraba con envidia y fascinación a sus objetos del deseo. Desde su impostura, anhelaba ser admirada y querida. Destacada entre los clásicos de la literatura, la novela de Flaubert (que tantos sentimientos contradictorios provoca) nos permite reconocer formas diferentes de materializar y compensar riesgos del auto engaño: tendencia tan frecuentada en nuestras economías de consumo que sin dificultad se legitiman los estímulos tramposos que exhiben a los ricos, timadores y famosos como modelos idílicos de éxito y felicidad.

Cuando el prestamista llamó a cuentas a Emma, fueron cayendo fantasías y simulaciones como fichas de dominó.  Descubierta y humillada, ella no supo qué hacer con la realidad. Se sintió ahogada y sin sentido. En su vaciedad, ingirió arsénico para acabar con su vida. En eso se funda el drama originario: en pretender ser otra, alguien ajeno a la propia experiencia y a expensas de los pobres diablos a los que se entregaba creyéndolos superiores.

Negar lo posible por la supremacía de lo idealizado es uno de los males de nuestro tiempo. Se ha generalizado una suerte de esquizofrenia inducida por la publicidad, el consumismo, las alfombras rojas, las pasarelas de moda inaccesibles para el común de los mortales y las expectativas falseadas. Inclusive en política todo se vale al anteponer la confusión como triunfo sobre el destino. La supremacía de la farsa invalidó la cultura del esfuerzo y la búsqueda de equilibrio, inclusive en el medio ambiente.   Sobre su utilidad, también las redes sociales, el cuento del dinero fácil y los medios de comunicación exageran la preponderancia de lo frívolo en detrimento de lo real: justo lo que, a mediados de un siglo XIX saturado de tensiones, alimentaría la avidez insaciable de Emma Bovary de una vida glamorosa, llena de lujos, trivialidades y emociones intensas que la llevó a prefigurar una imagen teatral de sí misma para ser vista, amada y sobre todo admirada.

No hubo grandeza en el perturbador romanticismo decimonónico que inspiró suicidios emblemáticos y muertes de amor como el Werther de Goethe, doña Inés de Zorrilla o el despecho fatal del propio Manuel Acuña.  Parteaguas entre dos tiempos, la Emma de Flaubert rompió el molde de exaltación y pasiones desesperadas al significar el conflicto de la impostura, agravado por la quimera del progreso. Tras escribir páginas mediocres y títulos por encargo, Flaubert tuvo el acierto de atreverse con las apariencias para simular prestigio. Aunque fueran familiares las figuras del fracaso de la vida, en 1857 su Emma Bovary provocó un inmenso escándalo al dejar al descubierto el lado oscuro de la verdad femenina. Que reinventó lo que con más o con menos supo que sucedió, afirmó. El caso es que, inmersa en su fantasía, la joven esposa del médico sin aspiraciones aborrece su realidad, pero carece de medios para vencer el tedio no solo por la brutal supeditación femenina universalmente documentada, también porque hallar fisuras liberadoras se cuenta, todavía, entre las hazañas de la historia.

 Emma personificó, además, el desencanto teñido de humillaciones, deudas, vergüenza y desesperación  que visibilizó la derrota de una voluntad que se negó a repetir la condena de ser ignorada. Condena que se adquiría con el acta de nacimiento. Algunas se rebelaban a sabiendas -o sin saber-, que ser señaladas de locas o putas sería lo menos que les aguardaba al aventurarse con lo distinto.   Una que otra desobediente, picada por la curiosidad de la juventud, se atrevía a asomarse a lo prohibido, pero metía la cabeza al presentir los primeros tortazos. De regreso al redil, cumplía con lo que se esperaba de ella: asumirse invisible y útil con la constancia de matrimonio. Con el cambio de estado, lo demás se daba por descontado: ser sombra del marido de puertas afuera y dócil sierva  muros  adentro. Otra fatalidad aguardaba a las Emmas Bovary y Anna Karenina que confiaban en los amantes, como si por ellos y con ellos accederían a otras maneras de ser. Se consideraba ejemplar el destino de las más abnegadas y repudiables a las transgresoras que querían para sí independencia, conocimiento e ideas. De generación a generación se trasmitía el listado de lo prohibido y lo permitido con la certeza de que nada cambiaría y que sobrellevar desencantos, frustraciones y diferencias era parte del estigma de las esposas. Con buena disposición e inteligencia para vivir irían aprendiendo a disfrutar  ventajas de su condición. “Las cosas, decían las abuelas, son como son y no somos nadie para venir a cambiarlas”.

En suma, unos prueban la oscuridad y otros nacen en ella. Es el destino. En cualquier caso, la sombra habla y cuenta historias. Lo misterioso ocurre cuando el deseo insaciable de vivir una ficción paradisíaca genera tensiones y hay que elegir una de dos posibilidades: plantar al soñador en la realidad al demostrar que no hay aspiración sin límites o ceder a lo ilusorio creyendo que la expectativa basta para llenar el vacío emocional y/o existencial.

Lo cierto es que, condenadas al equilibrismo, las mujeres no hemos sabido o podido crear un personaje literario que siquiera iguale el estigma de Emma Bovary. Tampoco hemos vencido las ataduras enajenantes, solo las hemos modificado. Supeditadas a estándares de belleza e inclusive a imposturas de conducta individual, sexual, profesional y social, hemos discurrido vocabularios más o menos sofisticados para nombrar la realidad y acostumbrarnos a ella. Aún carecemos de remedios para la frustración y para creer que hemos superado las causas del desaliento que perviven, en todo tiempo y geografía, en la demostración de que las expectativas más altas chocan contra el fracaso de la vida.

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Las Torres: el atentado del siglo

September 11, 2024 Martha Robles

Fotografía de la BBC publicada en la Web

Fue el rayo, otro infierno. La mañana estaba fresca.  La luz de los otoños tempranos avivaba la mente y los sentidos. Miré la fecha: 11 de septiembre de 2001. Por una rara intuición, aún inexplicable, encendí la CNN en el televisor. De pronto, lo insólito: un avión comercial contra una torre. Nubes de humo. Pasmo y dudas como ráfaga.  Terrorismo, pensé. Quizá accidente, repetía una incrédula voz masculina que no imaginaba que “los otros”, en su país, se atrevieran con tales ataques monstruosos. Al punto, un segundo avión y más destrucción; llamas, derrumbe y el comienzo de escenas apocalípticas. En minutos, gente lanzándose al vacío. Gritos, cuerpos encenizados como zombies, ambulancias, ”sirenas”, cascajo  e indicios de muchos funerales. Percibí una extraña mezcla de silencio y rebumbio envolviendo imágenes que se tatuaban en mi alma. Era el dolor; dolor absoluto. Dolor en estado puro. Dolor traído de tan lejos y teñido de desesperación que recordé sufrimientos/pares: las víctimas de la Inquisición y la inaudita crueldad de la contrarreforma; los empalados de Goya del fatídico 8 de mayo en el Madrid invadido por los franceses; ni qué decir del Holocausto y de tantos, tantos más que retumbaban en mi memoria confirmando que el Hombre es lo peor y mejor de toda la creación.

Con la muerte en el eje, los atentados cortaban el mundo en dos. Siguió lo que siguió…

Siglos y milenios tienen sus fechas cifra. El ataque terrorista contra las Torres Gemelas de Nueva York es la de un siglo XXI que no cesa de exhibir alcances ilimitados de la crueldad. Siglo duro, éste, que en todos los rumbos siembra datos del humano desprecio por la vida. Se desencadenarían otros ataques horrorosos en muchos países, pero los de aquel martes de septiembre en Nueva York, además de fechar una nueva etapa mundial, cambiaron radicalmente nuestras vidas, empezando porque cobramos conciencia del poder invisible que afecta nuestras maneras de ser y comportarnos.  Entre varios síntomas sociales que  favorecieron la criminalidad saltó a la vista cómo, sin saber ni fundamentos, aumentó la popular inclinación a opinar sobre lo grande y lo pequeño. Un batallón de ignorantes encumbrados en la tv impuso la costumbre del bla bla bla, como si llevara la verdad entre los dedos. En la actualidad, empeñada en demostrar que “el valor” del siglo es la estupidez aplaudida como conquista política, nos atosigan los opinólogos en todos los frentes.  

Al margen de pormenores y pormayores (cuya lista es inabarcable), lo cierto es que el pasado perdió significación. El ayer  se fue borrando  desde aquella mañana fatídica, quizá porque la economía consiguió que la velocidad y lo efímero se nos metieran al cuerpo.  Se dio por sentado, además, repetir tantas brutalidades que inclusive a nuestro alrededor la violencia se convirtió en la única compañía asegurada de los días. Agréguese la inmediatez de la web, que trasmite al detalle crueldades tan extremas como las cometidas en Gaza, en Irán contra las mujeres, en Nicaragua contra cualquiera que vea feo a los tiranos monstruosos, en el continente africano inclusive contra la mismísima tierra ya tan herida o aquí en México, para no ir más lejos, donde crímenes, injusticias, abusos, agresiones, insultos, desapariciones y tropelías consensuadas consiguieron eliminar la sensibilidad, el poder sanador del lenguaje y nuestra capacidad de conmovernos.

Fiel a las señales del destino, comencé a inquirirlo entre nombres y datos vinculados a Al Qaeda. Una y otra vez confirmo la lección de los sabios que nos antecedieron: “todo tiene que ver con todo”.  Convencida, pues, de que inclusive la historia tiene sus leyes, seguí huellas del espanto en Afganistán y la expansión de la intolerancia islamista…  Sin embargo, la velocidad con que se iba imponiendo en lo social, religioso y político el fundamentalismo ensombrecía imágenes, no menos dramáticas, de fenómenos alternos  tan trascendentales como las migraciones masivas, el peregrinaje del hambre,  las nuevas tiranías y un generalizado imperio de la violencia. De pronto me di cuenta de que pensar en lo que sigue nos deja sin aliento a casi todos y que para los más, por eso, es más sencillo renunciar al pasado, con todo lo que implica la negación de lo que ha sido.

Lo tremendo explica por qué se impone con tanta fuerza la sensación de transitoriedad. Presas de tan diversa injusticia también las religiones se van desacreditando. Nadie mejor que el Papa Francisco sabe que hasta su Iglesia, hoy, es incapaz de combatir el sentimiento de fracaso de la vida. Es el miedo; miedo absoluto, sí, porque se teme más al sufrimiento y a la pérdida de la libertad que a la muerte. El miedo nos dirige como motor del porvenir sombrío. A pesar de la confusión, son evidentes los cambios que trajeron consigo los atentados, empezando por el lenguaje y signos del apocalipsis tantas veces anunciado.

En las entradas de mi diario de aquellos días, encuentro esta reflexión de Pessoa y vuelvo a estremecerme:

Cuanto más hondamente pienso, más

 profundamente me descomprendo.

El saber es la inconsciencia de ignorar…

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Pliar Donoso. El riesgo de los diarios

September 4, 2024 Martha Robles

Pilar DEonos con su padre Jsé Donos. Fotografía sacada de la web.

Las vidas de escritores, intelectuales y artistas suelen estar lejos de ser idílicas. Su talento, su presencia social y capacidad creadora los hacen más observados y escudriñados que los demás. Sus neurosis no son mejores ni peores a la media, pero al ser objeto de curiosidad el ojo público exagera, inventa o disminuye a discreción defectos y cualidades.  No es infrecuente que quienes tienen el don de crear lo que la mayoría no hace ni puede hacer tiendan a enmascararse “para no ser descubiertos”. En el mejor de los casos, sin embargo y a pesar de que se procure no dejar huella de lo más íntimo, tarde o temprano alguien o algo saca a la luz su parte oculta. Así resulta que detrás de la obra, frente a ella o a pesar de ella aparece un hombre o una mujer con bajezas y virtudes. Al biografiarlos o publicar sus diarios nos enteramos de que el Fulano de tal era un desajustado y manipulador espantoso dentro y fuera de su coto domiciliario o, en raras ocasiones, todo lo contrario: un cartujo casi sabio, cuyo talento lo obligó a aislarse para sobrevivir.

Descubrir al autor más allá de su obra es una tarea compleja que compromete tanto al que se atreve a investigarlo como al sí mismo que confiesa lo inconfesable en memorias, diarios o autobiografías. Además de dejar a vuela pluma los fantasmas, el manuscrito íntimo actúa como escritura automática o libre asociación que, inconsciente o no, evidencia más la fragilidad que la fortaleza. No obstante los riesgos, el escritor de raza no puede sustraerse de la tentación del cahier, su dialogante y confesionario. Es su taller/espejo y extensión del pensamiento: de ahí el peligro de ser leído por hijos, familiares, parejas, amantes, amigos, enemigos o colegas que se topan de frente con un infierno que los alcanza de punta a punta. Así la historia negra de José Donoso.

Siempre hay un testigo u ojo avisor que descubre el revés y derecho de un carácter. Donoso no solo no escondió su lado oscuro en las páginas del diario, también entintó sus demonios y contradicciones con impudicia. Trasladó el yo mero al papel  y detalló su montón de tormentos, la sempiterna falta de dinero, envidias e inseguridades que lo quemaban y mucha mala leche y peores humores. Lanzó juicios horribles sobre los más cercanos o más lejanos. Detalló sus miedos y debilidades, pero nunca dudó de su verdadera pasión: la literatura... Tocado por el apetito de eternidad, vendió diarios y papeles a la universidad de Princeton, lo que indica que al entregar “sus secretos” no ignoraba que sería descubierto por biógrafos potenciales. Biógrafos inclusive elegidos de antemano, aunque en un párrafo aterrador predijo que, al leer sus diarios, su hija Pilar se suicidaría.

Esto viene a cuento por haber leído sin parar Correr el tupido Velo, de Pilar Donoso. A la muerte del padre en diciembre de 1996 y unas semanas después también de la madre, la hija y heredera comienza a levantar el tupido velo de una conflictiva relación familiar y más conflictiva realidad del célebre escritor chileno. No que ignorara que había sido adoptada en Madrid desde recién nacida, es que al atreverse con la lectura de unas 700 páginas, más las respectivas de la madre y un buen número de cartas y papeles, “Pilarcita” se zambulló en un pozo sombrío, laberíntico y tan tremendo que ya no pudo salvarse de sí misma, ni de su pasado, ni de la demoníaca profecía del padre, que fatalmente habría de cumplirse.

La lectura me provocó a mí y a toda mi familia un terremoto emocional mayor, un cataclismo. Me costó la soledad. Me separé (de su primo Cristobal Donoso) después de veinte años de buen matrimonio, y mis tres hijos se fueron con su padre. Tuvimos una mala separación, confesaría una afligida Pilarcita a La vanguardia, en noviembre de 2011, a propósito de la publicación de su libro. Pilar Donoso creció entre libros, escritores, mentes brillantes, contradicciones y discusiones intelectuales. Su mundo estuvo hecho de ideas, viajes y palabras. Ella nació en Madrid, en 1967, cuando los protagonistas del Boom se convertían en campeones de una izquierda esperanzadora, vanguardistas de “la nueva literatura” y portadores del sagrado lenguaje que habría de redimir el complejo del vencido en Latinoamérica y, en España, la mancha de la dictadura franquista.

Murió a sus 44 años de edad. La hija adoptiva que adoró y repudió el autor de El obsceno pájaro de la noche,  hizo lo que nunca debió hacer: buscar al padre especialmente en lo proscrito para ella. Escribió Correr el tupido vuelo y el arrepentimiento la devoró. Acabó empastillada, encerrada en sí misma, atrapada en su pasado y su presente. Acabó destruyéndose y lastimando de por vida a su marido y a sus tres hijos. Los hijos son hijos.  No  tienen por qué separar la verdad ficticia de la ficción verdadera; tampoco establecen cercos de protección entre lo imaginado, lo disfrutado y lo padecido en el pozo íntimo de un escritor atormentado. Su padre era su padre: un dios y un demonio, al decir de los textos; tan querido como desconocido, tan cercano como lejano, tan atractivo como repulsivo.  Era el escritor que confesó varias veces su homosexualidad en las páginas. El que recibía premios y sufría crisis de pobreza y creatividad. Era el esposo que dependía y aborrecía tanto a su esposa Pilar Serrano como a sí mismo. Y la esposa, admirada entre amigos, era brillante, pero acabó alcoholizada a causa del repudio, del mal trato y la represión del macho majadero. Donoso era, en suma, el sujeto  que se reinventaba de puertas y portadas afuera y adentro se aislaba durante largos periodos de trabajo febril...

Yo misma he leído fragmentos de esos diarios y no he salido indiferente. Desde sus primeros títulos algo en él y sus historias me desagradó. Nunca conseguí que me simpatizara. Atrapada en su laberinto, entiendo que la verdad y el dolor llevaran a su hija Pilarcita Donoso a cometer suicidio: una tragedia colmada de indicios sin los cuales mal se podrían entender las costuras del Boom latinoamericano.

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Escribir sobre el padre: nueva tendencia

August 20, 2024 Martha Robles

Abraham, el patriarca. Imagen de Wikipedia

Es visible la fuerte presencia paterna en publicaciones publicitadas. Un par de libros con este tema llegó a mis manos… Y se me cayeron de las manos. En realidad, es más sugestivo pensar hasta dónde el hijo encumbra al padre en medios pequeños: apenas un pobre diablo con ínfulas. Dicho de otro modo: alguien que ni él mismo ni los demás saben quién es allí donde la mentira y la simulación se dan por sentados. De preferencia remontados al México más enredado del siglo XX, se nota la “naturalidad” con que el machismo se expresaba mediante defecciones asimiladas en complicidad.  La grosería era lugar común  y la probidad masculina rareza. Aun así, el Fulanito de tal era “alguien” reconocido públicamente. Para los hombres todo estaba permitido y hasta celebrado.  En tales dominios patriarcales los hijos crecían supeditados a esta idea falseada de autoridad. En suma, tales lecturas tienen menos de literatura que de sociología o antropología.

Reflejo de nuestro mundo convulso, da la impresión de que el yo del autor (a) inquiere y desvela al mal padre quizá para, muerto, afianzar la propia identidad al atreverse a mirarlo desde la raíz. La rareza es hallar un gran hombre entre las páginas o al menos al que si no es amado, siquiera pueda ser reconocido o respetado.  De preferencia ingratos, temidos, odiados o despreciados por su mediocridad, por sus aspiraciones incumplidas o sus bajezas, quienes trasmutan en personaje exhiben las miserias de nuestra especie: nada distinto del compendio de mezquindades y banalidades de la vida cotidiana que se suelen reservar al secreto; es decir, a lo que por vergüenza se calla y por conveniencia se oculta.

Hay que leer por asociación la enfermiza dependencia filial de la infortunada Anna Freud para descreer de la concepción psicoanalítica de la sexualidad y en concreto de lo femenino. Ausente o presente, no dudo de que el padre es identidad y norma, timón que aclara o confunde el rumbo. Diría inclusive algo tan tremendo como que el padre es destino. De los mitos y la Biblia en adelante se aglomeran ejemplos de su supremacía, con frecuencia feroz.  No somos las madres la columna existencial que sostiene y dota de rostro y carácter a la prole… No al menos como se ha pregonado.

Es el padre en primera instancia. Es el padre sea quién sea o no sea.  Siempre los padres y su símbolo del Poder se llevan de por vida como señal en la frente. Es Urano combatido por Kronos a su vez vencido y mutilado por el Zeus portador del rayo: devoradores que determinan el carácter de su estirpe. Engendradores monumentales. Gigantes a los ojos de la prole, de apariencia invencibles y al final, meros sujetos reducidos en el mejor de los casos por hijos intrépidos que se atrevieron con ellos. Las letras son el mejor testimonio de la naturaleza de la paternidad. Pienso en la complejidad de Thomas Mann, en la peculiaridad del padre de Marguerite Yourcenar, en Lawrence Durrell o en Joaquín Nín,  en Hemingway, en tantos más que le pondrían a Freud los pelos de punta. Incluidas desde luego la Biblia y las Mil y una noches, me pregunto por qué no vio el trasfondo titánico del patriarcado al crear el psicoanálisis. Me basta evocar a Zeus zarandeando en el cosmos de las greñas a su hija Atenea cuando ella quiso tomar una decisión por su cuenta.

Dios todopoderoso, el Padre… Creador absoluto de todas las cosas… Pienso en Abraham, dispuesto a sacrificar a su hijo para obedecer al Señor. Es Agamenón inmolando a su pequeña Ifigenia en honor de la diosa Artemisa para obtener buenos vientos…  Es Yalo ordenando matar a Edipo recién nacido por temor a la profecía. Es Heracles fuera de sí aniquilando a sus niños. Es Saturno devorando a sus hijos igual que a puños y en prosa, en verso o en las noticias del diario, millones de padres aplastan, venden, intercambian, regalan, mutilan y utilizan a las hijas a excusa de la codicia, la tradición, la Ley, las creencias o la invencible estupidez consagrada.

Otras maneras de ver y relacionarse se cultivaron en las letras del siglo pasado. Entre el poder, la amistad, las pasiones, las guerras, el orden social, la exploración histórica y crueldades de toda índole, los temas mejor logrados no pululaban con tanta obviedad alrededor del padre, sino en cambios dramáticos y reinos perdidos, como el austro-húngaro, que arrojarían una buena cantidad de autores y obras mayores. El padre  remonta ahora su ancestral significación. Reaparece quizá a partir de que, agitados por el individualismo y las grandes reivindicaciones, el yo femenino o masculino tambalea y siente la necesidad de establecer “nuevos lugares” o referentes en el desorden imperante.  En tal aspecto, de pronto el mercado de libros se constituyó en espejo de intereses individuales y/o colectivos en boga. Por consiguiente, entre impulsos autobiográficos, feminismos, desmesuras, frustraciones, anhelos, agrupaciones e intereses LGBT y cuanto novedoso género o no-género discurren los nacidos del vientre materno, la conducta paternal revalora su olímpica  supremacía de todas las maneras imaginables: mediante sus nimiedades o tiranías, desde el memorial domiciliario de crueldades, por el abandono temprano o las ausencias ocasionales, a causa de la indiferencia o los abusos, por las infidelidades o insatisfacciones no tan secretas… En fin, que a diferencia de tantos personajes femeninos por descubrir, está vivísima la tentación de ocuparse de los padres, aun en tratándose de sujetos anodinos que ni trepados en bancos alcanzan altura literaria.

imagino observando nuestra turbación a las grandes mentes que examinaron con brillo la turbulencia del pasado siglo. ¿Dónde están las voces racionales? ¿Dónde las vanguardias y la gran literatura? Empeñadas en priorizar la medianía en detrimento de la calidad y grandes contenidos, las editoriales y su insaciable apetencia de lucro nos están atiborrando de basura o baratijas a excusa de atender “el gusto de los consumidores”. En esta selva mercantil es una hazaña dar con el gran libro que se agradece y nos hace sonreír al recordar éste o aquél pasaje, una palabra, la idea o el párrafo deslumbrante.

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Medio siglo sin Rosario Castellanos

August 7, 2024 Martha Robles

Fotografía publicada por la Gaceta Universitaria, UNAM

Era el 15 de febrero de 1971. Marcado por una inocultable impopularidad, el gobierno de Luis Echeverría, por obvio interés político, decidió conmemorar el Día Internacional de la Mujer en el Museo Nacional de Antropología e Historia. Casi desconocida hasta entonces en el muy masculino ámbito cultural, se eligió a Rosario Castellanos como símbolo de escritora adelantada y representante del feminismo que ya era inocultable en el país (por incipiente que fuera), al menos entre universitarias. Reconocer públicamente a una mexicana era tan inusual como ventilar su marginalidad. La ceremonia adquirió notoriedad no solo por haber tocado la llaga de la invisibilidad femenina, sino porque en su discurso que tituló: “La abnegación, una virtud loca”,  la homenajeada levantó el velo de una verdad incómoda, no obstante su tinte irónico.

Con unos 50 millones de habitantes y escandalosa minoría de escritores, artistas, científicos y personas con licenciaturas, maestrías y doctorados comprobables, el país estaba fragmentado. Pesaban el dolor y la huella nefasta del ’68 que dobló a más de una generación, además de meter freno a la democratización. Una sombra muy larga se extendía desde las calles hasta el corazón de quienes anhelaban otro modo de ser humano y libre. Rulfo, Paz y Fuentes presidían las vanguardias literarias. Surgían más nombres y se notaba apertura, aunque abundaban lamentos y frustraciones. Casi nada de luz ni alegría en prosa o verso porque las voces mexicanas tienden a cerrarse sobre sí mismas, a pesar de que en ocasiones aparezcan un Carlos Pellicer o un Jaime Sabines a celebrar los colores del paisaje y las emociones amorosas.

No que no hubiera belleza, es que el ánimo dominante frecuentaba la denuncia, la dificultad de vivir o -traído de tiempo atrás- el característico abatimiento, la jeremiada y la muerte. Aunque por Platón algunos supieran que la belleza “puede alegrar la mirada o la mente, pero no está directamente asociada con la verdad”, el gozo no era recurso de salvación ni lo bello en las letras búsqueda o consuelo de nada. Salvo el excepcional humor en las parodias de Jorge Ibargüengoitia, predominaba la solemnidad y la tendencia a lo lastimero. Nacida en 1925 y asociada a la generación del medio siglo, Rosario Castellanos pronto, desde sus primeras publicaciones, encontró su voz propia en su yo más íntimo y en el penar cerrado del pasado intolerante que la marcó.  El resultado fue una obra singular por sus temas, sin antecedente en nuestra historia cultural.

Mientras daba visibilidad al través de su poesía y su narrativa a los dos asuntos prescritos de nuestra realidad -indios y mujeres-, el mundo era un hervidero de reivindicaciones por las libertades y los derechos civiles. Principalmente Virginia Woolf y Simone de Beauvoir eran influencias inseparables de los feminismos en varias lenguas, español incluido. Los gorilatos parecían inamovibles en la América Latina y el Caribe. Persecuciones, asesinatos y discriminación formaban parte de los días y para la mayoría, acá, vivir era tan difícil como sembrado de obstáculos. Se culpaba a la Conquista, a la Guerra Fría, al imperialismo yankee, y “al otro”, en los términos del existencialismo sartreano, de la espantosa situación del Tercer Mundo, del horrible apego al atraso lastimero y de la postración de los vencidos. Por extensión de lo dicho por Yoko Ono en plena Beatlemanía, nada era más despreciado que ser india y mujer. A Rosario se debe la inaugural observación literaria de esa realidad que, por desgracia, continúa arrastrando sus peores estigmas.

Con la mirada atenta a Chiapas, a su cerrado origen conservador y antifemenino y a los indios que aprendió a comprender desde la distancia de culturas inconciliables, como eventual colaborada del Instituto Nacional Indigenista y en particular en su carácter de escritora, se atrevió con lo innombrable. Era un México ignorante de la libertad de expresión y agarrado a sus limitaciones como si fueran logros.  Era un país tan reacio a los cambios como inhabilitado para acceder a las democracias modernas al través de la justicia, educación, libertades, derechos, salud, etc. Se resentían, en todos los órdenes, las consecuencias de las mayores carencias en la historia de indios y mujeres: el eje de su obra, desde la perspectiva autobiográfica. Como niñas, jóvenes, adultas y ancianas tanto, en las ciudades como en el medio rural, conquistar la dignidad y formarse era como si se tuviera que escalar el Éverest: todo era difícil, todo reprobable y espinoso.

A cargo de la reciente población de universitarias conscientes de su invisibilidad secular, del sacrificio consagrado como virtud, de la abnegación forzada y, en suma, de la marginación indivisa del prejuicio de su inferioridad intelectual y social, el feminismo absorbido por Rosario al través de las grandes influencias en boga comenzó a adquirir fuerza y presencia en un México atrasado, intolerante, demagogo, enmascarado y reacio a cualquier apertura. Con el estigma del Movimiento Estudiantil y consciente de la impopularidad que acompañaría al presidente Echeverría de por vida, en tal realidad cerrada se publicitó el Día Internacional de la Mujer como acto iniciático, que sin duda lo fue en términos políticos. Puso las luces sobre la autora de Balún Canán, Ciudad Real y Oficio de Tinieblas. De la noche a la mañana su nombre se antepuso al de sus colegas, incluido el de la autora de Los recuerdos del porvenir, Elena Garro, cuya mala prensa y ruidosos conflictos personales empañaban el reconocimiento de su indudable talento. Al punto y contra la masculinización imperante del servicio exterior, Echeverría convirtió a Rosario en embajadora en Israel y en figura tutelar  de las jóvenes que hallaban en el activismo de género la reacia liberación necesaria. Y con su muerte temprana comenzó su leyenda…

En suma, Rosario Castellanos fue consagrada en primer término no por lectores ni académicos ni amigos de las letras, sino por el jefe del Estado: grandísimo y oportuno ejemplo del otrora vínculo entre intelectuales y el poder y de las tantas contradicciones de nuestra historia cultural. Historia -con sus horrores y aciertos- que ella probó en carne propia durante las etapas de su vida: invisible y marginada hasta su juventud; esposa enamorada en lucha consigo misma, víctima de infidelidades e inequidad y divorciada y madre en pleno dominio de una voz propia y una obra singular. Maestra universitaria  en lo fundamental y durante algún experimento, promotora cultural en comunidades indígenas de la Chiapas indivisa de su eje creador. Embajadora sin antecedentes en el servicio exterior y, a cincuenta años de su extraña muerte sin haber cumplido medio siglo de vida; una figura consagrada que, con insuficientes lectores y menos críticos puntillosos, crece en la imaginación principalmente femenina y/o  huérfana de héroes tutelares.

Con buenas razones se la honra en su Comitán natal. Acaso sea la única escritora mexicana -salvo sor Juana- acreedora de alguna estatua y de un enorme reconocimiento local. Ni que decir de su reposo en la Rotonda de las Personas Ilustres: datos de gran merecimiento, sin duda, pero indicadores de la peculiar relación entre el poder y las letras que con omisiones y desmesuras, yerros y unos cuantos aciertos, no deja de arrojar capítulos fascinantes para una biografía de peculiaridades mexicanas al través del también peculiar mundo de las letras.

Narradora y poeta en lo esencial, desde su breve estancia en Israel -murió en 7 de agosto de 1974-, escribió artículos para la página editorial del diario Excélsior. En estricto sentido no fue ensayista, pero por algunas páginas de análisis más bien académico se le atribuye el cultivo del  género. Mantuvo hasta el final de su vida el tinte autobiográfico que frecuentó con maestría. Infortunada en el amor, su infeliz matrimonio con Ricardo Guerra, a quien conoció en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, le dejó un hijo amadísimo y tema para buenas letras, pero padeció maltrato, desdicha e infidelidades que no dejaban de comentarse entre quienes los conocieron.

Única escritora chiapaneca en posesión de una obra literaria de gran madurez, Rosario Castellanos se convirtió en símbolo femenino, feminista a su manera y de interés por la realidad de los indios. A distancia vislumbramos avances y retrocesos ocurridos durante el medio siglo que conmemoramos en 7 de agosto de 2024. Con casi 134 millones de habitantes, el país que ella conoció, disfrutó y padeció tiene nuevas y tremendas contradicciones, empezando por el deterioro del medio ambiente, la violencia imperante y descontrolada, concentraciones urbanas infernales, una multiplicación asombrosa de escritoras y universitarias, carencias culturales ostensibles, dramas educativos inocultables, atraso imparable del Poder Judicial y del sistema de salud pública…  Acaso no se asombraría Rosario al ver lo ocurrido en las comunidades indígenas de su Chiapas amada: el alcoholismo  que denunció, el maltrato que denunció, la situación femenina que denunció, la imposibilidad de conciliar culturas ajenas entre sí, el conflicto de los lenguajes sin vasos comunicantes, que también conoció… Es decir, Rosario Castellanos es tan actual como su obra. De ahí que pueda leer su narrativa como si fuera ayer y repetir su poesía como si hubiera sido escrita hace una hora porque las letras, cuando dan en el blanco, son el espejo de la vida, de su tiempo y de sus máscaras.

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Diarios. Otra vez los espejos

July 25, 2024 Martha Robles

Última nota de V. Woolf a Leonard, antes de suicidarse

Mal podríamos referirnos al eje o mapa del carácter de un autor sin explorar sus espejos caprichosos o monólogos en tinta. Pasan los años y continúan fascinándome las inimitables Antimemorias de Malraux por su extraordinaria mitomanía/megalomanía que, a su pesar, muestran al hombre detrás de la figura pública. Al reinventarse se  ganó un lugar  en la gran literatura por su originalidad y buena pluma, además de que con cada relectura se mejora su relato. Una de las memorias más embusteras, exageradas e inseparables del ejercicio del diario que haya leído, ideó al yo de papel que realizaba hazañas heroicas en Indochina o en la guerra civil española o que se aventuraba a lo grande con los maquís durante la Resistencia y -eso sí- que, amante del arte y la cultura, dictaba conferencias y fundaba museos que todavía asombran.  Con los sentidos y la mente en alerta,  tiempo le quedaba al supermán de las letras para escribir grandes obras y sufrir dramas personales. Desde la cuna construyó al personaje imaginado y logrado, sin dejar de ser el admirador vitalico de Lawrence, el de Arabia.

Algunos como Anaïs Nin desvelan al yo recóndito que, desde el fondo de sus existencia tremenda, burla el control del escritor experimentado. Otros repasan, como Sandor Marai, la biografía fusionada a la patria que lo repudió y al final pretendió acogerlo. Salvo ejemplos de los que llevan el diario como recado para el porvenir, agenda o constancia del insoportable pavor a la confesión, aun páginas asépticas como las de Alfonso Reyes, tienen algo de armario que se antoja abrir. Miedos, deseos, frustraciones, fábulas, sueños, juicios, algún chisme, dudas y reflexiones: el diario supera al confesionario religioso al capturar las oscilaciones del ánimo, lecturas, sensaciones y los anhelos y los días. Este singular espejo seguramente comenzó a frecuentarse cuando, en prosa o poesía, casi todo se había probado, salvo el yo íntimo y cotidiano, que por cierto también tentaría a Montaigne.

Suelo releer a Virginia Woolf porque a diferencia de sus ensayos y novelas, en sus diarios veo, de cuerpo entero, a la inglesa perturbada que llenaría de piedras sus bolsillos para suicidarse en el Río Ouse. Mantengo una gran curiosidad por el lado oculto, por lo que se calla o se enmascara.  En el diario se rompe el silencio. Allí fluye la palabra interior, inclusive de manera incoherente.  Es el espacio de los libre/pensamientos. Al escribir el ruido recóndito golpea, de preferencia cuando aprieta la noche, y sorprende con una imagen, una sensación o con la taquicardia que retumba hasta hacer saltar los ojos.  Voz perturbadora, la del diario es la más pujante por su libre asociación. 

Único reducto donde todo es posible, su verdad es ficticia y la ficción verdadera: somos el otro y el que somos; el real y el imaginario que cede a un ir y venir, avanzar y retroceder. El diario, en suma, es vaivén, pausa y silencio. Es tensión, duelo entre la necesidad ineludible de escribir y la imposibilidad de hacerlo. Diría Kafka que es el miedo de “no hacerlo a la altura…”; una altura quizá fabulada en la vacilación del deseo… A diferencia del control amañado de las autobiografías -ahora renombradas “autoficción”-, esto y más se desborda en los diarios hasta que la voz interior trasmuta en texto. Confesionario y santuario, la irracionalidad se entremezcla a la sabiduría. Las partes más negras del ser nos remiten, compasivas, al sentimiento de humanidad. No extraña que Virginia Woolf frecuentara estos espacios tan suyos, tan cercanos al recordatorio del “secreto”, su tormento. Su diario era lo reservado por excelencia, el nutriente del misterio teñido de locura que ni en su mejor cordura pudo soportar. Así la magia de los diarios: dejar que todo se nombre, ceder al absurdo y no intimidarse ante el vacío ni la sin razón.

Las Meditaciones de Marco Aurelio son hasta donde se y a pesar de algunas reconstrucciones medievales, el primer registro de un diario o “conversación consigo mismo” de que tenemos noticia. Consciente de que tenía que conciliar la doble misión que desempeñaba como filósofo y emperador, escribió sus máximas sin intención de publicarlas, aunque por su dignidad imperial se conservaran todos sus papeles.  Siglos después leemos al hombre no al regente, cuyas contradicciones hacen pensar en el poder, en el sentido del deber y en la dificultad de actuar en contra de las convicciones.

Salvo rarezas, en el pasado remoto no se cultivaban los diarios. Conocí en Japón manuscritos conmovedores que me tentaron a estudiar este mundo casi inescrutable en el que el autor carece de importancia. La supremacía del yo es cosa de los tiempos modernos. De ahí que los diarios sean espejo del individuo y de su hora. Los hay de todos los modos: “taller” de escritura, registro de viajes, apuntes sobre libros y temas o borradores de obras maestras y ficcionarios. En esencia, este no-género no persigue la aprobación de nadie, pero ni  Leonardo ni Kafka se atrevieron a destruir sus cuadernos. Tal privacía nos confronta desde un yo que es “el otro”. He leído diarios tan tremendamente dolorosos que me han dejado en carne viva, como el desollado. Es lo que atrae del mundo secreto, casi literario, del camino recorrido o fantaseado.  Espinoso en ocasiones, confuso o enmascarado, extasiado con la luz o la oscuridad, con lo sagrado, las lecturas, la música, los sueños, el silencio o el lenguaje… Nada como los secretos: desentrañar, nombrar lo que se observa y no se dice, lo olvidado o  velado, lo leído. Las historias íntimas, el saber y las voces llaman por lo que ocultan, no por lo evidente. Así este universo del revés del libro donde se plasma el verdadero carácter.

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La sociedad y sus letras

July 13, 2024 Martha Robles

Laberinto de espejos. s/a, hallado en la web.

La sociedad se movía sin rumbo donde, paradójicamente, la peculiar y autosatisfecha generación clasemediera del medio siglo apodaba “la región más transparente” al hábitat que, en fuga del pasado, daba zancadas hacia el espejismo de la modernidad. Eran años en que los nuevos ricos, a quienes “les había hecho justicia la revolución”, disfrutaban de lo lindo los goces y los días enmascarados. El título de la novela de Carlos Fuentes no fue casual, sino contrapunto y complemento simbólico de la ambigua traza  de “lo mexicano”: búsqueda, siempre infructuosa, inaugurada en Visión de Anáhuac por Alfonso Reyes. Original registro de asombros,   Reyes exploró el antes al filo de la historia desde la mirada “del otro”, el que llegaba a esta tierra inimaginada. Escribió este hermoso texto en 1915, quizás para hacer soportable la añoranza del yo que se iba en dirección contraria de los conquistadores porque, acaso etiqueta maldita, dejó esta fatalidad a modo de despedida: “para mi, la historia de México es un hecho de sangre”. La fecha sería tan significativa del cambio como el 1958 parodiado por Fuentes en pleno alemanismo: régimen fortalecido por la Guerra Fría, cuya brumosa bipolaridad duraría hasta 1989, gracias a la caída del Muro de Berlín y el subsecuente advenimiento del nuevo orden mundial, en cuyas oscilaciones México continúa entrampado, porque no halla su lugar.  

Así como Pedro Páramo y sus muertos continúan vigilantes en el llano miserable, reconocemos el hueso de nuestra cultura y la temperatura de los tiempos en unas cuantas letras. El país y sus vicisitudes se infiltra en páginas reveladoras de la Bola y la incursión de Martín Luis Guzmán en las entretelas del Poder/Poder que, dominado aún por el espíritu rural y en revoltura de caudillos y caciques, desencadenaría la violencia mestiza, cuyo caos no pudieron frenar ni los constitucionalistas. Y una misma y honda brutalidad, reprimida durante los siglos coloniales aunque adherida a la médula, se expresaría de modos distintos hasta “normalizarse” en la actual vida cotidiana que se niega a abandonar la maldición de que la historia, en México, “es un hecho de sangre”, ahora en manos de otros criminales, también impunes.

Respiramos el acoso y la brutalidad en las obras de José Revueltas. Persiste la crueldad al parecer indivisa del talante mexicano, que Ricardo Garibay  -con fiera tinta- trasmitiría mediante su obsesión por las putas, el box y el machismo exacerbado. Ni qué decir de lo que disfraza el delirio inseparable de Elena Garro o sobre la parodia clasemediera del propio Fuentes, tambaleante hasta el final de sus días entre la tentación cosmopolita y la fascinación local por la chabacanería  y la perversidad: acaso símbolo dual de la muy mexicana fantasía de encontrarse dizque en plena transformación, ahora elevada a máscara del poder absoluto.

Aun para alejarse o rasgar la imposibilidad de ser en una hora de intolerancia sin fisuras, como el caso único de sor Juana, la literatura, cuando de verdad, se eleva a arte de correspondencias entre el mundo del escritor, el reconocimiento del lector y la pertenencia al medio que lo dota de sentido (o de sin sentido). La versatilidad literaria no prescinde de un revés y un derecho; es decir, entre sus grandes logros -como el Quijote- se cuenta la habilidad para desvelar lo que está más allá de lo aparente, en la médula que hace que una cultura sea como es. Tal peculiaridad nos permite, gracias a Kafka, entender cómo se iba deslizando el fascismo  de adentro afuera hasta estallar, sin que él mismo lo viera porque se lo llevó antes la muerte, en la espantosa sinrazón del Holocausto. Insuperado todavía, Octavio Paz también comprendió el signo del medio siglo: le arrancó el velo a lo inmencionado y dejó al descubierto el laberinto ultranacionalista y exótico de soledades ruidosas.  Laberinto que aún se niega a ponerle rostro y palabras a este enredo de razas y culturas. En las correspondencias, por consiguiente, están las claves para incursionar de lo individual a lo social y a la inversa. Por ejemplo, entiendo por qué era imposible que María Zambrano,  un espíritu que brillaba como sus Claros del bosque, se quedara en México: ningún punto medio en talantes tan inconciliables. Enviada a Michoacán, donde supuestamente viviría como transterrada, en cuanto pudo hizo estaciones hasta asentarse en Italia, donde nunca más posó su mirada ni su memoria en esta experiencia.

Leo a Yourcenar en las nada metafóricas vueltas por su cárcel y la comprendo a ella y los tránsitos de Europa. Así respecto de Steiner y sus hallazgos o los de Cervantes en el memorial de derrotas individuales y de la corona. Descubro el más alejado Japón especialmente en el contrapunto Kawabata/Mishima. Esto, porque así como Grecia subyace en la tragedia, también el México nervioso que no acaba de definirse ni reconocerse asoma la cabeza en unas cuantas obras de la todavía joven literatura. Tan joven y desbalagada que sigue en proceso de construcción. Acaso por eso aturrulla el montón de tentativas y aventuras fallidas, aunque se salva por sus contados y memorables aciertos.  

Volviendo al Fuentes fascinado por el Balzac que “llevaba en la cabeza la sociedad entera”, reconozco que no consiguió, como hubiera deseado, La comedia humana, pero entre La región más transparente y Cambio de piel permanece  un México tan bizarro como en su hora el retrato de una realidad que, aun sin madurar ni definirse, exhibe síntomas de decadencia, como la Francia decimonónica de Balzac. De hecho y sensible al panorama social y cultural de este peculiar régimen que se auto proclama grandioso, me asombra que un hombre tartajeante y grosero se crea artífice de una hipotética cuarta transformación, solo porque ante la indiferencia popular y desde el poder se atreve con la demolición de instituciones y el caprichoso dominio de la ignorancia masiva.

Busco correspondencias entre las letras y esta sociedad deshechurada  y no hallo espejos confiables ni aproximaciones de la sociedad entera; es decir, nada emparentado a las aspiraciones de Fuentes/Balzac. Tendrán que aparecer voces, prosas, personajes, contextos y reflexiones en otra realidad social. Con suerte y talento tales vasos comunicantes harán entender a nuestros descendientes de qué se trataba este laberinto, cuyo subsuelo estaba tan sembrado de cadáveres que la población decidió mejor voltear para otro lado para hacer soportable su mediocridad.

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Del Padre/padre

June 17, 2024 Martha Robles

Creación de Adán. Miguel Ángel

La figura del padre campea desde la Antigüedad en las letras, no como el hombre maravillado ante el prodigio de la creación, sino quien, al probar su autoridad, se vuelve intimidante.  Como la historia de mujeres buenas que iluminan a quienes la rodean, la bondad amorosa del padre no frecuenta los grandes temas, como no sea para ponderar el prodigio de Gepetto, cuya conmovedora benevolencia pudo crear “un niño de verdad”. Lo contrario salta con regularidad de lo real a la memoria reinventada.

De pobre diablo escudado en la cólera -como hay legiones- al sacerdote que los “fieles” llaman padre por administrar la culpa en su alma, la gama de paternidades no es tan diversa ni ajena a los cercos limitantes de la cultura.  En el contraste entre el espectral san José, un anodino que desaparece sin dejar palabra ni huella cuando el niño comienza a crecer, y el violentísimo súper macho que tan bien representan Hemingway, Fiódor Karamázov o Artemio Cruz, destacan el emblemático cacique Pedro Páramo y el desfile de fantasmas que, al modo del rey Hamlet, torturan hasta el delirio a sus desdichados huérfanos, porque la única verdad verdadera y universal es que “nadie sale ileso de un padre vivo, pero mucho menos del padre muerto”.

Todo empezó por Kronos, que devoraba a sus vástagos para no ser destronado. De tan tremenda y omnipresente, pervive su Ley. Ley del egocentrismo que hizo suya Zeus, insaciable violador, al cortarle los genitales al padre y abatirlo no para romper la cadena perversa, sino para presidir él mismo otra edad y multiplicar los enfrentamientos entre creador y criaturas. Para desgracia de las generaciones, ninguno de los hijos del Padre del Cielo se atrevió a mutilarlo. Cuando Atenea pretendió actuar por su cuenta, él la cogió de las trenzas desgreñadas y, sin soltar carro ni arreos,  la sacudió de manera brutal y, llena de heridas, la lanzó por los aires. Zeus no murió, nunca bajó la guardia ni cayó en el olvido. En honor a su inmortalidad se fusionó a la historia de Occidente y continúa sentado a sus anchas en el trono del patriarcado.

Con apenas ajustes en la compleja historia del poder, en la que se juegan la sucesión, la rebeldía, la identidad y los anhelos liberadores, el Padre/padre encarna la palabra esencial. Del Verbo del origen provienen los nombres, lo mencionado y lo innominado, lo disfrutado, pensado y sentido; también lo padecido, la fortuna, lo imaginado y el infortunio: tal el significado del Padre/Verbo/patria/palabra esencial. Es el misterio y cifra de autoridad e identidad (o de su falta de).  Su larga sombra todo cubre, todo permite o prohíbe, propicia o detiene y, por insignificante o grande que sea él mismo, su simiente simbólica puede abarcar las más disímiles expresiones, sin descontar la gravedad de su ausencia.

En contrapunto de la madre, cuya palabra está lejos de convertirse en Ley, en el progenitor caben modelos tan radicales y prolíficos como el del dicho Zeus, Padre del Cielo y primer violador amparado por la memoria del mundo; y el del Dios de Moisés y de Abraham: terribles y omnipresentes si los hay.  Ambos representan extremos de un patriarcado tan totalizador y egoísta que no cesa de actuar en libertad desde los días del mito y la tragedia hasta la invención del teatro, la novela, el cine y los relatos realistas y modernos. Para probarlo, Dios/padre ordenó a Abraham sacrificar a su hijo Isaac.  A punto de clavar el puñal en la víctima, en el ara ya con leña un ángel detuvo su mano: “Ahora se que tú respetas y obedeces a Dios”. Otro padre tremendo, Agamenón, sí que consumó la inmolación de su hija Ifigenia en honor de Artemisa, “para obtener vientos propicios”. Heredero de Kronos, Herodes ordenó matar a los pequeños por el temor a ser destronado por uno de ellos… Así Layo, el padre de Edipo, aunque el Hado dispuso otra cosa…. Y sigue la historia del poder del padre hasta ocupar las páginas rojas de nuestros días.

Ejemplo monumental y estremecedor, el Rey Lear solo consigue mirarse en el abandono y en su extrema debilidad cuando es rescatado por Cordelia, la hija que desheredó y despreció por no haberlo adulado.  Ejemplo de amor filial, Cordelia comparte el símbolo de la eterna Antígona y, como ella, al tiempo y en la vida también acaba suicidándose.  

Balzac, Kafka, Philip Roth, Vargas Llosa, Octavio Paz, Paul Auster… Los que se han atrevido con el retrato del padre horrendo han dejado palpitante su inmensa huella. No es hazaña menor levantar una punta a la infamia del patriarcado. Casi intacto, el resto del velo aún cubre una historia de vergüenzas y mucho dolor, así como de violencia e injusticias apenas recogida por firmas femeninas.  A diferencia de las rivalidades masculinas entre padres e hijos, las hijas padecemos el patriarcado y su egocentrismo implícito desde perspectivas y limitantes distintas; tanto, que el Padre/patria se extiende desde la mirada primera al trato a la madre. Luego lo servimos, lo honramos, lo protegemos, lo cuidamos y siempre, siempre, siempre lo aborrecemos: raíz de la mentira sin resolver que nos marca desde antes de la concepción. De la palabra inicial a las calles, a las aulas, a las demás relaciones, al adentro y al afuera; es decir, el titán nos lanza al equilibrismo, al miedo y a la rebeldía en pos de identidad. Nada que ver con la masculinidad fiel a un principio de humanidad que, por serlo, es esencialmente ético y amoroso: una rareza, digo, que nada tiene que ver con prejuicios ni con cuentos.

Raro, si, el rebumbio mexicano  por el “día del padre” (también la madre tiene su fondo cenagoso, pero es otra cosa). Reveladora celebración en los dominios de Francisco Villa,  Pedro Páramo, Artemio Cruz y la cáfila de padres ausentes, alcoholizados, abandonadores, golpeadores, majaderos, mentirosos, abusadores, egoístas y exigentes de raíz: fundadores de familias como “criaderos de alacranes” (genial acierto de O. Paz). Si de veras se quiere entender el carácter y la historia de México, comenzar por los modelos dominantes de ser padre. Las guías están en la generalidad, no en las excepciones.

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Malas decisiones

May 30, 2024 Martha Robles

Elegir es el gran desafío de nuestras vidas. Es el instrumento/guía de nuestro destino. Es la piedra que, como la lanzada al agua, produce ondas expansivas. Prueba mayor de la fortuna o del infortunio personal y/o social, ninguna decisión carece de consecuencias. Elegir equivale a renunciar a algo o a alguien y, sin tardanza, impone su propia, excluyente y variable dinámica que altera cuanto toca. Ningún error comienza ni concluye en sí mismo: igual que la carcoma, se multiplica y destruye de adentro afuera y nos va debilitando hasta acabar, en ejemplos extremos, con la estructura interior. Hay que tumbarse en el diván de Freud, someterse a la implacable mirada de Lacan o exponerse -inclusive en la página- al poder de la confesión para reconocer la responsabilidad ante nuestros propios actos. Lo decían los abuelos: tomar o dejar mujer o marido; embriagarse o mantenerse sobrio;  ésta u otra carrera; pelear o bajar la cabeza; quedarse dormido o con el ojo en alerta; atreverse o no a romper con todo y romperlo bien; cuidarse o abandonarse a la bartola; rectificar o reincidir… No hay nada neutro ni opción que no recaiga en la salud física y mental. El riesgo es real. Sobre todo en periodos electorales, porque la decisión del uno arrastra como río vertiginoso la trillada “voluntad popular” que poco tiene de voluntad y mucho de popular.  

Miremos con frialdad el presente y el pasado; observemos lo íntimo y lo ajeno, la historia: cada vez que los pueblos eligen lo peor optan por su yugo, su descenso o su infierno. Los ejemplos nefastos superan con creces los aciertos: Hitler, Mussolini, Franco, Castro, Mao y sus “Cuatro magníficos”, Stalin, los Ortega perpetuados en Nicaragua, los Ceausescu en Rumanía, la infinita galería de gorilas latinoamericanos, africanos y caribeños…  Y la terrible lista de anodinos. Entre vítores, juramentos entusiastas y muestras de devoción o adoración delirante las multitudes aplauden a sus verdugos, a los agentes de su infortunio, a los monigotes que se creen redentores, al desfile de pobres diablos que multiplican su medianía parapetados en el poder circunstancial.

Las bondades de la democracia son relativas. Reconozcamos que un voto no nos hace libres, aunque Popper lo considerara el menor de los males políticos. Los buenos y mejores gobernantes son un regalo del azar y resultado de la madurez gradual de las sociedades. Las democracias incipientes incrementan el riesgo de convertirnos en víctimas de las malas decisiones de los otros: mayorías manipuladas debido a su pobre o nula capacidad electiva. Un voto puede ser prueba fehaciente de la incapacidad de elegir lo bueno o conveniente en cada circunstancia. De malas y peores decisiones están atiborradas las urnas. Solo un perturbado puede afirmar que “el pueblo es bueno y sabio”, pues para serlo el primer requisito es la educación y su complementaria conciencia crítica: producto del juicio y el conocimiento. Hay que temblar ante “la exageración de las estadísticas” que dijera Borges. Las malas decisiones, en todo lugar, han consagrado al tirano, al monstruo, al autócrata, al dictador, al agente del infortunio, al cretino, al imbécil moral, al causante del atraso, a los peores…

Saber elegir al través del voto es nuestro reto. Reincidir en el yerro sería imperdonable.

Decidir obliga a aceptar que la libertad es relativa, que al optar entre dos o más opciones intervienen los prejuicios,  la buena o la mala educación, las aspiraciones, la fábula... No basta el conocimiento porque las emociones obnubilan, el miedo confunde y pesan más el deseo y la fantasía que la sensatez. En esto pienso al filo de “otras elecciones”, cuyos resultados afectarán nuestra cultura y nuestras vidas, nuestros trabajos y aspiraciones, nuestra estabilidad o inestabilidad emocional, la confianza o desconfianza en tan imperfecto sistema político. El voto recaerá sobre un México cuyo presidente de salida se ha dedicado a desacreditar a los pensantes, instruidos y en alerta a sus chapuzas y manipuelos nefastos. Presidente de salida cuyos actos deberían ponerle la cara roja de vergüenza a quienes lo eligieron.

Las malas decisiones crean una sombra tan larga que no deja de notarse ni padecerse. Todos, alguna vez, hemos tomado la peor de las opciones personales y conocemos el precio de semejante error. Por decir o no decir;  por actuar impulsivamente o paralizarse en el momento decisivo; por resistir en vez de rebelarse; por no abrir los ojotes y el entendimiento en situaciones conflictivas… En fin, que desde nuestros primeros pasos echamos a andar la capacidad electiva y, con ella, la tendencia a caer una y otra y otra vez.  Cada quien aprende a oscilar entre dos opciones: superar la dificultad y levantarse o quedarse chillando a la espera de que “alguien” nos mueva o nos rescate.

Por su gravedad en continuidad, las malas decisiones recaen en primer término en la estabilidad interior. A una mala decisión sigue otra igual o peor. Ningún yerro es inofensivo. Los desaciertos pesan más que los aciertos al formar o deformar el carácter. Si esto es ley de vida entre individuos, seamos responsables al elegir el porvenir inmediato de nuestro infortunado México, tan indefenso y sometido a su ofuscación. Un México “sufrido” y resignado” y sin embargo violento, cruel y apegado a los vicios de un machismo devastador que, desde sus modos de gobernar y ser gobernados, prefiere la arraigada opción de las máscaras al compromiso de modificar su destino.

Por favor, por favor, no nos equivoquemos otra vez.

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El tiempo del desprecio. Herencia innombrable

May 14, 2024 Martha Robles

¿Luz al final del túnel?

Muchos y variaditos han sido los estilos mexicanos de gobernar. Invaluable ficcionario, éste es uno de los capítulos que merece ascender a las grandes letras.  Desde el que rindió honores fúnebres a su pierna volada en Veracruz por una bala de cañón hasta la mano conservada en formol del “Caudillo”, que de estar años en una cantina pasó a objeto de culto cívico en uno de los monumentos emblemáticos de la CDMX…; o del más chabacano golpista Victoriano Huerta al “Jefe Máximo”, antecesor del  patriarca consagrado inclusive por  su popular costumbre -según informantes de primera mano-  de perpetuar sus iniciales y las de las jovencísimas amadas de un día en corazones flechados, que él mismo marcaba en árboles michoacanos, no ha habido extravagancia, delirio, bajeza ni exceso sin tocar, hasta nuestros días.

Si repasamos las peculiaridades del dictador afrancesado “a la mexicana” que dejaría una larga, muy larga historia rematada con ríos de sangre o el destino errático del ingenuo “apóstol de la democracia” -un hombre de “buena voluntad” que ante su incapacidad de gobernar consultaba a los espíritus en medio del caos político y social-, no tendría por qué extrañarnos el muestrario que se balancea entre la profusión de “cráneos privilegiados” y esperpentos que, sobre su Tirano Banderas, maravillarían al mismísimo Valle-Inclán.

 Observo la derrama de barbaridades y ocurrencias devastadoras del Mandamás neohabitante del Palacio Nacional y no se si reír o llorar por quienes aclaman su desvarío como acierto, confunden la justicia con venganza discrecional y el atraso con logro. Escucho juicios vejatorios, acusaciones infundadas, adjetivos ignominiosos y síntomas de un tremendo resentimiento social y me pregunto hasta cuáles consecuencias se ha degrado el presidencialismo, de por sí criticable. La figura del presidente ha perdido tanto respeto como autoridad y no se diga del daño causado por el abandono, siquiera formal, del “compromiso social de la Revolución”. Destruido el sustento de las instituciones,  se dejó paso franco al cinismo y la perversión: santo y seña del mandatario que, con inocultable impudicia, impone su autocracia no como estilo de gobernar, sino feroz instrumento para manipular.

A punto de marcharse, el régimen del López Obrador quedará como el “tiempo del desprecio”. Desprecio al medio ambiente, a los enfermos, a las mujeres, a los que sufren, a los que aspiran a una vida mejor… Se cuentan las horas en que sexenio a sexenio los humillados sacan de sí toda la procacidad de que son capaces contra el gobernante de salida: el otro capítulo por escribir, el de los expresidentes…

Pienso que por algo muy perverso se ha ocultado con tanto celo a las mayorías no solo la historia, sino el presente y las máscaras que subyacen detrás de otras máscaras.  Como desfile de escenas grotescas, evoco lo atestiguado, lo estudiado, lo inferido, lo conocido de cerca o de lejos… Ejemplos del natural surrealismo de nuestra sociedad, afianzado a partir de que la política y el ascenso del cine nacional coincidieron en la hora del espectáculo. En contraste con la psicología de las carpas y del culto a Resortes, Clavillazo y las danzoneras, hay que repasar el medio siglo para entender los contrastes y las cursilerías que tanto fascinan al hombre-masa: la popularidad de las telenovelas como espejo lacrimoso del machismo y del fracaso de la vida; luego, el contrapunto simbólico de “Pedrito” Infante, héroe de barrio encumbrado en “Nosotros los pobres”, y el boato -por fortuna olvidado-  de las fiestas del Jockey Club, los bailes de las Debutantes o los muy célebres del Blanco y Negro, para que la remanente “aristocracia porfirista”, empobrecida pero “educada”, se amaridara con la nueva burguesía apeladada, pero enriquecida, de preferencia a costa del erario. De este modo, los primeros aportaban clase, nombre y formas y los otros el buen pasar anhelado durante el ascenso de las “sociedades anónimas”.

Con ejemplares más grotescos, ridículos o cantinflescos, no acabamos de registrar el surtidor de nombres y evidencias que puebla  una historia del poder rocambolesca: compendio de desvaríos que se exhibe, en pleno siglo XXI, con lacras del Señorío, conflictos del XIX y vicios arraigados durante el XX, mientras la población sigue esperando que su amadísima e inconmovible Guadalupana cause el milagro de sacarla de su postración. Para nuestra desgracia y de tan asimilado, sin embargo, lo kafquiano es el referente de normalidad.

Hay que reconocer que el tremendo legado de extravagancias y excesos del poder faltaba este de la dizque Cuarta Transformación, que pasará a la historia como  el “tiempo del desprecio”.  Hasta donde sabemos, el que ya huele a saldo de cenizas ha sido el único régimen en que un mandatario actúa sin máscara y habla y actúa con toda la banalidad del mal de que es capaz.  Desde el recinto palaciego con idéntica facilidad destruye el honor de las personas y demuestra su insondable desprecio a los intelectuales, los profesionistas, los empresarios, los pensadores, los periodistas independientes y a cuanto producto de la cultura del esfuerzo haya conseguido niveles de bienestar en medios ajenos al erario. Odiador de la cultura del esfuerzo, su versión de la pobreza acusa la carga de prejuicios con los que defiende la ignorancia como virtud.  En realidad, se irá como ex presidente  dejando tras de sí el odio a la vida  y a los logros de la razón atizados durante la invaluable oportunidad que tuvo para actuar con grandeza. Pero no entendió, no supo ni pudo con lo que los griegos llamaban  Ananké o la Necesidad.  Eso que ha hecho, en pocas palabras, se llama burlarse del destino.

Zaherir, degradar a quienes no lo adulan ni se someten a sus caprichos, menospreciar lo distinto y ajeno, irse contra el conocimiento, en detrimento de la defensa del medio ambiente y los altos logros humanos es parte de su nefasta herencia que no será olvidada ni pasada por alto con facilidad.  Ahora AMLO no lo sabe o no se considera acreedor de lo que aquí se reserva a los expresidentes. Lo sabrá en unos días. Remember Echeverría, López Portillo, De la Madrid, Salinas, Zedillo, Fox, Calderón, Peña Nieto…. En fin recuerden a toditidos el día después.

Estamos en la cuenta regresiva. Aunque al filo crea tener a al títere a manipular, tarde o temprano se dará cuenta que sea quien sea que deba el favor, cuando se cruza la corbata tricolor y prueba las mieles del poder no reconoce deudas.

Ser ex presidente, pues: un episodio inédito de la tragedia mexicana que está a punto de repetirse.

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Del libro y la memoria

April 24, 2024 Martha Robles

Entre libros

Al mismo tiempo descubrí la lectura y las habilidades de la memoria. Deslumbrada, me entregué a su torrente vertiginoso y lo inconcebible cobró lucidez,  forma y sentido. Fue la hora de las primeras veces, cuando lo nuevo se recibe como milagro.  Aparecieron con este hallazgo la idea del destino, la atracción de los sueños, el misterio de las emociones, la curiosidad y la pasión por los libros.  

Gracias al saber que se sabe sin saber que se sabe, supe de repente que las historias que me atrapaban ya fascinaban a los remotísimos abuelos, cuando se reunían a orar, cantar y contar alrededor del fuego; es decir, fábulas en las que el Hombre se mueve, se observa o se imagina sin perder de vista a los demás; y, como ombligo del universo, demuestra que todo desea, crea y destruye dioses, tiene dudas, cree en la magia, piensa y se piensa, pelea, ama, codicia, sufre, medita, se alegra… En su ficción verdadera el Hombre también inquiere la vida-viva y el horizonte de las sombras, en suma, se imita a sí mismo para hacer de las letras uno de los logros de la razón creadora.

Supe sin tardanza que estaba el Hombre en el centro del relato; el Hombre con su necesidad de entender, conocer y sorprenderse, aventurarse, descubrir, batallar, moverse, vencer obstáculos e ir más allá de lo aparente... Hasta en los pasajes tormentosos permanecemos atentos a lo que nos atañe y se reinventa en fábulas que viajan y se transforman de padres a hijos, de la voz al oído; de los recuerdos a las fantasías y de las vivencias a ficciones que enriquecen el mismo relato. Esto, porque ni siquiera el arte de las letras escapa a la reinvención de lo humano en su eterno retorno. Entre líneas me percaté de que la vida es un viaje y que de generación a generación varían las formas, nunca el fondo del ser ni sus fantasmas. De un día para otro y gracias a los libros me sentí parte de la historia en continuidad.

Complejo aunque repetitivo, el “mísero montón de secretos” que dijera Malraux, ha necesitado mirarse y ser mirado, nombrarse y describirse hasta lo posible. Así desde el Edén hasta los entresijos urbanos donde el poder, el amor, la soledad, el horror, el misterio, los desamores y las guerras se imponen en la espiral de miedos, rivalidades y eternas preguntas enchufadas al nacimiento, la muerte, el más allá y el apetito de dioses. De ahí que con pausas de contemplación, hallazgos y silencio, el entorno anodido en el que crecí se iluminara gracias al portento de los libros.  

Lo leído y recordado fue uno y múltiple mientras aprendía a ver, pensar, medio entender y estar en el mundo.  Conocí la plenitud al acceder al secreto poder de los libros: río vertiginoso que se agitaba en mi interior mientras la mente creaba una realidad intangible, con reglas y poblaciones propias. Era inevitable hacerme de una identidad con la fusión de lo soñado, pensado, recordado y aprehendido. Antes de que yo misma me percatara de la síntesis de memoria, juicio, imaginación y lecturas fueron los otros quienes vieron con incomodidad sus efectos en mi manera de ser. Consideré meritorio ser diferente, aunque tiene sus costos. Por ser la fuente más caprichosa y anarquista de todo lo que sabemos y llamamos carácter, la memoria y sus nutrientes presidirían, de manera vitalicia, lo fundamental de mi existencia como ser de palabra.

Memorista y lectora desde pequeña, sería desde entonces la criatura rara en un medio sin bibliotecas, sin lectores, sin maestros de calidad, sin héroes ni grandes hazañas; es decir: una realidad anodina, característica de la cultura de los vencidos, en la que inclusive una sola librería, por pequeña que fuera, se antojaba marciano caído del cielo, casi como una mujer con curiosidad intelectual.

Aprendí de orientales y griegos que nadie escapa de su destino. Entre obstáculos sin cuento,  fui encontrado la manera de leer allí donde apenas se compraban periódicos y revistas populares. En tanto y la mía hallaba cauces distintos, la memoria colectiva era un añoso cordón que anudaba chismes de los murmuradores.  Mis ventanas imaginarias me permitían entrar y salir del mundo y de la vida de los otros gracias a que pude acceder  al sentido del viaje, tan poderoso al cultivar un lenguaje interior.

Más reposado aunque no menos enriquecedor, el río vertiginoso de las edades del furor trajo consigo nuevas y oportunas lecciones para asumirme viajera. Me reconozco en suelos más sólidos y experimentados. No más ansiedad ni urgencia de llegar a ninguna parte. No más creencia en el genio de la botella. Las ilusiones hallaron su lugar en la literatura por la literatura misma. El paso a paso de los días se ha igualado a la lectura reflexiva, a la conformidad del calendario, a cierta sabiduría no pedida, aunque recibida con gratitud porque ninguna de mis lecturas ha sido en vano. Tampoco mi memoria me ha traicionado en los momentos decisivos y con frecuencia pienso con alegría en el Quijote que vuelve  maltrecho y solo a su aldea después de la primera salida, cuando en su delirio sabe lo que sabe y así lo dice con toda seriedad a los mercaderes burlones: Yo se quién soy, y se que puedo ser…

Si algún elogio del libro pudiera hacer a estas alturas es eso: que es el instrumento para  decir lo mismo y de modos distintos, que no es poco cosa.  

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Memoria y tatuajes en el alma

April 2, 2024 Martha Robles

Guerra civil en Líbano (1975-1990) Fotografía de internet. otracultura.com

1.

Líbano era un polvorín a consecuencia de la guerra civil y la ocupación siria. El sur del país estaba tomado por fuerzas palestinas  que realizaban infiltraciones clandestinas contra Israel. Procedente de Ankara, donde la familia de mi condiscípula en Holanda, Esin Tezer, me acogió en Turquía durante un mes como una de los suyos, al llegar al aeropuerto de Beirut vi que ni allí ni en el Hotel que él mismo me había reservado “por su hubiera algún contratiempo mientras regreso de Siria”, estaba esperándome mi amigo Hans: primeros indicios de la inestabilidad armada que me aguardaba. “Los accesos están cerrados y no es conveniente salir. Hay ataques por todas partes. Su taxi fue de los últimos vehículos que pudieron entrar a la zona…”, me informó el empleado al entregarme la llave. Hasta asomarme por la ventana de mi habitación, en un alto piso con vista al Mediterráneo, pensé que las barricadas entre cascajo, visibles en tan irregular geografía,  quizá no eran distintas a los cercos defensivos contra invasores que, desde los remotos hititas, han tenido en vilo al Medio Oriente.  

Nunca antes estuve cerca de un fuego cruzado. De camino al hotel me impresionaron los contrastes: era obvia su diversidad cultural, inclusive en la mezcla de lotes baldíos y edificios en construcción. Tal vez en los opuestos se imponía la pulsión de construir ante el impulso de muerte. Había basura amontonada contra bardas y esquinas ruinosas y muchos hombres que supuse árabes iban y venían en las calles campechanamente, comiendo panes rellenos o cubiertos de zaatar. Sin luz ni teléfono y entre cortes de agua, a ratos reinaba un silencio inquietante; de pronto, baterías de disparos. Cuando cesaban las balas o los bombardeos el oído seguía inventando estallidos.  A media noche el horizonte se iluminaba por las descargas y bajo el sol radiante se dejaban ver los caídos y nuevos despojos dispersos en la que fuera “la Suiza del Medio Oriente”.

La adrenalina subía/bajaba. Me sentí atrapada por el destino. Pensé en los trágicos, en Kafka, en Nietzsche, en Malraux…, en mi misma y en el sentido o sinsentido de la imposibilidad. Todo era extraño, muy extraño. Hacía poco había leído La tregua de Primo Levy, a propósito de la visita al campo de Monowitz, subalterno de Auschwitz, en Polonia. Afectada por sus descripciones, en aquella época me debatía entre la esperanza de lo posible y la confirmación del horror de que es capaz nuestra especie. Aunque con su imagen ya debilitada en la memoria, Oriana Fallaci brillaba aún en mi imaginación como logro que demostraba que ni la valentía ni el arrojo y mucho menos el talento era atributos masculinos, según aseguraban los prejuicios.  Era el tiempo en que nombres como el de ella y el de Yourcenar imponían la calidad de sus obras y su defensa de la vida sobre el sombrío listado de escritoras suicidas que dejaban en claro que para nosotras -mujeres sin un lugar propio-, no había cabida en la acción ni en el pensamiento; menos aún en la libertad ni en las letras.

Miraba armas en ristre, rostros masculinos cubiertos con el típico keffiyeh o con trapos sucios; hombres en tensión que oteaban en todas direcciones cuando no disparaban o comían. Lo que más me impresionaba, particularmente de los árabes, era su impúdica costumbre de rascarse los güevos, picarse los dientes, hacerse tocamientos obscenos o escarbarse los dedos de los pies, por no citar otros choques culturales, empezando por su desprecio a la mujer.  A veces algún empleado me llevaba dos o tres platillos tan deliciosos que pensé que en Líbano, como en México y en tantos países subdesarrollados y violentos, coexisten tiempos y realidades paralelas: aquí se mataban de manera inmisericorde y a poca distancia reinaban el lujo y rutinas inalteradas. Hoy mismo, muchos años después de aquella vivencia que me acompañará de por vida, la criminalidad en México arroja más número de muertos, feminicidios y desaparecidos que muchos enfrentamientos armados. Y es que, por donde se la vea, la realidad supera la ficción: de ahí la dificultad de escribir una gran novela, como demuestra la evidencia y la profusión de medianías que editoriales y autores se empeñan en publicar.

La zona se suponía a resguardo por considerarse turística, pero el odio desconoce límites. Quedé pues atrapada y alimentada en lo fundamental gracias al montón de dulces y frutos secos con que me despidieron en Turquía.  Gastaba horas leyendo, observando, escribiendo y esperando a Hans, confiada en su habilidad para resolver problemas. Mi idea del mundo y de la humanidad cambió radicalmente. Mantenía el ojo en alerta sobre la chispa en sordina de un disparo, un cohete o una ametralladora. No tardé en distinguir señales y cambios de luz. Divisaba vallas cercanas o distantes, al herido tumbado de cualquier modo con el arma al lado, sangre, piedras, más basura, gestos imprecisos y, más allá de la línea costera, el Mediterráneo soportando impávido agresiones desde hacía miles de años. En las pausas se recogían heridos y muertos, de preferencia sin camillas y de cualquier modo, para no caer abatidos.

Director de una organización internacional dedicada a mediar en conflictos armados y reubicar huérfanos de guerra, especialmente armenios, no he conocido inteligencia similar a la de Hans: de origen suizo/alemán, hablaba y leía unas 20 lenguas. Era tan culto como rápido en las cuestiones prácticas como en las filosóficas: un dialogante sin par.  No conocimos día sin disfrutar una maravillosa amistad, desde que coincidimos en las aulas holandesas. No dudé al aceptar su invitación para conocer, durante meses, su complejísimo trabajo en el Medio Oriente. Al concluir mis estudios, México no era una de mis opciones. El destino, sin embargo, tenía otros planes: observar tan de cerca el gesto que queda después de matar selló en mi mente la pregunta de qué es el hombre que tanto me sacude desde entonces. No me hice escéptica en Beirut porque llevaba camino andado en México: una feroz escuela de supervivencia; sin embargo, mi estancia en Líbano y la riqueza de lo aprendido fueron decisivas al consolidar mi pasión por Grecia, la Antigüedad y el Medio Oriente en general.

Con viajeros y residentes extranjeros atrapados como yo en hoteles y oficinas, los combatientes  se daban con todo, destruían a más no poder y de tanto en tanto se desplazaban a otra dirección no anunciada y regresaba la calma. A veces y por minutos, funcionaba el teléfono y mi amigo conseguía comunicarse. Confiábamos absolutamente en el otro y sabíamos que un saludo fugaz significaba que hacía todo a su alcance para rescatarme. Nunca desempaqué. Libro que leía, libro que regresaba a la maleta: había que estar lista para salir en cualquier momento. Después de no preocuparme por las noches ni los días, alguien tocó la puerta: era Hans. Sin cruzar palabra corrimos al coche con registro diplomático y sin dejar atrás el equipaje ni los frutos secos, respiré, respiré…  Condujo hasta su departamento, lejos de allí, situado en una colina que de un lado se entraba por un tercer piso y por atrás desde el sótano: peculiaridad que sería significativo por lo que nos aguardaba experimentar. Una guerra civil es tan irracional y perversa como la criminalidad. En ambos casos  se sabe cómo empiezan nunca como terminan ni con cuáles resultados nefastos.

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Entrevistas ficticias

March 16, 2024 Martha Robles

Vila-Matas. La Vanguardia

Por una fuente de primera mano supe que al menos al publicar La muerte de Artemio Cruz, La región más transparente y Cambio de piel,  Carlos Fuentes escribía sus propias entrevistas y las distribuía a discreción con nombre falso. Agregaba mi informante, con la malicia  del testigo con algo de envidia, que el aún joven autoentrevistador era buen amigo de Fernando Benítez y tenía derecho de picaporte en la Revista Mexicana de Cultura del diario El Nacional, pero sobre todo en el popular suplemento México en la Cultura, inserto semanalmente de 1949 a 1961,  en el periódico Novedades. Acaso cierto, Fuentes era muy listo y no estaba desencaminado respecto del perfil que deseaba para sí, salvo por usar nombre ficticio del supuesto entrevistador: hubiera sido innovador firmar él mismo lo que tenía que decir porque sabía cómo hacerlo y no ignoraba que entre la improvisación y los lugares comunes de un género tan poco logrado en México es milagroso dar con quien investigue, tenga cultura,  buena pluma e imaginación, además de conocer la obra del interesado. De hecho, por sus habilidades sería de los pocos que podía elegir dialogantes, críticos y divulgadores de su obra, de preferencia extranjeros.

La anécdota me pareció más curiosa cuando una escritora tan respetable como Ulalume González de León, cuya obra conocía, me pidió firmar una larga autoentrevista, quizás para la revista Vuelta. Le recomendé mejor publicarla como “Ulalume por ella misma”, según la costumbre francesa (o “Ulalume como Alicia”, por su identificación con la de Carroll). Enfureció. Negarme a servir de presta nombre dio al traste con nuestra incipiente y de por si frágil amistad, iniciada al filo del declive de sus últimos años.

Como escritor, Carlos tenía buena estrella. Nunca como alrededor del medio siglo gozaron de buena salud y prosperidad la literatura y los autores mexicanos: teatro, crónica, poesía, novela, ensayo, traducciones… Pensamiento y ficción florecían a un ritmo esperanzador en “Nuestra América”, como Alfonso Reyes la gustaba llamar.  Con un Fuentes pujante, dispuesto a todo y empeñado en liderar “la nueva literatura latinoamericana”, como  escribiría a propósito del Boom, imperaba la Guerra Fría mientras nacían a puños los baby boomers  bajo la promesa de la movilidad social, derivada de la cultura del esfuerzo y del bienestar. Apenas se vendían ediciones de 2 mil ejemplares. La minoría de amantes del libro y del cine leía periódicos, revistas y suplementos que bajo el absoluto control gubernamental de la prensa y la distribución del papel, sobrevivían con bajísimos tirajes hasta casi el final del siglo.

De esa tradición llena de limitaciones pero con buenas cabezas descendemos las demás generaciones de escritores. Lejos de enriquecer sustancialmente el periodismo cultural, el género se ha empobrecido cuanto más conocimiento e idiomas tenemos a la mano en el México súper poblado.  No fluyen como entonces los vasos comunicantes entre el periodismo, las letras, el arte y el pensamiento. La multiplicación visible y casi escandalosa de “autores al calor de la estufa” que tanto han proliferado en el siglo XXI desdeña la aspiración de una gran cultura anhelada por los miembros del Ateneo de la Juventud en general y Alfonso Reyes y José Vasconcelos en particular.  Tal vez este empobrecimiento intelectual confirma que el talento, la creatividad y las individualidades no tienen que ver con la trillada democracia, sino con el reparto inexplicable y casi metafísico de dones que, eso sí, deben ser cultivados por quienes los reciben.

Como el Quijote, Fuentes pudo haberse dicho a sí mismo: Yo se quién soy. Decidido a cumplirlo, supo dónde estaba parado, qué hacer, cómo y entre quiénes moverse. Su biografía revela que diseñó los pasos a seguir para ser reconocido como el cosmopolita que fue. Lo pienso a propósito de las Ocho entrevistas inventadas de Enrique Vila-Matas, quien relata en El País que emprendió este ejercicio cuando joven y aún ignorante del inglés, pero formidable e imaginativo lector. En 1968 le encargaron la traducción de una entrevista a Marlon Brando y, a sus 20 de edad, se la inventó para no perder el trabajo. Nadie lo notó ni reclamó el fraude.  Lo demás sería la historia de este excelente escritor.

En esta suerte de metaperiodismo no veo grandes diferencias entre el Fuentes que finge un nombre para mostrar al sí mismo que desea ser reconocido y el Vila-Matas que “por necesidad” fantasea al otro, entreteje sus propias palabras, se va inventando a sí mismo reinventado al otro y, a fin de cuentas, prefigura en aquellas fakes las líneas originalísimas de su estilo, en el que fusiona ensayo y ficción para crear mundos alternativos.

El barcelonés tenía arrestos desde entonces. A la de Brando seguirían sin protestas otras fakes o entrevistas intervenidas a propósito de Nuréyev, Burgess, Castoriadis, Patricia Highsmith, Juan Antonio Bardem y Rovira Beleta. A “toro pasado”, ahora se aplaude a Vila-Matas.  Ante libro tan peculiar que sin duda leeré,  lectores como yo entendemos mejor la tentación de “recrear”, componer a medida e inclusive convertir en personajes a  personas que por casualidad se atraviesan en nuestro destino.

Inclinada a comparar, creo más difícil lograr una gran autoentrevista, como las de Fuentes,  que las inventadas de Vila-Matas.  En cualesquiera de los casos, sospecho que de la pregunta o premisa certera depende el acierto de la respuesta. En mi caso, con los que me gustaría dialogar (Sebald, Yourcenar, Schwob, Zambrano, Steiner, Calasso, Dinesen…) por desgracia están muertos.

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Truman Capote, el siempre vivo

February 29, 2024 Martha Robles

Rebasaba apenas el metro y medio de estatura, pero ni el amaneramiento ni su voz aflautada le impidieron auto definirse en su último libro, Música para camaleones (1980), con estas palabras: “Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio”. Infaltable entre la beautiful people, sus delirios no tuvieron carta aborrecida hasta que sus ex amigas, “las cisnes”, lo condenaron al ostracismo.  Su declive fue tan lastimoso que quedó reducido a piltrafa. Alegó que era inevitable revelar el lado oculto de las celebrities, porque estaba en su naturaleza. Mojaba su pluma en lo más prohibido y dominaba con tal maestría el arte del chisme y la confesión que en cada página realizaba un strip-tease que superaba al anterior.

Se regodeaba a tal punto con la mordacidad, suavizada a veces con toques amables, que repetía como en una oración: “las palabras me han salvado de la tristeza”. Sin embargo y aunque nada apagó su talento ni lo condenó al olvido, la reacción de los agraviados, en la que no faltó un sonado suicidio, lo hundió en una depresión irremisible que empeoró fatalmente sus adicciones. De que era genial no cupo duda, y fue vanguardista en varios aspectos. Baste citar la creación, en 1966, del versátil y muy apreciado espacio literario entre lo verosímil, lo ficticio y lo real que él mismo etiquetó de non fiction, a propósito del éxito sin precedentes de A sangre fría: suerte de reportaje novelado, no/género o escritura inclasificable que, basado en el pavoroso asesinato de una familia en Kansas y la condena a muerte de los dos supuestos criminales,  enriqueció sustancialmente los modos de contar.

La non fiction es una de las invaluables aportaciones a las letras modernas, a condición de que los vasos comunicantes entre el relato, el ensayo, la crónica y/o el reportaje cobren su más alto sentido por la calidad de la prosa, como la de Capote.  Su estilo absorbió el espíritu de un siglo XX que se aventuró en los sesenta con lo novedoso y la rebeldía, la experimentación en el arte y las drogas, el orientalismo, el uso de la primera persona en la narrativa, las protestas masivas y la curiosidad por los lenguajes audiovisuales. En atención a las contradicciones inevitables, hay que reconocer que la época que proclamó con el hipismo “todo está permitido” no pudo zafarse del violento conservadurismo clasemediero que escondía sus debilidades.

Su pericia para escudriñar las vidas de los ricos y famosos se anticipó al lucrativo estallido de la prensa rosa. Por su cultura y gran estilo, dejó la vara muy alta a quienes todavía tratan de imitarlo. Equilibrista entre lo ficticio y lo verosímil, sus retratos eran feroces y de tal modo precisos que no necesitaba nombres reales para identificarlos. La materia prima con que se balanceaba entre el periodismo, la frivolidad y la literatura se convirtió, a nivel global y como salta a la vista en el llamado papel cuché o prensa del corazón, en oro molido unos años después de su muerte, ocurrida en 1982.  Nada había en el tiempo para que se diera otro Proust; sin embargo y a pesar del precio pagado por ello, Truman demostró que nada es más rentable ni apetitoso que el chisme, la indiscreción y el lado oscuro de las celebridades.

Adoraba ensalzarse a sí mismo tanto como ventilar al selecto club de los millonarios neoyorquinos. La vanidad le impidió prever que le harían pagar su indiscreción después de las primeras entregas a la prestigiosa revista Esquire que, según él, lo convertiría en el Marcel Proust americano con el proyecto Oraciones respondidas: “novela” inconclusa por obvias razones. Los capítulos reunidos fueron publicados póstumamente con este título tan sugerente -Answered Prayers-, primero en Inglaterra en 1986 y un año después en los Estados Unidos. Adelantado en la versatilidad anecdótica de lo que se tenía por proscrito, no creyó que los ociosos ricachones fueran tan intocables como los políticos.

Su protagonismo sustituyó durante varios años su fiebre escritural. Emperador de los mentideros donde fluían secretos y era de mal gusto hablar de dinero,  Capote cultivó una relación de amor/odio con miembros del jet set que en mayoría consideraba estúpidos. Colaborador regular del New Yorker, en los apuntes de su Autobiografía dijo: “preferiría ser amigo mío que enemigo”. Ahora, a propósito del centenario de su nacimiento, reaparece su fantasma en el mundillo del comadreo. La ocasión es idónea para divulgar la serie de Ryan Murphy, anunciada en HBO Max: Feud: Capote vs. The Swans, basada en el escandaloso artículo que, en 1965, a sus cincuenta de edad, publicó en Esquire, la revista considerada más prestigiosa de Occidente no solo por sus firmas y su diseño, sino por mantenerse desde su fundación, en 1933, en la cima del mejor periodismo.

“Quién que sea no es” diría Unamuno. Y el que es, lo es por su genio y figura. Nacido en 1924, Truman Capote era un carácter. Cuesta imaginar su aislamiento infantil en su Luisiana natal, cuando comenzó a recoger habladurías, cuentos, peculiaridades de sus vecinos y cuanto pidiera su apetito de ver y oír la vida de los otros. De pequeño acompañaba a la criada a las casas de los adinerados “para enterarse de todo”; a partir de ahí, todo sería historia. Mientras el pequeño Truman crecía al cuidado de parientes, William Faulkner, el otro prodigio sureño, recreaba los destinos sombríos que pululaban en la región como sombras “entre el ruido y la furia”: infortunios  asimilados como manera de ser después de la Gran Depresión de los años treinta. Distintos en lo esencial como escritores, cada uno es indispensable para entender la complejidad de un  Estados Unidos multicultural y agarrado al símbolo del dinero desde todas las perspectivas.

La biografía de Capote es fascinante. De manera temprana proclamó su talento y su homosexualidad. Se vanaglorió de haber sido portador de episodios oscuros en su carácter de gigoló y madre escucha.  Pese a considerarse un temprano y formidable lector, adoraba el glamour. Preguntaba a sus frívolos anfitriones por qué le contaban sus confidencias sabiendo que era escritor. Y los amigos/enemigos/amantes/cómplices  con los que un día navegaba en sus yates por la costa atlántica y entre semana gustaba comer frente al Hotel Regis, en La Côte Basque de la neoyorquina calle 55, donde esposas y amantes se reunían para ser envidiadas y darse a notar, más y peor se exhibían y estiraban la lengua creyendo ilusoriamente que sus confesiones eran más inviolables que sus cuentas bancarias.

Conmemorar centenarios es una excelente ocasión para recuperar encuentros felices con  lecturas y autores. En ese sentido (y pensando en que los eventos internacionales por la muerte de Kafka están a la vista), este 2024 avanza con una prometedora lista de nombres y obras que nos apartarán, siquiera por unos meses, del “ruido y la furia” que ha convertido a nuestro pobre país en un infierno.

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Menopausia, el tsunami

February 13, 2024 Martha Robles

Imagen de Zenzual. De internet

Una tormenta de fuego, agua escurriendo de adentro afuera, noches de navegar entre sábanas, surtidores enrojecidos que, entre palpitaciones del útero y del corazón, aparecen/desaparecen a capricho y, a pesar de precauciones, dejan su huella de olor y sangre dónde y cuándo es más inoportuno. Surgen problemas antes inexistentes, como la inseguridad o miomas y secuelas subsecuentes. Temores y pensamientos inquietantes.  La ansiedad del tránsito y el no saber si con rayos y centellas se anuncia la asonada, el estallido inaugural del declive o la primera página del último capítulo vital. La menopausia, no obstante su poderosísima e inevitable realidad, ha representado y sigue representando la mayor negación de lo femenino, su repudio esencial y la palabra/baúl que recoge el sinfín de rechazos que, desde Eva, asocian lo femenino a la mancha y/o pecado original.

Para las avezadas no hay misterio, solo recomendaciones propias de la mente educada: calma y paciencia porque nada es eterno. La menopausia es un proceso para todas, aunque no todas lo experimentamos del mismo modo. Lo común y útil, sin embargo, es hacer con responsabilidad y buen ánimo lo demás: ejercicio, alimentación ordenada, sensatez, naturalidad cotidiana y consumo de lecturas y más lecturas confiables para no ser otra víctima de la ignorancia y del prejuicio. Evitar volverse rehenes del blablablá de medicuchos que atiborran de hormonas y medicamentos a las mujeres haciéndoles creer que sufren una enfermedad tan antisocial como psiquiátrica, sexual y a saber cuánto más.  Lo correcto es decir, de una vez por todas y en vista del incremento en los promedios de vida saludable, que a partir de los cuarenta o cincuenta de edad la mayoría  de adultas tiene aún décadas activas, agradables y lúcidas por delante. La menopáusica no es la bruja de la casa ni una desquiciada; tampoco candidata a la degradación ni a la feminidad espantable, a pesar de que a las más vulnerables se las persuade de su menorvalía, y lo peor: que son fácilmente sustituibles y sexualmente desechables.

Es tan poderosa la carga de rechazo sociocultural a la menopausia -como si la andropausia masculina no existiera- que encabeza una lista de sustantivos con frecuencia eludidos inclusive por feministas. Menopausia es la palabra inexistente en cuentos y novelas. La  que en privado se nombra en voz baja al oído para no ser notada. Con inteligencia o sin ella, es la hora de acceder a lo innombrable, al secreto femenino mejor guardado, a la estación en que, en contrapunto, unos hombres se miran en el espejo negro de Tezcatlipoca; otros se pitorrean, regalan abanicos y/o gustan de relatar anécdotas de sus tías, sus madres o sus abuelas “que pasaron por lo mismo”; algunos discurren trampas o hechicerías para evitar el “contagio” y dizque mantener su virilidad a buen seguro, a pesar de que cualquier mujer sabe cómo va declinando el vigor sexual de los hombres de manera gradual a partir de los cuarenta de edad: mucho antes de que el cuerpo femenino experimente sus propias transformaciones. En ese circo inabarcable no faltan, pues, los que emprenden la fuga domiciliaria a la caza de muchachas que nutran su fantasía de ser amantes maravillosos, expertos en artes amatorias, dotados con erecciones amaestradas y esculturales y tan joviales, seductores y atractivos que, hasta toparse con la menopausia de la pareja, no habían reparado en sus atributos masculinos ni en que “todavía tienen la vida por delante” y deben comerse el mundo a grandes trozos.

¡Cuánta estupidez, a fin de cuentas! Ya es hora de arrancar velos y máscaras a la obviedad. Vivir es el privilegio. Enturbiar la existencia con necedades es el verdadero pecado.

Fábula, cuento, prejuicio y superstición tan tremenda que hasta la propia literatura evita  nombrarla. Aunque la menstruación le llega a la niña de la noche a la mañana en medio de un baño de sangre, con más o menos disgusto se la recibe  como portal de la juventud por todos consagrada. Podemos estudiar obviedades del cuerpo humano, pero el síndrome de la Eva pecadora, asimilado como pesadilla, nos impide aceptar que la existencia está hecha de etapas biológicas naturales, como el tránsito de la infancia a la pubertad; de ésta a la adolescencia y a la juventud en sí; luego, la procreación y subsecuente madurez coronada por la menopausia/andropausia.  Con suerte, avanzar hacia una vejez saludable, con buen ánimo y disposición creativa hasta que quienes alcancen la senectud cultiven la sabiduría suficiente para entender que la vida es finita, la muerte inevitable y los ciclos condenados a repetirse de generación a generación.

¿A qué pues tanta máscara, repudio y pánico a la menopausia e inclusive a la menos nombrada andropausia? La realidad es lo que es.  Hombres y mujeres estamos sometidos a las mismas reglas de nacimiento y muerte; de ascenso y declive. Si de equidad es el desafío universal, no debemos menospreciar el valor del lenguaje para nombrar las cosas como son, los conceptos para aclarar y explicar, las situaciones como se desarrollan, las mentes como evolucionan y aun la conducta que no se oculta, por más que se intente  disfrazar, enredar o autoengañarse con el inútil propósito de hacer creer que lo aparente y la mentira van a transformar la poquedad de quienes no se atreven con la verdad.

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El arte no paga facturas; el saber tampoco

February 1, 2024 Martha Robles

De la poesía escolar que canta en tarará la belleza del día al dibujo del niño que ilustra a papá y mamá con bolas y palitos, no hay trazo infantil que no ilumine la esperanza adulta de tener un artista en casa. Eso ocurre en abstracto, hasta que la criatura alcanza la edad de merecer y los padres le insisten al talento o pensante en ciernes que haga o estudie algo útil “que deje dinero”, porque el arte no paga facturas. Tampoco la cultura, cuyas obligaciones están bien para los demás o para distraerse gratis los fines de semana, gracias al trabajo no retribuido de los que creen que el arte y el conocimiento “habrán de salvarnos”. Y no se hable de la curiosidad intelectual… Eso si que es desgracia: “estudiar todo el día…, como si no tuviera otra cosa qué hacer”.  Si “les sale” un pariente picado del apetito de saber, del afán de investigar o con vocación científica el futuro se presenta en casa como amenaza o, de menos, una inmensa preocupación: “¿ya pensaste de qué vas a vivir? Está bien distraerte, mientras no tengas familia…”  

Aparte de los negocios de Carlos Slim, cuya riqueza imparable y por las causas que sean (otro tema con enigmas a resolver) lo sitúa entre los que superan el capital de muchísimos países, lo más lucrativo en nuestra sociedad es a todas luces lo ilícito, lo pecaminoso, lo fútil e insalubre, contaminante y cuanto pueda clasificarse de nefasto para el medio ambiente o para  la moral, la salud física y mental o el equilibro de la sociedad. Al respecto y gracias a la floreciente y privilegiada criminalidad, el erario ha pasado a un segundo plano de la codicia, aunque siempre será válida y actual la oración del vivales: ¡Diosito, diosito: no me mandes trabajo. Solo ponme donde hay! Y Diosito atiende la plegaria del Quinceuñas que con suerte y otro poco de ayuda asciende a los dorados niveles de la corrupción, donde la justicia pierde su nombre, reinan los sordos y ciegos e imperan alianzas que envidiarían los mismísimos capos juramentados.

Futbolistas aparte, la realidad ha puesto al narcotráfico y derivados sangrientos en el sagrario de la gloria bendita. Allí el dinero fluye como antes el agua.  Los requisitos para pertenecer al selecto club de los vicios  -drogas, armas, secuestros, amenazas y explotación sexual de personas, principalmente-, comienzan con la absoluta carencia de escrúpulos, capacidad de matar y disposición sin límites para atreverse con lo más bajo, donde nada queda capaz de dignificar lo humano. Por cientos o miles y de preferencia jóvenes acuden en pos del milagro garantizado por la Santa Muerte, pues a la voz que canta más vale morir joven y bien bailado que morir viejo, hambriento y jodido se hace valer la muy mexicana sentencia que asegura que la vida no vale nada.

El del músico, escritor, pintor, actor y creador en general, en contrapunto, es un destino idealizado por quienes todo ignoran sobre la rigurosa disciplina que exige su realización, además de tiempo y recursos materiales. Idealizado  solo a distancia como logro ajeno (huy, qué gran escritor Octavio Paz… o Juan Rulfo…), pero menospreciado como profesión y modo de vida que requiere ingresos suficientes, como las demás tareas. Al corroborar “la pura verdad”; es decir, que el arte no paga facturas, el intelectual (en su mejor acepción) entra de lleno al lado oscuro de la cultura, donde se “admira” a los más cultos, productivos, talentosos e inteligentes,  pero por necesarios que sean sus frutos no se paga o apenas se paga su trabajo; tampoco existen condiciones para que se desarrolle y respete como a otros profesionistas. Con tamaña cachiza se les piden conferencias, trabajos, publicaciones, cursos, asesorías y actividades gratis, como si fuera obligación del intelectual asumirse  franciscano.

Ser una sociedad enmascarada significa cultivar en connivencia una gran hipocresía. La máscara (o una de tantas) le sonríe en público a los logros culturales, pero el verdadero rostro abomina de ellos, se aparta del saber con gesto aburrido y no duda en mentir al  presumir que “es un gran lector”, adora la música, “le encanta el arte” y bla, bla, bla. El saber y la ignorancia, sin embargo, son tan inocultables como la riqueza y la pobreza. Desde mis primeras páginas y tareas públicas comencé a conocerle las tripas a esta terrible verdad: Ah, escritora… ¡qué bonito! Bonito, pues. El tiempo y la edad demuestran de lo que se trata tener una obra y el precio que hay que pagar.  Todo el arte, y el de las letras no es excepción, exige trabajar en solitario, estudio sin pausa y sin concesiones, entrega en varias disciplinas; escribir  sin horario y sin renunciar a la pasión de saber…

Hay periodos menos adversos que otros, quizá porque muy de vez en vez nos toca en suerte un gobierno menos agreste. Es decir, dispuesto a valorar la educación y la cultura para hacer de éste un mejor país, con mejores personas. Pero eso es rareza en nuestra historia. Lo obvio es corroborar cómo se ensancha y envilece ésta, una sociedad que no aprecia la obra del espíritu ni entiende que sin los frutos de la razón educada será imposible  aspirar a un mejor y más digno destino colectivo.

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    • Jan 21, 2014 Enero 21 Jan 21, 2014

Culpas viejas, mujeres nuevas. Entrevista. https://youtu.be/9go7A0-hmso

En Huellas de la Historia, con Francisco (Paco) Prieto y Blanca Loolbe, Alejandro el Grande. Los pasos del héroe”, Radio Red, México, https://podcasts.apple.com/mx/podcast/alejandro-magno/id1243780697?i=1000431633702

Entrevista sobre los pasos del héroe, lunes 11 de marzo, 2019, 2019, Fabián Vázquez y Rafael de la Lanza; Revista Gandhi Lee+

https://www.facebook.com/mascultura/videos/451974625342403/

“Del amor a las letras y otras pasiones” en Poéticas de las inteligencia, programa de radio coordinado por Patricia Galeana y Beatriz Saavedra. Conductora Lourdes Enríquez, IMER, CIUDADANA, 660 am, jueves 27 de agosto de 2020. https://www.mixcloud.com/MujeresalaTribuna/po%C3%A9ticas-de-la-inteligencia-del-amor-a-las-letras-y-otras-pasiones/

A partir de septiembre 2020, colaboraciones en La noche es joven, programa de radio de Enríque García Cuéllar, Tuxtla Gutiérrez, Chis.:

Octubre 2, https://www.facebook.com/MuseodelaMujerMexico/videos/325674728612136/

Octubre 10, Casandra en la mitología, https://www.facebook.com/757213191075830/videos/362463818454782/

Octubre 16, Las migraciones en el mundo, https://www.facebook.com/757213191075830/videos/2675104412742380/

2020

- https://www.facebook.com/757213191075830/videos/3443483862406877 , “intelectuales y poder”, programa La noche es joven dirigido por Enrique García Cuéllar desde Tuxtla Gutiérrez, Chis., Oct. 26, 2020.

- “Helenismo en Alfonso Reyes”, video conferencia organizada por la Sría de Cultura, el Dep. de Literatura del INBA y la Capilla Alfonsina. Con Javier Garcíadiego (director de la Capilla Alfonsina) y la traductora del griego Natalia Moroleón. Moderadora Beatriz Saavedra, Trasmitido en vivo por Facebook, noviembre 5, 2020. https://www.facebook.com/283189608464004/videos/654522281924283/

“Intelectuales, prensa y poder”, en el video programa La noche es joven dirigido por Enrique García Cuéllar desde Tuxtla Gutiérrez, Chis., Nov. 6, 2020. https://www.facebook.com/757213191075830/videos/1034311790327823

“Mujeres y otras penas”, https://www.facebook.com/757213191075830/videos/286419819321195 en el video programa La noche es joven dirigido por Enrique García Cuéllar desde Tuxtla Gutiérrez, Chis., , Nov. 13, 2020

“Gobernar con sermones”, https://www.facebook.com/757213191075830/videos/815646722545743, Ibid., Nov. 27, 2020

“La amistad entre Alfonso Reyes y José Vasconcelos”, Capilla Alfonsina, con Javier García Diego y el dr. Hurtado, Capilla Alfonseca, junio 30 de 2021. https://www.facebook.com/watch/?v=357786745726168

 “Actualidad de Marguerite Yourcenar” , Julio 8 de 2021, en el programa La noche es jocen de Enrique García Cuéllar. https://www.facebook.com/100063493035749/videos/834712267158793


Debate 22, entrevista con Javier Aranda, Octubre 10, 2022, Canal 22. (https://twitter.com/MarthaRoblesO/status/1579661774965866496?t=jl5UKjczBPPI52y91C_now&s=03)

https://twitter.com/MarthaRoblesO/status/1579661774965866496?t=LNgpCJXplWwnHJVKfBU9EQ&s=08

“Las palabras, espejos de la vida”, conferencias, Noviembre 9, 16, 23 y 30 de 2023, Plataforma ZOOM, dos horas por semana, Instituto dde la Cultura y las Artes, Cancún, Quintana Roo. Disponibles en YouTube con este enlace: https://www.youtube.com/playlist?list=PLOOto7Tr4g7IWZRngC2m_3zwvuTIrqE4H

Agosto 7, 2024 A medio siglo del fallecimiento de Rosario Castellanos. Capilla Alfonsina. Coordinación Nacional de Literatura. Sigue en directo la charla especial en honor a Rosario Castellanos. Acompáñanos y explora su impacto en la literatura. Una oportunidad única para reflexionar sobre su legado. Participan: Martha...

www.facebook.com.

https://www.facebook.com/share/v/nw26bULtQ6sooEGs/?mibextid=jmPrMh

“Martha Robles”, entrevista de Beatriz Saavedra para el Diario de Madrid, Noviembre 27, 2024. Entrevista a Martha Robles - https://www.eldiariodemadrid.es/articulo/critica-literaria/entrevista-martha-robles/20241127090423084011.html?utm_medium=social&utm_source=whatsapp&utm_campaign=share_button

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Enero 16 de 2025, Alfonso Reyes y el exilio, Ateneo Español de México, A.C

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